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En 1921 concluyeron oficialmente las obras en el palacio Bruna, año catastrófico para la economía chilena, que vio caer el “oro blanco” por los peñascos de Tarapacá sin valer absolutamente nada. La producción de salitre se paralizó, miles de salitreras debieron cerrar y el señor Bruna se vio obligado a vender su añorado palacio frente al Parque Forestal. La crisis había llegado como un detonante de los graves conflictos sociales que se suscitaron luego de la gran guerra europea, conflictos que destruyeron –entre tantas otras cosas– el confortable ambiente de holgura en que vivían muchas familias chilenas.
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Ni siquiera el palacio Concha Cazotte, ícono indiscutido de la opulencia del siglo XIX, se había salvado de esta mala estrella. Los despilfarros de doña Teresa, los malos negocios del señor Concha y la muerte de la menor de sus hijas, Luisa, por una intoxicación con erizos, dejó a la familia en una profunda depresión. Se terminaron las fiestas, los grandes bailes y el ambiente de ensueño acabó abruptamente cuando comenzó el loteo del gran parque, que fue reemplazado por un pequeño conjunto residencial de fachadas historicistas, que hoy se conoce como barrio Concha y Toro. En tanto, frente al palacio se instaló el Teatro Carrera, primer cine sonoro del país.
El moderno progreso había caído abruptamente sobre los hombros de doña Teresa Cazotte, que a pesar de tener que recibir a sus visitas por una discreta puerta lateral, siguió en la intimidad invitando semanalmente a sus a amigas para jugar bridge. Solo el cáncer pudo alejar a doña Teresa de su añorada mansión. En 1931, gravemente enferma fue trasladada a una pequeña casa cercana en el barrio Concha y Toro donde murió. Junto con ella se extinguían sus anécdotas, una época y un estilo de vida… el palacio fue bestialmente demolido ese mismo año. La llegada de miles de personas en busca de una oportunidad para sobrevivir convirtió a Santiago en una ciudad cada
The works of the Bruna palace concluded officially in 1921, a catastrophic year for the Chilean economy that saw the price of “white gold” from the rocky hills of Tarapacá fall to absolutely nothing. Nitrate production halted, thousands of nitrate works had to close, and Mr. Bruna was forced to sell his beloved palace across from Forest Park. The crisis was the detonator of serious social conflict that arose after the great European war. Those conflicts destroyed —among so many other things— the comfortable life of ease in which many Chilean families lived.
Not even the Concha Cazotte palace, the undisputed icon of opulence of the 19th century, had escaped that misfortune. The squandering by Teresa, the bad business dealings of Mr. Concha and the death of the youngest of their daughters, Luisa, from sea urchin poisoning, immersed the family in a profound depression. The parties and grand balls became a thing of the past and the reverie came to an abrupt end when the subdivision of the great park began, which was replaced by a small residential complex with historicist facades that is now known as the Concha y Toro neighborhood. In the meantime, the Carrera Theater was built across from the palace, the first talking motion picture theater in the country.
Modern progress suddenly burdened the shoulders of Teresa Cazotte. Despite having to receive her visitors through a discreet side door, she continued inviting her women friends to play a private bridge game every week. Only cancer took Teresa away from her beloved mansion. Seriously ill, she was moved in 1931 to a small house nearby, in the Concha y Toro neighborhood, where she died. Together with her death died her anecdotes, an era and lifestyle … the palace was bestially demolished that same year.
The arrival of thousands of people in search of an opportunity to survive was increasing the population of Santiago. There was not vez más poblada. No había espacio para alojar tanta gente, la crisis había arruinado a muchas familias que caían en la pobreza, y los que habían podido mantener su dinero buscaron un mejor porvenir al oriente de Santiago, donde comenzaba la construcción de una nueva ciudad: las urbanizaciones de Providencia, Ñuñoa y El Golf.
