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Latinoamérica, los pueblos que rugen
ISIDRO O’SHEA I ANALISTA POLÍTICO Y COMUNICADOR
Una mujer grita consignas a favor del Gobierno cubano frente a los manifestantes en La Habana./ ISMAEL FRANCISCO, ASSOCIATED PRESS
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Nicaragüenses exiliados en Costa Rica protestan contra las elecciones presidenciales en su país./ CARLOS HERRERA, PUBLICADA EN EL PAÍS
Antes de la pandemia, mientras Europa hacía lo posible e imposible para enfrentarse a las derechas más radicales, Estados Unidos batallaba con un personaje como Trump; Asia seguía revolucionando la vida a través de los gadgets; África entera sufría aún por hambrunas y otras enfermedades; Oceanía aprovechaba el orden de su pequeño territorio para dar un buen nivel de vida a sus habitantes; y en Latinoamérica no sucedía nada; o bien, sucedía todo, al punto de que ya nada era relevante.
Recordaba en aquel entonces la entrevista que le hicieron al cantante canadiense Justin Bieber años atrás, en la cual le preguntaron los nombres de los diferentes continentes, y en la cual este, de manera errónea dividió en ‘varios continentes’ todo el territorio americano. En realidad, quizá Bieber no estaba tan mal, quizá éramos diferentes continentes solamente unidos por la superficie territorial que hacía, pues, que en la geografía más básica fuéramos el mismo continente, incluso, quizá sin serlo.
Sin embargo, las cosas cambiaron, y cambiaron precisamente cuando parecía que América Latina regresaba sin haber ido jamás a ninguna parte. Por ello, en este apartado, el objetivo es abordar todos esos revulsivos que han evidenciado cambios en Latinoamérica, pero que asimismo pueden ser consecuencias de otras circunstancias sociales y políticas.
El latinoamericano deberá comprender que no ha llegado quizá a ninguna parte, y que quizá, precisamente sea esa, la extraña fascinación de Europa hacia el territorio de una América desproporcionada y desigual, prácticamente, en todos los sentidos.
A pesar de lo anterior, quizá el 2021, fue el revulsivo que los latinoamericanos necesitábamos para volver a mirar hacia el futuro; independientemente de si se hace con miedo o con esperanza.
Entrando en materia, muchos afirman que el México de hoy es la Colombia de hace 30 años: repleta de violencia, de balazos, de la crueldad humana a nivel micro, es decir, de persona a persona; sin la necesidad de que los grandes entes o las grandes instituciones sean parte de dicha crueldad. Sin embargo, ello puede ser no solamente en el sentido negativo por la idea de la narcotizada tierra del actual México, sino porque ahora, ya también las voces hartas de la indiferencia y de la injusticia social se escuchan más en Colombia que en
Los colombianos salieron a manifestarse en contra de un ajuste fiscal que parecía afectar precisamente a la “clase media”, en realidad dicho descontento resultó el fenómeno para dar a conocer no solamente las demandas, sino el hastío de una sociedad que siente que lleva años sufriendo y siendo ahorcada por las malas condiciones económicas del país
La huelga general en Colombia./ RTVE
México. En México parece que dejaron de escucharse cuando el viejo PRI que gobernó durante décadas fue derrocado del poder.
Así pues, era abril, o quizá mayo -pocos te lo saben decir con precisión- cuando grandes rubros de la sociedad colombiana se decidieron, o incluso quizá no decidieron porque ni lo pensaron, su instinto pudo llevarlos a salir a los campos y a las calles, a manifestarse en contra de un sistema que parecía querer generar mayores desigualdades.
Y es que ocurre que cuando el vaso está lleno de agua, ya cualquier gota, por pequeña que sea, derrama toda el agua que está en el vaso que tanto soportó, un vaso que incluso enfrentaba ya la pandemia de la covid-19.
Y es que si bien, superficialmente, los colombianos habían salido a manifestarse en contra de un ajuste fiscal que parecía afectar precisamente a la “clase media”, en realidad dicho descontento resultó el fenómeno para dar a conocer no solamente las demandas, sino el hastío de una sociedad que siente que lleva años sufriendo y siendo ahorcada por las malas condiciones económicas del país, las cuales, cabe mencionar, no son peores que la mayoría del continente.
