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El instante de una pandemia

RUBÉN JUAN SERNA | FOTOPERIODISTA

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Día de mercado./ RUBÉN JUAN SERNA

Una vez más el instinto del profesional era el que permitía encontrar pequeños huecos por los que adentrarse para contar qué pasaba

La pandemia puso patas arriba nuestro mundo conocido. Empezando por todo lo que afecta a la movilidad y a nuestra forma de relacionarnos y siguiendo por cada una de las profesiones que tuvieron que adaptar sus procedimientos. El periodismo no se escapó de esta nueva situación y, por tanto, tampoco lo hizo el fotoperiodismo.

Trataré de explicar qué supuso para el fotoperiodismo estos dos años de restricciones, limitaciones vía BOE y cambios en nuestra forma de vivir.

En la primera fase del confinamiento severo el trabajo del fotoperiodista, y del resto de profesionales de la imagen, se vio reducido a la mínima expresión. Tan solo un salvoconducto emitido por autoridades o por empresas del sector permitía al fotógrafo salir a las calles vacías y a los pocos lugares con actividad, principalmente centros sanitarios o asistenciales. Pero no fue tarea fácil, las administraciones públicas limitaron al máximo, incluso impidieron, el acceso de los profesionales de la información a los espacios en donde pudieran encontrarse escenas controvertidas como la presencia de enfermos o en el peor de los casos de fallecidos. Una vez más el instinto del profesional era el que permitía encontrar pequeños huecos por los que adentrarse para contar qué pasaba.

Con la relajación de las medidas iniciales y la celebración de los primeros actos públicos el fotoperiodista de prensa, el que suele cubrir a diario las ruedas de prensa y eventos de actualidad, comenzó a asistir muy poco a poco a convocatorias, pues las instituciones tomaron la mala costumbre de realizar con sus propios medios, y en ocasiones con escasa calidad gráfica, las fotografías del canutazo o comparecencia. Unas ruedas de prensa, hay que recordar, realizadas ante una webcam que servía para llevar la imagen a los ausentes profesionales.

Aunque alejado del periodismo, pero haciendo uso de las mismas herramientas, el fotógrafo de celebraciones y eventos fue otro profesional que se vio afectado por las restricciones relacionadas con la hostelería, ade-

más de por la postergación de eventos de carácter civil o religioso a la espera de mejores tiempos. Duros meses para quienes vieron reducidos a cero sus ingresos.

Otro de los géneros de fotografía más practicados es la fotografía de calle o streetphotography, que desarrolla la acción en espacios urbanos y capta momentos sin la intervención directa del fotógrafo, y en donde el ser humano juega un papel fundamental a través de sus gestos, movimientos o figuras. Esta modalidad o especialidad fotográfica encontró en las primeras semanas de mascarillas una divertida novedad, que en pocas semanas se convirtió en un aburrido ir y venir de rostros cubiertos por una cada vez más aborrecida protección.

Al contrario que los ejemplos anteriores, aquellos profesionales que han hallado un auténtico tesoro en los cambios sufridos son quienes se dedican a la fotografía

documental pues su misión es documentar y recoger la realidad tal cual se produce. A nadie se le escapa que un cambio tan radical en nuestras vidas como lo ha sido la pandemia ofrece inéditas realidades que constituyen objetos que captar por los documentalistas. La concesión de prestigiosos premios como el Pulitzer de fotografía o el World Press Photo a trabajos centrados en la pandemia y sus efectos da buena muestra del filón gráfico que esta indeseable situación ha traído al fotógrafo documentalista.

No quiero terminar este breve artículo sin poner en valor el trabajo de unos profesionales sin los cuales no conoceríamos la realidad tal y como es. El fotoperiodista, cuando desarrolla su trabajo con honestidad y ética profesional, es imprescindible en sociedades avanzadas y democráticas. Prueba de ello son los vetos o prohibiciones que encuentran en los regímenes autoritarios, en las democracias de escasa calidad, y en las avanzadas cuando éstas están en manos de mediocres.

La pesca no cesó como actividad durante toda la pandemia. En este caso pescadores del Mar Menor salen a la captura de langostino./ RUBÉN JUAN SERNA

Poco a poco volvieron las celebraciones a la normalidad, incluidas las comuniones./ RUBÉN JUAN SERNA Una pareja pasea por el Mar Menor junto a practicantes de kite surf./ RUBÉN JUAN SERNA Las peñas huertanas mantuvieron sus ensayos cuando se relajaron las restricciones tras dos años sin Bando de la Huerta. En la foto, la peña La Seda./ RUBÉN JUAN SERNA

Una familia, con las obligatorias mascarillas, observa en 2019 una de las habituales inundaciones que afectan al municipio costero de Los Alcázares./ RUBÉN JUAN SERNA

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