La sobreexigencia en la crianza L
a
s
o
b
r
e
e
x
i
g
e
n
c
i
a
e
n
l
a
c
r
i
a
n
z
a
Juliana Trujillo Gómez, MD Residente de pediatría Universidad de Antioquia
Juan Fernando Gómez Ramírez, MD Pediatra puericultor
“Mucha magia y mucha suerte tienen los niños que logran ser niños”.
crianza con límites y normas razonables según la edad.
Eduardo Galeano
Según cifras de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), 1 de cada 5 niños sufre de algún trastorno psicológico. Si bien no es un problema nuevo, sino probablemente una enfermedad más reconocida y, por ende, más detectada en los últimos años, no deja de ser alarmante, entre otros motivos, por su creciente incidencia y por las consecuencias que ello trae. “Depresión infantil”, “ansiedad”, “suicidio”, “estrés familiar”, son términos que cada vez escuchamos con más frecuencia. Y aunque es un fenómeno multicausal, las omisiones o, por el contrario, los excesos o sobreexigencias que se hagan por parte de la familia y la escuela juegan un papel importante en su etiología. Es bien sabido que el acompañamiento que se hace de los niños, niñas y adolescentes en la familia y en el colegio son la base para la formación integral, la construcción de la felicidad, la autonomía, la solidaridad, la salud y la autoestima. En la crianza humanizada, es fundamental la protección, es decir, acompañar, favorecer y defender a niños, niñas y adolescentes, así como resguardarlos de peligros. Además, es necesaria la exigencia, entendida como las prácticas de
Por el contrario, en la crianza que no es humanizada, es muy común la sobreexigencia, en la cual se espera y exige de los hijos altos rendimientos académicos, artísticos y deportivos; hay un control milimétrico y excesivo del tiempo, se ingresan en un número exagerado de actividades extracurriculares y se pretende que adquieran destrezas a edades cada vez más tempranas. Desde luego, el impulso por sobreexigir a los hijos y desear que sean niños y adolescentes sobresalientes no es algo nuevo. A personajes famosos como W. A. Mozart le fueron descubiertas sus aptitudes musicales desde muy temprana edad; y en esa época, siglo XVIII, se puso de moda que muchos europeos educaran a sus propios hijos con la esperanza de conseguir niños prodigio. Hoy en día, sin embargo, la presión por conseguir lo mejor de los niños se ha disparado al máximo y se ha convertido en una especie de reto para los padres y, al mismo tiempo, una competencia entre ellos. Los niños se han convertido más que en ningún otro momento de la historia en una extensión del ego paterno, en una proyección de las posibles frustraciones personales, en una especie de “miniyo”. CCAP Volumen 11 Número 3 O
59
La sobreexigencia en la crianza
La niñez del siglo XXI. El riesgo de la infancia postergada El fenómeno del que estamos hablando es un hecho estrechamente ligado, o, más bien, una consecuencia de los cambios que traen consigo los nuevos tiempos. Desde finales de siglo XX y ahora en pleno siglo XXI, estamos enfrentados, más que en ningún otro momento de la historia, a un impacto enorme de los medios de comunicación, la tecnología y el mercado. La época actual o posmodernidad, como es llamada por algunos autores, se caracteriza por un ambiente competitivo y a la vez individualista, en el que, más que dar lo mejor de sí, se fijan expectativas exageradas, con el objetivo de superar al otro y de llenar nuestro ego. Estamos ante la cultura del perfeccionismo, que tiene que ver con la del consumo, la que nos vende la idea de que todo tiene que ser perfecto: la casa, el cuerpo, las vacaciones, los hijos, la vida misma… es mucho más importante el tener; luego, el hacer; y, por último, queda el ser. Estos fenómenos se reflejan de forma directa en la crianza de los niños y adolescentes de nuestra época. Estamos criando toda una generación de niños para que complazcan a los adultos, para que nos hagan sentir felices y orgullosos, para ser “moldeados” tal como queremos que sean. A medida que la familia se ha ido centrando en el niño, los padres se han volcado en sus hijos para satisfacer en mayor medida sus necesidades emocionales. Ahora bien, no se pueden negar las ventajas que tiene crecer en esta época: menos probabilidades de desnutrición, abandono, maltratos y muerte –aunque aún con brechas enormes entre los llamado países “desarrollados” y los países “en desarrollo”–. Se está rodeado de comodidades materiales inimaginables hace solo una generación. Grandes aportes en el área de la ciencia y la tecnología, con el impacto positivo que esto ha traído en la morbimortalidad infantil. Mayor preocupación por temas como la educación, la
