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de Espejo, Giros de
Salón: moda y baile en los palacios del norponiente santiaguino 1875-1915.
Mirror Games, Ballroom Twirls: Fashion and dancing in the palaces of northwest Santiago 1875-1915
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Nunca, como entre 1875 y 1915, la elite santiaguina había experimentado tal identificación cultural con la aristocracia parisina, ni la ciudad del Mapocho procuró asimilarse con ese empeño a la capital del Sena. l a mole escarpada de los Andes, sus nieves eternas claveteadas en el cielo, el paisaje huraño a sus pies, fueron el ensimismado escenario de una arquitectura histórica como futuro, que abandonó el adobe, la teja, la pared a la cal por un sueño de “palacios” neogóticos, renacentistas, barrocos y moriscos en simultaneidad, sin secuencia cronológica o lógica.
Hoy valoramos esos edificios de la zona norponiente de Santiago, o lo que queda de ellos, así como la vida que los habitó: son patrimonio, porque ya constituyen memoria histórica colectiva, transmitida generacionalmente; se han hecho parte de nuestro más íntimo paisaje urbano y aceptamos sin mayores cuestionamientos, como un nombre de fantasía, una metáfora, su pomposa denominación de “palacios”, aun cuando sabemos que, en estricto rigor, no existió en Chile una nobleza.
Cuando un segmento de la elite chilena comenzó a desatar los lazos con la tierra y el cielo, buscó en las comodidades, en la cercanía al comercio y en la casa urbana, un nuevo modelo de vida, progresista y moderno. El gran objetivo civilizador condujo a las recientes fortunas chilenas de la minería y las finanzas a invertir en imagen y a encuadrarse en los cánones culturales que traía del viejo Mundo, en particular desde París.
l a arquitectura, la moda, las artes aplicadas y escénicas incorporarían a Chile a la cultura europea no española. l a expansión industrial con sus procesos de seriación, reproducción y el historicismo, se aliaron para ofrecer a nuestra elite una inédita sensación de plenitud en el consumo, una amplitud desconocida de opciones estilísticas, una oferta de juego y goce vital que se creyeron perdurables.
Una sociedad que cambiaba a grandes pasos su modo de pensar, que quería ser moderna, no podía presentarse como antaño: debía
Never as between 1875 and 1915 did the Santiago elite experience such cultural identification with the Parisian aristocracy, nor did the city by the Mapocho attempted assimilating with such effort to the Seine capital. The rugged mass of the Andes, its eternal snows thatched in the sky, the husky landscape at its feet, were the absorbed scenario of a historical architecture as future, which left behind the adobe, the tile, the whitewashed wall for a dream of neo-gothic, renaissance, baroque and Moorish “palaces” simultaneously, with no time or logic sequence.
Today we value these buildings in northwest Santiago, or what is left of them, as well as the life that inhabited them: they are patrimony, for they are historical collective memory, passed through the generations. They have become part of our most intimate urban landscape and we accept with no further questioning, a metaphor, and the pompous name of “palace” though we know there was not actual nobility in Chile.
When a segment of the Chilean elite begun undoing its ties to the land and the sky, it sought in comfort, in closeness to trade and to the town house, a new life model, progressive and modern. The great civilizing objective lead the recent Chilean fortunes from mining and finances to invest in image and frame within the cultural standards it brought from the old world, especially Paris.
Architecture, fashion, applied arts and the stage would incorporate into Chile the European, non-Spanish, culture. The industrial expansion, with its serialization processes, reproduction and historicism, allied to offer our elite an unknown sensation of fullness in consumption, an unknown sensation expansion of stylistic options, an offer of life game and enjoyment they thought everlasting.
A society that changed at big steps in its way of thinking, that wanted to be modern, could not show itself as before: it had to modificar su apariencia vestida. l a moda adoptó entonces un lenguaje selecto y caprichoso, al alcance de muy pocos. l a favorecen los viajes a París y la extraordinaria expansión de las tiendas de ropa hecha y el comercio de novedades en el Centro de Santiago. Con sus fascinantes “vidrieras”, Casa Prá, Casa Francesa, Muzard, Gath y Chávez, o tero, atraen y motivan la recurrencia al gasto. Tornasoladas sedas, muaré, rasos y fallas del rosa viejo al berenjena, del crema al café, del gris celeste al negro, otorgan un grave colorido al traje femenino, en versiones mundanas o recatadas —como la que luce Amalia Urmeneta de Errázuriz, que honró con su presencia el oscuro palacio neogótico de su apellido paterno—. Es el buen tono en la ropa “de vestir”, hacia 1875, que insiste en la artificialidad del traje, en su independencia respecto de la anatomía de la portadora y en la alta cuota de trabajo manual, horas aguja, que requieren sus piezas. l os tableados, recogidos, frunces y abombados en cuello, hombros, mangas y talle, y los tomados horizontales que levantan la falda y la mantienen en vilo, contribuyen a mostrar al vestido como un elemento que trabaja no sólo con el suspenso de la novedad, sino como sistema mecánico de suspensión. Se busca doblegar la naturaleza. Un corsé de ballenas incrusta la cintura en las caderas, proyecta hacia delante el pecho y hacia atrás la zona lumbar, foco erótico de la época, acentuándola mediante un desafiante polizón de crin, hilos y arcos de alambre. Traje encarrujado y acartonado, como el que muestra l ucía Subercaseaux de Vicuña, mujer de Claudio Vicuña hacia 1880, con el que debe moverse a pasitos cortos, remarcados por la oscilación breve de tirabuzones, rigurosamente distribuidos sobre los hombros, y el revoloteo de ricitos sobre la parte alta de la frente. Pendientes y zarcillos de piedras finas orquestan este movimiento. Para calzar hay botines de charol con hileras de pequeños botones o acordonados por delante y zapatos con tacón, lo más ajustados posible. Sombrilla, guantes change its appearance in dressing. Fashion adopted then a selected and whimsical language, affordable by the few. Favored by the trips to Paris and the extraordinary development of the readymade clothing stores and the novelty trade in the center of Santiago. Fascinating windows of Casa Prá, Casa Francesa, Muzard, Gath y Chávez, o tero, attract and motivate spending.
Iridescent silks, moirés, satins and crepe from champagne pink to aubergine, from cream to brown, from steel blue to black, give a serious colorfulness to the female dress, in mundane or demure versions —as the one worn by Amalia Urmeneta de Errázuriz, who honored with its presents the dark neo-gothic palace of her father’s family—. It is the good tone in the “dress up” clothes, towards 1875, insisting on the artificial quality of the outfit, regardless of the anatomy of the wearer and in the high amount of labor (needle hours) required. Pleats, gathers and puffs in collars, shoulders, sleeves and waist, and horizontal gathers that collect the skirt and keep it suspended contribute in showing the dress as an element not only working with the suspense of novelty, but as a mechanical device of suspension. A bone whale corset incrusts the waist in the hips, projects forward the chest and backwards the lumbar area, erotic focus of the time, accentuating it with defying petticoats of haircloth, threads and wire rings. Stiff and curled gown, as the one worn by Lucía Subercaseaux de Vicuña, married to Claudio Vicuña towards 1880, with which she could only take small steps, marked by the brief movement of curls, strictly distributed over the shoulders and the fluttering of tendrils above the forehead. Earrings of gems orchestrate this movement. For walking there are patent booties either buttoned on the side or laced at the front and heeled shoes, the tightest possible. Parasol, skin gloves, hat tilted to one side with veil and ribbons make complete this look which at night suppresses de piel, sombrerito ladeado a un costado de la cabeza con velo y cintas completan esta tenida que en el traje de noche se escota, suprime las mangas y se realza con bordados y pedrerías en un efecto oscuro y fastuoso.
Después de 1885 las telas de los trajes femeninos se hacen más suaves y envolventes, en claros colores pastel, y la moda poco a poco deja de adaptar a su arbitrio el cuerpo femenino para orientarse viceversa. Se desata, entre las santiaguinas con recursos, la afición por los encajes que vienen de Europa y, para las que no pueden pagar este lujo, las versiones en crochet de fichu, cuellos, chaquetillas, puños y ruedos. Para el verano se imponen el crêpe de china, el chiffon, la gasa, el tul y la muselina. l a blusa adquiere realce y el vestido se trabaja como dos piezas, en tono y telas contrastados. El uso de los cortes al bies provoca un nuevo efecto de caída de las faldas que, al apegarse, deben destacar la estrechez de las caderas y la cintura. Ello es acentuado por enormes sombreros, como el que usa Isabel Irarrázaval de Pereira hacia 1900, cuando sale del “palacio” de calle Huérfanos. Conjugan estos sombreros desde plumas naturales a felpas y rasos, velos, cintas y pasamanería, zarcillos de paja o crin y aves disecadas. l as revistas chilenas caricaturizan a la mujer con este gran artefacto decorado sobre dos pequeños botines.
Desde París las influencias orientales llevadas a la capital francesa por el comercio de objetos chinos y la visita del Zar Guillermo II en 1893 para sellar la “Entente” franco-rusa, traen a Santiago la moda de las batas, kimonos y de las pieles para el invierno, astracanes, visones, zorros, en manguitos capas y estolas, como la que luce o lga Budge de Edwards cuando sale de su casona en calle Compañía.
Para el Centenario la mujer chilena de elite muestra en su vestuario la fantasía inagotable de los trajes de Paul Poiret la influencia hindú y de los ballet rusos, con su séquito de túnicas y trajes sueltos, de “escandalosos” escotes en V, disimulados o realzados por “boas” de plumas –favoritas eran las de avestruz–, blusas largas ceñidas con cinturones de pedrería, faldas amplias con capas y ahora sí debajo, para las más osadas, pantalones o bombachas the sleeves and takes the neckline down and is enhances with embroidery and beadings in a dark and rich effect.
After 1885 the fabrics for female gowns become softer and more wrapping, in clear pastel colors, and fashion increasing ceases in adapting to its own mind but to the female body. Wealth Santiago women go crazy over European origin lace, and those that cannot afford it the crochet versions of fichou, collars, jackets, cuffs and hems. In summer are used crêpe de chine, chiffon, gauze, tulle and muslin. The blouse stands out and the dress is worked as two pieces, in contrasting hues and fabrics. The use of bias cuts produces a new hanging of the skirts which, when hugging the body, must highlight the narrowness of the hips and waist. All that is accentuated by large hats like the one used by Isabel Irarrázaval de Pereira towards 1900 when leaving the “palace” of Huérfanos street. These hats also use natural feathers to plush and satin, veils, ribbons and passamenterie, hangings of straw or horsehair and stuffed birds. Chilean magazines caricature the woman with this large artifact decorated over two small ankle boots.
From Paris eastern influences having arrived to the French capital through the trade of Chinese objects and the visit of the Tsar William II to seal the French-Russian “Entente” bring to Santiago the fashion of robes, kimonos and furs for winter —astrakhan, mink and fox— in muffs, capes and stoles, as the one worn by Olga Budge de Edwards when leaving her house on Compañía street.
For the Centennial, Chilean women of elite show in their apparel the inexhaustible fantasy of the dresses by Paul Poiret, the Indian influence and that of the Ballets Russes, with their retinue of tunics and loose outfits, of “outrageous” V necklines, hidden or enhanced by feather “boas” —favorite were those of ostrich—, long blouses tightened with beaded belts, wide layered skirts and now, for the boldest, oriental trousers or breeches, which do not enrage others as when in 1850 English feminists propose bloomers. The head is no longer dressed with huge hats, replaced by lights turbans, headbands, metallic bands or of beading complemented by long echarpes and shawls. The orientales que no provocan ira como cuando en 1850 las feministas inglesas proponen los “bloomers”. Abandonan la cabeza los enormes sombreros, reemplazados por ligeros turbantes, cintillos, bandas metálicas o de pedrería complementados por largos echarpes y chalinas. Con el traje sastre, la mujer de clase media se incorpora al uso del vestido de elite, marcando así el estilo fundacional, masculinizado y democrático de la trabajadora, expandido por el tipo andrógino de la garçonne en los años locos de la posguerra. Poco cambia, en comparación, la moda masculina durante esos años. El frac, característico desde la Independencia, empieza a llevarse sólo en cenas o bailes, y se orla de cuello y puños de seda negra. En las noches, para ir al Club de la Unión, el smoking es de rigor. El redingote, prenda de uso en la ciudad, se aprecia en el retrato de Nazario Elguín, de 1881, pintado por Cosme San Martín, dueño del palacio en la acera norte de la Alameda. Reemplazado por la chaqueta corta, la americana, con pequeñas modificaciones en el ancho de las solapas, los botones o las líneas del entallado, llega hasta hoy. El abrigo de mayor éxito es el Chesterfield, que paulatinamente se alarga. El pantalón oscila entre las pinzas, el corte recto y la bastilla. Gana en importancia el chaleco, modo informal de estar en espacios interiores y ocasiones informales sin emplear la chaqueta. Chalecos de seda, raso, en colores fuertes se acompañan con camisas de cuello alto y corbatas arrolladas, como las que usa Francisco Ignacio o ssa, autor de la idea y primer dueño del palacio de l a Alhambra en la calle Compañía. En materia de corbatas, símbolo vestimentario masculino por excelencia, se ponen luego de moda los plastrones, descuidada y el elegantemente anudados como el que lleva Agustín Edwards McClure, segundo dueño del palacio Edwards. El sombrero alto del romanticismo, el tongo, desciende, toma forma de hongo y llega en los comienzos del siglo XX al sombrero de paja, con copa chata, cilíndrica, ala pequeña y recta. También se aprecia en el traje masculino, de manera paralela, el aflojamiento de las líneas. Para ambos sexos el nuevo siglo adviene con los tonos claros, gris perla, tabaco claro, beige, hueso para ellos, marfil, celeste, rosa pálido verde agua para ellas, de elegancia sutil y desenvuelta. tailored suit the woman of the middle classes incorporates to the use of the elite dressing, thus marking the foundational style, masculine and democratic of the working woman, extended by the androgynous type of the garçonne during the Crazy Years.
In comparison, male fashion undergoes little changes in these years. The dress coat, characteristic from the days of the Independence, is only worn to dinner parties or balls, and is riveted with cuffs and collars in black silk. At night, to go to the Club de la Unión, the dinner jacket is mandatory. The redingote, garment used in the city, can be seen in the portrait of Nazario Elguín painted by Cosme San Martín in 1881, owner of the palace on the northern side of the Alameda. It is replaced by the jacket with little modifications as to the width of the lapels, buttons or tailoring line, has come to us today. The most successful coat is the Chesterfield, which gradually grows longer. The trousers range between pleats and flat fronts and turn-ups. The vest becomes more important, an informal manner of being inside and on informal occasions of being inside without using the jacket. Vest in silk and satin, in bold colors with high collared shirts and wrapped around ties, as the one used by Francisco Ignacio Ossa, author of the idea and first owner of the Alhambra palace on Compañía Street. In matter of ties, quintessential male symbol in dress, then become fashionable the cravatte, carefully and elegantly tied as the one worn by Agustín Edwards Mc-Clure, second owner of the Edwards palace. Top hats of romanticism go down to the bowler hat and by the turn of the 20th century arrives the boater hat, with a flat top, of cylindrical shape, narrow wing and straight. It can also be seen in male suits, in parallel, a loosening of the lines. For both sexes the new century arrives with clear colors, light gray, light tobacco, beige and bone for men; ivory, sky blue, pale rose, aqua for women, of subtle and worldly elegance. Thus dressed or in costume, the night awaits them and brings lavish balls and receptions in the halls, gardens and dining rooms of the great palaces, where a buffet of up to 20 cold and hot plates, desserts, wine, coffee and cigars is set up, all of them with French
Así vestidos o disfrazados, la noche los aguarda y depara fastuosos bailes y recepciones en los salones, jardines y comedores de los grandes palacios, donde se instala un buffet de hasta veinte platos fríos, calientes, postres, vino, café y puros, todos con nombres franceses –hasta la nativa frutilla chilota, traducida en “fraise” y la vernácula papa transformada en “ponme de terre”. Circulan porcelanas de Sèvres, cristalerías Baccarat y cuberterías Christofle. Precavidos contra la menor descortesía por el estricto Manual de Carreño, los dueños de casa reciben uno a uno a sus invitados, se preocupan de que haya más hombres que mujeres para que ninguna dama quede con su carnet de baile vacío y vigilan para que se cumplan al menos las cuatro horas de baile de rigor. Entre luminarias, enredaderas, ramos de rosas o peonías hasta el amanecer se suceden las polcas, alemanas, passe-pied, pas de Quatre, Washington, post, burn-dance, schottisch, mazurka, mazurka siglo XX, valse Boston, valse francés, cuadrilla francesa, cuadrilla inglesa, lanceros, tow-seps, minué, cake-walk, bourré parisina —danzas todas ellas orientadas, para no bajar el buen tono en sus evoluciones, gestos y giros, por el Tratado de baile de Alfredo Franco Zubicueta—.
