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Y Putin cogió su fusil

ARTURO ANDREU | PERIODISTA

Escribo esta crónica muy poco antes de que el Anuario correspondiente a 2021 vea la luz. Es 9 de mayo de 2022, el día en que Rusia conmemora la victoria de los ejércitos de la antigua Unión de Repúblicas Socialista Soviéticas sobre la Alemania de Hitler en la Segunda Guerra Mundial, a la que los rusos continúan llamando la Gran Guerra Patria.

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Putin en un encuentro con el Consejo Europeo en 2021./ EUROPEAN UNION Volodymyr Zelenskyy en una conferencia europea./ EUROPEAN UNION

Escribo mientras por tercer mes consecutivo el ejército de la Federación Rusa, con el apoyo de Bielorrusia, república títere de Moscú, bajo la lejana, pero no imparcial, mirada de China, y con la oposición casi unánime de Occidente –que está proporcionando armas en cantidad considerable a los combatientes ucranianos– destruye hasta los cimientos las ciudades de Ucrania en lo que el Kremlin ha dado en llamar ‘Operación especial’ para –es la excusa utilizada por Vladimir Putin– desnazificar ese país que un día formó parte de la URSS y que en los últimos años se estaba acercando a la Unión Europea y, en cierta manera, a la OTAN. En tal empeño el presidente ruso cuenta con el apoyo incondicional y entusiasta de Kiril, el patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, además del apoyo de todos los oligarcas que le rodean y que le deben su riqueza.

Por eso esta no va a ser una crónica aséptica e imparcial, una crónica que exponga las razones de unos y otros y deje que los lectores extraigan después sus consecuencias, que eso dicen que es la imparcialidad. Esta va a intentar ser una crónica objetiva, pero no imparcial, pues es difícil mantener la imparcialidad cuando todos los días ves por televisión caer las bombas de un país agresor sobre un país agredido; cuando sabes que están muriendo miles de inocentes, como sucede en todas las guerras; cuando ves cuerpos salvajemente masacrados en las calles de Bucha y otras ciudades ucranianas; cuando conoces de mujeres violadas; y cuando estás siendo testigo de un éxodo que sobrepasa los cinco millones de exiliados, mujeres y niños sobre todo, muchos de los cuales no saben cuándo podrán volver a su patria, ni siquiera si volverán.

Ante tan bárbaro espectáculo el recuerdo retrocede a los años de ascenso al poder de Adolf Hitler y el partido Nazi en Alemania, con todo lo que sucedió después. Encuentro demasiados paralelismos entre lo que aconteció entonces y lo que está pasando en el Este de Europa desde 2014, cuando la Rusia de Putin y sus oligarcas se anexionaron impunemente la península de Crimea, territorio bajo soberanía ucraniana desde la época soviética, y apoyaron la secesión de las provincias separatistas de Donetsk y Lugansk, en el Donbás ucraniano.

Pongámosle, pues, contexto a la situación actual. Política de apaciguamiento con Hitler El presidente alemán Paul Von Hindenburg nombró a Adolf Hitler canciller de Alemania el 30 de enero de 1933. Hitler llegó, pues, a canciller de Alemania como resultado de unas elecciones democráticas. En los meses siguientes, sin embargo, logró prohibir todos los partidos políticos, con lo que consiguió que en el verano de ese mismo año 1933 el partido Nazi controlara el Estado alemán. Se aprovechó de la democracia para llegar al poder y, desde dentro, destruyó la propia democracia, como ha sucedido con otros dictadores a lo largo de la historia. Hitler eliminó incluso a quienes le habían acompañado durante los años veinte y primeros treinta del Siglo XX sembrando el desorden, y a veces el terror, en la sociedad alemana para crear el caldo de cultivo que hiciese posible el acceso del Partido Nazi al poder.

