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Coxcatlan; la cuna del maíz y la cuna familiar
SINAHIT PATRICIO HERNÁNDEZ
Era 14 de noviembre de 2009, apenas comenzaba el día cuando mi padre recibió la llamada que ningún hijo quiere escuchar, mi abuelo Dolores Patricio Nieva con 66 años había fallecido en su pueblo natal a sólo un año de haber regresado a él. Toda la familia estaba en shock la cara de mi padre se encontraba desencajada eso no nos ayudaba a saber de qué forma podríamos ayudar o si estábamos reaccionando como se debía, ya que la debilidad jamás formó parte de la vida de mi abuelo o de mi padre, así que de lo único que estábamos seguros era de que teníamos que ser fuertes y eso hicimos, o al menos lo intentamos a ratos.
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Coxcatlán, Puebla era el pueblo donde mi abuelo había nacido, situado a tres o cuatro horas de la Ciudad de México, era uno de los lugares a donde viajamos cada que mi padre podía tomarse un fin de semana para visitar a mis bisabuelos acompañados siempre por mi abuelo Dolores, cada que los visitábamos me hacían recordar a los viejitos que veía en los libros de texto de primaria, llenos de arruguitas con sus cabellos blancos .Celia Nieva mi bisabuela siempre traía su faldas con flores y sus cabellos plateados bien peinados con dos trencitas a los lados, mientras que mi bisabuelo Teodulo Patricio con su camisa y pantalón de vestir acompañado de su sombrero o gorra a diario; ellos eran serios al principio, pero jamás podían ocultar la felicidad que tenían al vernos, felicidad que ellos demostraban llevándonos a elegir al chivo que quisiéramos, que yo siempre creía que nos íbamos a llevar a la ciudad, pero era más bien para hacerlo en barbacoa.
Ya era noche cuando llegamos a despedir a mi abuelo Dolores, por alguna extraña razón, que hasta la fecha no logramos comprender, el camino de la Ciudad a Coxcatlan fue eterno todos recordamos haber salido desde muy temprano a carretera y haber llegado ya entrada la noche al pueblo.
Sentada frente el féretro de mi abuelo rodeado de flores y muchas veladoras no podía evitar dejar de pensar en lo poco que lo conocía, lo poco que sabía de él a pesar de haber convivido a diario con él toda mi vida y eso me dolía aún más. Los siguientes días, aunque eran tristes también eran interesantes, toda la familia tuvo que aprender y conocer nuevos usos y costumbres, desde tener todo el tiempo el altar de mi abuelo con flores, abastecer a diario café y cigarros para todos los rezos hasta hacer tamales de frijol ya que era tradición regar cada que podía a los asistentes.
Conocer todos los rituales que teníamos que llevar casi a diario durante los nueve días de los rosarios, lograba hacerme sentir ajena a toda la familia de mi abuelo, así que hablar con mis bisabuelos se convirtió en uno de mis pasatiempos favoritos durante nuestra estadía en Coxcatlán aunque a decir verdad, ellos por primera vez no estaban contentos, pero hacían todo lo posible por no mostrar sus tristeza frente a nosotros.
La historia desde mis bisabuelos hasta mi padre había sido toda una odisea de aventuras, jamás tuvieron miedo en alcanzar sus sueños aunque todo eso equivaliera a desafiar a la muerte, dormir en la calle o hasta apostar por un negocio que tal vez estaba destinado a fracasar.
La vida de mi bisabuelo Teodulo Patricio había estado siempre en el campo, gracias a las tierras heredadas de parte de su Tío Fabián, que había sido uno de los fundadores del pueblo de Coxcatlán, el cual había velado por él, luego de haber quedado huérfano. A su cargo tenía las milpas de maíz, caña y sembradíos de plátano que se daban gracias a que dentro de esas tierras se encontraba un ojo de agua, por ello dichos lugares eran envidiados y que en algún momento uno de sus compadres durante la visita al campo lo “anduvo venadeando” para lanzar disparos y poder quedarse con las tierras, no logró su objetivo, gracias a que lamentable o felizmente, como lo quieran ver, mi bisabuelo fue más rápido para defenderse, logrando poder ver crecer a sus cuatro hijos, Manuela, Dolores, Silvestre e Ignacio.
