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por Antonio Nazzaro
from Revista Ulrika 66
que pueda parecer poco musical pero que, a mi parecer, conserva el valor de la palabra, la que es una elección fundamental del poeta.
Por ejemplo, en muchas traducciones de un poema de Sandro Penna se ha cambiado la palabra olor por huele, para mantener un «sonido lindo», pero considero que este reemplazo es un error enorme porque, al hacer el análisis del poema, es evidente que el uso de la palabra olor por parte del poeta es central y cambiarla para obtener en español un sonido más armónico hace perder el significado, la imagen y el valor poético que le imprime la escogencia específica que hace el autor de una palabra por encima de otra.
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Traducir es la convergencia perfecta. Cuando dos desconocidos con lenguas y culturas diferentes se encuentran se crea un puente que permite a los demás ver el arte como creador de un territorio de encuentro.
La finalidad de la traducción, entonces, es brindar al otro la posibilidad de que su poesía pueda llegar a oídos que de otra manera no llegaría, y hacerla oír a sus propios oídos como algo que no ha sido traicionado, sino que es su mismo poema, su poesía y su poética. No importa si el poema tiene un lindo sonido en la traducción, lo que cuenta es que refleje lo más cercanamente posible la voz poética original.
Traducir es ser uno siempre en dos: casi como nunca estar solo.
Dino Campana (Marradi, 1885- Scandicci, 1932)
Dino Campana es una figura controvertida, fascinante y anómala de poeta en la Italia del primer Novecento. Ha sido definido poeta: simbolista (el Rimbaud italiano), expresionista, hermético, moderno y experimental o, al contrario, poeta todavía perteneciente al final del siglo xix y un poco provincial.
Buenos Aires
Il bastimento avanza lentamente Nel grigio del mattino tra la nebbia Sull’acqua gialla d’un mare fluviale Appare la città grigia e velata. Si entra in un porto strano. Gli emigranti Impazzano e inferocian accalcandosi Nell’aspra ebbrezza d’imminente lotta. Da un gruppo d’italiani ch’è vestito In un modo ridicolo alla moda Bonearense si gettano arance Ai paesani stralunati e urlanti. Un ragazzo dal porto leggerissimo Prole di libertà, pronto allo slancio Li guarda colle mani nella fascia Variopinta ed accenna ad un saluto. Ma ringhiano feroci gli italiani.
Buenos Aires
El bastimento avanza lentamente En el gris de la mañana entre la niebla En el agua amarilla de un mar fluvial Aparece la ciudad gris y velada. Se entra en un puerto extraño. Los emigrantes Se alborotan y enfurecen amontonándose En la áspera ebriedad de inminente lucha, De un grupo de italianos que está vestido En un modo ridículo a la moda Bonaerense se lanzan naranjas A los paisanos alterados y aullantes. Un muchacho del puerto ligerísimo, Prole de libertad, listo para el impulso Los mira con las manos en la faja Variopinta y esboza un saludo. Pero gruñen feroces los italianos.
Sandro Penna (Perugia, 1906- Roma, 1977)
Lo que sorprende de inmediato al lector de Penna es su posición apartada en el panorama de la poesía italiana contemporánea, su indiferencia hacia las modas culturales. La poesía de Penna es ajena al Hermetismo y a las poéticas del siglo xx. Es, no obstante su limpidez, enigmática y casi milagrosa, en el sentido de que es muy difícil coger su bagaje literario. Él mismo decía: «Casi todos los poemas me llegan de forma inesperada, en los boletos del tranvía o en los bordes de un periódico».
La vita... è ricordarsi di un risveglio triste in un treno all’alba: aver veduto fuori la luce incerta: aver sentito nel corpo rotto la malinconia vergine e aspra dell’aria pungente.
Ma ricordarsi la liberazione improvvisa è più dolce: a me vicino un marinaio giovane: l’azzurro e il bianco della sua divisa e fuori un mare tutto fresco di colore. La vida es… acordarse de un despertar triste en un tren al amanecer: haber visto afuera la luz incierta: haber sentido en el cuerpo roto la melancolía virgen y áspera del aire cortante.
Pero recordarse la liberación repentina es más dulce: a mi lado un marinero joven: el azul y el blanco de su uniforme, y afuera un mar todo fresco de color.
Umberto Piersanti (Urbino, 1941)
Una penetrante reflexión sobre el tiempo y su localización interior y exterior permea la obra en versos del poeta urbinate Umberto Piersanti. Es una masa lírica, la suya, muy atada a la «fuerza demiúrgica» de la tierra de origen.
