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Por Juan M. Ugarte Eléspuru

El sino de nuestro arte nacional parece ser la discontinuidad. Desde el pasado incaico bruscamente interrumpido por la interpolación de la Conquista, resulta condenado a quebrar su curso, perdiendo el nexo necesario para el lógico proceso de evolución.

El arte colonial logró salvar su ambiguo origen superando la negación intrínseca de los elementos que lo constituyeron, por la fusión del mestizaje. En las madréporas de piedra tallada de los frontispicios que adornan las barrocas fábricas coloniales; en la policromada imaginería religiosa y en la pintura cuzqueña, sobreviven las condiciones creativas del aborigen, es verdad que bajo normas estéticas importadas; pero convincente en su presencia, como potente y representativa voz de un alma colectiva; imagen de una sociedad que se siente reflejada en ella, le nutre de sus ideas y le aporta su apoyo material.

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Al advertir la Emancipación, las nuevas ideas que le formaron cauce sustituyen a aquellas otras que constituían la cerrada estructura cultural del Virreinato y se produce la difusión. ¡Curiosa paradoja! En tanto que nos iniciamos en la historia como ciudadanos independientes, vamos perdiendo nuestra unidad espiritual. El centralismo costeño que la República acentuó, impone la vocación europeoide que relega con desdén las manifestaciones artísticas vernaculares, sustituyéndolas por el acatamiento de estéticas foráneas, representadas entre nosotros generalmente por piezas de dudosa calidad, pero conformes al nuevo ideal. La flamante República careció de artistas. Apenas un retratista mediocre; el mulato Gil de Castro, de mayor interés histórico que mérito plástico. Un suceso de tal magnitud, que se prestaba a la representación del gran estilo, como fue la guerra de la Independencia, no tuvo quien lo pintara. Las obras que se le refieren son apenas modestos trabajos de ingenua técnica y autores anónimos. Cuando aparecen Merino y Laso, no son el resultado de una Escuela nacional, dándole al término el significado de movimiento afín en el estilo y el espíritu. Son ambos alumnos de academia; productos de una enseñanza formulista, no el brote natural de una expresión telúrica. Tampoco alcanzan a formar vínculo que los agrupe como continuadores una del otro, menos aún presentarán ideales comunes. ¡Al contrario!, estarán en campos mentales antagónicos en las respectivas concepciones de su finalidad como creadores. Ambos marcarán los hitos de partida en las sendas divergentes de nuestro devenir cultural. En adelante, la ruta de Merino llevará al ausentismo esteticista, nostálgico de ajenas realidades culturales; cultivador de lo foráneo; ansioso de exilio. La ruta de Laso será la de aquellos que se deciden a vivir en su obra y su existencia el apasionante drama de nuestra reintegración, los que luchen por superarlo encarnándolo. Pero en aquel tiempo impresiona más actitud de Merino y mucha agua tendrá todavía que correr bajo los puentes del “Río Hablador” para que el mensaje espiritual de Laso se escuche. Duras son las realidades y el ambiente resulta insuficiente para las vocaciones artísticas en ese pasado siglo. Este es un factor decisivo que empuja las esperanzas de los jóvenes hacia la cultura y el medio europeos. Tal caminos lo toman a fines del ochocientos, Calos Baca Flor y Daniel Hernández, los dos valores representativos de nuestros pasado inmediato, De Baca Flor, nacido en 1867 en Islay, muerto en Francia en 1941, la crítica nacional ha expresado desmesurados elogios, aquilatando su alta cotización como retratista del mundo financiero norteamericano. Fue

indudablemente un favorito de la alta banca, pero esto no es mérito sindicable en la Historia del Arte. De formación rigurosamente académica, su obra se limitó exclusivamente al retrato sin incursionar en ninguna otra forma de creación. Vivió en París en el período más interesante de la lucha por la renovación de la pintura; prefirió permanecer indiferente, practicando un oficio cuyo mérito capital, según la admiración que concitó entre sus clientes era la pasmosa fidelidad al natural, en lo que justo es reconocer, llegó a competir con la lente fotográfica. Permaneció indiferente y voluntariamente esquivo a nuestra realidad; lejano en el espacio, lo está más aun en el espíritu. Su tránsito por el arte no tiene significado ni aporte alguno en la evolución de la pintura peruana.