Tal sucedió en la llamada ‘Noche de los cuchillos largos’, entre el 30 de junio y el 1 de julio de 1934, cuando el régimen nazi, bajo la dirección del propio Hitler, asesinó a numerosos dirigentes de la organización paramilitar SA, los llamados ‘camisas pardas’, entre ellos a su poderoso líder, Ernst Röhm, de quien se había aprovechado durante muchos años, pero en quien percibía un ambicioso y por ello peligroso rival. La mayor parte de los asesinatos los llevaron a cabo las SS, cuerpo policial nazi, y la Gestapo, la policía secreta del régimen.

A finales de 2021, un documento interno estadounidense filtrado al diario The Washington Post señalaba que “50 grupos tácticos de batallón están ya cerca de Ucrania, y que otros 50 estarían siendo trasladados hacia allí, con lo que estaríamos hablando de cerca de 175.000 soldados”

Militares ucranianos, al comienzo de la guerra.

Una vez consolidado el poder tras de la noche de los cuchillos largos, Hitler lanzó una política expansionista para recuperar los territorios perdidos por Alemania al final de la Primera Guerra Mundial. Por el Tratado de Versalles de 1919 Alemania había tenido que ceder su imperio colonial y renunciar a algunas de las regiones europeas en favor de Francia, Bélgica, Dinamarca y las recién creadas repúblicas de Austria, Checoslovaquia, Polonia y Lituania.

Hitler puso todo su empeño en que las zonas de Europa habitadas por alemanes fueran devueltas a Alemania, entre ellas, y, sobre todo, Austria y la región checoslovaca de Los Sudetes. En marzo de 1938 el gobierno austriaco aceptó que su país se unificara con Alemania, pero el presidente checo se opuso a la entrega de Los Sudetes, con lo que Europa regresó a la tensión que precedió a la Primera Guerra Mundial, circunstancia ante la que Francia y Alemania respondieron con la posteriormente llamada política de apaciguamiento.

El primer ministro británico, Neville Chamberlain, quería evitar otra guerra, incluso si eso suponía ceder ante las presiones de Alemania y violar el Tratado de Versalles. El inglés Chamberlain y el francés Daladier accedieron a reunirse con Hitler en Munich, donde cedieron, bajo la mediación de Benito Mussolini, al chantaje de Hitler que se anexionó unos 16.000 kilómetros cuadrados en los que vivían más de tres millones y medio de personas, la mayor parte de habla alemana. Polonia y Hungría se anexionaron asimismo territorios de Checoslovaquia, que perdió cinco millones de habitantes y una tercera parte de su territorio.

Alemania y Francia creyeron que con tales cesiones frenarían las ambiciones expansionistas de Hitler, pero se equivocaron de plano, pues lo que hicieron fue aumentarlas, pues Hitler interpretó tal postura como debilidad, con lo que fue un paso más allá y, en marzo de 1939, Checoslovaquia desapareció como tal. Fue entonces cuando Francia y Alemania tuvieron claro que el expansionismo nazi no se podría frenar con cesiones, por lo que, cuando los ejércitos alemanes invadieron Polonia el 1 de septiembre de 1939, declararon la guerra al Tercer Reich. Había estallado la Segunda Guerra Mundial.

Lo que Vladimir Putin viene haciendo con su vecina, y casi hermana, Ucrania, desde 2014, y las exigencias territoriales que Rusia plantea me traen reminiscencias de lo sucedido en la Europa de 1938, salvando las distancias y el tipo de regímenes políticos, que coinciden en ser ambos regímenes dictatoriales, por decirlo con cierta finezza. ¿Qué lleva a unidades del ejército ruso con base en Siberia, en el Cáucaso o en otras zonas del Lejano, Oriente tan cerca de Ucrania? se preguntaban todos los servicios secretos occidentales a finales de 2021

Diciembre de 2021: 190.000 soldados rusos en las fronteras de Ucrania En la primavera de 2021 el presidente ruso, Vladimir Putin, había concentrado en las cercanías de la frontera con Ucrania, en la ciudad de Vorónezh, una serie de unidades del 41 ejército ruso con material pesado. A finales de año esas unidades seguían en la misma zona,

Volodymyr Zelenskyy, presidente de Ucrania./ EUROPEAN UNION

sin regresar a sus bases habituales de Siberia tras los ejercicios para los que, supuestamente, habían sido movilizadas. Moscú había ido asimismo desplegando en Crimea unidades del 49 y 58 Ejércitos, con base habitual en el Cáucaso, de manera que, a finales de 2021, un documento interno estadounidense filtrado al diario The Washington Post señalaba que “50 grupos tácticos de batallón están ya cerca de Ucrania, y que otros 50 estarían siendo trasladados hacia allí. Con lo que estaríamos hablando de cerca de 175.000 soldados”.

