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Poemas) Mario Rivera
MARIO RIVERO
Balada de la Badillo
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Aquí vivió Aracely Badillo a quien el pueblo todavía recuerda. Siempre se ha de recordar a la Badillo -que supo ser lo que era, para ellos
Otras mujeres después han llegado en busca de su sitio, y su cetro, pero ninguna como ésta Aracely en las artes del amor, suprema.
"Viva México" decía el letrero de luces de su burdel de cinco estrellas, que conquistó un lugar de honor en los reinos de la carne y el sol, de la historia no escrita del pueblo. Una casa de cinco ventanas y una cara de mujer detrás de ellas. ¡Pero ninguna como ésta Aracely en el tiempo que vuelve-y-no-vuelve!
Pocas colegas suyas, llegaron, a sacar tal partido, como ella, de aquel botín de humillados corazones -y algunos de entre ellos de clase primera-. Más, como si sólo le hubiese faltado, para su triunfo y alivio postreros, para apaciguar cualquier apetito, -o porque sus dones requirieran de alguna fama todavía más ruidosaquiso acostarse con La Muerte.
Y es que ninguna bella vivió tan poco como ésta Aracely Badillo que saboreó su minuto de vida a lo loco.
Sin más parientes que sus pupilas, ni más amigos que el dinero, de su corazón de golondrina nadie pudo agotar el misterio.
"Enséñame a ser feliz", les decía a todos cuando se acostaba con ellos.
Se ahorcó con la colcha de su cama un domingo de sol, polvoriento, por razones que nadie encontró, -y corno si sólo muriera de aburrimiento-. Y la enterraron sin bendición y sin lutos en lo alto de la colina, bien lejos de los que se deleitaban con ella.
¡Ay! Que ninguna bella vivió tan poco, corno ésta Aracely Badillo que perdió su vida a lo loco ...
Al inquilino de Roman Polansky
Dicen que el inquilino nuevo, empezó con un lento escrutinio de la antigua morada.
Cuarto a cuarto se acercó al dormitorio con rosetón empapelado, para observar el cielo-raso que se eleva con su estoica altura; la larga fila de vencidos cristales que miran, hacia la monotonía de rostros anteriores, en un mutismo lleno de telarañas.
Los huecos del empapelado, -aunque no esconden dientesson como ojos que todavía sostienen un sueño.
Demorando sobre ellos, la perspectiva jamás se desvanece pues los suyos, no ven otra cosa que su propio interior.
Corno un sepulturero, demasiado escrupuloso, encajonando lo que el tiempo mata, triste y blanco, desfallece de renunciamiento.
Sólo su sombra en la oscuridad es clara. Su blanca camisa sobre el balcón, se hincha ... se balancea .. . se desprende .. .
Como un ala, blanquísima, desciende ... desciende .. .
Tu músico de Saint-Merry que cantó la alegría de vagar y morir errante, pasó junto a mí. No estuve muy amable con él, le quité su flauta y me puse a tocar en ella un rock.
Lo hice, porque sé que él estaba endiablado, y lo mismo me pasa a mí, y porque la gente pedía "Una canción" .. . "Una canción" ...
Y así simplemente, -simplementeles canté algo extraño y desenfrenado, que sonaba sinuoso, como nada había sonado antes, sartas de palabras distendidas en todas direcciones, para los muchachos que se desgañitaban, cada vez más alto, cada vez más fuerte -una borrachera de sonidos-.
Y la gente bella, la gente florida a la que le gustan los bromuros y los sonidos, los que no buscan las ideas o la sabiduría, y están disponiéndose a vivir en un viaje por las galaxias se entregaron a la música, fueron con ella, en todas partes despiertos a su llamada, según la cadencia, que yo canto, y que yo inventé, como un nuevo músico de Saint-Merry ...
Y mientras el mundo giraba y cambiaba, un día ellos se dieron cuenta que la forma de amar a sus chicas había pasado de moda, y ellas supieron que estaban tristes y azules, les pareció que ahí estaba el problema, de donde resultó que danzando como trovadores, por puentes de música, entre gurúes y entre flores, -y todo ello como por puro juegose hicieron amantes y mendigaron juntos, siempre al son del flautista de Saint-Merry.
Endechas
Estábamos perdidos cuando nos encontramos en aquel retraso de aeropuerto.
Yo estaba lleno de noche y de frío, aunque había pasado tres días en el "San Francisco", con una muchacha de nalgas redondas.
Tú creíste que yo era un camionero. Admiraste la vulgaridad de mi estilo y me amaste por ello. -No lo era.-
Yo creí que tu eras una princesa, que arrastraba hasta mí su aburrimiento. -Y es verdad.-
Como es verdad que seguimos perdidos. Yo, por no poder soportar la realeza, tú, por no saber nunca lo que estás haciendo .