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La desactivación de las medidas propuestas por la misión Kemmerer
Uno de los efectos más graves de la crisis económica de
1929 fue, sin duda, el de la desocupación en los distintos sectores del aparato productivo. La minería sufrió las mayores consecuencias.
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reducción de los salarios y el auge de los movimientos de masas. Tal vez el caso más palpable y evidente del primer elemento –señala Alberto Flores Galindo en su libro Los mineros de Cerro de Pasco. 1900-1930 editado en 1983– fue el de la minería, donde en el año 1929 laboraban más de 32 mil trabajadores y en el año 1932 apenas algo más de 14 mil; vale decir, una reducción superior al 50%. Según los cálculos de la Junta Pro Desocupados, en el año 1931 existían 13 mil desempleados inscritos, y al año siguiente un poco más de 20 mil. En Lima, la cifra de desocupados para el primer año fue de 5.808 y de 8.737 para el segundo. La paralización de muchas obras (red caminera, por ejemplo) agudizó este malestar. ¿Cuál fue el pico de mayor gravedad que alcanzó la depresión internacional en nuestro país? Todas las evidencias señalan el trienio 1930-1933 como la fase en la que la crisis hizo considerable mella sobre nuestra economía, afectando sus distintos sectores. No obstante su brevedad en el tiempo (comparativamente con otros países de la región), fueron años de verdaderos reajustes y de angustias económicas, como también de pesimismo y alarma generalizados. Así lo percibió temprano e intuitivamente la Cámara de Comercio de Lima (verdadero termómetro del movimiento económico y financiero de entonces) cuando –en su Boletín correspondiente a enero de 1930– señaló que esa situación no era un simple fenómeno temporal o pasajero, sino que acarrearía diversas y dolorosas consecuencias para la nación y por un tiempo más o menos prolongado. Dijo: “Frente a nuestro sistema monetario, que aún conserva su solidez, debemos cerrar filas todos los peruanos para evitar que la crisis del cambio en tales circunstancias se convierta en un malestar permanente y ocasione el derrumbe total del país como viene ocurriendo en otras latitudes (…)”. De esta manera, a pesar de dicha invocación, el futuro económico del Perú se vio amenazado; amenaza que pervivió hasta inicios de 1934, cuando el diario El Comercio empezó a hablar de “la leve reacción producida en el Perú”. Al año siguiente, el mismo diario señaló: “el movimiento económico y financiero se ha intensificado”. En este contexto, puede asegurarse que hacia fines de 1933 y comienzos del año siguiente, cuando el presidente Benavides imprimió nuevos rumbos a la política interna y externa del país, las cosas empezaron a mejorar de modo visible. Un ejemplo claro de ello fue que, a partir de ese momento, el deprimido mercado de valores comenzó a robustecerse, logrando significativos incrementos en sus precios. Por otro lado, si bien es cierto que los volúmenes y valores de exportación de 1928 recién se recuperaron significativamente hacia fines de 1944, también es verdad que una vez iniciada la recuperación progresiva (1934), esta se mantuvo con una tendencia de crecimiento constante hasta bordear la década de 1950. ¿Las causas? Diversas y de distinta naturaleza. En primer término, la aplicación parcial, y, luego el abandono definitivo de las medidas recomendadas por Edwin Kemmerer años atrás; en segundo lugar, la fidelidad peruana al modelo exportador de vieja data; en tercer orden, el desarrollo de una economía diversificada (algodón, azúcar, lanas, cobre, petróleo, etcétera) que le evitaba depender de un solo recurso; en cuarto lugar, las reglas claras e invariables en el manejo macro de la economía implantadas por dicho gobernante (continuado luego por su sucesor, el presidente Prado); y, en quinto término, la relativa estabilidad política que entonces se vivió, aunque con las consabidas pérdidas de algunas libertades.