En el baile el palacio vive su momento más esplendoroso, cumple plenamente el objetivo para el cual ha sido edificado: el brillo social y la emulación historizada de las grandes fiestas de corte de la nobleza europea Marcaron época las feéricas recepciones y bailes de disfraces en los salones de oriental riqueza del Palacio de l a Alhambra, cuando sus dueños eran Claudio Vicuña Guerrero y l ucía Subercaseaux, edificio que mostró un espectáculo tipo las mil y una noches en julio de 1877, antes que los saqueos con la revolución del 91 transformaran el interior de la mansión en una ruina.
Mercedes Herboso, abuela del pintor Roberto Matta, vestida con los colores de la bandera chilena, aunque con prendas traídas de París, fue el centro de una inolvidable noche de cotillones y exóticos trajes en el palacio de su consorte Víctor Echaurren Valero, en septiembre de 1885.
Entre las magníficas fiestas en el Palacio Edwards organizadas por sus dueños Agustín Edwards Ross y María l uisa Mac-Clure de names —even the native strawberry from Chiloé, translated into “fraise” and the original potato becomes a “pomme de terre”—. China from Sèvres, Baccarat glassware and Cristofle cutlery circulate. Foreworn against the slightest contravention in civility by the strictest Manual de Carreño, the hosts receive each of their guests, care that there are more men than women so no lady will have an empty dance card and watch that the four hours of dancing are obliged with. Among luminaries, vines, rose or peonies bouquets, until dawn succeed polka, allemande, passe-pied, pas de Quatre, Washington, post, burn-dance, schottisch, mazurka, mazurka 20th century, Boston waltz, French waltz, French quadrille, English quadrille, lancers, tow-step, minuet, cake-walk, Parisian bourré —all of them dances aimed, at not lowering the good tone in its evolutions, twists and twirls, by the Treaty on Dancing by Alfredo Franco Zubicueta—.
In the ball the palace lives it’s most splendorous moment, it fulfills in whole the aim for which it has been built: social glitter and historicized emulation of the great court parties of the European nobility.
An epoch was marked by the feral receptions and fancy dress balls in the oriental rich rooms of the Alhambra Palace, owned by Claudio Vicuña Guerrero and Lucía Subercaseaux, building that showed a spectacle out of the One and One Thousand Nights in July 1877, before the lootings of the 1991 revolution the inside of the mansion into ruins.
Mercedes Herboso, grandmother of the painter Roberto Matta, dressed in the colors of the Chilean flag, although with garments brought from Paris, was the center of an unforgettable night of cotillions and exotic costumes in the palace of her spouse Víctor Echaurren Valero, in September, 1885.
Among the magnificent parties in the Edwards Palace, organized by their owners Agustín Edwards Ross and María Luisa MacClure de Edwards, it was famous the grand debutante ball for their daughter María Edwards Mac-Clure. The cheery cotillion lead by l a imponente silueta neobizantina-musulmana del palacio del rico minero José Díaz Gana, después del matrimonio ConchaCazotte, con sus minaretes, escalinatas, espejos de agua y palmeras, fue escenario de las más espectaculares recepciones que se recuerdan: la fiesta de beneficencia para las “Creches” en 1905, asociación caritativa fundada por la dueña de casa, Teresa Cazotte; y también el baile que organizó su esposo Enrique Concha en honor del presidente argentino José Figueroa Alcorta en 1910; y, en octubre de 1912, “el lujo asiático” del gran baile de fantasía que dejó imborrable memoria. Sus asistentes, impactados por la belleza, la elegancia del edificio y la sociabilidad de la dueña de casa, vestida de María Antonieta, formaron un desfile de manolas, toreros, espadachines, sultanes, odaliscas, pierrot, arlequines y hasta el mismo Kaiser Guillermo II, reinante, todos encantados de recrear en el espacio acotado de una noche las más variadas apariencias a través del tiempo, en una época que ha hecho de la historia una la lección viviente, un reality los nuevos movimientos sociales, los idearios de los recientes partidos políticos en la defensa de los intereses obreros y las directrices sociales de la Iglesia Católica a través de la encíclica Rerum Novarum de león XIII, en 1891, desde los primeros años del siglo XX ponen en tela de juicio estas formas de vida y de diversión. Pues si en las celebraciones del Centenario corrió el champagne y abundó el caviar, los grupos de elite lucieron lo mejor de sus ajuares traídos directamente de París y tanto la prensa como la crónica oficial celebraron los acontecimientos con la más encomiástica pluma, otras plumas, decididamente disidentes, la de los llamados “ensayistas de la crisis” —Mc Iver, Pinochet, Venegas, Palacios, entre otros— reivindicaban los derechos de los sectores más desposeídos. De ahí en adelante, el gasto en artículos suntuarios, el derroche y dilapidación en fiestas y the United States Ambassador, Mr. Henry P. Fletcher and the young debutante were followed by presents: for the girls, hats and parasols brought especially from Paris, and canes, cigarette holders and ashtrays for their escorts.
Edwards, cobró fama el gran baile de “estreno en sociedad” de su hija María Edwards Mac-Clure. Al animado cotillón dirigido por el Embajador de Estados Unidos, Henry P. Fletcher y la joven debutante, siguieron regalos a todas las niñas, sombreros y quitasoles venidos especialmente de París, y bastones, boquillas y ceniceros para sus acompañantes.
The imposing neo-Byzantine-Muslim silhouette of the rich mining man José Díaz Gana, then of the Concha-Cazottes, with its minarets, stairways, water mirrors and palm trees, was the stage for one of the most spectacular receptions in memory: the benefit party for the “Crèches” in 1905, charity association founded by the lady of the house, Teresa Cazotte; and also by the ball her husband Enrique Concha gave in honor of the Argentinean president José Figueroa Alcorta in 1910; and in October 1912, the “Asian luxury” of the great fantasy ball that left an indelible memory. Those attending, stunned by the beauty, the elegance of the building and the sociability of the hostess, dressed as Marie Antoinette, paraded as manolas, bull fighters, swordsmen, sultans, odalisques, pierrots, harlequins, and even the Kaiser William II himself, then reigning, all delighted to recreate in the space of one night the most varied appearances through time, in a time that has made history a living lesson, a reality show
The new social movements, the ideas of the recent political parties in the defense of the working class interests and the social guidelines from the Catholic Church through the encyclical Rerum Novarum by Leo XIII in 1891, from the early years of the 20th century criticize this lifestyle and the way of fun. For if during the celebrations of the Centennial champagne ran and caviar abounded, the elite groups showed the best of their wardrobes brought directly from Paris and both the press and the official chronicle celebrated the occasions with the most praiseworthy pen; other pens, decidedly dissident, that of those called “essayists of the crisis” —Mc Iver, Pinochet, Venegas, Palacios, among others— vindicated the rights of the most dispossessed sectors. From then on the expense in sumptuary items, the waste in parties and private celebrations began being fired from the texts of the intellectuals and the speeches of the celebraciones privadas empiezan a ser acribilladas desde los textos de los intelectuales y los discursos de los políticos. lentamente estos espectáculos sociales irían tornándose para la opinión pública en eventos inconvenientes e incongruentes con la realidad económica y social del país y las nueva ideas democráticas niveladoras que advienen tras el cese de la Primera Guerra en el exterior y, dentro del país, el ascenso al poder de Arturo Alessandri Palma y luego de los gobiernos del Frente Popular. l a sustitución de Francia por Estados politicians. Slowly these social spectacles would turn for the public opinion into events inconvenient and incongruent with the economic and social reality of the country and the new leveling democratic ideas that arrive after the end of WWI abroad, and inside the country, the ascension into power of Arturo Alessandri Palma and then of the Frente Popular. The replacement of France by the United States as provider of fashions and day-to-day items after the War, the great world crisis of 1929, the niter crisis in the internal area from 1927, the protectionist policies of the new governments, the decided fostering of the national industry and the artistic and intellectual movements arisen in Chile after 1910 themselves transform the cultural and social models, and the “luxury à la francaise” slowly withdraws.
Unidos como proveedor de modas y productos cotidianos tras la Guerra, la gran crisis mundial de 1929, la crisis del salitre en el ámbito interno a partir de 1927, las políticas proteccionistas de los nuevos gobiernos, el decidido fomento a la industria nacional y las mismas tendencias artísticas e intelectuales surgidas en Chile con posterioridad a 1910, transforman los modelos culturales y sociales, y el “lujo a la francesa” poco a poco inicia su retirada.
Entonces es posible visualizar retrospectivamente que a escasas cuadras de los grandes e históricos “palacios” pulularon por décadas ranchos, cuartos redondos y cités en las más insalubres condiciones, y aquello que las elites habían considerado dentro de la mentalidad tradicional, una tranquila convivencia urbana y social, se torna un sistema inviable e invivible.
Una mirada más equitativa entre ambos polos sociales entrelazados en el Santiago histórico ha permitido hoy, sin dejar de reconocer los enormes y complejos problemas de la desigualdad en las formas de vida urbana, aprender simultáneamente a evaluar con visión positiva el rico patrimonio artístico y cultural que aportó a Santiago esa arquitectura de elite. ¿Por qué la picota del progreso y la “modernidad dura” habría de vengar un desequilibrio social que la época nunca percibió con el ojo acerbamente crítico de la actualidad? ¿No se conoce tal vez que los periodos de prosperidad económica han devenido frecuentemente a lo largo de la historia en épocas de esplendor artístico y arquitectónico? Erradicar los tugurios insalubres de Santiago o dignificar sus condiciones, no se opone a rescatar los valores patrimoniales de esos edificios tan excepcionales como multiculturales.
Conservar unos, sanear los otros, ha sido una de las grandes tareas urbanas modernizadoras, aún en proceso, de los últimos años.
Then it is possible viewing in retrospect that a few blocks from the large and historic “palaces” abounded for decades slums in the unhealthiest conditions, and that the elites considered, within the traditional mentality, a calm urban and social coexistence, becomes an unviable and unlivable system.
A more equitable look between both social poles intertwined in the historic Santiago has allowed today, without ceasing to recognize the huge and complex problems of the inequality in the manners of urban life, learn simultaneously to assess with a positive view the rich artistic and cultural patrimony that contributed to Santiago that architecture of elite. Why the pickax of progress and “hard modernity” should avenge a social imbalance that the epoch never perceived with the acerbic critic eye of that of today?
Is it not known that maybe the periods of economic prosperity have frequently become frequently throughout history into period of artistic and architectonic splendor? To eradicate the unhealthy slums of Santiago or dignify their conditions does not oppose to rescuing the patrimonial values of such exceptional and multicultural buildings.
Keeping ones, cleaning up the others, has been one of the great modernizing urban tasks, still under process, in the last years.
CAPíTUlo II - CHAPTER II
El apogeo de un sueño: Lujos y excentricidades de una sociedad alegre
The apogee of the dream: Luxuries and eccentricities of a happy society
“¿Quién hubiera imajinado que aquellos inmundos ranchos que acrecían la ciudad tras del basural de la antigua Cañada, se habían de convertir en parques, en suntuosas i rejias residencias, i lo que es más, que el mismo basural se había de tornar en Alameda de Delicias, paseo que sin ruborizarse, puede envidiarnos para sí, la más pintada ciudad de la culta Europa?”.
Esta entusiasta exclamación de Vicente Pérez Rosales, en 1860, refleja las transformaciones de una urbe que pretendía convertirse en una de las más modernas de Sudamérica, y que tenía como tantas otras a París como mágico modelo. La sociedad de “buen tono” adoraba disfrutar del impecable confort del lujo, pero odiaba a la vez ver truncadas sus aspiraciones ante el deplorable panorama de una ciudad que carecía de las mínimas comodidades. Las señoras en sus calesas debían soportar los sobresaltos del irregular pavimento mientras que los caballeros sorteaban los charcos de lodo cuando caminaban por las aceras; los días terminaban temprano, no había tiempo, como en Europa, para espectáculos nocturnos, pues la ciudad a partir de las siete de la tarde se encontraba en la más sepulcral penumbra. El comercio se limitaba a algunas cortas cuadras, costaba conseguir un buen sombrero y la cocina de los restaurants no ofrecía platos muy refinados. El primer atisbo de modernidad que maravilló a los santiaguinos e inauguró el inicio de la transformación de Santiago, fue la aparición del alumbrado a gas en 1857. Fue el capitalista José Tomas Urmeneta junto a su yerno Maximiano Errázuriz quienes habían traído la tecnología a nuestro país, convirtiéndose hacia 1860 en una necesidad gubernamental. Prontamente, entonces, se iluminó el palacio de La Moneda y los negocios de la Plaza de Armas. En 1865 se otorgó el permiso al mismo Urmeneta asociado ahora con su otro yerno Adolfo Eastman para instalar el alumbrado a gas y proveer este servicio
“Who would have imagined that those filthy huts that expanded the city behind the garbage dump of the old Cañada would become parks, sumptuous and gorgeous residences and moreover, that the same garbage dump would become Alameda de Delicias Avenue,2 a promenade that can, shyness aside, be said to be on a par with the best city of a cultured Europe?”
This enthusiastic statement by Vicente Pérez Rosales in 1860 reflects the transformations of a metropolis that sought to become one of the most modern in South America and that used Paris as its magic model, as did so many other cities. “High” society loved to enjoy the impeccable comfort of luxury, yet at the same time hated to see its aspirations shunted by the deplorable panorama of a city that lacked the minimum conveniences. Ladies in their calashes had to put up with the holes in the irregular pavement, while gentlemen avoided the mud puddles when walking on the sidewalks. The days ended early, there was no time, like in Europe, for nighttime shows as the city was enveloped in the most sepulchral shadow by seven o’clock in the afternoon. Commerce was limited to a few short blocks, it was hard to find a good hat, and the cuisine of restaurants was not very refined.
The first glimpse of modernity that astounded Santiagoans and inaugurated the start of Santiago’s transformation was the appearance of gaslights in 1857. The capitalist José Tomas Urmeneta and his sonin-law, Maximiano Errázuriz, brought the technology to our country, making it a governmental necessity around 1860. Soon the Moneda Palace and the stores in the Main Square were illuminated. Urmeneta was granted a permit in 1865, now in a venture with his other son-inlaw, Adolfo Eastman, to install gaslights and provide these services to homeowners living in the area delimited by Mesías (Lastarria) Street and Negrete Alley (now Brazil Avenue).
Translator’s Note: Cañada means “Gulch” in Spanish.
2 Translator’s Note: Alameda de Delicias translates as “Promenade of Delights.”
36 En 1905, M. Bazin consiguió que una hermosa paseante del Cerro Santa lucía permitiera publicar cinco fotografías suyas en la revista Zig-Zag, con la promesa de guardar para siempre en el más respetuoso anonimato su nombre. Sin saberlo se convirtió en la más reconocida postal del Santiago afrancesado del siglo XX. Fotografía revista Zig- Zag, 1905. / In 1905, M. Bazin was able to get permission from a beautiful stroller on Mount Santa Lucía to have five photographs of her published in Zig-Zag magazine, under the promise that she would remain eternally anonymous. Unknowingly, she became the most famous postcard of the French-like Santiago of the 20th century. Photograph from Zig-Zag magazine, 1905.
37 Benjamín Vicuña Mackenna fue Intendente de Santiago entre 1872 y 1875, años en los que presentó un completo plan de Transformación para la ciudad. En este se incluía la formación de un parque en el Cerro Santa lucía y la idea de convertir a Santiago en el París de Sudamérica. Colección Archivo Fotográfico
Biblioteca Nacional de Chile. / Benjamín Vicuña Mackenna was the Intendant of Santiago from 1872 to 1875. In that period he presented a complete plan to transform the city that included creating a park on Mount Santa Lucía and converting Santiago into the Paris of South America. Photographic Archive of the National Library of Chile.
38 El acceso monumental al Cerro Santa lucía por la Alameda fue proyectado por el arquitecto Victor de Villeneuve, finalizándose en 1903 durante la Intendencia de don Enrique Cousiño o rtúzar, uno de los grandes urbanistas de inicios del siglo XX. Fotografía atribuida a Heffer. “Álbum de 1906”. Colección a particulares entre las calles del Mesías (Lastarria) y el callejón de Negrete (la actual Avenida Brasil).
Archivo Fotográfico Biblioteca Nacional de Chile. / The monumental entrance to Mount Santa Lucía from Alameda was designed by architect Victor de Villeneuve and was concluded in 1903 during the Intendancy of Enrique Cousiño Ortúzar, one of the great urbanizers of the early 20th century. This photograph was attributed to Heffer. “Album of 1906.” Photographic Archive of the National Library of Chile.
