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Maria Inés Valdivia Acuña
Yuyarccuni Año II N° 2
Introducción
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Maria Valdivia
En el Perú la noción de dictadura se asocia al tiempo corto, específicamente al período de Alberto Fujimori (1992-2000). Arbitrariamente, la memoria ha sido cercenada en casi su totalidad, ha olvidado los períodos que fueron de Augusto B. Leguía (1919-1930), Oscar R. Benavides (1933-1939) y Odría (1948-1956), sólo por mencionar aquellas coyunturas relacionadas con las rupturas democráticas y el ejercicio de la violencia política como actividad sistemática. Este silencio es permisivo en la medida que no nos permite entender su propia génesis sumiéndonos en observaciones que sólo exponen las consecuencias más recientes3 . Se omite en la formulación de la historia peruana la presencia de grupos políticos insurgentes desde la democracia y la manera como sus actores ejercieron el deber de ciudadanos como críticos a las dictaduras de turno. Esto impide, por ejemplo, la recuperación de fuentes históricas y archivos que debieran ser de conocimiento público, administrados aún por las fuerzas armadas, quienes controlan qué, quien y las razones por las que se investigan ciertos hechos, impidiendo que los archivos históricos se constituyan en elementos fundamentales del derecho a conocer y explicar como fue el pasado y sus implicancias en el presente, entendiéndose que “no corresponde al poder central prohibírselo o permitírselo” (Todorov, 2000, p. 16). Es cierto que fuera de los archivos militares, existen una multiplicidad de fuentes periodísticas, folletos, revistas o algunos testimonios escritos sobre las persecusiones a los apristas, pero estos documentos se encuentran dispersos, discontínuos o en proceso de destrucción, estando ajenos a un exámen formal. El olvido, ha esfumado,
3 Es lo que ocurre con las discusiones en torno a los años de la violencia política en el Perú (19802000), en que se registran dos posiciones muy marcadas, una considera que con Sendero y el
Movimiento Revolucionario Túpac Amaru se originó la violencia en el Perú, la cual cobró 67,500 víctimas y más de 15,000 desaparecidos. Otra, manifiesta que ambos grupos no son más que diversas expresiones de la violencia producto de las disputas entre la izquierda y la derecha política del país. Paulo Drinot, ha señalado que es conveniente situarse más allá de esta polarización ideológico-partidaria y la necesidad de interesarse en las razones por las que la violencia, en este caso política, se encarna en determinados momentos. Nuestra reflexión gira en torno a entender cómo surge la violencia y también cómo se le “soluciona”. Soluciones parciales o conflictos forzados al olvido impiden una conciencia democrática que admita el reconocimiento de los hechos, el establecimiento de culpas y finalmente resarcimientos y perdón. Aspectos que, si se pasan por alto, no sólo comprometen a los actores de los hechos, sino a la sociedad en su conjunto, incorporando a la memoria la experiencia de la impunidad, la impunidad en todos los aspectos del desenvolvimiento social. Acerca de esta discusión, v. Drinot “El ojo que llora, las ontologías de la violencia y la opción por la memoria en el Perú”, 01/01/17, <https://paulodrinot.files. wordpress.com/2012/02/6-drinot1.pdf>.
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incluso de la memoria de sus miembros, la posibilidad de la sistematización de experiencias respecto a las respuestas sostenidas por los ciudadanos contra las dictaduras, impidiendo la organización crítica de un discurso sobre la complejidad de la construcción y trayectoria de un partido, en este caso el APRA. Es posible inferir, que debido a que en esta agrupación no existieron asociaciones de ex prisioneros —aunque si de desterrados políticos y prisioneros apristas al interior del Panóptico—, el recuerdo de sus luchas contra las dictaduras se diluye con el tiempo, a pesar que las dirigencias se han erigido en custodios de la memoria o simplemente las han dejado en el olvido, de cierto tipo de memoria debiera decirse, cuyas condiciones de producción tienen semejanza con lo que Michael Pollack refiere para otros contextos4, en los cuales:
[El partido] vehiculiza su propio pasado y la imagen que forjó para sí misma [o]. No puede cambiar de dirección ni de imagen abruptamente a no ser bajo el riesgo de tensiones difíciles de dominar, de escicisiones, e incluso de su propia desaparición si los adherentes ya no pudieran reconocerse en la nueva imagen, en las nuevas interpretaciones de su pasado individual y en el de su organización. Lo que está en juego en la memoria es también el sentido de la identidad individual y del grupo (Pollack, 1989, p. 12).
En ese sentido, en el APRA existieron diversas maneras de institucionalizar la memoria: fechas importantes, como el día de la Fraternidad (22 de febrero), romerías al cementerio de Trujillo para visitar las tumbas de los caídos durante la revolución de 1932, plazas y avenidas con los nombres de los líderes fundadores y dirigentes importantes. Las marcas de la memoria también aparecen a través de la ubicación de los locales de reunión partidaria, en lugares estratégicos de la ciudad, cercanos a plazas de gran tamaño para realizar posibles alocusiones discursivas o mitines. En términos más espotáneos, los militantes bautizan a sus hijos con los patronímicos de los fundadores, nombres como Víctor Raúl, Luis Alberto, Alan, Estrella, Victoria se han vuelto una constante, explicando la procedencia política familiar, al igual que en otros grupos partidarios como el comunista, las denominaciones de Lenin, Stalin, Vladimir, Fidel, Camilo o Ernesto (Che Guevara), sirvieron para perennizar la memoria de la militancia familiar. Estos elementos constituyen indicios sobre la manera en que en el APRA se logró encuadrar la memoria con el objetivo de fidelizar a la militancia en el marco de experiencias afectivas y solemnes. Frente a estas
4 Pollack hace clara referencia a los dos procesos de desestalinización que vivió la Unión Soviética: durante el gobierno de Nikita Kruschev (1958) y la Perestroika con Gorbachov (1985). Los años indican la asunción del mando.
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primeras expresiones, conviene situar otras formas de recuerdo, que sin proponérselo o con el claro objetivo de subvertir esta memoria institucional, nos brindan relatos sobre las experiencias carcelarias que debieran ser apreciadas más allá de un objeto de idealización o narrativa hagiográfica. Las experiencias de la violencia entre 1932 y 1956 quedaron silenciadas y/o olvidadas bajo la nomenclatura de Amnistías5, que favorecieron a las víctimas, en el sentido de su excarcelación o retorno después de largos exilios, pero hicieron imposible que los victimarios rendieran cuentas o resarcimientos por las acciones cometidas. Nunca se produjo la verbalización individual sistemática, todo quedó sumergido en las historias familiares o publicaciones marginales. De esa manera, la experiencia de las cárceles quedó circunscrita a un contexto de otras violencias también anónimas, expresadas en la condición de los presos comunes generalmente indígenas, negros, homosexuales, pobres o indigentes, sin faltar aquellos presos políticos permanentes que ningún partido llegó a reclamar, por significar la viva expresión de tiempos más radicales. Con ese fin, la memoria oficial pactista seleccionó parte de la experiencia carcelaria construyendo el “martirologio”, dejando de lado sus aspectos más beligerantes, como el cuestionamiento realizado por varios dirigentes y/o militantes que habían estado en prisión y que finalmente tomaron el camino del apartamiento del partido. En nuestra propuesta hemos considerado la necesidad de abordar la problemática que sólo se restringe al análisis de la experiencia de la prisión politica del período, narrada a través de la literatura testimonial, porque es posible reconocer en la fuente literaria, un elevado contenido de relato de memoria. En las obras que vamos a destacar se constituye:
El deber de memoria o de otros problemas cruciales que apelan a una política de memoria –amnistía versus crímenes imprescriptibles- pueden ser colocadas sobre el título de reapropiación del pasado histórico como una memoria instruida por la historia y herida muchas veces por ella (Ricoeur, 2003, p. 1).
5 En torno a las Amnistías, entre 1933 y 1956 se dieron las siguientes: la Amnistía General dada por el
Mariscal Benavides el 09 de agosto de 1933 y la Ley 12654 del 28 de julio de 1956 otorgada por el presidente Manuel Prado. En la primera se permitió el retorno de todos los deportados políticos, pero luego se prosiguió a su persecución, la segunda, a la par de la amnistía concedió indultos y el corte de todos los procesos seguidos a civiles y militares. Ver Amnistía Internacional, 04.06.17, <https://perspectivainternational.wordpress.com/2012/02/13/amnistia-general-en-el-peruperspectiva-internacional/>
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Esa herida es el olvido causado por la banalización de la experiencia traumática, la extinción del recuerdo a través del aniquilamiento de la fuente o de la exclusividad y restricción de su custodia. Nuestro trabajo establecerá las marcas que nos permitan comprender aún en forma parcial cómo funcionó la violencia política desde arriba (Estado) y desde abajo (entre presos políticos y comunes) y en términos de género (entre la masculinidad/feminidad hegemónica y la homosexualidad masculina o femenina). En todos estos casos, la experiencia carcelaria resulta difícil de estructurar e incorporar en la historia personal y su proyección en la narrativa partidaria y nacional. La cárcel, y especialmente ciertos aspectos controvertidos que formaron parte de esas experiencias, como la violencia de género, sigue perteneciendo a lo que se conceptualiza como la memoria subterránea. Nos toca explicar “cómo se manifestaba el despertar de los traumas profundamente anclados” y cómo esa memoria prohibida, clandestina, fue vertida en diversos momentos al papel, en el caso del APRA, no cómo parte de un testimonio vivo para expresar una acusación de valor jurídico, de justicia política y moral, sino en el marco de una estructura ficcional y a la vez real: la novela testimonial.
