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10 años, 10

# María Verónica de Haro de San Mateo

Aquel funesto once de mayo de 2011, la huella de los terremotos se percibía abisal. La intuición de que los seísmos nos cambiarían para siempre mutaba en certeza a medida que se confirmaba la magnitud de la catástrofe. El camino de la recuperación sería largo. Sobreponerse a la añoranza, difícil. Pero solo cabía honrar, con determinación y coraje, a una tierra curtida en mil batallas y en la que azules y blancos, encarnados y morados, lorquinos y foráneos moramos con brocada pasión. ¿Cabía esperar menos de los descendientes de aquellos que embellecieron “la Ciudad del Sol” hasta convertirla en la joya barroca “de los cien escudos” que renació al calor de temblores pretéritos?

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Cuando este año se conmemora el décimo aniversario de los seísmos con profundo dolor en recuerdo de las víctimas, parece que nada hubiese ocurrido al contemplar la casi total recuperación del patrimonio lorquino. Nos embarga entonces el legítimo orgullo de haber nacido en una tierra magnánima que ha recobrado la prestancia de antaño con dignidad y esfuerzo. Pero también, cómo olvidarlo, gracias a la generosidad de cuantos nos brindaron su apoyo para levantarnos, de nuevo, con ilusión.

Lorca – de suelo grato y castillos encumbrados, espada contra malvados y del Reino segura llave (leyenda del escudo de la ciudad que el maestro Pepín Jiménez orló en su capote predilecto) – se convirtió, aquella tarde aciaga, en epicentro de solidaridad. Entre los incontables testimonios de afecto que se materializaron en los primeros momentos, mi recuerdo recala estos días en el de la familia taurina porque, ante la desgracia que asolaba nuestra tierra, volvió a demostrar su sempiterna voluntad de ayudar.

El anuncio del festival taurino “Todos con Lorca” desbordó la emoción de cuantos concebimos la tauromaquia como paradigma de generosidad. Probablemente – pensé – nadie pueda comprender mejor que los toreros cómo las cicatrices enjutan el cuerpo y el espíritu... cómo el cielo en un infierno cabe... cómo la suerte y la muerte en segundos se libran.

A tenor de los ofrecimientos, bien podría haberse programado no un festival, sino toda una feria. Manuel Díaz ‘El Cordobés’, Francisco Rivera, Rafaelillo, El Cid, Castella, Perera, Cayetano o Paco Ureña (al igual que otros muchos toreros y ganaderos cuya lista sería imposible reproducir aquí) explicitaron su deseo de participar. Pero, finalmente, ante bureles de Garcigrande, Victoriano del Río, Juan Pedro Domecq, Núñez del Cuvillo, El Torero, Jandilla, Daniel Ruiz y El Ventorrillo fueron Ponce, Liria, Morante, El Juli, El Fandi, Manzanares, Talavante y el joven novillero lorquino Miguel Ángel Moreno (acompañados de sus cuadrillas) quienes, el 3 de julio de 2011, propiciaron en La Condomina una tarde de fiesta que fue un verdadero acontecimiento de principio a fin. El colofón, con la lidia que todos propinaron a “Zoletillo” (el noble sobrero regalado

por Espartaco y premiado con el indulto) resultó memorable, al igual que el prólogo a la faena de muleta que le instrumentó el maestro de Espartinas quien – al ser invitado por sus compañeros al redondel – expresó proverbialmente, una vez más, en qué consiste torear. La desgracia de los terremotos de Lorca no vino sola. En 2012, la riada de San Wenceslao ocasionó nuevas pérdidas humanas y agravó el calamitoso estado general (y anímico) de la ciudad. La plaza de toros, apuntalada como tantos otros edificios a la espera de rehabilitación, sufrió nuevos daños a los que se sumarían posteriores agravios que amenazaron con quebrar su historia para siempre. Resulta pues obligado agradecer la sensibilidad de cuantos en esta última década han respondido a la llamada de nuestro Club Taurino, presidido con denuedo por Juan Las máximas figuras del toreo se movilizaron para recaudar Coronel, para participar fondos para las víctimas y damnificados de los terremotos. en cuantas actividades han procurado sostener la afición y la esperanza por recuperar el coso de Sutullena. Inolvidable también el especial desprendimiento de quienes cedieron sus más preciados paños a la exposición “De seda y oro, plata, óleo o azabache... capotes con historia” que tuve el honor de comisariar en el Museo Azul de la Semana Santa el año del 125 aniversario de la inauguración de nuestra aún maltrecha plaza de toros. Al fin y al cabo, la memoria es potencia del alma y en ella anidan pasiones y gratitud. La misma que hoy aflora sublimada. Ojalá muy pronto, el ruedo de Sutullena y las alamedas que arroparon a miles de lorquinos aquella tarde de inmensa zozobra de la que se han cumplido ya diez años, diez, recobren la sin par alegría que los días de toros conferían a Lorca.

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