Los grandes palacios fueron abandonados a su suerte; los que no fueron demolidos fueron convertidos en pensiones, oficinas y comercio. “Los antiguos palacios de la ilustre calle Monjitas son ahora clubes, pensiones o tiendas. En el palacio de doña Adela Edwards de Salas he saboreado un valdiviano en medio de pequeños empleados y de obreras. Estos empleados viven lejos, por el Blanqueado, por el Carrascal y Matte; se alimentan en el Centro, sin dar importancia a la magnificencia del comedor, que funciona en lo que fue un salón tapizado en seda, cubierto de paneles franceses y cuyas puertas se adornan con dessus importados de París. El barman tuvo la bondad de mostrarme las llaves de bronce, cinceladas”, comentará
Joaquín Edwards Bello en su libro, Andando por Madrid y otras páginas.
Santiago está cambiando, la sociedad ya no es la misma, busca nuevas experiencias y estilos de vida. “Los enormes palacios no corresponden ya ni a las fortunas disminuidas por la partición forzosa, ni a las exigencias crecientes, ni a la nueva concepción de la comodidad. Las familias nuevas, retoños de aquellas grandes como tribus que vivieron en torno de los viejos patios, emigran hacia departamentos estrechos o buscan en los barrios del oriente, la casa concentrada, fácil de calentar, con un jardinillo alrededor, mejor aire y menos trabajo doméstico”, escribirá Carlos Silva Vildósola en El Mercurio de 1934. Parecen ser los ancianos quienes se niegan a abandonar el Santiago de su juventud. Con una fortuna bastante disminuida, la irreverente escritora Inés Echeverría de Larraín —Iris— vive en un cómodo departamento en la Alameda, rodeada de recuerdos atesorados en los finos muebles y en la penumbra de salas que olían a antigüedad y remedios de vejez. “Ya vamos enough space to lodge so many people, the crisis had ruined many families, who fell into poverty, and those who had been able to hold on to their money sought a better future in the east of Santiago, where the construction of a new city began: the urbanization of Providencia, Ñuñoa and El Golf.
The large palaces were abandoned to their fate. Those that were not demolished became boarding houses, offices and stores. “The old palaces on the illustrious Monjitas Street are now clubs, boarding houses or stores. I have savored a Valdivian stew in the palace of Adela Edwards de Salas among lowly clerks and working women. These employees live far away, near Blanqueado, Carrascal and Matte. They eat downtown, but give no importance to the magnificence of the dining hall that functions in what used to be a silk tapestried salon covered with French panels whose doors were adorned with decorative above-door paintings imported from Paris. The bartender was nice enough to show me the carved bronze keys,” as Joaquin Edwards Bello would comment in his book, Andando por Madrid y otras páginas .1
Santiago was changing; society was not the same. It was looking for new experiences and lifestyles. Carlos Silva Vildósola wrote in El Mercurio in 1934: “ The huge palaces no longer represent either the fortunes reduced by forcible division or the growing exigencies or the new concept of comfort. New families, offshoots of the large families that lived like tribes around the old courtyards, are migrating to tiny apartments or looking for a compact, easy-to-heat house in the eastern neighborhoods with a little garden surrounding it, better air and less housework It seemed that the elderly were the ones refusing to abandon the Santiago of their youth. Her fortune quite reduced, the irreverent writer Inés Echeverría de Larraín —Iris— lived in a comfortable apartment on Alameda Avenue surrounded by treasured memories in the fine furniture and in the semi-darkness of rooms that smelled of antiquity and old-age remedies. This elderly lady commented to quedando pocos de esos tiempos. La mayoría de los que algo valían se han ido. Hoy sobreviven los siúticos, los que hacen dinero de modo vergonzoso o todos cuantos viven del engaño o del oropel. ¿Caballeros? Pocos. ¿Vale la pena vivir para ver cómo acaba todo en el barro?”, comentará la anciana al escritor Alfonso Calderón (Memorias de memoria), mientras pasa sus días observando como el Chile que conocía desaparece. El inexorable paso del tiempo extingue a los viejos estandartes de esa pretenciosa belle époque santiaguina, que cubrió con su encanto los rincones de esta ciudad perdida al fin del mundo. No fue fastuosa su caída en un país cuya memoria patrimonial está en seria discusión; fue fácil ver caer bajo la picota –e incluso los explosivos– parte importante de esas notables residencias que llenaron de orgullo a sus propietarios durante el siglo XIX. No hubo protección para ningún edificio; a pesar de que el Consejo de Monumentos Nacionales se había creado en 1925, su acción irregular sólo había declarado en 20 años como patrimonio cuatro edificios en Santiago –La Moneda, las iglesias de San Francisco y Santo Domingo y la casa de Manuel Montt–, dejando a merced del progreso todo el sector norte de la Plaza de Armas, los Tribunales de Justicia e incluso la Casa Colorada, cuna de la Independencia.