Sin embargo, ya no solamente se trataba de una economía desbordada y de desigualdades en la vida cotidiana de la gente, sino que ello se reflejaba ahora con una coyuntura de salud pública que dejaba miles de enfermos y peor aún: empezaba a costar vidas.
Aunado a ello, el gobierno no parecía querer ayudar a la crisis económica y de salud, sino que parecía querer añadir una más: la crisis social, una vez que no solamente se anunció el dichoso pacto fiscal, sino también una reestructuración a los programas de salud, que más allá de beneficiar, parecían perjudicar las condiciones de la sanidad pública colombiana.
Con un historial de no garantizar que el ‘salario mínimo’ fuera respetado por los patrones hacia los trabajadores y con una aprobación en mínimos históricos para el presidente colombiano, la gente ya estaba en las calles.
Sin embargo, no todo fue como en una verdadera democracia se esperaría. A las precarias condiciones y al descontento social, el gobierno se esmeró en complicar aún más las circunstancias, respondiendo a las manifestaciones de manera violenta, sin permitir, de alguna manera, que la ciudadanía en general hiciera ver su descontento. El gobierno parecía estar pues más dispuesto a quedar bien y parecer legítimo ante la visita que se aproximaba por parte de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. ¿La violencia, entonces, podría quizá ser el hilo conductor entre todos los sucesos que afectaron a Latinoamérica en el 2021?
Y es que eran los primeros días de julio cuando el joven presidente de la pequeña isla de Haití -territorio que en los últimos años ha visto la lluvia caer sobre mojado– era asesinado dentro de su casa en plena madrugada. Sujetos desconocidos, algunos provenientes de Colombia habían logrado infiltrarse hasta la recamara de uno de los presidentes más jóvenes del mundo. ¿Qué se podía esperar o qué podía deber un joven político de una isla que bastante ha sufrido como para ser asesinado tan cruelmente?
Las teorías son muchas y los sospechosos aún más. Hoy, a casi un año del asesinato de Jovenel Moïse, se ha dado con el paradero de los autores materiales, mas no con el paradero de los autores intelectuales, aquellos a los que precisa y seguramente Moise les representaba un obstáculo para seguir llevando a cabo actividades ilícitas.
Aunque bien la especulación no es la mejor forma de llevar a cabo una investigación, se debe admitir que siempre es este el punto de partida: la sospecha, la especulación. A partir de ello, lo que hoy sí sabemos es que el joven presidente haitiano había orquestado una serie de medidas cautelares a lo que parecía ser un escenario propicio a la ilegalidad.
Si bien el asesinato del joven mandatario no está claro, lo que hoy se sabe y parece ser la gran causa del homicidio, era el plan del ex presidente Moïse con el cual intentaba, a partir de las investigaciones que su equipo realizaba, acabar con las manchas del crimen organizado que pasaban por Haití.
El populismo busca unificar al pueblo, crear una ‘masa’ que sea obediente, evitando a toda costa el pluralismo y diversidad, que son la verdadera riqueza de un país, lo que promueve la libertad
Jovenel MoÏse, días previos a su ataque, había tomado
medidas contundentes que afectaban a grupos de poder de la isla e incluso de fuera de la isla. ¿Quién podía pensar que precisamente en Haití se manejaran ciertas estrategias a favor del sistema del narcotráfico en el continente?
Moïse, que había sido apoyado por el presidente anterior en su postulación y quien había logrado hacerse con el poder de la isla después de varios intentos de deslegitimar su victoria electoral, había tomado ciertas medidas repentinas con el fin de acabar con la suciedad de lo que parece ser un territorio estratégico para el narcotráfico del continente.
Entre sus medidas destacaban la depuración y limpia de las aduanas del país; el intento de nacionalización de los puertos marítimos que parecían ser la vía de entrada de productos de contrabando, la desaparición de pistas de aterrizaje clandestinas, así como el intento de terminar con lo que parecía la estrategia más grande para el blanqueo de capitales: el comercio de anguilas.