La Alianza Popular Revolucionaria Americana
Comúnmente se le conoce al partido aprista sólo por sus siglas: APRA. Con casi un siglo de existencia, su trayectoria ha sido compleja, puede resumirse en aspectos puntuales: inicialmente fue un partido nacionalista que argumentó la necesidad de una alianza pluriclasista entre obreros, campesinos, la clase media, intelectuales y estudiantes. Tuvo un marcado impacto de la política nacionalista y amtimperialista post revolucionaria mexicana y posteriormente de ciertos aspectos del laborismo inglés; el partido planteó la necesidad de la integración latinoamericana, de izquierda, pero no comunista, y opuesto según el período que se estudie, al leninismo, estalinismo, castrismo-guevarismo y el maoísmo, es decir, antagónico a cualquier versión de la izquierda totalitaria o vinculada a la subvención soviética. Luego de la Segunda Guerra Mundial y con el cambio de la política Norteaméricana hacia América del Sur, por Kennedy, conocida como “Alianza para el Progreso” (1961-1963), realizó un acercamiento hacia los Estados Unidos, perdiendo su discurso antiimperialista, parte de su otrora beligerancia. En el ámbito local, llegó a establecer alianzas con quienes fueron sus enemigos en el pasado. Aunque su líder y fundador, Víctor Raúl Haya de la Torre, nunca logró obtener la presidencia del país, el impacto de su personalidad política resul-
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tó innegable. No fue sino hasta los períodos que fueron de 1985-1990 y 20062011, que el partido logró acceder al poder, bajo el liderato de Alan García Pérez, cuando la primera generación aprista había prácticamente desaparecido o se hallaba en vías de hacerlo. En el ámbito interno, el aprismo ha tenido diversos críticos, lo que ha ocasionado quiebres y apartamientos enconados, algunos de los cuales se pasaron a las filas de los partidos comunistas locales. Sus opositores políticos fueron: las comunistas, el fascismo sancherrista de los años treinta, diversos sectores militares y otros partidos populistas como Acción Popular. Con todos estos antecedentes, no es difícil afirmar que ha sido una agrupación política con bastantes adversarios, una condición casi normal en el caso de un partido de larga existencia, como ha ocurrido con el peronismo argentino, el priísimo mexicano o el trabalhismo brasilero. Su presencia no ha sido integrada en los textos escolares o de historia contemporánea, pese a existir una bibliografía interesante y desarrollada en términos académicos, generalmente escrita por extranjeros o peruanos que radican en el exterior. Cuando se publicó el libro sobre Los miedos en el Perú, se hizo clara referencia al miedo al APRA, vale la pena reproducir las afirmaciones del historiador Jefrey Klaiber para entender el clima de polarización y controversia que se generó:
No es exagerado decir que el miedo al APRA (Partido Aprista) constituye uno de los más importantes del siglo XX. Inclusive se podría afirmar que, hasta la década de 1960, muchos peruanos no podían imaginar pesadilla peor que un gobierno aprista. Desde la creación del Partido Aprista Peruano en 1930 hasta la aparición de los nuevos partidos Acción Popular en 1956 y Democracia Cristiana, los peruanos se dividían en dos bandos: apristas y antiapristas. Si bien los apristas se caracterizaban por su celo y entusiasmo, el antiaprismo también se distinguia por su apasionamiento. Pero el tema no termina con la creación de nuevos los partidos en la década de 1950. En realidad, el antiaprismo se ha encarnado en los partidos no apristas de derecha, centro e izquierda, de tal manera que se puede hablar de un hilo común que los unía: su antipatía y su miedo al APRA. Inclusive varios gobiernos, desde los gobiernos militares hasta los gobiernos civiles, temían mucho más a los apristas que a los izquierdistas (Klaiber, 2005, p. 257).
Es posible advertir que el antiaprismo o por lo menos la “desidia” para la incorporación de alguna versión sobre la historia del partido se deba al rol que jugó en el desarrollo de los acontecimientos contemporáneos. Un buen contingente de peruanos e instituciones estuvieron implicados de manera activa como actores, a favor o en contra de este grupo. También se puede señalar que el APRA no fue un grupo totalitario, pero en tiempos de persecu-
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ción el término disciplina se entendió como sinónimo de obediencia debida, sin ningún tipo de cuestionamientos a las órdenes que provenían de la cúpula partidaria, aún así su propia memoria subsistió bajo formas y registros insospechados, como las novelas testimoniales o la poesía y la música popular. Entonces, más que una guerra “contra la memoria”, como afirmaba Todorov en torno a elaboración estatal y partidaria que realizó el estalinismo, en torno al partido aprista se han desarrollado dos situaciones: silencios desde el Estado y la existencia de diversas memorias en el interior de partido, entre las que domina la versión más institucional u oficial, dirigida a justificar más que explicar la política pactista del aprismo contra sus otrora persecutores. Pese a todo, en la organización se generaron momentos de intenso conflicto entre las diversas memorias internas expresadas por la militancia. Con el pactismo, varios de los testimonios de aquellos que vivieron las persecusiones y procesos carcelarios quedaron convertidos en memorias subterráneas, que en calidad de excluidos o grupos minoritarios “prosiguen su trabajo de subversión en el silencio y de manera casi imperceptible afloran en momentos de crisis a través de sobresaltos bruscos y exacerbados” (Pollack, 1989, p. 2).
Historia oral y novela testimonial
Los presos políticos traían características identitarias anteriores a su pertenencia política, establecidas por sus filiaciones étnicas, de clase y género. Generalmente, fueron aquellos que pertenecían a la clase media y letrada, los que pudieron dejar evidencia escrita sobre sus experiencias en la cárcel bajo la configuración de novelas o poemas, pero existieron otros, cuyo anonimato persiste y probablemente continúe así. En todos los casos, al no existir posibilidades de dar su testimonio ante las autoridades, para establecer responsabilidades, la novela testimonial constituye uno de los pocos recursos para dejar constancia de la experiencia prisional. Conviene entonces, situar las principales características de este género. El primer elemento que se destaca en la novela testimonial es su escritura, en primera persona, y el modo en que el relato de lo “excepcional cotidiano” se manifiesta en el texto. La cárcel es una excepcionalidad en la vida del sujeto, pero la narrativa trata sobre el día a día de la experiencia, e incluye elementos extra-literarios (históricos, periodísticos y documentales) y “niega la configuración del texto como ente abstracto y suficiente en sí mismo al conectarlo directamente con la realidad de la que éste surgió, al "obligarle' a mos-
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trarse como parte de una totalidad y no como totalidad misma” (Huertas, 1994, p. 167). Un segundo aspecto, resalta que esta cercanía a los hechos, expresa que la obra no está cerrada en sí misma, todo lo contrario, se concentra en dar al lector una idea real, casi en el mismo nivel de la comunicación oral. La novela basada en el testimonio es un género híbrido, considerando que es imposible apreciarlas como novelas “puras” o “meros documentos”; es el tratamiento de los datos ofrecidos por el autor, lo que da el cáracter de “testimonial” a la obra. Los aspectos literarios estarían situados en el ámbito estilístico o la recreación de personajes, con lo cual se concluye que el género testimonial es híbrido al igual que otros, como la autobiografía o el relato histórico (Huertas, 1994, p. 170). Entendida como una forma de literatura que nos acerca a la historia oral, en la novela testimonial se trata de desprender siempre la voz silenciada, a veces de un esclavo, de una mujer, o como en este caso, de un preso o exiliado político. Esa voz se "interioriza en la interpretación de la historia, desentrañándose el conjunto de la realidad a partir del análisis de una de sus parcelas características, de una faceta preseleccionada" (Gutiérrez, 1993, p. 107). Entonces, la novela testimonial y en este caso las que relatan las experiencias carcelarias, colocan a sus autores en calidad de voces narrativas, con un objetivo claro: que la sociedad no olvide lo acontecido en esos recintos olvidados, no sólo por la historia, sino por la sociedad de época, para lo cual pretende “hurgar en el pasado, de recuperarlo y vivirlo en la escritura […] liberan de debajo de las piedras” (Gutiérrez 1993, p. 107). En ese sentido, convendría examinar brevemente, el porqué varios de los presos políticos escogieron la literatura testimonial (novela, poesía o incluso cuentos) como la forma de dar a conocer sus vivencias en la cárcel y luego en el exilio6 . A diferencia de la literatura Barroca, en la cual la prisión y el prisionero están presentes, como un elemento más de la trama o un recurso dramático, la literatura testimonial, exige que quien escriba haya vivido la experiencia, en este caso, el presidio, pero también que se haya apropiado del
6 Siguiendo la acepción señalada por Asunción Lavrin, el testimonio es comprendido como “un modo de extender el conocimiento y hacerlo una experiencia plural. El deseo de compartir esa experiencia puede obedecer a un fin tan sencillo como “dar a conocer” o puede dirigirse a un objetivo político en cuanto a ejercer una influencia sobre el pensamiento o los sentimientos de quienes reciben el mensaje testimonial”, para ampliar más el concepto, puede revisarse: Lavrin, A. (2003), Actas del 51° Congreso Internacional de Americanistas, “La literatura testimonial en Latinoamérica como experiencia de mujeres”, Santiago de Chile, 14-18 de julio del 2003, p. 89-104.
