13 minute read

Estado y clases sociales a mediados del Siglo XIX

“problemas de blancos” (terratenientes, comerciantes y gamonales) en los cuales los indios, negros y amarillos (grupo recientemente integrado como parte del pueblo) no deberían tener ni arte ni parte en tales hechos.

EL ESTADO Y LAS CLASES SOCIALES A MEDIADOS DEL SIGLO XIX

Advertisement

Antes de la llamada Independencia, la “República de españoles” evolucionó hacia el “Perú Oficial”. El Perú de las leyes, el Perú de los blancos y sobre todo el Perú de los explotadores. Mientras que la “República de indios” evolucionó hacia el Perú profundo, el Perú real, el Perú de los explotados. La sociedad en su conjunto, de feudal-colonial evolucionó hacia una sociedad semifeudal y semicolonial, dicho carácter se acentuará más aún en el período del guano y el salitre. Estos dos Perúes son dos polos opuestos y sin vinculación entre sí, según opinión de los sociólogos estructural-funcionalistas. Nosotros creemos que, a pesar de existir muchas diferencias, diferencias por su pasado y su presente, diferencias de sistemas económicos, políticos y sociales, diferencias étnicas, idiomáticas, religiosas y culturales en general, no se puede negar la vinculación -aparte del espacio geográfico que podría ser muy precaria, la misma que se materializa a través del dominio y opresión que ejerce el “Perú formal” sobre el “Perú real”.

Si en tiempos pasados eran los corregidores sanguinarios y los curas doctrineros quienes dándose la mano con los curacas y los caciques sellaron este dominio y vincularon de este modo las dos Repúblicas, ahora esta dominación se ejercerá a través de esa “lacra social” conocida con el nombre de gamonalismo. El gamonalismo, el latifundio y la servidumbre, son precisamente las expresiones de la semifeudalidad, siendo el gamonalismo sinónimo del Poder local o regional.

En su momento, José Carlos Mariátegui conceptualizó este fenómeno así: “El término `gamonalismo´ no designa sólo una categoría social y económica: la de los latifundistas o grandes propietarios. Designa todo un fenómeno. El gamonalismo no está representado sólo por los gamonales, propiamente dicho. Comprende una larga jerarquía de funcionarios, intermediarios, agentes, parásitos, etc. El indio alfabeto se transforma en un explotador de su propia raza porque se pone al servicio del gamonalismo. El factor central del fenómeno es la hegemonía de la gran propiedad semifeudal en la política y el mecanismo del Estado.” (Mariátegui, 1979: 37)

Esta jerarquía de funcionarios, intermediarios, agentes, parásitos, está

formada por el juez, el sub-prefecto, el comisario, el maestro, el recaudador, el alcalde y el cura, etc.

En estos años (1860-1870), el rostro del llamado Perú estaba más o menos configurado. Podríamos afirmar que, a nivel étnico-racial, eran cinco grupos los principales componentes, pero aclarando que en ninguno de los casos se encuentra pureza, más bien hay mezcla racial, de ahí el dicho popular que reza: “En el Perú, el que no tiene de·inga tiene de mandinga.”

Los nativos o cobrizos, formados por dos grupos, los habitantes del Ande, que conforman la Cultura Andina y las minorías selváticas; los blancos, habitando en las principales ciudades y haciendas; los mestizos y las diferentes castas derivadas, diseminadas en todo el territorio; los negros, en los alrededores de las grandes ciudades y haciendas costeñas. Por último, los amarillos (chinos) habitando en las haciendas o en algunas ciudades. Estos cinco grupos étnicos son los que han aportado toda la sangre con la cual está regado de Norte a Sur y de Este a Oeste, este espacio geográfico llamado Perú.

Teniendo en cuenta que el interés del presente trabajo es explicar las contradicciones, luchas y tendencias de las clases sociales, en este momento histórico encontramos: por el lado de los explotadores, contradicciones entre los grandes terratenientes comerciantes tanto de la Capital como de provincias, los mismos que se encontraban uncidos y atados a las finanzas extranjeras. De este grupo es importante señalar la aparición de un sector algo más evolucionado, debido a la influencia del “guano” en su desarrollo, posteriormente este grupo, a decir de Mariátegui, se organizó en el civilismo y al correr de los años, un sector de ellos se convertiría en la llamada “gran burguesía intermediaria”, según los términos del Amauta.

