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Poemas) Javier González Luna
, JAVIER GONZALEZ LUNA
LI PO DIBUJA MARIPOSAS sobre finos papeles de Nepal. A la sombra de la escarpada agitan sus alas y parten montaña
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Para el cómico
hacia las copas de elevados árboles. Todos los hombres son iguales En el torrente en música, en mujeres. jóvenes discípulos forcejean Todos los hombres navegan y ríen desnudos. los mismos alcoholes. El sol verde de la primavera El mundo tiene un mismo dibujo quema sus inciensos. sonrisa de borracho, maneras rápidas y tristes Un viejo fuerte de hacer las cosas. golpea la túnica del viejo La venganza, la ciega que apoyado en la roca idea de hacer justicia observa el movimiento de la bruma y tener la razón. en lo bajo del valle. Pero, qué razón es esta? Que mago del envilecimiento y el dolor O. P. nos ha trastocado así? Mago. Todos los hombres son iguales De su haut de forme en sus músculos, en su esqueleto, surgen en su manera de morir. la izquierda y la derecha. Apropiémonos de nuestra hora El poema y la idea. muramos de nuestra propia muerte. Cintas multicolores Que cada hombre tenga su muerte alegran el paisaje. su deseo Conejos, Que cada vida se agote enumeraciones de conejos. en su ansia de vivir. La cruz y la medialuna. Kant y Nietzsche el hombre y la mujer. De su sombrero surgen signos y fiestas. . ................................................... .
SOY AXE primer cosmógrafo del Cercado del Zipa.
Soy Rajiv brahamán intocable por sacristanes y brujas.
Soy Ben, el niño autista, nacido de la guerra.
Soy el primero que oyó el llanto de la máquina, el bramido del bajo (la voz abisal de Robert Plant).
Soy el loco el que pervive a la tortura psíquica.
El único aún con las manos vacías, con los ojos ardientes.
a José Lezama Lima
UN LIMÓN ABIERTO sobre la mesa. Lomos negros de delfines bullen en la sal. Habana, mediterránea flor del mar. Noche morada. Grito de indios y de niches en la playa, en la montaña. ¡Tantos caminos para regresar al cuerpo! Sólo la mano conoce, sólo el tambor.
Jarito's Bench
Todos sabemos, ¡hermano! que la máquina no dura todo el tiempo. Más aun tú: Trovero. Alma sensible encadenada a la dicha popular.
¿Es necesario recordar ahora? ¿Hacerte vivir de nuevo, ETERNO, en el recuerdo? ¿Poner una vez más la guitarra entre tus manos, la herida en tu pulso nervioso?
SÍ.
Ahora que comienzan a apagarse nuestras luces es procedente ordenar la memoria. Te has escapado en la comedia, en el abuso de una condición que hiciste propia. Puedan tus amados huesos vencer la estupidez de la muerte.
, AJMATOVA PERPETUA
Henry Luque Muñoz
ntes del derrumbamiento del muro de Berlín y de la ulterior disolución de la Unión Soviética, ya en este país venía en camino una especie de perestroika literaria, consistente en sacar a la luz valores líricos, antes ocultados por el régimen. Las gentes hacían largas filas en los kioskos callejeros para adquirir y devorar un ejemplar de la revista Ogoñok (Llamita). Un par de millones o acaso más, ya estaban vendidos por suscripción, antes de aparecida la edición. En Ogoñok, aquel monumento siberiano vivo que es Evgueni Evtuchenko, venía resucitando semanalmente páginas de poetas soviéticos ignorados. Era como meter las manos entre las cenizas y devolverles la vida con un soplo.
En los años 80 se veía en el Metro de Moscú, gente leyendo con ademán sigiloso, un espeso fajo de fotografías: habían retratado en casa, hoja por hoja, algún libro nunca reeditado o agotado o prohibido. Eran éstas las bibliotecas itinerantes. Entre los escritores así leídos estaban Mijaíl Bulgakov, autor de una de las novelas clásicas del siglo XX -Maestro y Margarita-, obvio, Solzhenitsen, en alguna traducción a otro idioma y llegado subterráneamente. La novela El doctor Zhivago, de Boris Pasternak, comenzó a publicarse por entregas en una revista, casi treinta años después de aparecida en Italia y en Occidente. A la gente le pareció extraño el prolongado misterio en torno a esa novela que, sin embargo no le resultaba tan "peligrosa" como se rumoreaba. Ya muerto, en Peredelkino -especie de ciudadela de escritores, vecina de Moscú-, su casa-museo secreta era, sobre todo, obra entrañable de amigos y lectores adictos.
