PRÓLOGO Estamos frente al octavo libro de Pedro Rodríguez, una obra que marcará un antes y un después dentro de la literatura científica del yoga.
P
ara estudiar al yoga se necesitan varias vidas. No solo es de tal riqueza, sino que serpentea entre los recodos y meandros de lo ignoto cuando abordamos su cosmogonía. Y sin embargo no hacen falta ni diez minutos para sentir sus efectos en nuestro cuerpo trino y enamorarse de esta disciplina para el tiempo que nos quede por vivir. Hay que comprender varias cosas: En todo texto parido en Asia hay que hacer una traducción cultural y no solo una translación a otro idioma. No es lo mismo Dios para una persona criada desde su infancia bajo el monoteísmo que para alguien que ha nacido bajo tres mil dioses o dioses que se manifiestan en un bambú o un salto de agua. No es lo mismo conceptos como devoción, espiritualidad o fe bajo los diez mandamientos que para alguien que observa personificaciones divinas en las fuerzas de la naturaleza. La traducción literal de conceptos como śraddhā (la fe) o Īśvara (el Señor) solo pueden conducir a seguir manteniendo al yoga en una falta de evolución pues es el yoga una fuente viva de cultura. A lo largo de su dilatada vida, el yoga se ha ido modificando y enriqueciendo en base a sus practicantes y pensadores, pasando del dualismo al no dualismo, de la devoción al agnosticismo, de la ciencia al arte. El origen indio que certifican muchos maestros que visitan Occidente obviamente no es garantía ni de conocimiento ni de sabiduría. Y es un culturalmente conquistado occidente quien ha desarrollado las investigaciones más acertadas de lo que el yoga aporta a nivel hormonal, cardiaco, muscular, de la cinemática articular o del desplazamiento de nuestro soporte óseo, a nivel digestivo, sexual o de cómo altera nuestras ondas cerebrales.
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