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signo, la escritura. En torno a las generaciones de 1900 y 1920, o de la Reforma Universitaria, se nos ofrece una característica en común, casi todos los que hicieron literatura testimonial fueron formados en letras y sus inicios, antes que políticos, giraron en torno al interés por la literatura, como denota la abundante proliferación de la actividad escritural en torno a cuentos, poemas, obras de teatro, estudios históricos o histórico-literarios. Un antecedente importante fue el del ensayista Manuel González Prada quien planteó la necesidad de formar la Unión Nacional o Partido Radical de la Literatura (1899-1902). Casi treinta años después surgieron diversas voces literarias regionales como se aprecia con la constitución de la Bohemia de Trujillo (1915) o el grupo Orkopata (1925), a la par de otros núcleos de literatura indigenista o regional. La actividad literaria y política no estuvo disociada, más bien, los presos políticos de distintos momentos del siglo XX constantemente manifestaron una vocación compartida o intersectada entre ambas prácticas discursivas. Un antecedente, aunque nunca estuvo preso, fue el caso del escritor Abraham Valdelomar, quien proyectó su vocación literaria al campo periodístico y editorial, en ascenso durante la década del veinte, debido al nuevo dinamismo de diversos circuitos internacionales, especialmente durante el período de la Revolución Rusa (1917) y la Reforma Universitaria (1918). A partir del proceso de politización y la conformación de los partidos políticos de masas, las exigencias en torno a la especialización de la actividad política, se manifiestan, como se expresó en la consulta realizada por la poeta Magda Portal al líder máximo de su grupo político, sobre la necesidad de elegir entre el campo literario o político. Decidiéndose por el segundo, a instancias de Haya, por considerar que la poesía la distraía de las actividades proselitistas. Entonces, aunque la cantidad de presos políticos fuese cada vez mayor, no todos pudieron expresar su condición como tales y aún verbalizando sus experiencias a través del signo escrito, éstas quedaron circunscritas a circuitos mar-
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ginales de la política y la literatura, como ocurrió en el caso de los poetas Serafín Delmar7 o Gustavo Valcárcel8 . Existen diversos ejemplos que nos pueden ayudar a explicar el valor de la novela testimonial como un recurso para el desarrollo de la historia oral como se puede apreciar en los textos de Juan Seoane, Ciro Alegría, Gustavo Valcárcel o Magda Portal. Las memorias pueden cumplir la misma función y siempre será necesario contrastar la información con otras fuentes para explicar los acontecimientos narrados por el escritor, develando la dosis de fantasía, el apego a una trama y una cronología lineal que hace legible la lectura, pero nos impide apreciar el tiempo como algo múltiple y la existencia de diversas realidades. Así se aprecia en la obra distante geográficamente pero semejante en la temática, del brasileño Graciliano Ramos, también preso, durante el gobierno de Getulio Vargas. Este periodista y activista nordestino, expuso en sus memorias la experiencia carcelaria vivida entre 1936 y 1937. Sus memorias mantuvieron un toque literario y cuidadoso en el lenguaje, una secuencia: trama-nudo-desenlace y la cronología lineal que buscaba la literalidad de los hechos. En ambos casos, la novela testimonial y la memoria, los presos políticos comparten similitudes dramáticas de fondo: nunca se conocen los motivos del encierro, no se llega a ser oficialmente procesado, la experiencia constituye un antes y un después en donde el futuro se asoma como un momento incierto, el encierro pone en duda incluso la cordura del preso (Ridenti, 2014, p. 477), el preso político pertenece al ámbito de la extra-legalidad, por tanto, los argumentos jurídicos y los reclamos sobre las condiciones de los presidios pasan a un segundo plano. A diferencia de lo sucedido en el Perú con los escritores y políticos peruanos Juan Seoane, Gustavo Valcárcel o Magda Portal, el régimen brasi-
7 Serafín Delmar (1901-1980). Poeta y militante aprista, nacido em Huancayo, fue conocido con ese seudónimo, pero su nombre real fue Reynaldo Bolaños Díaz y sus hermanos también se dedicaron a la literatura, al igual que su primera esposa, la poeta, activista y periodista Magda Portal. Vivió diversos exilios y se convirtió en uno de los casos más sonados de condena injusta al presidio. El fuero militar lo sentenció a la pena de veinte años de prisión, de los cuales llegó a cumplir sólo doce, como señala Barquero “sufrió todas las pruebas inimaginables: la persecusión, el encierro, el destierro y la miseria” (Barquero, 1977, p. 3). Quizá fue el que más escribió sobre la experiencia carcelaria y también uno de los más silenciados, debido a su apartamiento del APRA, apenas salió de la cárcel. 8 Gustavo Valcárcel (1921-1990). Militante aprista que luego renunciara y se afiliara al Partido
Comunista al igual que su esposa Violeta Carnero, hermana del aprista Guillermo Carnero Hoke.
Entre sus diversas obras, destacamos la novela La Prisión (1951). Resulta muy difícil obtenerla y pertenece a los circuitos “subterráneos o marginales” de la literatura testimonial, es posible afirmar que Valcárcel es uno de los pocos literatos que hace mención explícita a las violaciones sexuales a presos políticos en el Perú.
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leño de Getulio Vargas reconoció la injusticia cometida con Ramos, a quien posteriormente permitió trabajar en actividades literarias vinculadas al Estado. Como Seoane, Valcárcel y Portal, Ramos fue un militante político, en su caso del partido comunista. Su libro no buscó construir sólo una literatura sino más bien, se enfatiza la literalidad y la cronología, las que otorgan fuerza a su propia voz en calidad de testimonio póstumo. Ramos se encontraba conflictuado ante la necesidad de mantener ocho hijos, su militancia es muy posterior a su encarcelamiento, se infiere que el relato que construye, no fue publicado antes, debido a la necesidad de resolver asuntos más cotidianos relacionados con la sobrevivencia económica. A diferencia de los peruanos, él no era un militante de alta jerarquía, pero sí un opositor que usó la palabra como arma. Un periodista politizado, preso, en medio de un proceso individual de transición a su propia conciencia política, derivará años después en su adscripción pública al comunismo, sin embargo, pese a esta circunstancia, la credibilidad de sus memorias se incrementa en la medida que su relación con el partido no fue llana ni acrítica. La obra de Ramos como la de los escritores políticos apristas ha analizar, nos permite realizar una equivalencia en torno a su gestación, su proceso de escritura y sus objetivos.
Escribir en la cárcel, no sólo es un recurso para mantener la dignidad del autor preso, registrando las arbitrariedades sufrida, más también, es un medio de distinción social, pues el hecho de escribir dábale prestigio, distinguiéndolo entre los encarcelados, siendo tratado con alguna deferencia y privilegio en medio de un ambiente despersonalizado (Ridenti, 2014, p. 481).
Las características antes mencionadas se ofrecen con total amplitud en las fuentes seleccionadas para el abordaje de la problemática de la memoria suterránea en torno a las prisiones. En Hombres y Rejas (1932) del dirigente aprista Juan Seoane (1899-1979), y La Trampa (1957), de la también dirigente aprista y periodista Magda Portal (1900-1989), resaltan los aspectos diferenciados entre el preso político y el preso común masculino o femenino, y se pone de manifiesto la violencia sexual y la construcción de la identidad de género masculina hegemónica y la femenina en calidad de subalterna. Será en aquellos espacios de marginalidad, como la cárcel, donde la homosexualidad y la violación ejercida contra los presos heterosexuales, se expone como una realidad escasamente abordada por la historiografía sobre las prisiones o los partidos políticos. En la prisión femenina, la violencia ejercida contra las mujeres tiene características reales y simbólicas, al ser estos espa-
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cios regidos por autoridades religiosas, los aspectos más sentidos giran en torno a la propagación del marianismo y el deseo de la militante a no ser considerada “mujer macho u hombruna”. Ambas realidades nos brindan evidencias sobre asuntos que en otras historiografías sobre la violencia ya se han hecho notar, como en el caso de la investigación sobre los sobrevivientes de los campos de concentración del nazismo. En este tipo de investigaciones se aprecia que “los relatos sobre la “criminales, prostitutas, los asociales, vagabundos, gitanos y homosexuales, hayan sido concienzudamente evitadas en la mayoría de las memorias encuadradas y no hayan practicamente tenido voz en la historiografía. Debido a que la represión de la cual son objeto es aceptada hace mucho tiempo […]” (Pollack, 1989, p. 13).