1 Translator’s note: The title of this book translates as Visiting Madrid and other writings.
Qué más se podía esperar entonces para obras con un carácter mucho menos histórico… Paulatinamente los barrios son desmantelados, se demuelen grandes casas para dar paso a edificios en altura o sitios eriazos usados como estacionamientos; los grandes palacios quedan sin contexto, aislados como elementos casi anecdóticos en una urbe que busca su nuevo destino. La mansión de Manuel Bulnes es demolida en 1969, le siguen las casas aledañas al Congreso, la Plaza de Armas, la Alameda y el barrio del Parque Forestal. La construcción de la carretera panamericana demuele toda una manzana en el corazón del Centro de Santiago, dividiendo un barrio que funcionó en perfecta armonía por casi un siglo.
“Ahora llegan entre diez y veinte propuestas diarias: hacemos varias demoliciones al mismo tiempo… gracias al au- writer Alfonso Calderón (Memorias de memoria 2), as she spent her days watching the Chile that she knew disappear : “There are just a few of us left from those times. Most anyone who was worth something is gone. Today only the vulgar survive, who make money in a shameful manner or all those who live off of deceit or glitter. Gentlemen? Few. Is it worth living to see how everything ends up in the muck?”
The inexorable passing of time lowered the old banners of that pretentious Santiagoan Belle Époque that bathed the corners of this city, lost at the end of the world, in its charm. Its demise in a country whose memory of heritage is under serious debate was not ostentatious. It was easy to see a good portion of those notable residences that filled their owners with pride during the 19th century fall victim to the pick and even explosives. No building was immune. Although the National Monuments Council had been created in 1925, in 20 years its irregular work had resulted in the declaration of just four buildings in Santiago as heritage–the Moneda, the Church of Saint Francis and the Church of Saint Dominic and the house of Manuel Montt, leaving the entire sector north of the Main Square, the Courts of Justice and even the Casa Colorada (Red House), the cradle of Independence, to the mercy of progress. What else could be expected, then, for works with much less of an historic nature … Neighborhoods were being gradually dismantled, large homes were being demolished to give way to high rises or vacant lots used for parking. The grand palaces were left without context, alone, virtual anecdotes in a metropolis that was looking for its new destiny. The mansion of Manuel Bulnes was demolished in 1969, followed by the houses beside the Congress, Main Square, Alameda Avenue and the Forest Park sector. The construction of the Pan-American Highway led to the destruction of an entire block in the heart of downtown Santiago, dividing a neighborhood that worked in perfect harmony for nearly a century.
“Now between ten to twenty proposals arrive daily: we perform several demolitions at the same time … thanks to the mento de la construcción. Antes de la mano bruta se retira lo aprovechable; pero no siempre con éxito: las chimeneas de mármol, por ejemplo, se rompen a veces al sacarlas, lo mismo que el mármol de los pisos. Espejos empotrados no se ven… además los dueños se llevan muchas veces las cosas bonitas como recuerdo, las pilas de agua o las escaleras de caracol. Hay detalles que no se pueden aprovechar, los frisos antiguos que adornaban las paredes se rompen porque son de yeso y las barandas de escalera. Los materiales que no salen de la bodega en cuatro años, tienen ya su destino prefijado: el fierro va al fierro viejo, la madera a la leña, por muy hermosas que hayan sido las casas que adornaron…”, publica El Mercurio de 1980 en un artículo sobre las empresas de demolición en Santiago. Así, nuestra capital pierde sus exponentes arquitectónicos, esos mudos testigos de épocas pasadas, en cuyos muros se atesoran los elementos trascendentales que sintetizan nuestras costumbres, modas, estilos de vida, historia y cambios, de una sociedad que pretendió en apenas 100 años convertirse en el París americano. Los edificios que hoy existen son un documento abierto a los ciudadanos, que adquieren un nuevo valor si consideramos que se salvaron milagrosamente de la tempestad provocada por esa inconsciencia histórica tan propia de nuestro país.