Daniel Hernández, nacido en Huancavelica en 1856, muerto en Lima en 1932, no alcanzó los éxitos financieros de su afortunado contemporáneo, pero sí los suficiente para mantenerse en desahogada permanencia en París y Roma, ciudades donde residió casi toda su vida. El academismo le tuvo también entre sus adeptos, pero con un espíritu más desenvuelto y permeable a la renovación. En su oficio preciosista se siente palpable en ciertas libertades de factura el eco de las voces nuevas. Retratista y pintor de género al uso de su tiempo y de los círculos académicos en que se movía, tiene su pintura un inconfundible sabor finisecular, amable y galante en las rosadas desnudeces de sus “Perezosas” y la atildada elegancia de sus retratos femeninos.

El reducido elenco de pintores nacionales de comienzos del presente siglo, se completa con Teófilo Castillo, nacido en Carhuaz en 1857, muerto en Tucumán, Argentina, en 1922. Fue pintor y crítico de arte. Su obra, muy recargada de anécdota literaria, se complace en describir escenas de la vida colonial limeña, trasunto pictórico de las páginas tradicionistas de Ricardo Palma, a las que podrían servir de ilustración. Su técnica efectista impresiona amablemente por el aire cortesano de sus composiciones, sorprendente en un pintor que como crítico era exigente y virulento para la ñoñez criolla.

El más importante de los tres para el Perú, es Hernández, porque fue el único que influyó en la marcha de nuestra pintura actual. Baca Flor careció de contacto alguno con nuestro medio. En cuanto a Castillo, si bien tuvo beligerancia como crítico, a nadie influyó como pintor.

Los veinte primeros años del actual siglo transcurren en esa falencia de valores locales. En 1918 retorna al país Daniel Hernández a solicitud del gobierno de Pardo, quien le encomienda la creación de una Escuela de Bellas Artes. La enseñanza artística estaba encomendada, por ese entonces, a la Academia Concha, institución municipal surgida de un legado particular, financiación que el tiempo y diversas circunstancias habían vuelto insuficiente, por lo cual dicha “academia”, que hasta hoy existe, no alcanzaba a cumplir sus finalidades originales. También existía en la antigua Escuela de Artes y Oficios un taller de Escultura.

La flamante Escuela Nacional de Bellas Artes nace con un sino polémico, entre los aplausos y la diatriba, que conjugan las simpatías y los intereses. Será desde entonces el escenario de las controversias y los debates; campo de lucha de las tendencias; brújula de nuestro derrotero artístico.

Ese espíritu polémico ya se había puesto de manifiesto cuando los escritores Teófilo Castillo y Abraham Valdelomar se trabaron en una dura controversia en torno a dos pintores extranjeros que exponían por aquel entonces en Lima. Castillo defendía al pintor argentino Franciscovich, paisajista convencional del que se cuenta la graciosa anécdota de cuya veracidad no puedo dar fe pero que lo representa con bastante fidelidad. Se dice que, especializándose en pintura de marina, extendía telas de 20 metro o más, y un primer plano de rocas con espumosas rompientes, arriba abajo, cielos y nuberío, luego mar, y un primer plano de rocas espumosas rompientes. Después procedía a recortar la inmensa tela de la cual le salían muchos cuadros con los que montaba sus exposiciones rodantes, que exhibió como quincallero de la pintura, por todas las capitales de América. Su técnica pasatista pasaba por “clásica” para el gusto convencional de la época. Su calidad de pintor en el panorama del arte argentino y americano es totalmente nula. daniel HeRnÁndeZ (1856-1932)

el pintor huancavelicano inició sus estudios en 1870, bajo la dirección del pintor italiano leonardo Barbieri. en 1874 viajó a europa pensionado por el Gobierno para seguir sus estudios. luego de culminarlos se instaló en Paris (Francia). en 1918 regresó al Perú, donde se hizo cargo de la dirección de la escuela nacional de Bellas artes. entre sus obras más representativas se encuentran los retratos de Simón Bolívar, José de San Martín, andrés avelino cáceres y Francisco Pizarro, entre otros.

en [daniel] HernÁndeZ, el Maestro parece Haber diFerido notableMente de su convicción personal coMo pintor. adepto a la concepción acadÉMica, su acción docente se proyectó con un criterio liberal y coMprensivo sobre las nuevas Generaciones Que le tocó ForMar.

Apenas si se le recuerda, más por el anecdotario que por su obra. Sin embargo, en la Lima del cuarto quinquenio del siglo 20, tan carente de manifestaciones artísticas como disminuida en nivel medio cultural, este curioso espécimen de buhonero artístico tuvo éxito y resonancia, Seguramente quedan de él todavía, en mucha de nuestras residencias, ejemplares de aquellos retazos de paisajes marinos que su tijera repartió por todo el Continente.

