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La imagen histórica de Mariátegui

Se discute mucho y se seguirá discutiendo en el Perú acerca de si Mariátegui fue el fundador del Partido Comunista o no. En realidad, la polémica carece de objeto. Mariátegui no estuvo en desacuerdo fundamental con los dirigentes del comunismo internacional; su discrepancia fue solo de orden táctico, inmediato, incidental. Entre sus últimos escritos, publicados poco antes de su muerte, estuvieron su respuesta a un cuestionario sobre la inquietud propia de nuestra época y su comentario al libro de Panait Istrati sobre la Unión Soviética (1). En el primer artículo Mariátegui diserta, una vez más, sobre “la muerte de los principios y dogmas que constituían el Absoluto burgués” y sobre “la pérdida de moral de la burguesía”; y en el segundo trata de explicar despectivamente las censuras de Istrati a la realidad soviética, con simpatía evidente hacia ella. Mariátegui no cambió, pues, nada de su pensamiento en vísperas de morir.

Ahora bien, lo que no está claro es si, con su viaje proyectado a Buenos Aires, quiso acentuar sus actividades de escritor sobre las del organizador político y social. Al intentar pasar de aquellas a estas, había sido rudamente golpeado por las consignas internacionales de entonces, por los intereses, los planes y los esfuerzos de otros hombres más poderosos que él.

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LA IMAGeN HISTÓrICA de MArIÁTeGUI.- La figura de Mariátegui puede ser estudiada desde varios planos: el humano y biográfico, el literario, el de las ideas, el político y el social. Frecuente es que sus comentaristas y exégetas no abarquen todos estos aspectos. No es extraño que algunos discípulos, así como elementos divergentes tanto de la derecha extrema como de la extrema izquierda, hagan hincapié tan solo en una dimensión de este hombre que no ocultó su filiación y su fe, en el agitador social, en el organizador, en el Mariátegui antiintelecutalista que sigue y seguirá participando en el comicio, en el sindicato, en el folleto y en la polémica. Hay, por otra parte, la imagen histórica de otro Mariátegui visto en una perspectiva que abarque su vida toda y no una parte de ella, que quiera llegar a ser íntimo y no tan solo a las ideas o a las cosas a las que se afanó en adherirse y que lo mire, fundamentalmente, como promotor de una gran renovación cultural y social y como un héroe desde un sillón de impedido. Esta imagen es grata a personas de distinta ubicación, liberal, de centro o moderada o socialista, siempre y cuando tengan una actividad renovadora y progresista. Del mismo modo González Prada no es tan solo un plumario más en las hojas anarquistas de su tiempo, sino, sobre todo, un gran literato, un gran pensador y aunque él maldijera tanto al Perú, un gran peruano.

En estas páginas debe haber un sitio para Mariátegui tal como aparecía en su casa de la calle Washington. Recibía a los amigos al acabar la tarde, pues guardaba celosamente, a veces con brusquedad, para su propia tarea o para entrevistas especiales, las horas en que los demás trabajaban en oficinas. Cuando llegaban los contertulios, encontrábanle sentado en un sofá y con la parte posterior del cuerpo tapada por una manta. Acogía a los visitantes sobria y sencillamente, plegando los labios delgados con una sonrisa que no era ni convencional ni histriónica. Siempre llamaban la atención los ojos negros y brillantes, el perfil aguileño, el rostro macerado y color café claro, el negro cabello poblado, sin una cana y siempre bien cortado aunque un mechón bohemio cayera a veces sobre la frente, el vestido sencillo pero admirablemente limpio, la invariable corbata de lazo negra. En su conversación no había alardes de vanidad, ni expansiones autobiográficas, ni hervor retórico, ni vaguedades convencionales. Al contrario, aparecía objetivo en el juicio, listo siempre a escuchar y preguntar, evasivo para toda alusión a sí mismo, inmune a cualquier lugar común. Su vena de antiguo periodista humorístico en las “Voces” de El tiempo, de costeño ocurrente y de conocedor veterano de los entretelones de la vida criolla, aparecía en acotaciones graciosas y ágiles que solía hacer sobre hombres y hechos. La habitación no tenía,

