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Los institutos armados
lOS MiliTaReS
el siglo XX estuvo marcado por la fuerte influencia de los militares en la vida política del Perú. Tras la guerra de independencia, varios caudillos llegaron al poder, principalmente a través de golpes de estado que quebraron el orden constitucional. en esta imagen de inicios del siglo XX vemos a un grupo de soldados con fusiles al hombro desfilando por las calles de lima, frente al Palacio de Gobierno. jamás los provechos exclusivos o desmesurados de grupos minúsculos. Todo ello abre anchas perspectivas para la misión que el Derecho debe cumplir en el Perú futuro: una misión de fortalecimiento nacional, maduración cívica, autenticidad institucional, tecnificación del aparato estatal, elevación del nivel de vida, aumento de la productividad, progreso económico y justicia social.
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lOS inSTiTUTOS aRMadOS.- El ejército en el Perú impuso la independencia nacional. Pasó luego a formar la típica clase social republicana, un grupo dirigente heterogéneo y movedizo en una sociedad en trance de profundo reajuste estructural. Se convirtió en un rápido vehículo para el ascenso político y social de mestizos e indígenas. A través de Ramón Castilla, favoreció la supresión de los mayorazgos de la esclavitud y del tributo. Integrado por gente de todas las clases y de todas las regiones y con capacidad para llegar a todos los rincones del territorio, tuvo carácter auténticamente representativo nacional. Aunque se notó su proclividad hacia una burocracia con una posición de predominio dentro del Presupuesto, no fueron muchos los jefes que se enriquecieron con el guano; hubo, por el contrario, casos de probidad personal como la de los Gutiérrez en una época de despilfarro aunque se haya dicho lo contrario. Castilla, Salaverry, Gamarra no fueron latifundistas y quienes tenían tierras como Riva-Agüero, Orbegoso, Vivanco, Echenique, Diez Canseco, no las aumentaron mediante el poder político. El militarismo de la primera época republicana no participó directamente, pues, en el crecimiento del neolatifundismo, por lo demás, innegable en aquel período. Predominaron la improvisación y el empirismo; pero surgieron también tendencias técnicas sobre todo en la artillería que dio a los militares más profesionalización y en la marina. La lucha contra el militarismo en nombre de la civilidad, que habían auspiciado en vano los ideólogos liberales, fue iniciada en 1844 y en 1872 por los ricos, Y aunque nuevamente los hombres uniformados predominaron en la dirección del Estado durante los diez años que siguieron a la paz con Chile, la guerra civil de 1895 fue un golpe para el ejército profesional, derrotado por los montoneros. Pero la llegada de la Misión Francesa y la apertura de la Escuela Militar de Chorrillos, casi inmediatamente después, abrieron una nueva y promisora etapa para él. Al amparo de la paz pública afianzada de hecho entre 1895 y 1914, el ejército se “despolitizó”, fue dócil al poder civil y se dedicó a sus tareas profesionales. Por vez primera en su historia, se tecnificó e institucionalizó metódicamente. A los jefes de antaño, a veces pintorescos y ostentosos, con bravura y entusiasmo como cualidades dominantes dentro de su profesión, reemplazó con frecuencia el jefe sobrio, disciplinado, formado en una educación severa, casi espartana. La aristocracia, con muy contadas excepciones, desdeñó la carrera militar, a diferencia de lo que ocurriera después de la Emancipación, salvo en el eventual y fugaz entusiasmo de las maniobras de 1908 y con motivo del conflicto con el Ecuador. No faltaron las actitudes de desprecio al uniforme en una sociedad que pensaba, ante todo, en el enriquecimiento a través de los negocios, o por la influencia de algunas de las ideas europeas imperantes a principios del siglo XX. Pero la vocación castrense no quedó del todo arrinconada en la vida nacional por el conflicto pertinaz en el sur, el enmarañamiento de los demás problemas de límites y la necesidad, cada vez más apremiante, a partir de 1909, de mantener el orden público.
En 1914, los dispersos grupos del Parlamento, momentáneamente unificados, llamaron al ejército a arbitrar el conflicto creado que los partidos no resolvían. Fue así aquél incitado y azuzado por los políticos para actuar en la vida pública. No ocurrió como después de 1822, que los caudillos militares se lanzaron a diputarse el poder ante el vacío dejado por la aristocracia nobiliaria. Los civiles que visitaron los cuarteles para buscar una solución a su crisis interna irreparable, tuvieron una actitud opuesta o antagónica a los que enarbolaron una bandera antimilitarista en 1844, 1872 y 1895. Surgió entonces, ante jefes y oficiales, el conflicto entre la obligación de obedecer a la
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la POlicÍa. la organización de esta fuerza del orden público fue fruto de la misión policial española que llegó al Perú en la década de 1920. aquí vemos el interior de la escuela de la Guardia civil y Policía de la República, fundada en 1922 con el lema “el honor es su divisa”. Sus alumnos eran instruidos en lecciones de equitación, tiro y defensa personal, entre otras asignaturas. en estas imágenes se aprecia una práctica de caballería (1) y al equipo de tiro ganador del trofeo “Ministerio de Marina y educación” (2).