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LA dEsACTiVACiÓN dE LAs MEdidAs ProPuEsTAs Por LA MisiÓN KEMMErEr.- El 16 de octubre de 1930 –según noticia aparecida y comentada al día siguiente por El Comercio– la Junta de Gobierno presidida por el militar piurano Luis M. Sánchez Cerro expidió un decreto por el cual se nombró una Comisión de Reforma Monetaria (del más alto nivel) encargada de estudiar “la evolución monetaria y bancaria nacional y de proponer las medidas preparatorias que puedan adoptarse inmediatamente en relación con la moneda y el cambio, sin perjuicio de presentar después un plan general de estabilización monetaria”. La jefatura de la Comisión fue encomendada al presidente del Banco de Reserva, Manuel Augusto Olaechea. Fin de contar con la asesoría pertinente en
un asunto “tan vital como delicado y complejo”, el mencionado funcionario, por oficio de 5 de noviembre y a instancias de Pedro Beltrán, director de dicho banco, solicitó al ministro de Hacienda “la precisa autorización para invitar al profesor estadounidense Kemmerer a visitar el Perú”. Sin poner tiempo de por medio –según se aseguró más tarde–, Sánchez Cerro no estuvo satisfecho plenamente con la contratación del experto financiero estadounidense con un honorario de cien mil dólares pagaderos antes de su partida de Nueva York y con una estadía de tres meses, abonada por el Estado peruano, en el hotel Bolívar para él y la misión que lo iba a acompañar (El trabajo. Periódico político e independiente. Callao, año I, N° 15, agosto de 1933, p.3). ¿Y quién era este personaje que tanto revuelo causó en el país en el poco tiempo que permaneció en él? Edwin Walter Kemmerer había nacido en 1875 en la ciudad de Scranton, Estados Unidos; cuando llegó al Perú, tenía 56 años de edad. Catedrático de las universidades de Cornell y de Princeton, era un connotado tratadista sobre asuntos económicos, así como un renombrado especialista en moneda y bancos centrales. Consejero de finanzas, su reputación era tal “que su aceptación a una invitación para dar consejos financieros era suficiente para mejorar las perspectivas del futuro de un país que normalmente, culminaban en una reforma financiera y económica”. Bajo su orientación y la de un número de expertos estadounidenses (en diversos campos de la economía), varios países llevaron a cabo serias reformas bancarias y administrativas. Más importante aun, se resolvieron rápidamente problemas vitales vinculados a los intereses norteamericanos; por ejemplo, las inversiones estadounidenses aumentaron más rápidamente en aquellos países visitados por Kemmerer que en°° aquellos otros de Latinoamérica que no lo fueron, con excepción de Cuba y Venezuela. Según refiere Paul W. Drake en su libro Kemmerer en los Andes (1995), el prestigio de este experto había traspasado las fronteras de Estados Unidos, pues había participado con reconocido éxito en la reorganización financiera de varios países sudamericanos (Colombia, Ecuador, Bolivia y Chile). Arribó a Lima a mediados de enero de 1931, acompañado de un equipo de consejeros financieros de la más alta calidad. A su llegada no solo encontró una terrible incertidumbre política, sino, también una “moneda y un mecanismo bancario en condiciones nada satisfactorias”. Entre sus colaboradores connacionales –según relación consignada por Basadre– se encontraban: Stokeley W. Morgan, experto en crédito público e impuestos; Joseph Byrne, en presupuesto y contabilidad; Paul M. Atkins, en crédito público; Lindsey Dodd, en presupuesto; William F. Roddy, en aduanas; y John Phillip Wernette, en contribuciones. El técnico en bancos Walter M. Van Densen se incorporó luego a la misión y se quedó como asesor y técnico de la Superintendencia de Bancos. La misión –agrega Basadre– tuvo destacados colaboradores peruanos, algunos de ellos funcionarios del Banco de Reserva; también la ayudó con su capacidad, y con un grupo de sus alumnos de la Facultad de Ciencias Económicas, el joven y talentoso docente universitario César Antonio Ugarte. Kemmerer permaneció en el Perú durante tres meses, tiempo en el que fue testigo de tres revueltas armadas, varias protestas callejeras y la sucesión de cuatro presidentes. La tarea inicial de la misión fue abocarse, en tiempo récord, a realizar un diagnóstico de la situación de la moneda y de las funciones del Banco de Reserva respecto a ella. Posteriormente, centralizó su labor en la elaboración de nueve proyectos y dos informes: 1) Proyecto de ley de impuestos sobre la renta; 2) Proyecto de reorganización de la Contraloría General de la República; 3) Proyecto de ley General de Bancos; 4) Proyecto de ley para establecer, por los consejos provinciales y distritales, una contribución predial; 5) Proyecto de ley de creación del Banco Central de Reserva del Perú; 6) Proyecto de ley de aduanas; 7) Proyecto de ley orgánica de Presupuesto; 8) Proyecto de ley de reorganización de la Tesorería Nacional; 9) Proyecto de ley monetaria; 10) Informe sobre crédito público; y 11) Informe sobre la política tributaria del Perú. Varios de estos documentos incluyeron las correspondientes exposiciones de
Manuel
A. Olaechea (1880-1946) en su condición de presidente del Banco de Reserva, presidió la Comisión de Reforma Monetaria nombrada por Sánchez Cerro en el último trimestre de 1930.