2 Translator’s Note: The title of this work translates as Memoirs from memory.
Demos hoy al mediodía una vuelta por el Centro de Santiago, no pretendamos encontrar a doña Delia Matte ni a alguna de las bellezas saliendo de misa; tampoco visitar el palacio Urmeneta en la calle Monjitas o divisar las cúpulas doradas de Díaz Gana en la Alameda. Extrañémonos de ver la plaza del teatro sin los medallones florentinos de la casa Arrieta, o apoyarnos en los fríos pórticos de la techada galería San Carlos. Caminemos por el populoso Santiago actual, miremos con detención porque aún exhibe en sus aceras el esplendor de sus mejores años: en el Parque Forestal las hojas otoñales caen sobre las terrazas del soberbio palacio Bruna, paradigma de la riqueza salitrera. Veremos más al sur caer el agua de la fuente de Neptuno en el cerro Santa Lucía, mientras nos acercamos a la plazoleta de Vicuña Mackenna, donde el Intendente obser - increase in construction. What is usable is removed before the demolition, but not always successfully: marble chimneys, for example, sometimes break when they are removed, the same with the marble on the floors. Embedded mirrors cannot be seen … and the owners also often take the pretty things as souvenirs, water fountains or spiral stairways. There are decorations that cannot be saved, the old friezes that adorn the walls break because they are made of clay, as do the railings of stairs. The materials that do not leave the warehouse for years already have a pre-determined fate: iron becomes scrap, wood becomes firewood, howsoever beautiful the houses that they adorned were …” was published by El Mercurio in a 1980 article on the demolitions companies in Santiago. So, our capital lost its architectural exponents, those silent witnesses to past eras whose walls hoarded the treasure of transcendental elements that synthesized our customs, fashions, lifestyles, history and changes in a society that tried, in barely 100 years, to become a South American Paris. The buildings existing today are a book open to citizens that take on a new value if we consider that they were miraculously saved from the tempest caused by that historical irresponsibility so natural to our country.
If we were, today, to take a walk at noon through Downtown Santiago, we know we will not encounter Delia Matte or any of the beauties leaving mass, nor can we visit the Urmeneta palace on Monjitas Street or gaze at the golden cupolas of Díaz Gana on Alameda Avenue. We miss seeing the theater square without the Florentine medallions of the Arrieta house or being able to lean against the cold porticos of the roofed Saint Charles gallery. Let’s walk through the populous present Santiago, let’s look carefully because the splendor of its best years can still be seen on its sidewalks: the autumn leaves fall on the terraces of the superb Bruna palace in Forest Park, the paradigm of nitrate wealth. Further to the south, water spurts from the Neptune fountain on Mount Santa Lucia as we approach the small Vicuña Mackenna square where the Intendant watches his city alongside a winged muse. Let us go a bit further va su ciudad junto a una musa alada. Vayamos un poco más al norte: frente al remozado teatro todavía podemos oír el refinado piano de doña Juana Browne, que traspasa las delicadas ventanas de su palacio barroco, haciendo vibrar a los asistentes que esperan en largas filas su entrada por el pórtico del teatro, el mismo que se cubrió de sangre en 1905.
