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La crisis económica y la exasperación del autoritarismo
El fracaso de la propuesta obligó a plantearse la creación de mecanismos institucionales de «apoyo a la movilización social». «Pero muy pronto se observó que cuando los militares y sus técnicos pensaban en “participación” tenían en mente un desfile militar [...]» (Cotler 1985: 56). Es semejante la valoración que hace Luis Pásara del discurso característico de los miembros de la Aplanadora: «La teoría de “la participación plena” venía sólo a recubrir el control militar vertical, autoritario y excluyente del poder, que no podía buscar una institucionalización incorporadora de los civiles al poder político sin alterar sus propias bases de sustentación» (Pásara 1985: 356).
la crisis económica y la exasperación del autoritarismo
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La agudización de los conflictos al interior de la junta llevó al convaleciente Velasco Alvarado a apoyarse crecientemente en el grupo militar derechista conocido como «la Misión», que se inclinaba por una salida represiva. Este grupo se hizo visible públicamente a partir de 1974, aunque parece haberse articulado durante el periodo anterior. Tuvo fluidas relaciones con sectores de la burguesía industrial, cuya bandera era que se diera por terminadas las reformas y se elevara la producción y la productividad por la vía de la represión de los movimientos reivindicativos de los trabajadores. Aunque no llegaron a ser mayoría en el Consejo de Ministros, los integrantes de la Misión ocupaban cargos claves en el Estado, lo que les permitió convertirse en el sector hegemónico (Pease 1977: 149-150).
Uno de los dirigentes más conocidos de esta fracción era el general Javier Tantaleán Vanini, miembro de una prominente familia aprista23 . su hijo, Javier Tantaleán Arbulú, también aprista, formó parte del grupo más cercano a Alan García durante su primer gobierno24. Tantaleán Vanini estuvo vinculado a la
23 «Víctor [Tantaleán, el hermano del general Javier Tantaleán, N.M.] era más o menos de mi edad, vivía por el barrio, pero ya era dirigente y nosotros no lo sabíamos. Los Tantaleán eran sobrinos de los Arbulú, uno de los cuales llegó a ser Primer Ministro en la “segunda fase” en la época de Morales Bermúdez. Los Arbulú, como los Tantaleán, todos eran apristas. Y cosa curiosa, uno de los Tantaleán, Isauro, fue acusado de ser co-responsable de la muerte del teniente coronel segundo Remigio Morales Bermúdez, padre del que fue presidente en la segunda fase del gobierno militar. Isauro fue acusado junto con Tello salavarría, Tomás solano, Gregorio Zavaleta, José Asmat, y otros, del asesinato de dicho teniente coronel. Ese asesinato fue realizado el 19 de noviembre de 1939, cuando debía producirse una nueva rebelión aprista en Trujillo». Testimonio de Eduardo Mallqui (Cristóbal 1985:37-38). 24 Tantaleán Arbulú fue director del Instituto Nacional de Planificación durante el primer gobierno de García y se le atribuye una participación decisiva en la gestación de la iniciativa presidencial, anunciada el 28 de julio de 1987, de expropiar la banca privada y estatizarla. Actualmente dirige la Maestría de Gobernabilidad que Alan García fundó en la Universidad san Martín de Porres y que dirigió antes de postular a la presidencia para su segundo gobierno.
formación del Movimiento Laboral Revolucionario (MLR), un grupo que se ganó el apelativo de «fascistoide», por su recurso al uso de la violencia para tratar de imponer su hegemonía en el movimiento obrero. El MLR surgió en Chimbote, en el gremio de los pescadores, y trató de proyectarse a escala nacional con el apoyo de la Misión. se señala como miembros de esta agrupación al contralmirante Jiménez de Lucio y los generales Rudecindo Zavaleta (sinamos), sala orozco (Ministerio de Trabajo) y, con bastante margen de autonomía, Pedro Richter Prada (Ministerio del Interior). En ciertas coyunturas se alinearon con ellos los generales Edgardo Mercado Jarrín y Amílcar Vargas Gavilano. Lo que le dio la hegemonía a la Misión fue el aval que les dio Velasco Alvarado a medida que la crisis se agudizaba y las movilizaciones populares iban creciendo. El otro elemento que favoreció su afianzamiento fue que contaba con el respaldo del Apra (Pease 1977: 154).
La Misión era fuertemente anticomunista y sus integrantes englobaban en la categoría de «comunista» todo aquello calificable como progresista, incluyendo a los miembros de la junta de gobierno caracterizados como los «militares progresistas». Henry Pease (1977: 154) ve en esta línea una fuerte influencia ideológica del anticomunismo aprista, que afectaba no solo a los miembros de la Misión sino también a asesores civiles adscritos a otras posiciones, como Carlos Delgado, cuyo fuerte anticomunismo era conocido25 .