El embajador de Estados Unidos ante la organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa –OSCE–, Michael Carpenter, calculó a primeros de 2022 que, entre las tropas rusas instaladas junto a la frontera ucraniana, las que Moscú mantiene en Crimea, y las desplegadas en Bielorrusia, el Kremlin puede tener sobre el terreno entre 169.000 y 190.000 soldados, en los límites con Ucrania. A ese importante despliegue hay que sumar los 2000 militares que Moscú mantiene en Transnistria, la región cuya población de lengua y cultura rusas declaró su independencia de Moldavia en 1990”.

“Semejante concentración de tropas parece excesiva para cualquier cosa que no sea una invasión a gran escala de Ucrania”, señalaba Michael Kofman, del Think tank estadounidense CNA, quien concluía que “Putin se está preparando para cualquier escenario posible. Quiere reservarse la opción de poder lanzar una invasión si es necesario. Y, a diferencia de lo ocurrido en la primavera de 2021, todo se está haciendo en secreto, lo que resulta más inquietante”. Tan en secreto que las huellas de los preparativos se eliminan inmediatamente de las redes sociales, y mucho material bélico se mueve de noche “o se lleva de aquí para allá sin que nadie sepa dónde está”, señala Kofman. ¿Qué lleva a unidades del ejército ruso con base en Siberia, en el Cáucaso o en otras zonas del Lejano Oriente, tan cerca de Ucrania? se preguntaban todos los servicios secretos occidentales a finales de 2021 y principios de 2022. Mientras, los líderes europeos seguían confiando en que toda esta magna concentración de tropas y efectivos bélicos no pasara de ser una nueva provocación de Vladimir Putin para conseguir importantes cesiones de Occidente, como la desmilitarización de Ucrania siguiendo el ejemplo finlandés, impuesto por la extinta

“Semejante concentración de tropas parece excesiva para cualquier cosa que no sea una invasión a gran escala de Ucrania”, señalaba Michael Kofman, del Think tank estadounidense CNA. “A diferencia de lo ocurrido en la primavera de 2021, todo se está haciendo en secreto, lo que resulta más inquietante”

Encuentro Ucrania-Unión Europea 2021./ EUROPEAN UNION

Unión Soviética, décadas atrás, Washington comenzaba a temer seriamente una invasión de Ucrania. Ante tal disyuntiva, el presidente Joe Biden, sin descartar la posibilidad de una guerra a gran escala en Europa, mantuvo una videoconferencia con Vladimir Putin de la que parece que salió, si es que a esas alturas del año le quedaban dudas, convencido de las oscuras intenciones del líder ruso.

Libros para entender la crisis Rusia-Ucrania A quien desee profundizar en las razones de la actual crisis bélica y humanitaria en el Este de Europa, crisis que amenaza la paz no solo en esa región, sino en el mundo, le recomiendo que lea, entre los diversos libros publicados sobre el tema, el titulado Los hombres de Putin: cómo el KGB se apoderó de Rusia y se enfrentó a Occidente, de la periodista Catherine Belton, amenazada a causa de dicha publicación. O el menos ambicioso, pero no menos clarificador, de Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y gran conocedor de la Europa Oriental, Rusia frente a Ucrania: imperios, pueblos, energía. En tal libro Taibo analiza las claves fundamentales de las tensiones entre los dos países, así como de las tensiones rusas con el resto de Europa; sopesa la condición contemporánea de ambos, la crisis ucraniana de 2014 y las diferentes tramas que se han revelado en Crimea y en la Ucrania Oriental. Aporta asimismo una reflexión crítica sobre el papel que en todo lo anterior corresponde a Estados Unidos, a la Unión Europea y a la propia Rusia. Porque unos y otros han cometido errores que nos han llevado a la peligrosa situación en la que nos encontramos a la hora de escribir esta crónica.