la MiSión MiliTaR FRanceSa
Tras la guerra del Pacífico, el ejército peruano quedó en un estado lamentable. Por ello, el Gobierno decidió contratar los servicios de una misión francesa de militares para que se encargara de reestructurar a nuestras fuerzas armadas. esta llegó al país en setiembre de 1896. entre los miembros de la misión se encontraba el comandante francés Goubeau, designado director de maniobras prácticas. aquí lo vemos en una fotografía publicada en 1905. autoridad constituida y el imperativo de salirse de la disciplina para inspirarse en la mística de la salvación nacional. Y así nació en ellos por acción espontánea o voluntaria (conviene fijarse mucho en esta circunstancia) la idea de que podían considerarse en momentos supremos, los intérpretes de la voluntad del país incapaz de expresarse normalmente a través de los órganos de la vida democrática que funcionaban mal. El caso de repitió, con características peculiares, en 1919 y en 1930. No hubo hasta 1962 y desde 1914 presidente civil que terminara su período (1) .
Después de 1930 la alta clase se cobijó, una vez más, bajo el amparo de los institutos armados en cuyo seno surgió un caudillaje popular y romántico, y repitió la misma actitud, dentro de distintas circunstancias, sin esa aureola, en 1936 y 1948-1956. Creyeron los militares entonces cumplir una tarea como depositarios del orden y de la paz públicos. De allí, amparada por la plutocracia, nació una gestión paternalista, afirmando que hacía más administración que política, permitiendo que algunos se dedicaran a ganar más dinero si podían (mientras otros vivían en las catacumbas) a la vez que aumentaban los goces y beneficios sociales para obreros y empleados aunque dejaban intacto el hinterland rural, y desarrollaban considerable e inorgánicamente el aparato del Estado. La fisonomía del país se caracterizó por un rápido aumento del Presupuesto, una creciente complejidad económica y una atonía y simplismo políticos; en contraste con los años de 1895 y 1919 en que rentas y los egresos fiscales eran pequeños, la economía se mantenía en cauces tradicionales y, en cambio, la política parecía orientarse, dentro de altibajos, hacia la madurez. Pero el tratamiento paternalista para los problemas de la vida pública (que en cierto sentido, prolongaba algunas notas características del Oncenio leguiista aunque, a la vez, presentaba otras facetas más saludables) no pudo resultar permanente y los órganos desacreditados del sufragio popular abrieron paso a situaciones diferentes para las que el país no había sido preparado a través del cabal ejercito de la vida cívica. A partir de 1962 el ejército quiso ir, desde arriba, al cambio de las estructuras.
De todo lo cual se deduce que dentro de las grandes transformaciones exigidas por el porvenir inmediato (eficaz reforma agraria, tecnificación del organismo estatal, arreglo del sistema tributario, planteamiento democrático, integración, desarrollo de la industrialización, esfuerzo coherente por incrementar la productividad y elevar el nivel de la vida, vasta y ordenada reforma educacional) habrá que tomar en seria consideración y como factor esencial el papel que han de jugar los institutos castrenses. Parece dudoso que, a la larga, asuman ellos en nuestra época la tarea de una fuerza conservadora que forme una barrera contra el desarrollo nacional para defender (en contradicción con sus orígenes históricos) prácticas, formas de vida o clases sociales periclitadas. Pero, por otra parte, muy grave sería que pretendieran constituirse en una casta parasitaria o succionadora o que tratasen de erigir el experimento de autoritarismos ambiciosos y arbitrarios parapetados en un Estado pretoriano, un Estado-gendarme o un Estado-guarnición. El entronizamiento de los militares en el poder por tiempo indefinido termina por corromperlos y es un ley histórica que surgen, tarde o temprano, la división institucional con su secuela anárquica, o el estallido popular adverso como ocurriera en el Perú de 1834, de 1872 o de 1895. Tampoco conviene la eliminación o la inutilización de las fuerzas armadas en este país cuya situación geopolítica es la peor de América del Sur, por razones patrióticas, internacionales, sociales e históricas dentro de las contingencias mismas que los nuevos tiempos, plagados de peligro, han de traer consigo. La solución deseable es que ellas se vuelvan colaboradoras y copartícipes activos, leales y entusiastas en la magna obra que falta por hacer en función directiva pero hermanadas con el pueblo y dentro de previsores cauces verdaderamente democráticos –y no democracia formal- y de salud nacional y social.