La agudización de la crisis económica y el creciente aislamiento del general Velasco crearon las condiciones para la consolidación de la Misión como fuerza hegemónica en el gobierno. Javier Tantaleán Vanini prestó su apoyo, desde el Ministerio de Pesquería, al Movimiento Laboral Revolucionario (MLR) en su intento de controlar el movimiento obrero peruano a través de la violencia. En la captura del sindicato de trabajadores de Marcona por el MLR, su inmediata desafiliación de la CGTP y su afiliación a la CTRP se vio una acción concertada entre el MLR, el Apra y la Misión. La convergencia entre el MLR y la Central de Trabajadores de la Revolución Peruana (CTRP) se hizo cada vez más evidente, hasta culminar con la adhesión pública de la CTRP al MLR, al que la Misión, especialmente a través del general Pedro sala orozco, nombrado presidente del sinamos, pretendía constituir en «el partido de la revolución». En estas condiciones, Velasco Alvarado, que durante los años anteriores había logrado mantener la unidad de la junta jugando el papel de péndulo entre las posiciones en pugna, tomó una orientación favorable a la Misión y al MLR (Pease 1977: 156-167). El 29 de enero de 1975 brindó su respaldo público al MLR, en declaraciones
25 Carlos Franco recuerda que este era un rasgo importante en los alineamientos políticos de Delgado. Entrevista a Carlos Franco, Lima, 10 de marzo de 2008.
que fueron editadas para su publicación, pero que la revista Caretas publicó en su versión original:
El Movimiento Laboral no es de ahora. Es antiguo. En Chimbote había un cierto modo de vivir extraño. La gente se criaba sin finezas de señoritos. son hombres rudos y sus problemas los resolvían a palos, a balazos, a chavetazos, o a puñetazos, porque así se han criado. Esa gente resuelve sus problemas como hombres a punta de puñetes o a punta de palos. En cambio, hay otros, que por haber nacido en plumas o ser medio fifís pueden discutir, pueden mentarse la madre y sin embargo resuelven sus problemas a pañuelazos. Este Movimiento Laboral Revolucionario, desea prestar su apoyo más cercano a la Revolución, como anteriormente se ha formado el grupo de Trabajadores de la Revolución Peruana. Nosotros no podemos rechazarlos. ¿Con qué derecho? Cómo les decimos “no, porque ustedes son unos criminales, unos fascistas”. ¿y quién dice a quién? Hay un sector que los acusa, pero con qué pedigree, con qué base un grupo califica a otro. si la revolución intentara rechazar al MLR, también debe rechazar al otro grupo. Pero si no hemos rechazado al comunismo por qué quiere el comunismo rechazar al MLR. Por qué no conviven, por qué no hacen suya la revolución ciento por ciento y se vuelven todos participantes?26 .
Apenas una semana después los hechos se precipitaron debido a un estallido urbano en Lima, el 5 de febrero de 1975. Este se inició con una huelga policial cuyo detonante fue el maltrato público que infringió un general del Ejército a un policía, abofeteándolo. Este fue respondido con una paralización de solidaridad de sus compañeros y provocó el desembalse de un descontento largamente acumulado por reivindicaciones laborales insatisfechas. El movimiento se gestó a lo largo del mes de enero de 1975 y culminó, luego de varios intentos previos, en una huelga que se inició el 3 de febrero y que alcanzó su punto más elevado dos días después. La paralización dejó desguarnecida la ciudad. Los policías amotinados tomaron el cuartel de Radiopatrulla y se atrincheraron para negociar. La respuesta del gobierno fue la represión militar, que se concentró en la toma del cuartel, en la madrugada del 5 de febrero. La brutal represión contra los amotinados provocó una fuerte reacción popular que derivó en saqueos de locales comerciales y fábricas perpetrados por muchedumbres enardecidas y en asaltos e incendios de locales estatales y de periódicos políticamente identificados con la junta militar. El hecho de que Lima fuera dejada desprotegida durante dos días, hasta llegar al estallido, fue facilitado por un respaldo pasivo de la alta oficialidad de la policía, que expresaba así su descontento frente a la discriminación de los cuerpos policiales (Panfichi 1983).
