1 minute read

Luigi Amara

Next Article
María Montero

María Montero

Luigi Amara (Ciudad de México, 1971)

Poeta, ensayista y traductor. Ha escrito los libros de poemas El decir y la mancha (1994), El cazador de grietas (Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino, 1998), Envés (2003), Pasmo (2003), A pie (2010) y Nu)n(ca (Premio Internacional de Poesía Manuel Acuña en Lengua Española, 2014).

Advertisement

Negación de las puertas

Hay puertas que gruñen sordamente

al cerrarse y esconden con celo de animal un enjambre de chácharas. Hay puertas que se azotan de golpe y cortan el hilo del oído con guillotinas verticales. Hay puertas que son una extensión de la pared y otras batientes por las que se asoma la dentadura postiza de la casa. ¿Quién no ha escuchado en noches de ventisca y perros la sinfonía de las puertas, las bisagras que solo tocan la nota del desprecio y nos dejan sonriendo a la intemperie como bobos debajo de la lluvia? Hay puertas que conocen bien nuestras narices y otras que solamente atraviesa el fantasma inocuo de la mente. Hay puertas que son tambor desesperado y otras más tristes que al cerrarse apagan algo adentro como cajas de música.

Tabla de pesos y medidas

Se puede pesar el humo sustrayendo al peso del tabaco las cenizas. Se pueden pesar también los sueños: la báscula de medianoche menos la báscula de la mañana. Se puede pesar incluso el alma, restando al moribundo el peso insobornable del cadáver. Podrían pesarse así, la suciedad, las barbas, los gramos de una idea que rueda por largo rato en la cabeza. Llevar entonces la tabla escrupulosa de esta vida que mengua, el antes y después de un susto, de aquella carcajada.

Pedacería nocturna

Como restos de estatua que en los sueños me fueron dando tu cuerpo (así, desperdigado, roto, y a veces inconexo, como piezas de tres o más rompecabezas), flotan después de tanto tiempo unos fragmentos, piedras quién sabe si de mampostería o de unicel o espuma que se niegan a hundirse, llevadas por la turbiedad de tanto oleaje, chocando contra los arrecifes del cerebro: un tobillo de pronto, un ojo entrecerrándose, aquella superficie blanca y suave en donde habría montado feliz mi campamento para explorarlo todo; piedras insustanciales, frías, que no logran por fin difuminarse en la saturación del agua y reaparecen, ahora aquí, más tarde allá, falaces; necias tablas de salvación en medio del insomnio.

This article is from: