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La ruptura de consenso legal
y que, por consiguiente, no podía estar en ejecución ni ser de dominio público. Y emplazo a los miembros de la dictadura que tienen hoy una magnífica oportunidad para confundirme con sus pruebas, a desmentir mis categóricas declaraciones”.
Cabe contar, sin embargo, otros motivos por los cuales la sublevación pudo parecer conveniente a sus autores. Ella, interesa olvidarlo, comenzó a fraguarse desde antes de que empezara el proceso electoral. Ante todo, el problema para Leguía era conquistar el poder sobre los obstáculos que podían oponerle no solo como él creía, la animadversión de Pardo, sino la de sus demás enemigos políticos y personales que eran numerosos y que bien hubieran podido actuar sin las órdenes o el consentimiento del Presidente. El nuevo gobierno debía iniciarse el 18 de agosto y las perspectivas para esa fecha eran muy inciertas a principios de julio. Se ha afirmado también (con fundamento) que obtener la Jefatura del Estado era urgente para el candidato triunfante en relación con la gravedad de sus propios asuntos económicos.
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Pero había una cosa de suma importancia unida a la llegada segura al mando supremo y era la de ejercer esa función con un Congreso adicto y no con el que hubiera sesionado legalmente en 1919, a base de la permanencia de los dos tercios del anterior y de la incorporación del nuevo tercio con la criba previa de las rígidas calificaciones por la Corte Suprema. Existía, pues, en el caso de haberse mantenido la normalidad institucional, el peligro de que se repitieran las agitadas jornadas parlamentarias de 1910 y 1911. Entre todos los recuerdos de Leguía como gobernante, ninguno era acaso más ingrato que el de la oposición bloquista en las Cámaras. Para evitar que esa pesadilla volviese a entenebrecer sus días y sus noches había un remedio drástico; y ponerlo en práctica con rudeza de cirujano venía a satisfacer los anhelos de reforma de la Constitución y renovación y saneamiento del Parlamento que tantos espíritus inquietos albergaban y que inspiró el nombre de “Patria Nueva” que se dio el régimen inaugurado el 4 de julio de 1919. Con casi cuarenta días para terminar legalmente su período, Pardo vio muchas deslealtades a su alrededor en los momentos de prueba. Solo unos cuantos nobles amigos lo acompañaron con abnegación en la desgracia y dos o tres jefes militares quisieron defenderlo sin lograr su propósito. No hubo, en realidad, combate. El intento de un régimen transaccional (que hubiera tenido acaso probabilidades de éxito si surge antes) estaba condenado a fracasar al emerger cuando la sublevación había ya triunfado en forma incruenta. Un nuevo período en la historia republicana del Perú había sido abierto. Y él encontró, al emerger, repudio público solo en un breve y viril documento del Partido Nacional Democrático (que no fue seguido por otras actitudes de la misma agrupación), en una exposición al país de Antonio Miró Quesada, presidente del Senado, donde calificó de inoportuno, innecesario, e inconstitucional el plan de disolver el Congreso y en una tardía protesta de José Balta, vicepresidente de la Cámara de Diputados, firmada además, por tan solo once de sus colegas.
LA RUPTURA DEL CONSENSO LEGAL.- A pesar de la proclividad a la inautenticidad en las instituciones, la coexistencia de unos peruanos con otros peruanos había funcionado de hecho a partir de 1885, salvo situaciones de corto plazo o de carácter personal. El 4 de julio de 1919 señaló el comienzo de una época en que quedó rota esta tradición. Comenzó a abrirse entonces un abismo en la ciudadanía, para quedar diferenciados permanentemente de los favoritos o usufructuarios del poder, los neutrales o convenidos y los inconformes vistos como réprobos o malditos. Para estos últimos, insultados por supuestos delitos históricos si es que eran “civilistas” o encerrados en forma indiscriminada dentro de esa categoría, surgieron la prisión o el destierro como castigo de sus afanes subversivos, verdaderos o falsos. Se hizo crónica en la vida peruana una acre virulencia. No hubo una sola ley de amnistía entre 1919 y 1930. En gran parte, la política de sanción a los caídos en 1930 y el ensañamiento feroz con el ex presidente Leguía tienen un antecedente en el estado de ánimo exacerbado que el leguiismo creó en 1919 y cultivó durante once años.
6OCTUBRE 1919
[ PERÚ ]
A LOS 86 AÑOS DE EDAD FALLECE EN SU CASA DE MIRAFLORES DON RICARDO PALMA, UNO DE LOS MÁS INFLUYENTES ESCRITORES COSTUMBRISTAS DE LA HISTORIA NACIONAL. ENTRE LA VASTA OBRA QUE LEGÓ, DESTACAN SUS TRADICIONES PERUANAS, ESCRITAS ENTRE 1860 Y 1914. LA EDICIÓN COMPLETA FUE REUNIDA Y PUBLICADA PÓSTUMAMENTE POR SU HIJA ANGÉLICA ENTRE 1923 Y 1925.