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Características de la etapa del apogeo
LA dISTINCIÓN A LeGUíA
en 1928, un grupo de diputados, conformado por Alejandro de Vivanco, Manuel M. de Cossío, J. A. delgado Vivanco, José A. Villanueva, Manuel S. Frisancho y el abogado y político arequipeño Víctor A. Perochena (aquí en una fotografía de 1930), tomó la iniciativa de otorgar al presidente Leguía el título de Prócer de la república. La Ley N°6279, del 9 de noviembre de 1928, hizo efectivo el nuevo apelativo.
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Por lo demás, el desplazamiento de los civilistas durante la Presidencia de su odiado enemigo, solo fue político. Leguía no amputó sus privilegios sociales o económicos a las familias prominentes; y aun algunas de ellas se beneficiaron, de manera directa o indirecta, con el progreso material, especialmente con las urbanizaciones. Leguía, por otra parte, era hacendado y exportador de algodón como varios de sus adversarios y llegó a tener vinculaciones familiares con algunos de ellos.
CArACTeríSTICAS de LA eTAPA de APOGeO.- Los intereses creados o que pugnaban
por crearse alrededor del poder político, al parecer tan firme y permanente y alrededor de las ventajas que con él se podían obtener, buscaron la deificación del caudillaje. Revivió la tradición limeña de carácter áulico y cortesano, exhibida en la pleitesía ante los virreyes y fue superado el coro de lisonjas que habíase prodigado a los libertadores, restauradores, protectores y regeneradores de la República. Volvióse un espectáculo constante el peregrinaje a Palacio con álbumes, tarjetas, medallas de oro, bastones de mando, bandas presidenciales y otros obsequios. La fecha culminante de estos homenajes fue acaso el 8 de setiembre de 1928 en que se conmemoró el vigésimo quinto aniversario del advenimiento de Leguía a la vida pública. El Parlamento, que antes había conferido al Presidente las medallas de los centenarios de 1921 y 1924, la Orden del Sol en su más alta categoría y otras distinciones (la Cámara de Diputados inauguró, además, el 28 de julio de 1928 una estatua del mismo mandatario en el hall de su edificio) le otorgó, por la Ley N° 6279 de 9 de noviembre de aquel año, el título de “Prócer de la República”; de acuerdo con una iniciativa presentada el 4 de setiembre por los diputados Alejandro de Vivanco, Manuel M. de Cossío, J. A. Delgado Vivanco, José A. Villanueva, Víctor A. Perochena y Manuel S. Frisancho. El Gabinete le regaló un cuadro al óleo. “No hemos encontrado nada digno de ofreceros: solo vuestra propia efigie”, declaró el ministro Pedro José Rada y Gamio en uno de sus muchos discursos hiperbólicos. Poco antes, el 18 de febrero de 1928, Rada y Gamio había inaugurado en la Cancillería un busto del Presidente como homenaje “a sus grandes éxitos internacionales”. Pero el desfile áulico de personeros, representantes a Congreso, funcionarios y cortesanos tuvo las oportunidades más variadas. Hubo manifestaciones provenientes de lugares muy diversos, entre los que estaban algunos tan lejanos como Aimaraes, Azángaro, Canchis, Tumbes, Lucanas, Ayaviri, Pachitea, Paruro, Contamana; en la actuación sobre Azángaro, el 19 de febrero de 1928, Leguía pronunció unas palabras en quechua. Simbólico carácter se pretendió luego otorgar al homenaje que se efectuó el 18 de enero de 1930. Allí, en nombre de la raza aborigen, le fue entregado al Presidente un cuadro con la firma de los representantes de las comunidades; y él pronunció un discurso, considerado de tal importancia que el periódico El Indio lo tradujo al quechua.
Leguía tuvo muchas veces la sensación de la apoteosis. Acaso una de las más resonantes fue ocasionada por el homenaje nacional en su honor en el Club Tennis de la Exposición el 31 de octubre de 1926, después de haberse frustrado el plebiscito en Tacna y Arica. Allí él pronunció un discurso en que se comparó con “el Dios del Calvario que había padecido el martirio de la Cruz por redimir del pecado a la humanidad” y aludió luego en actitud poco cristiana y de dudosa validez histórica a “esos que traicionaron a la libertad porque Bolívar iba a ganar la guerra y lanzaron cincuenta años después el grito aleve: Primero los chilenos que Piérola”. Aquel día muchos entusiastas se disputaron el honor de arrastrar el coche que conducía al presidente de la República.