En las próximas décadas los ejércitos latinoamericanos tendrán inevitablemente un papel protagónico en el acontecer histórico. No son ni serán el único protagonista pero
(1) La única excepción fue Manuel Prado en su primera administración de 1939 a 1945.
sí protagonistas por lo que hagan o dejen de hacer. De ahí que necesitan cuidar su imagen, buscar su mejoramiento técnico, defender su buen orden interno y moral, lograr el respeto y la adhesión de la ciudadanía. El drama actual en el desarrollo de América Latina se deriva en gran medida del divorcio entre sus elites intelectuales fundamentalmente: la clerical, la universitaria, la de los sectores verdadera y sanamente progresistas en el campo del trabajo y de la producción, y la militar. Hasta que surja una convergencia entre estas elites, no habrá vigor para el avance de América Latina orientada hacia el Bien Común en los ámbitos de la seguridad, la alimentación, la salud, la educación, el trabajo y la participación.
El Perú republicano no tuvo la conciencia del mar, no obstante el mensaje de Guisse. El Callao, en los primeros años después de la Independencia, dejó pasivamente que Valparaíso le arrebatase su posición en el Pacífico. Durante la guerra entre Chile y la Confederación Perúboliviana, esta poseyó una escuadra amputada y su debilidad naval no dejó de influir en su derrota. Ramón Castilla anunció en este orden como en otros, un Perú avizor, y las adquisiciones de barcos de guerra de 1879 se perdió en 1874 cuando Chile adquirió la supremacía naval en el Pacífico sur. La ausencia de una verdadera escuadra abochornó a los ciudadanos lúcidos durante largos años después de la paz hasta la llegada de los cruceros Grau y Bolognesi a comienzos del siglo XX. Pareció haber surgido de la nada una política naval que las adquisiciones durante los gobiernos de Leguía y la tecnificación institucional auspiciada por este Presidente aparentemente anunciaron. Pero la duración excesiva, única en el mundo, de aquellos cruceros y otras muestras de descuido fueron, por mucho tiempo, un símbolo negativo a pesar del esfuerzo constante de jefes y oficiales dignos de su rica y hermosa tradición. Conviene revivirla y vitalizarla a la luz de las necesidades y de los problemas de los nuevos tiempos. Y conviene también recordar la importancia de que la bandera peruana flamee en los ríos amazónicos, importancia que ha de estar ligada hoy y mañana a los servicios sociales que preste.
El Perú estuvo presente desde muy temprano con Jorge Chávez en la historia mundial de la aeronáutica. Aunque la hazaña de este héroe auténtico del siglo XX se realizó lejos del cielo nacional, tratándose de un país de geografía tan variada, con tantas dificultades en el terreno y tan grandes distancias, el descubrimiento de la tercera dimensión, o sea la altura, en la historia del hombre, significó una victoria sensacional. El país contó con una aviación militar después de final del primer conflicto europeo. A ella ingresaron distinguidos pilotos civiles para obtener merecidamente altos grados, y jefes militares que sintieron también la vocación de volar. Sus cortos anales, junto con los de la abnegada aviación civil, son muy honrosos y cuentan con muchos héroes y precursores y muchas jornadas de victoria que deben ser seguidas por otras ya que nuestro territorio parece como un desafío y un acicate permanente. Necesitamos como Estado y como nación, en el país oficial y en el país real, para nuestro tiempo y para los tiempos que vengan, una conciencia aeronáutica. Ella implica el trazado de un amplio propósito común en esa frontera de arriba; con la aptitud para tener un plan sistemático y sano en lo concerniente a las relaciones entre el Gobierno y la industria de transportes aéreos y los hombres a ella consagrados, a los reglamentos y tarifas para pasajeros y carga, a la regulación del tránsito, a los sistemas de ruta, a la red de aeropuertos y a su adecuado emplazamiento dentro de cada una de las zonas y los rincones del país, a los equipos de vuelo, a la formación de un personal técnicamente preparado dentro de normas cada vez mejores y a la defensa de su vida y de su seguridad.
Hasta 1921 más o menos el guardián de las esquinas era un sujeto risible. En obras teatrales ligeras apareció como objeto de chacota. La creación de la Escuela de Policías significó el anuncio de un proceso de tecnificación y dignificación que si, a veces, ha tenido, más tarde, interrupciones caídas y marañas o fango burocráticos, necesita, por el contrario, progreso, probidad y expansión. Mucho es lo que puede hacer en las comarcas rurales la Guardia Civil. La Escuela la eScUela de POlicÍa
la creación de este organismo educativo permitió profesionalizar el oficio de policía en nuestro país, lo que redundó en beneficio de la población. en esta imagen de la década de 1930 vemos la fachada de la escuela y a un grupo de estudiantes posando con el pabellón nacional. Fue publicada en 1937 en libro la escuela de la Guardia civil y Policía y su labor cultural.