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La primera oportunidad para construir la nación

Por otro lado, tenemos la dominación cultural que no es más que la plasmación a nivel ideológico de la dominación nacional y étnica. Se expresaba principalmente a través de la religión católica, cristiana y occidental y en el idioma castellano; los mismos que no sólo fueron oficializados, sino que fueron violentamente impuestos, ya que los catequizadores llegaron a esta parte del mundo con la "miel en los labios y con la ponzoña en el corazón" y quienes más sufrieron con estas imposiciones fueron los indios, a quienes les impusieron formas de vida, valores y costumbres totalmente extraños al mundo en el cual se desenvolvían.

Todo esto descansa sobre el problema de clase; pero en esos momentos la contradicción principal se desarrollaba entre los “españoles-españoles” como representantes de la metrópoli española, y la colonia compuesta por indios, negros, mestizos, encastados y también los “españoles-americanos”, es decir, los criollos. De estos sectores, los más interesados en una revolución democrática y nacional eran los indios porque ella significaba coronar sus aspiraciones, como escribimos hace algún tiempo atrás, siguiendo a Mariátegui: “Dándoles aquello por lo que cuatrocientos años han luchado, es decir, la tierra sin pago alguno.” (Roldán, 1082: 162).

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Los menos interesados por su ubicación en la sociedad fueron los "españoles-americanos" y aunque parezca contradictorio, fueron ellos los que cosecharon todo lo que los demás -principalmente los indios- sembraron con dolor, sangre, lágrimas y con sus propias vidas.

En función de este trabajo es de capital importancia reflexionar sobre lo siguiente: entre los años 1821 y 1824, las condiciones para este movimiento fueron tan decisivas, que sin lugar a dudas podemos afirmar que se vivió una auténtica situación revolucionaria.

PRIMERA OPORTUNIDAD PARA CONSTRUIR LA NACIÓN

Brevemente analicemos la actitud de las clases sociales en el momento de la independencia y a la vez sus proyecciones, ya que nuestro interés está centrado en el por qué no se dio inicio al proyecto de destruir la dominación colonial y a la vez construir el Perú como Nación. Los indios estaban interesados en el proyecto, su acción se inicia con la sublevación de Manco Inca, continúa con la de Juan Santos Atahualpa y se esfuma con la derrota de Túpac Amaru; es importante mencionar que uno de los personajes más crueles contra este último fue Mateo Pumacahua, entonces Coronel de las fuerzas españolas y Oidor en el Cuzco; el historiador Juan José Vega nos ilustra al respecto: "Un buen ejemplo

del grado de represión lo da el Coronel Mateo Pumacahua, el futuro prócer de 1814, quien contra los de Túpac Amaru decretó la pena de muerte desde siete años de edad en las zonas rebeladas.” (Vega, 1984: 27).

En los primeros años de la República, los indios ya no tienen presencia organizada ni independiente, debida fundamentalmente al fatal papel jugado por los "españoles-americanos". Los mismos que comprendieron cabalmente el peligro que significaba que el movimiento recaiga en manos de negros, encastados y principalmente en manos de los indios; la revuelta de Túpac Amaru era una espina en la garganta que no podían olvidarla fácilmente, prueba de ello es la actitud de un “ilustre liberal” en contra del movimiento dirigido por Mateo Pumacahua en el Cuzco.

El sociólogo Julio Cotler comenta este hecho de la siguiente manera: “Uno de los más notables `liberales´ de la época, Vidaurre autor de las `Cartas Americanas´ y entonces Oidor de la Audiencia del Cuzco, comandó la acción para aplastar la revuelta cuzqueña.” (Cotler, 1978: 64).

El mismo autor, una página después reitera: “En otras palabras, los verdaderos enemigos de los indios fueron aquellos que controlaban la vida económica y social dentro del Virreinato peruano, particularmente en las áreas rurales, y en general éstos eran criollos y no peninsulares.” (Cotler, 1978: 65)

Las luchas y las actitudes de los indios y demás etnias dominadas frente al proyecto nacional serán analizadas con más profundidad en la última parte del trabajo.

Los criollos, ante la empresa de la independencia, tuvieron una posición ambigua y por demás oportunista, esto se explica por su situación dentro del contexto de la sociedad, la misma que está determinada por su ubicación en la producción. Muchos de los llamados criollos “realistas” o “fidelistas”, estaban ligados al comercio y a la administración colonial, de ahí su falta de interés en asumir dicha empresa; mientras que los criollos urbanos que no tuvieron acceso al comercio ni a la administración colonial, sí se interesaron de alguna manera.

