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II.3.1.c Los Apus
II.3.1.c. Los Apus.
Los apus o montañas son una de las manifestaciones del kay pacha que mayor importancia poseen en la cosmovisión andina. Éstos se percibían como una matriz hueca en la cual se genera la vida, y en la cual habita vida. Los apus, además, son el lugar de unión entre los diferentes planos del cosmos. Poseen en su ser dos características, por un lado son las cimas elevadas cuya cúspide se relaciona con el hanan pacha, y por otro lado, su interior, se percibía como un gran cobijo de la flora y la fauna silvestre, de supay. Posee, consecuentemente, dos cualidades, una relacionada con hanan pacha, la zona de arriba, y otra con el hurin pacha, el interior de la montaña. El interior de la montaña se percibía como un habitáculo inframundano, allí estaban los corrales de las manadas de los señores del inframundo. Las montañas representan; en el paisaje andino; como lugares cargados de energía sobrenatural, además de personificar un camino de conexión con los diferentes niveles del cosmos. A los cerros se les entregaban las ofrendas de noche, cuando actúan las deidades terrestres (Szeminski, J. y Ansión, J., 1982:193). Se entiende que la noche trasforma la naturaleza: los animales hablan, los cerros se abren y se comunican unos con otros. Se evoca el orden de los tiempos primigenios, cuando el sol no estableció el espacio-tiempo presente, como se observó en el capítulo sobre historia cósmica. De esta manera, se concibe que antes del orden presente dominaba la oscuridad, y los animales hablaban, pues, tenían un vínculo de comunicación. Los apus albergan en su interior los animales salvajes, los que no eran “domesticados”, los rebaños de supay. Por ejemplo, el investigador Flores Ochoa, describe dos tipos de camélido, los silvestres, que no son domésticos, por lo tanto no atienden al control de los hombres, y son propiedad de los apus, al igual que el zorro, el venado o el puma. Por otro lado, están los camélidos domesticados, que salieron de las profundidades de la tierra y producen lana (en Gisbert, Teresa; 2006:54). Durante el incanato los cronistas anotaron, en casi todas las obras de la época colonial, un sacrificio muy importante que se realizaba en las montañas llamado Capahucha. En este sacrifico se ofrecían niños pequeños a las montañas, en las crónicas se resaltaba, de esta manera, el estado bárbaro que
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era necesario aniquilar con la aculturación de las poblaciones indígenas. Los animales salvajes, y demás formas sobrenaturales, estaban ubicadas en el “mundo de abajo”. En general se podría afirmar que el hurin pacha fue percibido por las poblaciones prehispánicas como un lugar de tamaño pequeño, así, la mayoría de las ofrendas que se realizaban para este plano del cosmos se realizaban especialmente de tamaño pequeño. Durante la colonia, la información sobre el inframundo se trasformó y adaptó a la doctrina católica. En cierta medida el hurin pacha y sus habitantes fueron simplificados en su ser, y desde entonces se acomodaron a una nueva enunciación: el infierno. Desde entonces supay, y por extensión los apus, fueron identificados con el demonio. Hemos elegido la siguiente anécdota que ilustra, a nuestro parecer, esta trasformación doctrinal: “fue pues, el caso, que afligido de pobreza en España un Estremeño, y hallándose casi desesperado, se le apareció el demonio, aunque con disfraz, y comunicados sus intentos, le dixo: quieres que te lleve a un monte muy abundante de oro, en que a poco trabajo puedas tenerle? Respondióle que sí, y dispuesto a seguirle, y caminar con el de noche, cogiendo unas hogaças, se halló como adormecido, y boviendo en sí, quando ya amanecía, se vío a las faldas de aquel monte, y a vista de las estancias de Chuquipata, y baxando a una de ellas, con espanto, y extrañes de el sitio, halló alvergue en la que era de aquel paysano suyo, que sabiendo lo era, y Chapeton (recien ido de España) le combido a al morçar, y el huésped, sacando de las alforjas sus hogaças, las puso en la mesa: reconoció el vecino de alli, era de españa aquel pan, y admirado, apreto en saber el misterio; confesole ingenuamente el recien llegado, y se conocio averle llevcado el demonio: y por esto, desde los principios de aquellas fundaciones, llamaron: supayurcu, a aquel monte, quequiere decir, cerro del Demonio, que supay, significa en la lengua del Ingá, el demonio, y urcu, el cerro o monte...” (Rodríguez, Manuel; 1684, libro II, cap.V:92)
Existen multitud de narraciones que hacen referencia a las riquezas que poseen los apus, y al peligro que ocasiona la entrada a uno de estos lugares. La gran potencia que alojan los cerros era personificada por los seres terrestres
que habitaban en él. Éstos pueden robar el ánimo, además, por sus orificios, pueden entrar y salir los espíritus que habitan el hurin pacha. Éstos, por su gran potencialidad, podían enfermar a los habitantes del kay pacha mediante el espanto. Durante el trabajo de campo que realizamos en Bolivia uno de nuestros informantes, la maestra Patricia Fuertes del colegio de Tuysuri, Tinquipaya, nos contó que su padre enfermó por un espíritu de la montaña:
“...mi abuela dice que se llama Moço Curaca, un día mi tía la mayor de mi papá la había mandado con el ganado, y mi papá no había cuidado bien a los animales, y mi tía los echó en falta. Y como había paseado por el cerro fue allí, y mi papá estaba llorando. Había salido una gringuita de cabellos rubios y la había dicho pasar, y él había entrado y la casa era de puro oro, y se había sentado en una silla de oro y no había entrado mas adentro, todo era lujoso, como un palacio. Ya que no salía la chica, él dijo que salía y todo era oscuro, al día siguiente había ido a mi casa y no podía hablar. Durante un mes había dejado de hablar” (Trabajo de Campo, Tuysuri, Tinquipaya, Potosí, Bolivia. 2006).
El padre de la maestra adquirió una de las características del espanto, la mudez, que requiere una cura del médico tradicional. El interior del cerro era percibido como un lugar perteneciente a supay, a las potencias inframundanas y el acceso a éste ponía en peligro a los habitantes del kay pacha. Como se aprecia en el texto el padre de la maestra fue seducido por un espíritu terrestre, femenino, que le llevó hacia los palacios y ciudades que éstos poseen en el interior de la montaña. Por lo general, las narraciones coinciden en expresar la riqueza que los cerros poseen, minerales preciosos, y que se manifiesta en determinadas circunstancias, y a determinadas horas, como se aprecia en el siguiente texto que hemos consultado en la Biblioteca Nacional de Madrid “ ...una vez les dixo, que era el Señor Rico, y por esso aquellos en su lengua le llaman Capac Iqui, que quiere decir Rico Señor, y que el cerro de Potosí era su hijo, y asi le adoran los Indios, y que el les dava la plata...” (Cárdenas, Fray Bernado de;1629:p.9r.Mss.R/39624, B.N.M) Los cerros fueron los lugares en los cuales se efectuaba uno de los sacrificios más importantes para la cosmovisión incaica, la Capacocha. La ofrenda era realizada en ocasiones especiales, y consistía, básicamente, en ofrecer una pareja de niños a la montaña. Por ejemplo, uno de estos sacrificios se realizaba durante las estaciones secas, opinamos que se sacrificaban niños
en este periodo porque las montañas174 son los santuarios de las divinidades inframundanas, y con este “pago” se demandaba lluvia para las cosechas. De igual modo, se entiende que los dioses que residían en las montañas controlaban los fenómenos atmosféricos (Reinhard, Johan; 1993: 291). Los datos apuntan a comprender que la lluvia procedía del interior de los cerros, del inframundo. La base por la cual se sacrificaban niños175, entendemos, se debía, entre otras muchas cosas, a que éstos se asemejaban al tamaño de los seres que supuestamente habitaban el inframundo: eran pequeños; además, se realizaba un matrimonio ritual y éstos poseían una gran pureza en su formación tanto espiritual como física. Juan de Betanzos escribió que cuando un Inca obtenía el poder del Tahuantinsuyu, “… se sacrificaban muchos niños y niñas, a los cuales enterraban vivos muy bien vestidos e aderezados, los cuales enterraban de dos en dos, macho y hembra...con mucho servicio...con todos los demás menesteres que un indio casado suele tener...”( Betanzos, Juan;1968:53). El cronista destacó la imitación que se realizaba en este ritual con el matrimonio ritual que requería el sacrificio Los diccionarios quechuas traducen mallqui o mallqu, como difunto, pero además, como planta, árbol, y de estas palabras derivan los verbos plantar y germinar. Posiblemente, el difunto que se enterraba en la montaña, o en el interior del hurin pacha, se percibía como una semilla, que era introducida en el seno de ésta para que germinase.
174 Las concepciones sobre el complejo cerros-lluvia-fertilidad no sólo existen entre los Andes y Mesoamérica, sino o también con los mapuches, más al sur. En Mesoamérica, comenta el Doc. Gabriel Espinosa Pineda, la base natural es la Sierra Volcánica, como la Sierra Madre Occidental de México, es decir la semejanza en la geomorfología sería la base material principal para que concepciones tan parecidas se hubieran enraizado en regiones culturales tan alejadas. Es una base común muy antigua, que al ser puesta en dos medios idénticos, o por lo menos muy semejantes, desarrolla concepciones sumamente parecidas. Espinosa Pineda, Gabriel, Curso: Religión, cosmología y naturaleza en Mesoamérica. Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, México, impartido en la Sede de Salamanca, España, año 2002. 175 Hemos hallado un manuscrito en el Archivo General de Indias, Sevilla, en el cual se explica que los sacrificios de niños se empezaron a realizar en los andes peruanos por influencia del ritual que se hacía en la región del Collao (Patronato 294, N.6., 1571:74). En el área Mesoamericana, explica el Doc. Alfredo López Austin, los niños se percibían como cuerpos fríos, en constante gestación de crecimiento, por lo tanto tenían mucha carga acuática, al contrarío de los viejos, que están más secos, se acercan más al cosmos, van ganando calor y perdiendo frío. Seminario: La construcción de una visión del mundo del postgrado de Antropología de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México, impartido en el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Ciudad Universitaria. 2005
Según las fuentes documentales las cuatro provincias que componían el Tahuantinsuyu se reunían y traían de cada región uno o dos niños pequeños, ropa, ganado, mullu y demás ofrendas para efectuar dicha inmolación. Esta ceremonia se realizaba para que el Inca tuviese paz y prosperidad durante su mandato y en todas las posesiones que dominaba. Posiblemente, esta ofrenda era la máxima expresión de devoción del Inca hacia sus huacas y dioses, ya que, a través de su mensaje etéreo, éstos le aportaban el equilibrio necesario para la prosperidad del Tahuantinsuyu. Opinamos que es un acto de petición para que no hubiese ni fuertes sequías, ni hambrunas, ni epidemias, etc. En definitiva, que hubiese fertilidad, así, el inca realizaba el sacrificio de mayor solemnidad para obtener un periodo fructuoso en el poder. A través de los textos coloniales hemos advertido algunas fases del sacrificio. Para realizar la capahucha el Inca se sentaba en la plaza de Aucaypata, y los niños andaban alrededor de las huacas. Posteriormente, el Inca mandaba llamar a los encargados de los sacrificios de los cuatro suyus, y delante de las huacas ahogaban a los niños, que consecutivamente eran enterrados junto con las ofrendas de oro y plata. Estos sacrificios humanos se realizaron por el comienzo de un nuevo año, para que las huacas le diesen salud y paz en sus dominios al Inca. Aunque no se puede eliminar la posibilidad de pensar que éstos se hiciesen en otras ocasiones. Las crónicas destacan que no quedaba ni una huaca, por pequeña que ésta fuese, sin recibir su sacrificio. Cuando algún sitio era inaccesible, por su impenetrabilidad, se tiraban con unas hondas unos pequeños vasos con sangre, para derramarla por la ladera. Para realizar dichos sacrificios, con total y absoluta devoción, sin la ofensa de huacas olvidadas, el Inca tenía a los quipucamayos que llevaban la contabilidad de las inmolaciones que se tenían que hacer en cada provincia, y los encargados de esta misión. Para una empresa de tal magnitud se comenzaban los sacrificios en Cuzco, primero para el dios Sol, posteriormente para Viracocha, Illapa, para la Luna, el cielo y la tierra. No se realizaban sacrificios humanos a todas las deidades, sino a las huacas principales del imperio. Se han hallado restos de estos sacrificios en multitud de cerros, en el Cerro El Plomo, Chile; Anconcagua, Argentina; Monte Ausangate, Oriente
