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Los afrolimeños en las acuarelas de Francisco “Pancho” Fierro

108 en la URSS. Cecilia Tait (Lima, 1962) comenzó a jugar de manera profesional en 1976 y con Perú fue subcampeona en el mundial juvenil de México 1981, donde fue elegida la mejor jugadora del torneo. En 1982, logró con la selección el subcampeonato en el Campeonato Mundial de Vóleibol. En 1985, fue elegida para integrar el equipo All-Stars, junto con las mejores voleibolistas del mundo. Cecilia participó en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988, en los cuales fue declarada la mejor jugadora del torneo. Posteriormente, jugó para el Club Sadia de Sao Paulo. En 1992 continuó su carrera deportiva en Alemania y regresó al Perú en 1998.

En atletismo, destacaron Julia Sánchez Deza, “La saeta de América” (Breña, 1930-2001), quien en 1951 participó en los Panamericanos en Buenos Aires, en los que ganó la medalla de oro en los 100 metros planos. Fue la primera mujer en ganar una medalla de oro para el Perú; Julia falleció el 2001. Fernando Acevedo (nacido en 1946) tiene varios récords nacionales en 100, 200 y 400 metros planos. Carmela Bolívar (nació en 1957) fue récord nacional de 100 y 200 metros planos durante mucho tiempo.

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Los afrolimeños en las acuarelas de Francisco “Pancho” Fierro

Existen muchísimas acuarelas de Fierro reproducidas en libros escolares y académicos, álbumes, almanaques y afiches de publicidad, entre otras imágenes que muestran a los afros como vendedores ambulantes, aguadores, sirvientes y

Clarivett Yllescas, joven valor de la selección femenina de voley del Perú. Clarivett es la última representante de una larga tradición en la que se encuentran Lucha Fuentes y Cecilia Tait. 109

110 cocheros; mientras que las mujeres son sirvientas, amas de leche y vendedoras ambulantes.

Estas representaciones dan la impresión de que los afros están destinados a estos oficios. Así lo vieron algunos viajeros del siglo XIX y los intelectuales peruanos, como Ricardo Palma y Manuel Atanasio Fuentes, por citar algunos. En estas narrativas, las vendedoras ambulantes son de sectores populares y, de acuerdo con lo que venden, se perciben como indias o negras. Por ejemplo, la tisana y el tamal fueron percibidos como alimentos de negros; mientras que el cuy y los ollucos, como de indios. Siguiendo esa lógica, la tisanera o la tamalera son negras, nunca indias o blancas; en cambio, las pescadoras son indígenas. Pero ninguna vendedora es vista como blanca. Por razones de clase y raza, algunos oficios inferiorizan y ennegrecen. En la primera mitad del siglo XIX, la élite asimiló la cultura europea, vista como refinada y superior, y racializó alimentos, oficios y costumbres para diferenciarse de los sectores populares.

Además, las acuarelas más populares representan a hombres y mujeres afro participando activamente en los bailes, juegos, procesiones y diversiones poniendo énfasis en su supuesto carácter festivo “natural”. Entre las acuarelas más difundidas se encuentran Convite al Coliseo de gallos (1830), El son de los diablos, Sigue el son de los diablos y Bailando al son de los diablos. En Convite al Coliseo de gallos (1830), tres afros van anunciando la pelea de gallos, una práctica muy asociada a lo criollo y limeño; el primer hombre toca un instrumento

Acuarela de Francisco “Pancho” Fierro. Él fue el cronista visual de los oficios ambulantes en la Lima del siglo XIX. 111

112 de viento, el segundo un tambor y el tercero lleva un gallo enjaulado. En cambio, las acuarelas que repiten la temática del son de los diablos parecen exclusivas de afros.

Otras acuarelas, como Procesión cívica de los negros (1821) y Sigue la procesión cívica de 1821, evocan a los afros festejando la libertad. En el primer caso, se trata de un desfile con cuatro sujetos, tres hombres y una mujer. El hombre que encabeza el desfile porta la bandera peruana, los dos siguientes están tocando sus instrumentos musicales y la mujer cierra el desfile con una matraca y una banderita. Según anotaciones de Palma, se trataría de la procesión cívica de las cofradías de negros mozambique, angola, caravelí, chala y terranova. La segunda acuarela reproduce el clima de fiesta, los afros desfilan alegres y portan banderas peruanas, incluso se notan los fuegos pirotécnicos; dos hombres van adelante portando un pesado tronco que es percutido por un niño encaramado al tronco, detrás va una mujer de vestido amarillo, con una franja terciada blanca y roja, tocando una matraca y, más atrás, una multitud sigue el desfile con banderas. Estas acuarelas vinculan a los afrolimeños con la gesta de la Independencia y la nación, pero olvidan a los afros del ejército realista.

En cuanto al cuerpo, los hombres son representados con ropa ceñida que permite apreciar su musculatura. Por ejemplo, El aguador nos muestra a un afro musculoso y fuerte, capaz de sostener bultos pesados. En cuanto a las mujeres, la representación de lo corpóreo es más fina. Ellas son sensuales y curvilíneas, algunas aparecen con escotes

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Grupo de afroperuanos celebrando la independencia. Acuarela de Francisco “Pancho” Fierro.

114 profundos que dejan ver sus senos turgentes, la ropa pegada al cuerpo delinea las caderas anchas y la cintura estrecha, los pies diminutos, siempre calzados, a diferencia de las indígenas que a veces van descalzas. El cabello es trabajado con más detalle, advirtiendo que son mujeres afrodescendientes. Por ejemplo, en Misturera la mujer es representada de espaldas, perspectiva que permite apreciar los largos rizos que caen por la espalda cubierta con un manto amarillo bordado.

