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El mundo laboral
E l apogeo virreinal
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ocho. Por su parte, los requerimientos de carne de carnero y de cerdo se habían duplicado, mientras que los de vacuno se habían triplicado. A la pesquería correspondía también una cuota muy considerable en la satisfacción de las exigencias de la población, toda vez que el pescado era de consumo obligado contando con la cantidad de días de abstinencia impuestos por la Iglesia, y al volumen cuadragesimal ha de sumarse que «mucha gente usa cenar pescado ordinario», como apunta el minucioso padre Cobo. Azúcar, en cuantía de 7.500 quintales, se acarreaba por vía marítima de Huaura, Santa, Trujillo y Saña; el arroz, unas 6.000 botijas anuales, procedía también de Saña y Trujillo; el aguardiente, unas 250.000 botijas al año —cada botija de la cabida de un pote de Ávila—, de Pisco y La Nazca. Se expendía en 360 tabernas, incluyendo 14 bodegas y 30 mixtelerías. El gasto de vinos, primero de Moquegua y posteriormente de Chile, ascendía a 13.000 botijas aproximadamente. N o sin dejar de tener presente que por regla general en una urbe, y por añadidura núcleo burocrático y de estilo de vida señorial, la cotización de los bienes de consumo doméstico escala precios superiores a los corrientes en los restantes lugares del país, es siempre de interés atisbar el valor de permuta con subsistencias de primera necesidad en la remuneración de la fuerza de trabajo disponible en Lima. Ciñéndo- nos al siglo xvn, a lo largo del cual no se registraron alteraciones sensibles en las variables para ese cómputo (salvo las coyunturales de cataclismos terráqueos, sequías, amagos de piratas o entorpecimientos en el tráfico marítimo), un indio mitayo era retribuido con un jornal de dos reales, más alimentación; un obrero en régimen de contratación voluntaria o un esclavo dedicado por su amo a prestar servicios a terceros, percibía diariamente de tres a cuatro reales (ocho reales = un peso). Para hacerse cargo del poder adquisitivo de tales salarios, puede anotarse que un kilo de carne de vacuno salía por menos de medio real; un kilo de pan, por un real; real y medio costaba medio kilo de velas de sebo; medio kilo de manteca de cerdo o un cuarto de carnero se cedían por dos reales; el kilo de azúcar valía dos reales y medio; un cabrito, cuatro reales; la fanega de trigo fluctuaba entre 20 y 40 reales; un cerdo, 40 reales; la arroba de aceite, entre 48 y 64, y la de vino añejo, entre 60 y 80; una res en pie se cotizaba entre 80 y 90 reales, y finalmente una muía, 125 reales. En 1776 la fanega de trigo chileno fluctuaba de 12 a 20 reales; su similar peruano, entre 24 y 32 reales.
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E l tráfico co m ercial
L im a
A principios del siglo xvn, Pedro de León Portocarrero (el judío anónimo) consignaba en su escrito:
Hay mercaderes en Lima que tienen un millón de hacienda [...] son destrísimos en comprar [...]. Con esto se puede entender lo que son mercaderes de Lima; y donde el virrey y el arzobispo, todos tratan y son mercaderes, aunque por mano ajena [...].
Ya desde los tiempos iniciales de la ciudad se contaban 34 sastres, 17 zapateros, tres roperos, dos sederos, dos fabricantes de sillas, un calcetero y un cerrajero. Un censo exclusivamente de indios que trabajaban en Lima en 1613 arroja 323 dedicados a la sastrería; 129 zapateros; 79 sederos y botoneros; 62 pescadores en el río; 34 carniceros; 28 silleros; 20 cardadores, y hasta uno dedicado al negocio libreril. Por entonces había dos «tiendas a manera de banco público»: la de Baltasar de Lorca y la de Juan Vidal; la quiebra en 1635 del banco de Juan de la Cueva, uno de los más sonados escándalos en la Lima virreinal, fue de tal magnitud, que los últimos acreedores terminaron de cobrar a fines del siglo xix, no sin que algunos de ellos, dada la lentitud, «vinieran a perder el juicio» y otras doncellas, que tenían depositados sus caudales en poder del banquero para tomar estado, obligadas por la necesidad, sufrieran en su honra. En el tercer decenio del siglo xvn, en el ramo del vestido había 20 mayoristas de ropa fina importada de España y de Oriente con tienda abierta en la calle de los mercaderes, aparte de 200 comercios y puestos por distintos lugares; en la calle de las mantas más de 30 establecimientos trataban en pañería, bayetas y tejidos del país, de uso popular, y en el callejón (hoy pasaje Olaya) otros 20 expedían cordellates y jergas. En el inmediato portal, los tejedores, en 12 bazares, ofrecían sedas, terciopelos, brocados y telas de algodón. Existían 18 fábricas de sombreros, cada una de ellas con un personal de 50 y hasta un centenar de obreros, por lo general indios y negros; su producción se colocaba en unas 50 tiendas, también alineadas en el mismo portal. Los sastres españoles ascendían a medio centenar; los indios, negros y mestizos aplicados a la misma ocupación, duplicaban esa cantidad. Los za