60 OPrecop SCP
cultura, la igualdad de géneros. Se dispone de unos derechos consagrados por el derecho internacional. Se es el centro del universo de los padres. Sin embargo, esto no es suficiente. La infancia moderna parece extrañamente insulsa, saturada de acción, logros y consumo; en cierto sentido, vacía y sucedánea. Los niños se convierten en una especie de “proyectos” de los padres. Y, como tales, se pretende tener el control hasta del más pequeño detalle: la forma en que deben hablar, como se deben comportar, las clases que deben tomar –incluso imponiendo las actividades que deben desarrollar y aprender–. Al tiempo que los tratan de proteger, o más bien sobreproteger, para evitarles el más mínimo percance y mantenerlos en una “urna de cristal”. Por supuesto que esto se hace con la idea de proporcionar lo mejor para sus hijos y “facilitarles” la vida, pero lastimosamente muchas veces tiene el efecto contrario: niños, adolescentes y adultos inseguros, que no saben afrontar retos ni enfrentar las dificultades de la vida, sin resiliencia, que, ante los pequeños obstáculos, se derrumban y buscan salidas como las drogas, el alcohol, el suicidio; el incremento de la obesidad y enfermedades que en otra época eran casi exclusivas de la edad adulta, así como el riesgo de enfermedades mentales, como la ansiedad y la depresión. En la posmodernidad, el mensaje implícito que vemos a diario es que la infancia es algo demasiado precioso para dejarlo en manos de los niños, y los niños son demasiado valiosos para dejarlos solos. Cada vez son menos los momentos que se les permite para vivir su niñez. Como afirma el autor canadiense Carl Honoré, en su libro Bajo presión, quien se refiere a este fenómeno como el “secuestro de la infancia”: “Cuando los adultos secuestran la infancia, los niños se pierden aquello que confiere textura y significado a una vida humana: las pequeñas aventuras, los viajes secretos, los contratiempos y percances, la gloriosa anarquía, los momentos de soledad y hasta el aburrimiento”.
Juliana Trujillo Gómez - Juan Fernando Gómez Ramírez
Y es que la línea entre la niñez y la adultez cada vez es más estrecha, e, incluso, tiende a desaparecer, según algunos autores, entre ellos Neil Postman, quien lo deja plasmado en su libro La desaparición de la infancia. De acuerdo con este autor, la sociedad moderna no distingue claramente el mundo del adulto y del niño, lo cual resulta ser muy peligroso, pues el niño necesita descubrir los misterios de la vida muy lentamente y de una manera psicológicamente aceptable. Postman indica que la gran diferencia entre el adulto y el niño siempre se había basado en el conocimiento, y que el niño durante su infancia descubría lentamente los secretos de la vida adulta, ahí era cuando el concepto de inocencia, de conocimiento progresivo, de abordaje y de capacidad de asombro creciente se iba dando, pero infortunadamente esto está muy lejos de ocurrir en el niño actual, al que no le quedan secretos por descubrir, puesto que todo lo sabe. Son los niños de las clases sociales media y alta quienes están más expuestos a este fenómeno, precisamente por la presión social que se presenta, sea de forma implícita o explícita, para hacer de sus hijos unos “superniños”. Los niños y adolescentes de las clases sociales menos favorecidas están expuestos a otro tipo de sobreexigencia: la explotación laboral, el estar a cargo de labores hogareñas que van en contra de sus derechos, el maltrato físico, mental y emocional, y, de forma contraria a lo que sucede con los niños de los estratos medios y altos, la falta de oportunidades de participar en actividades que les aporten para el desarrollo de su autoestima, autonomía y creatividad.