Cuzco; Nevado de Ampato, sureste de Cuzco; Isla Plata, Ecuador; Túcume, Costa norte de Perú y en la isla del Sol, en el lago Titicaca. Existen numerosas interpretaciones sobre el acto ritual de la capahucha. Willian Sullivan, por ejemplo, opina que el acto de sacrificar niños, durante la capahucha, fue la forma de mandar mensajeros a las estrellas, pues, cada ayllu poseía una correspondencia en el cielo con una estrella (Sullivan, William; 1999:434-438). Estos emisarios pedían generosidad para mantener el equilibrio del Tahuantinsuyu. Otros autores coloniales piensan que esta capaccocha o capahucha era una ofrenda que se donaba una vez al año para la manutención y mantenimiento de los diferentes cultos, un "diezmo" para el estamento religioso (Cieza de León, Pedro; 2001: 106). Juan B. Leoni ha descrito, respecto a la cosmovisión prehispánica de la región cetro andina, que las deidades que habitan en las montañas176 se percibían como controladoras de los fenómenos meteorológicos, son dueñas de los animales y las plantas, salvajes y domésticas (Leoni, B. Juan; 2005:152). Cada deidad, a su vez, poseía su área geográfica correspondiente. Estas deidades eran veneradas, comprende Juan Leoni, citando al investigador Reinhard, para asegurar el suministro de agua (Leoni, B. Juan; 2005:153). Anders explica que el culto a las montañas servía como base de la organización territorial y política (en Leoni, B. Juan; 2005:154). En las narraciones hemos apreciado que los seres son gestados y protegidos por los cerros. Durante el Diluvio, por ejemplo, el cerro de Huillcacoto protege a los animales y hombres que se salvan; o en el cerro de Condorcoto nace Pariacaca (Ávila, Francisco de; 1975:32-35). Pero aparecen dos aspectos del cerro, el cerro-alto, donde se ubica el nacimiento de Pariacaca o la salvación de un determinado sector de la población afectada por el Diluvio; y el cerro-interior que alberga los poderes intra-terrenos (Ávila, Francisco de; 1975: 31-101). Estas secciones, de alguna manera, comprenden una geometría del cerro que adquiere características definitorias de gran utilidad para la presente investigación. Por ejemplo, Pierre Duviols relaciona la
176 Recordamos la semejanza, altamente coherente, con otras áreas culturales montañesas. En área de Mesoamérica, por ejemplo, la investigadora J.Broda indica que las fiestas, efectuadas en febrero, se realizaban en los cerros en honor de los muertos y ancestros. Los niños sacrificados simbolizaban el acto propiciatorio más antiguo de Mesoamérica, por el cual se solicitaba lluvia a las deidades atmosféricas (Broda, Johanna; 1997:49).
divinidad atmosférica con el puma o león, y los cerros como habitáculos terrestres de la divinidad. Analizando algunas de las interpretaciones de los investigadores y la información de la colonia, hemos deducido que el sacrificio de la capahucha no se realizaba siempre, no era usual, pero sí fue un sacrificio oficial. Éste se realizaba como un acto de máxima devoción. Las características de las ofrendas, sobre todo el tamaño y el lugar, nos hacen pensar en un ritual por el cual se solicitaba a las divinidades relacionadas con el inframundo, con la fertilidad y sus dominios, es decir, con el control de los fenómenos atmosféricos. Se trata, en nuestra opinión, de un ritual de comunicación con el inframundo para reclamar eventos fructíferos, entiéndase lluvia, paz, buen gobierno, cosechas, etc. A través de la información de las fuentes, se podía confirmar que en el seno de las montañas se creía que habitan los señores de la tierra, los genios de las minas, los animales del inframundo, animales salvajes, y ciudades realizadas de oro, cargadas de tesoros, de fertilidad, etc. La entrada a estas ciudades inframundanas se realizaba a través de la abertura de la montaña, cueva u otro orificio. En cierta medida en el seno de las montañas se albergaba lo que será, lo que se manifestaría. Se entendía que por su interior corrían ríos, la sangre de la Pachamama, que más tarde se convertirían en la lluvia (Figura15).Es más, los cerros dominan el ciclo hidrológico de la región centro-andina, de éstos nacen todos los ríos. Basándose en los trabajos de campo de José María Arguedas, el investigador William Torres cita los siguientes párrafos, a través de los cuales considera, igualmente, que el agua era un producto que se ubicaba en el interior de los cerros. Éstos se percibían como grandes receptáculos que albergaban, entre otras muchas cosas, la lluvia, así refiriéndose al uma, agua, José María Arguedas anotó que:
“El Aguay Unu es un don de los wamanis, "Wamanikunamantan llogsimuchkan yawar bena, Uno. Ima wawanchikpag, todo, lliopag, riki", dijo el regidor y auki menor de Chaupi: "De los wamanis brota la vena sangre, el agua. Para nuestros hijos de toda especie, todo, para todos, pues". "Orqotaytapa venan, riki unuqa, aguay unu", afirma don Viviano: "El agua es la vena del Padre cerro, el aguay unu". En el relato del mito de Inkarrí, el mismo Don Viviano dijo: "Taytanchik wamanikunamamtaqa aguay unullata chaskinchik" ("De nuestros padres, los wamanis, recibimos el agua, el agua solamente"). Porque la lluvia es obra de Dios.