La fata
nessuno deve entrare dentro il bosco che la vitalba chiude e cinge intorno ma lui lascia le pecore e s’inoltra, spezza i fili coi denti, li butta in aria,
El hada
ninguno tiene que entrar en el bosque que la clemátide cierra y que cerca alrededor pero él deja las ovejas y se interna, rompe los hilos con los dientes, los lanza en el aire,
pesta rami e grovigli, niente lo ferma
dopo gli animali nei rami, sottoterra, cessano di frinire, vede il prato, l’erbe azzurrate e intatte, silenziose, s’aprono i bei lecci, fanno corona al grande ceppo della rosa bianca
esce la fata fuori della corteccia Silvia l’incantatrice lì dimora, i suoi capelli splendono, la pelle, le lunghe gambe nate dai quei rami
un grande rischio corre chi la vede la seguirono in molti, senza tornare
—pastore, io t’ho scelto, sei fortunato, alla tua vita dono un giorno colmo. Dopo… dopo che importa? solo chi non ha colto rosa non s’è punto–e la fata prese lui per mano si stese dentro l’erba, lo tirò dentro.
si risvegliò nel fosso, le sue pecore attorno col muso giù a brucare, solo che era inquieto, senza sapere.
[Giugno, 1993] pisa la ramas y marañas, nada lo detiene
después los animales en las ramas, bajo tierra, dejan de chillar, mira el prado, la hierbas azuleadas y enteras, silenciosas, se abren las bellas encinas, hacen corona a la gran cepa de la rosa blanca
sale el hada fuera de la corteza Silvia la encantadora allí demora, sus cabellos relucen, la piel, las largas piernas nacidas por esas ramas
un gran riesgo corre quien la ve la siguieron muchos, sin volver
–pastor, yo te elegí, eres afortunado, a tu vida regalo un día lleno. ¿Después… después que importa? solo quien no ha cogido la rosa no se ha pinchado— y el hada lo tomó de la mano se tendió dentro la hierba, lo tiró dentro.
se despertó en el foso, sus ovejas alrededor con el hocico abajo para tascar, solo que estaba inquieto, sin saber.
[Junio de 1993]
Stefano Simoncelli (Cesenatico, 1950)
Aunque nació en Cesenatico, desde hace años vive en Acquarola, en las colinas de Cesena.
Extraña vicisitud literaria Stefano Simoncelli, quien de tiempo atrás mira de lejos el mundo de la literatura, pero a la vez está presente en su actual desenvolverse; tanto que, como buen maestro, no tiene discípulos, sino serios y fervientes admiradores entre los poetas contemporáneos. Un pedazo de historia viviente y viva de la literatura italiana.
I
Non assomiglio più a nessuno quando mi incontro sulla specchiera di un bar con mezza sigaretta in bocca
e un bicchiere di qualche ambrato veleno. Certe volte sembro un banco di nebbia, impenetrabile e denso, come quelli
che arrivano dal mare a tradimento verso mezzogiorno portandosi via tutto: i ponti sui canali, le insegne delle botteghe,
le case basse dei marinai dispersi in mare e i platani con le ombre immense. Tutto. Altre volte sono pulito e trasparente
come un vetro attraverso il quale vedo quello che ero, un ragazzo svelto, aggressivo e arrogante
che va incontro alla notte. Vedo in me mio padre logorato dal male
e poi più niente.
I
Ya no me parezco a nadie cuando me encuentro en el espejo de un café con medio cigarrillo en la boca
y un vaso de algún ambarino veneno. A veces parezco un banco de niebla, impenetrable y denso, como los
que llegan del mar a traición hacia el mediodía llevándose todo: los puentes sobre los canales, los letreros de los talleres,
las casas bajas de los marineros dispersos en el mar y los aceros con las sombras inmensas. Todo. Otras veces soy limpio y trasparente
como un vidrio a través del que veo lo que era, un muchacho listo, agresivo y arrogante
que va al encuentro de la noche. Veo en mí a mi padre gastado por el mal
y luego nada más.
Léopold Sédar Senghor, un poeta político
POR FERNANDO LINERO
Tuve la fortuna de ver a metros al poeta Léopold Sédar Senghor. Fue en el año 1984, en uno de los salones de la Biblioteca Nacional de Colombia. Asistía a un recital organizado por la Presidencia de la República, en la cabeza de Belisario Betancur. De baja estatura, con una apariencia de extrema debilidad física, vestía impecablemente. Me pareció un hombre tranquilo y seguro, no obstante su fragilidad. Con un francés que –aun para los legos– lucía espléndido por la música que transmitía, nos leyó sus poemas, poemas que eran en efecto música de la naturaleza y los cantos negros, música de las tradiciones y de la mujer negra, música de su infancia y de sus recuerdos sérerés. Por ese tiempo acababa de descubrir su obra y estaba hipnotizado con las lúcidas imágenes de sus Cantos de sombra –leídos y releídos en la edición de Visor–, esos maravillosos poemas escritos en los campos de concentración nazi cuando fue apresado.