Como venimos sosteniendo, el poder económico de estos grupos se basaba en la hegemonía sobre la gran propiedad de la tierra, el comercio y su ligazón con la burguesía financiera externa. A nivel político, son los dueños del Estado y el Gobierno quienes en los primeros cincuenta años de la República se hicieron representar por el llamado caudillismo militar, y a partir de la década del 60, intentan controlar directamente dicho aparato, intento que se materializa con el ascenso al Poder del Gobierno de Manuel Pardo (1872), fundador y Jefe del Partido Civil. A nivel de provincias y regiones, reina y gobierna el gamonalismo, el mismo que viene a dar sustento y cierta configuración al Estado, siendo el instrumento a través del cual se vincula y materializa el dominio y la opresión de estas clases sobre las demás. El actor central de este fenómeno es el señor de “horca y cuchillo”.

Así como a nivel económico existían pugnas y contradicciones al interior

de las clases dominantes entre terratenientes y comerciantes, entre terratenientes y comerciantes de la Capital con los de provincias, entre terratenientes y comerciantes con los grandes burgueses nacientes, entre pro-ingleses y profranceses a nivel ideológico y político, también los había en torno a dos puntos, concretamente:

Primero. El tipo de Estado que debería estructurarse. Segundo. La forma de Gobierno que sobre este Estado debería moldearse.

En este sentido se nota también la prolongación de la polémica de los años 20, entre los llamados “monarquistas y republicanos”, ahora será entre los “conservadores y liberales”. Es decir entre los representantes de los terratenientes feudales y los representantes de los “grandes burgueses” nacientes.

Estas clases contaban no sólo con “sesudos ideólogos”, disponían además de centros donde difundían sus ideas, experimentaban sus métodos y formaban a sus futuros intelectuales. Tenemos, por ejemplo, el Convictorio de San Carlos dominado por los conservadores y el Colegio Nuestra Señora de Guadalupe controlado por los liberales. En el Congreso también chocaron las ideas y los principios.

Carlos Miróquezada Laos añade: “La Prensa fue otro campo de lucha y de los más importantes. Cada caudillo tenía su hoja y su panegirista. `El Constitucional´ donde militaron los más notables pensadores liberales, y `El Católico´ donde brilló la pluma recia, destilando tinta y verdades, de Bartolomé Herrera.” (Miróquezada, 1959: 21).

Entre los principales contendientes de estas dos corrientes, tenemos por el lado de los clericales o conservadores, a Antonio de la Torre, Andrés Martínez, Joaquín de Mora y el conductor de todos ellos, el clérigo Bartolomé Herrera; por el lado de los liberales, a los hermanos Gálvez, Benjamín Cisneros, Benito Lazo, Fernando Casós y Gonzales Vigil.

Para ilustrar mejor estas dos tendencias, citemos al máximo representante de los clericales, Bartolomé Herrera, cuando dice: “El pueblo no puede libertarse de las desventuras en que lo precipitan sus más crueles amigos, sus aduladores; no puede establecerse la paz y la armonía social sin una autoridad que obligue al ciudadano en lo íntimo de su conciencia de la que se siente realmente súbdito y de quien tenga una dependencia necesaria; y esta autoridad es sólo la de Dios, soberano del Universo. En el hombre sólo se puede respetar la autoridad que emane de Dios como emana sin duda la de los jueces, la de los legisladores, la del Jefe de cada Estado. Suponiéndola emanada del pueblo, cada enemigo de Dios, quiero decir, del sosiego público, ha podido invocar el nombre del pueblo

para derrocar el Gobierno y el poder de las leyes; y para que la miseria, la ruina y la afrenta hayan caído sobre este desdichado pueblo.” (Herrera, 1929: 83 y 84)