En 1872 asume la Intendencia de Santiago don Benjamín Vicuña Mackenna, quien inicia una serie de transformaciones urbanas que pretendían convertir esta pequeña ciudad perdida al fin del mundo en una parte de Europa. Entre sus obras se cuentan la construcción del camino de Cintura, poblaciones obreras en las afueras de la ciudad, la ampliación del alcantarillado y la transformación del Cerro Santa Lucía en un hermoso parque con cascadas, esculturas, acueductos, bosques y miradores. El Intendente fue también uno de los gestores de la pavimentación de Santiago, iniciando la puesta de adoquines traídos de Edimburgo en la calle
Estado, continuando luego los trabajos en las vías aledañas. Puesto que importar los adoquines era muy caro, se optó por encargarlos a los conocidos canteros de Colina, quienes fabricaron la mayoría de los bloques que hoy aún pueden verse en algunas calles.
Los gastos ocasionados hicieron que su gestión dejara una deuda de 500 mil pesos en la Intendencia, dinero que el propio Vicuña Mackenna tuvo que pagar con parte de la fortuna de su esposa, doña Victoria Subercaseaux Vicuña.
Sin duda alguna el eje de las transformaciones fue la Alameda de las Delicias, un antiguo paseo colonial que tras sucesivas remodelaciones fue oficialmente convertido en una arboleda en 1818 bajo el diseño del propio general Bernardo O’Higgins. Ya posicionada en la década de 1870, ostentaba incluso algunos pretenciosos carteles que la denominaban Rue de las Delicias, convirtiéndose desde entonces en el centro de las vanidades burguesas, un amplio boulevard donde se instalaron grandes familias en suntuosas residencias.
Muy cerca de la Iglesia de San Francisco, el arquitecto Lucien Hénault levantó el moderno palacio de la Universidad de Chile, mientras que la viuda del industrial Haviland se instaló cerca de la calle Estado en un sobrio palacete que años más tarde sería utilizado por el Club de la Unión. Más al poniente, donde hoy está la Torre Entel, habían edificado su casa los hermanos Miguel y Gregorio Amunátegui, grandes eruditos que realiza-
Benjamín Vicuña Mackenna became Intendant of Santiago in 1872. He initiated several urban transformations that were intended to make the small city lost at the end of the world a part of Europe. His works included building Cintura (Waist) Road, worker settlements on the outskirts of the city, extending the sewerage and transforming Mount Santa Lucía (Saint Lucia) into a beautiful park with cascades, sculptures, aqueducts, woods and lookouts. The Intendant was also one of the engines behind Santiago’s paving, beginning placement of cobblestone brought from Edinburg on Estado (State) Street, then continuing the work on adjoining thoroughfares. As it was very expensive to import the cobblestones, the decision was made to order them from the wellknown Colina stonecutters, who manufactured most of the blocks that can still be seen on some streets.
His administration left a debt of 500,000 pesos in the Intendancy because of these expenses. Vicuña Mackenna himself had to pay that debt with part of the fortune of his wife, Victoria Subercaseaux Vicuña.
There is no doubt that the centerline of the transformations was Alameda de las Delicias Avenue, an old colonial promenade that, after successive remodeling, was officially converted into a tree-lined avenue in 1818 designed by General Bernardo O’Higgins himself. It had earned status by the 1870’s and even boasted some pretentious signs that named it Rue de las Delicias. From that moment it became the center of bourgeois vanities, a wide boulevard where large families installed their magnificent residences.
Architect Lucien Hénault raised the modern palace of the University of Chile quite close to the Saint Francis Church (Iglesia de San Francisco). The widow of the industrialist, Haviland, moved near Estado Street to a somber mansion that years later would be used by the Union Club. Further to the west, where the Entel Tower now stands, the siblings Miguel and Gregorio Amunátegui built their house, who were great scholars who held an active political ban semanalmente una activa tertulia política. El comienzo de estas reuniones se remontaba a la niñez de los dueños de casa, quienes, para hacer frente a la delicada situación financiera en las que los había dejado su padre muerto prematuramente, decidieron juntar a un grupo de amigos en la casa para ayudarlos en los estudios, a cambio de cuatro pesos mensuales.
39 El monumento al General Ramón Freire, del artista inglés Kingston Mason, fue inaugurado en 1856 y se convirtió en la primera escultura que decoró la Alameda de las Delicias, manteniéndose frente al palacio de la Universidad de Chile hasta la década de 1970. Fotografía atribuida a Heffer. “Álbum de 1906”. Colección Archivo Fotográfico Biblioteca Nacional de Chile. / The monument to General Ramón Freire, made by Kingston Mason, an English artist. It was inaugurated in 1856 and became the first sculpture that decorated Alameda de las Delicias. It remained across from the palace of the University of Chile until the 70’s. Photograph attributed to Heffer. “Album of 1906.” Photographic Archive of the National Library of Chile.
40 Palacio Haviland, Alameda casi esquina Estado. Fue construido para la rica viuda Felisa ossandon de Haviland por el arquitecto estadounidense Jeese l Wetmore, autor también del Palacio y la Quinta Meiggs. Colección MHN. / Haviland Palace on Alameda approaching the corner of Estado Street. It was built Felisa Ossandon de Haviland, a rich widow, by the American architect Jeese L. Wetmore, also creator of the Meiggs Palace and Manor. MHN Collection.
41 Fachada del Palacio Rivas en la década de 1970. Fotógrafo Jack Ceitelis. Archivo Fotográfico de la Biblioteca Nacional. / Facade of the Rivas Palace in the 70’s. Photograph by Jack Ceitelis. Photographic Archive of the National Library.
42 Juan Francisco Rivas Cruz. Gentileza de Carlos Benavides Zavala. / Juan Francisco Rivas Cruz. Courtesy of Carlos Benavides Zavala.
43 Trinidad Ramírez Herrera de Rivas. Gentileza de Carlos Benavides Zavala. / Trinidad Ramírez Herrera de Rivas. Courtesy of Carlos Benavides Zavala.
Cuando los jóvenes crecieron siguieron reuniendo en el salón a sus amigos de infancia: Federico Errázuriz Echaurren, Domingo Santa María, José Victorino Lastarria, Diego Barros Arana, Adolfo Pacheco Aranis, Melchor de Santiago Concha, Álvaro Covarrubias y Alberto Blest Gana, que junto a muchos otros se juntaban para debatir las novedosas ideas liberales. La agudeza del lenguaje utilizado y la crítica de temas que no se trataban en las reuniones aristocráticas, causaba cierto “picor” en sus conservadores detractores, quienes denominaron a la tertulia “La Picantería de los Amunátegui”. En la esquina de la calle San Martín se estableció el político liberal Juan Francisco Rivas, quien se había enriquecido con el salitre, el cobre del norte y los numerosos fundos que poseía en la zona de Arauco, considerados como los más productivos de la región. El palacio, construido en 1887 por el arquitecto Eduardo Provasoli, tenía un amplio local comercial que daba hacia la Alameda en el primer nivel, por lo que se accedía al piso noble a través de una escalera de mármol que se abría para dejar espacio a uno de los primeros ascensores llegados al país. Un amplio hall con claraboya distribuía los salones más importantes, mientras que dos patios hacia el norte iluminaban los departamentos privados del señor Rivas, su mujer Trinidad Ramírez y sus ocho hijos. Una escalera de madera permitía bajar hasta la zona posterior del primer piso, donde se ubicaban los servicios, las cocheras, el escritorio y una pequeña cava subterránea.
Vecino de los Rivas era el político José Manuel Yrarrázaval Larraín, quien construyó un enorme palacio neoclásico. A su muerte lo adquirió la familia García-Huidobro Fernández, convirtiéndolo en un atractivo centro social, en donde el futuro padre del creacionismo —el poeta Vicente Huidobro— gathering each week. These meetings started during their childhood when they decided to gather a group of friends at their house to help them study in exchange for four pesos monthly, the purpose being to overcome the fragile financial situation into which they had fallen because of their father’s premature death.
As adults, they continued to meet with their childhood friends in the salon: Federico Errázuriz Echaurren, Domingo Santa María, José Victorino Lastarria, Diego Barros Arana, Adolfo Pacheco Aranis, Melchor de Santiago Concha, Álvaro Covarrubias and Alberto Blest Gana. They met with them and many others to debate novel liberal ideas. Witty language and critical debate of matters that were not talked about at aristocratic gatherings caused a certain “pique” among their conservative detractors, who called the gathering the “Gaucherie of the Amunáteguis.”
A liberal politician, Juan Francisco Rivas, moved to the corner of San Martín (Saint Martin) Street. He had become rich from nitrate, copper from the north and numerous ranches that he owned in the Arauco zone, considered to be the most productive in the region.
The palace, built in 1887 by architect Eduardo Provasoli, had a large store on the ground floor that opened onto Alameda Avenue. So, one entered the piano nobile through a marble staircase so wide that there was room for one of the first elevators in the country. The ample hall with a skylight led to the more important salons and two courtyards on the north side illuminated the private apartments of Mr. Rivas, his wife Trinidad Ramírez and their eight children. A wooden staircase descended to the back zone of the first floor where the services, coach houses, den and a small underground wine cellar were located.
José Manuel Yrarrázaval Larraín, a politician, was a neighbor of the Rivas. He built a huge neoclassic palace. It was acquired after his death by the García-Huidobro Fernández family, who made it an attractive social center where the future father of creationism–the poet Vicente Huidobro–observed every day the
44 Hall del Palacio García - Huidobro. Fotografía Vera, 1910. Colección Fundación Vicente Huidobro. / Hall of the García–Huidobro Palace. Vera Photography, 1910. Collection of the Vicente Huidobro Foundation.
45 Recepción en casa de la familia García - Huidobro- Fernández. Entre los asistentes Inés Echeverría l arraín (Iris) y sus hijas Inés y Rebeca. Revista Sucesos, 1915. / Reception at the García-Huidobro/Fernández home, attended by Inés Echeverría Larraín (Iris) and her daughters Inés and Rebeca, among others. Sucesos Magazine, 1915.
46 Fachada del Palacio de don José Manuel Yrarrázaval, que más tarde pasó a manos de Vicente García - Huidobro y su mujer María luisa Fernández observaba a diario las concurridas tertulias de su madre, una activa feminista, en las que se daban cita los grandes intelectuales y artistas de la época.
Bascuñán, padres del conocido poeta Vicente Huidobro. Colección MHN. / Facade of the José Manuel Yrarrázaval Palace that was later owned by Vicente García-Huidobro and his wife María Luisa Fernández Bascuñán, parents of the famous poet Vicente Huidobro. MHN Collection.
47 Alameda hacia 1860 desde la casa de Henry Meiggs. Colección MHN. / Alameda around 1860, seen from the home of Henry Meiggs. MHN Collection.
48 Alameda hacia 1860 desde el campanario de la Iglesia de San Francisco. Colección MHN. / Alameda around 1860, seen from the bell tower of the Church of Saint Francis. MHN Collection.
49 Alameda hacia 1860, vestigios coloniales en la principal avenida de Santiago. Fotografía Eugène Maunoury, Bibliothèque Nationale de France. Archivo Visual de Santiago. / Alameda around 1860, colonial vestiges on the main avenue in Santiago. Photograph by Eugène Maunoury, National Library of France, Visual Archive of Santiago.
50 Alameda de las Delicias y la Universidad Católica. Fotografía atribuida a Heffer. “Álbum de 1906”. Archivo Fotográfico Biblioteca Nacional de Chile. / Alameda de las Delicias and the Catholic University. Photograph attributed to Heffer. “Album of 1906.” Photographic Archive of the National Library of Chile.
51 Alameda de las Delicias desde el campanario de la Iglesia de San Francisco. Al costado derecho se aprecian los palacios Undurraga y Haviland, y más atrás con las chimeneas encendidas el Club de la Unión que se terminó de construir en 1925. Colección MHN. / Alameda de las Delicias seen from the bell tower of the Church of Saint Francis. The Undurraga and Haviland Palaces can be seen on the right and further back, the smoking chimneys of the Union Club that was completed in 1925. MHN Collection.
En 1883 el explorador Charles Wiener visitó nuestro país. De sus crónicas podemos rescatar la situación real de un país que intenta vivir de las apariencias más insospechadas, mientras la mayoría de su población muere de hambre o enfermedades. Es crítico al considerar la arquitectura del país como poco novedosa y enfatiza la idea de un país de caballeros con pies de barro. La transformación de Santiago aún estaba en ciernes, los rancheríos más precarios conviven casi armónicamente con suntuosos palacios. Aun así el austriaco no puede evitar sorprenderse con la situación excepcional de algunas calles, el lujo de algunas residencias y la magnificencia casi anecdótica de ciertos palacetes que invadían la más grande avenida de Sudamérica: “Qué hermosa es la Alameda con su doble hilera de árboles, sus acequias de piedra, sus palacios espléndidos… detrás de un lecho de flores, un palacio de estilo morisco, fantasía arquitectónica oriental con columnas y capiteles, cúpulas doradas, arabescos y muros de todos colores, que se armonizan unos en otros en una suerte de iridización cristalizada… A ciertas horas Santiago presenta, bajo la luz crepuscular, un aspecto feérico e inverosímil”, exclamará.
Son nuevos personajes dentro del panorama social quienes comienzan a poblar la Alameda más allá del Callejón de Negrete, la antigua y pestilente acequia que a fines del siglo XIX se convertirá en la Avenida Brasil.
Los sectores aledaños a la Estación Central, muy poco cotizados por los ciudadanos, habían sido elegidos algunos años atrás por el aventurero Henry Meiggs para instalar su quinta de verano, construyendo un confortable palacio georgiano en medio de su propiedad al sur de la Alameda.
Su posterior loteo, en 1872, permitió crear un barrio elegante, donde tímidamente se trasladaron algunas familias importantes. Paralelamente a este suceso, el norte de la Alameda también sufría cambios, porque los Mercedarios habían puesto en venta grandes solares que rápidamente crowded gatherings of his mother, an active feminist, attended by the great intellectuals and artists of the time.
In 1883, the explorer Charles Wiener visited our country. We can gather from his chronicles what the true situation was of a country that was pretending to be so much more than what it was, while the majority of its population was starving or sick. He was critical, calling the architecture of the country bland and emphasizing the idea of a country of gentlemen with feet of clay. The transformation of Santiago was still in its infancy, the more precarious slums cohabited in virtual harmony with magnificent palaces. Even so, the Austrian could not avoid his surprise at the exceptional condition of some streets, the luxuriousness of some residences and the nearly anecdotal magnificence of certain mansions that pervaded the largest avenue in South America. He would exclaim: “How beautiful Alameda is with its double row of trees, its stone gutters, its splendid palaces … behind a bed of flowers, a Moresque palace, an oriental architectural fantasy with columns and spires, golden arabesque domes and walls in all colors that harmonize with each other in a sort of crystallized iridescence … At certain times of the day, Santiago looks fairy-like and fantastic in the twilight.” fueron adquiridos por ricos burgueses, en su mayoría provenientes de la bonanza minera.
New characters in the social setting began to populate Alameda Avenue past Negrete Alley, the old and pestilent gutter that would become Brazil Avenue at the end of the 19th century.
The sectors around the Central Station, not highly valued by citizens, had been chosen a few years earlier by adventurer Henry Meiggs for his summer estate. There he built a comfortable Georgian palace in the middle of his property to the south of Alameda Avenue. Its subsequent subdivision in 1872 led to the creation of an elegant neighborhood where some important families timidly moved. Simultaneous to this occurrence, the north of Alameda Avenue was also undergoing change because the Mercedarians had put large properties up for sale that were quickly acquired by rich bourgeoisie, most coming from the mining bonanza.
67 El escritor Joaquin Edwards Bello, leonor Salas de Müller, Jorge Rodríguez A. y Raquel Aránguiz Vicuña, disfrazados para el baile de la familia Edwards Budge. Fotografía atribuida a Heffer. “Álbum de 1906”. Archivo Fotográfico Biblioteca Nacional de Chile. / Writer Joaquin Edwards Bello, Leonor Salas de Müller, Jorge Rodríguez A. and Raquel Aránguiz Vicuña, wearing costumes for Edwards Budge Ball. Photograph attributed to Heffer. “Album of 1906.” Photographic Archive of the National Library of Chile.
No era menor la presencia en el lugar de José Díaz Gana, quien había sido —junto al barón Henri Arnau de la Riviere— el descubridor del mineral de Caracoles, mina que se auguró como inagotable en riquezas y cuyas acciones se vendían diariamente en la bolsa de Valparaíso al triple de su real valor, dinero que hizo inmensamente ricos a sus propietarios. Estos interminables caudales le permitieron al señor Díaz Gana comprar un extenso solar a los Mercedarios, ubicado entre la Avenida Brasil y el Liceo de Aplicaciones, colindando con la Alameda por el sur y la calle Erasmo de Escala por el norte.
