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La viuda de Atarfeño

# Mª Adela DÍaz Párraga

Reportaje fotográfico a Luisa Jiménez en Estampa, 22 de junio de 1935.

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Atarfeña y cuadrilla.

Se llamaba Luisa Jimenez, y nació en los primeros años del pasado siglo XX, en el año 1912, para ser exactos. Su nombre tal vez les recuerde algo muy vago a los aficionados al mundo del toro, pero seguro que a cualquier taurino que se precie, no le resulta desconocido el nombre de “La viuda de Atarfeño”, que así era conocida en los ruedos, aunque solo sea por lo insólito de su trayectoria. En realidad, de Luisa se sabe muy poco hasta el momento en que aconteció la trágica muerte de su marido, el diestro Miguel Morilla “Atarfeño”. A él, lo corneó un toro el día 2 de septiembre del año 1934, en la desaparecida plaza de Atarfe.

Por aquella época, Luisa, que entonces tenía veintiún años, era lo que se dice una mujer de bandera. Residía en Madrid con su marido y su hijo, y allí precisamente, le llegó la noticia de la muerte del diestro. Noticia, que le tocó darle a Justo Amoros, apoderado de Miguel, y también la acompañó en un triste viaje, en el tren de la noche que les llevó hasta Granada. Y aunque en esos terribles momentos, las escenas de desesperación son cosa natural, Luisa superó todo lo imaginable. Destrozada por completo se agarró al cadáver de su marido, presa de un ataque de nervios, sin que hubiera forma humana de separarla de él. En aquellos tiempos, no era costumbre que las mujeres asistieran a los entierros, por lo que Luisa, acompañada de otras mujeres, esperaba en el segundo piso del Casino de Labradores de Atarfe. Sin embargo, cuando se escuchó el rumor de la triste comitiva, se escapó al balcón, gritando como una loca, y trabajo tuvieron sus acompañantes para que no se tirara por el balcón a la calle.

La verdad es que las gentes se portaron muy bien con la familia del diestro, y hasta se celebró un festival a beneficio de la viuda y el hijo, en el que se recaudaron

cerca de 26.000 pesetas, que en aquellos lejanos días, era un fortunón. Con aquellos dineros, Luisa compró una casa, que puso a nombre de su hijo Miguel.

Pero no paró ahí la cosa, que su triste historia, y todo hay que reconocerlo, su gran belleza, hizo que las gentes del cine se fijaran en ella, y le ofrecieron un contrato para rodar una película en Hollywood, muy bien pagado. Pero … Luisa tenía otras ideas. Se le había metido en la cabeza que quería ser torera, y sin pensarlo dos veces, se embarcó en una peregrina aventura taurina, tal vez deslumbrada por las tentadoras ofertas de los avispados empresarios.

Bueno, no vean ustedes señores, la que se armó. Y aunque hay que reconocer que la mayoría de los amigos de su marido, le perdonaron su incursión en el masculino mundo del toro, hubo, y nunca mejor dicho, división de opiniones. Pero Luisa no se acobardó, y unas veces vestida de luces, y otras con traje campero, toreó entre treinta y cuarenta becerradas. No es que tuviera mucho éxito, pero el público la quería y simpatizaba con ella; también tenía su aquel, eso de que junto a su nombre siempre figurara lo de “La viuda de Atarfeño”. Por cierto, que también toreó en la secular plaza de toros de Cehegín, compartiendo cartel con Julian Medina y el caravaqueño Pedro Barrera. Y fue una tarde bien gloriosa para Luisa, ya que le dieron las dos orejas y el rabo.

Una no tiene noticias de que estuviera metida en política, tal vez fuera una acusación maliciosa. Que eran tiempos revueltos, y muchos aprovechaban para cobrarse agravios reales o imaginarios. El caso es que un día de 1936 detuvieron a Luisa en Guadix, y se pasó tres largos años en la cárcel de Baza, mientras su hijo vivía con sus abuelos. Ella siempre proclamó su inocencia, pero este suceso, puso fin a su carrera taurina, ya que cuando salió, ya no volvió a torear.

Por unas cosas y otras, su vida fue tan apasionante como uno de aquellos enormes novelones de principios del siglo pasado, o un romance de ciegos, y ella misma era una mujer tan fascinante, que hasta el propio Federico Gar-

cia Lorca, le dedicó un romance poco antes de su muerte. “En tus pupilas serenas se hace más honda la pena …”, le decía entre otras cosas.

Su carrera taurina término, pero Luisa siguió llevando una vida algo movidilla, ya que se

casó dos veces más, la ultima cuando ya tenía sesenta años, pero no tuvo más hijos. Murió pasados los setenta, en octubre del año 1983.

María Luisa Jimenez-Revista Estampa nº388 22 junio 1935.

Reportaje en Estampa en 1936.

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