(1) La respuesta al cuestionario sobre la inquietud propia de nuestra época apareció en Mundial, Lima, el 29 de marzo de 1930 y el comentario acerca de Panait Istrati en Variedades, Lima, 12 de marzo de 1930. LA eSCeNA CONTeMPOrÁNeA

esta obra de José Carlos Mariátegui fue publicada en 1925. en ella, el escritor reunió diversos artículos aparecidos en la revista Variedades. Los temas tratados se centraban en la cultura y la política mundiales, especialmente europeas. en el prólogo a la obra, Mariátegui afirmaba ser un hombre de una sola fe y de una sola filiación. Aquí vemos el interior de la primera edición.

LABOr

esta “publicación quincenal de informaciones e ideas” fue puesta en circulación en noviembre de 1928 por la Sociedad editora Amauta. Su director fue José Carlos Mariátegui, y la lista de sus colaboradores incluyó a ricardo Martínez de la Torre, Manuel González Prada y dora Mayer, entre otros. Aparecieron diez números hasta 1929. Mariátegui consideraba a Labor como una extensión de los propósitos de la revista Amauta. acaso, más adorno que los libros ubicados sin clasificación especial, en modestos estantes cerca de las paredes. Los contertulios llegaban sin orden hasta formar un grupo de quince o veinte personas. Aparte de muchos escritores y artistas veíase a un creciente número de estudiantes y obreros y (en los últimos tiempos) viajeros de otros países. La esposa de Mariátegui aparecía a veces al regresar del correo o de las tiendas. Los hijos no eran exhibidos con la implacable complacencia de tantos hogares para mostrar lo que pertenece a la vida íntima. Julio César Mariátegui se hizo presente en los días en que ya la editorial y la revista Amauta fueron fundadas. No se notaba en la tertulia de Mariátegui nada deliberado, obligatorio, que implicara un compromiso. La gente podía libremente ir todos los días o ir solo una vez y no volver, o desaparecer por un tiempo y regresar. Las charlas no tenían carácter proselitista. Se comentaba las cosas de actualidad, sobre todo en relación con libros, cuadros o música, no había lugar para chismes o mezquindades, no se atacaba a los ausentes y no se sentía la atmósfera densa que emana de las camarillas.

Entre 1923 y 1924 transcurrió la etapa en que Mariátegui se inició en su actividad intelectual dedicado a la difusión de ideas, con diversas alternativas en su salud y venciendo, además, no pocas dudas, suspicacias y maldades iniciales. Entre 1925 y 1926 podría decirse que se afirmó su posición a la que ya la gente se acostumbró. En 1925 apareció su libro La escena contemporánea, con muchos de sus artículos periodísticos dispersos en Variedades sobre la actualidad mundial. Hacia 1927 comenzó el período en que tendió a una acción política, pues organizó u orientó sindicatos, se asoció con el aprismo, se alejó de este movimiento, editó Labor (1928) para ponerse más en contacto con los obreros, trató finalmente de formar el Partido Socialista del Perú. En 1928 editó el libro Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, donde reunió los artículos que había publicado en la revista Mundial desde 1925, bajo el rubro “Peruanicemos el Perú”, junto con otros de Amauta.

La patria espiritual de Mariátegui no fue la Universidad sino el periodismo. Si de este salió, como en un milagro, un sobresaliente autor de ensayos estéticos que fue Valdelomar, casi contemporáneo suyo fue el gran divulgador del ensayo social en el Perú. Él mismo lo dijo: “Me he elevado del periodismo a la doctrina, al pensamiento’: Asombra como un hombre que apenas había conocido una escuelita primaria y que había empezado corno “alcanzarejones” mandadero o corrector de pruebas, pudo disertar luego sobre “la escena contemporánea”, sobre “figuras y aspectos de la vida mundial”, sobre el marxismo, sobre el arte, sobre la literatura italiana, francesa, española y otras de nuestro tiempo, sobre siete de los más capitales problemas del Perú.