Por último, otros como los: “Comerciantes de menos importancia, artesanos prósperos, funcionarios de segundo nivel, profesionales liberales e intelectuales en general ven en el régimen de libertades primero, en la autonomía después, y en el separatismo finalmente, las condiciones para la realización de sus intereses. Es este grupo el que al elaborar la ideología 'emancipadora', da forma y coherencia al proceso independentista y justifica su realización.” (Autores varios, 1980: 96)

Esto nos sirve para explicar la actitud de un grupo de afanados liberales que en estos años turbulentos se dieron el lujo de navegar entre dos aguas. El

sociólogo arriba mencionado afirma: “Baquíjano y Carrillo, Rodríguez de Mendoza, Hipólito Unanue, Manuel Lorenzo Vidaurre, quienes en 1810 propugnaron la autonomía americana y en 1820 `un verdadero concordato entre españoles, europeos y americanos´, formaban parte de ese selecto grupo que perseguía limitar los cambios dentro del orden colonial.” (Cotler, 1978: 63)

A estos hechos y contradicciones internas, agreguemos los de carácter internacional, que se venían gestando desde tiempo atrás: El desarrollo del capitalismo y la imperiosa necesidad de mercados; los acontecimientos que se consumaron el 4 de julio en Estados Unidos; la Revolución Francesa y sus tres principios, los mismos que se concretizan a nivel político en el demo-liberalismo burgués; la invasión francesa a España que generaron las Juntas; la dualidad de poderes; y, por último, la reposición de Fernando VII en el trono español. Demuestran la confluencia de intereses y condiciones tanto externas como internas.

En lo interno, debemos destacar los aspectos políticos y sociales, que sin lugar a dudas habían madurado lo suficiente; mientras que no podríamos afirmar lo mismo respecto al ámbito económico. Lo primero podemos demostrarlo en el movimiento y accionar de las clases sociales en torno al Estado y a la sucesión de Gobiernos en un lapso relativamente corto.

José de San Martín, después de haber actuado en Argentina y Chile, desembarca en las costas peruanas y emprende una serie de acciones con el fin de persuadir a las autoridades coloniales a que acepten sus proyectos en torno a la nueva forma de Gobierno que debía establecerse; no otra cosa se trató en las entrevistas de Miraflores y Punchauca.

En abierta discrepancia con esta actitud pacifista y conciliadora, el marino inglés Lord Cochrane pensaba que se estaba en guerra y que en vez de parlamentar se debería actuar principalmente, idea que a la postre no prosperó por la abierta oposición de José de San Martín y se constituyó en el motivo por el cual el inglés se retiró de la empresa de la independencia.

La noticia de la independencia desató un miedo terrible en los colonialistas y algunos sectores de criollos y a la vez una profunda alegría en las clases oprimidas: De ahí que espontáneamente en todo el territorio del Virreinato del Perú y sobre todo en la Sierra Central brotaron de la noche a la mañana, como hongos, una serie de montoneras y guerrillas en apoyo a este proyecto. En los alrededores de Lima, las montoneras de indios y negros no se hicieron esperar, la tres veces coronada Ciudad de los Reyes, estaba cercada por las fuerzas populares y a punto de ser tomada.

Comprendiendo este peligro, el Virrey José La Serna pensó que, dentro de

los planes de la guerra, Lima no tenía mayor importancia estratégica, y decide abandonarla encaminándose al Ande, lugar histórico, en donde desde hace más de 600 años se ha decidido en última instancia la suerte de esta parte del mundo. En esta retirada hacia el Centro, las huestes colonialistas llegaron hasta las cercanías de Huancayo cansadas y desmoralizadas, se cree que éste fue el momento preciso para atacarlas y liquidarlas, pero Álvarez de Arenales posesionado en Huancayo, no lo hizo por orden expresa de San Martín.

Virgilio Roel describe este hecho así: “Destruir estas tropas era cosa facilísima, de suerte que ordenó que sus vanguardias partieran a medianoche, y cuando estaba él mismo sobre el caballo, a las 5 de la mañana del día 13, recibe una carta de San Martín, ordenándole no trabar combate con los coloniales. El desconcierto de Álvarez de Arenales fue total, pero tiene que obedecer, y luego de enviarle una carta de protesta a San Martín, se repliega sobre Jauja para encaminarse a Lima, en -obediencia de las órdenes de su Comandante Supremo (…); aún más, al disponer que Álvarez de Arenales retrogradara sobre Lima, dejaba desamparados a los pueblos del Centro que tanto se habían comprometido con la causa independiente.” (Roel, 1977: 14).

