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El fin del efímero gobierno de Bustamante y Rivero. Un presidente entre dos fuegos cruzados: el APRA y el Ejército
apenas quedaban tres ministros civiles: Enrique García Sayán (Relaciones Exteriores), Luis Echecopar García (Hacienda y Comercio) y Pedro Venturo (Agricultura). Al año siguiente (febrero de 1948) el equipo ministerial estaba conformado íntegramente por elementos castrenses. A esas alturas la animadversión entre el gobierno y el APRA era ya un hecho consumado e irreversible. El 29 de dicho mes, a raíz de la toma de juramento del indicado equipo ministerial al mando del marino Roque A. Saldías, el presidente denunció y condenó en público “las actividades subversivas y los métodos antidemocráticos de la agrupación dirigida por Haya de la Torre” acusándolo de “pretender instituir una dictadura de partido único”. De inmediato, las Juntas de Administración designadas por el Ejecutivo. Las garantías constitucionales, ante el desenfreno callejero promovido por el APRA, fueron suspendidas en varias ocasiones¸ decretándose el estado de sitio. Diversas manifestaciones obrero-estudiantiles fueron reprimidas con energía. El claustro sanmarquino (reducto aprista) fue visitado y violentado varias veces por los tanques.
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EL fiN dEL EfÍMEro goBiErNo dE BusTAMANTE y riVEro. uN PrEsidENTE ENTrE dos fuEgos CruZAdos: EL APrA y EL EJÉrCiTo.- Los primeros meses
de 1948 transcurrieron bajo el signo de la indicada confrontación. En junio el Gabinete Saldías, que había tomado demasiado vuelo; planteó al afligido mandatario una situación en extremo grave: colocar de inmediato al APRA fuera de la ley. El portavoz fue el ministro de Gobierno, el general Odría. Bustamante no obstante la intransigencia de sus opositores políticos y en un gesto que lo enaltece, no solo rechazó el pedido, sino que aceptó la renuncia en pleno del Gabinete íntegramente militar. Esta vez la crisis, a la larga, significaría el derrumbe del régimen. El nuevo equipo que en absoluto remedió la crítica situación estuvo también presidido por un militar, el general Armado Revoredo. De esta manera –dice Héctor López Martínez en el tomo V de la colección El siglo XX en el Perú a través de El Comercio–, el presidente Bustamante se encontró en el centro de dos frentes irreconciliables: el de los apristas, a través del Parlamento y las acciones callejeras violentas, y el de los radicales sectores castrenses antí-apristas, que habían colaborado con él y cuyo resorte principal era la extrema derecha
Al inicio de su gobierno, Bustamante y Rivero contó con el apoyo del Ejército, pero este, poco a poco, en una abierta actitud de
distanciamiento por la injerencia aprista, desembocó en una franca rebeldía.
económica. Frente a este difícil y comprometedor panorama, el mandatario arequipeño se jugó la última carta: construir un partido que monitoreado desde Palacio de Gobierno, respaldara su quehacer gubernamental. Esta nueva agrupación que se denominó Movimiento Popular Democrático se presentó como partido de centro, debiendo ser –según su propio gestor– una “gran fuerza de contención y de equilibrio que modere las extralimitaciones y los egoísmos de los partidos extremistas, así de la derecha como de la izquierda”. El 29 de agosto de 1948, el flamante partido eligió un Comité Nacional de Coordinación que quedó integrado por las siguientes personas; Miguel Arroyo, Alfonso Baella, Pedro Bensa, Guillermo Skinner y David Vega; lo presidió Pedro García Gastañeta. Se aprobaron entonces –dice Carlos Miró Quesada– varias declaraciones políticas como el comienzo de un programa. Salieron a luz los términos más tarde en boga: “socialcristiano”, “cristianismo social” y “Estado de derecho”. En su esencia, el novedoso ideario postuló: “El movimiento reconoce la obra social y misionera de la iglesia católica como vínculo de integración de la nacionalidad”. Así, las conocidas y declaradas ideas católicas de Bustamante eran reconocidas en tan importante documento. La iniciativa gubernamental –de acuerdo a los testimonios de la época– fue recibida con gran entusiasmo por los sectores juveniles e intelectuales del país. No obstante este arrebato selectivo, en realidad el presidente se hallaba en el aire. Pronto, el fuego cruzado de los dos frentes antes mencionados agravaría la situación. El régimen –dice Chirinos Soto– empezó a tambalearse. El primer disparo provino de Juliaca: en julio de 1948, el comandante Alfonso Llosa encabezó una sublevación antiaprista, que fue sofocada por el gobierno. Tres meses más tarde (3 de octubre), el proyectil vino del Callao: esta vez del ala izquierda del APRA. Una revuelta en dicho puerto provocó violentos incidentes entre tropas leales y fuerzas rebeldes (marinería), que habían capturado varias naves de guerra. De esta situación –anota Álvaro Rojas Samanez–, el APRA obtuvo una nueva declaratoria de “ilegalidad” y la acusación presidencial de haber instigado la sublevación que también comprometió a la Armada. A los dos días, el movimiento quedó debelado. La represalia se ahondó; periódicos y locales apristas fueron clausurados. Perseguidos, los líderes se asilaron o se ocultaron: “parecía un desbande hacia el despeñadero”, comentó con sarcasmo Alfonso Tealdo, hábil e incisivo periodista de la época (La Prensa, 3 de noviembre de 1948). En apariencia, el presidente Bustamante había ganado la partida. ¿La había ganado realmente?
Días antes de ser derrocado por Odría, el gobierno bustamantista se vio remecido por la sangrienta sublevación de la marinería en el