La posición del marxismo oficial ante Mariátegui parece haber variado. En una época se le consideró más bien un “populista”; así lo calificó un poco despectivamente V. Miroshevsky en un artículo titulado “Papel de Mariátegui en la historia del pensamiento social latinoamericano” que publicó la revista Dialéctica de La Habana en 1942 (1) . Pero en los años siguientes ha surgido un movimiento, al parecer incontenible, para hacer del autor de los Siete ensayos, la figura tutelar del comunismo peruano y aun sudamericano. En 1963 apareció una edición soviética de dicho libro; en 1957 S Semenov y A. Shulgovskii, exaltaron en la revista La Historia Moderna y Contemporánea de Moscú el “papel de Mariátegui en la formación del Partido Comunista del Perú” y V. Kateishikova

(1) V. Miroshevsky, “Papel de Mariátegui en la historia del pensamiento social latinoamericano” en Dialéctica, La Habana, año 1, v. 1, mayo-junio de 1942. Miroshevsky empieza por recordar la definición que diera Lenin sobre el populismo como la teoría que vio en el campesinado al combatiente directo por el socialismo. Hace, en seguida, una descripción del Perú desde su punto de vista. Encuentra confusión en las ideas de Mariátegui, que se consideraba marxista y, al mismo tiempo, veía en Jorge Sotel, teórico del anarcosindicalismo, a uno de sus maestros y, a la vez, no estaba exento de ideas de “socialismo” pequeño burgués. Le censura, en especial, la versión demasiado optimista acerca de los incas. Rechaza la tesis de que ellos tuvieran una ‘’planificación socialista”. “Toda la explicación del régimen social inca hecha por Mariátegui (afirma) está basada en hechos alterados, en fantasías. Es realmente un agradable cuento de lo inexistente”. También niega que no hubieran cambios en la comunidad indígena campesina entre los siglos XVI y XX Cree ver en Mariátegui un romanticismo nacionalista, basado en la fetichización populista de la comunidad campesina bajo la influencia del escritor peruano Hildebrando Castro Pozo, autor de libro Nuestra comunidad indígena (Lima 1924). “Fueron sus ideas, sueños utópicos de un intelectual pequeño burgués en un país campesino, atrasado”.

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LA UNIVerSIdAd POPULAr. en marzo de 1920, el entonces secretario de la Federación de estudiantes, Víctor raúl Haya de la Torre, participó en los debates del primer Congreso Nacional de estudiantes, realizado en la ciudad del Cuzco. Como resultado, se aprobó la fundación de la primera universidad popular para obreros, a la que se dio el nombre de Manuel González Prada. en esta imagen (2) se ve el momento de la inauguración de dicha institución, ocurrida en enero de 1921. También, al líder y fundador del APrA en una foto de estudio de la década de 1920 (I).

CON LOS SIETE ENSAYOS MARIÁTEGUI CONTRIBUYÓ A DIVULGAR EN EL PERÚ EN SENTIDO SERIO Y METÓDICO DE LOS ASUNTOS NACIONALES POR ENCIMA DE LA ERUDICIÓN, EL CULTO DEL DETALLE Y LA RETÓRICA. VINCULÓ LA HISTORIA CON LOS DRAMAS DEL PRESENTE Y LAS INTERROGANTES DEL PORVENIR.

ha escrito en 1960 un estudio sobre “el papel de José Carlos Mariátegui en el desarrollo de la cultura nacional peruana”(1). Parecería que nos hallamos en vísperas de la formación de un mito, robustecido por el recuerdo de la muerte prematura, de la enfermedad heroica mente afrontada, de la continuidad terca en las ideas, del brillo a veces genial en el talento.