Contrató al arquitecto alemán Teodore Burchard, al diseñador inglés Mr. Walton y al ingeniero chileno Alejandro Martínez para construir un ecléctico edificio de reminiscencias árabes, con cúpulas doradas al fuego y enormes escalinatas de mármol. En el parque mandó a plantar árboles exóticos, construir una laguna, senderos y hasta un cerro. El costo total fue más de un millón de pesos de la época.
Desafortunadamente, algunos meses después del término de la construcción, en 1876, la especulación económica que había generado la Mina de Caracoles y la realidad de su baja productividad, hizo caer la Bolsa e inició una severa crisis económica que dejó en la ruina a miles de accionistas. El señor Díaz Gana vio caer estrepitosamente su suerte, debiendo poner a la venta su palacio. Lo adquiere entonces Enrique Concha y Toro como regalo de matrimonio para su mujer, doña Teresa Cazotte Alcalde. En el parque se preocupó de poner esculturas y fuentes de agua, mientras que en el interior distribuyó su escogida galería de cuadros, que incluía obras de Rubens, Barbieri, David Teniers, Melchor Pérez de Holguín y José Ribera, todas tan valiosas que fueron enviadas a París para que peritos especializados comprobaran su autenticidad.
Al palacio se accedía por la Alameda, a través de dos grandes portones con puntas doradas; un sinuoso camino se adentraba en el parque con palmeras hasta llegar a la gran escalinata
The presence of José Díaz Gana in this place was not insignificant. He, together with Baron Henri Arnau de la Riviere, had discovered the Caracoles (Snails) Mine that was predicted to generate endless wealth. Its shares were sold daily on the Valparaíso Stock Exchange at thrice their real value. That money made its owners immensely rich. These interminable cash flows enabled Mr. Díaz Gana to buy a large property from the Mercedarians, located between Brazil Avenue and the Applications School, bordering Alameda Avenue on the south and Erasmo de Escala Street on the north.
He hired Teodore Burchard, a German architect, Mr. Walton, an English designer, and Alejandro Martínez, a Chilean engineer, to build an eclectic building reminiscent of the Arabic style, with flaming gold copulas and huge marble perrons. He ordered exotic trees to be planted in the park, a lagoon, paths and even a hill to be constructed. It cost him more than one million pesos of the time. Unfortunately, a few months after the construction was complete, in 1876, the economic speculation generated by the Caracoles Mine and the truth about its low productivity caused the Exchange to fall and triggered a severe economic crisis that left thousands of shareholders in ruin. Mr. Díaz Gana watched his fortune suddenly fade and he had to put his palace up for sale.
It was then acquired by Enrique Concha y Toro as a wedding gift for his wife, Teresa Cazotte Alcalde. She arranged for sculptures and water fountains to be placed in the park and she distributed her chosen gallery of paintings on the inside that included works by Rubens, Barbieri, David Teniers, Melchor Pérez de Holguín and José Ribera, all so valuable that they were sent to Paris for experts to confirm their authenticity.
One entered the palace from Alameda Avenue through two large gates with golden tips. A windy road meandered through the park, lined with palm trees as far as the large central perron made of white marble. A stained glass gallery led to the vestibule that served as the main room, where Enrique Concha Cazotte splendidly entertained his guests with his enlightened talent for the piano. There was a central de mármol blanco. Una galería de vitrales llevaba al vestíbulo que servía de salón principal, donde Enrique Concha Cazotte agasajaba a sus invitados con su instruido conocimiento del piano. Hacia el oriente había un pequeño salón rojo, unido a otro salón de mayores dimensiones tapizado con seda celeste. Hacia el poniente estaba el comedor y el escritorio, y en el centro, bajo la cúpula central, se encontraba el gran salón de baile que tenía un altillo para la orquesta, al que se subía por una escalera de caracol. En el norte estaban los dormitorios, los baños y pequeñas salas de recibo; y en el zócalo el área de servicio. small red room towards the east, joined to another larger room covered with light blue silk tapestry. Towards the east was the dining room and den and in the center, below the central copula, was the large ballroom containing a garret for the orchestra that was reached by a spiral staircase. The bedrooms, bathrooms and small reception rooms lay to the north and the servants’ quarters were in the basement.
Distinto al carácter reservado de su marido, doña Teresa era una gran anfitriona, amante de las artes, las grandes fiestas y la vida social. Organizaba recurrentemente banquetes, tertulias políticas y representaciones teatrales, sobre todo después de fundar en 1903 “Las Creches”, una institución de caridad que daba salud y educación a niñas huérfanas e hijas de madres solteras o viudas que debían trabajar para sobrevivir.
Para juntar fondos organizaba garden parties en su palacio, exposiciones en la Quinta Normal, banquetes de caridad y obras teatrales infantiles en donde figuraban con alegría sus hijos junto a otros tantos niños. Se le atribuye también el haber traído a Chile el primer Viejo Pascuero, que habría aparecido en una fiesta de caridad en el Parque Cousiño entregándoles regalos a los niños más necesitados.
En el palacio hubo dos grandes acontecimientos sociales que marcaron una época. El primero de ellos tuvo lugar durante las fiestas del Centenario, cuando la familia realizó una espléndida recepción a las delegaciones extranjeras, donde “las inmensas arañas de Baccarat despendían mil luces que hacían realzar la abigarrada decoración de las estancias, y en el gran comedor relucir la vajilla de plata maciza de las minas de Caracoles, con sus enormes piezas cinceladas dignas de la mesa de algún soberano; los rutilantes uniformes de las embajadas animaban la nota decorativa, y había que ver el lujo y elegancia de nuestras damas que vaciaron esa noche sus cofres para exponer lo mejor de sus joyeles”, recuerda Eduardo Balmaceda Valdés.
Unlike the reserved nature of her husband, Teresa was a great hostess, a lover of the arts, of large parties and of social life. She frequently organized banquets, political gatherings and plays, above all after founding “The Crèches,” in 1903, a charity that offered health care and education to orphaned girls and daughters of single mothers or widows who had to work to survive.
In order to raise funding, she organized garden parties in her palace, expositions in Quinta Normal, charity banquets and children’s plays in which her children appeared happily with many other children. She was also given credit for bringing the first Santa Claus to Chile, who is said to have appeared at a charity event in Cousiño Park to give gifts to the neediest children.
There were two great social events in the palace that marked an era. The first occurred during the Centennial festivities, when the family held a splendid reception for foreign delegations where, as Eduardo Balmaceda Valdes recalled, “the huge Baccarat chandeliers displayed a thousand lights that enhanced the clashing decoration of the rooms and made the solid silver china from the Caracoles mines glitter in the large dining room, with its enormous carved pieces worthy any sovereign’s table; the shining uniforms of the embassies enlivened the decorations and one had to see the luxury and elegance of our ladies, who emptied their chests that night to show off their best jewels.”
Two years later the house would again be the center of festivities, when the most remembered costume ball of Santiago ever was held. To celebrate her saint’s day, Teresa invited more than 500 people to a ball on October 15th. The magazines
Dos años más tarde la casa sería nuevamente centro de festejos al realizarse el más recordado baile de fantasía de Santiago del que se tenga recuerdo. Doña Teresa, con motivo de su santo, invitó a más de quinientas personas a un baile el día 15 de octubre. Las revistas publicaron extensos artículos. “Las líneas orientales de las cúpulas estaban maravillosamente iluminadas por hilos de luces que resplandecían en la noche como largos collares de diamantes, mientras que en el interior del edificio deslumbraba la belleza de muchísimas mujeres, en las cuales no se sabía qué admirar más, si la gracia encantadora de las andaluzas o la deliciosa sonrisa de la corte de Luis XV” informaba la revista Selecta A su vez Balmaceda Valdés escribe: “Con qué amable ademán recibían los dueños de casa; doña Teresa aún hermosa, llevando un pomposo traje de María Antonieta, aplaudía con entusiasmo la entrada de sus invitados. Secundábanla sus hijos vestidos ricamente con trajes moriscos que armonizaban de maravilla con el ambiente del palacio”. A cien años del acontecimiento su nieta ríe al recordar la cara de su abuelo cuando le preguntaban por el encopetadísimo baile: “Esas son cosas de la Teresa…”, solía exclamar, “nunca fue muy asiduo a las grandes fiestas”. Doña Teresa Walker Concha, quien guarda aún los vívidos recuerdos de su infancia en el palacio, comenta: “Para el día de la fiesta, la mamá le pidió expresamente a don Horacio Walker Larraín, mi padre, que por favor no se apareciera hasta después que ella repartiera el cotillón, ya que el sólo hecho de verlo le causaba siempre una gran impresión por el gran amor que le profesaba, incluso antes de su compromiso. Como era de esperar, mi padre llegó antes, paralizando a la mamá, que no pudo repartir los regalos”.
A inicios de la década de 1880, don Nazario Elguín Leiva compró un extenso solar colindante a la propiedad de los Concha, en la esquina norponiente de la Alameda con Avenida Brasil. Elguín era un conocido cateador que fue contratado en 1869 por el suizo Alejandro Sassi y el italiano Vicente Costa para evaluar las posibilidades de explotación del desprestigiado mineral de la Descubridora, en la Cordillera de los Andes, muy cerca de published lengthy articles: “The oriental lines of the copulas were wonderfully lighted by strings of lights that glistened in the night like long diamond necklaces. The beauty of so many women shone inside the building. One did not know what to admire more, the charming grace of the Andalusian ladies or the delightful smile of Louis the 15th’s court,” reported the magazine Selecta. Balmaceda Valdés also wrote: “The hosts were so kindly welcoming; the still beautiful Teresa, wearing a pompous Marie Antoinette costume, enthusiastically applauded the arrival of her guests. She was seconded by her children, richly dressed in Moorish costumes that blended wonderfully with the palace setting.”
One hundred years after this event, her granddaughter laughs as she recalls her grandfather’s face when he was asked about the high-and-mighty ball: “He used to say ‘That was Teresa’s thing …,’ he was never much a fan of large parties.” Teresa Walker Concha, who still has vivid memories of childhood in the palace, said: “On the day of the party, mother expressly asked Horacio Walker Larraín, my father, to please not appear until after she had distributed the favors as just seeing him always stopped her heart because of the great love she felt for him, even before they were engaged. As was to be expected, my father arrived early, paralyzing mother, who was unable to distribute the gifts.”
In the early part of the 1880’s, Nazario Elguín Leiva bought a large property adjoining that of the Conchas on the northwest corner of Alameda Avenue and Brazil Avenue. Elguín was a well-known prospector who was retained in 1869 by Alejandro Sassi, a Swiss, and Vicente Costa, an Italian, to evaluate the possibilities of exploiting the rundown Descubridora (Discoverer) mine in the Andes Mountain range very close to Santiago. The prospector’s verdict was good: the mine was very rich. A mining camp was soon installed and it began to be worked that same year. In the meantime, Elguín continued to explore and found the Bronces (Bronze) lode, which he acquired personally. He formed a mining venture that earned him a considerable fortune. His
Santiago. El veredicto del cateador fue favorable: la mina era riquísima. Muy pronto se estableció un campamento minero y se iniciaron las faenas ese mismo año. Mientras tanto Elguín siguió explorando y encontró la veta de los Bronces, que adquirió para sí, formando una comunidad minera que le otorgó una cuantiosa fortuna. Su esfuerzo por explotar la mina hizo que financiara —no sin dificultades— la construcción del camino Las Condes, importante ruta que hizo posible el auge de la industria minera en la zona central de Chile.
Convertido en un magnate de la minería, contrató al arquitecto Teodore Burchard y al escenógrafo francés Alejandro Boulet (socios desde 1867) para construir su nuevo palacio. Habían alcanzado gran prestigio por ser los autores de la Quinta Díaz Gana, la Basílica del Salvador, la Iglesia de San Saturnino, el primer edificio de El Mercurio de Valparaíso y el valioso conjunto residencial con capilla incluida de la Viña Santa Rita, inmuebles que demostraban un acabado manejo del eclecticismo y una sólida calidad constructiva.
En el palacio Elguín se mezclan elementos del renacimiento italiano, el gótico, neoclásico y bizantino, que se fusionan coherentemente en los tres niveles de la construcción, que termina en una distintiva cúpula central cuyo mástil se eleva a más de treinta metros de altura. A pesar de la visible uniformidad de su fachada, que asemeja una sola gran residencia, la planta revela que en realidad se trata de tres grandes casas, distribuidas en tres franjas longitudinales paralelas a la Avenida Brasil. La fachada por Alameda se divide en tres cuerpos: el central con la gran cúpula es la residencia principal, y los otros dos son viviendas secundarias, cada uno con accesos independientes. La vivienda central —que ocupó Nazario Elguín junto a su mujer Carmen Rodríguez—sorprende por la escenográfica puesta de los salones, que incorporan cielos policromados, columnas, figuras mitológicas, paneles de madera, fino parquet y sugerentes claraboyas con vidrios de colores. El palacio se organiza en tres plantas, más la cúpula, distribuyendo en el primer nivel los recibos de mayor importancia, servicios y cocheras; mientras que effort to exploit the mine enabled him to finance–albeit with some difficulty–the construction of the Las Condes road, an important route that made it possible for the mining industry to boom in the central zone of Chile. en la segunda y tercera planta estaban los dormitorios con salas de baño. Hacia el norte la zona de servicio daba paso a un jardín que incluía una alameda y una laguna.
Having become a mining magnate, he retained Teodore Burchard, an architect, and Alejandro Boulet, a French set designer (partners since 1867) to build his new palace. They had acquired great prestige for being the creators of the Díaz Gana Estate, the Basilica del Salvador (Basilica of the Savior), the Church of Saint Saturninus, the first building of El Mercurio de Valparaíso and the valuable residential complex of the Saint Rita Winery, chapel included, which demonstrated a thorough handling of eclecticism and a sound quality of construction.
Elements from the Italian, Gothic, Neoclassic and Byzantine Renaissance were combined in the Elguín palace that were amalgamated consistently in three stories of construction that ended in a distinctive central copula. The mast of that copula was more than 30 meters high. Despite the visible uniformity of its façade, which resembled one single grand residence, the layout revealed that in reality, it was three large houses comprised of three longitudinal strips parallel to Brazil Avenue. The façade along Alameda Avenue was divided into three bodies, the central body with the grand copula was the main residence and the other two were secondary homes, each with separate entrances. The central home–which was occupied by Nazario Elguín and his wife, Carmen Rodríguez–was astounding because of the interior design of the salons that included polychrome ceilings, columns, mythological figures, wooden panels, fine parquet and suggestive skylights with colored glass. The palace was organized into three floors, plus the copula, the more important anterooms, services and coach houses being located on the first floor, while the second and third floors housed the bedrooms and bathrooms. The service zone led to a garden on the north side that included a tree-lined walk and a lagoon.
62 El Palacio Elguín sufrió numerosas transformaciones durante el siglo XX. l a más importante fue la construcción de un edificio de corte art deco en la esquina de Avenida Brasil. Colección MHN. / The Elguín Palace underwent several transformations during the 20th century. The most important one was the construction of an art deco building at the corner of Brazil Avenue. MHN Collection.
Destaca el gran hall: una sala cuadrada de doble altura con pavimento de gres cerámico, muros decorados profusamente y un extenso corredor con columnas jónicas que deja espacio para un pasillo que circunda todo el segundo nivel. El elemento de mayor interés es una escalera imperial de mármol decorada con la figura de un joven desnudo recostado en una roca. Hacia el sur del hall hay tres salones importantes: el Luis XVI que tiene sobrios paneles pintados y en sus mejores años albergó un delicado mobiliario dorado de época y un viejo piano. El salón Luis XV está decorado con cariátides y bóvedas en el cielo, de las que pendían grandes lámparas de baccarat, que iluminaban los espejos dorados empotrados en los muros, la fina porcelana de sévres, vitrinas, boulles y esculturas. Más al sur, junto a la Alameda, estaba el salón árabe con cielo y paneles pintados a mano; entre sus objetos destacaban dos esculturas del artista Henri Plé. Otra estancia de relevancia era el comedor, con cielo artesonado policromado e iluminado por una claraboya circular, donde Elguín distribuyó la fina porcelana inglesa y su platería en grandes muebles de encina tallados, que crujían cuando el reloj de bronce con la figura del titán Atlas daba la hora. El salón oriental tiene un parquet con el dibujo del sol naciente y cielos pintados. Albergó una gran pagoda japonesa de madera dorada, divanes con tapiz de seda, porcelanas chinas y una lámpara de bronce con armas del shogunato Tokugawa; el escritorio tenía un cielo abovedado y mobiliario estilo imperio, y existía además un oratorio con finas esculturas religiosas de procedencia francesa, un sótano con caja de seguridad y un patio de luz circundado por una galería y coronado por una pequeña cúpula. Nazario Elguín disfrutó muy poco de su palacio. Murió en 1889 y fue sepultado en su mausoleo maya-azteca del Cementerio General. En ese lugar está sepultada también su hija Albina Elguín Rodríguez, una precoz pintora alumna de Cosme San Martín, famosa entre los círculos artísticos
The grand hall stood out: a square double-height room with ceramic clay floor, profusely decorated walls and a long corridor with Ionian columns that leave room for a passageway that encircles the entire second floor. The element of greatest interest was an Empire staircase made of marble, decorated with the figure of a nude young man lying on a rock. There were three large salons towards the south of the hall: the Louis XVI room that had somber painted panels and in its better years, housed fine epochal golden furnishings and an old piano. The Louis VI room is decorated with caryatids and vaults in the ceiling from which large Baccarat lamps hung that lighted the golden mirrors embedded in the wall, the fine Sevres porcelain, glass cabinets, boulles and sculptures. Further to the south, along Alameda Avenue, lay the Arab salon with a hand-painted ceiling and panels. Among the most notable objects in it were two sculptures by Henri Plé. Another important room was the dining room, with a polychrome caissoned ceiling lighted by a circular skylight where Elguín displayed the fine English porcelain china and his silverware in large, carved oak cabinets that creaked when the bronze clock with the figure of Atlas chimed the hour. The oriental room had a parquet floor with a drawing of the rising sun and painted ceilings. It housed a large golden wooden Japanese pagoda, divans covered in silk, porcelain china and a bronze lamp with the weapons of the shogun Tokugawa. The den had a vaulted ceiling and Empire furniture and there was also a small chapel with fine religious sculptures from France, a basement with a safe and a courtyard surrounded by a gallery and crowned by a small copula.