Dado lo sucedido, se supo que los autores materiales lograron llevarse documentos que estaban relacionados con dichas medidas. Documentos que los más atrevidos han manifestado que pudieran ser la lista de narcotraficantes o cómplices de dichos delitos que el joven presidente pensaba entregar al gobierno estadounidense con el intento de que este, asimismo, le ayudara a terminar con el problema. Hoy las investigaciones parecen estar paralizadas, los intereses de los grupos fácticos intactos y, una vez más, la impunidad presente en uno de los países más pobres del Caribe y del mundo entero. Se volvió, pues, en un caso más dentro de un pajar de documentos.
Si bien en julio un asesinato hacía temblar el orden social en Haití, cerca de ella, en otra isla, -en este caso Cuba- era el desorden social el que parecía ser la solución a las injusticias. Una vez más, jóvenes, mujeres, adultos, mayores y sociedad en general habían decidido salir a manifestarse contra lo que no solamente es un gobierno, sino un régimen que ha monopolizado el poder por décadas, en nombre de lo que llaman revolución, aquellos que lo ostentan.
Y es que si bien es cierto que eran las protestas ante un régimen y las circunstancias sociales en las que la ciudadanía cubana ha estado orillada prácticamente toda su vida, una vez más se evidenciaba el nivel de catástrofe a partir de la pandemia de la covid-19, la cual también en Cuba servía de revulsivo para manifestarse en contra de los gobernantes, pero sobre todo a favor de condiciones dignas para vivir.
Bajo insignias de libertad y a partir del canto y la festividad cubana que a este pueblo distingue, los ciudadanos del país buscaban de una vez por todas el derrocamiento del poder de aquellos que, vestidos de bien, han limitado la libertad de quien habita la isla. Sin embargo, ello no solamente se estancaría, como se han estancado muchas otras protestas sociales en Cuba, incluidas las de 1994, sino que incluso terminarían encarcelando a muchos de los que participaron en dichas manifestaciones, acusándolos no solamente de contrarrevolucionarios, sino incluso (como siempre) de ser cómplices de una estrategia yankee que busca desestabilizar al gobierno cubano.
Una vez más, los pocos beneficiados del desigual y autoritario sistema político cubano, vestidos de verde olivo, apuntaban en sentido contrario, evidenciando así que dicha isla está aún lejos de poder respirar aires de libertad; por más que, evidentemente, así lo quiera su gente. Una vez más acusaban los poderosos a la estructura estadounidense y culpaban al bloqueo comercial que la isla sufre desde hace décadas. Una vez más, como en el Maleconazo de 1994, los cubanos se quedaban al borde de lograr sus objetivos, y al mismo tiempo se quedaban lejos al ser muchos de ellos sentenciados a largas penas de prisión.
Así pues, si bien la ciudadanía en el 2021 dio pie en el Caribe a la participación no electoral, otros países de Latinoamérica debieron hacerlo a través de las urnas; México, Perú, Nicaragua y Chile… los cuatro a partir de sociedades polarizadas y cuya polarización, en algunas de ellas, no responde a cuestiones ya ideológicas, sino afectivas, como lo pudiera mencionar el politólogo español Fernández Albertos y que, a partir de la presente, planteó como un tipo de polarización donde todo lo que viene del que apoya otra opción política te parece mal.
En el caso mexicano, el país únicamente celebró elecciones intermedias, es decir, en el ámbito nacional sirvió únicamente para elegir diputados federales, sin embargo, estas fueron las elecciones más grandes de su historia, al haber sido coincidentes con 15 gubernaturas y elecciones para elegir ayuntamientos y cámaras locales en 30 de las 32 entidades del país.
Todo ello conllevó no a una plena fiesta de la democracia como los mexicanos hubiesen querido, sino a un violento panorama donde murieron precandidatos
Manifestantes se enfrentan a la policía durante una protesta en la Plaza de Bolívar de Bogotá./ CARLOS ORTEGA, EFE
Jovenel Moïse, presidente de Haití asesinado.
y candidatos, siendo también el proceso electoral más violento de la historia del país del águila y el maíz. México vio en sus procesos electorales el reflejo de lo que es día a día la realidad de millones de mexicanos.
