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La autocracia leguiista

DESDE SUS INICIOS, EL SEGUNDO GOBIERNO DE LEGUÍA MOSTRÓ ALGUNAS CARACTERÍSTICAS QUE LO HARÍAN UNA EXPERIENCIA AUTORITARIA EN LO POLÍTICO, TAL COMO LO DESCRIBE EL SOCIÓLOGO Y PERIODISTA PEDRO PLANAS EN SU OBRA LA REPÚBLICA AUTOCRÁTICA. DE ESTE LIBRO, PROVIENE EL EXTRACTO SIGUIENTE.

"Esa es su principal característica. No es un gobierno; es un sistema político. A diferencia de los gobiernos encabezados por caudillos militares en el siglo XIX, ella exhibe un nítido carácter institucional. Si antes hubo unos, varios o muchos gobiernos con conductas autocráticas, esta vez la autocracia es extendida a todas las instituciones, deliberadamente, hasta organizar un sistema político totalizador.

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Su objetivo es avasallar estas instituciones para eliminar su autonomía y adecuarlas a un comportamiento alineado con la cúpula del poder (…) Desde el cuartelazo del 4 de julio ya estaban diseñados los elementos de represión para eliminar, no a tal o cual persona de la oposición, sino a cualquier fuerza de resistencia. Y ello significaba eliminar o mediatizar el funcionamiento de las instituciones, incluyendo los partidos políticos. Entre 1919 y 1921, antes de presentarse la reforma constitucional para permitir la primera reelección de Leguía, las bases del sistema autocrático fueron cimentadas en el escenario político. En 1921 el Parlamento leguiista era, como Parlamento, solo una formalidad, pues había renunciado públicamente a la deliberación (pública) y a sus instrumentos de control, archivando mecanismos fundamentales como la interpelación, la censura y todo aquello que significase fiscalizar el gasto público, sea en la aprobación del Presupuesto y de los empréstitos o en el control del destino de los recursos públicos, consintiendo el uso irregular que de ellos se hacía (…) Igual sucedió con el Poder Judicial. Desde 1919 fueron desacatadas, sin más, las resoluciones de la Corte Suprema, en aspecto tan fundamental como las garantías individuales. La policía se transformó en un poder del Estado, cuya supremacía sobre las resoluciones judiciales y sobre la propia Constitución, nadie solía discutir, ni siquiera el Parlamento (…) En consecuencia, esta nueva relación entre poder político e instituciones públicas que inaugura la República Autocrática se ampara en la necesaria desaparición de toda esfera de autonomía ciudadana en la reflexión sobre los asuntos públicos. Por el engranaje del sistema, la opinión pública y el periodismo libre, cuya influencia en los actos de la administración y del Parlamento durante la República Aristocrática fue muchas veces decisiva, estableciendo vasos comunicantes y mecanismos de poderosa presión ciudadana, quedaron inutilizados. Agravó esta situación la festiva simbología propiciada por el discurso de la ‘Patria Nueva’: exaltación del caudillo, elogio de la fuerza, cultura práctica ajena a los valores, justificación de las arbitrariedades. Un discurso alentado desde el poder, que frustraba cualquier esfuerzo por realizar pedagogía moral sobre las instituciones públicas, o sobre el respeto a los derechos individuales y las libertades públicas, o sobre la trascendencia del pluralismo político y del ejercicio real de las potestades parlamentarias, y avalaba la práctica políticas de los “hechos consumados”.

De: Pedro Planas. La República Autocrática. Lima: Fundación Friedrich Ebert, 1994. Pp. 74-75.

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