Nazario Elguín enjoyed his palace for very little time. He died in 1889 and was buried in his Mayan-Aztec mausoleum in the General Cemetery. There also lies his daughter, Albina Elguín Rodríguez, a precocious painter who was a student of Cosme San Martín. She was famous among art circles for her innate talent and she died very young, in 1896.
Nazario Elguín had three sons: Lorenzo, Agustín and Luis. The por sus innatas cualidades, quien murió muy joven en 1896. Nazario Elguín tuvo tres hijos: Lorenzo, Agustín y Luis. El primero de ellos convirtió el palacio en su residencia –aún pueden verse en la fachada sus iniciales “L.E.R.” en el ventanal del segundo piso. Sus hijos y nietos hicieron del palacio un concurrido centro social, acaparando las portadas de las revistas hasta los años 60 con las brillantes fiestas y recepciones que ahí se realizaban. Agustín continuó a la cabeza de los negocios mineros, debiendo afrontar largas disputas legales entre los socios por el control del mineral, pleitos que a inicios de los años 20 causaron la pérdida de la participación familiar y dieron origen al nombre La Disputada de Las Condes. Luis inició una activa vida diplomática, siendo encargado de negocios en París y Madrid. Se casó con la hermosa Elena Ortúzar Bulnes, descendiente del famoso general del mismo apellido, que colmaba los salones con su elegancia, vistosas joyas y distinción. Estas cualidades habían llamado la atención del pintor español Joaquín Sorolla, que le ofreció hacer un retrato en 1906 cuando ella residía en Madrid. Mientras Elena se encontraba en el taller, el pintor recibió la visita del escritor Vicente Blasco, quien se enamoró de la chilena. Blasco le escribió algunos libros donde se presume era Elena la protagonista, suceso que causó la quema de uno de ellos por temor al escándalo. Luego de la muerte del señor Elguín, Elena se trasladó a Francia, muy cerca de la Villa Fontana Rosa, la propiedad de Blasco en la costa azul. En 1925 contrajeron matrimonio, comenzando una gira por el mundo que incluyó Chile, donde Blasco en pleno apogeo literario fue homenajeado por todos los círculos intelectuales. En 1928 el escritor murió y su viuda volvió a nuestro país. Paradójicamente, mientras tanto el palacio Elguín fue abandonado por los descendientes; dejaron sólo al mayordomo con su familia viviendo en él. En 1980 los salones que se habían mantenido intactos por casi una centuria vieron la luz nuevamente, y el alboroto que causó la venta de los objetos es recordado por don Domingo Eyzaguirre como uno de los últimos grandes acontecimientos del siglo XX. “La casa estaba first made the palace his residence. His initials “L.E.R.” can still be seen on the facade of the large window on the second floor. His children and grandchildren made the palace a popular social center, monopolizing the covers of magazines through the 60’s with bright parties and receptions that were held there.
Agustín continued at the head of the mining business and had to confront lengthy legal disputes between partners for control of the mine. In the early 20’s, those lawsuits ended in the loss of the family’s interests and gave rise to the name La Disputada de Las Condes (The Disputed Mine of Las Condes).
Luis started an active life as a diplomat. He was the commercial attaché in Paris and Madrid. He married the beautiful Elena Ortúzar Bulnes, a descendant of the famous general of the same surname, who filled the rooms with her elegance, showy jewels and distinction. These qualities caught the attention of Joaquín Sorolla, a Spanish painter, who offered to paint her portrait in 1906 while she was living in Madrid. While Elena was in the studio, the painter was visited by Vicente Blasco, the writer, who fell in love with Elena. Blasco wrote a few books in which Elena is presumed to be the lead character, which led to the burning of one of them due to fear of a scandal. After Mr. Elguín’s death, Elena moved to France, very close to Villa Fontana Rosa, Blasco’s estate on the Riviera. They married in 1925 and began a tour around the world that included Chile, where Blasco was paid homage by all intellectual circles at the apogee of his literary career. The writer died in 1928 and his widow returned to our country.
Paradoxically, in the meantime the Elguín palace was abandoned by his descendants. They just left the butler and his family living inside it. In 1980, the salons that had remained intact for nearly a century once again saw light and the havoc that was raised by the sale of objects is remembered by Domingo Eyzaguirre as one of the last greatest events of the 20th century. “The house was completely furnished like in the 19th century. In the back were some huge stables with old coaches. There was a Chinese completamente amoblada como en el siglo XIX, al fondo tenía unas caballerizas enormes con coches antiguos. Existía un salón chino, como se estilaba en la época, que en realidad era una mezcla de cosas chinas, japonesas e indias. Los demás salones tenían muebles que ya no he visto, pinturas maravillosas colgadas en los muros, muchos óleos de Albina Elguín. Pianos de cola, muebles franceses e ingleses, ricas porcelanas, tapicería y curiosidades. Recuerdo también que recolectamos unos objetos en desuso acumulados en una bodega por años, tan sólo con la venta de esos “cachureos” igualamos el valor de lo recaudado con el remate de un salón del segundo nivel, era mucho dinero para la época. Fue este quizás uno de los últimos grandes remates de Santiago…”.
Hoy el Palacio Elguín está cerrado, su fachada fue restaurada y se están haciendo esfuerzos por parte de sus dueños para resucitar a este hoy desconocido testigo del siglo XX.
La construcción de la Quinta Díaz Gana y el palacio Elguín, junto a la edificación de la Basílica del Salvador, posicionó definitivamente al sector poniente de Santiago como un sitio que podía ser urbanizado para expandir la ciudad. La Quinta Normal de Agricultura había mejorado la reputación del sector, y la construcción de la Plaza Brasil, en 1902, ayudó a generar en sus alrededores un sector elegante con amplias calles donde comenzaron de a poco a instalarse familias numerosas que buscaban alejarse del bullicio céntrico, sin perder las atracciones propias de una urbe moderna.
Muy bien lo entendieron los arquitectos que participan dentro de este proceso, entre ellos Alberto Álamos, José Forteza, Alberto Cruz Montt, Ricardo Larraín Bravo, Ismael Edwards, José Aracena y Gustavo Mönckeberg, quienes construyen un barrio elegante en donde se mezclan palacetes lujosos, cómodos edificios de renta y sencillos departamentos para la clase media en una singular armonía urbana.
Por las mañanas se acudía a misa a la Basílica del Salvador o a la popular Iglesia de los Capuchinos, mientras que en las tardes era obligado el paseo por la Plaza Brasil para enterarse de los últimos cotilleos, coquetear o preparar una furtiva room, which was the style of the era, that in reality was a mix of Chinese, Japanese and Indian things. The other rooms had furniture that no longer see, marvelous paintings hung on the walls, many oil paintings by Albina Elguín. Grand pianos, French and English furniture, magnificent porcelain, tapestry and curios. also remember that we collected some objects in disuse that had accumulated in a storeroom for years. With the sale of just those ‘bric-a-bracs,’ we equaled the sum collected in the auction held in a room on the second floor. It was a lot of money for the time. This was perhaps one of the last great auctions in Santiago …” The Elguín Palace is closed today, its facade was restored and efforts are being made by its owners to resuscitate this today unknown witness to the 20th century.
The construction of the Díaz Gana Estate and the Elguín palace, together with the edification of the Basilica of the Savior, definitively positioned the western sector of Santiago as an area that could be urbanized to expand the city. The Quinta Normal de Agricultura (Normal Agricultural Estate) had improved the sector’s reputation and the construction of Brazil Square in 1902 helped create an elegant sector in the surrounding area paved with wide streets where numerous families began to move bit by bit, looking to escape from the noisy downtown without forgoing the attractions inherent to a modern metropolis.
The architects who participated in this process understood this very well, among them, Alberto Álamos, José Forteza, Alberto Cruz Montt, Ricardo Larraín Bravo, Ismael Edwards, José Aracena and Gustavo Mönckeberg. They constructed an elegant neighborhood containing a mix of luxurious mansions, comfortable rental buildings and simple apartments for the middle class in a singular urban harmony.
In the morning one attended mass at the Basilica of the Savior or at the popular Church of the Capuchins, while in the afternoons, it was mandatory to walk through Brazil Square to learn the latest gossip, flirt or prepare a furtive visit to the nearby visita al cercano Teatro Politeama, cuyas funciones algo subidas de tono espantaban a todas las conservadoras madres.
Toda una proeza era mirar por alguna de las ventanillas del tenebroso convento de la Preciosa Sangre, donde la aristocracia ocultaba sus faltas morales, encerrando a las hijas enfermas, locas o que se habían enamorado demasiado pronto de los placeres mundanos. La más famosa huésped del claustro fue la poetiza Teresa Wilms Montt, quien tras largos meses encerrada logró escapar disfrazada de monja tomada del brazo de su amigo el poeta Vicente Huidobro.
En bicicleta los niños podían alcanzar la cercana Plaza Yungay, el populoso barrio de la clase obrera, hogar también de grandes intelectuales como Eusebio Lillo e Ignacio Domeyko, los escritores Joaquín Edwards Bello, Jenaro Prieto y Augusto
D’Halmar; y los pintores Juan Francisco González y Alfredo Valenzuela Puelma. Todos ellos eran recurrentes visitantes del Convento de los Capuchinos, al que asistían para inspirar alguna de sus obras o beber un poco del popular vino de misa que se preparaba con uvas cosechadas de los viñedos de la orden, en medio del barrio.
Santiago poniente nace bajo el alero de la modernidad, con una población que vive graves conflictos sociales como la trágica Huelga de la Carne en 1904, y que observa el ascenso de la clase media con recelo, a pesar de saber que su aparición es un elemento de progreso. Todos ya están envueltos en ese aire afrancesado que domina la capital, corriente que alcanza su punto más álgido durante el Centenario de 1910. Se debe vivir a la europea, ser parte de ese afán de tener París en América… Familias modestas estucan sus casas con pretenciosas guirnaldas, mientras que otras más adineradas levantan cúpulas y altas techumbres sobre el viejo caserón familiar de vastos patios coloniales. Ejemplo de esto es la casa de la familia Frías Larraín. Todos hablan francés, visten a la moda de las grandes tiendas y comparan los edificios locales con los más reconocidos en Europa. “Edificó el presbítero don Raimundo Cisternas el Teatro Erasmo de Escala, en la acera poniente de Libertad,
Politeama Theater, whose somewhat racy shows were alarming to all the conservative mothers.
It was quite a feat to look out through one of the small windows of the dark Convent of the Precious Blood, where the aristocracy hid its moral failings, locking away sick or crazy daughters or daughters who had become enamored too soon of the mundane pleasures. The most famous guest in the cloister was the poetess Teresa Wilms Montt, who after many months of being locked away, managed to escape in the guise of a nun on the arm of her friend, the poet Vicente Huidobro.
Children on bicycles could visit the nearby Yungay Square, the populous working class sector, also home of great intellectuals like Eusebio Lillo and Ignacio Domeyko, writers Joaquín Edwards Bello, Jenaro Prieto and Augusto D’Halmar; as well as painters Juan Francisco González and Alfredo Valenzuela Puelma. They were all frequent visitors to the Convent of the Capuchins, which they frequented to inspire one of their works or drink a little of the mass wine that was made from grapes harvested from the Order’s vineyards in the midst of the neighborhood.
Western Santiago was born under the wing of modernity with a population that was experiencing serious social conflicts, such as the tragic Meat Strike in 1904, and that was watching with misgivings the rise of the middle class even though it knew that its appearance meant progress. Everyone was immersed in that French-like air that pervaded the capital and reached its pinnacle during the 1910 Centennial. One had to live like a European, be part of that desire to have Paris in America … Modest families plastered their houses with pretentious adornments, while other wealthier families raised copulas and high roofs over the old family home with vast colonial yards. One example of this is the house of the Frías Larraín family. The all spoke French, dressed in the fashion of the large stores and compared local buildings to the most renowned in Europe. As Sady Zañartu recounted in her chronicles: “The presbyter Raimundo Cisternas built the Erasmo que el vecindario con picardía abreviaba su nombre por La Escala para compararlo con el de Milán”, como relata Sady Zañartu en sus crónicas.
Las calles Cienfuegos, Erasmo de Escala, Moneda y Almirante Barroso se convierten en las más aristocráticas. En ellas vive el ingenioso arquitecto Ismael Edwards Matte, su hermano el político Domingo Edwards Matte, Miguel Letelier Espínola, el intelectual Santiago Marín Vicuña, Alejandro Valdés Cuevas, la filántropa Eduvigis Vial y Francisco Larraín Alcalde. Sus residencias representan lo más variopinto en estilos arquitectónicos. Fiel representante de esta tendencia es la mansión que ordenó edificar este último en 1911. Su tamaño aún impresiona al transeúnte que se detiene a mirar la fachada barroca de tres niveles, rematada por una mansarda falsa y en cuya esquina se alza una cúpula que es apreciable desde varias cuadras a la redonda. En su interior se distribuyen tres grandes viviendas, la principal en el primer nivel y las secundarias en los pisos superiores; todas tienen salones hermosamente decorados que recuerdan el reinado de Luis XV: espaciosos corredores, escaleras talladas y pisos de roble americano. Al centro del edificio un patio con pilares y una fuente de agua recuerda la disposición de las antiguas viviendas coloniales, permitiendo en los pisos superiores ubicar una extensa galería con ventanas art nouveau. El palacio fue ocupado por la familia de Teresa Larraín Mancheño —hija del propietario original— quien se casó con Jorge Llorente de Putrón, diplomático francés, animando los salones con su intensa vida social hasta bien entrado el siglo XX. Su prima Marita Larraín Blanchart recuerda: “En los balcones de la casa de Cienfuegos se juntaban las niñas más lindas de Santiago para ver la procesión de la Virgen del Carmen, cuando la llevaban de vuelta a la Basílica del Salvador. Ahí se hicieron muchos bailes de estreno, donde participaban Jorge y Teresita que eran hijos de mi prima Teresa Larraín Mancheño y don Jorge Llorente. Todos me invitaban a bailar. Para mí era un martirio pues ya no había carné de baile y debía acordarme con quién bailar cada pieza…”
Testigo de estas fiestas fue el político e ingeniero Miguel de Escala Theater on the western side of Libertad (Liberty) Street, that the neighborhood piquantly abbreviated as La Escala to compare it to the one in Milan.”
