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La nueva República

The New Republic

Hay ciertos momentos de la historia en que las grandes ciudades, más allá de su impulso fundacional, fraguan o reinventan su identidad. l as circunstancias son diversas: a veces trágicas, como cataclismos, desastres o guerras; a veces producto de una repentina bonanza económica apareada con paz social y estabilidad política; a veces con ocasión de eventos trascendentes y espectaculares, como una feria universal o unos juegos olímpicos, y casi siempre fruto de la voluntad visionaria de sus respectivos regentes y el concurso de la sociedad. l as buenas ciudades se construyen, más que ninguna otra cosa, gracias al orgullo de sus habitantes.

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Santiago de Chile, en la época del primer centenario de la República, si bien relativamente pequeña (350.000 habitantes versus 3 millones en París o 1.5 millones en Buenos Aires), debe haber sentido el incontenible entusiasmo de finalmente semejarse a una gran capital mundial. l a victoria de la Guerra del Pacífico, una generación antes, le había dado al país un indudable ímpetu nacionalista, renovado prestigio internacional, así como garantías ciertas de pujanza económica: los vastos territorios anexados tras la guerra aseguraban riqueza y predominio en la región. Tenía buenas razones Chile para mirar confiado el futuro; la posición estratégica de Valparaíso en la costa del océano Pacífico la había convertido en una de las ciudades más modernas del mundo, puerta de entrada al país de la cultura, la ciencia, las noticias y las modas del momento, todo lo cual llegaba a Santiago por medio del ferrocarril, parte de una extensa red que terminaría de conectar al país completo, desde Iquique hasta Puerto Montt, en 1913.

En efecto, todos los adelantos imaginables se habían venido materializando vertiginosamente en las décadas precedentes al Centenario; primero en Valparaíso, inmediatamente después en Santiago. Así aparecieron las pavimentaciones, las redes de agua y alcantarillado, el alumbrado a gas y luego eléctrico, el transporte público, el telégrafo, el teléfono. Gracias a la red ferroviaria, las comunica-

There are certain times in history in which big cities, beyond their foundational drive, forge or reinvent their identity. The circumstances are diverse: sometimes tragic, as cataclysms, disasters or wars; sometimes as a result of prosperity paired with social peace and political stability; sometimes with the occasion of transcendent and spectacular events, such as a world fair or Olympic Games; and most always as fruit of the visionary vision of their rulers and the concourse of society. Good cities are built, more than anything, thanks to the pride of their inhabitants.

Santiago, Chile, at the time of the first centenary of the Republic, although quite small (350,000 inhabitants, opposed to 3 million in Paris or 1.5 million in Buenos Aires), must have felt the same enthusiasm that cannot be contained of finally being similar to a large world capital. Victory in the War of the Pacific (one generation earlier) had given the country an undoubted nationalist impetus, renewed international prestige, as well as certain guarantees for prosperity: the vast territories annexed after the war ensured riches and prevalence in the region. Chile was very confident to look to the future with trust.

Valparaíso’s strategic position in the coast of the Pacific Ocean had made it into one of the most modern cities in the world, entry gate to the country for culture, science, news and fashions of the time, all of which would reach Santiago on the railway, part of an extended network that would finally connect the whole country, from Iquique to Puerto Montt, in 1913.

In fact, every thinkable advance had become materialized vertiginously in the decades preceding the Centenary: first in Valparaíso and immediately afterwards in Santiago. That is how paved streets appeared, water and sewage networks, gas lighting and then electric one, public transportation, telegraph, telephone. Thanks to the rail network communications had been perfected (especially ciones se habían perfeccionado (especialmente el correo) facilitando el desarrollo de poblados a lo largo del territorio y permitiendo una administración pública extensa y eficiente. Del mismo modo, en el ámbito urbano, los avances más significativos desde la Colonia habían sido liderados por Benjamín Vicuña Mackenna en su paso por la Intendencia de Santiago, hacia 1875. Inspirado en sus diversos viajes y estadías fuera de Chile, Vicuña había logrado transformar casi milagrosamente lo que hasta entonces era un pueblo somnoliento de calles austeras, muros encalados bajo anchos tejados, un río salvaje, ningún parque, y una serie de cerros y peñones desérticos que enmarcaban la ciudad. Una generación más tarde, gracias a sus iniciativas y las de otros ciudadanos visionarios, la ciudad lucía sorprendentemente distinta: era sometida a los primeros esbozos de una planificación moderna, dotándola de límites artificiales (la circunvalación del ferrocarril con sus respectivas estaciones), abundante espacio público (notablemente, el parque Cousiño, la Quinta Normal de Agricultura y el proyecto de canalización del río Mapocho en el borde norte de la ciudad), infraestructura y servicios (el Teatro Municipal, el Mercado Central, además de provisión de agua y alcantarillado) y elementos singulares que le darían carácter identitario a la nueva ciudad, materializados en este caso en la extraordinaria transformación del cerro Santa lucía, antes una roca árida, ahora un paseo romántico y exuberantemente verde.

