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El homo sabio

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Nuestros animales favoritos, los dinosaurios y el Homo sapiens, no escaparon a esta nueva moda. Ocupémonos otra vez de ellos y veamos de qué forma fueron reinterpretados a la luz de la heterocronía.

El homo sabio

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En Ontogenia y filogenia, Gould dedica un capítulo entero (el x) a la evolución humana por retardación.22 Según el neoyorquino, los primates poseen un desarrollo retardado con relación a otros mamíferos. Es cierto; en nuestro orden zoológico todo parece ser más largo: la duración de la gestación, el tiempo transcurrido desde el alumbramiento hasta la maduración sexual y la duración de la vida con relación al tamaño del cuerpo (Gould, 2010a, p.427). Como vimos, Owen Lovejoy había ubicado a la niñez prolongada en una de las puntas del polígono que ilustra el circuito de realimentación en el que se hallarían atrapados los antropoides K; pues bien, el Gould del 77 anota a la niñez prolongada en su larga lista de características homíninas retardadas o neoténicas (p.463).

Al referirse a la importancia adaptativa del desarrollo demorado, al preguntarse por las razones de ese modo de evolución, Steve apunta directamente a la morfología pedomórfica (Gould, 2010a, p.460 y 462).23 Vía neotenia se habría conseguido, siempre según Gould: 1) equilibrar el cráneo del homínino bípedo; y 2) economizar en osificación, al adquirir el cráneo una forma esférica (p.460). Nuestra historia evolutiva estuvo signada por un aumento general de tamaño, y la única forma de no terminar siendo grandotes y de cabezas pequeñas (a consecuencia de la alometría negativa de la cabeza), era volvernos pedomórficos.24 De este modo, la pedomorfosis habría sido fundamental en el proceso de encefalización, la manera por la cual nos volvimos cabezones.

Como dijimos, esta parte de Ontogenia y filogenia es muy adaptacionista, a diferencia del resto de la obra, de un tono más estructuralista. Casi no se habla aquí de constricciones. Es más; en un arranque antiestructuralista raro en él, Gould se las agarra con Weidenreich, cuestionándole una por una sus correlaciones de crecimiento (pp.453-459). El neoyorquino obviamente

22 «Creo que los seres humanos son “esencialmente” neoténicos» (citado en Gould, 2010a, p.425). 23 Aquí hay una clara diferencia con Lovejoy, para quien la adaptación era el retardo mismo, en tanto alargaba la etapa temprana dedicada al aprendizaje social. Ese tiempo extra era para Lovejoy más valioso que todas las características morfológicas juveniles juntas. 24 El recapitulacionista Ameghino, como vimos, sugería evitar la encefalización excesiva aumentando evolutivamente el tamaño corporal: para nuestro máximo paleontólogo, nada había de malo en ser grandotes y de cabezas chiquitas.

reconoce la importancia de las correlaciones (vinculadas a constricciones del desarrollo), solo que no cree que puedan desplazar a la neotenia como explicación general de la evolución humana (p.459). Destacamos una última diferencia entre Gould y Lovejoy: el primero pensaba que somos naturalmente k, al igual que los demás primates; el segundo, que somos efectivamente k, pero ligeramente tendientes a la r.

McKinney y McNamara también dedican buena parte de un capítulo de su libro del 91, el vii, al tema de la evolución humana por heterocronía. Allí hay algunas diferencias importantes con el libro de Gould. Este, como vimos, daba a la neotenia un mayor peso (también Garstang, Bolk, De Beer y Montagu). En cambio, Mc & Mc le van a dar todo el peso a la hipermorfosis; la peramorfosis (que comprende a la hiper), no la pedomorfosis, es para ellos el factor clave en la evolución humana. Para el norteamericano y el australiano, la similitud entre los cráneos de un humano y un simio juvenil es superficial y obedece al prolongado crecimiento del cerebro del primero (1991, p.292). Lo que habría sucedido en el rey de los primates es una demora hipermórfica de la maduración, no una retardación. Ambos desarrollan el concepto de heterocronía secuencial para aplicarlo al caso específico del ser humano y lo definen como la finalización demorada de todas las fases del ciclo biológico.25 Fundamentan la hipermorfosis secuencial humana con datos duros, en apariencia incontrovertibles: en el chimpancé la infancia dura tres años; en el hombre seis; en el chimpancé la fase juvenil se prolonga por siete años, en el hombre por catorce, y así con todas las demás fases, en todos los demás primates (p.296). Los humanos son más grandes que los chimpancés a causa precisamente de la hipermorfosis secuencial (p.314). Los gorilas serían todavía más grandes porque su ancestro inmediato experimentó, además, aceleración en su fase juvenil (p. 314). La escasez de pelo en los seres humanos tampoco sería neoténica sino la expresión alométrica que caracteriza a todo simio grande (p.316). Incluso, incorporan al modelo datos paleontológicos; en efecto, según ciertos estudios, la infancia era más corta en nuestros ancestros, por ejemplo en Australopithecus (p.297). Por último, Mc & Mc estudian las posibles fuerzas selectivas sobre esos fenotipos genéticamente (es decir, internamente) producidos (p.323). Para ellos, la selección habría favorecido a los cerebros más grandes, más memoriosos, más sociales. Esas fuerzas habrían empujado a los homíninos hacia un extremo de la serie r-k hacia la k, exactamente lo contrario a lo planteado por Lovejoy (p.229 y 324).

25 El concepto había sido inventado años antes por Ken McNamara.

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