La mayoría de las personas no ve con buenos ojos la alianza poeta-político. Creen, con alguna razón, que el poder ejercita una tenebrosa y delicada seducción para quienes lo detentan. Desafortunadamente el talante de la mayoría de los políticos actuales, de un perfil dudoso, así lo demuestra. Ese positivismo recóndito que infiltra a todo lo que tenga que ver con el compromiso público en
nada colabora con la imagen del poeta, que, por el contrario, evade esas realidades. Otro ingrediente que colabora con esa duda son los riesgos de la degradación literaria en favor de la escueta propaganda pragmática. Es mucha la mala poesía que se ha escrito justificada por la «equidad de sus mensajes», y en la mayoría de los casos por el afán de los poetas en erigirse como paladines de la justicia; y todo eso con el agravante de que, por lo general, cuando un poeta abraza la política se convierte en un exiliado.
Pero considero que ese no era el propósito de Leopold Sedhar Senghor, cuya preocupación por su pueblo se constituyó también en la búsqueda de una poesía digna de los nuevos espacios que se abrían para la historia de África. En él la política actúa como una incitación para examinar, es una honda cavilación sobre los perfiles de un pueblo, un brío para la
Léopold Sédar Senghor
Léopold Sédar Senghor
fundación de nuevos caminos regidos por la razón crítica del poeta que no cesa de meditar sobre el mundo. En su búsqueda de la verdad, al poeta no le está vedado el camino de la política porque él es parte activa de la conciencia de la sociedad; más aún en el caso de Senghor, para quien la experiencia política es, además de individual, un fenómeno colectivo inspirado por una alta pasión patriótica y humanitaria en el sentido más elevado: la ilusión de ver reconstruida una cultura aniquilada por la invasión, el deseo de fundar una educación de lo universal que una las tradiciones por encima de sus discrepancias. Esa es, en resumidas cuentas, la filosofía de la Negritud, el movimiento que fundó junto al poeta Aimé Césaire. Dicho en sus palabras: «La negritud es, objetivamente, el conjunto de los valores de la civilización del mundo negro. Una cierta visión del mundo y cierta manera concreta de vivir en este mundo. Un ser negro y un pensar negro, una visión original del mundo, lo que los alemanes llaman una Weltanschauung».
Como es apenas lógico, esa visión de las cosas ganó sus opositores y no escapó a la crítica por su consonancia con los valores occidentales que ayudaron a darle carácter. A Senghor se le llegó a llamar «colonizador francés». Y también fue acusado de encarcelar injustamente a Mamadou Dia, uno de sus socios, en la disputa por el poder en 1962. A pesar de ello, muchos otros lo consideran el padre de la patria; de hecho, fue el primer presidente de Senegal. Cuando el país obtuvo la independencia, fue elegido unánimemente (1960-1980).
Amadou Sow fue su principal opositor al interior del Senegal, pero fueron muchos otros quienes se expresaron en contra de su línea de pensamiento. El escritor Wole Soyinka, de modo satírico, expresó: «El tigre no muestra su tigritud, salta sobre su presa y la devora».
Una cosa que es digna de resaltar, porque no es común y que nos da noticia de la calidad de persona que era Leopold Sedhar Senghor, es que voluntariamente dimitió a la presidencia después de negarse a ser elegido presidente vitalicio, que era lo usual por esa época en los países africanos. Aunque para algunos el político nunca consiguió la dignidad del poeta, hoy todavía podemos constatar la vigencia de su pensamiento. Las cosas no han cambiado mucho. En su Discurso sobre el colonialismo, su socio ideológico, Aimé Césaire expresaba:
Una civilización que se muestra incapaz de resolver los problemas que suscita su funcionamiento es una civilización decadente. Una civilización que escoge cerrar los ojos ante sus problemas más cruciales es una civilización herida. Una civilización que le hace trampas a sus principios es una civilización moribunda.
La poesía de Senghor es una de las creaciones más exquisitas de la literatura francesa del siglo xx. En sus versos se descubre el amasijo de colores y palabras del capital africano, que se constituyen en un canto a la vida y a la reconciliación universal. No obstante la importancia que llegó a tener como figura política, muchas veces expresó que lo fundamental de su vida moraba en su obra literaria. Tenía claro que la Poesía es la única guarida espiritual que permanece en este mundo materialista, desordenado, caótico, injusto, grotesco y triste. Sabía que la Poesía es la noche que nos «libera de las razones, de los salones, de los sofismas, / De las piruetas, de los pretextos, de los odios calculados, / De la matanza humanizada» [Toko Waly].