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El retorno del Apra
el retorno del apra
A un mes de la caída de Velasco Alvarado, Haya de la Torre se dirigió a las bases apristas con motivo del 45º Aniversario del PAP, en setiembre de 1975. En su discurso insistió en reclamar la autoría de las reformas realizadas por los militares y en autoproclamar «revolucionario» a su movimiento: «nosotros creamos las ideas fundamentales que tarde o temprano, por un camino o por el otro, habrán de seguirse para encontrar el verdadero hallazgo de nuestra realización de justicia y de libertad»31 (VRHT 1976-1977: vol. 7, 454-455).
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Haya estaba lejos de mostrarse como un opositor frontal del régimen militar; definió la posición de los apristas, a lo largo del proceso, como de «espectadores curiosos, ansiosos y un poco inquietos», pero que en última instancia veían con buenos ojos el proceso reformista: «nosotros hemos creído que había que estimar en mucho lo que significaba para el Perú un cambio fundamental que podía estimarse positivamente en lo que él significaba de avance, transformación y anhelo de verdadera transformación económica y social del país»32 (VRHT 1976-1977: vol. 7, 456). Luego del golpe de Morales Bermúdez, definió la actitud del Apra como de «serena y vigilante expectativa», e invitó a incorporar a la revolución militar otros postulados del programa aprista de 1931: «El Congreso Económico Nacional como asamblea popular que represente los intereses de la producción en el capital, en el trabajo y en el Estado empresario, es una institución absolutamente necesaria»33 (VRHT 1976-1977: vol. 7, 459). Rechazaba en cambio la propiedad social, por considerar que se parecía al modelo yugoslavo, y reivindicaba el cooperativismo como la gran alternativa, a pesar de que el experimento cooperativista del régimen militar en el agro ya había mostrado graves limitaciones. Reconocía además aportes válidos de la experiencia militar, que invitaba a recoger: «es absolutamente indispensable darle al cooperativismo, al sindicalismo, a la comunidad industrial, a todas las nuevas concepciones que han adquirido prestancia y vigencia en estos años, toda la validez, autonomía y significación indispensables»34 (VRHT 1976- 1977: vol. 7, 459).
Aun después del derrocamiento de Velasco Alvarado Haya seguía hablando favorablemente de la «revolución militar»35. En declaraciones que dio dos meses
31 Idem. 32 Idem. 33 Idem. 34 Idem. 35 Puede ayudar a entender su posición que aún se vivía la denominada «primavera democrática» del régimen de Morales Bermúdez, durante la cual este aseguraba que se proponía mantener la continuidad de la línea revolucionaria.
después del golpe de Morales Bermúdez, seguía manifestándose como un entusiasta del proyecto militar: «Desde 1968 a la fecha ha habido cambios, que son vitales, pero que deben perfeccionarse. Hay magníficos propósitos, excelentes intenciones [...] Nunca hemos negado el carácter revolucionario al Gobierno, porque hemos visto que preconiza puntos programáticos que fueron la bandera del Partido Aprista como puede comprobarse leyendo nuestro Programa de 1931» (Oiga 1975a, 1975b).
Es difícil comprender, leyendo estas declaraciones, cómo Alan García puede sostener que Haya fue un acérrimo enemigo del proyecto militar velasquista.
Haya reclamaba a Morales Bermúdez la realización de elecciones municipales, pero su tono estaba lejos de ser confrontacional; por el contrario, llamaba a los apristas a cooperar con el régimen:
si compañeros, necesitamos producción para salvar nuestra crisis económica […] y [que] estemos listos a cooperar a la solución de los problemas que se plantean, con toda sinceridad, con toda entereza, con toda firme voluntad de luchar victoriosamente contra las dificultades que se presenten, ya por reflejo de la situación mundial, ya por errores que hay que salvar, sabiendo que todos los hombres yerran (VRHT 1976-1977: vol. 7, 461).