Las cárceles de la República
Desde la historia, ciertos aspectos de la experiencia carcelaria formaron parte de los argumentos más eficaces para la construcción del martirologio aprista, si bien habían existido conatos o levantamientos sociales, los presos comunes y presos políticos anteriores al aprismo, nunca llenaron las cárceles en su totaldad. Desde el siglo XIX, la prisión constituyó una expresión del poder disciplinar, ejercido por el Estado, destacándose que:
El poder disciplinar está preocupado, en primer lugar, con la regulación, la vigilancia y el gobierno de la especie humana o de poblaciones enteras y, en segundo lugar, del individuo y del cuerpo. Sus locales son aquellas nuevas instituciones que se desarrollaron a lo largo del siglo XIX y que "vigilan" y disciplinan a las poblaciones modernas, oficinas, cuarteles, escuelas, prisiones […] (Foucault, 2012).
En ese sentido, el Estado manifestó interés en mejorar el sistema de vigilancia en los presidios, entendido como una forma de disciplina, orientada a la normalización del individuo. Según el historiador Carlos Aguirre, durante los años 30, observó la existencia de diversos recintos carcelarios en América Latina. El crecimiento de estos espacios de control se relacionó con la emergencia de diversas dictaduras existentes en ese mismo período: Machado en Cuba (1925-1933), Leguía en el Perú (1919-1930) o la situación de los independentistas cubanos perseguidos desde fines del siglo XIX. Este mismo autor precisa que en el contexto peruano existieron alrededor de seis recintos para los presos comunes, sin embargo, la mayoría se llenaron con presos políticos principalmente apristas o comunistas. La cárcel de la isla del Frontón, el Sexto,
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el Panóptico (la Penitenciaría de Lima), la Cárcel Central de Varones, la Fortaleza del Real Felipe, entre otras prisiones, fueron los espacios que los albergaron. En todos los casos, la vida en cautiverio fue una experiencia dura. En el caso de los que provenían de la clase media y se percibían a sí mismos como personas decentes, por primera vez tuvieron que contrastar el discurso ideológico de la igualdad y convivir con presos comunes (Aguirre, 2014, p. 49). Aunque la situación del preso político, significó un estatus mayor que el de preso común, las condiciones de vida en estos recintos fueron significativamente precarias debido a la escasez de los alimentos, vestido y medicinas; varios internos murieron por falta de atención médica, frío, golpizas o trastornos psicológicos producidos por el confinamiento. Los militantes de ori-gen pobre y sin influencia familiar en la administración pública, tuvieron que recurrir a la solicitud emocional realizada por sus padres o parientes, pidiendo clemencia y el perdón de la condena, mediante cartas dirigidas al ministro o el Presidente de la República. Varios internos murieron enfermos, deprimidos, suicidándose o pretendiendo escapar a nado hasta llegar a la costa del Callao. Incluso las mujeres vinculadas o militantes del APRA estuvieron presas, aunque su constreñimiento ha sido percibido por la historiografía como menor que el de sus pares varones, debido a que estas prisiones fueron regentadas por religiosas (Aguirre, 2014, p. 48).
El contexto de las obras
La Alianza Popular Revolucionaria (APRA) fue organizada en la década del 20. En 1923, Haya de la Torre tuvo su máximo dirigente, aun estudiante, fue exiliado, e inició un periplo por todo el continente, el cual lo llevó por Chile, Argentina, Uruguay y México. Junto con él, otros jóvenes también partieron al exilio, en los mismos países o hacia Centroamérica. A la caída del dictador Augusto B. Leguía (1919-1930), Haya retorna para participar en las lides electorales, teniendo como competidor al militar que había defenestrado a Leguía, Luis Miguel Sánchez Cerro. Este último, fue un miembro del ejército con bastante arraigo popular. Durante los años 30, el aprismo creció ininterrumpidamente entre los estudiantes y los obreros vinculados a las fábricas textiles y agroexportadoras. Promovió una alianza pluriclasista, entre los estudiantes, obreros e intelectualles y durante ese primer momento, tuvo viva la raigambre antiimperialista, a favor de la reforma agraria. El antiaprismo surgió en ese mismo instante, los enfrentamientos entre el principal vocero periodístico del régimen El Comercio
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y el periodismo aprista representado a través de La Tribuna, hicieron eco de la beligerancia verbal y física, expresada en las editoriales apristas a favor de las propuestas nacionalistas y su crítica al monopolio ejercido por la familia más poderosa de esa época, los Miró-Quesada, dueños del mayor diario de circulación nacional, versión oficial y oficiosa del régimen político. El levantamiento del comandante Sánchez Cerro, contó con el apoyo de la oligarquía y la simpatía popular, produciéndose el derrocamiento del dictador Augusto B. Leguía. Posteriormente se produjo la convocatoria a elecciones en 1931. Sánchez Cerro y Haya de la Torre fueron los candidatos, obteniendo la presidencia el primero con un total de 152 062 votos, a diferencia de Haya, que obtuvo 106 007. Los resultados resultaron fraudulentos, según los apristas. En estas elecciones no se contabilizó la votación del departamento de Cajamarca y de algunas provincias andinas de La Libertad, consideradas bastiones del partido. La candidatura del militar fue apoyada desde la línea editorial del diario El Comercio, con un mensaje virulento y maniqueo sobre el aprismo y los perjuicios que este acarrearía si llegase al poder. La polarización política fue cada vez mayor, los apristas descontentos con los resultados denunciaron la existencia de fraude electoral. Poco más tarde se declaró la Ley de Emergencia, que permitió al gobierno apresar a los militantes y especialmente a Haya de la Torre, sin derecho a juicio, se clausuró el diario La Tribuna y se produjo la expatriación de los 22 parlamentarios elegidos por ese grupo9. La tensión social fue alarmante y se incrementó aún más debido al intento de magnicidio cuyo autor fue un joven vinculado al APRA. Es en esta coyuntura que ocurre la trama de la novela Hombres y Rejas, el joven de dieciocho años que atentó contra el presidente, se llamaba José Melgar Márquez y era sobrino de Juan Seoane, y este a su vez hermano de Manuel Seoane, segundo al mando del partido aprista. Melgar y Juan Seoane fueron apresados, junto con otros, como García, director de La Tribuna. En ese contexto, Haya de la Torre pasa a ser un perseguido político y se inicia una fuerte persecución contra él, hasta que fue tomado prisionero y aislado del contacto con otros militantes, finalmente fue amnistiado en 1933.
9 Sobre esta parte de la historia puede leerse el prólogo realizado por Alfredo González Prada al libro de su padre “Bajo el Oprobio”, en el cual realiza la denuncia de todos los acontecimientos ocurridos hasta el año 33. Alfredo al igual que Don Manuel, condenó el gobierno de Benavides con las más duras palabras “Sufre el Perú el mismo oprobio de 1914 y 1915. Nada a cambiado excepto los guarismos del calendario. La misma taifa híbrida de soldadesca y civilismo tiraniza el país, ¡los mismos parásitos se ceban con la misma voracidad en los mismos infortunidos de la Patria y hasta el mismo individuo del mismo Oscar Benavides! acaba de encaramarse a la presidencia sobre el cadáver tibio de un tirano asesinado” (González Prada, 1933, p. 11).
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Uno de los acontecimientos más complejos ocurrió el 7 de julio de 1932, con el asalto a la guarnición militar de Trujillo. La derrota de las autoridades logró la administración aprista, ocasionando que el gobierno envíe tropas para que recuperen la ciudad, produciéndose la detención de todos los involucrados y sospechosos. Esta parte de la historia peruana fue silenciada por décadas y dio origen a un enconado enfrentamiento entre apristas y militares. En general sólo fue abordado en los textos de militancia aprista y pertenecieron al corpus del martirologio y la memoria de sus miembros. La revolución del 32 dio lugar a lo que se conoce como la Matanza de Chan Chan, lugar donde fueron fusilados entre 450 a 1500 personas, según los abordajes más recientes.10 La historiografía que apoya el Martirologio señala que fueron 6 000. Finalmente, el gobierno de aquel entonces, en su afán de reprimir la revolúción, mandó bombardear la ciudad de Trujillo. La cárcel se convierte así en un microcosmos, un pequeño universo paralelo en medio de una pirámide creciente de violencias, un espacio sin reglas ni referentes para entender el comportamiento humano, la transgresión es cotidiano y los signos de reconocimiento tienen que ser negociados, construidos mediante las alianzas de fuerza. El individuo, aislado, solo, pobre y joven, es preso de infinitos maltratos. Los presos políticos de clase media poseían mayores medios para salir de la cárcel como el acceso a los mecanismos jurídicos de denuncia en los medios de comunicación.