Las montoneras de indios y negros -como hemos dicho anteriormente- amenazaron con tomar la Capital, en este momento se desnudó de pies a cabeza la actitud contrarrevolucionaria de San Martín ya que evitó que esto se consumara. Más pesó su cultura occidental, su piel blanca y sobre todo su extracción y convicción de clase que en el fondo era el cordón umbilical que lo unía tanto a "españoles-españoles" como a criollos. Junto a San Martín también se delató la plana mayor de la oficialidad, y toda la palabrería seudoindependentista se la llevó el viento. Éste es el telón de fondo tras del cual se proclama la llamada Independencia.

Siguiendo con el autor anteriormente citado, la Independencia se da del modo siguiente: “Al abandonar Lima, La Serna lanzó un manifiesto amenazante dirigido a los indios peruanos. Dejó en la Capital como gobernador al Marqués de Montemira y pidió a San Martín que entrara a la Capital, e impidiera que se posesionaran de ella los guerrilleros que la cercaban. Igual súplica le cursaron a San Martín los señores de Lima, aterrados ante la sola idea de que los indios combatientes hicieran su ingreso a la ciudad. La respuesta de San Martín fue de que retiraría a los montoneros si le invitaban oficialmente a ingresar a Lima y si se comprometían a que el Cabildo juraría la independencia; así se convino de manera que San Martín ordenó a los guerrilleros que se alejaran de las cercanías de la población; San Martín entró a la ciudad, pasando antes por la casa del gobernador colonialista Montemira y se alojó en el antiguo palacio de los

Virreyes.” (Roel, 1977: 15).

Cumpliendo lo convenido, se reunieron el Cabildo y las personalidades coloniales más notables, o sea, los títulos de Castilla -los que ostentaban hábitos de las órdenes de caballería real- los miembros del ultra-colonialista Tribunal del Consulado, las cabezas de las familias más definitivamente colonialistas y el Cabildo Eclesiástico. Se acordó que la Jura de la Independencia fuera realizada el 28 de Julio de 1821.

La Ceremonia se efectuó exactamente como se realizaban las grandes festividades coloniales, con la única diferencia que al Virrey lo sustituyó San Martín: “Del palacio virreinal salió una solemne procesión en la que estaban los catedráticos de la Universidad con sus togas doctorales, los titulados de Castilla y los miembros de las órdenes militares con sus respectivos hábitos, al centro del grupo iba San Martín flanqueado por el portaestandarte y el Conde de San Isidro. (…) Esta comitiva procesional se detuvo en la Plaza de Armas, y otros tres puntos más en los que se habían instalado tabladillos, desde los que San Martín hizo el acto de la proclama, con un ritual que se repitió en cada caso.” (Roel, 1977: 15).

Consumada la gran estafa, San Martín propone un proyecto para la “Nueva República” y comienza proclamándose “Protector del Perú”, luego se instala un Consejo de Estado, convoca a la Asamblea Constituyente, establece “La Orden del Sol”, crea la “Sociedad Patriótica de Lima” y por último envía dos comisionados a Europa para que allí busquen un Príncipe que estuviese dispuesto a reinar en el nuevo país.

A pesar de todo, las condiciones internacionales no eran favorables para San Martín debido a la abierta oposición de "La Santa Alianza": Internamente, la actitud del pueblo y algunos liberales, determinó que el proyecto del Protector no tuviera los efectos deseados por sus mentores.

El sociólogo Julio Cotler confirma nuestra idea central al afirmar: “El proyecto monárquico de San Martín y de una parte importante de la aristocracia criolla fue la expresión más concreta del carácter contrarrevolucionario de la Independencia. Sin embargo, la oposición de los criollos de provincia, pertenecientes a los estratos medios, fue lo suficientemente fuerte corno para que desistieran de dicho intento, máxime cuando las autoridades españolas no le presentaron su concurso.” (Cotler, 1978: 66)

En concreto, la llamada Independencia no fue más que una burda estafa que al final de cuentas dejó las cosas tal y como eran, levantando el absurdo y reaccionario pretexto de que los miembros de la sociedad peruana no estaban lo suficientemente preparados para otra forma de Gobierno.