El 10 de abril de 1929 se realizó en el Teatro Forero el banquete que le fue ofrecido por la banca y el alto comercio de Lima y Callao. La mesa de honor fue instalada en el escenario del Teatro y en los palcos altos y bajos y a la derecha y a la izquierda de la sala, había mesas para los demás comensales. Al centro de la platea el piso había sido levantado y modelado para que,
mientras se realizaba el agasajo, pudieran efectuarse los bailes clásicos y modernos por un grupo de señoritas dirigidas por Wilfren Gilzean. El programa de ellos comprendió una pavana del siglo XVI, una bourée del XVII; un minuet y una gavota del XVIII, el Danubio Azul, vals del XIX y un chárleston del XX. Los menús del banquete eran de finísima cartulina con el busto del presidente Leguía en plata y una leyenda impresa en letras doradas en relieve; el del agasajado ostentaba su busto en oro. Hubo un discurso de ofrecimiento de Pablo La Rosa y otro de agradecimiento, encendidas apologías de la obra hecha por el Gobierno. Al concluir la comida se dio comienzo a un baile, para el cual habían circulado invitaciones especiales (1) . Entre las condecoraciones que Leguía recibió estuvo, en febrero de 1929, el Gran Collar y la Orden Suprema de Cristo, otorgada por el papa Pío XI y entregados en la Basílica Metropolitana por el nuncio monseñor Cicognani; y entre los títulos que recibió algunos resultaron tan inesperados como el de miembro de la Real Academia de la Lengua y el de doctor “honoris causa” en la Facultad de Ciencias de la Universidad de San Marcos. El coro de los ditirambos no solo tuvo voceros nacionales: políticos, periodistas, intelectuales, hombres de negocios, sacerdotes, funcionarios. En un banquete ofrecido el 17 de junio de 1929 por el embajador de Estados Unidos Alexander Moore, dijo este a Leguía: “Que Dios os conceda muchos años de vida. Por la grandeza del Perú desearía que vivierais para siempre. Os pido, amigos míos aquí congregados, que bebamos a la salud de uno de los hombres más grandes que el mundo haya producido: el Gigante del Pacífico, Augusto B. Leguía”. Moore fue entusiasta propulsor de la iniciativa de que se otorgara al “Gigante” el Premio Nobel (2) .
Si a tal desborde oratorio se entregaba un diplomático norteamericano, la retórica criolla no tuvo límites. Sin rubor se habló del “Siglo de Leguía”, del “Júpiter Presidente”, del “Nuevo Mesías”, de “Viracocha” y se le comparó con Bolívar, César, Alejandro, Napoleón, Washington, Lincoln y con muchos otros personajes de la historia americana y universal sin desventaja ante ninguno de ellos.
Cuando el 11 de noviembre de 1930 se abrió, en presencia de un juez, una caja de hierro de Leguía, mientras este hallábase en la Penitenciaría, fueron identificados cuarenta y cuatro especies, casi todas de oro, entre tarjetas, medallas, llaves, menús, álbumes y treinta objetos más, sobre todo medallas de menor valor. Un menú de oro de dieciocho quilates con el peso de 114 gramos tenía la siguiente inscripción: “Homenaje de admiración y respeto de los Institutos Armados del Perú al señor presidente de la República don Augusto B. Leguía. Lima, 27 de abril de 1929”.
La abundancia de dinero a disposición del Estado hasta 1929 dio lugar a la formación de algunas fortunas vertiginosas. Dominó el afán de ser rico. Sin el freno oposicionista desde la prensa o el Parlamento, se acentuó esta tendencia al hacerse evidente que podía funcionar con impunidad. Se negoció en contratos con el Estado, en compras de útiles, materiales y propiedades, en concesiones como la de la pesca de ballenas en el litoral o como la de declarar a La Herradura puerto menor. Una de las expresiones del creciente declinar de los frenos éticos fue la Ley N° 6242 de 10 de setiembre de 1928 que modificó el artículo 52 de la Constitución en los términos siguientes: “Se permiten las apuestas en los espectáculos públicos. Las prohibiciones y sanciones penales a los juegos de envite y de azar quedan sujetas a las leyes especiales sobre la materia y las disposiciones administrativas que dicte el Poder Ejecutivo”.
(1) Hubo muchas otras fiestas memorables durante el Oncenio. Entre ellas pueden ser mencionados: los bailes y recepciones con motivo del nuevo carácter que tuvo el Carnaval y también durante el Centenario de 1921, en el Centenario de 1924, en la Legación Argentina para evocar las Tradiciones de Ricardo Palma en 1923 y en la residencia de los vizcondes de Lyrot el 17 de agosto de 1928. (2) He aquí una semblanza de Moore que parece pertenecer también a otros diplomáticos norteamericanos: Cable N° 49, Washington 7 de junio de 1928. Estado, Lima. “Consejero Ellis acaba de informarme sobre sus impresiones... nuevo embajador Moore. Dice Ellis... de que en dicho señor se descubren fácilmente las siguientes características: espíritu esencialmente mercantil, franqueza, bondad, inteligencia, ignorancia total de la técnica diplomática y de las reglas protocolarias así como de los asuntos políticos relacionados con su misión en el Perú ... no conoce sino en forma muy superficial nuestra cuestión con Chile. Agrega Ellis que es impulsivo y que sus maneras son vulgares y su vanidad desmedida... Velarde” (Archivo Velarde). eL INdIO
este medio era el órgano oficial de la Federación de Comunidades Indígenas del Perú. en enero de 1930, poco después de un discurso que pronunció Leguía en un homenaje que se le tributó, el Indio publicó sus palabras traducidas al quechua. en la mencionada ceremonia, en nombre de los indígenas peruanos, se le otorgó a Leguía un cuadro con las firmas de los representantes de las comunidades campesinas.