Recorramos el edificio del Congreso, por la misma acera donde caminaron las elegantes señoritas Edwards Mac Clure o salieron los coches con dignatarios durante las fiestas del Centenario. Miremos el delicado friso que recorre la fachada del palacio Edwards, testigo de la suntuosidad de una mujer que adoraba el arte y el lujo. Más al sur la fachada del palacio de los Larraín Zañartu alberga un pequeño mall; caminemos un poco más para maravillarnos con la magia oriental de la Alhambra, que aún sobrevive en calle Compañía. En la esquina todavía campean en la fachada de su palacio las iniciales de don Claudio Matte, quien murió ahí casi centenario. Desde ese portón partió su cortejo hasta el Cementerio General, donde descansa en un espectacular mausoleo egipcio.
¿Qué diría doña Carolina Iñiguez de Pereira al ver su palacio derruido hoy lleno de profesionales que pretenden rescatarlo de la ruina? Su pórtico de doble altura y la galería vidriada que tan famoso lo hizo, hoy vuelve a ver la luz después de años de abandono. Si seguimos más al poniente la derruida Basílica del Salvador nos recibe, como guiándonos por los mismos caminos que pasaba la procesión de la Virgen del Carmen. En la calle Cienfuegos nos saludan las niñas desde los balcones, mientras vemos aún gárgolas, dragones y duendes en algunas fachadas. La cúpula de los Larraín relata la historia de un barrio, mientras que la casa de los Letelier o la del arquitecto Edwards Matte nos transportan a los vertiginosos cambios de la era del automóvil. Salimos a la Alameda: ya no está la fuente de Neptuno —inspirada en la de Versalles— donde los niños hacían carreras de botes. Sí está el maravilloso palacio Elguín con su cúpula apreciable desde toda la ciudad, en cuyos sótanos se ocultaron por años lingotes de north: across from the remodeled theater we can still hear the refined piano-playing of Juana Browne, which floats through the fine windows of her baroque palace, making theater-goers vibrate, who are waiting in long lines to pass through the theater portico, the same one that was covered in blood in 1905.
Let’s walk past the Congress building on the same sidewalk where the elegant young Edwards Mac Clure daughters walked or ventured out in coaches with the dignitaries during the Centennial celebrations.
Let us look at the fine frieze that adorns the facade of the Edwards palace, witness to the lavishness of a woman who adored art and luxury. Further to the south, the facade of the Larraín Zañartu palace is home to a small mall. Let us walk a bit further to marvel at the oriental magic of the Alhambra, which still survives on Compañía Street. The initials of Claudio Matte, who died there nearly a century ago, can still be seen on the corner facade of his palace. His entourage departed through that gate towards the General Cemetery, where he rests in a spectacular Egyptian mausoleum.
What would Carolina Iñiguez de Pereira say if she saw her damaged palace now full of professionals who are trying to rescue it from ruin?
Its double-height portico and the windowed gallery that made it so famous are today again seeing light after years of abandonment.
If we continue further to the west, we will come across the downtrodden Basilica del Salvador, as if guiding us along the same roads followed by the procession of the Virgin of Carmen. Little girls greet us from the balconies on Cienfuegos Street and we can still see gargoyles, dragons and goblins on some facades. The cupola of the Larraíns tells the story of a neighborhood, while the house of the Leteliers or that of the architect Edwards Matte transports us to the dizzying changes of the automobile age. We come out on Alameda Avenue: Neptune’s fountain —inspired by the one at Versailles— is gone, where children used to hold boat races. But the marvelous Elguín palace is still there, with its cupola that can be seen from all over the city. For years its basements concealed solid gold ingots–golden reflections that eclipsed the cupolas of the Díaz oro macizo –reflejos dorados que eclipsaban las cúpulas de la quinta Díaz Gana, donde doña Teresa Cazotte dio inicio al baile del siglo, con sus más de 300 invitados, y que fue reemplazada por un hermoso conjunto residencial de intrincadas calles a la europea.
La belle époque de Santiago vive aún en esos pequeños retazos de historia, imperceptibles al transeúnte ajetreado. Debemos –como dijo Benjamín Vicuña Mackenna– “peregrinar por las calles de Santiago; es una gráfica lección de historia, los edificios tienen alma y reflejan, con mayor fidelidad que muchos documentos literarios, el espíritu del pasado que interesa conocer”.