The streets of Cienfuegos, Erasmo de Escala, Moneda and Admiral Barroso became the most aristocratic. There lived the ingenious architect Ismael Edwards Matte, his brother the politician Domingo Edwards Matte, Miguel Letelier Espínola, the intellectual Santiago Marín Vicuña, Alejandro Valdés Cuevas, the philanthropist Eduvigis Vial and Francisco Larraín Alcalde. Their residences represented the most diversely colorful architectural styles. A faithful example of this trend is the mansion that Francisco Larraín Vial ordered built in 1911. Its size still impresses passersby, who stop to view the three-floor baroque facade ending in a false mansard on the corner of which there is a copula that can be seen from several blocks away. There are three large homes on the inside, the main one on the first floor and the secondary ones on the upper floors. They all have beautifully decorated salons that are reminiscent of the reign of Louis XV: spacious corridors, carved stairways and American oak floors. A pillared patio and water fountain in the center of the building bring to mind the layout of the old colonial homes, creating an extensive gallery on the upper floors with art nouveau windows. The palace was occupied by the family of Teresa Larraín Mancheño, daughter of the original owner, who married Jorge Llorente de Putrón, a French diplomat. She enlivened the rooms with her intense social life until well into the 20th century. Her cousin, Marita Larraín Blanchart, recalls:
“The prettiest girls in Santiago gathered on the balconies of the Cienfuegos house to watch the Virgin of Carmen procession when it was on the way back to the Basilica of the Savior. Many debutant balls were held there, attended by Jorge and Teresita, who were children of my cousin Teresa Larraín Mancheño and Jorge Llorente. Everyone invited me to dance. To me it was torture since did not have a dance card and had to remember with whom was to dance each piece …”
Letelier, quien en 1919 encomendó al catalán José Forteza un pequeño palacete de estilo gótico plateresco. Los salones se distribuyeron a través de un hall cuadrado de doble altura, decorado con gárgolas y arcos ojivales. A este espacio daba el comedor, la sala de té con salida a la terraza, un escritorio, la biblioteca y la sala de música, donde la dueña de casa Luisa Llona gustaba de organizar entretenidas veladas musicales donde figuraban brillantemente sus seis hijos. Una escalera que originalmente era de mármol permitía subir al segundo nivel donde estaban los dormitorios con baño privado —una novedad en la época—. Al tercer piso se accedía a través de una pequeña torre con escalera de caracol, siendo éste el espacio para las habitaciones de servicio y que de vez en cuando era usado por algunos mendigos que doña Luisa se encargaba personalmente de alimentar a diario. En el patio una construcción anexa albergaba el garaje y una moderna piscina techada. El nuevo hogar se vio eclipsado profundamente cuando la hija menor —Consuelo— murió repentinamente la misma noche en que se había comprometido, obligando a la familia por la tristeza de los recuerdos a abandonar la casa. Muy cerca de la familia Letelier, en Cienfuegos 41, construyó su casa y taller Ismael Edwards Matte. Era él un conocido arquitecto y periodista que sentía una gran atracción por la alquimia, corriente que investigaba rigurosamente. Estaba asociado con el arquitecto Federico Bieregel, quien lo ayudó a construir la casa, destinando el primer nivel para las oficinas de su estudio de arquitectura.
La singular propiedad de tres niveles más la mansarda tiene una fachada con reminiscencias del neogótico alemán, incorporando una serie de símbolos y personajes relacionado con los estudios de la alquimia. Una torre es el elemento más característico: en su base puede apreciarse la figura de un esqueleto con un reloj de arena, que vigila atento el trabajo de un escritor, un pintor y un albañil, símbolo de las profesiones libres; más arriba cuatro figuras antropomorfas vigilan la calle. La casa asimétrica tiene un altillo con techo a dos aguas, decorado con maderas talladas. Terrazas, loggias protegidas
A witness to these parties was the politician and engineer Miguel Letelier, who requested that José Forteza, a Catalan, build a small Gothic plateresque mansion in 1919.
The rooms were distributed from a square double-height hall decorated with gargoyles and ogival arches. This space led to the dining room, the tea room, which exited to the terrace, a den, the library and the music room, where the mistress of the house, Luisa Llona, liked to organize entertaining musical evenings at which her six children were the shining stars. A staircase that was originally made of marble led to the second floor, where the bedrooms were, each with a private bathroom–a novelty at the time. One reached the third floor through a small tower with a spiral staircase. It was the space for the servants’ rooms and was used from time to time by some beggars that Luisa personally made sure were fed every day. There was an annex in the yard that housed the garage and a modern roofed pool.
The new home became profoundly overshadowed when the youngest daughter, Consuelo, suddenly died the same night that she became engaged, forcing the family to leave the house because of the sad memories.
Ismael Edwards Matte built his house and studio very close to the Letelier family, at Cienfuegos 41. He was a well-known architect and journalist who was highly attracted to alchemy, which he investigated rigorously. He was a partner with Federico Bieregel, an architect, who helped him build the house. The first floor was used for the offices of his architectural firm.
This singular three-storey property, plus the mansard, had a facade reminiscent of the German Neogothic period. It contained several symbols and characters relating to the study of alchemy. One tower is the most characteristic element: The figure of a skeleton with a sandglass can be seen at its base, attentively overseeing the work of a writer, painter and mason, symbol of the free trades. Higher up are four anthropomorphic figures watching the street. The asymmetric house had an attic with a two-sided roof decorated por columnas, herrería en ventanas, arcos apuntados y vitrales son parte de la decoración de la fachada. with carved wood. Terraces, loggias protected by columns, iron work on windows, pointed arches and stained glass windows are part of the façade’s decoration.
A la casa se accede por un portón de madera. Un zaguán permite tener una entrada de auto y da paso al jardín. En el segundo nivel estaban los recibos, comedor y cocina, y en los pisos superiores los dormitorios. Los espacios sorprenden por la simbología que está presente en cada detalle de la mansión: vitrales traídos de Alemania con escenas marítimas, pavimentos de baldosas con símbolos de la alquimia, gárgolas, artesonados de los cielos y paneles tallados. En el salón principal la figura de un bufón alado adquirió una leyenda especial: se dice que si es removido caerá toda la casa.
El inmueble hoy es sede de la Facultad de Derecho de la Universidad Alberto Hurtado.
El barrio Brasil siguió extendiéndose. El Convento de los Capuchinos comenzó el loteo de sus terrenos en 1915, siendo la familia Wightman la primera en construir un singular castillo neogótico en la esquina de calle Catedral con General Bulnes. En la misma manzana la familia Álamos Igualt levanta una moderna mansión de estilo neoclásico con reminiscencias art nouveau, rematada en toda su esquina por una gran marquesina de fierro y vidrio. Eran estas casas, junto a algunas otras de importancia como la de la familia Castelblanco, las únicas viviendas de categoría en el sector. Del populoso barrio Yungay salían todas las mañanas obreros y empleados a trabajar en las grandes casas cercanas, generando un dinamismo social particular que no se dio en ninguna otra parte de Santiago. La vida de barrio se mantuvo, las campanas de la Iglesia de los Capuchinos parecía dictar el apacible andar de los habitantes que, ajenos a los convulsionados años de la crisis del 20, siguieron disfrutando de las tranquilas calles, mientras hacía su aparición el teléfono, el automóvil y los tranvías recorrían las esquinas.
La atmósfera comenzó a cambiar a partir de la crisis de 1929, que hizo perder la fortuna a muchas familias y causó el éxodo de algunas otras al sector oriente de Santiago.
One entered the house through a wooden gate. A portico created a car entrance and led to the garden. The anterooms, dining room and kitchen were on the second floor and the bedrooms on the upper floors. The spaces were outstanding because of the symbolism that is present in every detail of the mansion: stained glass windows brought from Germany with maritime scenes, tile floors with the symbols of alchemy, gargoyles, coffered ceilings and carved panels.
The figure of a winged buffoon in the main room acquired a special legend: it is said that if it is removed, the entire house will fall down.
Today the property is the headquarters of the School of Law of Alberto Hurtado University.
The Brazil neighborhood continued to expand. The Convent of the Capuchins began to subdivide its lands in 1915. The Wightman family was the first to build a singular Neogothic castle on the corner of Catedral (Cathedral) Street and General Bulnes Street.
The Álamos Igualt family built a modern Neoclassic mansion on the same block reminiscent of art nouveau, ending on the entire corner in a large marquee of iron and glass. These homes, together with a few others of importance, such as the house of the Castelblanco family, were the only houses of position in the sector. Workers and employees set out for work every morning at the large nearby homes from the populous Yungay sector, creating a particular social dynamism that was not seen in any other part of Santiago.
Neighborhood life remained the same. The bells of the Church of the Capuchins seemed to dictate the placid manner of the inhabitants, who continued to enjoy quiet streets, ignorant of the upheaval during the crisis of the 20’s, as the telephone made its appearance and the automobile and trolleys travelled the streets.
The atmosphere began to change with the crisis of 1929. Many families lost their fortune and there was an exodus of others to the eastern sector of Santiago.
72 El Palacio Álamos fue proyectado por el arquitecto Alberto Álamos. Mantuvo su carácter residencial hasta 1947, año en que tras la muerte de Dolores Igualt o taegui de Álamos, se remató el inmueble y su valiosa colección de arte. / The Álamos Palace was designed by Alberto Álamos, architect. It remained a residence until 1947, the year when the property and its valuable art collection were auctioned after the death of Dolores Igualt Otaegui de Álamos.
73 l a gran marquesina de fierro que resguarda el ingreso principal y los elegantes detalles ornamentales del interior, son un distintivo del Palacio Álamos. Sin duda alguna uno de los últimos grandes palacios de Santiago poniente. / The grand iron marquee sheltering the main entrance and the elegant ornamental details of the interior are distinguishing features of the Álamos Palace. Undoubtedly one of the last grand palaces of western Santiago.
Historias circulares del Barrio Brasil
Circular stories of Barrio Brasil
Hacia 1923, en la etapa final de su vida, el arzobispo Crescente Errázuriz escribía rememorando el Santiago de su infancia y juventud, el de las décadas de 1840 y 1850: “Todas las cosas han cambiado radicalmente; muy otras son las costumbres, de tal manera que las de aquel tiempo ni siquiera se pueden imaginar mirando las de hoy. Si recorro la ciudad, tampoco encuentro rastros de lo de antaño, y más de una vez me acontece buscar en la esquina el nombre de la calle por la que voy caminando. Y, orientado, comienzo a calcular dónde se hallaba la habitación de tal pariente, de tal compañero”.
“l a casa en que nací”, continúa, “la casa de mi tía política doña
Antonia Salas, a la que fui a juntarme con Eduardo ochagavía para ir los dos por primera vez al Seminario; la casa misma que en la Calle del Sauce —hoy Riquelme— esquina de Moneda ocupaba este colegio y a la que llegamos al caer la tarde, todo ha desaparecido. En lugar de modestos y espaciosos edificios, levántanse ahora o soberbios palacios o hermosas casas de varios pisos: doquiera el brillo, el lujo y a las veces… ¡la falta de aire y de luz!”.
Por cierto, Errázuriz escribe en un momento de plena expansión de la ciudad y de aceleración de la vida, en el cual incluso la radio comenzaba a sumarse al ruido de fondo de la vida cotidiana santiaguina, que incluía motores de autos y de tranvías, gramófonos, el estruendo de las máquinas en las nuevas construcciones y, por supuesto, “el estrépito de la jazz-band”. l a sensación de cambio era cuestión de todos los días. Era aquel también un momento epigonal: al Chile de la República Parlamentaria le quedaba muy poco y la misma Belle Époque había comenzado a apagarse en los años de la Gran Guerra. l a mirada de Errázuriz estaba cifrada más allá, en todo caso: en los viejos tiempos de los decenios presidenciales. Su visión corresponde, por lo demás, a un tópico que no sólo pertenece a la retórica sino también a la psicología: el de la edad de oro, el de la alabanza del pasado. Esto no quiere decir que Errázuriz sea víctima de espejismos mentales: no es el único que afirma que a mediados del siglo
Towards 1923, in the final stages of his life, the archbishop Crescente Errázuriz wrote remembering the Santiago of his childhood and youth, that of the 1840s and 1850s: “All things have changed radically; very different are the customs, in such a manner that those of the olden days cannot be imagined looking at those of nowadays. If go into the city, do not find traces of those of old, and more than once happens to me to look in the corner for the name of the street I am walking. And, thus oriented, I start calculating where was the residence of this or that relative or of this or that classmate”.
“The house I was born”, he continues, “the house of my aunt by marriage Ms. Antonia Salas, in which I met Eduardo Ochagavía to go for the first time to the seminary; the house itself that in the Calle del Sauce —today Riquelme— in the corner with Moneda occupied this college and to which we arrived by the end of the day, all have disappeared. Instead of modest and spacious buildings, there are now splendid palaces or beautiful mansions of several floors: everywhere the glitter, luxury and at the same time…the lack of air and of light!”
What is true, Errázuriz writes at a time of full expansion of the city and of acceleration of life, in which even the radio added to the background noise of everyday life in Santiago, which included car engines and tramways, gramophones, the noise of the machines in the new constructions and, of course, “the noise of the jazz band”. The feeling of change was an everyday matter. That was also an epigone moment: the Chile of the Parliamentary Republic had its days numbered and the Belle Époque itself had begun to fade in the years after the Great War. Errázuriz’s look went beyond, in any case: in the olden days of the presidential decades. His view corresponds, by the way, to a topic not only belonging to rhetoric but also to psychology: that of the golden age, of the praise of the past. This
XIX primaba, en la estructura de la sociedad, cierto concepto de la austeridad y el decoro. Especifica que las niñas de familia no salían a la calle a buscar “pololo” sino que pretendían más bien ser buscadas y que los padres no requerían ir al club para distraerse de los embates de la vida: todo el alivio que necesitaran podían encontrarlo en su casa, junto a su mujer. “El trabajo no era absorbedor”, añade, “no enloquecía: era honrado, prudente y tranquilo. No se ambicionaban millones ni se necesitaban, ni se creía que constituía gran ventaja para los hijos el heredarlos”.
Curiosamente, por 1928, Joaquín Edwards Bello —cincuenta años menor que Errázuriz— se despide igualmente de una sociedad cuya extinción constataba: “l as victorias se van para Talca; el portal Mac Clure desaparece con sus bazares orientales; el portal Fernández Concha se remoza estrechando sus ángulos donde comprábamos los Joutard y los diarios. Se va el Santiago antiguo. Para mí ese Santiago que se va está asociado a un rumor de zarzuela española y a un gran espectáculo de caballos en las calles. Había tonneau, victorias, breaks, handsome, coupés, toda la gama de carrocerías de lujo arrastradas por imponentes caballos. los hacendados presumían de sus troncos, como ahora presumen de sus automóviles. Yo no puedo pensar en el dieciocho sin que me asalte la imagen de los coches, los frenos, las cabezadas y un olor a cuero que tenía el coche americano de mi abuelita, forrado en paño verde. l a arrancada vespertina de los trotones por la calle Dieciocho era un espectáculo feérico”. l os mundos añorados por Errázuriz y Edwards Bello son muy distintos, si bien cronológicamente contiguos. El arzobispo habla de un Santiago cuyas calles tenían una acequia al medio de la calzada y en cuyas cercanías (Independencia o Cañadilla, de o livos al norte) aún se practicaba la trilla y la vendimia. Una ciudad “achaparrada” —según otro memorialista, Ramón Subercaseaux— que, observada desde el peñón del Santa l ucía sólo destacaba, aparte de las torres de las iglesias, por dos edificios de altura: l a Moneda does not mean that Errázuriz is a victim to mind mirages: he is not the one asserting that in the mid-19th century, in the structure of society, austerity and decorum were paramount. He specifies that family girls did not go out to the street to look for a “beau” but they intended more being sought and the fathers did not need going to the club to distract from the battering of life: all the relief they needed was found at home, by their wife. “Work was not absorbing”, he adds, “it was not frantic: it was honest, prudent and calm. Millions were not ambitioned nor needed, nor was it believed it to be a great advantage for the children to inherit them.”
Curiously, in 1928, Joaquín Edwards Bello —fifty years younger than Errázuriz— bids farewell likewise to a society which extinction was evidenced: “The Victorias are leaving for Talca; the MacClure arcade disappears with its eastern bazaars; the Fernández Concha arcade is renewed closing its angles where we purchased the Joutards and the newspapers. The old Santiago is going. To me that Santiago that is leaving is associated to rumors of Spanish zarzuela and a great spectacle of horses on the streets. There were tonneau, victorias, breaks, handsome, coupes, and all the range of luxury carriages dragged by imposing horses. The landlords presumed of their teams, as they now presume of their automobiles. cannot thing of the national holidays without being assaulted by the image of the carts, the brakes, the harnesses, and a smell of leather that my granny’s American cart had, lined with green cloth. The afternoon start of the trotting horses down Dieciocho Street was a feral spectacle”.
Those worlds longed by Errázuriz and Edwards Bello are most different, albeit they succeed in time. The archbishop talks of a Santiago which streets had a ditch in the middle of the road and in which vicinity (Independencia or Cañadilla, Olivos to the north) y el Teatro Municipal. Edwards Bello, en cambio, es totalmente un hijo de la Belle Époque, aquí y en París. Su nostalgia en este caso se refiere a una ciudad con palacios, iluminación a gas, riqueza ostensible y ostentada, y que parecía estar mucho más cerca de las capitales europeas que del embrión urbano colonial, “aldeano y conventual”. Él mismo llamó “el tiempo gordinflón” a la época que rodeó al Centenario, un lapso de especial optimismo en la superficie de la vida social, un optimismo tan dorado y chispeante y afrancesado como la bebida que presidió la época: el champagne. Quizás la nostalgia de Edwards Bello tenga que ver con una franja muy localizada en estas mutaciones temporales: los años en que alternaban los últimos carruajes con los primeros automóviles: años 1904, 1905, cuando el propio Joaquín, como miembro de un selecto grupo de jóvenes favorecidos por la fortuna, iba de un lado a otro como tripulante de un enorme armatoste que dejaba por las calles una estela de humo fétido.