José de San Martín, al instaurar el protectorado, tiene a García, Monteagudo y Unanue como Ministros. Posteriormente viajará a Guayaquil a entrevistarse con Bolívar y su lugar es ocupado por su paisano Monteagudo; en estos días, los criollos de Lima expresan su protesta contra Monteagudo. A su regreso, San Martín convoca al Congreso, el mismo que elige corno Presidente a Javier de Luna Pizarro y corno secretarios a Francisco Javier Mariátegui y José Faustino Sánchez Carrión; aprueban el documento titulado “Base de la Constitución Política”.

Sobre este documento, el filósofo Ignacio López Soria opina lo siguiente: “La primera Carta Constitucional del Perú es de signo marcadamente liberal. Se compone de 24 artículos y en ella quedan asentados el principio de la soberanía que reside en la Nación, la democracia representativa, el catolicismo como religión oficial, el voto directo, la libertad de residencia y de prensa, la inviolabilidad del domicilio y de correspondencia, la igualdad de todos ante la ley, etc. Se establece igualmente la división de poderes conforme al más rancio esquema liberal.” (López Soria, 1980: 102)

Como se notará, es una carta eminentemente liberal, que apunta a desbrozar el camino legal para dar paso a una burguesía próspera y tal vez revolucionaria. Lo lamentable es que esta clase -pujante y en desarrollo en otras latitudes- no daba señales de vida orgánica e independiente. De ahí que la Constitución no pasó más allá del papel y de la retórica demagógica de uno que otro criollo. Esta palabrería demo liberal mereció la siguiente opinión de José Faustino Sánchez Carrión: “No habían hecho pasar la Constitución de sus labios a su pecho”.

Es importante analizar con profundidad el por qué no existió una burguesía con la debida fuerza para dar sustento económico, político y social a este avance ideológico-jurídico; más aun conociendo que es esa burguesía la llamada históricamente a construir la nación.

Veamos algunos hechos sucedidos en este espacio geográfico: En principio no se habían desarrollado las fuerzas productivas, la división del trabajo era por demás elemental, las clases sociales no estaban claramente diferenciadas ni organizadas, encontrándose entremezcladas con problemas raciales y culturales. No se había dado forma a una acumulación originaria del capital suficiente como para generar un mercado con posibilidades de ampliación y a la vez, autosostenido, a nivel de todo el territorio del llamado Perú. Esto implica que los planteamientos anteriores de carácter ideológico-jurídico -la Constitución- se adelantaron a los hechos concretos, de lo cual, en cierto momento y hasta cierto punto se aprovecharon posteriormente los “españoles-americanos” para servir corno cordón umbilical a la penetración extranjera, principalmente

inglesa.

En 1823 se viven momentos difíciles y de angustia para el joven Gobierno; esta preocupación se refleja en la frase pronunciada por Francisco Javier Mariátegui, quien en una Sesión del Parlamento dirá: “El Perú es una nave sin timón y sin piloto”. Este mismo año, José de la Riva Agüero y Sánchez Boquete materializarán el primer golpe de Estado en este atormentado país, luego será depuesto y reemplazado por José de Torre Tagle hasta la llegada de Simón Bolívar.

Bolívar viene con el criterio de que “Sin Perú independiente no habrá Colombia libre”, de ahí que había decretado en Venezuela “Guerra a muerte a los españoles”. En contraposición a San Martín, Bolívar tenía proyectos más claros y por supuesto más profundos, al entender del historiador Pablo Macera.

El proyecto de Bolívar se sintetiza en lo siguiente, a decir del historiador: “La vieja sociedad andina seguía intacta en 1824. Bolívar lo comprendió mucho mejor que San Martín. El denunciado `antiperuanismo´ de Bolívar sólo expresaba su implacable convicción en que la Independencia política debía ser completada con un cambio social revolucionario que sustituyera a las estructuras feudales por un molde liberal, burgués y capitalista. Pensaba además, que el desarrollo capitalista sudamericano resultaba imposible si la desaparición del imperio español desmembraba a sus provincias y ocasionaba una nueva dependencia en favor de Europa o Estados Unidos. Por esta doble razón, combatió a la nobleza criolla y debilitó a las comunidades campesinas, solidaridades ambas de tipo pre-capitalista.” (Macera, 1984: 315)