Sólo así redescubriremos este pequeño París al fin del mundo…
Gana estate where Teresa Cazotte gave the sign that started the ball of the century, attended by more than 300 guests. That palace was replaced by a beautiful residential complex divided by confusing streets, like in Europe.
The Belle Époque of Santiago is still alive in those small bits of history, imperceptible to the bustling passerby. As Benjamín Vicuña Mackenna said, we must: “make a pilgrimage along the streets of Santiago. It is a graphic lesson in history. The buildings have a soul and reflect, with a greater fidelity than many literary documents, the spirit of the past that we long to know.”
Only in that way will we rediscover this small Paris at the end of the world …
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1872 Palacio Pereira
1873 Comienza el plan de remodelación de Santiago a cargo del Intendente Vicuña Mackenna
1868 Palacio Urmeneta
1870 Primer incendio del Teatro Municipal Descubrimiento del Mineral de Caracoles
1862 Palacio Alhambra
1864 Fundación del Club de la Unión
1865 Censo Nacional 1.819.223 habitantes Comienza el suministro de alumbrado a gas para particulares
1874 Palacio Rojas Pradel
1875 Palacio Arrieta Palacio Barazarte
Exposición Internacional en la Quinta Normal Censo en Santiago 130.000 habitantes
1876 Palacio Díaz Gana
1877 Baile de fantasía en el Palacio Alhambra
1879 Edison Inventa la ampolleta eléctrica Inicio de la Guerra del Pacífico Se inaugura la Confitería Torres 1883 Se inaugura el Alumbrado eléctrico en la Plaza de Armas
1885 Palacio Elguín
1887 Palacio Rivas
1888 Demolición del Puente de Cal i Canto 1891 Guerra Civil Canalización del Río Mapocho
1899 Palacio Edwards
1900 Comienzan a circular los primeros tranvías eléctricos Se inaugura el diario El Mercurio de Santiago
1903 Palacio Subercaseaux
1904 Huelga de la Carne
1906 Gran terremoto en la zona central con epicentro en Valparaíso
1910 Centenario de la República de Chile
Inauguración de la Tienda Gath & Chaves
1911 Palacio Larraín
1912 Fiesta de fantasía de la familia Concha Cazotte
1919 Palacio Letelier
1920 Palacio Whigtman
Censo Santiago 510.690 habitantes
1913 Palacio Undurraga
1914 Inicio de la Primera Guerra Mundial
1916 Se funda el Club de Señoras 1918 Segunda crisis del Salitre
1921 Palacio Bruna Palacio Alamos
1926 Mansión Edwards Matte
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El Mercurio 10 junio 1934
El Mercurio 27 septiembre 1980
El Mercurio 4 octubre 1980
Revistas La Ilustración Artística (España), agosto 1891
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Chile Magazine julio 1921
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ENTrEVis TA s
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Agosto 2010 – Mayo 2012
Santiago Marín Arrieta Mayo
2012
Marita Larraín Blanchart julio 2012
Domingo Eyzaguirre Agosto
2012
FoTo G r AFÍA s
Archivo Fotográfico Museo
Histórico Nacional
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Nacional de Bellas Artes
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Universidad Diego Portales, CENFoTo
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Conservación Restauración
Colección particular de Ignacio
Corvalán
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Photographic Archive Museo
Histórico Nacional
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Nacional
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Corvalán
Private collection of Antonio
Rodríguez-Cano
Acknowledgements Agradecimientos
Queremos agradecer a las personas e instituciones que tan amablemente colaboraron en el desarrollo de este libro. Todos contribuyeron con el acceso a sus conocimientos, anécdotas, percepciones, recuerdos y distintas miradas, dándonos una visión global de lo que significó para este país la época que nos propusimos rememorar.
