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El solitario y fallido levantamiento del general Antonio Rodríguez Ramírez en febrero de 1939
más de una ocasión. Lo mismo ocurrió con Jose Matías Manzanilla, connotado jurista, y con el propio Belaunde, a quien alejó de Palacio bajo el pretexto de una misión necesaria en Colombia. Tampoco se dejó dominar por hombres tan valiosos e influyentes, pero heterogéneos, como Fernando Tola, Manuel Ugarteche, Alberto Rey de Castro, Carlos Concha y Alberto Ulloa Sotomayor. Su carácter recio y su reconocida “viveza” criolla impidieron que fuera desbordado por quienes de él hubieran deseado hacer un instrumento político. Al contrario, al dejar el mando en diciembre de 1939, Benavides tenía bajo su control a más de un personaje o familia poderosa. El segundo asunto se refiere a la constatación que durante gran parte de esta segunda fase de su gobierno, Benavides también se vio acompañado de aquel anhelo general de paz y de tranquilidad que respiró el país y del horror de la anarquía que la población supo impregnar a cada una de sus actitudes. Sin embargo, poco a poco las tensiones internas fueron rompiéndose en clara muestra de rebeldía, civiles y militares complotaron para poner fin a lo que llamaban la “dictadura del dinero” y exigir la inmediata convocatoria a elecciones.
[ V ]
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EL SOLITARIO Y FALLIDO LEVANTAMIENTO DEL GENERAL ANTONIO RODRíGUEZ RAMíREZ EN FEBRERO
DE 1939.- En su libro El APRA y la sombra, publicado en 1943, Eduardo Sierralta registra detalles sumamente puntuales e inéditos en torno a este suceso, que bien vale la pena consignar a continuación. Hacia finales de 1938, los dirigentes apristas se convencieron de que las insurrecciones de tipo popular no los conducirían al poder y que, al mismo tiempo, se mostraban incapaces de organizar un levantamiento masivo y de dimensión verdaderamente nacional. Recién entonces (como lo habían hecho años atrás con la Marina), resolvieron utilizar al Ejército (su tenaz opositor) como instrumento político para el logro de sus fines. Comenzaron su labor proselitista con la captación del general Antonio Rodriguez, ministro de Gobierno de Benavides y su compañero de armas. El plan de convencimiento o “adoctrinamiento táctico” (como fue llamado por los propios apristas) dio su resultado. El general Rodriguez se convenció de que era el ”hombre providencial” para salvar al país de la opresión y encauzarlo por la senda democrática. Con la ayuda de unos cuantos subalternos y con el apoyo decidido de la Unión Revolucionaria y del APRA (amén del beneplácito de algunos medios de información), se sublevó en la madrugada del domingo 19 de febrero de 1939, aprovechando la ausencia del mandatario, que se encontraba en viaje de excursión en Pisco a bordo de una nave de la Armada. Los complotados se apoderaron de Palacio de Gobierno, lo que fue relativamente fácil por el cargo de ministro que ejercía el cabecilla del movimiento y lograron el apoyo de la Guardia Republicana, que tomó la Penitenciaría de Lima, poniendo en libertad a los detenidos políticos (en su mayoría militantes apristas). No hicieron más. El movimiento –señala Victor Villanueva–, bien planeado desde el punto de vista político, no tuvo análoga eficiencia en el aspecto militar. El grupo complotado permaneció en Palacio, sin tomar disposición alguna hasta que llegó el Batallón de Asalto y su jefe, el oficial de policía Luis Rizo Patrón, abatió al general Rodriguez con una ráfaga de ametralladora. Los demás jefes no supieron qué hacer, fueron incapaces de toda acción. El partido aprista que conforme al plan trazado, debía lanzarse a la calle apenas se tomara Palacio, no lo hizo. “El apoyo popular” ofrecido por el APRA, en este caso, no se produjo, provocando el fracaso de la sublevación. En la misma tarde, el gobernante volvió de su gira y retomó el poder. La rápida y trágica revuelta sirvió para hacer comprender a Benavides que el hastío hacía él empezaba a aflorar. La salida decorosa era, a todas luces, la convocatoria de elecciones. Así se lo insinuó su amigo el alcalde de Lima, Luis Gallo Porras, en el discurso público con el que le felicitó por haber fracasado la aventura subversiva, aludiendo a la necesidad de que el país fuese convocado a elecciones generales apenas terminase la prórroga obtenida en 1936.
Perteneciente al entorno cercano de Benavides, Luis Gallo