Mi abuelo Dolores a pesar de haber nacido en el campo y aprender el oficio heredado por su padre, decidió emigrar al Distrito Federal sin tener quien lo recibiera o si quiera tener dinero para rentar una habitación, así que su primera noche en la gran ciudad, como muchos de provincia le llaman, fue en una banca en la Alameda Central. Al otro día conoció a personas que lo llevarían a su primer empleo en la capital, La Merced lugar donde trabajó de diablero y le ayudó a tener dinero para poder rentar un cuarto en una vecindad en la colonia Guerrero, donde tiempo después, conocería a su esposa y madre de sus cuatro hijos, entre ellos mi padre Oscar Franklin Patricio Daniel.
Para sacar adelante a sus hijos trabajó en diferentes rubros como vendedor de relojes, enciclopedias y repartidor de periódicos, a su vez de la mano de mi abuela atendían un puesto de jugos, puesto que también era atendido por la mayoría de mis tíos y mi padre.
Durante la infancia y adolescencia de mi padre el trabajo siempre fue su prioridad en su entorno familiar, mi padre con apenas siete años, ayudaba a mi abuelo a repartir periódico cuando aún no amanecía o en otras ocasiones le tocaba abrir el puesto de jugos, lugar que se abarrotaba todos los días ya que era de los pocos puestos de jugos que había. A los 8 años comenzó a irse de albañil cada que podía, ahí aprendió un poco de esa profesión, electricidad y plomería, pero su mayor incentivo para volver a ese trabajo era saber que le esperaba un rico plato de comida con excelente sabor.
La primaria y secundaria nunca fueron del agrado de mi padre ya que no le gustaba que los maestros le dijeran que era lo que tenía que hacer, como hablar o cómo comportarse, la escuela se le hacía aburrida. En la secundaria conoció a la mujer con la que años después se iba a casar, muy hermosa, por cierto, a pesar de ser polos opuestos, en muchos aspectos, principalmente en temas académicos, a los 18 años comenzaron
una vida juntos y al mismo tiempo por esos años mi padre encontró la profesión que más le apasionaría en el mundo sin darse cuenta: La mecánica.
Jamás se imaginó que los intentos de niño por arreglar el carro o la moto de mi abuelo eran una señal de su destino, a los 14 años comenzó a trabajar en un taller mecánico donde aprendió muy poco, pero ayudó tener los conocimientos básicos para que lo aceptaran en otros trabajos de mecánica, eso nuevos trabajos le dieron la posibilidad de aprender a arreglar carros de carreras y conocer a Adrían Fernández, ahí agarro el gusto por las carreras de autos desde los Go Karts hasta las carreras de la Fórmula 1. En 1987 con la ayuda de mi abuelo, mi madre y mi hermano de tres años, mi padre decide independizarse y el lugar donde alguna vez fue su casa, se convirtió en el Taller Automotriz Oscar, en una colonia que comenzó siendo un pueblito La Isidro Fabela, muy a pesar de algunos de los maestros de mi padre que se burlaban y le decían que no iba a dar frutos ese lugar. Y en el principio fue así, en ocasiones por semana solo tenía un cliente ya que cuando llegaban a pedir informes los clientes se iban cuando lo veían, porque era muy joven para saber del oficio.
Tuvieron que pasar meses para que el negocio comenzará a tomar vuelo, pero mi abuelo jamás dudo de mi padre y siempre le brindó su ayuda, a su forma, ya que mi abuelo nunca fue muy emotivo, su forma de ayudar era más en el tipo laboral puesto que en ese periodo siguió llevando a mi padre a repartir periódico y a surtir el puesto de jugos.
Con los años el taller fue tomando forma, tanto física como laboralmente, mi padre como jefe del taller, mi mamá como encargada administrativa y mi abuelo como el proveedor de todo tipo de refacciones se volvieron los pilares más importantes de ese lugar. Y hoy luego de once años de la partida de mi abuelo Dolores Patricio Nieva seguimos sintiendo la ausencia del pilar más importante en nuestras vidas.