Las acuarelas dedicadas a las vendedoras ambulantes son hermosas y, entre ellas, destaca Una placera. Esta pintura representa a tres mujeres, una de las cuales va cubierta con un manto de color claro que cae por todo su cuerpo sin curvas, desprovista de sensualidad. La otra que flanquea la escena está cubierta por saya y manto, con el rostro apenas visible. Finalmente, la tercera mujer, de apariencia afro, ocupa el centro de la escena y su ropa pegada al cuerpo evidencia sus curvas; su blusa tiene un escote profundo que deja ver sus senos grandes y sus caderas son anchas. Además, la mujer está sentada con las piernas abiertas y sus brazos se extienden ofreciendo la fruta, mientras sus labios rojos esbozan una amplia y pícara sonrisa.

Es indudable que existe una relación entre la mujer afrodescendiente y la comida, las frutas, los dulces y las bebidas alcohólicas en el contexto de la calle y el espacio público, la cual puede ser interpretada de diversas maneras. Lo primero que podríamos pensar es que hay una relación con los estereotipos sexuales, porque desde los primeros tiempos

coloniales las esclavizadas y las libertas fueron sindicadas como lujuriosas, sensuales y peligrosas. Sin desechar esta idea, podríamos explorar otros caminos como, por ejemplo, los vínculos entre esclavitud femenina y cocina. En efecto, la esclavitud centró a las mujeres en el espacio doméstico y, especialmente, en la cocina, de tal manera que adquirieron fama de excelentes cocineras. En las acuarelas, la mujer afro es construida con más minuciosidad que la indígena, ya que es representada como sensual, hábil y trabajadora. Su imagen está fuertemente vinculada a los placeres, especialmente al de la comida. Este vínculo la aleja de las mujeres indígenas y la acerca a las mujeres hispanas, pues la cocina es transmisora de costumbres y tradiciones compartidas por la élite.

Las acuarelas muestran cómo se “racializaron” los oficios, alimentos, rasgos de personalidad y prácticas culturales a lo largo del siglo XIX y principios del XX. Ser afro se convirtió en sinónimo de aguador, cochero, ama de leche, lavandera, cocinera, tocar cajita, cajón y quijada de burro; comer carapulcra, sanguito y tamales; bailar el son de los diablos y la zamacueca, entre otras prácticas. Además de ser fuertes, eran alegres y excelsos bailarines. Estos son los elementos que se tomaron en el siglo XX para identificar a los afrolimeños como un grupo homogéneo y puro, mientras que, al mismo tiempo, se marcaban las diferencias con los otros grupos étnicos de la ciudad. Sin embargo, la cultura limeña es producto de una fusión donde lo afro es una parte sustancial.

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Un aspecto fundamental es que las acuarelas más conocidas son aquellas que representan afros plenamente incorporados a la sociedad y la cultura criolla. Ellos son transmisores y guardianes de tradiciones consideradas limeñas y ya no solo afros. De allí que estas imágenes son usadas ampliamente por diferentes sectores intelectuales y activistas. Primero las utilizaron los impulsores de la Lima criolla, como Ricardo Palma, Benvenutto Murrieta y José Gálvez; y luego José Durand, fundador de la Compañía Pancho Fierro y reconstructor del son de los diablos. Los pintores del indigenismo también tomaron como referentes estas acuarelas. Por ejemplo, José Sabogal reconoció a Fierro como un pintor mulato, vernacular y autodidacta (no obstante, cabe destacar que, a pesar de apreciar su arte, lo colocó fuera del canon académico). Los hermanos Santa Cruz también usaron las acuarelas en su propia búsqueda de una identidad afroperuana, aunque dieron un giro total al buscar las raíces “puras” en África, el Caribe y Brasil. Hoy en día, los activistas afroperuanos usan profusamente las acuarelas de Pancho Fierro como un respaldo visual de sus actividades.

La masificación de las acuarelas de Fierro, a mediados del siglo XX, no solo son producto de su calidad como pintor — que sobradamente la tiene—, sino también el resultado de tensiones, diálogos y negociación entre instituciones, élites culturales y sectores sociales que reclaman ser incluidos en los imaginarios nacionales.

Para concluir, el libro revisa la cultura limeña y la participación de los afrodescendientes en la construcción de la misma. Se ha revisado el proceso histórico que incorporó a los afros en la estructura social limeña mediante la esclavitud, de allí proceden sus aportes en la comida, el cuidado de los niños, la tauromaquia, la religiosidad, las fiestas, la música, los bailes, que, con el pasar del tiempo, se han considerado tradicionales. También se ha revisado el proceso por el cual se abrieron otras actividades como los deportes en una época donde era bastante difícil acceder a la escolaridad y profesionalización. Triunfar en los deportes significó conquistar nuevos espacios, apropiarse de ellos y dejarlos en herencia a los hijos y los nietos; tal como lo hicieron en el pasado las cocineras, las lavanderas, cocheros, amas de leche, músicos, entre otros. Ahora, en las últimas décadas gracias a la ampliación de la educación y la ciudadanía, entre otras razones, los afros han conquistado otros espacios y actividades, tales como la política, la ciencia, los ministerios y el Congreso de la República. Habrá un día en que nadie se asombrará ni cuestionará vernos en estos espacios.

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