Mientras escribía he encontrado otro interesante libro de Alejandro López Canorea, antropólogo, analista de política internacional y coordinador del equipo Descifrando la guerra. El libro en cuestión lleva por título Ucrania, el camino hacia la guerra y en él se analiza con precisión y claridad el camino recorrido por Rusia, Ucrania y Occidente hasta la invasión, por qué no se solucionaron a tiempo los problemas que han desatado el conflicto, así como las consecuencias del mismo en la geopolítica internacional y en las vidas cotidianas de cada uno de nosotros. Interesante. ¿Todo empezó con el fin de la Guerra Fría? Volviendo a los hechos, hay que decir que los problemas que ahora se dilucidan en el campo de batalla entre Rusia y Occidente –porque no se trata solo de Ucrania– estaban ya en parte implícitos en la forma en cómo se hundió en un suspiro la antigua Unión Soviética, en cómo los prebostes del KGB saquearon las arcas del Estado soviético y ocultaron el dinero en empresas creadas a lo largo de medio mundo, a la espera de tiempos mejores para la revancha–de ahí surgieron los oligarcas que rodean a Vladimir Putin–, y en cómo Occidente actuó en los años posteriores al final de la Guerra Fría. ¿Recuerdan las pomposas tesis de Francis Fukuyama en El fin de la historia? Pues eso, ahora tenemos claro que la historia no terminó con la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética bajo la presidencia de Boris Yeltsin.

La Historia, con mayúscula, sigue adelante, a trancas y barrancas como siempre ha sucedido, con un paso adelante y dos atrás. Y ahora estamos en la fase caliente de esa Historia, una fase que se inició a principios de

El presidente del Consejo Europeo visita Odesa./ EUROPEAN UNION

La revolución naranja de la Plaza de Maidán de 2013/2014 fue a la vez: protesta liberal, protesta nacionalista, protesta de extrema derecha, golpe de Estado, intervención política extranjera, revuelta civil, revolución de color y revolución político-social. Pero a lo que abriría las puertas al final todo este proceso sería a la ruptura del enormemente frágil equilibrio político ucraniano

este Siglo XXI, cuando en 2004 comenzó en la Plaza de la Independencia de Kiev la que se ha dado en llamar la Revolución Naranja al grito de “La libertad no puede ser detenida”, un movimiento de la oposición ucraniana contra el gobierno semiautoritario de la época, acusado de fraude electoral por la oposición interna ucraniana y organizaciones como la OSCE y otros actores internacionales.

En torno a 2008 la Unión Europea y Ucrania decidieron negociar la firma de un acuerdo de asociación al que –simplificando esta crónica y saltándonos episodios importantes, como la destitución y encarcelamiento de la prooccidental Yulia Timoshenko y otros capítulos oscuros de ese tiempo– Rusia se opuso frontalmente pensando que después del Tratado preferencial vendría la entrada en la UE y, como colofón lógico, la entrada en la OTAN, igual que habían hecho otros países antes situados en la órbita de la Unión Soviética, desde los Bálticos hasta Polonia, Hungría, Rumanía o Bulgaria. Putin empezó a hablar entonces de líneas rojas para la seguridad de Rusia que jamás dejarían que fueran traspasadas por Occidente, como la entrada en la OTAN en la República de Ucrania, a la que Moscú considera parte de su identidad y de su espacio de influencia, y cuyo control juzga vital para su seguridad.