Hombres y Rejas (1937)
Esta novela-testimonio fue escrita por Juan Seoane (1899-1979), un militante de treinta y tres años que perteneció a una familia con miembros apristas, acusado de ser cómplice en el intento de magnicidio, condenado a la pena de muerte. Su caso, expuso una de las mayores arbitrariedades de la época: la aplicación de la ley de forma retroactiva. Abogado, Juez de Paz, casado y padre de cuatro hijas, provenía de una familia mesocrática, sus hermanos fueron profesionales y dos de ellos activistas políticos, el más conocido, Manuel Seoane, fue el segundo al mando del partido aprista, luego de Haya de la Torre, y cuando éste tuvo que partir exiliado, se encargó de organizar el partido en el Perú y Argentina. El otro hermano, Edgardo, fue un miembro
10 Nos referimos a la versión más sustentada sobre el tema es la que ofrece de Margarita Giesecke (2010). Señala que fueron alrededor de 450 personas muertas como resultado del levantamiento.
Aunque este número se puede discutir, la distancia entre las afirmaciones oficiales que rondan los 6000 fallecidos, hace poco probables las últimas.
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activo del partido Acción Popular, llegando a desempeñarse como vicepresidente de la República durante el primer gobierno belaundista (1963-1968). Se puede inferir que los Seoane fueron una familia de políticos, con redes y vínculos en diversas agrupaciones, no siempre antagónicas. La novela fue escrita en la penitenciaría, en las envolturas de cigarrillos y papeles sueltos que los presos, visitantes y abogados, hacían pasar del mundo de la prisión al de la libertad. La novela testimonial cumplió una función importante en esta coyuntura. Tuvo varios objetivos, el primero, sensibilizar a la opinión pública en torno a la condición de los presos políticos, presentarlos como hombres de bien, padres de familia, esposos e hijos. La construcción del valor familiar fue uno de los elementos más abordados en la trama. El sufrimiento del preso político es considerado el más doloroso, en cuanto es un ser que pierde un afecto privado en busca del bien público. Un segundo objetivo del texto, fue el de obtener algunas mejoras en las condiciones de vida de la cárcel, especialmente aquellas referidas a la salud. En las cárceles las enfermedades más apremiantes fueron la sífilis y la tuberculosis debido al uso obligado de las prendas de los presos fallecidos y a las condiciones insalubres que favorecieron el contagio de las enfermedades. Las autoridades conocían de estos hechos, más propiciaban la muerte lenta del prisionero. El tercer objetivo fue el referente a la construcción del martirologio aprista. En general, varios de los presos políticos no fueron personas destacadas en la estructura partidaria, por esa misma razón, la prisión constituyó uno de los galardones más preciados por los militantes, decirse preso y sobrevivir para contar la experiencia significó un estatus superior ante la militancia más nueva e incluso un valor que los elevaba frente a otros grupos políticos. Juan Seoane estuvo diez años preso, la novela relata sólo el primer año, y entre la transcripción y la publicación de la obra, medió casi un quinquenio. La primera edición corresponde a 1937, fue editada por los apristas exiliados en Chile mediante la editorial Ercilla, donde varios de ellos lograron encontrar empleo como autores, traductores, periodistas y correctores. Este aspecto es importante, porque la novela-testimonio tuvo una finalidad propagandística ante la comunidad internacional y entre la militancia aprista exiliada, residente en Chile, México y Argentina. Como bien ha señalado Leandro Sessa, el APRA utilizó la escritura como arma política. Periódicos, panfletos, revistas, correspondencia, novelas, poesía y ensayos, tuvieron una finalidad proselitista (Sessa, 2014). La novela-testimonio aparece en un contexto en que el principal temor del aprismo consistía en perder a sus militantes o que la represión los dispersara
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mediante el ejercicio de políticas de miedo. La necesidad de “encuadrar” a la militancia implicó, en primer lugar, ofrecer pruebas tangibles de las persecusiones y vivencias en la prisión, con ello se dotaba de elementos identitarios, como prácticas que algunos críticos han dado en señalar de fascistoides o religiosas, por utilizar íconos como banderas, cantos, oraciones, entre otros. La experiencia prisional de unos y el exilio en otros, proveía de una considerable diferencia en la gestación de la identidad de la persecución. El exilio fue visto, incluso por sus máximos dirigentes, como una suerte de “vivencia menos complicada” que la prisión, más “intelectual” o incluso “privilegiada”. La prisión siempre fue observada como el “sacrificio” principal que dotaba al grupo de un ethos funcional, permitía su reagrupación en torno a elementos identitarios basados en el sufimiento o desaparición de sus miembros marcados por el anonimato de la muerte en las cárceles. Esta afirmación nos permite señalar que existieron fines diferentes en la literatura testimonial: el de aquel que escribe, el de aquellos que publicaron la novela e instrumentalizaron sus contenidos, y finalmente, las interpretaciones que realiza el lector, objetivo final de los dos anteriores. En torno al que escribe, la novela señala el contexto en que Juan Seoane y Melgar son apresados. El primero es acusado de ser el autor intelectual del intento de asesinato y el segundo, como el joven de dieciocho años, ejecutor fallido del magnicidio contra Sánchez Cerro. Se relatan las vicisitudes del preso político y los conflictos entre los poderes del estado para condenarlos a muerte, esperando una sentencia que no se ejecuta, así cada día sucede como el último, esto explica el por qué Seoane escribe tan de prisa; en el primer año de prisión, para ellos sólo existen dos posibilidades de condena: la pena de muerte o la cadena perpetua. Su proceso y sentencia duraron 75 días. Este primer momento describe el aislamiento en que se encuentra el preso político: habitaciones sin luz, sin papel para escribir, incomunicado con los otros, los olores son descritos como otra forma de tortura, la convivencia con los miasmas provenientes de su cercanía al silo. Todo conlleva a la construcción de una resistencia activa o la incredulidad sobre la vida carcelaria, como cuando Seoane recibe la noticia sobre su propia sentencia "me pregunto si es posible que ello sea verdad, sentado al borde de mi tarima, una y otra vez, me repito lo mismo. Leo los titulares, vuelvo a leer el texto y a mi me parece que o no soy yo quien lee o no soy yo el que está condenado" (Seoane, 1937, p. 67).
En la novela aparecen los exponentes de la estructura carcelaria como un microcosmos social: el director, los guardias, los soplones (guardias o
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presos), los sacerdotes, el médico, los presos políticos y los presos comunes. Fuera de este espacio, pero entrando y saliendo en él, están los abogados, las autoridades políticas que presionan a favor de las ejecuciones o medidas atemorizantes como la construcción de los féretros por los mismos presos y los familiares de los encarcelados, especialmente las madres, esposas e hijos. El lector puede entender el conflicto extramuros que significa la estadía en el presidio de un esposo, novio, hermano o padre, en una época en que las mujeres aún no están tan integradas al sistema laboral formalmente y en caso de estarlo, las apristas son proscritas del empleo por serlo. En varias ocasiones, la obra dió cuenta de separaciones, infidelidades, muerte de la madre o los hijos, hambre, prostitución o encarcelamiento de las mujeres de los presos. En ese contexto el periódico y el panfleto se convierten en elementos que comunican ideas e información sobre el exterior, el acceso al signo escrito es otro de los objetos más apreciados del preso político, le permite conocer sobre su situación y construir un canal de vasos comunicantes con el líder y la militancia. A su vez, se convierte en el objeto más perseguido por las autoridades del presidio, sin embargo, los presos políticos llevan una ventaja: las obras que les envían sus familiares casi siempre están escritas en inglés o francés y tienen títulos que son ajenos al entendimiento de las autoridades, quienes provienen de sectores subalternos de la policía o el ejército, como celadores recién alfabetizados, de origen indígena, mestizo o “cholo”. Autoridades cuyos cargos les fueron otorgados por su afinidad al régimen y rara vez por realizar una línea de carrera en las fuerzas armadas. Son textos en lenguas extranjeras obviados durante las requisas, por considerarse que poseen escaso valor. En este punto, se desprende la superioridad educativa del preso, la educación política recibida antes o durante su pertenencia al partido incide especialmente en la necesidad de leer y escribir, como una práctica para el adoctrinamiento. El preso se aprecia a sí mismo como moralmente superior y la prisión expone la escasa formación educativa que poseen los custodios. En la literatura sobre prisiones políticas, el soplón o infiltrado aparece constantemente, es la persona pagada por el gobierno para que obtenga información del preso, sea una delación o algún detalle que pueda ayudar a identificar a los miembros del grupo político. El soplón, debe construir una amistad basada en la confianza con el prisionero, le provee de alimentos, prensa, difunde noticias equívocas para conocer sus reacciones. Es el arquetipo del funcionario que labora para los sistemas de inteligencia y/o espionajes contemporáneos. En la novela tiene un papel privilegiado, el espacio lo amerita debido a que resulta difícil construir una situación de confianza, aún entre los
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mismos presos políticos. El soplón siembra versiones contradictorias "fulano a dicho que tú planeaste todo", sólo se revela durante un juicio, como en el siguiente pasaje, en que los presos son llevados al tribunal y ven al prefecto: “… lo acompaña un sujeto cuya pinta nos indica que es un sujeto de la brigada política, un soplón, no se descubre y mira con insolencia a mi mujer y a mí, que estamos sentados en el sofá del fondo” (Seoane, 1937, p. 72).