Este era, por lo tanto, el escenario de la joven república que se consolidaba a paso seguro a partir del último cuarto del siglo XIX, y que aspiraba fervientemente a mostrarse ante sí misma y el mundo (casi toda América acababa de independizarse) con una identidad propia, con un sentido de legitimidad, de independencia cultural, de progreso y modernidad, de riqueza; todo materializado en vivas expresiones de orgullo cívico.

No cabe duda que el referente ideal de estas visiones de modernidad es el París de fin de siglo, ciudad que ya había sufrido mail) facilitating the development of villages throughout the territory and allowing an extended and efficient public administration. In the same manner, in the urban areas, the most significant advances from colonial times had been lead by Benjamín Vicuña Mackenna when he was head of the Santiago Regional Government, towards 1875. Inspired by his various travels and stays abroad, Vicuña had managed to transform, almost miraculously, what had until then been a sleepy town of austere roads, whitewashed walls under wide roofs, a wild river, no parks, and a series of desert hills and boulders framing the city. One generation later, thanks to his initiatives and those of other visionary citizens, the city looked surprisingly different; it was submitted to the first sketches of modern planning, having provided it with artificial boundaries (the railway circumvallation with its corresponding stations), abundant public spaces (notable, the Parque Cousiño, the Quinta Normal de Agricultura and the channeling project of the Mapocho River on the northern border of the city), infrastructure and services (the Teatro Municipal, the Mercado Central, besides water and sewage provision) and singular elements that would provide an identity character to the new city, which in this case were materialized in the extraordinary transformation of the Santa Lucía Hill, before and arid boulder and now a romantic promenade and lusciously green.

This was, therefore, the scenario of the young republic that consolidated at a steady step from the last quarter of the 19th century, and which fervently aspired to show to itself and the world (almost all of America had just become independent) with an identity of its own, with a sense of legitimacy, of cultural independence, of progress and modernity, of wealth; all materialized in alive expressions of civic pride. There is no doubt that the ideal referent for these visions of modernity is Paris in the end of the 19th century, a city that had undergone a una metamorfosis radical con la apertura de los boulevards del Barón Haussmann por encargo de Napoleón III entre 1850 y 1870. Con estas transformaciones, que también incluyeron gigantescos parques e importantes obras de infraestructura, París había inaugurado un urbanismo totalitario y de vanguardia cuyas influencias llegarían con fuerza hasta los más remotos rincones del planeta. París se consagró, además, como ciudad rutilante y crisol de modernidad con la fabulosa Exposición Universal de 1889, organizada con motivo del centenario de la Revolución Francesa, ocasión en que se levantaron, entre muchas otras cosas, los grandes palacios de exposiciones que aún existen a orillas del Sena (y que sirven de precedente a nuestro Palacio de Bellas Artes) y la espectacular torre Eiffel. Fue ahí donde Chile participó, junto a todos los países civilizados del planeta, con el bello pabellón de fierro fundido y cristal que hoy se levanta en la Quinta Normal. De aquel París deslumbrante provienen, indudablemente, las ideas de transformar el polvoriento Campo de Marte en un parque Cousiño, o el árido Huelén en un Santa l ucía, o el lodazal del Mapocho en un Parque Forestal; de dotar a la ciudad de espléndidas estaciones de ferrocarril, de grandes almacenes, de museos y bibliotecas; incluso hacer de nuestra criolla Alameda, dentro de lo posible, un genuino boulevard. De aquel París proviene también el repertorio arquitectónico de todos los edificios públicos de rango monumental; tanto así que incluso viejos edificios coloniales son remodelados y modernizados con los estilos en boga, superponiendo nuevas fachadas y transformando antiguos patios en elegantes atrios cubiertos con bóvedas de acero y cristal. En el caso de las residencias de las familias adineradas, no es sólo la arquitectura la que proviene de París, sino cada obra de arte, cada elemento del mobiliario y del menaje; en suma, cada detalle posible de la atmósfera cotidiana: es toda una cultura la que se evoca. radical metamorphosis with the opening of the boulevards by Baron Haussman under commission by Napoleon III between 1850 and 1870. With these transformations, which included enormous parks and important infrastructure works, Paris had inaugurated a totalitarian and vanguard urban planning which influence would reach strongly to the more distant corners of the planet. Paris consecrated itself, also, as a glittering city and a melting pot of modernity with the fabulous 1889 World’s Fair, organized on the centenary of the French Revolution. Occasion on which were erected, among many other things, the great exhibition palaces still existing by the Seine (and that are the antecedent for our Palacio de Bellas Artes) and the spectacular Eiffel Tower.

