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Ideario de leguiismo sobre la Hacienda Pública
UNO DE LOS PRINCIPALES ELEMENTOS -SI NO EL PRINCIPAL- EN EL QUE SE BASÓ EL PROYECTO LEGUIISTA FUE EL CONJUNTO DE EMPRÉSTITOS QUE SE OBTUVO A LO LARGO DE LA DÉCADA DE 1920. ESTOS PERMITIERON DESARROLLAR UNA SERIE DE OBRAS PÚBLICAS QUE LE DIERON POPULARIDAD AL RÉGIMEN. AQUÍ UN BALANCE SOBRE EL TEMA.
IDEARIO DEL LEGUIISMO SOBRE LA HACIENDA PÚBLICA
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Para adentrarnos un poco más en este aspecto vital del Oncenio, presentamos un fragmento del artículo del sociólogo Gonzalo Portocarrero, titulado “Del monetarismo al keynesianismo: La política económica durante la crisis del treinta’: aparecido en Economía. Revista de la PUCP, vol. IV N° 7, junio 1981, pp. 66-68, donde hace un balance interesante en torno a esta política de empréstitos llevada a cabo durante el régimen de la Patria Nueva:
“Leguía, a diferencia del civilismo aristocrático, quería difundir el capital como instrumento de progreso, mediante la creación de una capa más amplia de capitalistas. Por tanto, era necesario romper con el exclusivismo oligárquico, insaciable en el acaparamiento de oportunidades de inversión y enriquecimiento. Para ello veía un aliado en Estados Unidos, país al que conocía y admiraba y no, por cierto, en una oligarquía económicamente débil y socialmente retrógrada, que hasta 1919 solo había sido capaz de auspiciar ‘tiempos de reptación y estancamiento: Préstamos, inversiones, ayuda técnica, eran los canales a través de los que se difundirían las condiciones para la producción de la riqueza ( ... ). Lo más característico de la política económica de Leguía fue la temeridad, con frecuencia irresponsable y corrupta. Se combatió las tendencias señaladas al estancamiento mediante el aumento del gasto fiscal. A su vez, este fue financiado mediante un meteórico incremento de la deuda externa. En 1919, cuando Leguía llega al poder, los egresos fiscales eran de 66,4 millones: nueve años después, en 1928, llegaban a 257 millones. En lo fundamental, fueron los empréstitos externos los que permitieron este incremento. Ello hizo posible las obras públicas y el aumento de la burocracia y de los egresos corrientes. De 1920 a 1929, se reciben créditos por valor de 339,2 millones de soles, paralelamente se pagan amortizaciones e intereses por valor de 182,2 millones, de forma que se registra una transferencia neta de recursos, equivalente a 157 millones, suma igual al 24% de los egresos corrientes de ese mismo período. Leguía rompía con casi todas las máximas de la ortodoxia fiscal del civilismo: así se aumentaron los impuestos, el arancel, los gastos fiscales; todo ello con una celeridad que desconcertaba a la oligarquía. De otro lado, también era condenado que los préstamos financiaran los egresos corrientes. En un aspecto Leguía no rompió con la tradición del civilismo; como buen financista, consideraba el equilibrio presupuestal como ‘verdad axiomática’; si hubo déficit, este fue cubierto con préstamos internos y/o externos pero no mediante el aumento de la emisión. Abstraigamos, por lo pronto, el problema de lo acertado o reproductivo de estos gastos. En verdad, como lo han señalado Thorp y Bertram, ellos tuvieron un efecto tonificante sobre la demanda interna que de otra manera tendía al estancamiento”.