El Aguay Unu es, pues, el agua que brota de la tierra" (Arguedas, J. M; 1989: 49). Este mismo informante le comentó a Arguedas que en el cerro Pedrorqo, de cuyas laderas brota un manantial que fluye al estanque de Moyalla o Qorecocha, junto a esta fuente, existen tres figuras pequeñas, antropomorfas, las cuales son los espíritus del agua. El Aguay Unu es la sangre fecundante de los wamanis y pertenece tanto a los humanos como a todos los animales. "El Aguay Unu recibe las ofrendas más preciadas: el corazón de una llama y el corazón de una oveja de Castilla. Don Viviano nombra a la oveja "castilla" a la llama "Qoyllor" (Estrella). Los aukis declaran que a los wamanis se les paga frutos de la tierra y el llampu, "Plankuchallata", elementos incruentos, blancos. Pero el Aguay Unu es un don de los wamanis (...) Los corazones aún palpitantes de las víctimas, no son arrojados en el ojo del manantial que brota del Pedrorqo, sino más debajo de la corriente, en Pallqa, donde el agua es más profunda. Los aukis afirman que el agua, allí, devora las ofrendas, pues desaparecen al instante, hundiéndose" (Ibid.: 50-51) (Citado en Torres, C., William: 2000: 58).
La gran montaña se percibía como un eje terrestre, albergador de las formas de vida inframundanas. En el poema de Illimani, por ejemplo, se halla una concepción indígena, escribe José María Arguedas, más abstracta sobre el mundo: “en las entrañas del Illimani, cerro nevado que se levanta sobre el altiplano del Titicaca, están el khuru, el hhuya, el wahi y el inqa. El Khuru, gusano, representa la forma más elemental de la vida; el Khuya, derivado de la palabra Khuya, amor y piedad, es el “doble”, la imagen fiel de cada cosa que está sobre la superficie de la tierra; un doble vigilante piadoso y amante de su imagen objetiva terrena. Wahi significa origen, meta, madre...nombra al hermano, al modelo germinante de cada cosa que hay en el mundo. El inqa es la figura perfecta hacia donde se dirigen las cosas, al que pretenden imitar, el que los atrae y con el cual no llegan a confundirse nunca, porque es demasiado perfecto...” (Arguedas, José María; 1987:312)
Tukuy kausaq aywakunaq. De todo ser viviente Inqakuna, khuyankuna, el principio, el germinal arquetipo Khurukuna, wahinkunan la semilla elemental, el amor creante, amado Ukhuykipi puñushanku. en tu honda entraña duerme.
Casi todas las informaciones coinciden en concebir una relación entre el interior de los cerros y un lugar muy fértil, con flores y vegetación, lagos, palacios, etc. Lugar donde habitaban las deidades de la lluvia. Otra
característica muy común es que los cerros se relacionan entre sí, poseen ganados, y otros animales silvestres, de Supay, de los poderes acuáticos y desorganizadores del mundo. Pero, sobre todo en su “honda entraña duerme” la semilla o principio de la vida que será, del modelo que nacerá. Cada cerro177 posee su espíritu. Éstos espíritus que alberga la montaña se perciben como los apus, los padres que velan por el bienestar de la comunidad, por eso son tan venerados. Pero, sólo un maestro posee la capacidad de hacer hablar a los cerros, de comunicarse con ellos. Tanto la investigadora Ana Mª Mariscotti como José María Arguedas, por ejemplo, recogieron en las informaciones de campo que en las montañas residían espíritus, concebidos con apariencia de hombres adultos, que podían trasmutarse en aves, (el colibrí era el ave simbólica de algunos de ellos) y aparecerse a los chamanes como espíritus auxiliares (Marsicotti, Ana Mª, 1978: 193). Algunos de los datos analizados nos hacen pensar que en el seno de la montaña se pudiesen albergar ciertos depósitos ligados estrechamente con el espíritu o ánimo de los hombres.