De parecida condición trashumante y mercantil era el español, catalán para ser más precisos, Roura Oxandeberro. Aunque es justo reconocer que su calidad artística fue más aceptable y por cierto muy superior y personal, comparada con la producción en serie de Franciscovich. Roura Oxandeberro no era un gran artista, pero sí un honesto pintor que amaba su oficio del cual tenía buenos conocimientos, aparejados a una concepción flexible y espontánea de la forma. Permeable a las ideas renovadoras, sentía la pintura como una pasión y no como un negocio. Aunque ambos, él y Franciscovich, tuvieran que adaptar su producción artística al gusto de su clientela que solicitaba de ellos paisajes amables o pintorescos y no problemas de ética artística.

Personalmente conocí a Oxandeberro, en Chile en 1939, ya viejo pero siempre activo; incansable vagabundo y empedernido soñador, seguía buscando a su modo de belleza de los paisajes de nuestro ámbito americano que él había recorrido y escudriñado por todos los rincones, registrando con pincelada rápida e impresionista su belleza pintoresca.

Alrededor de ellos y de su modesto mensaje artístico, se levantó una marejada de opiniones banderizas que no sé hasta qué punto eran más expresión de una congénita voluntad criolla de imprecar y zaherir que de una honda convicción estética. Lo cierto que Teófilo Castillo optó por la defensa de “arte tradicional” y Abraham Valdelomar por el despiadado ataque en nombre del arte moderno.

Este es el clima que encontró Hernández a su retorno al Perú para hacerse cargo de la fundación de la nueva Academia.

En Hernández, el maestro parece haber diferido notablemente de su convicción personal como pintor. Adepto a la concepción académica, su acción docente se proyectó con un criterio liberal y comprensivo sobre las nuevas generaciones que le tocó formar. El hombre estuvo dotado de excelentes cualidades morales, cuyo recuerdo persiste en la agradecida memoria que quienes recibieron su enseñanza. Ni intransigente ni dogmático, no pretendió formar un núcleo de incondicionales que defendieran sus principios academicistas. Se limitó con sabia prudencia a impartir conocimientos; los más elementales conocimientos del oficio desconocidos en nuestro medio, en él resultaron imprescindibles bases. Ni retuvo ni contuvo, ¡estímuló! Por ello es que su acción pedagógica no fue regresiva, significó en cambio un impulso avancista, que no pretendió actuar en el plano de las ideas, sino en el de los aspectos materiales del oficio; respetuoso de las particular idiosincrasia de sus alumnos y de su humano derecho a elegir camino.

Bajo su dirección se formaron la mayor parte de artistas actualmente en tránsito de la edad madura: Wenceslao Hinostroza, Moisés Laymito, Bernando Rivero, Germán Suárez Vértiz, Ismael Pozo (fallecido), Emilio Goyburu (fallecido), Elena Izcue, Carloz Quíspez Asín, José Gutiérrez Infantas, Carmen Saco (fallecida), Raúl Pro, Antonio Espinosa Saldaña, Julia Codesido, Camilo Blas, etc. En sus postreros años alcanza hasta generaciones posteriores con los nombres de Alicia Bustamante, Leonor Vinatea Cantuarias, Teresa Carvello, Enrique Camino Brent (fallecido), Sabino Springett, Teófilo Allain, Cota Carvallo, Juan Barreto. De su enseñanza se han nutrido la mayor parte de los pintores actuales en ejercicio, inclusive aquellos que lo negaron. Esta negación se incubó en las propias aulas escolares, con la formación del grupo indigenista, impulsado por el joven pintor José Sabogal, profesor del plantel.

Desde ese día, cualquiera que sea la estimativa que se tenga sobre el valor efectivo de la obra del citado grupo y sus componentes, su acción gravitará con irrecusable presencia en el ambiente artístico peruano. Será bandera de rebeldía primero, intransigente norma dogmática después, languideciente vigencia más tarde. Admirado incondicionalmente por sus adláteres, duramente combatido

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MaeSTRO de MaeSTROS. daniel Hernández (18561932) (1), a quien vemos aquí con sus alumnos, fue uno de los más importantes pintores del Perú de principios del siglo XX. no solo dejó una abundante obra también influyó en la formación de varios artistas que más tarde alcanzarían renombre, como elena izcue, Julia codesido, camilo Blas y enrique camino Brent, entre otros. aquí vemos su obra Perezosa (2), en la que se aprecia el equilibrio entre el color y forma, y su minuciosidad en el detalle.

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