En una semblanza sobre Claudio Vicuña —el acaudalado político balmacedista que fue dueño del palacio de l a Alhambra, construido por José Santos ossa— Edwards Bello profundiza su reclamo del tiempo antiguo:
“Recordándole en este centenario de su nacimiento”, escribe, “no podemos dejar de advertir el hecho de que, entre las muchas crisis del mundo, existe también la crisis del caballero Esto es, del concepto del caballero del siglo XIX, de su espíritu, de su arrogancia, de su vitalidad y, también, ¿por qué no decirlo?, de su indumento. En todos los países tiende a desaparecer el sombrero de copa, que era, sin duda, un símbolo, una coronación. En Santiago vimos decaer poco a poco esa prenda, primero ridiculizada sans en avoir l’air por el conocido escriba llamado Incandescente, y luego entregada a las carnestolendas ruidosas de los estudiantes. El sombrero, distintivo de abolengo y prestigio, como la coronación de una vida pura cuando se alzaba en cabellos blancos y en una sesera privilegiada, se derrumbó”.
Sigue: “El hombre actual teme demasiado a la mordacidad de las turbas. Sabe que ellas dominan al cabo, y no se atreve a desafiarlas con los ocho reflejos del sombrero diferenciador. Así como the threshing and grape harvest were still done. A “stocky” city —according to another writer, Ramón Subercaseaux— who watched from the boulder the Santa Lucía was, he only noted, other than the church spires only two high buildings: La Moneda and the Teatro Municipal. Edwards Bello, on the other hand, is completely a son of the Belle Époque, both here and in Paris. His nostalgia in this case refers to a city with palaces, gas lighting, evident and ostentatious riches, and that seemed much closer to the European capitals than the colonial urban embryo, “village-like and conventual”. He himself called “the fat times” that surrounding the Centennial, a lapse of special optimism in the surface of social life, optimism as golden and sparkling and French-like as the drink that presided over the epoch: champagne.
Maybe Edwards Bello’s nostalgia is related to a very specific space in time in these temporal mutations: the years in which alternated the last carriages with the first automobiles: 1904, 1905, when he himself, as a member of a select group of young people favored by fortune, went from one side to another riding a huge great thing that left behind a trail of foul-smelling smoke.
In a biographical sketch about Claudio Vicuña —the wealthy politician pro-Balmaceda who owned the Alhambra Palace, built by José Santos Ossa— Edwards Bello goes further into his claim for the olden times: no hay torres en la arquitectura urbana, así tampoco se ven esas torres individuales, como no sean las cúpulas chorreadas de los paraguas en las tardes de invierno. Tampoco se ven ya por las calles esas miradas magníficas de independencia y self respect como las que desparramó en el Parlamento, en la hacienda y en la Plaza de Armas don Claudio Vicuña”.
“Remembering him in this centenary of his birth”, he writes, “we cannot but notice that, among the many crisis of the world, there is also the crisis of the gentleman. This is the concept of the gentleman of the 19th century, of his spirit, his arrogance, his vitality and, also, why not say it? of his attire. In all the countries the top hat seems to disappear, which was, undoubtedly, a symbol, a crowning. In Santiago we slowly saw the decline of this garment, first ridiculed sans en avoir l’air by the know scribe called Incandescente, and then handed over to the noisy Shrovetide of the students. The hat, badge of good ancestry and prestige, as the crowning of a pure life when placed over silvery hairs and on privileged brains, crumbled”.
He continues: “The current man is too afraid of the mordacity of the crowds. He knows that they master the corporal and does not dare defy them with the eight reflections of the differentiating hat. As there are no towers in urban architecture, nor are seen these individual towers, if they are not the dripping dome of umbrellas in winter afternoons. Neither are seen on the streets those magnificent looks of independence and self respect as the ones that spread in Parliament, in the country estate and in the Plaza de Armas Mr. Claudio Vicuña”.
Tomo un rumbo cualquiera. Ha llovido, o está lloviendo débilmente, de modo que la transparencia de la atmósfera le aporta una carga de irrealidad a las viejas fachadas de estucos pulimentados grises y oscuras. Pareciera, por las fechas inscritas en los muros, que las construcciones se detuvieron en 1925 ó 1926. Algunos zaguanes, espiados desde el exterior, rinden como túneles del tiempo: se ven glorietas que alguna vez refulgieron de glicinas primaverales, y al fondo, más allá de la pared medianera, sobresale algún luminoso jacarandá junto a unas cuantas palmas chilenas. En cualquier momento, pareciera, va a surgir el vocinglerío alegre de un grupo de jóvenes con sus cuellos de seda abotonados y sus bucles y sus complicados botines asomando bajo el ruedo de las largas polleras. Ese tipo de mujeres que han quedado para siempre mirando melancólicamente alguna lejanía fotografiadas contra un fondo pintado de paisajes vaporosos, apoyado a veces el codo sobre un plinto de mármol. Me interno por Cienfuegos y trato de detectar el cité en que vivió Vicente Huidobro con Ximena Amunátegui. Salgo a Cumming por Erasmo Escala: ¿estará todavía la casa de Mariana Cox Stuven entre estas marisquerías, mutuales, institutos de capacitación técnica? No voy premunido de anotaciones, no se trata de una investigación sino simplemente de la inercia del interés de un transeúnte. Me interno por Santa Mónica: ahí está, como siempre, esa casa de Cruz Eyzaguirre que nunca llegamos a arrendar; nos íbamos a ir a ese lugar en 1999, asumiendo las implicancias del cambio de barrio en términos de tiempos de desplazamiento. l a casa era fantasiosa, con ojivas y vitrales de contornos resguardados con líneas de plomo; tenía comedor de servicio y una cava; lo que más
I take any course. It has rained, or is drizzling, so the transparence of the atmosphere provides a certain quality of unreal to the old facades of plaster now gray and dark. It seemed by the inscriptions on the walls that building stopped in 1925 or 1926. Some hallways, spied from outside, are like time tunnels: you can see gazebos that once were the shelter of spring wisteria, and at the end, you can see over the middle wall some luminous jacaranda together with a few Chilean palms. At any time, it seemed, it would seem, it would appear, the merry noise of a group of youngsters with their silk collars buttoned up and their ringlets and ankle boots showing under the hem of their long skirts. These kind of women has remained forever looking languidly some distant point, photographed against a background painted of diaphanous scenes, and sometimes supporting their elbow on a marble plinth.
I take Cienfuegos and try finding the slum courtyard where Vicente Huidobro lived with Ximena Amunátegui. I exit into Cumming via Erasmo Escala: is still there the house of Mariana Cox Stuven among those many shellfish restaurants, benefit societies, technical institutes? I am not carrying notes; this is not a research but simply the inertia of the interest of a passer-by. take Santa Mónica: there it is, as always, that house by Cruz Eyzaguirre that we never came to rent; we would go there in 1999, assuming the implications of the change of neighborhood impresionaba era una enredadera seca que subía al segundo piso por el costado de la escalera, adherida a las pequeñas salientes de un amplio ventanal de vidrios tamizados. Me parece que esta casa limitaba por el fondo con la que fue de Jenaro Prieto, cuya entrada estaba por Moneda. Eran construcciones de similares características. En sus frontis ostentaban escudos familiares en relieve, a estas alturas equivalentes a jeroglíficos.
Me devuelvo hacia Brasil y vislumbro la plaza, de lejos los melancólicos cités, los caserones de dos pisos donde Elson Beiruth —el mítico jugador brasileño de Colo-Colo 70— tuvo durante décadas su local de Polla Gol. Más hacia el oriente estuvo o está el club social de los detectives. En la esquina de Maturana se ve un edificio de lofts, una modalidad muy característica de la recuperación del sector durante los años noventa, que originó ciertas tensiones sociales en algunas calles donde el segmento más puntudo del vecindario vio con pésimos ojos el tránsito despreocupado de gente joven y exitosa. En la vereda de Huérfanos: ¿es la misma peluquería que Joaquín Edwards Bello le puso a doña Marta Albornoz, y donde de vez en cuando —cuando no estaba espiando a causa de los celos— se aparecía para conversar con las clientas?
Joaquín se trasladó al sector “cuando todo el mundo se había arrancado al barrio alto”; vivió en un “caserón modesto”, en Santo Domingo cerca de Cumming. l o que apreciaba declaradamente era la sencillez de clase media que imperaba en sus calles a esas alturas. Ninguno de sus vecinos, afirmaba, tenía fantasías de orígenes principescos. l os antiguos habitantes de las grandes casas se habían ido al oriente durante los años treinta: fundamentalmente a Providencia y a los nuevos loteos de El Golf. Fue una debacle, una fuga masiva, que afectó al Barrio Brasil y a su vecino Barrio República. No era el miedo a la peste, como sucedió en Buenos Aires, ni a los estragos de un terremoto, como ocurrió en Valparaíso en 1906: fue el miedo “al roto sublevado”, al saqueo de la turbamulta, al fantasma de la huelga de la carne y de los desmanes de 1891, una majamama de imágenes que se concretaban en la confusa realidad a raíz del inminente triunfo electoral de Aguirre Cerda y el Frente Popular. Edwards se quejaba de la clase in times of displacement. The house was imaginative, with pointed arches and stained glass windows which contours were protected by lead lines; it had a servant’s hall and a cave; what was most impressing was a dry vine that climbed to the second floor beside the stairs, clinging to the small projections of a large window. think this house bordered at its bottom with that it was of Jenaro Prieto, which entrance was over Moneda. They were buildings of similar characteristics. On their fronts they displayed family crests in relief, now equivalent to hieroglyphics. take back to Brasil and see the square, from a far the melancholic slum courtyards, and the two-floored mansions were Elson Beiruth —the mythical Brazilian football player in ColoColo 70– had for decades his Polla Gol store. In the corner of Maturana there is a lofts building, a most characteristic modality of the recuperation of the sector in the 1990s, which causes certain tensions in some streets where the most posh did not turn a nice eye on the careless transit of young and successful people. In the sidewalk of Huérfanos: is that the same hairdressing salon Joaquín Edwards Bello had set up for Ms. Marta Albornoz, and where every now and then —when he was not spying out of jealousy— would turn up to chat with the customers?
Joaquín moved to this area “when everyone had run to the barrio alto”; he lived in a “simple big house” on Santo Domingo near Cumming. What he declaredly liked was the simplicity of the middle class prevailed in its streets then. None of his neighbors, he stated, had fantasies of princely origins. The old inhabitants of the great mansions had gone to the east during the 1930s: mainly to Providencia and to the new divisions in El Golf. It was a debacle, a mass escape that affected the Brasil quarter and its neighboring República quarter. It was not fear of the plague, as it happened in Buenos Aires; nor of the ravages of an earthquake, as it happened in Valparaíso in 1906: it was the fear of the “revolting commoner”, the looting by the mob, the ghost of the meat strike and the outrages of 1891, a whirlwind of images that became concrete in alta con una mueca de irónico desdén: viven en calles con nombres siúticos, decía. En zonas que de noche quedan abandonadas, sin movilización, y ocupan mansiones distantes que parecen mausoleos. ¿Qué harán ahí adentro?, se preguntaba el cronista.
* * *
los bailes de fantasía no fueron privativos de la Belle Époque, si bien entre los años 1870 y 1914 arreciaron como nunca antes en la historia. Se trató, por lo demás, de una moda universal de impronta parisina. Poiret, el modisto francés, se especializó en la producción de estas instancias sociales dominadas por la histeria del exotismo, por un esteticismo un poco decadentista y otro tanto modernista. En Chile hay indicios de bailes de esta índole promediando la década del 1850. Ramón Subercaseaux no pudo asistir —por ser demasiado niño— a uno “sin precedentes en los anales de la sociedad” que se dio en la casa de la familia Tocornal. Sin embargo algunos de los circunstantes visitaron su casa ya disfrazados. “Había un puritano, un mosquetero, un escocés, una Safo y varios otros papeles que después encontré en el teatro cuando me llevaban a ver la ópera”. Según Subercaseaux, con respecto a esta fiesta “se habló meses” en el núcleo duro de la ciudad ilustrada. Por 1854, Dolores Vicuña Mackenna le cuenta por carta a su hermano Benjamín que “todo Valparaíso está en gran alarma” por un baile de fantasía que se prepara en la casa de cierto señor Schwartz. Dolores se adelanta a los acontecimientos: “l a señora Fherman va a ir de reina y el señor Fherman de rey… Josefina S. irá de húngara y Manuela de primavera”. Así como Manuel Vicuña analiza en uno de sus libros (Hombres de palabras) la retórica parlamentaria del fin de siglo, habría que hacer lo propio con la retórica general del periodo: con los manierismos que afectaron a la escritura, al habla, a la decoración y a la imaginería de los sueños colectivos de la clase predominante. los bailes de fantasía y la prosa enfebrecida eran fenómenos equivalentes. En una revista Zig-Zag de 1906 —por ejemplo— se reseña un baile “japonés” infantil de un modo que hoy nos parecería inaceptable por lo conceptuoso o esponjado, a pesar de sus aportes informativos: the confusing reality due to the imminent triumph of Aguirre Cerda and the Frente Popular Edwards complained about the high class with ironic disdain: they live in streets with pretentious names, he said, in areas that at night are deserted, with no public transport and live in distant mansions that from afar look like mausoleums. What is it they do in them? He wondered.
Fantasy balls were not exclusive to the Belle Époque, although between the years 1870 and 1914 they were the norm as never before in history. It was, by the way, a universal fashion of Parisian mark. Poiret, the French coutourier, specialized in the production of these social instances dominated by the hysteria for the exotic, for an estheticism a little decadent and also a little modernist.
In Chile there are signs of such balls in the 1850s. Ramón Subercaseaux could not attend —for being too young— to one “unprecedented in society annals” which was held in the house of the Tocornal family. However, some of those attending visited his house already in fancy dress. “There was a puritan, a musketeer, a Scotsman, a Sappho and various others that I did not see until I was taken to the theater to the opera”. According to Subercaseaux, regarding this party “it was talked of for months” in the core of the learned society. Around 1854, Dolores Vicuña Mackenna tells his brother Benjamín in a letter that “the whole of Valparaíso is in a great uproar” due to a fantasy ball being prepared in the house of a certain Mr. Schwartz. Dolores goes ahead of the events: “Mrs. Fherman will go as queen and Mr. Fherman as king…Josefina S. will go as a Hungarian woman and Manuela as the Spring”.
Like Manuel Vicuña analyses in one of his books (Hombres de palabras) the parliamentary rhetoric of the turn of the century, the same should be done about the general rhetoric of the period: the mannerisms affecting the writing, the speech, the décor and the imagery of the collective dreams of the ruling class. The fantasy luego, cerrando el plano sobre el baile en cuestión, habla de una “nutrida concurrencia de pequeños nipones, de bravísimos samourais, de geishas y musmés de por sí encantadoras, y que aparecían más adorables aún con la agitación de la danza que hacía florecer bermejas rosas en las mejillas infantiles, enarcadas por las rebeldes guedejas recalcitrantes a la sujección de los alfileres que mantenían en alto los empingorotados moños”. los periodistas de entonces eran marcadamente personales, subjetivos en sus escritos, pero curiosamente la mayor parte de las veces éstos se publicaban sin firma. Si bien el periodismo se había modernizado en relación a periódicos de pesada lectura como El Ferrocarril se conservaba un cierto tinte editorialista que ahora teñía un aparataje verbal florido y elevado. balls and the feverish prose were equivalent phenomena. In a ZigZag magazine of 1906 is consigned a children’s “Japanese” ball in a manner that today we would consider unacceptable for being too praising or fluffy, despite its informative contributions:
“Años ha”, escribe el anónimo periodista, “los hermanos Goncourt introdujeron —los primeros en el mundo occidental— el hábito de las japonerías caprichosas, frágiles, artísticas, destinadas a ejercer en todos la poderosa sugestión de su carácter exótico, sus tonos abigarrados, su extravagante conformación. los libros de Pierre loti vinieron a reforzar esta tendencia del público hacia la caprichosa moda del gusto predominante en el imperio del crisantemo y de las deliciosas musmés de ojos oblicuos”.
En otra página de la misma revista Zig-Zag se informa sobre los alcances de la beneficencia organizada por señoras ilustres. El texto toma partido y deja para nosotros los atisbos de una polémica que probablemente se desvaneció sin registros. l as mencionadas señoras “soportan alegremente desvelos, fatigas y amarguras. Porque todo esto cuestan esos conciertos, esas kermesses, tan fáciles, al parecer, tan agradables para el público. Se le hacen cargos a la caridad, se dice que hay una ciencia social que la reemplaza por la “solidaridad”, para que así lo que se recibe sea el fruto de un esfuerzo, de una economía anterior. Pero eso es nuevo, eso no está organizado todavía, y, mientras tanto hay inválidos, hay hambrientos y miserables. No hay que creer a las admiradores de Nietzsche que pretenden que la caridad es una corruptela. l a caridad es una fuerza de la Naturaleza, es un alto sentimiento, uno de los que forman la base de la vida social”.