En su discurso por el Día de la Fraternidad del 20 de febrero de 1976, cuando la crisis económica se agravaba y se hacía evidente el creciente aislamiento del régimen militar, el tono cambió. El informe del ministro de Economía y Finanzas del régimen, del cual se desprendía la conclusión de que el Perú atravesaba una grave crisis económica, era para él la confirmación del fracaso militar: «si la política se juzga por los resultados —viejo apotegma sajón—, en este caso, podemos afirmar que los resultados son desencantadores, y para el pueblo más pobre que los sufre, verdaderamente trágicos» (VRHT 1976-1977: vol. 7, 464)36. Insistía en la vinculación raigal de la revolución militar y el programa aprista y rechazaba que los tildaran de reaccionarios y contrarrevolucionarios: «Esta revolución, como todos sabemos, tomó muchas ideas del programa aprista». Reivindicaba además otra idea fundamental de su propuesta de 1931, el «Estado antimperialista», y reclamaba que no se les marginara en la realización de las grandes
36 Haya se manifestaba escandalizado por el crecimiento del desempleo y el subempleo. Estaba lejos de imaginar que una década después, con el Apra en el poder, bajo la primera presidencia de Alan García (1985-1990), en cinco años el gasto estatal en salud —tomando como base 100— caería a 47, en educación a 56 y en vivienda a 25; la pobreza se triplicaría, pasando del 16% al 45%; los salarios reales se reducirían a menos de la mitad de su nivel original; y el nivel de consumo real se reduciría en 46%, el subempleo pasaría de 42% a 73%, se perderían más de un millón de puestos adecuados de trabajo, mientras se acumulaba una inflación de 2.300.000% y la moneda se depreciaba en mil millones de veces.
transformaciones estructurales: «Los apristas queremos cooperar, queremos hacer valer nuestro conocimiento consciente a todos aquellos esfuerzos positivos que se ha intentado para bien del país. Por ello no hemos sido oposicionistas recalcitrantes» (VRHT 1976-1977: vol. 7, 477). Recordó que en 1971 reclamaron diálogo al gobierno militar e hicieron propuestas de fondo un año después:
[...] nosotros en 1972 invitamos a la Fuerza Armada a poner término a su misión política, a regresar a sus cuarteles y a venir a formar parte con nosotros del gran programa del Estado Antimperialista de los cuatro poderes, en el cual el Congreso Económico, en el que estarían representados los trabajadores manuales, el Estado empresario y el capital que invierte su dinero del que necesitamos, dentro de una equilibrada y armónica coordinación. Que ese Congreso Económico fuera el parlamento colegislador del parlamento político. Y que así como antes teníamos senado y Cámara de Diputados, pudiéramos tener Congreso Político y Congreso Económico (VRHT 19761977: vol. 7, 478).
Haya consideraba en 1976 esa propuesta plenamente vigente e invitaba a los militares a realizarla. su pronunciamiento puso en marcha las conversaciones entre el régimen militar y la dirección aprista que culminarían a fines de abril en el lanzamiento de una iniciativa del gobierno que abriría nuevas perspectivas al partido aprista.
El general Morales Bermúdez —cuyo hijo Remigio era un reconocido líder universitario aprista— realizó la reconciliación institucional entre el Ejército y Haya. Dio el primer paso, viajando al bastión aprista de Trujillo a fines de abril de 1976, para conmemorar la masacre de los soldados y oficiales en el cuartel o’Donovan, durante la revolución aprista de 1932. Morales Bermúdez, ante las bases apristas de Trujillo, convocadas por sus líderes, realizó un llamado a la unidad nacional, invitando a olvidar los viejos resentimientos. Que las negociaciones con el Apra estaban bastante avanzadas antes de cumplirse un año del golpe que derrocó a Velasco queda en evidencia por el hecho de que —según narró Luis Alberto sánchez a Cynthia sanborn— este viaje y el anuncio realizado por el presidente de la junta militar había sido negociado previamente con el Apra (sanborn 1989: 101, 122).
A este gesto siguió el acercamiento personal, que culminó con un abrazo entre Haya de la Torre y el general Óscar Molina Palocchia, jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, donde ambos descubrieron que no solo se necesitaban sino que realmente se llevaban bien. según dijo Haya de la Torre, la relación entre el partido aprista y el Ejército había sido de «amores contrariados», queriendo acercarse siempre, pero apartados por la oligarquía y los comunistas
(sanborn 1989: 101). A pesar de todos los cambios, Haya se mantenía leal a ciertos planteamientos de sus primeras elaboraciones: «Establecer, por ejemplo, un Estado de cuatro poderes: los tres clásicos, el Ejecutivo, Legislativo y Judicial, además del Económico que sería el Congreso Económico» (Tarazona 1977).
A partir del establecimiento de las relaciones entre el Apra y las Fuerzas Armadas se forjó un acuerdo informal, por el cual los militares se comprometían a realizar elecciones libres y respetar los derechos humanos mientras el Apra ofrecía su fuerza electoral y su capacidad para ejercer el control social —tan necesario durante una etapa marcada por un gran ascenso de las luchas populares—, así como a respetar a las instituciones militares y a mantener una actitud conciliadora con los sectores capitalistas modernos (sanborn 1989: 101). La posición de Haya ante los militares era tan conservadora que ni siquiera se atrevía a reclamar contra la expropiación de los medios de comunicación que había realizado el gobierno de Velasco Alvarado: «No se trata de que los diarios vuelvan a sus antiguos propietarios. su cooperativización efectiva sería una fórmula muy buena» (Oiga 1975a).
El 7 de mayo de 1976, en el discurso por el 52º Aniversario de la fundación del Apra, Haya saludó el mensaje de paz formulado por el presidente Morales Bermúdez en Trujillo, proponiendo «una República institucionalizada democráticamente». Llamó a organizar «un Estado antimperialista que tenga la valentía de tratar con el capital extranjero y saber tratar con él. Lo dijimos en 1928 y lo ratificamos ahora» (VRHT 1976-1977: vol. 7, 486)37 . se ratificó asimismo en su otra criatura ideológica, el Congreso Económico Nacional: «En el Congreso Económico, los sindicatos, las representaciones institucionales o gremiales, organizativas de todas las actividades que contribuyen a la producción económica y al progreso del país, deben estar representadas. Los propios militares deben ir ahí en sus funciones específicas. Los marinos a los puertos, los militares a los caminos, los aviadores a que marchen bien»38 (VRHT 1976-1977: vol. 7, 488). su compromiso con los militares quedó patentizado en el reclamo que hizo a sus seguidores: «mayor trabajo, mayor producción, quizá mayor sacrificio, ya que los inventores de nuevos métodos revolucionarios nos han llevado a tales aventuras que nos cuestan miles de millones de dólares que va a tardar algún tiempo para que nosotros podamos cancelarlos» (VRHT 1976-1977: vol. 7, 492)39 .
37 Como hemos mostrado, no es verdad que este postulado formara parte de las posiciones que Haya defendía en 1928. 38 Discurso en el 52º Aniversario de la fundación del Apra, 7 de mayo de 1976. 39 Esta afirmación no tenía porque ofender a Morales Bermúdez, quien para entonces tomaba distancia con relación a la filosofía y las metas de la «revolución peruana» y de su carácter «socialista» y «libertario».
Terminaba manifestando su compresión hacia «las dificultades y los grandes obstáculos que tienen que salvar los hombres que han asumido la responsabilidad de dirigir al país», pero exigía, a nombre del Apra, «el derecho de compartir esa responsabilidad», es decir, elecciones40 (VRHT 1976-1977: vol. 7, 493).
Mientras tanto, el viraje del régimen continuaba. En octubre de 1975, a dos meses de su participación en el golpe contra Velasco, fueron sorpresivamente pasados a retiro los generales Leonidas Rodríguez Figueroa y Alejandro Graham Hurtado. Ambos eran destacados líderes de los militares «progresistas». su defenestramiento se acompañó con promesas de «profundizar la revolución» y el anuncio de que Fernández Maldonado sería Primer Ministro y Comandante General del Ejército a partir de febrero. Fernández Maldonado guardó silencio; el 30 de junio de 1976 apareció públicamente por la televisión respaldando al ministro de Economía —Barúa— en el lanzamiento de un «paquete» de ajuste estructural inmisericorde. Fernández Maldonado lo justificó en nombre de poder continuar «un proyecto original de socialismo». Como bien dice Henry Pease (1979), no explicó cómo se podría llegar a la izquierda remando hacia la derecha.
Cuarenta y ocho horas después de este anuncio se decretaron medidas represivas draconianas: suspensión de las garantías constitucionales en todo el país y estado de emergencia con toque de queda en Lima. Aparte de la represión propiamente dicha —que incluyó la detención, persecución y exilio de buena cantidad de sindicalistas y periodistas opositores, recurriendo a detener a sus familiares para obligarles a entregarse, una cantidad indeterminada de abaleados en el toque de queda y la clausura de los medios de comunicación no controlados por el gobierno—, las medidas estaban orientadas a desarticular cualquier intento de respuesta de los trabajadores ante la destrucción de conquistas como la estabilidad laboral y el derecho a huelga (Pease 1979: 177-181). A tres semanas de presentar estas medidas, Fernández Maldonado fue pasado al retiro. Junto con él salieron del gabinete y de la línea de mando institucional, el general Miguel Ángel de la Flor, canciller, y Enrique Gallegos Venero, ministro de Agricultura. Así fueron desembarcados los militares «progresistas» del régimen y el programa de desmontaje de las reformas pudo seguir adelante (Pease 1979: 166). En enero de 1977 fueron deportados Leonidas Rodríguez, Arturo Valdés, Jorge Dellepiane y Manuel Benza, militares progresistas ya pasados a retiro, que habían constituido el Partido socialista Revolucionario. Los acusaron de formar «una organización política» —cosa a la que tenían perfecto derecho, pues eran
40 Discurso en el 52º Aniversario de la fundación del Apra, 7 de mayo de 1976.
militares en retiro— y de pretender presentar una imagen de «truncamiento del proceso revolucionario» (sic) (Pease 1979: 182-183).
A pesar de la represión, luego del ajuste las movilizaciones de los trabajadores se incrementaron fuertemente, acicateadas por una traumática contracción de sus ingresos. Con datos del Banco Central de Reserva, tomando como base el índice de 100 para el año 1973, en términos reales, para 1979 los sueldos se redujeron a 45, los salarios a 62, el salario mínimo legal a 59, mientras que el Índice de Precios al Consumidor se elevó a 825,15. Mientras que los ingresos de los trabajadores se reducían a la mitad y el costo de vida se multiplicaba por ocho (Pease 1979: 223).
Luego de un periodo de intensas convulsiones sociales —que incluyó dos intentos de golpe, uno de derecha y otro de izquierda, en julio de 1976— se logró articular las medidas de lucha y convocar a un paro nacional unitario en que participaron inclusive las centrales laborales velasquistas. solo se opuso al paro, y lo boicoteó, como era de esperar, la CTP aprista. El paro nacional del 19 de julio de 1977 constituye en realidad el primer paro nacional del Perú que se puede llamar así con propiedad41. El papel de la izquierda para articular esta medida de lucha fue fundamental, y ella permitió articular un proceso unitario del cual solo se sustrajeron los trabajadores mineros, cuyo gremio estaba controlado por el PC Patria Roja, maoísta. Cuando un año después se realizaron las elecciones para la Asamblea Constituyente, Patria Roja volvió a abstenerse, acusando de «electoreros» a los partidos de izquierda que participaron. Rectificaron su línea, sin embargo, para las elecciones de 1980 y llevaron su propio candidato presidencial, Horacio Zeballos Gámez.
El 24 de diciembre de 1977 falleció Juan Velasco Alvarado en el Hospital Militar de Lima. A diferencia de la soledad que lo rodeó cuando fue derrocado, su entierro fue multitudinario. Las medidas que tomó el gobierno de Morales Bermúdez para intentar parametrar el sepelio fueron rebasadas por una gran movilización popular, que arrebató el féretro al control militar y lo paseó por las calles de Lima, rindiendo un homenaje final al caudillo que durante sus últimos días había estado solo. Los hechos mostraron casi inmediatamente que nadie podía heredar su respaldo político. Un destino paradójico para quien realizó cambios tan profundos y que ha sido convertido en la «bestia negra» de la burguesía peruana.
41 El de 1919, que consiguió la conquista de la jornada de las ocho horas, fue propiamente un paro limeño, con participación de algunos bolsones obreros más, como la minería del centro y los azucareros del norte.