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Cuarenta años de la alternativa de Pepín Jiménez
# Manolo Guillén
El maestro Pepín Jiménez no es muy dado a las entrevistas. Ni siquiera en estos días en los que se cumple el tetragésimo aniversario de su alternativa, que cualquiera otro se había rendido ante cualquier gesto que pudiera suponer un homenaje. Pero Pepín, el Maestro Pepín, es diferente a todos, hasta en eso. A vuela pluma, en una de las múltiples conversaciones que a menudo tengo la dicha de compartir con él, me contó un ramillete de detalles de aquella fecha tan entrañable en su carrera profesional y en su vida personal, como fue para él aquél 5 de septiembre de 1981 en que se convirtió en matador de toros contando como padrino con sus admirados Paco Camino y Dámaso González en la plaza de toros de La Condomina.
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Con superior permiso del Maestro, me tomo la licencia de insertar debidamente entrecomilladas algunas de las vivencias que me contó con total naturalidad y sin pensar que serían compartidas con todos los lectores de esta revista taurina que edita anualmente, haya feria o no la haya, el Colegio de Periodistas.
Fueron un puñado cortito de recuerdos que retuve en mi memoria, y que ahora me dispongo a desvelar. No se asusten, no son frivolidades ni anécdotas para la prensa del corazón. Son las palabras de un torero con mayúsculas, de un artista único e inimitable, a quien no olvidamos y tenemos muy presente.
Vaya en estas líneas mi homenaje a una forma tan singular y tan propia de concebir el toreo, como no hay en el mundo dos iguales. Siempre se cantó la personalidad de Pepín, del gran Pepín. Y pocas veces se habló del misterio que siempre conservó su tauromaquia. Ese misterio se mantiene perenne. No caduca. Y lo engrandece con palabras tan sencillas como las que ahora tendremos ocasión de conocer. Siempre queda algo latente en el aire, como ese halo que resplandecía sobre la arena después de sus grandes faenas. Siempre quedará algo más por contar. Y ese gancho nos sigue enamorando a los que somos de Pepín, en las tardes buenas y en las menos buenas (si algún día las hubo, que no creo).
Pepín había despertado una enorme expectación durante un par de temporadas, en las que como novillero había sembrado con sus triunfos y su arte los ruedos de esa vieja piel de toro que es la península ibérica. Aquel día 5 de septiembre era el punto de partida en la carrera profesional de Pepín. Todos los méritos que había adquirido como novillero le habían servido para conseguir que la alternativa le llegara en la Feria de Murcia, en un cartel de postín, y con toros de una ganadería de máximas garantías.
“Si especial es el día en que matas tu primer becerro -explica Pepín-; el día, si llega, de ponerte el traje de luces por primera vez; el día, si llega, de poder debutar con picadores,... el día de tomar la alternativa es aún más especial, porque es el día que sueña todo aquel que emprende el camino de querer ser torero”. Con ese “si llega”, Pepín pone de manifiesto lo difícil que es la aventura del toreo para cualquiera que la intenta. Son escalones que hay que ir subiendo, peldaño a peldaño, que no todo el mundo los consigue subir. Muchos son los llamados y pocos los elegidos.
Por si llegaba o no algún día la alternativa, Pepín había brindado a su padre, años atrás en la vieja plaza de Cartagena, el primer novillo que estoqueaba vestido de luces. Don Crisanto Jiménez sabía lo que era vestirse de luces y una vez apartado de los ruedos había dado prolongación a su afición compartiendo junto a sus hermanos la gestión de diversas plazas de toros. El toro de la alternativa se lo brindó a su hermano Juan Francisco, que recogió la montera y salió corriendo por
Pepín Jiménez torea con desmayo al toro de la alternativa. Siempre fue un torero de excelente clase.
el amplio callejón de la plaza de Murcia con esa extraña mezcla de nerviosismo y satisfacción, tal vez sintiéndose objeto de las miradas del todo Lorca.
Desde ese día en adelante, sólo serviría lo que fuera capaz de ganarse Pepín en el ruedo con su espada y su muleta, con toda la responsabilidad que ello conlleva para un joven que se va a encontrar en el patio de cuadrillas con dos toreros con un impresionante bagaje profesional, con dos maestros de la talla del sevillano y del albaceteño. “Es un día de mucha presión -recuerda ahora Pepín-, porque todo depende de lo que se hace a partir de ahora. Lo que se ha hecho antes ya deja de contar. No suma. Hay que buscar el éxito. Y al final esa presión no te permite disfrutar esos días tan especiales. Luego, pasa el tiempo, y es ya cuando lo asimilas”, argumentaba con la satisfacción de estar refrescando un montón de sensaciones del pasado.