Junto con lo que podría denominarse la “aristocracia” fundacional del país, aquellos descendientes de las familias terratenientes de la Colonia, de este nuevo orden político emerge una nueva clase social, una burguesía republicana cuya fortuna está sustentada principalmente en la explotación de recursos naturales a lo largo del territorio.

It was there where Chile participated, along with all of the civilized countries in the planet, with the beautiful pavilion of gray iron and crystal, which today is in Quinta Normal.

From that dazzling Paris come, undoubtedly, the ideas to transform the dusty Champ de Mars into the Parque Cousiño, or the arid Huelén into the Santa Lucía, or the quagmire of the Mapocho into the Parque Forestal; to provide the city with splendid railway stations, great department stores, museums and libraries, and even our very own Alameda, within possible into a genuine boulevard. From that Paris comes also the architectural repertoire of all the public buildings of monumental nature, that is so that even old colonial buildings are remodeled and modernized into the new styles in fashion, placing on top of them new facades and transforming old courtyards into elegant atriums covered with vaults in crystal and steel. In the case of residences of the wealthy families, it is not only architecture that comes from Paris, but each work of art, each piece of furniture and household items. In sum, each possible detail of the everyday atmosphere: it is a whole culture being evoked.

Together with what might be called the foundational “aristocracy” of the country, the descendants of the land-owning families from the Colonial times, in this new political order arises a new social class, a republican bourgeoisie which fortune is founded mainly in the

Algunos son extranjeros avecindados; otros inmigrantes llegados a Valparaíso, Iquique o Punta Arenas. Unos y otros constituyen, en su conjunto, el estrato visible del poder económico y político, y aún más considerando el modesto tamaño y población de las principales ciudades. Exceptuando ciertos enclaves bucólicos de extramuros, como villas y quintas de veraneo, los barrios residenciales más deseables se emplazan en las cercanías de los centros políticos y financieros. Este es sin duda el caso de Santiago, cuya topografía relativamente homogénea propició siempre una ciudad más bien compacta. l as elegantes mansiones, dispuestas estratégicamente a lo largo de la Alameda, o en las vías de acceso al parque Cousiño, o en el flamante entorno de la plaza Brasil, o el mismo centro histórico de la ciudad, constituyen las joyas de un sistema espacial, un paisaje simbólico que representa los pilares de una sociedad ejemplar.

El concepto de palacio se refiere principalmente a su condición de esplendor colectivo, de reunión de pares, de civilización, de colección y exhibición de cultura convertida en bien tangible. l a “posesión” de la cultura es una manifestación evidente de riqueza y poder político, y se comprende entonces que estas mansiones y sus familias escolten y garanticen la República, y que sea a partir de sus colecciones privadas que se constituya la institucionalidad intelectual del país a través de museos, academias, bibliotecas y universidades.

El palacio es, por lo tanto, distinto y mucho más que una gran residencia. El refinamiento doméstico viene por añadidura. Antes que una habitación, el palacio es un hecho eminentemente urbano y social, con una obligada dimensión de espacio público cuya experiencia comienza, naturalmente, desde la calle, pero continúa en la magnitud y esplendor de sus salones y jardines. Se conoce un palacio y el talento de sus moradores por el número y tamaño de sus salones, por la frecuencia de sus invitaciones y por la magnificencia de sus atenciones. Se prepara cuidadosamente la escenográfica sucesión de experiencias sensoriales desde la aproximación en la calle, el cruzar de los sucesivos umbrales, desde lo cotidiano hacia lo extraordinario, para internarse en el santuario de la elegancia y el lujo, vestíbulos y escalinatas, obras de arte e intrincados vitreauxs, muebles exquisitos, jardines de invierno, calefacción central de exploitation of natural resources throughout the territory. Some are foreigners that have settled; others immigrants having reached to Valparaíso, Iquique or Punta Arenas. The former and the latter, as a whole, are the visible stratum of the economic and political power, and furthermore considering the modest size and population of the main cities. Save for some bucolic enclaves outside the city, such as villas and summer estates, the most desirable residential neighborhood locate near the political and financial centers. This is, undoubtedly, the case of Santiago, which relatively homogeneous topography favored always a more compact city. The elegant mansions, placed strategically alongside the Alameda, or on the access ways to Parque Cousiño, or in the splendid surrounding of Plaza Brasil, or the very historical center of town, are jewels of a spatial system, a symbolic landscape representing the pillars of an exemplary society.