Esto explicaría el por qué Simón Bolívar siempre se expresó de la peor manera de los criollos peruanos, incluso en alguna oportunidad llegó a decir que “No hay un hombre bueno, si no es inútil para todo y el que vale algo es como una legión de diablos”; sólo de José Faustino Sánchez Carrión y de Hipólito Unanue se refería con cierto respeto. Para Macera, el proyecto de Bolívar representa el desarrollo capitalista, y como consecuencia, a nivel político un Gobierno bajo los moldes del demo liberalismo; planteamientos que no son compartidos por Roel, para quien Bolívar representó el interés de un grupo aristocrático que buscaba construir una “República aristocrática”; aquí sus palabras: “Bolívar aspiraba a la independencia política bajo el imperio de una oligarquía aristocrática nativa. De aquí se desprenden los distintos planteamientos militares de los dos caudillos: San Martín propiciaba un entendimiento político y militar con el Virrey del Perú, en tanto que Bolívar buscó la derrota militar de los coloniales.” (Roel, 1977: 24)

Todo lo sucedido posteriormente tanto en nuestra patria como en la Gran

Colombia, nos hace pensar que Virgilio Roel está más cerca de la realidad que Pablo Macera; es decir que el deseo de Bolívar fue el establecimiento de una “República aristocrática”.

En las batallas de Junín y Ayacucho se culmina la empresa de la llamada Independencia y de alguna forma se apertura un nuevo capítulo en la historia de este espacio geográfico. En estos años se inicia la polémica entre los llamados “monarquistas contra los republicanos”, quienes eran conocidos también con el nombre de conservadores y liberales. Es menester ver qué había detrás de esta polémica.

Un historiador tradicional y representante de las clases dominantes nos dice: “La controversia entre monarquía y república fue únicamente formal. Los defectos que ambos espíritus comprobaban y trataban de corregir en nuestra realidad eran los mismos y los remedios idénticos, salvo en la mera apariencia gubernativa.” (Porras, 1979: 27)

Simón Bolívar se retira del Perú a los pocos años, dejando el control del Estado en manos de los “españoles americanos”. Veamos qué sucedió, cuáles fueron los cambios más significativos. Se había quebrado el dominio español, pero la base económica, la organización social y las demás instituciones quedaron casi intactas.

El filósofo Ignacio López Soria afirma: “La vida republicana se asienta pues sobre las mismas estructuras jerárquicas, privilegios y valores de la sociedad colonial. La República se construye de acuerdo al esquema tradicional:

Aristocracia de la tierra feudalizante y autonomista, burguesía comercial reducida pero nutrida de privilegios, sector intelectual escasamente conocedor de nuestra realidad, militares ávidos de poder y con las miras puestas en las tierras abandonadas por los españoles, y una enorme masa de indios mestizos, negros y mulatos sin `status ´ ciudadano.” (López Soria, 1979: 104)

Es interesante saber qué significó la llamada Independencia y para esto transcribimos la opinión de tres estudiosos que, a pesar de sus diferencias y antagonismos teóricos, coinciden en que la Independencia fue la expulsión de los “españoles españoles” y la entronización de los “españoles americanos” llamados también “criollos”, quienes dan vida al “Perú formal o Perú Oficial” que no es más que la continuación, bajo otra forma, de la “República de españoles”.

En la década del 20 del presente siglo, el autor de los 7 Ensayos... enjuicia este hecho de la siguiente manera: “El advenimiento de la República no transforma sustancialmente la economía del país. Se produce un simple cambio de clases: al Gobierno cortesano de la nobleza española, sucedió el Gobierno de

los terratenientes encomenderos y profesionales criollos. La aristocracia mestiza empuñó el Poder, sin ningún concepto económico, sin ninguna visión política.” (Mariategui, 1979: 66)

El neofascista Carlos Miróquesada, a pesar de su formación clerical y anticientífica, coincide con el anteriormente citado en este hecho concreto cuando nos dice: “¿Qué República podía funcionar en esas circunstancias? Se habían ido los amos españoles, pero quedaban los amos criollos -siempre una casta de privilegios- herederos de tres siglos de oropel virreinal, de separación rígida entre los que tenían todo y los que no tenían nada. La Independencia no fue un cambio social, fue sólo un cambio de etiqueta. Se habló de República porque esa era una moda, pero salvo algunos inteligentes enfoques de agudos ideólogos, la República no se diferenciaba mucho de la colonia española. Entre las dos orillas se tendió un puente colgante hecho de incógnitas y de peligros.” (Miróquezada, 1961: 10)