Es difícil entender cabalmente desde fuera la pasión del hombre ruso común por la literatura y por sus escritores, el único país donde puede afirmarse que la poesía llena estadios, donde los jóvenes, bajo un hielo implacable, se amotinan a la puerta de los teatros para apañar una entrada revendida y asistir a la obra de uno de sus escritores clásicos. Al menos así ocurría antes de la locura capitalista, una experiencia para la cual ese país nunca estuvo preparado. Los críticos han coincidido en aquella evidencia: ser poeta en Rusia no es lo mismo que serlo en otras latitudes. Ni tampoco ser lector de poesía.
Dos autoras solían recitarse, sobre todo, en las tertulias moscovitas: Anna Ajmátova (1889-1966) y Marina Tsvetáieva (1892-1941). Si hablamos de mujeres poetas, el temblor del ruso anónimo se repartía entre esas dos maravillas silenciosas. Conviene recordar que el ciudadano común mantiene viva la tradición bizantina de la lectura en voz alta, que produce efectos inmediatos en la memoria e introduce ritmos y músicas, sensibiliza la imaginación. La poesía rusa no suele estar en las estanterías, sino en la cabeza de las gentes.
Así las cosas, la aparición de un poemario de Anna Ajmátova Poemas escogidos (Santafé de Bogotá, Norma, 1998), en la cuidadosa traducción de Jorge Bustamante García -poeta colombiano residente en México-, se carga de sentido. Para lectores nuestros significa un descubrimiento por la fragmentaria y ocasional presencia de aquella poesía, aquí, por la escasez de traductores del ruso, debido en parte, a la casi total inexistencia local de consagrados al oficio, a la lejanía de ese país, y por lé' dificultad de enfrentarse a una len-
La poesía de Ajmátova las transformaciones -la electrificaha sido parte del oxígeno ción del país, por ejemplo-, aún en secreto con el que respiramedio de brutales contradicciones, ban los inconformes metransmitía a la vida y al lenguaje un nos adictos a la subordinaritmo, un empuje, dotándolo inclución institucional. Y no so para el ademán contestatario y la porque escribiera ella soimpugnación opositora. bre política, ni elaborara Sobre todo en las creaciones úldiscursos de protesta timas de Ajmátova, el erizamiento -aunque no falta un sarse espesa y ramifica, haciéndose casmo expresamente anticada vez más sombrío. La Segunda estalinista-, sino por su Guerra Mundial llenó de pólvora las insobornable originalitintas. Aquel entorno desquició la dad. El alma rusa no teme mirada de Ajmátova, no su lenguaa los extremos. Así se exje, contenido y puntual. El amor y plica su extraña manera la destrucción son protagonistas en de fundir el equilibrio y el sus versos. Un vocabulario de tristemblor. tezas, cuervos, fantasmas, cenizas,
La manera de asimilar devastaciones, frío, abismo, crueldaAjmátova la muerte es tan des, delata una raíz elegíaca, eriza y intensa y sugestiva que torna más afilado su lenguaje, mulprivarse de su lectura, una tiplica y espesa el carácter cifrado de vez conocida, produce sus temores. una sensación de orfanEn la obra de aquella poeta lodad. Dejarse impregnar gramos rastrear la vida de un puedevotamente de temas blo, sus iluminaciones y pavores luctuosos, no era bien visocultos, en un lapso muy significagua muy distinta del español. Conto por la censura oficial: ello propativo del período soviético. Su creaviene señalar que aunque se den garía un ánimo que contribuiría a ción es, en parte, el seudónimo del equivalencias de sentido, con frefrenar o retardar el avance hacia el drama cotidiano que va del minucuencia resulta harto difícil verter la desarrollo urgente de la sociedad. cioso desgarramiento a un esceptimusicalidad, el ritmo, la entonación, La poesía de aquella viuda genial cismo desvelado. Su creación está a al traducir de un idioma sintético, que adoptó por hijos líricos, entre salvo de esos riesgos que asedian la el ruso, a un idioma retórico, el esotros, a Joseph Brodsky -Premio escritura en las mujeres: el patetispañol. Al tomar tres palabras del Nobel, 1987-, es, ciertamente pesimo sentimentalista y la sexualidad original, en la versión española, pomista, pero aclaremos, el pesimismo fluvial y gimnástica. Su poesía está, drían convertirse en cinco o seis. Ello que da vida. en cambio, atravesada por una sola altera los registros. Así que el riesgo La lectura de Ajmátova nos perfuerza, aguda