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Colapso mundial: la crisis del desabastecimiento

JAVIER MOÑINO | PERIODISTA

El origen del desabastecimiento está en la guerra comercial que Estados Unidos y China iniciaron hace exactamente cuatro años con la imposición de aranceles

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Nadie se ha librado, de forma directa o indirecta, de la pandemia del coronavirus que todavía sigue activa en el momento de escribir estas líneas (marzo de 2022). Y nadie es ajeno a una de sus principales consecuencias, más allá de las sanitarias y sociales, que no es otra que la crisis del desabastecimiento. Listas de espera de semanas, e incluso meses, para adquirir un coche o una consola de última generación, retrasos en la salida de algunos libros por falta de papel, construcciones paradas e incluso suspendidas por falta de materiales. Y es algo que está pasando en todo el mundo. Durante 2021 la crisis se ha agravado por diversos factores que veremos a continuación y 2022 parecía que sería el año del fin de esta crisis, pero numerosos expertos apuntan ahora que tendremos que esperar todavía un poco más.

Como en todos los problemas complejos y graves sería un error apuntar a una sola causa, aunque hay cierto consenso en que el detonante fue el confinamiento mundial provocado por la pandemia. Así lo apunta Álvaro Sánchez, periodista de El País, especializado en economía, en uno de sus artículos: “El origen está en la pandemia. Al paralizarse la actividad con los confinamientos, las fábricas dejaron de producir al mismo ritmo. Y cuando las restricciones se relajaron, el ahorro generado en esos meses en que cientos de millones de personas dejaron de ir a cenar a restaurantes, ver películas de cine o viajar en vacaciones, sumado a las ayudas que entregaron los Estados, se ha enfocado en compras de bienes, muchas de ellas para mejorar el hogar, en el que se pasa más tiempo debido, entre otros factores, al aumento del teletrabajo”.

La radiografía es perfecta pero no podemos olvidar que la situación de los suministros y el envío de algunos materiales ya estaba al límite antes del confinamiento y el origen lo encontramos un poco más alejado en el tiempo tal y como señalaban en un artículo de Expansión: “La construcción de todo tipo de infraestructuras se está viendo afectada por el desabastecimiento global de materiales esenciales. El origen está en la guerra comercial que Estados Unidos y China iniciaron hace exactamente cuatro años con la imposición de aranceles”.

El origen del desabastecimiento No podemos pensar que se trate de una crisis artificial. Por desgracia es muy real, aunque hay que encontrar otra causa en la especulación de diferentes corporaciones y países que, adivinando lo que podría suceder, acapararon todo tipo de materiales esenciales que en esos momentos no se demandaban y, al reabrirse las fábricas y las vías de suministros, los están vendiendo a cuentagotas y a precio de oro. Esto ha provocado un colapso en las cadenas de fabricación de numerosos aparatos electrónicos. Los fabricantes son esclavos de su propio modelo globalizado en el que dependen de proveedores ubicados en diferentes partes del mundo. Si uno solo de ellos falla, la cadena se para y se acumulan los retrasos en las entregas: “Para fabricar una sola lavadora tienen proveedores de España, Marruecos, Polonia, Turquía, China, Japón y México, entre otros. Pero si te falta el chip de Taiwán, te da igual que sean 20 países o 30. La manada va siempre a la velocidad del búfalo más lento” (Fernando Gil, director general en BSH Electrodomésticos).

El mundo implicado El mejor ejemplo gráfico de la magnitud del problema lo encontramos en los grandes puertos de todo el mundo donde cargueros inmensos pasan varias semanas varados como consecuencia de otro factor que hay que sumar a la lista de problemas tal y como apunta Álvaro Sánchez: “Los puertos siguen colapsados por los contenedores varados ante la falta de camioneros para recoger las mercancías. Al no regresar en sus plazos normales los contenedores vacíos para volver a ser llenados de nuevas compras, las entregas acumulan nuevas demoras, algunos puertos se han quedado sin espacio y se han formado filas de barcos que llegan a esperar más de una semana para desembarcar. Los retrasos, de este modo, están golpeando a la cadena de producción formando un monumental atasco del que unos culpan a las navieras, las grandes beneficiadas, y estas lo achacan a la brutal subida de la demanda”.