Por su parte, en Perú la cuestión no fue menos compleja, mucho menos al considerar que en Perú, a diferencia de México, sí se eligió presidente de la República. Y es que Perú, al igual que casi toda la región, se encuentra polarizada. Sin embargo, a dicha polarización, en mayor medida ideológica, hay que sumarle un sistema de partidos sumamente fragmentado que ha provocado a través de los años un número ridículo de candidaturas.
En el 2021, se presentaron 23 candidatos a la primera vuelta presidencial. Sí, 23, (más de dos planteles titulares de fútbol) provocando así que el voto ciudadano igualmente se fragmentara y obligando con ello a una segunda vuelta electoral. Y es que en el país andino, igual se presentó como candidata la hija de un ex dictador, como lo hizo un militar o bien un ex guardameta profesional de fútbol.
Incluso así, con 23 candidatos como opción a dirigir los rumbos del país donde se encuentra una de las 7 nuevas maravillas del mundo, los resultados de la primera vuelta fueron contundentes al estar hasta arriba de las preferencias las dos opciones totalmente antagónicas: por un lado Pedro Castillo con poco más del 18% de los sufragios válidos, y por el otro Keiko Fujimori con poco más del 13%, lo cual llevaría a ambos a una segunda vuelta para definir quién tomaría el mando del ejecutivo del país.
En dicha segunda vuelta, la polarización fue aún más evidente. Y es que aunque Pedro Castillo, candidato de Perú Libre, prácticamente se mantenía en todas las encuestas, Keiko Fujimori y su discurso melancólico de derecha fueron creciendo como la espuma, invadiendo así el escenario de una incertidumbre entre ciudadanos que más que hermanos parecían enemigos.
Al final, los resultados reflejaron precisamente lo anterior, un margen de victoria para el actual presidente, de apenas 0,3%, reflejado aproximadamente en poco más de 44.000 votos, provocando con ello que una vez más hubiera cabida en un país latinoamericano a la no aceptación de resultados, práctica que politólogos y expertos afirman es imprescindible para la consolidación de las democracias.
Mientras tanto las elecciones en Nicaragua reflejaban una vez más la realidad política en la que muchas veces han estado inmersos varios países de la región, elecciones disfrazadas de democráticas pero que solo sirven para darle una presunta legitimidad a un régimen dictatorial y autoritario cuyo mayor fracaso posible era un alto nivel de abstención.
Sin embargo, el presidente Daniel Ortega tampoco se esforzó tanto en hacer visible que realmente su país no vive en democracia, al negar cualquier participación de observadores electorales extranjeros, reflejo también de lo que ya la comunidad internacional señalaba como un evidente fraude y unas elecciones injustas y carentes del sentido tanto de legalidad como de legitimidad. Así también lo reflejó el hecho de que 7 precandidatos opositores fueran arrestados, uno más se haya exiliado, otro renunciado, y otros dos imposibilitados para participar en los comicios. En fin, Nicaragua continúa en los grises casi negros de las dictaduras del siglo XX, alejados no solamente de la democracia electoral sino incluso de la democracia sustantiva que refleje un Estado de bienestar.
Muy distinto fue en Chile; el país que hoy día parece tener una de las democracias más sólidas de latinoamérica y con una sociedad civil partícipe de las decisiones, que no necesita de grandes tragedias para hacer escuchar su voz a través de diversas manifestaciones en los años recientes.
Las elecciones en Nicaragua se disfrazaron de democráticas para darle una presunta legitimidad a un régimen dictatorial y autoritario cuyo mayor fracaso posible era un alto nivel de abstención
Chile se enfrentó en el 2021 a diversos procesos electorales, el primero de ellos respecto a la consulta popular sobre la necesidad o no de una nueva constitución y la forma en la que la ciudadanía deseaba que esta se conformara. Ganó el Sí a una nueva constitución a partir de un Congreso constituyente nuevo que estuviera liderado sobre todo por la sociedad civil.
