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Poemas) Rogelio Echavarría
, ROGELIO ECHAVARRIA
Apocalíptico
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Amanecer
No me dejan dormir los pájaros con su inocente algarabía en el fresco ramaje de la madrugada que toca levemente mi ventana.
Anoche se bebieron la luna poco a poco -pico a picoy ahora regurgoritan a coro sin batuta ni partitura. Mi oído es un nido de gorjeos.
Er fin del mundo ocurre siempre y cada día si lo adviertes. Llega en tu propio cataclismo y da lo mismo morir quieto que en un cohete o en un sismo. Pues si el dolor mata y remata, también se muere de alegría. Tan muerto queda el que ha caido del piso cien de Empire State o resbalando en el jabón Igual el tránsfuga que el rey. Y si me ahogo en mi acogeta, en noche negra o plenilunio, ¿no da lo mismo que sea en junio -en alta mar o en mi pocetaapocalipsis o diluvio?
Sin embargo, yo trato de ponerme al día con los prosaicos ruidos de la casa, armando la agenda de mis afanes, mis deudas y deberes, asuntos insalvables, la derrota del viaje y ya en la calle la jornada sedienta.
Mientras en el eterno mar de los dioses olímpicos las islas recuperan su sitio.
El transeúnte
Todas las calles que conozco son un largo monólogo mío, llenas de gentes como árboles batidos por oscura batahola. O si el sol florece en los balcones y siembra su calor en el polvo movedizo, las gentes que hallo son simples piedras que no sé por qué viven rodando. Bajo sus ojos -que me miran hostiles como si yo fuera enemigo de todosno puedo descubrir una conciencia libre, de criminal o de artista, pero sé que todos luchan solos por lo que buscan todos juntos. Son un largo gemido todas las calles que conozco.
En la casa donde todos estaban enterrados vivos
Fragmento del prólogo a la Antología Poética de María Mercedes Carranza. Editorial Tierra Firme, Argentina
Juan Liscano
I [I a actitud literaria y existencial de los poetas colombianos me resultaba significativa y de gran vitalidad literaria. Gonzalo Arango, Jotamario, y otros nadaistas encontraron acogida amiga en mi revista Zona Franca la cual duró unos 20 años. María Mercedes Carranza me sorprendió desde su primer libro: Vainas y otros poemas (1972) por su desenfado, su irrespeto, su picardía, su causticidad, pero también sus agudezas críticas y su humor. Sin ser nadaista y sin participar en aquel nihilismo, mezcla de vanguardismo y de influencia beat norteamericana, María Mercedes Carranza, en su primer volumen de versos, establecía contrastes de expresión adjetival y pensamiento, de chiste y seriedad, de realismo a veces burlón, a veces sutil, a veces doméstico. Va y viene de los quehaceres caseros a la declaración amorosa. Da la impresión de estar jugando, de estar burlando la feminidad, como en "Historia Universal de la Camelia", un símbolo floral, mujeril, cuyo mimetismo cuenta en versos de gracia y de ironía. Esa ironía constituye uno de sus modos de vivir, de pensar los sucesos existenciales. Su ironía juveni! de los 27 años presagiaba: Tengo Miedo (1983) y Hola, soledad (1987). Respondía sin énfasis al est ar enamorada y desde el inicio coexisten sin decirse, sin pelearse, su ingenio reilón a medias y una extensión misteriosa de tristeza latente. En el poema" Aquí entre nos ", burla burlando remata un almuerzo llegando al corazón/ de una alcachofa, hoja a hoja con estos versos sorprendentes:
Y de resto, llenaré las páginas que me falten con esa memoria que me espera entre cirios, muchas flores y descanse en paz.
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Por lo tanto enamorar; no insistir demasiado; memorizar en función intemporal, venciendo el futuro; entender el espacio del propio movimiento; aceptar las obras del tiempo indetenible cuya duración mezcla lo eterno con lo momentáneo. María Mercedes Carranza estudió y se licenció en Filosofía. Conoce las variadísimas apreciaciones conceptuales de las nociones de tiempo y espacio, que se contradicen, se asocian, se fundamentan en el "pasar" o en el "estar", y desde el desarrollo del hebraísmo y de la Grecia secular, buscan las relaciones difíciles de fijar entre la condición existencial, la trascendencia, el alma, el espíritu, y la muerte enigmática, siempre escondida, desde los inicios mismos poéticos, de María Mercedes Carranza.