y definitiva, inherenes grande. El original, más que vermite captar ese oculto ánimo colecte a la literatura rusa, de Pushkin a tido a su equivalencia quedaría tivo, que bullía a la sombra, desde Dostoievski y de Tolstoi a Bulgákov: transformado. Pero con el libro que tiempos anteriores a la Revolución la tensión dramática. reseñamos estamos ante un ejemplo de Octubre, pasando por épocas de Ajmátova está a años luz de ese confiable de captación de páginas de forzosa transición, bajo la guerra o sentimentalismo feudal que se hunla autora. La sencillez fresca y agula vigilancia estricta, suscitada ya de en la pena e ignora críticamente da de la lírica de Ajmátova ha sido por las excesivas cautelas del régisu entorno. En ella hay una fresca fervorosamente recogida. Alexandr men, ya por la estrategia occidental intelectualización del deseo, su meBrückner, historiador de la literatude sembrar el miedo desde afuera, lancolía es subversiva. Sus páginas ra rusa, ha señalado que "nunca se por medio del acoso y la amenaza. debieron nutrirse de la tradición locorresponden exactamente un texLa estrategia de intentar liquidar a cal de la lectura familiar en voz alta, to ruso y su traducción, aun en el un pueblo se llamó eufemísticaque afina e intensifica el oído. Si incaso de que ésta -y esto es siempre mente La guerra fría. tentáramos identificar la procedenun caso excepcional- se base en un La poesía de Ajmátova podría cia lírica de su obra, tendríamos que profundo conocimiento de una y considerarse como la biografía cifraremitirnos, cercanamente, a un cruotra lengua". Por ello, acaso, del da de una percepción cotidiana de ce de las herencias romántica y reaidioma ruso, se harán no traduccioeste lapso prolongado, en que la lista, que en Rusia tuvo característines, sino versiones . velocidad económica y el empuje de cas distintas a las de Europa occi- . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
dental y, remotamente, a esa síntesis eslava entre sensualidad e idealismo.
La entonación desesperanzada de la poesía de Ajmátova se carga de un vigor que logra alturas inusitadas gracias al esplendor de su claridad. No necesita forzar el lenguaje. Escribe con la naturalidad con que cantan los pájaros. Su canto está habitado por registros que matizan ampliamente la melancolía y una desesperación sabiamente contenida y organizada por medio del lenguaje. Semejante llaneza expresiva, tan cargada de sentido, nos ayuda a entender por qué ha calado tan hondo en el lector ruso. Su poesía ha sido interiorizada por el hombre de a pie con una utilidad inmediata: darle razones al estado de ánimo para vivir, para soñar. La ternura está muy presente en sus versos, como una gota de miel en la llaga viva.
Estamos ante un lirismo incisivo como en esas canciones populares que sin pretensiones verbales va ahondando hasta colmar la memoria. Uno de los secretos visibles de su dicción radica en haberse apropiado de cierta oralidad. De ahí su parentesco con las canciones. Acaso en ella viajan, subterráneamente, los subversivos juglares rusos antiguos que, como en Occidente, eran indomesticables. La estrategia comunicativa de esa sencillez conlleva una misión tácita: lograr una rápida complicidad con el lector, ahorrarle, dentro de la mejor tradición rusa, el esfuerzo de ingresar en regiones extremadamente ambiguas o rebuscadas. La literatura rusa, por su origen eclesiástico y bizantino, ha conservado cierta devoción moral y pedagógica de la prédica antigua, considerada a la vez con el lector ilustrado y con el analfabeto. Desde tiempos antiguos, en Rusia la tradición oral facilitó que los analfabetos leyeran en los labios de los otros. Así, a su manera, se hicieron analfabetas ilustrados.
En tal contexto, se entiende mejor que Anna Ajmátova deje traslucir aquella aguda claridad que delata el esfuerzo por ejercer un magisterio. La precisión en el manejo de la palabra, la economía de medios, son maneras de un rigor omnisciente. Un niño o un adulto ingresan sin dificultad en el túnel brutalmente ensimismado de su creación y a cada uno lo iluminará desde la sombra. A los 21 años de edad, la poeta ya dejaba en cuatro líneas la sospecha de que sería una de las grandes voces del siglo:
El lenguaje injurioso no me altera No culpo a nadie de nada. Dame una muerte honrosa A cambio de esta vida mía mancillada.