En forma especial agradecemos al Museo Histórico Nacional, al Archivo Fotográfico de la Biblioteca Nacional, al Centro DAE del Teatro Municipal, al Centro Nacional de Patrimonio Fotográfico CENFOTO, a la Sociedad Nacional de Minería (SONAMI) y al Archivo Brügmann Conservación y Restauración por el trabajo que realizan en la conservación de nuestra herencia fotográfica, labor que permitió exhibir en este libro valiosas imágenes de la época.
También a las instituciones que hoy conservan gran parte de los edificios que mostramos en esta edición: la Sociedad Nacional de Bellas Artes (Palacio La Alhambra), la Academia Diplomática Andrés Bello (Palacio Edwards), el Club de Oficiales de la FACH (Palacio Subercaseaux), la Cámara Nacional de Comercio, Servicios y Turismo de Chile (Palacio Bruna), el Consejo de Monumentos Nacionales y la DIBAM (Palacio Pereira), la Universidad Alberto Hurtado (Casa Edwards), la Vicaría para la Educación - Arzobispado de Santiago (Palacio Letelier), al Colegio de Profesores (Palacio Whigtman), la Escuela e Instituto de Ciencias Políticas y Administrativas de la Universidad de Chile (Palacio Matte) y a la Dirección de Obras de la Municipalidad de Santiago por permitirnos el acceso al Palacio Álamos.
Por último, aunque no por ello menos importante, le agradecemos a Aida Pacheco de Brügmann, Tomás Domínguez Balmaceda, las hermanas Ximena Arrieta de Marín y Soledad Arrieta de León y Mercedes Arrieta de Velasco.
También a doña Teresa Walker Concha, Marita Larraín Blanchart, Santiago Marín Arrieta, Carla Franceschini Fuenzalida, Domingo Eyzaguirre, Carlos Benavides Zabala, Eugenia Velasco de Aguirre y Jimena Marín de Domich, quienes nos apoyaron con sus valiosas anécdotas, fotografías familiares y sobre todo por abrirnos parte de su mundo privado para entregárselos como regalo a todos los chilenos.
We wish to thank those people and institutions that so kindly collaborated in the development of this book. All of them contributed with access to their knowledge, anecdotes, perceptions, memories and different views, giving us a general view of what meant for this country the time we proposed remembering. A special thanks to the Museo Histórico Nacional, the Archivo Fotográfico de la Biblioteca Nacional, the Centro DAE of the Teatro Municipal, the Centro Nacional de Patrimonio Fotográfico CENFOTO, the Sociedad Nacional de Minería (SONAMI) and the Archivo Brügmann Conservación y Restauración for the work they carry out in preserving our photographic heritage, work that has allowed showing in this book valuable images from the time.
Also to the institutions preserving a large part of the buildings we showcase here: Sociedad Nacional de Bellas Artes (Palacio La Alhambra), Academia Diplomática Andrés Bello (Palacio Edwards), Club de Oficiales de la FACH (Palacio Subercaseaux), Cámara Nacional de Comercio, Servicios y Turismo de Chile (Palacio Bruna), Consejo de Monumentos Nacionales and DIBAM (Palacio Pereira), Universidad Alberto Hurtado (Casa Edwards), Vicaría para la Educación – Arzobispado de Santiago (Palacio Letelier), Colegio de Profesores (Palacio Whigtman), Escuela e Instituto de Ciencias Políticas y Administrativas de la Universidad de Chile (Palacio Matte) and the Works Department of the Municipality of Santiago for allowing to enter the Palacio Álamos.
Lastly, but not least, we thank Aída Pacheco de Brügmann, Tomás Domínguez Balmaceda, the sisters Ximena Arrieta de Marín and Soledad Arrieta de León and Mercedes Arrieta de Velasco. Also to Ms. Teresa Walker Concha, Marita Larraín Blanchart, Santiago Marín Arrieta, Carla Franceschini Fuenzalida, Domingo Eyzaguirre, Carlos Benavides Zabala, Eugenia Velasco de Aguirre and Jimena Marín de Domich, who supported us with their valuable anecdotes, family photographs and, above all, for opening to us part of their private world to give it as a gift to all Chileans.