Figura 17. Fuente: Macera, Pablo. “Apuntes del Frontón de Julio Godinez”. Cielo Abierto, Vol. 5, [N° 15], pp. 28-52.
Respecto a la relación entre los presos, los políticos presos, percibieron al encarcelado común como sujetos dignos de conmiseración, aunque sin estar ajenos a las clasificaciones raciales influenciadas por el darwinismo social. La raza como elemento que valida el comportamiento de cada hombre. Si el preso es indio, se inferirá que es taciturno, callado y hasta sumiso; si es mestizo, hace escuchar su voz de protesta; el negro aparece siempre como un sujeto cuya sexualidad es incontrolable; el chino, producto de una cultura ininteligible. Las apreciaciones raciales de Seoane cuando describe su entorno social
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carcelario, nos permiten inferir que el preso político se considera siempre superior al otro, también en el sentido étnico, como se aprecia:
Indios comunes herméticos, chinos impenetrables, ojos de mirar resignado, criollos vocingleros, expresiones de angustia, miradas firmes, gestos torvos, caras sumidas de dolor, prógnata de asesinos, zambos procaces, hombres severos, un negro venerable. Huellas de vicios, narices sifilíticas, ojos sangrientos, pupilas de epilépticos, caras comidas por la uta, amarillez de paludismo, contracciones de locos, demacración tuberculosa, pústulas ganglionares, asimetrías, ansiedades en los gestos de buitre, perfil violento de un hipersexual, nervaturas de fierro […] vicio, dolor, maldad, indiferencia y perversión, rencor y odio, amargura y tristeza, y todo es vida y todo es injusticia (Seoane 1937, p. 136).
El autor señala la composición social-étnica de la cárcel mediante juicios valorativos de la clase a la que él pertenece. Describe con claridad la situación insalubre del lugar, pero también atribuye que raza y personalidad son elementos indisolubles, manifestando todos los prejuicios de su época, como en el caso de los abordajes realizados sobre la condición de los presidios, pero también resalta el deseo de justicia para estas personas. Su objetivo es mantener el sentimiento vivo de pertenencia al grupo político y la lucha por la sobrevivencia para no caer en la desesperación, depresión o el suicidio. Las descripciones arriba mencionadas nos permiten inferir los alcances de la memoria subterránea en torno cuestión de la prostitución o la homosexualidad. El cuerpo en un estado ruinoso sólo puede ser percibido en espacios que han sido diseñados para ello. Los hospitales, por ejemplo. En el caso de las cárceles, las descripciones corporales no sólo expresan la ruina del estado físico de las personas, también expresa la calidad moral del condenado. El preso político observa con cierta condescendencia al otro, el preso común, pero también le teme: el contagio, la aceptación de la práctica del onanismo para evitar cualquier desviación, la exacerbación de la maternidad real o simbólica y la ritualización del binarismo sexual en el caso de las presas mujeres. El cuerpo abyecto, supurante, con llagas, pálido, no sólo es la expresión física de la ruindad carcelaria, también se convierte en el tropo que ancla al prisionero a la marginalidad de la existencia social hasta su aniquilación definitiva, es culpable y por lo tanto la enfermedad corporal forma parte del castigo por un estilo de vida degenerado o subversivo. Clase, género y etnicidad aparecen en la narrativa sobre el presidio, exacerbadas de heteronormatividad. Las cárceles sexuadas por el poder, exponen una serie de prejuicios e ideas que fueron tomando fuerza en torno a la construcción de la masculinidad o la feminidad. El hombre como un ser
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cuyo deseo es incontenible y la mujer como el otro que debía dominarse a sí misma. En la cárcel, los hombres son entendidos como seres que obedecen a sus instintos y las mujeres como caidas, pero reivindicadas por la maternidad real o simbólica. El discurso republicano, desarrollado desde el siglo XIX habíase visto influenciado por la moral sexual victoriana: el deseo y la contención del mismo, eso hacía de un hombre un buen ciudadano, una persona que canalizaba su sexualidad a travéz del matrimonio. En la novela testimonial, la prisión se revela como una práctica de la sexualidad constituída en torno a una forma de afirmación de lo que no se es, o denuncia sobre la degradación de hombres y mujeres. El onanismo aparece en el relato de manera constante en la narrativa masculina, es una repetición que afianza una concepción sobre el sexo y sus roles. El preso común convierte el tocamiento individual en una forma de escape y fantasía que le recuerda que aún es un ser humano, pero también que es un hombre. En el caso del preso político, esta situación es vista de manera compleja, ideológicamente es percibida como un signo de debilidad mental y degradación. Las expresiones vertidas por Haya de la Torre, como parte del mensaje político para los prisioneros apristas, no sólo estan inundadas de expresiones mesiánicas y religiosas como calvario, sudar sangre, nuestro Gólgota, fe y culto, también contuvieron un mensaje de salvación espiritual y ascetismo corporal” (Haya de la Torre, 1933). De esa manera, la contención sexual aparece en el campo de creencias éticas relacionadas con la forma de concebir la política, la misma que distancia al hombre de su cuerpo, lo disciplina. Las diferencias sociales entre los presos políticos, generalmente letrados, hacen que estos observen con desprecio las prácticas sexuales de los presos comunes. Sin embargo, esta práctica del control corporal en la cárcel, también expone la necesidad de comprender desde nuestra perspectiva cómo el cuerpo se constituye en el espacio simbólico donde entran en disputa distintos discursos normativos que aprueban o desaprueban determinados actos y expresan diferentes concepciones sobre el poder, nos interrogamos “¿Cómo tales restricciones producen, no sólo el terreno de los cuerpos inteligibles, sino también un dominio de los cuerpos impensables, abyectos, invivibles?” (Butler, 2002, p. 14). El espacio punitivo, resulta de este modo la constitución material y simbólica de lo marginal y excluido, del otro que debe cambiar. El preso político es el que está en ese lugar por subvertir el orden político establecido, el preso común se encuentra allí por atentar contra el orden social. La sexualidad
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y sus señalamientos como normalidad/anormalidad será un proceso de pugna entre ambos grupos, a veces juntos y en otros casos separados. La necesidad de “vigorizar” el cuerpo masculino mediante ejercicios, lecturas o discursos morales implica la construcción de la superioridad heteronormativa y la desligitimación del otro, entendido como el homosexual o invertido. Pero ¿qué sucede cuando la homosexualidad ocurre como resultado de una práctica de violencia? Es posible adelantar, que el cuidado que se coloca en la prosa política sobre la materialidad del sexo y en especial sobre las acciones recurrentes en torno a él: masturbación, violación sexual, homosexualidad masculina y femenina logran “materializar la diferencia sexual en aras de consolidar el imperativo heterosexual” (Butler, 2002, p. 18). También constituyen un pasaje oscuro sobre la violencia en las cárceles, casi siempre reprimido en la narrativa sobre el tema, al menos en el Perú. Por ello debemos prestar atención a su aparición excepcional en el discurso político. La homosexualidad se convierte en un aspecto privilegiado para entender cómo el encarcelamiento puede ser concebido como una tortura que intenta "feminizar" o disminuir el valor del sujeto prisionero. El homosexualismo fue una práctica común en las prisiones, en grupo o de forma individual. Las presiones ejercidas sobre los presos más jóvenes implicaron actos de violencia sexual permitidos por las autoridades. En la cárcel el proxenetismo de los homosexuales con más experiencia implicó para los presos sometidos a ellos, alguna posibilidad de acceso a medicinas y alimentos, pero también el contagio de enfermedades venéreas debido a la elevada promiscuidad sexual. Seoane se expresa de este modo cuando afirma que:
Dos hombres rompen mi abstracción, van por la tercera uno tras otro. El cholito delgado da largos pasos con la cara alta, en la que la boca apretada marca la cólera. Picando menudo, avanza tras él Montiel, el invertido. Tiene la cara vieja de vicios y surcada de hondas zanjas que la lujuria le cavara […] Desde atrás de mi reja los miro al sesgo. Ahí avanzan sus raquíticas fachas de desnutridos. Montiel coge de un brazo al otro y su mano tendida le señala en la mesa el desayuno que le ha hecho. Vuelve el muchacho su par de ojos fríos y malos. Ve la mueca anhelante con que la cara ojada se levanta hacia él. El muchacho se eriza y a mano abierta abofetea al maricón (Seoane, 1937, p. 264).