También Chile tuvo oportunidad de elegir un nuevo poder legislativo, en donde también como en Perú se reflejó la fragmentación partidista que habla de lo lejos que están ya de un sistema de partido único o incluso bipartidista. Con 22 partidos representados en la Cámara de Diputados e incluso un diputado independiente, Chile inició un nuevo ciclo político, que asimismo arrojó unos reñidos resultados en la primera vuelta electoral para la elección de presidente, donde el candidato conservador José Antonio Kast obtuvo poco más del 27% de los votos. Mientras, el segundo lugar lo ocupó el socialdemócrata Gabriel Boric, quien para la segunda vuelta electoral sería apoyado por la mayoría de los partidos políticos moderados y tradicionales del país, así como por los expresidentes Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, quien indudablemente siguen pesando como importantes líderes políticos del país.
Al final, Boric se hizo con más de la mitad de los votos de los chilenos que salieron a votar, sin embargo, dejaría, como en la mayoría de los países de la región, un sentimiento de fragmentación de la sociedad chilena, que se suma a la lista de países con una polarización social afectiva, que se antoja difícil de curar.
Sin embargo, hoy día en Latinoamérica es más que evidente que a diferencia (en gran medida) de Europa, los problemas sociales continúan siendo de índole material y no de perspectivas postmaterialistas. Es Latinoamérica la región más desigual del mundo, con multimillonarios, que incluso dicho significante no logra retratar de manera precisa el nivel de riqueza material, y muchísimos otros que su pobreza extrema no les permite ni siquiera ser conscientes de ella.
A pesar de ello, sí hay decenas, centenares, miles de personas que buscan mes con mes librar la pobreza a través de la emigración. Casi todo país de Centroamérica está invadido del deseo de ir hacia el norte. Unos no quitan el dedo del renglón e imaginan un futuro próspero en Estados Unidos, otros tantos ya se conforman con llegar a México, país, que a decir verdad, está sumamente lejos de un Estado de bienestar.
Así pues, mientras el Congreso de Estados Unidos intentaba ponerse de acuerdo en las medidas preventivas de tantas olas de migración que incluyen a niñas y niños, y mientras Joe Biden intenta actuar pasivamente agresivo a través del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, los migrantes no oyen, no escuchan al respecto porque saben que, si lo logran, su futuro será mejor que lo que tienen, e incluso saben que no es la migra la principal preocupación o riesgo, sino todas aquellas artimañas de las que son objeto, ya sea por pandilleros, por delincuentes, o por todo aquel que quiera abusar de su necesidad.
Dice Martín Caparrós en su libro Ñamérica que pocas cosas hay más paradójicas que el hecho de que hoy los centroamericanos teman tanto a “la migra” mexicana, cuando ‘la migra’ estadounidense ha sido la enemiga de tantos mexicanos que han buscado un mejor nivel de vida.
Mientras tanto en México, el 2021 estuvo lleno de manifestaciones feministas, manifestaciones feministas muy distintas a las vividas en Madrid o en cualquier parte de España; y es que mientras en Europa los derechos que se exigen son aquellos relacionados con la vida social, con la vida laboral, o incluso la familiar, en México el principal estandarte de la lucha feminista no es la vida, sino la muerte, la muerte de miles de mujeres que ha quedado en signos de interrogación, que no se sabe nada de ellas y que se resumen en los números de varias carpetas de casos sin ningún tipo de resolución.
Es por eso que a las mujeres mexicanas, no les importa grafitear o atentar contra inmuebles del Estado, contra monumentos, incluso contra inmuebles privados, porque después de tantos años están exhaustas de escuchar a diario la noticia de una muerta más. Y es que hoy, a diferencia de la década de los 90 del siglo pasado, ya no se trata de aquel fenómeno llamado “las muertas de Ciudad Juárez”, ahora pues, son “las muertas de México”, porque igual pasa en el norte que en el sur, pegado a los territorios del Pacífico, que a los del Atlántico, hoy México sufre y está invadido del silencio de sus víctimas; víctimas que evidentemente no pueden dar parte de los hechos.