Entre los sectores que más están sufriendo las consecuencias del desabastecimiento hay que destacar a “la industria automovilística, especialmente por la falta de chips. Solo la marca Renault calcula que dejará de fabricar este año 500.000 vehículos, con lo que la cifra global se cuenta por millones”. Si hablamos de números, que normalmente nos ayudan a entender la magnitud de los problemas, tenemos un buen ejemplo en el precio de los contenedores: “Si un contenedor antes nos costaba 2.000 o 3.000 dólares, ahora pagamos más de 15.000. Hay retrasos de ocho o nueve semanas, y en el peor de los casos te quedas sin espacio y tus productos no salen del puerto”. (José Antonio Pastor, responsable de la Asociación Española de Fabricantes de Juguetes).

La consecuencia directa de todo es un aumento de los precios del producto final que llega al consumidor por el alza en los precios de los carburantes y de la energía, esenciales para el transporte y la fabricación, y, como señala Silvia Fernández en Expansión “al desabastecimiento le acompaña un alza de precios desconocida en muchas materias primas desde 1976”.

A estas alturas, lo que nadie duda es que el modelo productivo global va a cambiar después de esta crisis. Michael Stousholm, en su artículo firmado en Sprout World, asegura que “se empuja a favor de la reconversión de las industrias obligadas a tomar medidas a favor de procesos de fabricación más ecológicos. Plásticos menos baratos y más productos de calidad, menos procesos de fabricación masiva y más calidad y por tanto la búsqueda de ubicaciones más cercanas para fabricar sus productos cerca del consumidor”.

Encuentro del G7 en 2019./ EUROPEAN UNION Colas de camiones en Dover tras el Brexit.

Durante 2021 la crisis se ha agravado por diversos factores y 2022 parecía que sería el año del fin de esta crisis, pero numerosos expertos apuntan ahora que tendremos que esperar todavía un poco más

También se percibe un cambio de hábitos en los consumidores que puede ayudar en un futuro a aliviar la demanda de materias primas. Es fundamental entender que no hay necesidad de cambiar de móvil cada dos años o sustituir aparatos que funcionan perfectamente por el mero hecho de tener el último modelo. A este cambio de tendencia se une una mayor conciencia ecológica y social que puede incluso hacerle decidir su compra en función de la responsabilidad de la empresa que lo ha fabricado: “El consumidor de hoy demanda productos menos contaminantes, procesos de fabricación más sostenibles, mayor calidad y ahora también que los productos se creen cerca de él y no con tanta dependencia de China”.

En el podcast de Forbes España ‘Así funciona esto’, presentado por el periodista Juanra Lucas, la experta Ana Comellas resaltaba la importancia de que las empresas se replanteen relocalizar sus puntos de fabricación para estar más cerca de los consumidores y no depender tanto del crecimiento del precio de los combustibles o del bloqueo de algunos lugares de distribución. En el contexto actual no parece que tenga mucho sentido que en un supermercado español se venda fruta de Sudamérica o que todas las piezas necesarias para fabricar un ordenador tengan que llegar de veinte países diferentes. Todo esto funciona, e incluso es más barato, cuando todos los factores son favorables, pero es un sistema que se ha mostrado ineficaz ante la llegada de una crisis como la provocada por la pandemia. Con otro modelo más ‘localizado, seguramente la mayoría de los países ya habrían salido de esta situación, pero lo cierto es que la normalización parece que todavía está lejos tal y como escribe Álvaro Sánchez en El País: “La Organización Mundial del Comercio utiliza la vaga formulación de ‘varios meses’ para hablar de la recuperación y el fin de la crisis, aunque cada vez más quinielas aplazan la normalización a 2023”.

Tal y como terminamos 2021, teniendo en cuenta que el final de la pandemia no se ha producido todavía en marzo de 2022 y que cualquier eslabón de la cadena es susceptible de sufrir nuevos parones por confinamientos, parece que la perspectiva de ver el final de la crisis del desabastecimiento en 2023, que hace unos meses nos parecería una apuesta demasiado conservadora, ahora empieza a considerarse como un pronóstico optimista. Cuestión de enfoque a medida que pasa el tiempo.

La consecuencia directa de todo es un aumento de los precios del producto final que llega al consumidor por el alza en los precios de los carburantes y de la energía, esenciales para el transporte y la fabricación

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