Maidán 2013-2014 Todo se precipitó con la revolución naranja de la plaza de Maidan, en Kiev, en noviembre de 2013, cuando los movimientos de oposición exigieron al gobierno del prorruso Víctor Yanukóvich, entre otras cosas, la firma del acuerdo de asociación de Ucrania con la UE. En enero de 2014 las protestas se desbordaron y los manifestantes tomaron las calles de ciudades con Leópolis y otras situadas en el Oeste de Ucrania. El presidente Yanukóvich se trasladó entonces desde Kiev a Jarkov, y el 28 de ese mes de enero de 2014 apareció en Rusia donde aseguró que se había visto obligado a huir de Ucrania. Un dato importante que conviene señalar, aunque sea por encima y sin entrar en su significado más profundo, es que la injerencia extranjera en lo sucedido en la Plaza Maidán de Kiev en 2013-2014 fue muy evidente, como han documentado diferentes fuentes. Y cuando hablamos de injerencia extranjera estamos hablando sobre todo de Estados Unidos.

Dice Alejandro López Canorea en el libro antes citado Ucrania, el camino hacia la guerra, que el Maidán contendría todos los elementos: “protesta liberal, protesta nacionalista, protesta de extrema derecha, golpe de Estado, intervención política extranjera, revuelta civil, revolución de color y revolución políticosocial. Pero a lo que abriría las puertas al final todo este proceso sería a la ruptura del enormemente frágil equilibrio político que representaban los Yanukóvich, Yúshchenko y Timoshhenko tras la salida del presidente Kuchma. Esta ruptura sería extensible al equilibrio territorial debido al resquebrajamiento social, territorial y político”.

Ucrania no volvería ser la misma. Las áreas prorrusas reaccionaron, con ayuda de Moscú, y proclamaron la independencia de Lugansk y Donetsk, en la región del Donbás. El Kremlin se anexionó la península de Crimea sin que se produjera una reacción internacional contundente. Sí que hubo sanciones por parte de Occidente, pero que hicieron poca mella en la economía rusa que, según todos los indicios que hoy conocemos, comenzó a prepararse para una guerra en Ucrania, a la que el Kremlin no estaba dispuesto a dejar escapar de su área de influencia, y con la que, al mismo tiempo, daría un aviso a Occidente de hasta dónde llegaban esas líneas rojas de las que Moscú ha estado hablando estos últimos años.

¿Otro fracaso de la política de apaciguamiento? En diciembre de 2021 Moscú tenía apostadas sus tropas en la frontera de Ucrania; los servicios secretos de Estados Unidos y el Reino Unido avisaron de que Putin invadiría el territorio ucraniano; la Unión Europea, ingenuamente dependiente del petróleo y el gas rusos, no terminaba de creerse que eso fuera a suceder y seguía en su política de vista gorda o de ‘apaciguamiento’ frente a Putin. Pero, una vez más, ha quedado demostrado que ante potencias como Rusia y gobernantes como Putin y su oligarquía las políticas de apaciguamiento –recordemos de nuevo la Conferencia de Munich de 1938– no sirven para nada.

Digamos, sin embargo, antes de terminar esta crónica, que los graves errores estratégicos y humanitarios que Vladimir Putin está cometiendo con la invasión de Ucrania, no obvian los errores que en estos veintidós primeros años del Siglo XXI ha cometido también Occidente, y en especial la UE, en las relaciones con Rusia. Está claro que la Alianza Occidental tiene que poner un freno claro a las ambiciones expansionistas del dictador ruso, pero cada día está también más claro que está guerra tendrá que terminar en algún acuerdo que no humille a ninguna de las dos partes. Ya sabemos lo que sucedió con el cierre en falso de la Primera Guerra Mundial en el Tratado de Versalles: la humillación de Alemania, que sembró las semillas de la devastadora Segunda Guerra Mundial.

Esa, sin embargo, ya es otra historia que habrá que contar en la siguiente edición del Anuario del Colegio de Periodistas.

Vladimir Putin advirtió en repetidas ocasiones que Rusia jamás permitiría que ciertas líneas rojas, como la entrada de Ucrania en la OTAN, fueran traspasadas por Occidente, pues Moscú considera a esta república parte de su identidad y de su espacio de influencia, cuyo control juzga vital para su seguridad

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