La orientación claramente tomista del clérigo Herrera es más evidente y clara, la misma que nos evita mayores comentarios. En contraposición a estas ideas, cabe mencionar la opinión de un representante de los liberales; en su famoso libro El Poder de la Fuerza y el Poder de la Ley, Benito Lazo decía que: “Conservadores son los que no reconocen en las sociedades sino el principio de autoridad, es decir que los pueblos no tienen derecho para pensar ni menos para arreglar y fijar la verdad de sus respectivos Gobiernos. Son los que limitan el pensamiento a sólo los mandones, no dejando ni permitiendo a los individuos asociados discurrir, reflexionar y mucho menos censurar los actos y disposiciones de los que bien o mal se han colocado en el trono del Gobierno. Los que tienen por máxima absoluta que los mandatarios son la cabeza del cuerpo político, a quienes únicamente pertenece discurrir, y el resto los miembros pasivos a quienes incumbe sólo obedecer.”

A renglón seguido, el estudioso agrega: “Los que no ven el orden público sino cuando sólo el que manda tiene derecho para pensar, hablar y hacer cumplir sus mandatos, mientras que al pueblo toca una ciega sumisión a lo que se ordenó. Son aquellos que en cada adelanto de la libertad de pensamiento no ven más que el trastorno y la ruina de las sociedades, que juzgan que conceder los derechos políticos a los asociados es hacer una revolución que debe evitarse a toda costa. Son los que se empeñan en conservar los privilegios, las distinciones de castas y familias, para que unas sean las dominantes y otras las esclavizadas.” (Lazo, 1947: 19 y 20)

Estos planteamientos no son más que la expresión ideológica de dos facciones de la clase dominante. Los liberales, que intentarán dar cierto contenido y proyección a la voluntad popular, en la construcción del Estado y el desarrollo de la sociedad en su conjunto; mientras que los conservadores se limitarán a invocar la voluntad divina para eternizar el orden.

Estas contradicciones también se expresaron en otra forma de conciencia, nos referimos a la literatura, donde compitieron entre otros, Manuel Ascencio Segura y Felipe Pardo y Aliaga; el primero, tomando figuras, formas y motivos no tanto ficticios, ni exóticos, ni pasadistas (con una fuerte inspiración costumbrista); mientras que el segundo, imitando lo español, añorando lo virreinal y burlándose de sus personajes indios y mestizos.

Por último, a nivel filosófico, la religión como expresión del idealismo, era la fuente de inspiración de todas las facciones de las clases dominantes. Recién a fines del siglo se notará una cierta contradicción entre lo que para algunos

estudiosos es el idealismo objetivo y el idealismo subjetivo; esto se manifestará a través de la lucha del cura católico y el pastor protestante. Lo que tiene que ver con el desarrollo de las fuerzas productivas y la influencia capitalista en nuestro país.

La religión católica tiene en estos momentos una responsabilidad de primer orden en los destinos de nuestra sociedad. Manuel Gonzales Prada denunciaba las gollerías y privilegios de que gozaban. Leamos: “Ellos -los católicos- hablan y escriben sin que les sellen los labios ni les denuncien los escritos, ellos se congregan y peroran sin que nadie impida ni disuelva sus reuniones; poseen la tribuna y el púlpito, la cátedra y el periódico, el salón y la calle (…), publican diarios, folletos y libros, (…) pronuncian sermones y discursos.” (Gonzales Prada, 1969: 110)

En cuanto al sistema y forma de vida, estas clases y facciones de clase no tenían mucha diferencia. Lima era la ventana por la cual se podía observar las demás ciudades importantes del Perú, ya que las mismas, con ciertas excepciones, se limitaron a imitar a las tres veces coronada villa. Hasta los años 60 y 70, Lima en lo fundamental mantenía su carácter colonial, las murallas que la rodeaban eran una de estas manifestaciones.