El ‘boom’ de la sobreestimulación temprana No hay duda de que el cerebro es un órgano con muchas propiedades y características únicas, que lo hacen motivo de estudio constante. Y, a su vez, se ha demostrado que el cerebro de
los más pequeños es la máquina de aprender más potente que hay. Basados en esto, en las últimas décadas, se ha realizado una cantidad de experimentos e investigaciones donde se ha evidenciado la importancia de los estímulos a edades tempranas para sacar el máximo provecho de esas conexiones sinápticas que se efectúan en los primeros años de vida. Con esta información como premisa, el mercado se ha ideado un conjunto inmenso de productos para estimular lo más temprano posible el cerebro desde la etapa intrauterina y en los primeros meses y años de vida. “El efecto Mozart”, “Baby Einstein”, cursos de inglés y de lectura para bebés, programas de iPods y dispositivos digitales son algunos ejemplos de los artículos que ha generado la industria. Y, por supuesto, los padres, y en general la sociedad, maravillados con proporcionar a sus niños habilidades más tempranas, han caído en este mercadeo de forma impresionante. El problema es que no es tan claro que esta cantidad de estímulos “extras” tenga un efecto real y duradero. Es decir, es evidente la relevancia de los estímulos sensoriales desde etapas tempranas, pero pareciera que los videos y los móviles electrónicos no tienen más efecto que las interacciones individuales con abundante contacto visual. Los contrastes fuertes y los colores fascinan a los lactantes, y, precisamente, eso es lo que encuentran en el rostro humano; el observar y examinar la cara de sus padres es un ejercicio neuronal inmenso, a la vez que se convierte en un estímulo para la corteza prefrontal, la parte “social” del cerebro que gobierna la empatía, el autocontrol y la capacidad de leer señales no verbales de otras personas. Cuando en los años 90 un grupo de investigadores encontró que escuchar a Mozart mejoraba el razonamiento espacial en los universitarios, surgió toda una industria alrededor de esto, y se volvió una moda colocarle este tipo de música a los más pequeños e, incluso, desde la etapa fetal. Posteriormente, se halló que el efecto benéfico CCAP Volumen 11 Número 3 O
61
La sobreexigencia en la crianza
sobre el razonamiento espacio-temporal de dicha música no duraba más allá de 20 minutos. El efecto Mozart fue derrumbado. Algo similar ha sucedido con el intento de enseñar lenguas extranjeras a los lactantes. Existe en el mercado una gran cantidad de CD y videos para enseñar otros idiomas a este grupo de niños. Sin embargo, dos evidencias recientes también desmoronan la idea de ser el método ideal para aprender una segunda lengua. Primero, para aprender otro idioma, es mucho más importante una conexión humana y práctica, no estímulos artificiales. Y lo segundo es que, para llegar a ser bilingües, los niños necesitan estar expuestos a una lengua extranjera como mínimo durante el 30% de sus horas de vigilia, no una o dos horas al día antes de ir a la siguiente clase o mientras duerme. Nuevamente, el marketing parece habernos convencido de que “entre más rápido mejor”, sin una evidencia clara sobre ello y, más aún, sin tener en cuenta lo contraproducente que podría llegar a ser.