Nótese, ahora, en un poema escrito, medio siglo después, en 1959, la constante que visita su creación: la vitalidad con que habla de la muerte. Se necesita mucho amor a la vida para escribir así sobre la tumba:
Me has inventado. No hay, No puede haber algo así en el mundo. El médico no puede curar, ni el poeta apaciguar, La sombra del fantasma día y noche te perturba, Nos conocimos en un año imposible. Cuando ya se habían agotado las fuerzas del mundo Reinaba el luto, todo se marchitaba en la desdicha Y lo único fresco eran las tumbas. El terraplén del Neva se sumía en la oscuridad La noche sorda se esparcía sobre las paredes ... ¡Fue entonces cuando empecé a nombrarte! Qué hacía -yo mismo no entendía. Llegaste entonces como una estrella cierta A través del triste otoño Y en la casa devastada de los versos Convertidos en cenizas se extraviaron para siempre.
Una opción de lectura sería ver la obra de Ajmátova como una fuga de la vida cotidiana ruso-soviética, a través de esa época colosalmente difícil. Y sin duda lo es. Pero se trata de una evasión lúcida: a la vez que intenta marginarse del horror, lo captura, como el hombre que bordeando los abismos consigue vivirlos, sin arrojarse a ellos. La poesía de Ajmátova sería una rara forma de sobrevivencia del mundo inalcanzado por su esposo, el lírico Nikolái Gumiliov (1886-1921), tempranamente acallado por el régimen. Así las cosas, la pasión lírica de ella adquiere una inusual complejidad pues carga sobre sus hombros de viuda un compromiso ínti-
mo y doliente, además del suyo propio. -No debe olvidarse que lacensura desaconsejó su lectura a los jóvenes-. Sería dable suponer que su poesía fue escrita a cuatro manos: entre una viva y un muerto. De ahí que la fuerza sea doble.
En los años sesenta, en vida de la poeta, apareció en la Editorial Progreso de Moscú un volumen antológico titulado Poesía soviética rusa, traducido al español, cuya recopilación se debe al chileno Nicanor Parra. Entendemos que los comentarios son también suyos. Por la importancia de Anna Ajmátova y del compilador, el conocido poeta chileno, vale la pena reproducir aquella semblanza, una especie de postal lírica, sin olvidar la fotografía que precede a sus versos-: "(n. 1889) tiene la adusta y noble belleza de la tranquilidad. Su imagen, con el habitual chal negro sobre los hombros se asocia a la clásica melancolía del paisaje de Leningrado, a sus verjas estilo Imperio, al frío brillo del Neva y, claro, a la serenidad clásica de sus versos, en los que hasta la pasión viste el corsé de la lógica. Hay en la poesía de Ajmátova un algo que la emparenta con los versos de Gabriela Mistral. Vemos la misma profundización elegíaca en el drama del amor irrealizado e infinito. Pero si el tema de Mistral es la maternidad, el de Ajmátova es el alma femenina solitaria, que se abre camino hacia la luz de la comprensión y la simpatía. La maestría de Ajmátova no salta a la vista, su verbo y sus imágenes, sencillas y profundas, lo dicen todo con una simple alusión. La mayoría de los versos de Ajmátova se distinguen por esa perceptibilidad escultural de los fenómenos <imperceptibles>, como los recuerdos, los sueños, las imaginaciones.
Nicanor Parra asocia a Anna Ajmátova con su compatriota Gabriela Mistral. Sería dable, por el parentesco luctuoso, por esa energía imperiosa, hallar también una coincidencia con la argentina Ale
jandra Pizarnik, por casualidad desaparecidas con escasos años de diferencia. En las dos la universalidad del drama humano adquiere un relieve ampliamente matizado. En ambas respiramos la vida como un vapor de cenizas. En ambas lamodernidad lírica adquiere un relieve conmovedor, por la aptitud para ahondar en la muerte sin despeñarse en la truculencia. En una y otra la ruina, el acabamiento, se tornan familiares, parientes entrañables nuestros. Las dos frecuentan la transparencia, una manera de tener en cuenta al lector. En ambas la fuerza viene de asumir hondamente lenguajes: Pizarnik retoma, sobre todo, la lección surrealista; en Ajmátova la fuerza le viene de los escritores clásicos rusos.