La crítica independiente ha de cumplir aquí, como en tantas otras oportunidades, una misión de serenidad, de precisión y de altura. Con los Siete ensayos, Mariátegui contribuyó a divulgar en el Perú en sentido serio y metódico de los asuntos nacionales por encima de la erudición, el culto del detalle y la retórica. Vinculó la historia con los dramas del presente y las interrogantes del porvenir. Señaló problemas que el pasado no había resuelto y que inciden sobre las generaciones actuales, junto con otros en el tiempo de estas suscitados. Precisó realidades lacerantes y patéticas que muchos no vieron o no quisieron ver. Nunca escribió algo que en el fondo o, a solas consigo mismo, creyera una mentira. Estuvo exento del horror o el desdén al estudio que hay en el alma de todo demagogo de izquierda o de derecha. Al intentar el diagnóstico del propio país (que tantas cosas tiene de común con el de otros países de América andina) reemplazó (en aquellos años) a otros que pudieron hacer obra similar (desde el punto de vista de distintas ideologías) y que no lo hicieron porque viajaron al extranjero o por dejarse llevar por la dispersión, el eruditismo, la fácil literatura o los menudos afanes de la vida política, burocrática o de vanidad social.

Tuvo muchos aciertos y a menudo suscita serias reflexiones; pero a veces pecó por un sentido unilateral, o por exceso de esquematismo, o por personales afectos o antipatías (muy visibles, sobre todo, en el ensayo sobre la literatura) o por el carácter tendencioso de su propaganda o, simplemente, por deficiente información. Él mismo se encargó de advertir en el prólogo de su libro: “No soy un crítico imparcial y objetivo. Mis juicios se nutren de mis ideales, de mis sentimientos y de mis pasiones. Tengo una declarada y enérgica ambición: la de concurrir a la creación del socialismo peruano. Estoy lo más lejos posible de la técnica profesoral y del espíritu universitario”. El lector nunca debe olvidar estas francas palabras.

Por lo demás, se necesita mucha preparación básica para estudiar, plantear y resolver desde un sillón de inválido, en unos cinco años de trabajo, el problema del indio, el problema de la tierra, el problema de la educación pública, el factor religioso, el regionalismo y el centralismo y el proceso de la literatura. Esto era, en realidad, mucho más difícil que comentar la política europea contemporánea o las expresiones de la literatura y de las artes que entonces aparecían, por la carencia o la escasez de estudios especializados, y (en muchos casos) por la necesidad previa de trabajos monográficos, estadísticos, encuestas y otros materiales.

Pero, a pesar de todo, con todas las rectificaciones que desde los campos más diversos, se hagan a la obra de Mariátegui, aun suponiendo que ella sea, en algunos aspectos, superada, siempre quedará en pie su ejemplo y su significado. Nunca merecerá esta obra “el silencio destinado a playos escritorzuelos malévolos, ni el empellón agresivo a las nulidades con aureola y sitial, ni los romos adjetivos laudatorios a los escritorzuelos meramente simpáticos”, sino el “análisis filoso y desbastado” destinado a las obras que palpitan y viven a pesar del paso del tiempo (Siete ensayos ya ha cumplido más de cincuenta años) que enfocan intereses permanentes, que quieren el bien de los más. Nadie podrá arrebatarle a Mariátegui el título de iniciador de los

El abc de la doctrina marxista-leninista es que debe haber hegemonía del proletariado en el movimiento revolucionario. Según Miroshevsky, Mariátegui se rectificó al final de su vida. El artículo de Miroshevsky es, apenas, un esbozo de crítica de las ideas de Mariátegui desde un severo enfoque marxista. No se ha hecho todavía un estudio del gran escritor pruano para precisar si tuvo o no ortodoxia doctrinaria. En una carta de 11 de marzo de 1930. a Samuel Glusberg, él afirmó de su libro Defensa del marxismo que era “un trabajo que estimo exento de todo pedantismo doctrinal y de toda preocupación de ortodoxia” (“Enrique Espinoza”, ob. cit., p. 68). (1) Una alusión a la edición soviética en Carnero Checa,. ob. cit., p. 161. El estudio de 5. Semenov y A. Shulgovskii, ha sido reproducido en la revista Problemas Americanos, Lima 1960. Ver “Marxism and Marxist Movements in Latin America in Recent Soviet Writing” por Edward B. Richards, en Hispanic American Historical Review, vol. XLI/, N° 4, noviembre de 1965, p585.

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