La sobreexigencia en la educación “Dirigir, encaminar, doctrinar”. Esta es una de las definiciones que tiene la Real Academia de la Lengua para el verbo educar. Pero, probablemente, tal definición se queda corta para lo que debe significar en la vida de un niño y adolescente su paso por la escuela. A los padres se les ofrece una gran cantidad de opciones de guarderías y colegios, convirtiendo en un lío el escoger ese sitio en el cual pasarán gran parte del tiempo sus hijos. Y es probable que una de las características que más llama la atención son aquellos colegios en los cuales sus alumnos obtienen los primeros puestos en los exámenes, o que les enseñan el mayor número de materias. Aunque es importante que los jardines infantiles y colegios sean lugares que guíen a los niños y adolescentes en la adquisición de
62 OPrecop SCP
conocimientos de forma paulatina de acuerdo con su edad, vale la pena preguntarnos ¿es este el único o, más bien, el más importante de los objetivos? Probablemente no. La capacidad expresiva, analítica y crítica, la creatividad, la disciplina, la ética y, de forma muy especial, el deseo por aprender, son características que pueden primar sobre la enseñanza de definiciones y conceptos. No basta con tener la información si no se sabe qué hacer con ella; aprender a pensar, a debatir, a resolver problemas, a imaginar puede ser mucho más útil para enfrentarnos a los desafíos actuales. Las escuelas empujan a los niños a aprender a leer, escribir y calcular cada vez más rápido, y apartan el arte, la música y las humanidades, a fin de tener más tiempo para la memorización. Uno de los ejemplos más claros que tenemos de esto es la educación en el continente asiático, donde las culturas locales han concedido una gran importancia al esfuerzo y la competitividad. Largas jornadas escolares y una vida que se ha llamado “infierno de exámenes” caracterizan a las escuelas de países como Japón, China y Corea del Sur. No obstante, estos lugares distan mucho de tener el sistema educativo ideal. El número de niños que abandonan la escuela o se suicidan ha aumentado en el este de Asia. Los estudiantes de Asia oriental obtienen unas de las mejores notas en matemáticas y ciencias en los exámenes internacionales, pero de las peores en el disfrute de estas materias. Relativamente pocos se dedican a la investigación. Y, de forma opuesta, tenemos un país como Finlandia. Allí los niños no entran en la escuela oficial hasta que cumplen siete años. Mantienen la competitividad en un nivel mínimo, y los exámenes como tal pasan a un segundo plano; el arte, la música y los deportes tienen un espacio fundamental. Y, aun así, los alumnos finlandeses siempre quedan en primer o segundo lugar casi en cualquier categoría en los exámenes internacionales. Finlandia cuenta
Juliana Trujillo Gómez - Juan Fernando Gómez Ramírez
con uno de los mejores índices de licenciatura universitaria del mundo y tiene una economía dinámica repleta de empresas creativas. Esta paradoja entre los dos ejemplos anteriores puede explicarse, según las palabras de Rainer Domisch, un alemán experto en educación que vive en Finlandia hace más de 30 años, en que “el sistema finlandés antepone las necesidades de los niños a los ambiciosos deseos de los padres. Aquí no se considera a los niños cubos que haya que llenar con 10 o 15 clases por semana y después medir con un montón de exámenes”. Y, aunque es cierto que no se pueden extrapolar estas experiencias educativas de un país con unas características económicas, sociales y culturales totalmente diferentes a las nuestras, un mensaje sí es implícito: hay una clara alternativa al planteamiento actual de “hacerles empezar temprano y exigirles mucho”. Otro ejemplo en el que podemos ver plasmado este planteamiento es en los jardines infantiles de la pequeña ciudad italiana de Reggio Emilia, y en la cual se han inspirado otras filosofías educativas, como Montessori y Steiner Waldorf.
Como afirma Carl Honoré, en su libro Bajo presión, basado en un trabajo de campo donde visitó muchos de estos lugares y habló con expertos en el tema: “Lo que más parece dárseles a los niños en los años de preescolar es la libertad de explorar el mundo circundante en un entorno seguro y relajado repleto de cuentos, rimas, canciones, charlas y juegos. Necesitan esforzarse, luchar y ponerse a prueba, pero no del modo que tal vez imaginan muchos adultos”. Nuevamente, otra moraleja que podemos sacar es que un exceso de exámenes, trabajo y competencia termina por ser contraproducente; los niños aprenden mejor cuando disponen de tiempo y libertad para profundizar en temas que les interesan y que requieran el uso de la imaginación. Como señala en otro apartado el mismo autor canadiense: “En educación, como en todo lo concerniente a la infancia, tenemos que dar un paso atrás y aprender a dejar que las cosas sucedan sin forzarlas”.