Por su parte, Pablo Macera sentenciará: “Gracias a la victoria de Ayacucho la República terminó siendo una colonia sin rey. Más feudal, más colonial que nunca. (Macera, 1984: 317)

A fin de cuentas fue una oportunidad excepcionalmente favorable, una situación revolucionaria perdida por el pueblo y ganada por los “españolesamericanos”, quienes no cuentan con un plan, ni un proyecto para construir este Perú que tienen en sus manos. De ahí que la Constitución de 1822, avanzada y revolucionaria para la época, no tuvo las condiciones económicas, políticas y sociales, es decir, la clase social que la llevase adelante; por el contrario, estos criollos y mestizos o “españoles-americanos” eran la antítesis total de este avance.

La clase históricamente determinada para dar inicio a la construcción de la nación, en este momento, sencillamente no existía. La burguesía nacional que no tuvo oportunidad de desarrollarse sólo se quedó en un nivel raquítico y larvario. Debido al predominio de la metrópoli, que tenía en los terratenientes y comerciantes sus pilares, no pudo cumplir con su papel histórico: el de construir la Nación Peruana. Ésta fue la primera gran oportunidad perdida; es el momento en que la historia es ganada por los “españoles-americanos”, la misma que en el mejor de los casos y en forma muy tangencial, busca una lenta evolución sin plan ni meta, evolución de significación tortuosa, traumante y degradante para las grandes mayorías, para el “Perú real” y dentro de él, sobre todo, para el indio.

Hemos hablado de la coyuntura vivida entre 1821 y 1824, del papel de las clases y sus contradicciones, sobre la situación del Estado y concluíamos en que la independencia fue la expulsión de los “españoles-españoles” y la

entronización de los “españoles-americanos”. Los mismos que no tuvieron plan ni proyecto en ningún nivel (llámese económico, social, político, ideológico, cultural, etc.), para construir no “un Perú de Leyes” o simplemente formal, sino un Perú integrado y unificado, un Perú como Nación. El mismo que, dicho sea de paso, no le correspondía a esta clase o facción de clase, porque la clase históricamente determinada -la burguesía nacional- no se encontraba en tales condiciones. Por eso, la situación revolucionaria vivida entonces fue simplemente desaprovechada. Por último, concluiremos parafraseando a Lenin: que los criollos en ese momento “ya no pueden” mientras que la burguesía nacional “todavía no puede”, y posiblemente nunca podrá.

Hemos hablado de la Burguesía Nacional como la clase históricamente determinada pata construir la Nación. Ahora plantearemos qué es lo que se entiende por Nación; esto nos lleva necesariamente a deslindar posiciones de una vez por todas respecto a ese concepto oscuro y trasnochado que por muchos años ha circulado y sigue “circulando como buena moneda”, diciéndonos: “La Nación es la Patria donde hemos nacido.” Esto implica fundamentalmente un espacio geográfico, de ahí que de vez en cuando las clases dominantes, cuando les conviene, atizan un nacionalismo que no puede ser más que un patriotismo epidérmico, con el fin de confundir al pueblo, y a la vez salvaguardar sus intereses económicos, políticos y sociales.

A esta prédica se aúnan de vez en cuando los “socialistas domesticados” o “reformistas mediocres” que autotitulándose de “izquierdistas” e incluso de “revolucionarios”, tratan de revisar las tesis básicas y científicamente comprobadas por el discurrir histórico en torno a la Nación. José Stalin escribe: “Nación es una comunidad estable, históricamente formada, de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, que se traduce en una comunidad de cultura.” (Stalin, 1975: 12)

En tal sentido es bueno insistir en tres aspectos: Uno, la Nación es una categoría histórica, aparece en la etapa del capitalismo en ascenso, cuando éste es revolucionario liquidando la base feudal y tendiendo en lo político a la centralización de las nacionalidades y, como lógica consecuencia, a la construcción de Estados fuertes y centralizados. Estados Nación. Lo cual tiene que ver necesariamente con la Burguesía Nacional como clase que emerge; que encarna, piensa y materializa dicho proyecto.

Por ser un fenómeno histórico, tiende al desarrollo y al cambio, tiene un comienzo y un fin. Por último, el aspecto fundamental de la configuración de la Nación, es la vida económica con todas sus consecuencias y manifestaciones que penetran, incluso, hasta las arterias más insignificantes de la sociedad. En el

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