motivos. Los once trabajos –a juicio de sus gestores– tenían “una interrelación tan íntima, que en conjunto crean un sistema unificado monetario y bancario, debiéndose, por lo tanto, considerar cada proyecto como parte integrante de este sistema” . El decreto ley del 19 de abril de 1931 –recuerda Basadre– puso en vigencia el proyecto de estabilización monetaria preparado por la misión. El sol de oro quedó estabilizado con un valor de 42,1264 centigramos de oro, es decir, el equivalente de 28 centavos de oro americano. A todas luces, era una nueva desvalorización de la moneda nacional. Un sacrificio adicional surgía para muchos sectores. El Boletín de la Cámara de Comercio de Lima (mayo de 1931, N° 23) dejó de ello constancia; pero también expresó que el tipo escogido por Kemmerer se acercaba a la tesis de la Cámara, opuesta, a la vez, al grupo de comerciantes importadores partidarios de la paridad y al grupo de agricultores deseosos de una moneda muy baja. Patriotismo, optimismo y constancia para buscar el restablecimiento de la confianza –concluye Basadre– eran premiosos imperativos de aquella hora. Otro elemento importante era la reforma de nuestra organización tributaria, caótica y empírica, sobre bases científicas. Mucha significación tenía, asimismo, devolverle al Estado su crédito y su solvencia moral, tan venidos a menos. Lamentablemente –observa Carlos Camprubí en su ensayo “La depresión eonómica peruana y los afanes peruanos (1931-1932)”–, al acoger y poner en práctica más tarde la transitoria Junta de Gobierno de Samanez Ocampo solo los tres indicados proyectos, quedó desintegrada la unidad de todo el sistema económico y hacendario que había recomendado la misión, unidad sobre la cual Kemmerer puso enfático acento”. En efecto, el propio Kemmerer, en un agasajo que recibió el 20 de abril de 1931, poco antes de su retorno a Estados Unidos, afirmó que los diversos proyectos complementaban y, en su conjunto, respondían a un plan unificado. ‘Si estos proyectos –indicó– se ponen en vigencia como leyes de la República y se aplican estrictamente de acuerdo con su espíritu y letra, la misión tiene confianza en que estas leyes constituirán una medida eficaz de reorganización financiera. Y agregó estos conceptos que todavía tienen vigencia en el mundo de hoy: “Sin embargo, es preciso hacer hincapié sobre el hecho de que es requisito indispensable para la eficiente administración financiera de un país, el nombramiento de elementos realmente capacitados para dirigir las diversas oficinas administrativas. Es de importancia realmente trascendental para un país tener un buen cuerpo de leyes, pero tales leyes poco o nada servirán si su cumplimiento y vigilancia no se confía a hombres realmente idóneos e instruidos de un espíritu de civismo acrisolado. Hombres de esta talla existen en el Perú. La suerte de estas leyes dependerá en gran parte de la forma en que el país sepa valerse de los servicios de estos hombres para desempeñar estos altos cargos de la administración pública creados en virtud de las leyes mencionadas y de la forma en que se les preste su apoyo de autoridad en el desempeño de sus caras funciones“. Con este mismo temple, más tarde (1933) Kemmerer también hizo conocer públicamente su opinión adversa a la política de dictadura económica de su compatriota, el presidente Franklin D. Roosevelt. Ciertamente, las medidas propuestas por la Misión Kemmerer (sobre todo la referida al pago de la deuda externa) generaron un amplio debate nacional, pues su aplicación –a juicio de muchos peruanos– no necesariamente respondía a los requisitos de recuperación del Perú. En un artículo publicado en la revista Verdades (Lima, 14 de enero de 1933, p. 3) se lee: “Nunca el Perú podrá compensarse de los grandes daños que nos ocasionó el señor Kemmerer, muy inteligente, muy probo, pero muy aciago para nuestra economía nacional” Por su lado, numerosos economistas, empresarios y banqueros nacionales consideraron que la política establecida por Kemmerer era funesta para el Perú, “porque cuidaba ante todo mantener una estabilidad de cambio con la moneda americana, sin preocuparse de la estabilidad económica del Perú”. Al conocer en Berlín el Plan Kemmerer, Haya de la Torre –según revela Luis A. Sánchez en su libro Haya de la Torre y el APRA– lo criticó duramente y planteó la solución bimetalista. Más tarde, desde la
Acompañado por algunos de sus colaboradores, el presidente