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En el nombre de Paley

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el último detalle del mundo había sido planificado por Dios. En su Historia de Jenni, Voltaire hace decir a su Freind, en un discurso ante ateos e indios: «desde la raíz de los cabellos hasta los dedos de los pies todo es arte, todo es preparación, medio y fin» (2003, p.516). En realidad, esta idea no es exclusiva de la modernidad, ni siquiera del cristianismo. Ya en la antigua Grecia, Xenofón, discípulo de Sócrates, decía que el mundo había sido diseñado por una superinteligencia (obviamente, no el Dios de los cristianos) y que todo parecía existir para beneficio del hombre. En su libro Sobre la naturaleza de los Dioses, Cicerón ofrece un argumento similar (Bowler, 2000, pp.44-45). Según parece, esta idea también estaba en los estoicos; de hecho el cristianismo (y en definitiva, la tn) la habría tomado de ellos.

El diseño biológico como demostración de la existencia de un Dios bueno nos remite al quinto argumento de Tomás de Aquino (1225-1274) enunciado en su Suma Teológica (Sober, 1996, p.63). El doctor Angélico había reconciliado la filosofía de Aristóteles con el cristianismo (influenciado hasta ese momento por Platón) y la teleología (la finalidad de las cosas, su para qué), noción consubstancial a la idea de diseño, pasó a ser desde entonces una pieza fundamental en las argumentaciones de los padres de la Iglesia (Bowler, 2000, p.61).

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Hacia la segunda mitad el siglo xviii, cuando la visión optimista del mundo y de las criaturas que lo habitan comenzó a decaer, también tambaleó el argumento del diseño. Desde Inglaterra, cuna de la teología de la naturaleza, el filósofo David Hume criticó la utilización de ese argumento como prueba positiva de la existencia de un Dios bueno (Dawkins, 1989; Sober, 1996, p.65). La tn buscaba demostrar la bondad de Dios a través de la experiencia sensible (el diseño de los seres vivos), pero Hume, padre del empirismo, creía que eso era imposible24. Pero pese a las críticas de Hume y Voltaire, la tn no perdió vigencia en Inglaterra, y es precisamente este país que dará al mundo el más alto exponente de esa doctrina, William Paley, ya mencionado en el capítulo i (Mayr, 2001, p.67).

En el nombre de Paley

En su libro Teología de la naturaleza (obra que da el nombre a la doctrina), el reverendo Paley expondrá, con la sencillez de un teorema matemático, el argumento que años más tarde ampliarán y documentarán los autores de los tratados Bridgewater25:

24 El empirismo de Hume era tan absoluto que hasta la noción de causalidad provenía de la experiencia. 25 Los tratados Bridgewater son una obra colectiva en ocho tomos sobre teología

Premisa 1: El deseo de Dios es que todos seamos felices en esta vida y en la siguiente. Premisa 2: Podemos descubrir la voluntad de Dios a través de las Escrituras o consultando «la luz de la naturaleza». Ambas vías conducen a la misma conclusión. Premisa 3: La voluntad de Dios con respecto a cualquier acción puede ser conocida a partir de su «tendencia a promover o disminuir la felicidad general». Conclusión 1: Dios crea para promover la felicidad general de todas las criaturas. Conclusión 2: Los organismos están adaptados perfectamente a su ambiente por el Creador (Miles, 2001, p.198).

Como indica el subtítulo de Teología de la naturaleza, «Evidencias de la existencia y atributos de la deidad», el propósito de Paley era no solo acreditar la existencia de un dios, sino demostrar que ese dios era bueno. En efecto; el dios de Paley no es bueno necesariamente. Bien pudo, si así lo hubiese querido, asegurarse la obediencia de los animales y los hombres con sensaciones negativas. Pero Dios no es un amo malo sino un padre bueno y por esa razón regaló a sus criaturas el placer y la experiencia de la felicidad. Todas ellas son normalmente felices, y por eso sabemos que Dios es bueno (Paley, 1802, p.455). En los tratados Bridgewater, William Buckland sostiene que hasta el simple hecho de que los herbívoros sean cazados y devorados por los carnívoros es un acto de bondad del Creador. En efecto: este destino les ahorraba a los primeros la angustia de una muerte lenta por enfermedades (Buckland, 1837, p.130). Seguramente, el doctor Pangloss, uno de los personajes de la obra Cándido de Voltaire26, habría estado de acuerdo con este retorcidísimo argumento.