26 Caretas, Lima enero de 1975.
Para controlar la situación el gobierno tuvo que sacar al Ejército a las calles. El saldo oficial de la asonada fue de 86 civiles muertos, 162 heridos y 1.012 detenidos. El descontento popular y la fragilidad del régimen quedaron en evidencia. Una revisión de los datos biográficos de las personas muertas permitió hacerse una idea de la composición social de la muchedumbre: había una clara predominancia de hombres solteros, jóvenes y provincianos, básicamente estudiantes, desocupados, obreros, ambulantes y artesanos que habitaban zonas tugurizadas como La Victoria y el Cercado de Lima, donde se concentraron las acciones. Muy pocos tenían antecedentes policiales, lo cual descarta el carácter lumpen del movimiento, contradiciendo lo que sostenían los analistas cercanos al gobierno. El registro de los objetos robados muestra que no fueron saqueados negocios de alimentos sino más bien de ropa, electrodomésticos y joyas; se trató de una multitud que asaltaba no por hambre o para conseguir bienes de primera necesidad sino buscando apropiarse de productos propios de un patrón de consumo del cual estaban habitualmente marginados. se trató de una movilización inorgánica, con un elevado componente de improvisación, que fue por lo menos aceptada pasivamente por el grueso de la población, lo cual demostraba el desgaste del gobierno en una situación en que el alza del costo de vida afectaba a los sectores populares y el gobierno iba asumiendo una orientación cada vez más autoritaria (Panfichi 1983: 56-57).
Paralelamente con el componente espontáneo de este alzamiento, y montándose sobre él, grupos de jóvenes apristas se incorporaron a la muchedumbre buscando dotar al movimiento de una dirección. se trataba básicamente de activistas de la Alianza Revolucionaria Estudiantil (ARE), una organización estudiantil aprista con fuerza en las universidades Federico Villarreal y Garcilaso de la Vega que era acremente crítica de la táctica de Haya de la Torre de buscar una aproximación con los sectores conservadores de la junta militar. Los diarios alineados con la fracción «progresista» del gobierno, especialmente Expreso y La Crónica, publicaron fotos de activistas apristas dirigiendo los saqueos, pero no lograron presentar evidencias convincentes de que el Apra estuviera comprometida institucionalmente27. Los activistas del ARE venían participando en todas las movilizaciones callejeras antigubernamentales y las marchas y contramarchas que realizaron durante las movilizaciones del 5 de febrero muestran que no tenían una estrategia definida ante la situación. sin embargo, reivindicaron sus acciones en volantes que calificaron la asonada como una «movilización revolucionaria»
27 En su análisis Henry Pease llama la atención sobre el hecho de que periódicos alineados con la Misión, como Última Hora y El Comercio, no fueran atacados por la muchedumbre, a pesar de que estaban en la zona del conflicto, como sí lo fueron los periódicos alineados con los «progresistas», como Expreso, Correo —que fue incendiado— y La Crónica, cuyos locales fueron defendidos a tiros por sus periodistas.
del pueblo, en la línea de las insurrecciones apristas de Trujillo de 1932 y del Callao, en octubre de 194828 . si esa era la situación en el Apra, la confusión y la paralización de las otras fuerzas políticas, que fueron completamente sorprendidas por los acontecimientos, fue aun peor. El gobierno de Velasco, por otra parte, quedó herido de muerte.
Durante los meses siguientes el alineamiento de Velasco con la Misión agravó sus reflejos autoritarios. Varias revistas fueron clausuradas, se agravó la represión contra los trabajadores y a inicios de agosto el gobierno deportó a veintinueve personas, entre dirigentes políticos y gremiales, periodistas y un dirigente del Apra, Armando Villanueva, para compensar. Esto agravó el aislamiento de Velasco y creó las condiciones que desembocaron en el golpe de Estado que lo derrocó el 29 de agosto, llevando al general Francisco Morales Bermúdez a la presidencia, en lo que fue visto como una alianza entre los «militares institucionales» —Morales Bermúdez— y los «progresistas», cuyas cabezas visibles eran los generales Graham Hurtado, Fernández Maldonado y Leonidas Rodríguez Figueroa.
El golpe de Morales Bermúdez acabó con el poder de la Misión. sus integrantes fueron invitados a pasar al retiro o fueron reubicados en puestos desde los cuales no tenían capacidad de acción política. El MLR y la CTRP, sin apoyo popular y carentes del respaldo económico e institucional que les prestaba la Misión, entraron el franca declinación hasta terminar extinguiéndose.
Durante los primeros meses de la «segunda fase» se vivió una «primavera democrática»: se reabrieron las revistas clausuradas, se permitió el retorno de los deportados y se tomó iniciativas que, según declaró el nuevo presidente, tenían como finalidad «profundizar las reformas de la revolución». Morales Bermúdez llegó a definir el proceso como un «socialismo peruano», lo que iba más allá de lo planteado durante los años anteriores, cuando se reivindicaba al socialismo
28 originalmente publicado en ARE: «Viva el glorioso 5 de febrero», volante a mimeógrafo. Citado en Panfichi 1983. Wilbert Bendezú sostiene que los apristas realizaron una coordinación previa con los policías que preparaban el motín. Presenta la asonada como «el levantamiento del pueblo en defensa de la valerosa institución que se enfrentaba con vigor a la dictadura militar» y afirma que Haya estaba al tanto de esta acción y la aprobaba: «Una antigua simpatía por la Guardia Civil era el acicate para respaldar a esa institución, que exigía mejores sueldos y mayor consideración» (Bendezú 1988: 21). Bendezú sabe de qué habla; fue secretario general del Comando Nacional de la Juventud Aprista. otro dirigente, Jesús Guzmán Gallardo, que entonces era miembro del Comité Ejecutivo Nacional del Apra, afirma que la juventud aprista tuvo un rol protagónico «en la resistencia y la lucha contra la dictadura, como por el ejemplo el 5 de febrero que algunos sin tener participación se adjudican el liderazgo de esa gesta» (Del Castilllo 2009). Vuelve a aparecer la «escopeta de dos cañones»: Haya proclamando su apoyo a las reformas y demandando a la junta militar que le dejen participar en los «cambios estructurales» (véase más adelante), y alentando al mismo tiempo las movilizaciones de la juventud aprista contra el gobierno militar.
como una de las fuentes de inspiración de la revolución militar, pero no se caracterizaba a esta como tal.
Velasco, ya derrocado, conversó ampliamente con Carlos Franco en los meses anteriores a su muerte, en su casa, situada en el camino a Chosica. su derrocamiento fue un golpe duro para él y consideraba «traidores» a quienes lo habían abandonado. Le pidió a Franco que les dijera a los generales Rodríguez Figueroa, Fernández Maldonado y Graham Hurtado que no pasarían dos o tres meses para que fueran eliminados del gobierno. Tuvo razón29 .
Una vez que Morales Bermúdez se sintió consolidado en el poder se deshizo de los progresistas. Rodríguez Figueroa fue pasado al retiro en octubre y Fernández Maldonado siguió su suerte en julio de 1976. Meses antes, en marzo, los directores de los diarios expropiados, alineados con la fracción progresista, habían sido removidos de sus cargos. Una vez completada la purga, Morales Bermúdez comenzó el desmantelamiento de las reformas. En el discurso que pronunció en Tacna en agosto de 1976, con motivo del primer aniversario de su golpe de Estado, proclamó que el gobierno renunciaba a las denominaciones de «socialista» y «libertario».
A medida que la crisis económica presionaba, Morales Bermúdez —quien anteriormente había sido ministro de Hacienda durante el gobierno del presidente Belaunde— optó por la liberalización de la economía, la reducción del papel del Estado y dejar la conducción del proceso a la economía de mercado, allanándose ante las demandas del Fondo Monetario Internacional (FMI). Esta política se cristalizó en los «paquetes» de ajuste estructural dados a partir de 1976, que golpearon duramente la economía popular y agudizaron los conflictos sociales.
Aunque Morales Bermúdez anunció inicialmente que se proponía conservar la revolución en la misma dirección, «sin desviaciones ni personalismos», al eliminar a los militares «progresistas» favoreció al ascenso de las tendencias más autoritarias del régimen, que simpatizaban con los regímenes militares fascistoides de Argentina (Videla), Bolivia (Bánzer), Uruguay (Bordaberry), Chile (Pinochet), coordinando con ellos con el patrocinio de la CIA30 .
29 Entrevista a Carlos Franco, Lima, 10 de marzo de 2008. 30 La participación del Perú en la operación Cóndor, dando el apoyo del aparato estatal para el secuestro y desaparición del ciudadano argentino Carlos Alberto Maguid, primero, y de un grupo de militantes montoneros, realizado en las calles de Lima por un comando militar argentino; su tortura en instalaciones militares de la Marina peruana, en Playa Hondable, y su posterior desaparición y asesinato ha hecho que recientemente Morales Bermúdez y su entonces ministro del Interior, el general Pedro Ritcher Prada, sean requeridos por la justicia italiana por el asesinato de la señora María Esther Gianotti de Molfino, una de las víctimas de este operativo criminal (Uceda 2004: 343-370).