Su poema a Bolívar, titulado "De Boyacá en los campos" constituye la invitación a encarnar al héroe demasiado oficializado como tema de engolada oratoria o de superstición popular. Hay que creer en el ser de Bolívar, devorado por la enfermedad y el fracaso de haber vivido un sueño de trascendencia indoamericana. Ver a Bolívar en sus pedestales estatuarios y vivir su derrota como político plantea la realidad de la acción de poder anhelado como una redención y nos remite, por algún aire, a lo erístico. Tras las "vainas" de sus poemas, se abre en los contenidos poéticos de María Mercedes Carranza, no sólo el conocimiento cultural erudito, sino lo que precisamente confunde en ella, la intuición de la desgracia terrena, engañada por su ingenio y su juego del amor.
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Ya sabedor de su trayectoria pública notable y su gestión, desde 1986, en la dirección de la Casa de Poesía Silva, recibí Hola, soledad (Editorial Oveja Negra, 1987). Leí con atención y sentimiento este libro cuyo sólo título lo dice todo. La época de las "vainas" había pasado y ahora:
La vida es ésto que muere: una mano alzándose que ya es polvo y raíces, la palabra que se venga del desamor y la derrota, el olor de un jabón frotado a los 10 años, esta tierra herida que contiene huesos y náufragos.
En otro verso apunta, pensando en Colombia; En esta casa los vivos duermen con los muertos. Entre la juventud ida y la presencia de la muerte, en un país donde el destino es matanza al azar de guerrillas y de marginales politizados, todo resulta señal y presencia de ruina de la vida.
Carne y ceniza se confunden en las caras, en las bocas las palabras se revuelven con miedo. En esta casa todos estamos enterra- dos vivos.
De modo que alcanzada una edad de lucidez, la autora de Tengo miedo (1983), nacida en 1945, descubre la soledad en todas sus fases de lucha alucinada o ausente. Hola, soledad constituye una meditación entrañable entre lo que" pasa" y lo que es "presencia" de la duración, en el estar, tal la necesidad de Dios, ajena al tiempo pasajero.
Los poemas de Hola, soledad, como los que forman parte de este ciclo vital, no cultivan aspectos formales. El lenguaje no es lo fundamental, sino el pensamiento sensible, y dentro de esa simplicidad verdadera, "La canción del domingo" detiene en el alma, lo pasajero ese
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enemigo que es tiempo, para alumbrarlo por un instante con la magia sencilla del poema auténtico:
Es inútil llevar prisa y adivinar, porque no hay tiempo para ver o demorarse la vida entera en conocer tu rostro en el espejo. Los lirios, el cemento, esos ojos zarcos, las nubes que pasan, el olor de un cuerpo, la silla que recibe la luz oblicua de la tarde, todo el aire que bebes, toda risa o domingo todo te lleva indiferente y fatal hacia la muerte.
La soledad que alcanzó a María Mercedes Carranza en una edad de plenitud se corresponde más con lo anímico cuando se recoge en sí mismo para entender lo vivido, que en lo narrativo la exasperación, la derrota. Ni pasado ni futuro, ni tiempo ni espacio, "el deseo incansable de estar siempre en otra parte" . Signo de la dificultad de asir por sí misma a la vida. Holn, soledad, además de tomar conciencia de la guerra espontánea o motivada por causas tenebrosas, imperantes en Colombia; del pasar del tiempo y de su eternidad; de los enamoramientos mágicos,
déjame pedirte que el engaño, el du Ice engafio de ser tú y yo dure el vasto tiempo de este instan te.
No se equivoca Heidegger al afirmar que el ser huma no se revela ante la muerte.
El extravío de la cultura racionalista de Occidente, además de la pasión insaciable de dividir para conocer, hasta quedar sin nada que dividir, sin ser, la despoja de cualquier anhelo de unidad, de cualquier trascendencia ontológica, entre ésta la del cristianismo una y otra vez y millones de veces aludido como algo que está afuera del humano y no adentro. El mundo actual, desde el requiero del alma y del espíritu, está desposeído, apegado a la noción menos elevada del tiempo y del espacio, al sueño de poder. El hamo sapiens se volvió hamo jaber.
