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4. 1826, los persas del congreso nonato
trescientos pesos cuando menos, o ejercer cualquier arte, u oficio, o estar ocupado en alguna industria que los rinda anualmente, o ser profesor público de alguna ciencia”. Es decir, que a pesar de ser considerada una constitución liberal en sus tiempos, distaba bastante para llegar a ser una constitución progresista e integradora, tal como la vemos hoy. Finalmente hay que agregar que esta constitución reconocía la separación de poderes, en poder Legislativo, Judicial y Ejecutivo. Siendo el Presidente de la República elegido por el Congreso. Mucho se ha criticado que al Poder Ejecutivo no se le otorgase la iniciativa de proponer leyes. Lo que sí es importante es que el premonitorio artículo 74º dijera así: “El ejercicio del Poder Ejecutivo nunca puede ser vitalicio y mucho menos hereditario. Dura el oficio de Presidente cuatro años: y no podrá recaer en el mismo individuo, sino pasados otros cuatro años”.
4.- 1826, LOS PERSAS DEL CONGRESO NONATO.
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La convocatoria a unas nuevas elecciones debió hacerse el día en que el Congreso Constituyente se autodisolvió el 10 de marzo de 1825, pero Bolívar no tenía prisa alguna. Él y su Consejo de Gobierno se encargaban de hacer y deshacer en el Perú. Fue el 20 de mayo, pasados cuatro días de que hubiese convocado la Asamblea del Alto Perú, cuando Bolívar ha de haber pensado que era incongruente convocar algo a lo que no estaba obligado, y no ordenar algo a lo que sí estaba. Apoyándose en gran parte en el sistema electoral aprobado por San Martín, Bolívar ordenó elecciones para un Congreso General que debía instalarse el 10 de febrero del año siguiente, 1826. El Libertador hizo algunos cambios del número de diputados que debían enviar cada provincia, fue así como se aumentaron en siete los 79 diputados que tenía la anterior legislatura. Eso debía tener alguna importancia que se nos escapa, pero lo que sí fue un atropello enorme fue que la representación de la provincia de Maynas quedara eliminada. De este modo Bolívar daba por sentado que la provincia peruana pertenecía a Colombia.
Como no había ninguna institución del Estado, digamos Senado, o Poder Judicial independiente, ni tampoco formación política que se le opusiera, la convocatoria del Libertador no trajo mayores protestas ni reparos. La votación se realizó a través de colegios electorales en cada parroquia. Estos, según su número de habitantes, eligieron delegados al colegio electoral provincial, y allí se eligieron a los diputados del congreso. A pesar del trabajo de intimidación de los prefectos, muchos candidatos opositores a la dictadura fueron elegidos. Bolívar no esperaba tal reacción y ordenó a su Consejo de Gobierno que “autorice” a la sumisa Corte Suprema que él nombró, a examinar, calificar y resolver lo concerniente a los diputados electos.
La Corte Suprema usó todas las argucias posibles para eliminar a los diputados cuya simpatía hacia Bolívar era dudosa, aún así algunos precavidos diputados electos, como los de Arequipa, vinieron con todos los papeles en orden a fin de no crear el más mínimo reparo de los jueces. Al ver que se filtraban potenciales opositores, Bolívar perdió la desfachatez con la que había venido manejando al Perú, esos hombres eran un obstáculo a su Presidencia Vitalicia, a la aprobación de la separación del Alto Perú, a la entrega de 500 kilómetros de costa a Bolivia, a la pérdida de Tumbes, Jaén y Maynas. Muchas cosas importantes estaban en juego para permitir que el nuevo congreso dejase de obedecerle. Mientras que la maquinaria del Estado preparaba medidas atentatorias contra la libertad, se llegó al 10 de febrero de 1826, fecha en que supuestamente debía reunirse el congreso. Bolívar, sin hacer gran caso a que el parlamento no estaba instalado, montó en Palacio de Gobierno una impresionante ceremonia donde no faltó nada, ni discursos de encendido amor por parte de sus allegados, ni pedidos a que siguiese la dictadura, ni ademanes de desprendimiento de su parte diciendo que dejaba el Perú a pesar de los ruegos y llantos para que se quedara.
En esta ceremonia de adhesión, Bolívar dio una muestra de mal gusto utilizando a La Mar. Éste general sin poder dar más excusas, y quizá con la esperanza de que el nuevo congreso pondría cierta moderación a la dictadura, fue a Lima para hacerse cargo de la Presidencia del Consejo de Gobierno. Sucedió que después de un exaltado discurso dado por un colaboracionista pidiendo al Libertador que continuase como dictador, Bolívar en tono teatral y como si rechazara aceptar la presidencia del Perú dijo:
Sería un ultraje al Perú, al Consejo de Gobierno, a la mejor administración compuesta por hombres ilustres, de la flor de los ciudadanos, al vencedor de Ayacucho, al primer ciudadano, al mejor guerrero, al insigne Mariscal La Mar, que yo ocupase esta silla, en la que debe él sentarse por tantos y sagrados títulos.
