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Un filósofo de la naturaleza en el Plata?
Concretamente, responsabilizamos al barón de Cuvier (sobre el que volveremos más adelante) y señalamos como decisiva su influencia (negativa, claro), sobre todo a partir de su triunfo por abandono en el debate de París. Adelantamos aquí que el partido revancha tendrá otro resultado, aunque esta vez el evolucionismo saldrá a la cancha con una camiseta distinta: la del adaptacionismo darwiniano.
¿Un filósofo de la naturaleza en el Plata?
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Como la mayoría de las modas europeas, la filosofía de la naturaleza llegó tarde al río de la Plata. Lo hizo en 1861, de la mano del prusiano Hermann Burmeister, venido al país a instancias de Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) para ocupar el cargo de director del actual Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia31 .
Burmeister defendió la inmutabilidad de las especies hasta su muerte en 1892, a los 85 años. En realidad, esa doctrina ya estaba herida de muerte cuando se hizo cargo de la dirección de la institución, en 1862, de manera que es entendible que, desde su llegada a Buenos Aires, el prusiano haya desentonado en la comunidad científica local, evolucionista y, para peor, spenceriana.
Burmeister es habitualmente asociado con el creacionismo duro, definido como el Adam Sedgwick32 de las pampas, la versión criolla del obispo Wilberforce33 . Pero pensemos, ¿habría amparado el Loco Sarmiento a un personaje de esa calaña? Seguramente no. Burmeister era fijista, de eso no hay duda, pero no un fanático religioso. También era un cabeza dura, pero no lo era menos que el campeón argentino del evolucionismo, Florentino Ameghino, por lo que su extemporáneo fijismo no tendría que ver (al menos no solamente) con su testarudez.34 Para comprender por qué Burmeister no se salió nunca del fijismo no hay más que leer sus trabajos, sobre todo los anteriores a su llegada al país. El más representativo de ellos es, pensamos, Historia de la creación, de 1843. En efecto, no hay nada en sus publicaciones posteriores que haga ver un cambio de opinión con respecto a lo que allí
31 Llamado así desde 1923, pero creado en 1812 por el secretario del Primer Triunvirato, es decir, Rivadavia. No obstante, Mantegari (2003, p.76), siguiendo la opinión del paleontólogo argentino recientemente fallecido Horacio Camacho, refiere que no existe un decreto oficial de creación del Museo del año 1812 (solo una circular).
Por lo tanto, considera que la fecha oficial de creación del llamado Museo del País es 31 de diciembre de 1823, cuando Rivadavia era ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires (bajo la gobernación de Martín Rodríguez). 32 Profesor de Darwin en Cambridge. Hablaremos de él en el capítulo iv. 33 De quien hablaremos en el capítulo v. 34 Autores como Temkin (1959, p.332) piensan incluso que Burmeister no era antipático a la idea de evolución: los que definitivamente le caían antipáticos eran los evolucionistas como Ameghino.
se lee, al menos en cuanto a la inmutabilidad de las especies. Mucho de lo que encontramos en ese libro recuerda a la morfología idealista de Oken y Goethe (ya en los 40, pasadísima de moda): los organismos como reflejos de ideas puras e inmutables, la visión de una lucha continua entre la idea y su realización, la estructura final de los organismos vista como el resultado de la materialización de una idea en un momento y lugar determinados, y otras cosas por el estilo. El alejamiento del tipo ideal, causado por la actuación de agentes secundarios, se presenta en Burmeister como una verdadera degradación o degeneración. No había posibilidad de que esos agentes causaran, por sí solos, un mejoramiento; por ese lado, la puerta a la evolución estaba cerrada con siete candados (también Buffon había trancado esa puerta del mismo modo). Pero la sucesión paleontológica no mostraba un deterioro sino, por el contrario, un perfeccionamiento gradual, un progreso. Justamente, ese perfeccionamiento no era el resultado de aquellos agentes secundarios sino de la materialización de formas reales cada vez más perfectas a raíz de un mejoramiento general de las condiciones: hay aquí, sin dudas, perfeccionamiento sin evolución.
El prusiano creía ver en ciertos animales extinguidos una combinación de rasgos que en la actualidad se presentaban en grupos separados. Desde una perspectiva idealista, no había una explicación fácil para esa rara mezcolanza de caracteres. Si las ideas eternas a partir de las cuales se originaban los animales reales eran independientes, ¿cómo eran posibles esas combinaciones? Burmeister no profundizó al respecto; solo dijo que la naturaleza utilizaba siempre los mismos «modos de diferenciación»… aunque en diferentes combinaciones. Así, el prusiano veía posible que ciertos rasgos se manifestaran de forma reiterada en diferentes grupos a lo largo del tiempo geológico, en especial, en grupos dominantes o que presentaban el máximo nivel de organización en ese momento.
En definitiva, el evolucionismo no encontró el modo de meterse en la dura cabeza de Burmeister. El andamiaje teórico del viejo prusiano era firme (así, al menos, lo veía él); todas las piezas encajaban más o menos bien, de modo que la evolución no hacía falta. Por su parte, Moreno35 y Ameghino no le dieron tantas vueltas al asunto y aceptaron la evolución de entrada; no estaban tan condicionados mentalmente como lo estaba el europeo. Por último, si bien es cierto que Burmeister fue educado en la filosofía de la naturaleza y que fue tipologista hasta la muerte, hay creencias suyas que lo acercan al materialismo antimetafísico (opuesto a la filosofía de la naturaleza) que era, por otra parte, la filosofía ideológicamente correcta a mediados del siglo xix (Salgado y Navarro Floria, 2001). Por lo tanto, no sería justo ubicarlo sin más en la naturphilosophie.
35 Francisco P. Moreno (1852-1919). Destacado naturalista y explorador de la Patagonia argentina.
Respondida la pregunta del subtítulo, dejemos Buenos Aires y regresemos a Europa a encontrarnos con Cuvier, verdugo oficial del evolucionismo predarwiniano. Como a Burmeister, al francés se lo acusa de anacrónico y fanático religioso; como Burmeister, tuvo sus motivos para rechazar el evolucionismo. Conozcamos, pues, cuáles fueron esos motivos.