Los diez últimos poemas de Hola, soledad, ahondan la experiencia de la amante frente al amado; pasión sensual y ausencia camal del que habla por teléfono, memoria de la infancia, estallido de rabia, "Oda al amor", "Poema del desamor" ,"El olvido" (uno de los mejores poemas de esta obra), la oración vuelta aceptación del triunfo de la tierra, percepción de que uno es su propio enemigo y finalmente, los objetos como boyas o restos de naufragio y el modesto final:
Escribo en la oscuridad, entre cosas sin forma, como el humo que no vuelve, como el deseo que comienza apenas, como un objeto que cae: visiones del vacío.
La escritura de María Mercedes Carranza rechaza los recursos y afectos textualistas tan de moda, sobre todo la tónica literaria per se, el discurso, para ceñirse a un decir corriente que el pensamiento y la comprobación existencial apoyan con su autenticidad confesional. Mucha muerte exponen estos poemas penetrantes por su misma sencillez escritura!. Colombia es un campo de batalla. Por todos lados fuerzas armadas pelean con furor demoledor. María Mercedes -fue miembro de la Asamblea Constituyente de 1991-, desde la plenitud de su don creativo, asumió esa pasión de muerte colombiana (yo diría pasión de matar), y después de borrar mucha existencia ("Si quiere amor que siga su antojo") dio el vuelco más inesperado, en 1997, dando a las prensas de Arango Editores, los poemas, esta vez completos, del libro El canto de las moscas, que fuera publicado por primera vez en la revista Golpe de Dados unos cuantos meses antes.
IV
Con ironía, María Mercedes, subtitula estos versos calificándolos de: Versión de los Acontecimientos. Mediante un proceso contrario a su picaresca de los 27 años, en el que contrapesaba los hechos vitales y sociales con su fina ironía, ahora asume la plena creación lírica, dando una versión esencial de los sucesos que, día a día, ensangrientan pueblos, campos y ciudades colombianas. Esa esencialidad rehuye lo narrativo, lo imprecatorio, para ofrecer el crimen cotidiano como una modulación -término de Mario Rivero- de anonadante realidad. Rivero se siente tentado a calificar de haikai estos poemas que parecen pertenecer a otra condición que la histórica y que da parte de guerra. Ella alcanza, entonces, la dimensión lírica de un pasar, de un estar, de una temporalidad fugitiva, precisamente ante el horror, la violencia, el asesinato, la revuelta vengativa, la acometida inesperada. María Mercedes no podía actuar sino abstrayendo la poesía -y superándola- de esos acontecimientos que la hieren. En su trabajo abordó las matanzas sin describirlas, desde una perspectiva de cruenta belleza en la que los elementos florecen la muerte, rinden tributo y duelo, "reverso de la realidad", como dije en una carta, para memorizar y vivirla con las alas abiertas.
El canto de las moscas descansa sobre síntesis de unas cuantas líneas alusivas a las acciones de guerra. Así, veinticuatro minipoemas titulados con el nombre de la localidad, transmiten en la brevedad del poema, ese bordoneo de las moscas, informando los hechos de sangre acontecidos,
En bluyines y con cara pintada llegó la muerte a Cumbal. Guerra florida a filo de machete.
En Pare la muerte pasa de mano en mano. La muerte: carne de In tierra.
Caen los cuerpos en Mirajlores caen los sueiios.
Percibe lo invisible en lo visible. En torno a la muerte aparece la naturaleza dando el toque de la otra dimensión: metáfora, imagen, vivencia, adivinanza, suspiro, terror, elocuencia de relámpago.
Esto es In boca que hubo, esto los besos. Ahora sólo tierra: tierra entre In boca quieta.
Cada poema es una evidencia de la muerte, de la tierra, del matar. Las acciones apenas descomponen el paisaje. El paisaje responde con imagen de eco a la muerte. El río arrastra flores de sangre. Los sueños se pudren tras el muerto. Corolas son la boca de los muertos.
Ya en Hola, soledad, la muerte se presentaba como personaje principal. Ahora se sabe que ocupa a Colombia y que María Mercedes escribió un devocionario fúnebre dando salida a su propia angustia y a la angustia de su gente. Se podrán leer estos poemas cortísimos como el recordatorio de una desgracia colectiva, obra del hombre mismo. Contribución inusitada de poeta a la metafísica de un país por donde se soltó una sed de sangre sacrificial, exorcismo contra la miseria, miseria de matar.
El viento ríe en las mand{bulas de los muertos. En Ituango, el cadáver de la risa.