En el catecismo católico se indican las «vías de acceso al conocimiento de Dios». Además de una que remite a Santo Tomás, hay otra tomada de San Agustín:

Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar, interroga a la belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga a la belleza del cielo […] interroga a la belleza de todas estas realidades[…] Estas bellezas sujetas a cambio, ¿quién las ha hecho sino la Suma Belleza, no sujeta a cambio? (Iglesia Católica, 2000, p.21, párrafo 32)

de la naturaleza editada por la Real Sociedad de Londres por encargo de Francis

Henry, conde de Bridgewater. En realidad, al publicarse los tratados, entre 1833 y 1840, la teología natural estaba en franco retroceso en todo el mundo, por lo que la obra siempre estuvo un poco fuera de época. 26 Es en realidad la caricatura de Leibniz.

Paley, aun reconociendo que el mundo no era tan bello como lo pintaba el obispo de Hipona (hoy Annava, en Argelia), estaba de acuerdo en que detrás de cada desgracia hay un propósito basado en un bien superior: los terremotos son necesarios, opinaba el doctor Pangloss; los herbívoros son cazados y comidos pero por su propio bien, revelará Buckland. Incluso, el reverendo Paley anticipó el argumento bucklandiano al manifestar que ciertos órganos, como las garras, los colmillos, y los picos afilados de las aves, eran necesarios a la economía de la naturaleza. Lo mismo con respecto a la superfecundidad y la muerte: debe haber destrucción necesariamente. Estas ideas responden con claridad al principio de economía natural basado en el presupuesto de que todos los seres vivos no existen para ellos mismos sino para los otros (Caponi, 2011a, p.15).27

Paley daba por hecho que cada una de las partes del organismo tenía una función específica: para él, nada en la naturaleza era en vano. En este sentido, sus razones, como las de Buckland y los demás teólogos de la naturaleza, eran teleológicas (también teológicas, por supuesto), es decir que siempre contenían una referencia a una causa final, finalidad o propósito.

La mayoría de los filósofos e historiadores (Gould, Amundson, Ruse) ven en Paley al más alto exponente del adaptacionismo predarwiniano (Gould y Lewontin, 1979).28 Gustavo Caponi (2010a), sin embargo, opina que en los teólogos de la naturaleza en general, y en Paley en particular (excepto quizás por el capítulo xvii de su libro), la utilidad de las estructuras al ambiente ocupa un lugar secundario con relación a la coherencia funcional de los diferentes órganos (en esto coincidirían con Cuvier).

Se decía que esas adaptaciones eran perfectas o cuasiperfectas (Caponi 2003b), ya que era inimaginable un dios perfecto creando organismos imperfectos o imperfectamente adaptados. Sin embargo, los teólogos de la naturaleza tenían una forma bastante extraña de entender la perfección. Veamos, si no, lo que escribió William Buckland en su contribución geológica a los tratados Bridgewater: «Toda perfección tiene relación con el objeto que

27 Por ejemplo, la función de los herbívoros en la economía de la naturaleza sería brindar alimento a los carnívoros; la de los carnívoros, controlar el aumento poblacional de los herbívoros. 28 En efecto, Teología natural está repleto de just so stories, es decir, «cuentos de así fue», en referencia a la obra más conocida del escritor indio Joseph Rudyard Kipling (18651936) Just so stories for little children, en donde se narra (entre otras cosas) cómo diferentes animales habrían adquirido determinados órganos o estructuras; por ejemplo, cómo el rinoceronte adquirió su piel arrugada. Por supuesto, las explicaciones de Kipling son absolutamente disparatadas, pero algunas explicaciones científicas inscriptas en el programa adaptacionista suelen ser tan inverosímiles como las que imaginó en sus cuentos el escritor británico.

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