The concept of palace refers mainly to its condition of collective splendor, of meeting of peers, of civilization, of collection and display of culture turned into tangible good. “Possession” of culture is an evident expression of wealth and political power, and it is understood then that these mansions and their families escort and guarantee the Republic, and that it is from their private collections that is constituted the intellectual institution through museums, academies, libraries and universities.

The palace is, therefore, different and much more than a great residence. Domestic refinement comes in addition. More than somewhere to live, the palace is a fact eminently urban and social, with an obliged dimension of public space which experience begins, naturally, from the street, but continues through the magnitude and splendor of its halls and gardens. A palace and the talent of its inhabitants are known by the number and size of its halls, by the frequency of its invitations and by the magnificence of its attentions. The scenographic succession of sensorial experiences is carefully prepared, from the approach from the street, the crossing of the successive thresholds, from the ordinary to the extraordinary, and thus enter into the sanctum of elegance and luxury: vestibules and calderas de carbón, iluminación eléctrica a giorno decenas de sirvientes, para finalmente desembarcar en el salón de baile, templo de la suntuosidad, apoteosis del bienestar. l a arquitectura palaciega chilena es, dentro de los más estrictos cánones de perfección compositiva y calidad constructiva, una conjunción de aspiraciones que el arquitecto deberá resolver sabiamente. Así como la fortuna debe expresarse materialmente en la magnitud y en la nobleza constructiva, así también la nobleza del espíritu debe expresarse con los símbolos adecuados, generalmente representados a través de los estilos y las composiciones alegóricas. Finalmente, y como conviene a un país joven, ha de haber una cuota de modernidad que personifique el deseo de progreso. Es necesario entender que para Chile siempre ha resultado completamente natural adoptar un estilo arquitectónico extranjero. Desde el primer día de la conquista, la arquitectura fue una recreación de un mundo remoto e idealizado por la nostalgia, la distancia y la aventura. l a casa patronal o urbana del Chile colonial es, en realidad, la casa del secano andaluz, y antes de eso la villa o el domus romano, y todo entreverado con una semblanza del paraíso islámico. No debe sorprender, entonces, que a falta de un estilo genuinamente chileno, tengamos la permanente predisposición a un modelo foráneo. En este sentido, la influencia de l’Ecole des Beaux-Arts de París, precursora directa de las escuelas de arquitectura nacionales, es fundamental en la solución estilística de la mayoría de los edificios públicos y palacios santiaguinos de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Este academicismo francés, si bien fundado sobre un riguroso clasicismo, está repleto de licencias eclécticas y neohistoricistas propias del romanticismo europeo que se desarrolló gracias a las exploraciones arqueológicas del siglo XVIII, una creciente museología y el desarrollo de medios de comunicación globales. Es así como vemos surgir espejismos exóticos, pabellones de “ l as Mil y Una Noches” como el palacio de l a Alhambra o el desaparecido Concha-Cazotte; villas toscanas como el Falabella o el Bruna, el exuberante gótico flamenco del palacio Undurraga, la mítica Quinta Meiggs montada sobre una tornamesa de ferrocarril para buscar el sol del invierno, stairways, works of art and intricate stained glass, exquisite furniture, winter gardens, central heating from coal fed boilers, electric lighting a giorno dozens of servants, to finally end in the dance hall, temple of sumptuousness, apotheosis of the affluence.

