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La moneda boliviana, las monedas locales (fichas y señas de haciendas), la subsistencia del trueque

económico y social la figura del rentista que tenía su fortuna, sobre todo, en fincas o en cédulas hipotecarias o en otros valores seguros; y se difundió paulatinamente la confianza en el poder del ahorro privado. Por ello (y también por el amargo recuerdo de las especulaciones mal aventuradas en la época del guano, el salitre y el billete fiscal) dominó en la alta clase social una mentalidad de prudencia.

Cuando, a partir de 1939, más o menos, comenzó a acentuarse un notorio proceso de inflación, se vio el desmedro económico de quienes dependían de acciones o valores de rédito fijo y también de quienes eran empleados o pensionistas del Estado. El caso de los que tenían cédulas de pensión expedidas en épocas no muy lejanas en que el poder adquisitivo de la moneda era asaz distinto, resultó, a veces, patético. La diferencia entre el costo de vida y la cuantía de los sueldos ha hecho que muchos eviten aceptar cargos públicos; esto ha influido, por ejemplo, salvo excepciones meritísimas, en la calidad y en el prestigio de una parte del Poder Judicial no solo de Lima, sino también en provincias. Frente al empobrecimiento de quienes estaban sujetos a rentas estabilizadas, surgió el enriquecimiento notorio de ciertos empresarios, industriales, exportadores, negociantes en valores bursátiles, especuladores en el ramo de las construcciones y con el Estado y de otros personajes de análogas características “dinámicas”.

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la MOneda BOliViana, laS MOnedaS lOcaleS (FicHaS Y SeÑaS de HaciendaS),

la SUBSiSTencia del TrUeQUe.- De los habitantes indígenas se ha calculado que, según el censo de l940, el 70% ó 75% dependía directamente de la agricultura o de la ganadería para mantenerse. Este grupo hacía una contribución muy pequeña desde el punto de vista de la productividad comercial por su técnica primitiva de trabajo, por la escasez de buenas tierras a su disposición y por otros factores que crearon aquí una economía de subsistencia o de trueque y no una economía de mercado. Resulta así imposible para la gran mayoría de los agricultores aborígenes producir sobrantes dentro de las condiciones en que trabajan o estar en el caso de poder comprar o poder vender. Por mucho tiempo han vivido dentro de un mundo aparte, simplemente subsistiendo, aunque en el reciente pasado y en el presente se multiplican los síntomas de que no van a seguir así. Conviene no exagerar la amplitud de este evidente proceso de rápida modernización.

Ya han sido dedicadas en el presente libro muchas páginas a los problemas creados no solo en el sur del país sino en la economía nacional por el feble boliviano, hasta 1863 más o menos. En tiempos posteriores, en los departamentos meridionales, la moneda de la República altiplánica, siguió circulando. Al comenzar el siglo XX una gran penuria monetaria afectó a dicha zona. Como se lee en otro capítulo, Agustín Tovar, representante por Puno denunció en 1906 en el Parlamento que “en Moquegua, Tacna libre y Puno circulaba moneda boliviana“. Ella fue conocida con el nombre de “soles araña“.

Cualquier referencia al problema de la moneda y de los precios no debe omitir una alusión al problema que una parte significativa de la población del Perú vivió históricamente, de hecho, al margen de él o en un contacto muy relativo. Hubo durante mucho tiempo, monedas locales, es decir fichas y señas de haciendas. Este “fenómeno resultó un hecho corriente en las zonas agroexportadoras de la costa. Si bien al respecto no cabe una generalización absoluta; el hacendado José Ignacio Chopitea se jactó en el Senado de que en sus dominios se pagaba con moneda contante y sonante.

En las haciendas algodoneras costeñas se dieron casos en que los propietarios entregaran sus tierras en conducción indirecta a pequeños y medianos arrendatarios y compañeros. La renta a la que se obligaban estos, valorizada en dinero, era pagada en algodón. Una coyuntura de precios altos beneficiaba al arrendatario (menos algodón por la misma cantidad de dinero) y una la prOdUcciÓn algOdOnera

en algunas ocasiones, los dueños de las haciendas algodoneras de la costa peruana arrendaban sus tierras a medianos y a pequeños agricultores. la variación del precio del algodón en mercado podía beneficiar o perjudicar considerablemente a los arrendatarios. en el siglo XiX, durante la escasez de la moneda que sufrió el país, los pagos al hacendado llegaron a hacerse con el excedente de la producción algodonera. aquí vemos a un grupo de trabajadores agrícolas fumigando los algodonales a su cargo en chancay (1915).

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