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Una primera nota sobre el progreso

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¿especies? ¿Cuál es, en definitiva, la unidad de selección? El asunto no es trivial; para que la selección funcionara, al menos tal y como Darwin lo imaginó, la naturaleza debía apuntar a organismos individuales. El problema era que había características, concretamente ciertos comportamientos de índole social, que parecían ser el resultado de la selección actuando a nivel de grupos de organismos, más que de organismos individuales (el mismo Darwin ya lo había advertido en El origen del hombre). Hoy sabemos que la selección actúa a múltiples niveles (produciendo adaptaciones en cada uno de ellos), y que en la naturaleza hay desde el egoísmo extremo (que resultaría de la selección puramente organísmica) hasta el altruismo más conmovedor (que provendría de la selección grupal o de parentesco). Más allá de eso, lo que nos interesa desatacar aquí es que el rechazo del darwinismo de Darwin (selección natural actuando a nivel de organismos individuales) obedeció en parte a razones morales, filosóficas o ideológicas, aunque también podrían considerarse morales, filosóficas o ideológicas las motivaciones de muchos darwinistas sociales y sociobiólogos. Pero esa es otra historia.

Una primera nota sobre el progreso

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Las ideas científicas nunca son extrañas a los llamados climas de época. Las creencias, valores, prejuicios y temores que configuran esos climas contribuyen a forjar las opiniones de los científicos, que por esa razón nunca son ciento por ciento racionales. A su vez, las ideas de los científicos de carne y hueso que creen, juzgan, valoran, prejuzgan y temen como cualquier hijo de vecino, contribuyen a generar esos climas, por lo que podría decirse que son a la vez su efecto y su causa.

La idea de progreso (en sus múltiples planos, natural, social y moral) es propia del clima de época de la segunda mitad del siglo xix. La teoría de la evolución era progresiva porque la sociedad europea de esa época creía en el progreso, así de simple.

La evolución progresiva supone la aparición de formas cada vez más perfectas, complejas, avanzadas, superiores o mejores. En principio, el darwinismo de Darwin era neutro con relación al progreso. La adaptación por selección era siempre relativa a un ambiente local; un cambio relacionado con las circunstancias concretas del aquí y ahora. Sin embargo, ni nuestro campeón pudo sustraerse al encanto de aquella dulce idea. Le costó mucho explicar a Darwin cómo la selección podía causar progreso (por la razón mencionada más arriba), pero finalmente lo hizo echando mano de una metáfora, la de la cuña, que figura en uno de sus cuadernos de notas y en un borrador de El origen. Dicha metáfora plantea que las especies nuevas son superiores a las viejas, del mismo modo que las cuñas que logran

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