Luego de decir esto, el Libertador tomó por sorpresa a La Mar y del brazo lo hizo sentar en el sillón de honor. Con gran autoridad el Libertador afirmó: “Sí, yo lo coloco en ella”. El historiador Pedro Dávalos continúa la descripción del momento: “La Mar, opuesto por carácter y por modestia a todo lo que tuviera carácter teatral, avergonzado y sorprendido, lleno de rubor, pero sin violencia, volvió pausadamente a su puesto”. Si la actitud de Bolívar fue calculada, ya que era obvio que todos los invitados eran acérrimos partidarios a su dictadura, la compostura de La Mar fue la imagen de la dignidad. En ningún momento perdió su compostura, sólo el rubor en la cara traicionaba su disgusto. Cuando acabó el furor de los aplausos con que la asequible concurrencia premió el desprendimiento, fingido, del Libertador, La Mar tomó la palabra en el más absoluto silencio y declinó el falso ofrecimiento de Bolívar con estas palabras: Mientras he tenido aliento patrio yo me he sacrificado gustoso por el Perú. Yo he tenido el honor de ser un soldado a las órdenes de Vues-
tra Excelencia. Esta es la gloria que me ha cabido en la contienda, la única a que podía aspirar; inmensa para mi corazón, porque nada
más grande para mí que el timbre de obediencia al héroe del Nuevo Mundo. Pero yo carezco de salud y de aptitudes. En adelante, si algún día las fuerzas me avisasen que estoy capacitado de hacer algún servicio… pero yo ahora no puedo.
Pocos días después La Mar dejó la Presidencia del Consejo de Gobierno. Las intrigas de Bolívar, el control que ejercía sobre todas las instituciones del Estado, hacía imposible que La Mar ejerciese el cargo con una mínima autonomía. La Mar no quiso ser otro títere del Libertador y se retiró a Guayaquil. De allí iría dos años más tarde para hacer la guerra a Bolívar en defensa de las provincias del Norte que estuvieron a punto de ser incorporadas a Colombia. Regresemos al Congreso de 1826. En vista de que la Corte Suprema no supo cómo descalificar a algunos diputados opuestos a Bolívar, éste creó un nuevo filtro para que no entrasen en el Congreso: el 9 de abril hizo que el Presidente del Consejo de Gobierno en funciones, el colaboracionista Unanue, ordenase que antes de que se instalase el Congreso, los diputados debían jurar fidelidad a la Constitución ante el Presidente del Consejo de Gobierno, es decir ante él. Este juramento era más que una formalidad porque para ello el Presidente del Consejo debía aprobar los poderes de los diputados. Bolívar había echado mano a la Constitución de 1823 que había mancillado, y trastocado falazmente el artículo 52º que decía que todos los diputados debían jurar ante el Presidente del Senado su lealtad a la Religión Católica “sin admitir ninguna otra”, y también guardar la Constitución. De esta manera Bolívar otorgó a Unanue la autoridad de Presidente del Senado, cámara que nunca fue elegida por el Congreso20. El revuelo que creó esa ordenanza en los diputados de la Junta Preparatoria del Congreso fue enorme. A pesar de su minoría, los diputados de la oposición pidieron que las audiencias se declarasen abiertas al público21. Querían que el pueblo se percatase no sólo de los fusilamientos que se llevaban a cabo en la Plaza de
Armas, también esperaban que se enterasen de los atropellos a la democracia que se llevaban a cabo en el parlamento. La reacción de Bolívar fue instantánea, jugó una vez más anunciando que se iba del país. Era incapaz de enfrentarse a una oposición democrática, no importando que esta fuese escasa y débil. Una vez más el Liberador consiguió lo que quería: que sus colaboracionistas, amigos, y mucha gente, incluyendo un numeroso grupo de damas fuesen a su residencia en Magdalena a suplicarle que no se fuera del país. La Junta Preparatoria del Congreso nombró, con el voto en contra de la oposición, una comisión de 8 diputados para ir a pedirle lo mismo. A tiempo que Bolívar se dejaba querer por sus allegados enviaba al prefecto de Arequipa una carta quejándose de los “malditos diputados que ha mandado Arequipa”22 . Por su parte el colaboracionista Unanue, como Presidente del Consejo de Gobierno, resolvió el 17 de abril declarar no válidos los poderes que los Colegios Electorales de Lima, Arequipa y Condesuyos. Además devolvió los poderes de los diputados de Cusco, Quispicanchis, Bolívar (Trujillo) y Lambayeque. Esto prácticamente impedía la formación del Congreso. Bolívar debió sentirse feliz. Más lo sería cuatro días después, cuando los diputados que habían pasado bajo las “horcas caudinas” del gobierno enviaron una carta al Consejo de Gobierno pidiendo, entre otras cosas, que se aplazara la convocatoria del Congreso hasta que los prefectos revisaran el censo de la población y se pusiesen de acuerdo en los poderes que otorgaban los Colegios Electorales a sus representantes. En pocas palabras, pedían que se anulase el Congreso. A estos diputados, y por extensión a los otros partidarios de Bolívar, se les apodó “los persas”. Este mote habían recibido en 1814 los partidarios del cierre de las Cortes de Cádiz y del retorno del régimen absolutista de Fernando VII. Resulta que estos absolutistas iniciaron su demanda mencionando una leyenda persa que decía que al fallecimiento del rey, que era sin du-