¿Qué podemos hacer para devolverles a los niños su infancia?
En los jardines infantiles de Reggio, se evitan los exámenes y las notas; no hay competencia por hacer el mejor dibujo ni el libro más limpio; tampoco hay prisa por acabar un trabajo: el calendario se establece conforme los niños avanzan. Se trata el arte como el medio natural para que los niños exploren, analicen y comprendan el mundo. En vez de imponerles un plan de estudios, los maestros les animan a relacionarse a su manera con el mundo.
Si bien vemos que, a través de la historia de la humanidad, se han cometido grandes atropellos contra la niñez, y nunca se les ha dado el lugar que les corresponde, estamos en un mundo con todas las oportunidades y herramientas para realizar un verdadero cambio. El mundo de hoy está repleto de oportunidades para aprender, viajar y divertirse. La misma internet y la tecnología se pueden convertir en aliadas si las sabemos utilizar.
Y todo apunta a que dichos planteamientos parecen funcionar. Estudios realizados demuestran que los niños de esos jardines llegan a la primaria más preparados para aprender matemáticas, leer y manejar problemas complejos. Además, tienen una habilidad especial para jugar y trabajar con sus compañeros.
Tenemos que empezar por reconocer a los niños como niños, y detenernos en este fenómeno de “adultización de la niñez”. Ese rol de madurez que ahora se ve reflejado en muchos niños es lo que los está llevando a desdibujar lo más valioso de esta importante etapa de su vida, su infancia. CCAP Volumen 11 Número 3 O
63
La sobreexigencia en la crianza
Es vital hacernos ciertos cuestionamientos. ¿Por qué y para qué tantos esfuerzos a edades tan tempranas? ¿Por qué tanta prisa? Es cierto que a veces puede dar el tipo de resultados que causan el asombro de los demás y el orgullo de los padres; niños que, al ingresar a la guardería, leen libros adaptados a sus edades, escriben su nombre y saben las tablas de multiplicar. Pero ¿qué sucede a largo plazo? Probablemente, alcanzar los hitos de aprendizaje temprano no garantiza el éxito escolar futuro, y, lo más importante, no hace niños ni adolescentes más felices. La inocencia, la magia, la capacidad de asombro son características propias de la niñez, y la función de los padres no es obstaculizar ni “adelantar” el proceso. Por el contrario, se trata de acompañar a los niños en el descubrimiento lento de los secretos de la vida adulta. Se hace necesaria una secuenciación gradual y progresiva, no traumática, sino lenta y presente en el recorrido de las distintas etapas de la vida. Algo indispensable es que los padres y cuidadores deben aprender a relajarse, a dejar de lado el perfeccionismo, a ir despacio. Los niños tienen una determinada cantidad de aptitudes e intereses. La infancia no es una carrera que solo pueden ganar los mejores, los niños “alfa”. Cada niño es único y diferente. Se debe permitir que el niño viva su vida, y no pretender vivirla por ellos. La clave para educar espiritualmente a los hijos está en que los padres sean sensibles a los matices de la personalidad de estos y a sus necesidades individuales. No se trata de crear proyectos, se trata de formar personas con valores, capaces de enfrentar retos, de establecer relaciones de amistad, de pareja, de descubrir el mundo. Personas capaces de desarrollarse en el campo que más disfruten, en el cual se descubran aptitudes y actitudes. En este punto, los padres y cuidadores pueden desempeñar un papel facilitador único durante la infancia.