En definitiva, podríamos considerar que los apus hallaban en su ser un aspecto bipolar, por un lado se halla la cúspide, que era el segmento más cercano a los poderes sobrenaturales celestes, en ella se realizaban sacrificios y ofrendas para las divinidades celestiales. Por otro lado, se localizaba la parte interna de la montaña, por la cual se podía entrar a través de una cueva u otra apertura, entendida ésta como una región inframundana, rica, en cuyo seno se albergaba la fertilidad, los rebaños de animales salvajes, la lluvia, los palacios, etc. Todo un sistema conectado por caminos subterráneos que comunicaban el inframundo con el mundo terreno. Posiblemente, los apus eran entendidos como pequeños microcosmos, compuestos por una cúspide, un interior perteneciente a Supay, y una energía creadora, la cual se relaciona con el futuro, con lo que surgirá. Esta circunstancia nos hace pensar que al igual que el resto de lo creado, los apus eran manifestaciones sagradas, que se componían de dos formas antagónicas básicas en la creación, pero que poseían un agente potencial, o una forma anímica, que unía al cerro con el
177 Como se aprecia en el trabajo de campo de José María Arguedas en Puquio y en las encuestas que hemos realizado en algunas comunidades quechuas de Potosí.
hombre mediante un vínculo sagrado. El interior del cerro, era un lugar de “semillas”, de de formas prototípicas, y el lugar más alejado de éste, el hanan pacha, era un lugar de la potencialidad de lo creado. De igual forma los dos planos mantienen una potencia que alberga vida de una manera u otra; las dos regiones mantenían un equilibrio de la creación. Así, en el hurin pacha se hallan aquellas formas relacionadas con Supay, con formas prototípicas de potencia inframundana, y en el hanan pacha se halla una potencia celeste ligada a Viracocha, o dios Ordenador. Las dos manifestaciones potenciales rigen el cosmos, las dos no se complementan, pero sí se fusionan para formar seres vivos. Por otra parte, podríamos decir que las formas precursoras que existen en el cielo o en el inframundo no lo son completas. La llama del cielo, por ejemplo, no es una llama, sino el depósito de la parte celeste de su complejo anímico. Las almas-semillas del inframundo no son arquetipo del ser, son su parte anímica inframundana o quizás terrestre o ambas. Hallamos potencia en el individuo que le relaciona tanto con el hanan pacha, la potencia celeste, el camac, como con el hurin pacha. De tal manera que existe un vínculo entre el individuo y el hanan pacha, y entre el individuo y el hurin pacha, con los apus. Quizás, la composición anímica del individuo se entendía formada en la cabeza por el camac, que regía lo ordenado, la potencia relacionada con lo celeste. Y una energía inframundana hallada, pensamos, en las partes no altas del individuo, potecnia que regía sus actos no domesticados, los relacionados con lo salvaje, con supay, materializados en el interior de la montaña con el resto de la fauna salvaje. En Puquio, capital de Lucanas, Departamento de Ayacucho, José María Arguedas describía cómo el indígena creía que los bienes que el hombre disfrutaba provenían de los wamanis. En su interior, en un palacio, además, viven los niños que murieron, rodeados de jardines y golosinas. El wamani protege al hombre día y noche, es su espíritu auxiliar, desde que nace (Arguedas, J. María; 1987:311). Los datos que hemos analizado nos hicieron pensar que quizás el individuo poseía, en cierta medida, su composición anímica, y una manifestación espiritual, salvaje, que se hallaba en el interior de los cerros. Pero son datos que todavía no podemos confirmar con exactitud dada la escasez de datos que poseemos sobre el periodo pre-colonial.
Podríamos decir que la “mezcla” de entidades anímicas, que componen un ser, conlleva una serie de distinciones: 1. Materia pesada que es derivada de la yerba, del alimento que la llama ha comido en su vida; en última instancia, parte del cuerpo de la Pachamama misma. 2. El alma más celeste, que viene del depósito celeste, cuya imagen es una estrella o una constelación y desde ahí se implanta en ese cuerpo, alterándolo. 3. El alma que viene del depósito del cerro, que siendo parte del inframundo, podría ser, no obstante el alma intermedia, un alma-cerro, que no proviene del inframundo. 4. Quizás, hubiese la posibilidad de hablar de un alma proveniente del inframundo profundo. 5. Diversos componentes anímicos informes: la sangre, la grasa. 6. Un alma exclusiva de determinados seres como los chamanes y el Inca.