Así pues, parece que los victimarios siguen en el espacio público, en la calle, y no son partícipes de crisis carcelarias como las de Ecuador porque muchos de ellos ni siquiera las han pisado.
Mientras tanto, efectivamente en Ecuador, el 2021 evidencia la falta de poder de los Estados latinoamericanos. Y es que, ¿qué mayor prueba que la carencia de poder en una prisión? Se supone que el Estado se define por la hegemonía o monopolio de la violencia por parte de este, sin embargo, en Ecuador ya ni siquiera es posible el monopolio de la misma en las cárceles del país.
Durante el 2021, asesinaron a 320 presos de todo Ecuador; de esos 320, 286 únicamente en 4 masacres, es decir, se dieron de manera colectiva, con toda una planeación, que hace pensar que efectivamente el crimen está más organizado que las fuerzas del Estado ecuatoriano.
Indígenas de Ecuador.
320 muertes que al final reflejan un racimo grande de los problemas del sistema penitenciario en aquel país. Falta de presupuesto, de personal, hacinamiento, entre muchos otros que hace que el preso sea egoísta con su igual, aunado a lo ya sabido: el narcotráfico incluso se ha adueñado de las cárceles del continente y los familiares de los presos no viven ahora solamente echando de menos al que está dentro de la cárcel, sino con la incertidumbre sobre si podrá un día salir vivo de la misma. Aquellos objetivos de reinserción social, evidentemente, están de sobra, son solo un conjunto de palabras que forman un significante sin significado.
Así pues, Latinoamérica no solamente da muestras de sus crisis y problemas, sino incluso, como ya se ha mencionado, de sus desigualdades; desigualdades que no solo acaparan el capital económico de persona a persona, sino incluso los procesos de país a país, o bien de líderes políticos a líderes políticos.
El mejor ejemplo de lo anterior es la apuesta de Nayib Bukele, presidente de El Salvador, quien puso una importante medida sobre la mesa y quien deberá, en todo caso, asumir los riesgos al declarar a la criptomoneda más conocida del mundo, Bitcoin, como moneda oficial del país; lo cual, más allá de las complejas explicaciones que esto puede tener, indudablemente representan implicaciones económicas para la sociedad salvadoreña.
De tal manera, Latinoamérica coexiste entre no tener una moneda en un bolsillo, dada la pobreza, y no tener la misma moneda en otro bolsillo dada la irrupción de las criptomonedas.
Para los más optimistas de esta decisión, pasar a las criptomonedas, y en específico al Bitcoin, es una transición que si bien es aún futurista, es también irremediable, y también favorable en el sentido de que esta es incorruptible, así como el hecho de que esta no pasa por terceras personas morales, como casi siempre sucede con las transferencias monetarias de tipo convencional.
Nayib Bukele apuesta por esta forma de crear relaciones tanto internas como externas, en el sentido de democratizar los intercambios comerciales, dada la transparencia que promete el sistema de criptomonedas.
Sin embargo, a esta manera de intercambio, a la cual muchos apuestan por su poca elasticidad que asimismo produce que no haya grandes especulaciones hasta ahora conocidas, Bukele precisamente apuesta por ella con el objetivo de que salvadoreños expatriados que viven en Estados Unidos por la necesidad de un trabajo digno puedan recurrir a este mecanismo para hacer llegar remesas a sus familias sin la necesidad de recurrir a terceros que puedan minimizar la ganancia.
Todo lo anterior evidencia que efectivamente el 2021 fue un año de sumo aprendizaje en la región latinoamericana. Pero no solamente eso, sino que a partir del aprendizaje dado por diferentes vías, hoy Latinoamérica y los latinoamericanos pueden repensar su posición en el mundo y en la actualidad dado que, como se ha visto, mantenerse neutral durante tantos años no ha sido la respuesta a los cientos y miles de problemas que los latinoamericanos y sus comunidades han tenido que enfrentar durante lustros.
Deberán los latinoamericanos recordar que la felicidad y el progreso no llega a partir de quedarse en una zona de confort, lugar que incluso puede ser el destino a la frustración.