“For years now”, writes the anonymous journalist, “the Goncourt brothers introduced —the first in the western world— the custom of the Japanese-like, whimsical, fragile, artistic, aimed at exercising all of the powerful suggestion of its exotic character, its multicolored hues, its extravagant conformation. Pierre Loti’s books but confirmed this trend of the public to the whimsical fashion of the taste prevailing in the chrysanthemum empire and of the delicious ladies of slanted eyes”.
Then, closing the shot on the subject ball, it is mentioned a “large crowd of small Japanese, of brave samurai, of geisha and musme, themselves delightful and who appeared even more adorable even when the excitement of the dance made crimson roses blush the children’s cheeks, framed by rebellious hairs reluctant to the fastening of the pins that kept in place the high buns”.
Journalists in the day were markedly personal, subjective in their writings, but curiously most of the times they published without signing. Although journalism had modernized in relation to the newspapers of heavy reading as El Ferrocarril it kept a certain editorialist air now tinted with a flowery and high raised verbal apparatus.
In another page of the same Zig-Zag magazine it is informed of the reaches of the benefit organized by the elite ladies. The text takes sides and leaves for us inklings of a controversy that probably vanished without records. Said ladies “gladly bear worries, fatigue and bitterness. For all this is the price of those concerts, those kermises, so easy, apparently, so nice to the public. Charges are made to charity, it is said that there is a social science that replaces it with “solidarity”, so that what it receives is the fruit of an effort, of a previous economy. But that is new, it is not yet organized and, meanwhile there are invalids, there are hungry and miserable. Nietzche’s admirers are not to be believed pretending that charity is corrupt. Charity is a force of Nature; it is a high feeling, one of those forming the base of social life”.
Entre las damas caritativas se menciona a doña Teresa Cazotte de Concha, fundadora de la Sociedad de las Creches, destinada a ayudar a los niños pobres. Ella representa en sí misma un capítulo aparte en esta seguidilla de pequeñas historias. De hecho, algo de su espíritu puede detectarse hoy en las callejuelas del microbarrio Concha y Toro, en la Alameda entre Cumming y Maturana. Teresa Cazotte mandó a construir ese pequeño enclave europeo (compensación de la nostalgia por su infancia parisina) en el terreno correspondiente al parque del lujoso y recordado palacio oriental de su propiedad: el Palacio Concha Cazotte (construido en la década del 1860 por el minero José Díaz Gana). Se trataba, según numerosos testimonios, de una fantasía arquitectónica sobrepujada, fuera de control. l a gente le decía el palacio de las cúpulas de oro. Minaretes, almenas, ojivas, espigas, cúpulas: toda la imaginería proveniente del exotismo espacial y temporal se congregó en sus magnificentes proporciones, en lo que alguien llamó “una pesadilla turco-siamesa”.
El Palacio Concha Cazotte o Díaz Gana o Quinta de Caracoles –donde se dieron los bailes de fantasía más sonados de la historia de Chile– fue demolido en 1933, cuando ya sus antiguos antejardines habían sido ocupados por el edificio del Teatro Carrera, privando a la Alameda de la vista del palacio y arrasando con sus misteriosos estanques habitados por cisnes. Algo del mobiliario original resiste hoy en las dependencias del Hotel Valdivia.
Edwards Bello escribió a propósito de esa demolición: “Esta Alhambra austral, tapada y soterrada por el corretaje y la compra-venta, no tiene nada que ver con la oligarquía o cualquiera otra de esas fobias nacionales. El palacio Concha y Toro, destripado ayer en el remate, es como la marca, es como la huella del esfuerzo popular en Caracoles y Chañarcillo. En Caracoles, sobre todo”. El cronista, que alguna vez escribió que los palacios eran “sueños congelados”, no puede sino favorecer el espíritu que animó a los mineros que hicieron fortuna en la segunda mitad del siglo XIX. En él cree ver Edwards Bello rasgos del tipo de chileno aventurero que representó alguna vez Pérez Rosales: imprevisor, arrojado, jugador, inquieto, fantasioso. Todo lo contrario, según él, del tipo nacional de agricultor: reposado y carente de imaginación.
Among those society ladies is mentioned Mrs. Teresa Cazotte de Concha, founder of the Crèches Society, destined to aiding poor children. It represents a whole chapter of this line of small histories. In fact, some of its spirit may be found in the lanes and alleys of the Concha y Toro micro-quarter, on Alameda between Cumming and Maturana. Teresa Cazotte had this small European enclave (compensation for the nostalgia of her Parisian childhood) on the land corresponding to the park of the luxurious and remembered eastern palace of her property: the Concha Cazotte Palace (built in the 1860s by the mining businessman José Díaz Gana). It was, according to many testimonies, of an overdone architectural fantasy, out of control. The people called it the palace of the golden domes. Minarets, battlements, pointed arches, spikes, domes: all the imagery from the special and temporal exoticism added in its magnificent proportions, into what someone called a “Turkish-Siamese nightmare”.
The Concha Cazotte (or Díaz Gana or Quinta de Caracoles) Palace —where the most talked of fantasy balls in the history of Chile— was demolished in 1933, when its old front gardens had been taken by the building of the Teatro Carrera, depriving the Alameda of the views of the palace and had destroyed its mysterious ponds inhabited by swans. Some of its original furniture still resists today in the dependencies of the Hotel Valdivia.
Edwards Bello wrote regarding this demolition: “This southern Alhambra, covered and hidden by brokerage and purchase and sales, has nothing to do with the oligarchy or any other of those national phobias. The Concha y Toro Palace, gutted yesterday in the auction, is like the imprint, the trace of the popular effort in Caracoles and Chañarcillo. In Caracoles above all”. The writer, who once wrote that palaces were “frozen dreams”, cannot but favor the spirit that drove the miners that came into wealth in the second half of the 19th century. In them Edwards Bello thinks he sees features of the adventurous Chilean once represented by Pérez Rosales:
El Palacio Concha Cazotte fue tan imponente como el Palacio Urmeneta (en Monjitas), el Undurraga (en Estado y Alameda), el Elguín (en Brasil y Alameda), o el Subercaseaux (Agustinas frente al Municipal), sólo que a diferencias de éstos se prolongaba en un parque “de ensueño”, con viejos y espesos follajes, laberintos, una laguna artificial, escaleras y marmóreas terrazas. “o cupaba casi toda la manzana que llegaba al poniente hasta la avenida Cumming y sobrepasaba por el norte la calle Erasmo Escala”, precisa Hernán Eyzaguirre lyon. “Aún recuerdo la cúpula dorada que sobresalía del soberbio edificio, de las más puras líneas arquitectónicas moriscas, y la enorme escalera de mármol que daba acceso a la entrada... Pero lo que mejor quedó grabado en mi mente aún infantil fue la idílica laguna que podía divisarse a través de las rejas de la entrada por la Alameda, sobre cuyas aguas se deslizaban varios hermosos cisnes”.
“Quienes lo conocieron por dentro”, continúa Eyzaguirre, “cuentan que el palacio poseía cinco o más salones cuyos techos, preciosamente artesonados y del más puro estilo oriental… los muros estaban tapizados de seda y de ellos colgaban telas de maestros italianos y franceses. Grandes arañas de cristal Baccarat completaban el decorado”.
Al menos dos fiestas memorables abrieron el palacio a cientos de invitados. l a primera, en 1910, en homenaje al Presidente argentino Figueroa Alcorta, el Jettatore que visitaba Chile oficialmente con motivo del Centenario. l a segunda, el baile de fantasía ofrecido por los Concha Cazotte en octubre de 1911, cuyas fotografías se publicaron pocos meses después en un libro-registro del acontecimiento social.
Sobre el baile de 1910 vale la pena revisar la síntesis que hace Martina Barros en sus memorias. Escribe: “En aquel suntuoso palacio ricamente alhajado con bellísimas obras de arte, soberbia vajilla digna de banquetes reales, deslumbrante de luces y de flores, con enorme concurrencia de damas hermosas y elegantes, caballeros de alta situación en el Gobierno, en el Congreso, en las finanzas, en el Ejército, en la Marina, extranjeros distinguidos, el Cuerpo Diplomático y juventud aristocrática, hizo su entrada el not keen to making plans, daring, restless, fantasist. The complete opposite, according to him, of the national type of the agriculture man: reposed and lacking of imagination.
The Concha Cazotte Palace was as imposing as the Urmeneta Palace (Monjitas), the Undurraga Palace (Estado and Alameda), the Elguín Palace (Brasil and Alameda) or the Subercaseaux Palace (Agustinas, in front of the Teatro Municipal), only unlike these others it extended into a “dream” park, with old and thick foliage, mazes, an artificial lagoon, marble stairs and terraces. “It used almost a whole block that went to the west until Cumming Avenue and on the north it went beyond Erasmo Escala Street”, Hernán Eyzaguirre Lyon notes. “I still remember the golden dome standing above the superb building, of the purest Moorish architectural lines and the huge marble stairs that lead to the entrance…But what was engraved in my memory, still a child’s one, was the dreamy lagoon that could be seen from the entrance gates on Alameda, on which waters glided numerous beautiful swans”.
“Those who knew it inside”, continues Eyzaguirre, “tell that the palace had five or more rooms which ceilings, beautifully coffered and of the purest eastern style…Walls were covered in silk and from them hand paintings by Italian and French masters. Great Baccarat chandeliers completed the décor”.
At least two memorable parties opened the palace to hundreds of guests. The first one, in 1910, in honor of the Argentinean President Figueroa Alcorta, the Jettatore, who was in official visit in Chile for the Centennial. The second one, the fantasy ball offered by the Concha Cazottes in October 1911, which photographs were published a few months after in a book-record of the social event.
About the 1910 ball it is worth reviewing the summary Martina Barros makes in her memoirs. She writes: “In that magnificent palace, richly furnished with very beautiful works of art, superb china worthy of royal banquets, dazzling with lights and flowers, the a large turn-up of beautiful and elegant ladies, gentlemen in the high ranks of Government, of Congress, of Finance, the Army, the Navy, distinguished foreigners, the Diplomatic Corps and the aristocratic
Presidente argentino, al son del Himno Nacional de su patria, cuyos acordes partieron de la cúpula del salón central. ¡Aquello fue grandioso y emocionante! De igual manera se recibió enseguida a nuestro Mandatario, don Emiliano Figueroa, y así se inició aquel baile soberbio”.
Esa noche, según averiguaciones de Eyzaguirre lyon, se utilizó vajilla de plata maciza de Caracoles y porcelana de Sèvres. Parte del buffet consistió en: paté de foie-gras, galantinas, langostas, pavos, ponche a la romana, vinos franceses “y la espumosa viuda como todos llamaban familiarmente al champagne l a Veuve Clicquot, y, como broche de oro, la extensa gama de la fina dulcería chilena”.
Echar un vistazo al álbum de la fiesta no deja una gran impresión, aparte de las fotos del recinto en cuestión. Uno no ve más que gente disfrazada: emperadores, “huríes”, Colombinas, húsares. Sin duda la emoción social de haber estado ahí es en parte intraducible y de ahí que el lenguaje de las descripciones sea tan encumbrado y sonoro. Martina Barros, presumiblemente testigo directo, habla del “movimiento asombroso de aquella enorme concurrencia y la animación desbordante con la que se bailó hasta el alba, cotillones alegres que cruzaban en cadenas interminables, llevando la alegría, batiendo sus insignias que producían un efecto fantástico en aquel palacio encantado”.
Esa noche, el niño Alberto Spiking-Howard (que llegaría a ser psiquiatra, músico y escritor) vivía una situación del todo distinta en su casa de Chuchunco, por entonces uno de los peores barrios de la ciudad. Su padre, inglés, técnico de la Compañía de Gas, se tomaba, como hacía habitualmente, una cerveza entibiada junto a la chimenea. Tenía un rito extraño: pedía silencio a la familia, apagaba la luz y esperaba la aparición de los ratones, que se aproximaban hipnotizados por las llamas y ejecutaba una especie de danza. Su mujer lo reprendía cuando lo veía tomar alcohol y eso fue lo que sucedió esa noche 1911. Hubo una pelea entre ellos. “Como lo había hecho en otras ocasiones”, recuerda Spiking-Howard en uno de sus libros, “creyó mi padre que la mejor manera de restablecer la calma y recuperar la autoridad era expulsarnos a ambos a la calle; youth, entered the Argentinean President, to the sound of the National Anthem of his homeland, which strains started from the dome of the central hall. That was magnificent and moving! In the same manner was received our President, Mr. Emiliano Figueroa, and thus begun that superb ball”. a empellones y puntapiés nos arrojó de la casa, cerrando tras de nosotros la puerta principal”.
That night, according to enquiries by Eyzaguirre Lyon, was used a solid silver dinner service and Sèvres china. Part of the buffet was: foiegras, galantines, lobster, turkey, punch, French wines “and the sparkling widow, as every one called champagne La Veuve Clicquot”, and as a crowning point, the extensive range of the finest Chilean confectionery. Flipping through the pages of the party album is not as impressive, other than the pictures of the subject house. One does not see but people in fancy dress: emperors, houris, Columbines, hussars. No doubt the social emotion of having there cannot be translated to a certain degree and thus the language of descriptions is so high and grandiloquent. Martina Barros, presumably a direct witness speaks of the “amazing movement of that large crowd and the busting excitement with which it danced until the break of dawn, merry cotillions that crossed in never ending chains, carrying the merriment, showing their insignia that produced a fantastic effect on that enchanted palace”.
That night, the child Alberto Spiking-Howard (who would become a psychiatrist, musician and writer) lived an entirely different situation in his house in Chuchunco; then one of the worst quarters in town. His father, an Englishman, technician of the Gas Company, drank, as he usually did, a beer warmed up by the fireplace. He had this bizarre ritual: he hushed the family, turned off the light and then waited for the appearance of the mice, who drew near hypnotized by the flames and executed some sort of dance. His woman reprimanded him when she saw him drink alcohol and that was what happened in that night of 1911. There was a fight between them. “As he had done on other occasions”, remembers Spiking-Howard in one of his books, “my father thought the best way to restore peace and recover authority was to kick us both to the street; pushing and kicking he flung us from the house, closing after us the main door”.
Madre e hijo se largaron a caminar sin mucho destino por las calles nocturnas, y por Echaurren accedieron a la Alameda. “Al llegar a la esquina”, sigue Spiking-Howard, “divisamos el Palacio Concha Cazotte, todo iluminado, y, tras la reja que lo protegía de la calle, vimos brincar el agua de los surtidores y, entre los árboles y las plantas de los jardines, pasear parejas de disfrazados en atuendo de reyes, reinas, princesas, pastores y Pierrots. Desde la terraza llegaban los armoniosos acordes de la orquesta. De vez en cuando se detenían frente a la puerta principal negros y relucientes carruajes, de los cuales descendían otras parejas igualmente disfrazadas, con el rostro cubierto por antifaces de seda”.
Al rato, embobado por el fantástico espectáculo, el niño se había olvidado de que no tenía casa. Permaneció pegado a la reja hasta las tres de la mañana, sin perderse detalle del magnífico jolgorio ajeno. Cuando le dio sueño y frío volvió donde su madre, que estaba en uno de los bancos de la plaza central de la Alameda. Se apegó a ella y se quedó dormido. Despertó al día siguiente en su casa, volado de fiebre, junto al médico. En su delirio seguía viendo a los disfrazados del Palacio Concha Cazotte rodeando su cama: un rey Sol, una pastora con báculo de plata, usurpando la identidad de sus padres.
Mother and son took to wandering with much aim the night streets, and through Echaurren they came upon Alameda. “Upon arriving to the corner”, continues Spiking-Howard, “we saw the Concha Cazotte Palace, all lit up and, behind the railings protecting it from the street, we saw water jumping from the sprinklers and, between the trees and the garden plants, saw couples strolling in costumes of kings, queens, princesses, shepherds and Pierrots. From the terrace reached the harmonious strains of the orchestra. Every now and then black and glossy carriages would come to the door, from which descended other couples, likewise in fancy dress, and their faces covered by silk masks”.
After a while, spellbound by the fantastic spectacle, the child had forgotten he did not have a home. He remained glued to the railings until three in the morning, without losing a detail of the magnificent merriment of others. When he became sleepy and cold he returned to his mother, who was on one of the benches in the central square of Alameda. Drew close to her and fell asleep. He woke up the next morning, beside himself with fever, close to the physician. In his delirium he continued seeing those in costume from the Concha Cazotte Palace surrounding his bed: a Sun King, a shepherdess with a silver staff, taking the identities from his parents.
CAPíTUlo III - CHAPTER III