Chilean palatial architecture is, within the strictest norms of composition perfection and constructive quality, a conjunction of aspirations the architecture shall resolve wisely. Like wealth is to be expressed materially in the magnitude and in the constructive quality, also the quality of spirit is to be expressed through the adequate symbols, generally represented through the styles and allegoric compositions. Finally, and as is convenient for a young country, there has to be a certain quota of modernity personifying the desire of progress. It is necessary understanding that for Chile has been entirely natural adopting a foreign architectural style. From the very first day of the conquest, architecture was a recreation of a remote world, idealized by nostalgia, distance and adventure. The estate house or the urban one in colonial Chile is, in reality, the house of the Andalusian dry lands, and before that the roman villa or domus and all of it mixed with a resemblance of the Islamic paradise. It is not surprising that, thus, lacking a genuinely Chilean style, we have a permanent disposition to a foreign model. In this sense, the influence of the Paris École des Beaux-Arts, direct precedent of the national architecture schools, is fundamental in the stylistic solution of most of the public buildings and Santiago palaces of the late 19 th and early 20th centuries. This French academicism, although founded on a rigorous classicism, is full of eclectic and neo-historicist licenses proper of the European romanticism that developed thanks to the archeological explorations in the 18th century, a growing museology and the development of global communication media. It is thus how we see appear exotic mirages, pavilions from the “One Thousand and One Nights” as is the Alhambra Palace or the Concha-Cazotte Palace (now disappeared), Tuscan villas as the Falabella or the Bruna Palaces, the exuberant Flemish gothic of the Undurraga Palace, the mythical Meiggs Villa mounted on a railway turntable o el apoteósico palacio Elguín, de estilo bizantino exultante, por nombrar sólo algunos. to seek the winter sun, or the apotheosis Elguín Palace, of exultant byzantine stile, just to name a few.

Estos edificios —la mayor parte desaparecidos, muchos maltrechos y unos pocos dignos sobrevivientes— representan un momento extraordinario del espíritu colectivo de Chile en su primer siglo de vida: su energía, su orgullo cívico, sus esperanzas de progreso, su enorme riqueza. Constituyen en su conjunto una semblanza histórica que de otro modo sería muy difícil reconstruir o siquiera imaginar. Pocos años después del Centenario, las promesas del salitre se esfumarían con la invención del nitrato sintético; Valparaíso perdería su posición aventajada con la apertura del Canal de Panamá, el mundo perdería la inocencia con los horrores de la gran guerra del ‘14 y luego desesperaría con la mayor crisis financiera de todos los tiempos. En 1939, el terremoto de Chillán arrasaría con las nostalgias del siglo XIX inaugurando, acaso trágicamente, la modernidad arquitectónica y urbanística chilena expresada en la sólida libertad del hormigón armado, el racionalismo arquitectónico y los conceptos de la ciudad-jardín, que por primera vez consideran al automóvil y la vegetación como elementos fundantes de la ciudad. Coincidentemente, el centro de Santiago comenzaría por esos años un nuevo ciclo vital de renovación urbana, encarnado en la ordenanza Brunner y la remodelación monumental del Barrio Cívico en torno al palacio de l a Moneda. Junto con este nuevo paisaje, muchas de las grandes fortunas mudarían para siempre su residencia a los elegantes y bucólicos barrios periféricos de la vanguardia que comenzaban a tomar forma en los loteos de las haciendas de los leones y de San Pascual, hoy Providencia y El Golf. l a ciudad reinventada, una vez más.

These buildings —most of them disappeared, many run down and a few dignified survivors— represent an extraordinary moment of the collective spirit of Chile in its first century of life: its energy, its civic pride, its hopes for progress, its enormous wealth. They are as a whole a historic representation that otherwise would be very difficult rebuilding or even imagining. A few years after the Centenary, the promises of saltpeter would vanish with the invention of synthetic nitrate; Valparaíso would lose its advantageous position with the opening of the Panama Canal, the world would lose the innocence due to the horrors of the Great War (1914-1918) and would then despair with the biggest financial crisis of all times. In 1939, the Chillán Earthquake would devastate the nostalgias of the 19th century inaugurating, albeit tragically, the Chilean architectural and urban planning modernity expressed in the solid freedom of reinforced concrete, architectural rationalism and the concepts of the garden city, which for the first time would consider the automobile and the vegetation as founding elements of the city. Coincidentally, the center of Santiago would start on those years a new vital cycle of urban renewal, embodied in the Brunner Ordinance and the monumental remodeling of the Civic Center surrounding the Palacio de la Moneda. Together with this new landscape, many of the great fortunes would move forever their residence to the elegant and bucolic peripheral neighborhoods of the vanguard that started to take form in the divisions of the Los Leones and San Pascual estates, now Providencia and El Golf. The city reinvented once again.

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