Aunque había toreado varios festivales junto a matadores de toros consagrados: “no es lo mismo. Para nada”, señalaba Pepín. Torear en un festival un novillo, reglamentariamente despuntado, es diferente a actuar en una corrida de toros y viendo de cerca a Paco Camino y Dámaso González.
El Maestro Pepín recuerda aquella jornada como un día de mucho ajetreo. No tuvo tiempo de deleitarse, ni detenerse un momento para reflexionar sobre la metamorfosis que experimenta el cuerpo y la mente al pasar de ser novillero a matador: “Afortunadamente -y dice Pepín lo de afortunadamente con la cautela necesaria- no pude disfrutar como debiera de un día tan especial. No hubo tiempo de paladear el momento, pues nada más terminar la corrida emprendía camino hacia Palencia, donde toreaba al día siguiente; y al otro, volvía a torear en la Feria de Murcia”.
Triunfar, triunfar y triunfar. Es lo único que valía. La competitividad y rivalidad era un hecho. Había que destacar, por mucho que Pepín siempre defiende que la tauromaquia no es cuestión de números. “El toreo es un arte de emociones y no de estadísticas”, repite a modo de lema. Aunque aquella tarde era consciente de que las orejas eran como goles y había que tratar de conseguir un resultado lo más abultado posible. La espada le privó de cortar las dos orejas y el rabo de “Supuesto”, número 1 -que así se llamaba el toro de la alternativa-, y el premio quedó reducido a una oreja; y en el sexto sumó un nuevo apéndice que le permitió salir por la puerta grande. Dos días después, en su segunda tarde en la feria, salió por la otra puerta, la de la enfermería.
Finalizada la conversación con el Maestro de Lorca, me fui inmediatamente a los archivos de la hemeroteca, donde disfruté un rato largo comprobando el ambientazo que tenía Pepín, el jovencísimo Pepín, en aquellos días de los que ahora nos separan cuarenta años.
La prensa hacía cábalas sobre el juego de la corrida a la hora de su desembarque en el viejo y centenario ruedo de la plaza de toros de Murcia. Por aquellas fechas todavía se ofrecía la desencajonada como un espectáculo más de la feria taurina. También aparecían noticias sobre las prendas de lujo que Pepín Jiménez iba a estrenar con motivo de un día tan señalado: el traje de luces gris perla y oro, y un capote de paseo azul celeste y oro con bordados alegóricos a la historia y ciudad de su Lorca natal, que fue bendecido unos días antes en la Peña Taurina de Pepín. Incluso Manuel González Sánchez, presidente del Club Taurino de Murcia y excelente artista de los pinceles, realizó una exposición en los salones del Rincón de Pepe con una veintena de obras inspiradas en la figura del lorquino y en la fuerza expresiva de su toreo, a cuya inauguración acudió el propio Pepín en las horas previas a hacer el paseíllo de su alternativa.
El fervor con que vivió la ciudad de Lorca la llegada al escalafón superior de su nuevo ídolo quedaba patente en las páginas del diario Línea, donde Diego Vera hacía esta magistral descripción: “Faltaban todavía horas para hacer el paseíllo y media Lorca, carretera abajo, se dejaba caer en Murcia, para ver torear a Pepín, para aplaudir a Pepín, para arrojar al ruedo todo lo que hiciera falta en homenaje a Pepín”. Incluso, entre otras cosas, le regalaron un cochinillo cuando daba la vuelta al ruedo y compartió la portada con Pepín en la Hoja del Lunes en una estampa que tiene un rancio sabor añejo.
Después salió el toro y la trayectoria de Pepín Jiménez echó a caminar. Se agigantó con sus tardes de gloria. Ahora que hace dieciocho años que no torea, todavía añoramos la presencia en los ruedos de quien un día se dijo: “Pepín no será el mejor torero, pero sí es el que mejor torea”.
Feliz aniversario, matador.
Gesto cariñoso de Paco Camino ante la mirada de Dámaso González, en el momento de la ceremonia.
Pepín fue agasajado con toda clase de obsequios durante las vueltas al ruedo. En la imagen, con un cochinillo.