A partir de esos años todo comienza a variar. El historiador Jorge Basadre dice al respecto: “Cuando en años posteriores se entroniza entre las mujeres la crinolina, para seguir todas las otras oscilaciones del vestido del Segundo Imperio y de la Corte Isabelina y luego de Europa en general, puede decirse que Lima se ha orientado definitivamente hacia ultramar, que se convierte o pretende convertirse en una provincia europea.” (Basadre, 1980: 169).

Brevemente enumeraremos algunas de las principales características que singularizaba a las clases dominantes de entonces; continuando con el historiador citado, apuntaremos lo siguiente: “Lima conservaba su ambiente de fiesta. Amaba las corridas de Acho (…), las funciones de Ópera y de Drama primero, de Zarzuela y de Ópera Bufa después; las peleas de gallos; los nacimientos de la navidad; los títeres y volantines; los fuegos artificiales; las procesiones; los paseos a Amancaes. (…) Los carnavales se jugaban con frenesí, rompiéndose con ese pretexto una serie de frenos sociales y cayéndose en lo licencioso.” A reglón seguido el historiador continúa: “Cuando la imaginación evoca aquella época, se detiene en los portales o en el puente; ellos son para Lima el centro de reunión que después se desplazó al Jirón de la Unión y al Paseo Colón. Y allí en los portales o en el puente está también otro tipo fundamental de Lima de entonces: El indefinido, el estratega de corrillo (…). Y todavía hay otros

personajes más para completar este tinglado: Los Pregoneros, ya sea de tamales, de flores, de mixturas y de agua. Y también el gallinazo que realiza las funciones higiénicas y que orla el cielo lechoso, las torres de las iglesias pobladas de repiques, las portadas de las casonas.” (Basadre, 1980: 170)

La mujer de esta clase vestía a la usanza francesa, los hombres a la moda inglesa, hablaban y se comunicaban a través del inglés o francés. La guitarra, el violín y el piano eran sus instrumentos preferidos, mientras que en provincias se agregaba el charango, el arpa y la mandolina. Estas clases, al saberse blancos y hablar como en Europa, vestían y vivían imitándolos, creían en el mismo Dios, adoraban a los mismos santos, dándoles una parecida configuración de ideas que se sintetizan en una cultura eminentemente occidental, “antinacional y antiperuana” si es que se puede hablar de lo nacional y del Perú.

Ellos entendían al Perú como una “chacra grande” con indios y negros, de donde sacar riquezas; esto pasaba por esclavizar al negro y fortalecer la servidumbre del indio. Era también un lugar de diversión y solaz, que implicaba vivir alejado en lo máximo posible de la muchedumbre, del “populacho”, chusma, se diría años después. La única relación que había era de dominio y explotación que se concretizaba en las casas señoriales y en las haciendas. Su mentalidad occidental, su espíritu señorial, los alejó completamente de todo sentimiento por lo autóctono y lo nativo.

En estos años aparecen en la escena social los llamados “partidos políticos” que, a decir de Gonzales Prada, no pasaron de ser más que “Sindicatos de ambiciones malsanas, clubes eleccionarios o sociedades mercantiles”. Así nace el Partido Civilista de Pardo, el Partido Constitucional de Cáceres, el Partido Demócrata de Piérola y el Partido Liberal de Durand. Estos “clubes eleccionarios” continuaron la polémica de sus abuelos “monárquicos y republicanos” y de sus padres “Conservadores y Liberales”, el cordón umbilical que los unía era demasiado fuerte: Eran blancos, occidentalizados, terratenientes, comerciantes, gamonales, profesaban el mismo credo religioso y utilizaban diversas formas para mantener el contenido y así eternizar su dominio sobre el conjunto de la sociedad.

Esta misma corriente se proyectaría hasta nuestro siglo y nos atrevemos a decir, con cargo a demostrarlo posteriormente, hasta nuestros días; posiblemente, cambiando algunos rostros y apellidos, cambiando algunas formas y estilos, pero en esencia, la misma. La tenia pierde algunos anillos para luego renovarse y rejuvenecer y así prolongar su existencia indefinidamente, mientras no se le haya dado el golpe mortal en la cabeza.

Esta sociedad de guantes y bastones, de “señorones y señoronas”, de

This article is from: