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Más allá de Haya

A pesar de que la división de la izquierda favorecía al Apra48, sus resultados fueron desastrosos en las elecciones de junio de 1980. Belaunde alcanzó una votación del 45%, el Apra cayó al 27% y el PPC, sin los votos acciopopulistas que capitalizó en las elecciones para la Asamblea Constituyente por la abstención de Belaunde, cayó al 15%. La izquierda dividida alcanzó apenas el 15% de la votación, perdiendo veinte puntos con relación a la elección anterior49 .

En la entrevista de Jorge Idiáquez ya citada, este declaró su propósito de convertir Villa Mercedes, la casa de Vitarte donde había morado Haya, en una casa museo, afirmando que casi ya tenía el terreno comprado. Haya había legado sus pertenencias al Apra e Idiáquez pensaba colocarlas en el museo y formar una gran biblioteca con sus libros. Pero poco después estalló un gran escándalo, cuando se denunció que Idiáquez había comprado la casa de Haya con dinero de Carlos Landberg, el narcotraficante más importante del país. Landberg había aportado, además, dinero para la campaña electoral del Apra. Cuando Landberg fue detenido en Miami en su yate lo acompañaba Jorge Idiáquez. La denuncia pública de la existencia de vínculos entre cuadros apristas del más alto nivel con personajes del hampa fue un gran golpe a la credibilidad del Apra, que se sumó a su derrota electoral, agravando la crisis. Esta llevó finalmente al retiro de Towsend del Apra y a que formara otra organización política, el Movimiento de Bases Hayistas, que no tuvo éxito y se extinguió poco después.

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más allá de Haya

En estas circunstancias la vieja guardia aprista fracasó en el intento de dar continuidad al partido fundado por Haya. Correspondió a un miembro de la nueva generación recomponer el Apra y llenar el vacío de liderazgo provocado por la muerte del gran caudillo. Alan García fue integrante del grupo de jóvenes formados por Haya, había estudiado en Europa, a donde el jefe del partido envió

48 La izquierda, luego de formar un frente unido, la Alianza Revolucionario de Izquierda (ARI), se fracturó en vísperas de las elecciones y marchó dividida en cinco listas. 49 El sectarismo de la izquierda peruana ha pesado como una maldición a lo largo de su historia reciente. Luego de su desastre electoral de 1980, aparentemente había aprendido la lección y volvió a reagruparse en la Izquierda Unida. Para las elecciones municipales de 1983 llevó a Alfonso Barrantes Lingán a la alcaldía de Lima, en lo que constituyó su mejor momento. En las elecciones de 1985 —siempre con Barrantes como candidato— quedó como la segunda fuerza electoral del país, detrás de Alan García, pero volvió a romperse a fines de los años ochenta. En los noventa desapareció electoralmente y en las pasadas elecciones de 2006, cuando existía la amenaza de que las listas que no alcanzaran al menos el 4% de la votación no tendrían representación parlamentaria, marchó —otra vez dividida— al desastre; ninguno de sus candidatos alcanzó más del 0,6%. Con gran empeño, la izquierda finalmente consiguió suicidarse.

a los líderes juveniles que consideraba más prometedores, y no cargaba con el lastre de un pasado político que lo atara a los conflictos que paralizaban a «los viejos». Por otra parte, Haya había expresado su confianza en él: lo designó secretario de organización en 1977.

García tenía gran ambición, era un excelente orador y supo foguearse en la Asamblea Constituyente, donde empezó a hacerse conocido. Respaldó a Armando Villanueva en las elecciones de 1980 y, luego de la derrota, dio un «golpe de Estado» que lo llevó al control del aparato partidario hacia 1982. Fue capaz de unificar a un partido profundamente fracturado e inyectar una nueva fe a los apristas, proyectando hacia el exterior una imagen que lo mostraba como el líder capaz de salir del espíritu de gueto proyectándose hacia el conjunto del país. Con el lema de «un Presidente para todos los peruanos» llegó al poder en 1985, convirtiéndose en el mandatario más joven de la historia del Perú. Era un momento muy complejo, en que el país vivía un agudo proceso de radicalización política, con dos proyectos armados y un escenario político en que entre el Apra y la izquierda sumaban las tres cuartas del respaldo electoral. En un ensayo que entonces escribí, anoté:

En nuestro país coexisten hoy en un mismo espacio la guerrilla más fuerte de América del sur, la izquierda legal de mayor presencia política —la Izquierda Unida— y en el poder el partido reformista históricamente más importante del continente: el APRA. Contribuye a singularizar la situación el hecho de que éste no parezca un precario equilibrio, capaz de romperse en el corto plazo (Manrique 2002).

Luego del desastre en que terminó su primer gobierno (1985-1990) Alan García ha cerrado, al parecer definitivamente, la fase de la historia del Apra en que este constituía una representación de los sectores populares. En su segundo gobierno ha asumido abiertamente la representación de los intereses de la gran burguesía asociada a los intereses extranjeros. Faltó a todas sus promesas electorales aliándose con los empresarios en contra de los trabajadores, mantuvo los privilegios que el gobierno de Fujimori otorgó a las empresas transnacionales y convirtió en su bandera fundamental el despojo de las comunidades campesinas de la sierra y de las comunidades nativas de la selva de sus tierras y recursos, para entregarlos a los capitales imperialistas. En el plano internacional también está muy lejos de las posiciones de Haya de la Torre. En lugar de la política de integración latinoamericana que este defendía, precisamente en un momento en que varios regímenes latinoamericanos pugnan por un mayor grado de autonomía, García se ha alineado incondicionalmente con los Estados Unidos, llevando al Perú al aislamiento en América Latina. su objetivo inicial era convertirse en el

líder de una posición de derecha en el subcontinente, pero este fue frustrado por el viraje de varios gobiernos de la región hacia la izquierda, la derrota de Bush y los republicanos en Estados Unidos y por la mayor habilidad del presidente de Colombia, Álvaro Uribe, para ganarse esa posición, relegándolo a un incómodo segundo puesto.

En un país donde el pragmatismo de la burguesía no ha permitido la formación de una derecha política orgánica, el aprismo del siglo XXI ha terminado convirtiéndose en la mejor opción para la defensa y profundización de un statu quo profundamente injusto, desigual y marginador.

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