64 OPrecop SCP
Volver al sentido común de los padres y cuidadores. Definitivamente, no hay recetas mágicas para educar a los hijos, aunque puede haber unas pautas para apoyar la tarea de la crianza. El sentido común, la flexibilidad, el amor, el respeto, los límites y la toma de conciencia de que los hijos no son “trozos de barro a los que moldear”, sino personas a las que debemos acompañar en la vida. Si bien no se trata de negar que estamos en una época diferente, en la cual tenemos múltiples opciones de aprendizaje y entretenimiento, no debemos caer en la trampa del consumismo desmedido y de creer que lo nuevo, lo más caro, lo más extravagante es lo mejor. Se debe tener un justo equilibrio entre lo nuevo y “sofisticado” que ofrece la época y las vivencias tradicionales y enriquecedoras. Si tenemos claro que la niñez es una etapa única en la cual la inocencia, la magia, la sintonía con la vida y la capacidad de asombro constituyen un hito fundamental, podremos comprender la importancia de volver a lo sencillo, a lo natural, a rescatar la espiritualidad. Esto, por una parte, permitirá vivir la infancia en su máxima expresión, a la vez que aportará herramientas invaluables para afrontar la adolescencia y la adultez. Volver al juego libre, a los juegos tradicionales, al rescate de las prácticas deportivas, a las actividades en familia, a la visita a las bibliotecas y ludotecas públicas, a los museos, zoológicos y parques recreativos, a disfrutar la naturaleza, la lectura, la literatura, la reflexión sobre lo que se ve y se oye. Incluso, los momentos de soledad, de crear e inventar actividades individuales durante ciertos períodos son indispensables. Reivindicar el papel del juego como prioritario para aprender a vivir. Se ha demostrado que el juego básico, puro, sencillo, que hace un niño con un lápiz y un papel o una caja de cartón es mucho más fértil, sano y útil para su desarrollo cerebral.
Juliana Trujillo Gómez - Juan Fernando Gómez Ramírez
Ahora bien, la internet y las nuevas tecnologías se deben convertir en aliadas más que en el temible enemigo. El acceso a una cantidad infinita de información y recursos educativos en todas las áreas, el despertar la capacidad de explorar, indagar, investigar en temas que les guste, y el interactuar con niños y adolescentes de otras regiones o, incluso, con los padres, cuando por algún motivo se deben distanciar, son las principales ventajas que nos pueden ofrecer. Pero, para hacer de esto una experiencia enriquecedora y sana, se necesita un acompañamiento permanente de los adultos responsables, en el cual se establezcan límites y se proporcione una asesoría acerca de los aspectos positivos y negativos de la red, en especial para evitar que tengan acceso a actividades ilícitas y a páginas con contenidos indeseables que puedan afectar de forma negativa su desarrollo físico, mental, espiritual y social.
Y como conclusión… En ninguna época los niños han elegido su propia infancia. Los adultos han elegido siempre cómo vivirla. Pero, en este siglo XXI, estamos ante unas circunstancias que ponen cada vez más en peligro el verdadero sentido de esta etapa de la vida. Como indicó el poeta inglés John Betjeman: “La niñez transcurre entre sonidos y olores y percepciones, antes de que aparezca la oscuridad de la razón”. No apaguemos la luz antes de tiempo. Abramos nuestra mente y nuestro espíritu para por fin poder darle a la niñez el puesto que le corresponde por derecho propio. “Infancia es vida, más que una mera preparación para la vida”. J. S. Plant
Lecturas recomendadas 1.
Honoré C. Bajo presión: cómo educar a nuestros hijos en un mundo hiperexigente. Barcelona: RBA Libro; 2010.
5.
Salazar OF. La adultización de la niñez. Crianza y Salud 2007;5(3):30-2.
2.
Gómez JF. Los años mágicos de la niñez temprana. Crianza Humanizada, boletín del Grupo de Puericultura de la Universidad de Antioquia, 2012;(136).
6.
Caicedo L. Los niños y la internet: que navegar no los lleve a naufragar. Crianza y Salud 2008;6(3):24-6.
7.
3.
Posada A, Gómez JF, Ramírez H. El niño sano. 3a ed. Bogotá: Editorial Médica Panamericana; 2005.
Rubio CA, Gómez JF. La dimensión espiritual en la niñez. Su desarrollo y fortalecimiento. Crianza y Salud 2010;8(1):24-7.
8.
4.
Martínez LM. La niñez del siglo XXI. El riesgo de la infancia postergada. Crianza y Salud 2009;6(4):28-31.
Postman N. The disappearence of childhood. New York: Vintage; 1994.
CCAP Volumen 11 Número 3 O
65