Magda Portal: La Trampa (1957)
Antes de iniciar al análisis del corpus de la novela-testimonial de Magda Portal, es necesario precisar su trayectoria política. En 1926 se produjo la pri-
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mera deportación de Magda Portal, junto con la poetisa uruguaya Blanca Luz Brum. Ambas fueron acusadas de ser parte del “complot comunista” contra Leguía, en ese momento Magda viajó a Cuba y Blanca a Buenos Aires, era el momento en que “las mujeres empezaban a figurar así cómo políticas más que como intelectuales, siendo nosotras las primeras en ser señaladas como subversivas” (Portal, carpeta 57, 1982: 29). De Cuba se trasladó a México para estudiar la Revolución Mexicana. Fue apresada por sus actividades políticas, pero antes conoció a Alejo Carpentier y Roa Bastos, e intercambió correspondencia con ellos. Cuando se produjo la caída de Leguía retornó al Perú. La labor política que le tocó realizar implicaba la conformación de las bases del partido aprista para participar en su primera gran contienda electoral nacional, como ella misma recordó “Nosotros organizamos el primer partido aprista, y acto seguido convocamos a un Congreso aprista (1930), nuestros pronunciamientos eran muy revolucionarios, y uno de ellos fue sobre los derechos de la mujer, nunca antes involucrados en ningún partido como tales” (Portal, carpeta 57, 1982: 46). Por la preparación y reconocimiento a su trabajo partidario en el exilio Magda Portal influyó en diversos aspectos referentes a la política, teoría económica y el análisis de otras coyunturas revolucionarias. Sin embargo, pese a estos aportes siempre se le señaló como la única que podía efectuar las conferencias dirigidas a las mujeres. Su prédica se especializó en ellas. Magda Portal recordó la manera en que se relacionó con algunos de sus compañeros y bohemios de la vida literaria, como cuando estos recurrían al consumo de drogas o tranquilizantes. A veces, ella les pedía probar para experimentar y ellos le contestaban tú no, la cuidaban. De igual forma, cuando tuvo que ir en calidad de conferencista a Puerto Rico, con ironía manifestó que debió acudir a recibirla una comitiva, sin embargo, fue confundida con una bailarina de ballet, entonces ella les imprecó:
Que pensaban que era yo, acaso una señora muy gorda, de más edad, con las manos en los bolsillos y una bomba en cada mano, seguramente […] han de creer que todas las mujeres tienen que ser feministas, con una cara machista, dispuestas a golpear a cualquiera (Portal, carpeta 57, 1982: 67).
De esa manera, Magda Portal, se afirmó en la defensa de las mujeres, experimentó la vida política en un marco regido por códigos masculinos, adecuándose a ese nuevo contexto, inédito para todos. Los hombres la admitieron e incluso la admiraron, pero alimentados por los valores de
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reconocimiento común a las mujeres de la época: protección y control. Observaron en ella a la hija, la madre, la hermana, la compañera, el marianismo elevado a su máxima expresión siempre marcado por la excepcionalidad y belleza. También la discriminación existía al momento de conseguir dinero para los viajes y las conferencias, como cuando recordó:
En el Perú, nunca había dinero para que yo viajara, primera discriminación. Había para ellos. Pero para mí era este mismo sistema. Yo iba a un sitio a organizar un comité y el comité, la gente que estaba en el lugar, nucleaba, era el que pagaba mi pasaje, para mi próximo viaje (Portal, carpeta 57, 1982: 74).
Años más tarde y en medio del enfrentamiento entre ella y Haya de la Torre debido a l o s n u e v o s p l a n t e a m i e n t o s d e l l í d e r e n t o r n o a l I n t e r a m e r i c a n i s m o Democrático sin Imperio, ella lo confrontó, afirmando que este había claudicado ante el imperialismo. Las diferencias entre ambos se ahondaron aún más, cuando se produjo la organización de la Convención Nacional de Mujeres, donde se reunieron las militantes y el Comando Femenino. En este evento, Portal fue la encargada de aleccionar a las mujeres, campesinas y obreras en términos ideológicos, pero cuando Haya intervino, sólo expuso sobre los deberes de las mujeres en el entorno familiar “porque ustedes no tienen otra función en la vida que el hogar, hacer del hogar su reino” (Portal, carpeta 57, 1982, p. 104). La ruptura definitiva se produjo un poco más tarde durante el II Congreso del partido e n 1948, en medio de la lectura de las conclusiones, Haya expuso: “hemos considerado que las mujeres en el partido, como todavía no tienen voto, no pueden ser consideradas miembros auténticos del partido. No pueden ser sino simpatizantes” (Portal, carpeta 57, 1982, p. 104). Sobra expresar que el mensaje, aunque basado en un hecho real, fue una “interpretación” dirigida contra Portal y las mujeres que ella logró organizar, debido a su excesivo protagonismo e injerencia en la formación de cuadros femeninos y no hacer del hogar su reino. A manera de síntesis, se puede señalar que hasta 1950, Portal fue una reconocida activista, periodista y poeta y novelista aprista. Su salida definitiva del partido se produjo ese año, La Trampa fue escrita en 1957, a diferencia de la obra de Seoane, esta novela no tiene por finalidad enaltecer al partido, todo lo contrario, es un testimonio sumamente crítico y acusador, marcado por el dolor de una salida abrupta. Sin duda es uno de los pocos textos antiapristas escritos por una mujer, aspecto que será analizado de
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manera más extensa en otro artículo. Como era de esperar, su publicación fue mencionada en muy pocas antologías literarias. Los especialistas en torno a su obra, señalan que, en particular, la Historia de la Literatura, obra escrita y editada a lo largo de los años 70 por Luis Alberto Sánchez, simplemente la obvió. En todo caso, conviene situarse más allá de los aspectos formales de la obra y entrar en el análisis de parte del contenido. La Trampa, a diferencia de Hombres y Rejas de Seoane, no está escrita en primera persona, la autora se esfuerza vanamente en señalar que no es una obra biográfica ni autobiográfica, pero no es difícil observar que todos los nombres reales aparecen cambiados y que se pueden reconocer a lo largo de la trama. Magda Portal es Mariel, la líder politica que denuncia la manera tan burda y desleal como el Partido Unionista (APRA) ha dejado en la cárcel al joven universitario Charles Stool (Carlos Steer en la vida real), luego que este fuese manipulado para que asesinara a los dueños del diario El Comercio. Es relevante observar que el mayor objetivo de la obra es denunciar la política imperante en el partido, especialmente en los líderes más importantes, en voz de Stool refiere “en cambio los líderes me impresionaron de otra manera. Sonrientes y satisfechos, llevaban en sus rostros la expresión de dispensadores de favores. A ellos se acercaban los “compañeros” con rendidas genuflexiones, y con las manos en alto” (Portal, 1982, p.20), luego refiere la fascinación que le causa la figura del Jefe, quien exaltando el ego del muchacho, lo estimula a formarse políticamente, mientras otros dirigentes enfatizaban la importancia del uso de las armas, hasta que finalmente se le encarga el asesinato de Antonio Miro Quesada. Después de la ejecución del crimen, Stoll es atrapado antes que poder suicidarse, aunque herido con una bala en la cabeza. En la prisión, el personaje fue describiendo lo aspectos más terribles del encierro, especialmente el proceso. En el, relata que el leiv motiv del crimen es manipulado, endilgándole el asesinato de los oligarcas a causa de una cuestión pasional, para vengar el honor de su madre. Por primera vez, en el texto, se manifiestan otros personajes, importantes para comprender el impacto de la prisión en la vida familiar, la madre, las hermanas, el padre de Charles, en conjunto la sumisión de la vida familiar en la fatalidad. La segunda parte de la novela se concentra en el testimonio de Portal a través de la voz de Mariel. Se describe en primer lugar, los momentos de persecución de esta joven madre “que había cambiado ya numerosos escondites y siempre estaba bajo la mira de los policías y confidentes, como si abundasen los delatores. La persecución arreciaba. La muerte del general
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presidente había desatado una verdadera razzia contra los unionistas, presuntos culpables del magnicidio” (Portal, 1982, p. 45). Forzada a huir, debe esconderse en diversos lugares, entre ellos, un potrero en las afueras de la ciudad, donde es atacada por los perros que cuidaban los sembrios, afirmando que ella “no lloraba, no tenía miedo. Era algo diferente. Algo como una especie de estupor, de abandono, como si éste fuera el anuncio de que se le cerraban todas las puertas y la dejaban a la intemperie, como si estuviera desnuda” (Portal, 1982, pp.49-50). Finalmente, es atrapada por la policia y llevada a la carceleta, junto con las “borrachitas, mujeres de mal vivir y vagas”. Como Juan Seoane, en la novela anterior, Portal, se considera a si misma superior a las presas comunes cuando afirma que:
Las detenidas la miran intrigada: ésta no es de las nuestras, parecen decirse, su vestido correcto, su aspecto decente, las hace sospechar. Ah, ésta es una “política”. I sueltan una risa burlona. La guardiana asoma por la ventanilla y profiere un grosero ¡Silencio!... recibe un escupitajo y un insulto (Portal, 1982, p.54).
Cuando les explica sobre el partido, los desacuerdos aparecen inmediatamente, Mariel señala que desea redimirlas, que ellas tienen derechos, que ellas son así porque son pobres, las respuestas de su audencia son puras carcajadas, finalmente la guardiana las calla ¡silencio perrras! y las amenaza a todas con enviarlas a la “aislada” una celda donde reciben mangerazos de agua helada u otra donde sólo se puede estar de pie. A diferencia de las prisiones masculinas donde los sonidos y los gritos se expanden por todo el lugar, los recintos femeninos estan exentos de ruido, impera el “silencio y la obediencia” y eran custodiados por guardianas que habían sido presas redimidas. En los recintos para mujeres, sólo vivían tres tipos de ellas: las monjas encargadas de la dirección y evangelización, las custodias (generalmente ex detenidas comunes) y las presas, compuestas por mujeres como Mariel (políticas), caídas (prostitutas), locas y vagas. Se aplicaba la violencia física de manera cotidiana, especialmente los latigazos y los insultos. Además de estas situaciones, resalta el control del comportamiento sexual, especialmente el afecto entre lesbianas, duramente castigado con ocho días de encierro en las “celdas especiales”, que no era otra cosa que un rincon en una roca donde sólo cabía estar de rodillas, a pan y agua. Las mujeres “locas” tambien eran terriblemente violentadas y en diversas ocasiones sólo cumplían la pena, muertas y en dirección a la fosa común. La disciplina en el “cuartel” era
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extenuante, a las 3 de la madrugada iniciaban los rezos, a las cinco nuevamente más rezos, a las 6 el desayuno compuesto de agua y pan, las 7 el aseo, las 9 lavado de ropa, las 10 rezo, las 11 almuerzo (sopa y papas, arroz y frejoles), l2 lavado general, limpieza de los patios, a la 1 silencio, a las 2 rezo […], finalmente, nuevamente el amor lésbico aparece en los recientos, cuando Mariel es acechada por una mujer que se ofrece a lavarle la ropa y le escribe “acaso no se pueden querer dos mujeres…suya…Inés” (Portal, 1982, p.75).
Conclusiones
El recinto carcelario se constituyó en un microcosmos que nos permite explicar la forma en que el Estado concibió la necesidad de normalizar el comportamiento de los individuos que se organizaron políticamente para transgredir el status quo. La alianza pluriclasista planteada desde el aprismo, expuso en la práctica serias contradicciones durante la experiencia carcelaria, de acuerdo a los orígenes sociales de cada grupo. Para los presos hombres y mujeres de clase media, la cárcel significó no sólo la pérdida de su libertad, también implicó la convivencia no deseada con marginales: asesinos, violadores, ladrones y homosexuales. La obligatoriedad de la convivencia y la precariedad de las condiciones de vida carcelaria, visibilizó por primera vez a estos nuevos actores que no encajaban en el ideario marxista ni socialdemócrata del aprismo. Los presos comunes, no eran obreros o campesinos comprometidos con los proyectos políticos, tampoco proyectaban sus vidas más allá de su existencia marginal. Olvidados por el sistema, resignados o violentos contra él, vivían y morían de forma anónima, en ellos la prédica política tenía poco efecto, es posible considerar que el mayor impacto ocurrió entre los presos políticos, el marginal fue un descubrimiento que no encajaba y cuestionaba el programa político y sus esquemas de vida. Las novelas testimoniales sobre la experiencia carcelaria de Seoane y Portal no fueron las únicas obras que nos permiten acercarnos a este otro mundo en donde Ideología y realidad se suceden como términos totalmente antagónicos. Ocurrieron también en El Sexto de José María Arguedas (1961), El Frontón de Julio Garrido Malaver (1966), las Memorias de la Cárcel de Graciliano Ramos (1953) e innumerables autores latinoamericanos de esa misma época que nos pueden brindar elementos de análisis para comprender mejor la forma en que funcionaron los mecanismos de represión instaurados por las dictaduras de turno, sutiles, enfermizas y siempre dispuestas a la eliminación del oponente, pero especialmente dirigidos al exterminio de la
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voluntad y la esperanza, el cuestionamiento de los ideales e incluso la locura. Los reparos en la narrativa, especialmente en los pasajes donde se describen los momentos más duros del confinamiento como la violación, el proxenetismo y el suicidio, siempre son proyectados en el otro. Es el otro, nunca es uno mismo, en todos los autores, la masculinidad es preservada a través del cuerpo y la clase social. El narrador o la narradora describe a esos otros hombres y a esas mujeres de los estratos más bajos, son ellos los que pierden la condición humana y especialmente los negros a quienes se les atribuye una "naturaleza sexual" animalizada. Surgen nuevas preguntas que en este trabajo no podré responder ¿Cómo afectó la prisión a las familias de los presos? ¿Qué sucedió cuando los presos retornaron a sus vidas como personas libres? La hija de Juan Seoane, murió a los cuatro años de edad, mientras él estaba en el encierro. El joven poeta Serafín Delmar, otro preso, despues de su encarcelamiento se autoexilió en Chile donde se retira del partido aprista. En su prosa siempre se destacó como una marca traumática el tema de la cárcel, otros militantes murieron en la prisión, olvidados, sin influencias ni dinero y posiblemente vulnerados. Ninguna familia se atrevió a manifestar nada sobre violaciones. En esa época no había Comisiones de la Verdad y la Reconciliación, y aún no queda claro si las personas prefirieron olvidar o silenciar la parte imposible de verbalizar de acuerdo a los valores de la época. Tanto en Hombres y Rejas como en La Trampa los aspectos relacionados con las violaciones, la homosexualidad masculina o femenina y la prostitución serán siempre señadas en “el otro/a” permiendo inferir que el proceso de encuadramiento en la literatura política se inicia desde el mismo narrador. Tambien la vivencia de la experiencia carcelaria vivida como un período extenso e intenso, dejó diversas cicatrices en los testimoniantes como en el caso de Portal, quien increpó a la dirigencia la deslealtad con los militantes presos. En ambos casos ellos “hablan” también por aquellos que no pudieron hacerlo, diversas voces que quedaron sumidas en el anonimato de la muerte en la prisión o la imposibildad de poder narrar sus propias versiones sobre este período “sin posibilidad de un “portavoz ni de personal de encuadramiento adecuado”. La memoria institucional, encuadrada por las diferentes dirigencias apristas, suscita interés hasta el presente. El APRA sigue siendo uno de los grupos con mayor dinamismo institucional pese a las diversas denuncias sobre casos de corrupción de funcionarios. Las memorias subterráneas han logrado subsistir, su rescate era necesario, aunque no es nuestra intención que formen parte de una linea de interpretación que prolongue el martirologio, más bien,
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resulta importante reconocer las razones y las dificultades que han tenido los militantes y ex militantes que sufrieron una experiencia traumática para asimilar una política pactista. Los pactos en sí mismos no resultan necesariamente negativos, pueden implicar la necesidad del perdón, pero los ocurridos en el Perú han implicado hacer tabla rasa del pasado, no solo para el APRA sino para el país entero, debatirse entre dos opciones: recordar y seguir ilegal u olvidar y aprobar la impunidad. Se optó por lo segundo. En torno a la forma en que los peruanos encaramos la violencia política, no es difícil afirmar que las soluciones que alimentan la impunidad, dejan de ser tales y se convierten en mecanismos de legitimación de la violencia en plazos más largos, esa fue la naturaleza de las amnistías en el Perú.
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Yuyarccuni Año II N° 2 Robert Salazar
EL SINAMOS Y LAS ORGANIZACIONES VECINALES DURANTE EL GOBIERNO DE JUAN VELASCO ALVARADO EN EL DISTRITO DE VILLA EL SALVADOR, 1968-1975 Robert Salazar Quispe1
Universidad Nacional Federico Villarreal
Resumen
El Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social (SINAMOS) fue una entidad creada en junio de 1971, que tenía como objetivo principal la organización y dirección de entidades autónomas, con la finalidad de resolver tareas encaminadas a mostrar las principales dificultades de estas entidades, creando un sistema participativo en democracia directa. Las organizaciones vecinales pronto se adecuaron a esta entidad, que llevaba a cabo campañas de concientización y movilización política, tal es el caso de Villa el Salvador, donde SINAMOS tuvo una participación directa. En este trabajo se analizará la política del SINAMOS vertida en las organizaciones vecinales de Villa el Salvador y su influencia en las formas de participación social y política que destacaron frente a las reformas mencionadas por el discurso de Juan Velasco Alvarado.
Palabras clave: SINAMOS, movilización social, organización vecinal, Villa el Salvador, Gobierno de Velasco.
Abstract
The National Support System for Social Mobilization (SINAMOS) was an entity created in June 1971, whose main objective was the organization and direction of autonomous entities, with the purpose of solving tasks aimed at showing the main difficulties of these entities, creating a participatory system in direct democracy. The neighborhood organizations soon adapted to this entity, which carried out awareness and political mobilization campaigns, such as Villa el Salvador, where SINAMOS had a direct participation. In this paper we will analyze the policy of SINAMOS, expressed in
1 Historiador e investigador de la Universidad Nacional Federico Villarreal. Maestro en Docencia
Universitaria y Gestión Estratégica con amplio conocimiento de la Docencia Universitaria y la
Investigación Científica. Ponente y participante en eventos de carácter científico vinculados a la investigación, la docencia y la realidad nacional y global del país. Autor del libro Porque nada tenemos, lo haremos todo: El surgimiento de Villa el Salvador (1971-1983), 2018.
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