María Mercedes no cuenta; revela la esencia. Y lo hace unificando la materia asesina y el espíritu redentor, en una acción a la vez poética y social. Sus fulgurantes poemas breves constituyen un hecho de vida y de muerte. Ella recorre el tiempo y el espacio y supera cualquier efecto verbal textualista, con la palabra de lo que es, de lo que está. Rosario poético para invocar la paz lejanísima. Hay que leer estos poemas dolorosos y sobrios con el alma para vis1 umbrar la otredad, sin literatura embargante. Cada poema es una herida. Estamos al borde de lo religioso espontáneo, contando los veinticuatro pasos de una evocación de sufrimiento carnal, de derrame de sangre, mientras brotan los versos de una toma de conciencia doble, la del drama de Colombia y la de la función redentora del poema puro.
Como las nubes, la muerte hoy en Sotavento. Difunta blancura.
MARIO RIVERO: UN CANTANTE DE BLUES
Fernando Linero
[I n el último recodo del siglo el maestro Rivera nos entrega la joven alegría de un paquete de versos: ¿ Qué corazón?. Es así como se titula su último libro cuya primera edición acaba de ser publicada por Arango Editores.
Este hombre que ha ejercido todos los oficios -cantante de tangos, artista de circo, veterano de la guerra de Corea etc.- retoma en este libro -con la maestría que ya le conocíamos- la desazón de lo urbano, la profunda soledad del que está inmerso en la ciudad al arbitrio de sus propios terrores.
Desplegando, con eficiencia y altura, todo lo que sabe sobre ese lenguaje extraído de lo cotidiano, ha logrado crear su propio sonido con un criterio donde sobresale lo expresivo y lo emocional, un poco por encima de lo hermoso, corno corresponde a un gran improvisador. Sin melosidad, con rumores claros, su poesía es la voz del hombre que llora, se lamenta, acusa, se queja, y lo que es mejor, está sustentada por lo verdadero, condición sine qua non de la buena poesía.
Con un ejercicio ininterrumpido -águila solitaria que se pasea por los cielos de la poesía colombiana- Rivera, se constituye en el mejor ejemplo de lo que debe ser un poeta de su tiempo.
Su cadencia no es la de las voces perfectas, la de las límpidas arias, sino la que fuma en los moteles; la de las calles en la hora más triste, ese jazz -mas allá del jnzz- en que se extravían los bebedores de alta noche. Fuera de la 'burocracia poética' percibe y siente; comprende y por ello logra abarcar efectivamente ese espacio de realidad que constituye la materia de sus versos. Porque no es una 'poesía de consumo' por el contrario es antisolemne y antisentirnental y es acaso por eso que logra adentrarse con certeza en la naturaleza humana para ayudarnos a vivir. Aveces lento y expresivo, otras voluminoso y sensual; aveces luctuoso, con la sensación del que evidencia que está perdido en el mundo, de ese que se mueve de un lado para el otro sin saber qué es lo que le pasa, y se queda sentado a la ori
lla de la cama sin querer hablar con nadie. ¿ Qué corazón? es un libro donde se siente insistentemente el sobrevuelo de la interrogación, acaso por
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esa manía del poeta que quiere ordenar el caos, completar lo inacabado, llenar el vacío.
Guiado por el perfume de la música -esa insustituible herramienta-, igual que un cantante de blues, aprovecha las alturas inestables del espíritu para aumentar la tensión y permitir que la vida desemboque en sus versos de manera directa.
Un poeta que ve las cosas con dureza y sencillez pero que, a pesar de las perturbaciones que observa en ellas, permanece allí estableciendo un diálogo para que resistan, para que el mundo no desaparezca.
Creo que Mario Rivero ha contribuido a darle estatus a la producción poética del país en los últimos 40 años, tanto que bien podría ser un cabal representante de la poesía joven colombiana.
Con este libro el maestro Rivero nos demuestra que tan buen poeta, tan buen músico -de cabaret- y sabio ha sabido ser, tal como lo querían los trovadores del siglo XVII.
He terminado de leer ¿ Qué corazón? y vuelvo a la misma emoción que sentí hace 25 años cuando, adolescente, me acerqué por primera vez a su poesía. Esa misma que se produce cuando descubrimos en un poeta la tensión creadora, una como especie de vibración eléctrica que nos traspasa el corazón y con ella la impresión de que sin poesía la vida no tiene sentido.
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