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Para mi segunda primera madre

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Para ti

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Para mi segunda primera madre

HÉCTOR ALLÁN FABELA MARÍN

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Santa García Rivera: ¿Sabes? cuando empecé a conocer el mundo fue en gran parte gracias a ti. En mis primeros años de vida pude haber vivido ciertos sucesos como otros niños cuyos padres se encuentran trabajando y no pueden disponer del tiempo para criar completamente a sus hijos y, siendo yo el menor de tres hermanas, tuve que lidiar con ello a mi corta edad.

Desde los dos meses de vida, pude haber estado en una estancia, guardería o institución, pero tú te ofreciste a cuidarme y darme todas las atenciones que no me darían ahí. La tranquilidad que les brindaste a mis padres fue un gesto que solo alguien tan noble como tú podría dar.

Desde que recuerdo, me hace feliz traer al presente y por medio de estas palabras el compartir la dicha que fue tenerte en mi vida, todo tu cariño y paciencia perduró hasta diferentes etapas de mi vida. Esto me permitió poder conocer una de las mejores caras de tener una familia, y a pesar de todo, tener la fuerza y la confianza de salir adelante contando siempre con tu apoyo incondicional, pero me gustaría revivir a través de mis recuerdos, varios momentos que siempre atesoraré.

A la edad de cuatro años, apenas comenzaba a comprender las diferentes situaciones que me encontraría en mi camino, pero fue una etapa que me hacía feliz poder vivir, aun recuerdo que ir a la escuela de verdad gustaba, mi maestra Flor fue alguien que se ganó mi cariño y respeto. En aquellos años, era habitual esperarte y poder verte, simplemente saber que podía visitarte o vendrías a mi casa, me impacientaba mucho. Cuando tú venías, recuerdo como llegabas siempre tan bonita, arreglada, elegante, con ese chongo que tan perfectamente arreglabas en tu largo cabello, tus vestidos tan sencillos que siempre te daban porte, pero, sobre todo, jamás faltaba una bolsa en tu mano derecha la cual siempre traía algo de despensa para mi mamá, un frasco de su café favorito, además de mi chocolate en polvo; tu siempre pensando en nosotros.

Durante mi etapa en el jardín de niños, en las vacaciones, era la ocasión perfecta para visitarte, recibir tus mimos y conocerte cada vez un poco mejor. Recuerdo que la sencillez siempre fue una de tus grandes características, tu tenías el superpoder de hacer que un plato de frijoles, acompañados con un poco de crema y queso, eran deliciosos, ¿acaso el ingrediente secreto era amor?, vaya que tengo muchos motivos para pensar que así era.

Recuerdo aquella casita en el Callejón del Sabino, donde las innumerables visitas a la iglesia de San Pedrito, que, de niño, la recuerdo como un templo enorme, digno de perderme en sus ornamentas, pero ahora que la vuelvo a ver, no es ni la mitad de grande que yo recordaba, vaya lo grande que era el mundo para mis pequeños ojos.

Algo que nunca abandonará mis pensamientos y recuerdos, son aquellas caminatas que solíamos dar, todo parecía tan seguro e interesante, la calidez de tu mano que nunca me soltaba, me hacía sentir siempre cercano a ti. Cada vez que me llevabas a cualquier lado, me hacías sentir consentido, nunca fuiste una persona ostentosa, pretenciosa, ni materialista, ni siquiera adinerada, pero siempre me comprabas un helado, un dulce o cualquier pequeño antojo que quisiere probar.

Cuando cumplí seis años, recuerdo que tuviste que dejar aquella pequeña casa de patio enorme donde era muy divertido pasar mis días, pero a pesar de extrañar aquel lugar, no fue para nada algo que lamentar ya que te mudaste más cerca y el visitarte era más sencillo. Te encontrabas en Ejidos de Huipulco (ahora Jardines del sur) y debo admitir que fue una etapa que jamás olvidaré.

En tu nueva casa, era todo más pequeño, ya no había patio para salir a jugar, no había árboles, pero aún así, tu armonía y tu toque hogareño hacía cómodo estar en cualquier lugar. Me gustaba estar contigo, tus platillos eran deliciosos y cada vez que iba a la tienda, había un arcade que tenía varios juegos y solo costaba cincuenta centavos, vaya cuantas monedas gasté ahí. Tiempo después, en una de visitas, me encontré con una inesperada sorpresa, de la nada vi a una pequeña cachorra de nombre Pelusa que se emocionaba al verme, de inmediato me encariñé con ella. Recuerdo con mucha gracia como sacaba la tierra de tus macetas que tanto cuidabas y como se metía a tu casa debajo de la cama y tenías que sacar a escobazos; si que era muy traviesa.

De momento a otro, las personas las cuales te rentaban tuvieron problemas y decidieron irse, lo más triste fue que abandonaron a Pelusa, pero como era de esperar, te hiciste cargo de ella y se volvió parte de tu familia. Tiempo después por estas situaciones, tuviste que abandonar aquel lugar y la historia tenía que seguir en otro lugar.

No muy lejos de ahí, todo continuó relativamente bien, podía seguir visitándote, la Pelusa ahora estaba conmigo, lo que me hacía muy feliz y le hacía pasar muchos corajes a la impaciente de mi madre, pero era feliz con nosotros y le tratábamos de dar el cariño que toda mascota merece.

Pasaron alrededor de 10 años, ya me encontraba cursando la secundaria y este cambio fue radical en mi formación. La responsabilidad de la escuela en sus largos tres años no me permitía seguir conviviendo contigo como antes, pero realmente nada cambiaba, tu nunca cambiaste, seguías siendo la misma persona noble y amorosa de siempre.

Ahora en aquellos días, siempre trataba de visitarte a menudo, pero mientras transcurría el tiempo, empezaba a notar que yo no era el único que crecía, también tú, pero de distinta forma, mientras yo ganaba altura, tú me parecías cada vez más pequeña, tu figura se encorvaba, pero para mí siempre eras tan grande como cuando era un niño de seis años.

Ahora que lo pienso, el tiempo solo pasaba en tu apariencia, pero tu fortaleza, humildad y tu forma de ser tan amorosa no, por ello siempre fuiste digna de admiración. Recuerdo como toda la gente a tu alrededor se beneficiaba de ti, tenías un aura mágica (al menos siempre pensé así), que ahora a mis treinta años, no puedo recordar a nadie que tuviera alguna mala imagen de tu persona, tu familia te amaba y adoraba, tus amistades siempre hablaban bien de ti, pero nadie jamás te pudo ver como yo.

A medida que el tiempo transcurría y mi vida cambiaba, comencé a interesarme en otras cosas: los amigos, salidas, videojuegos, las niñas. Y de cierta forma, ya no pude dedicarte tiempo como antes, entré en la denominada etapa de rebeldía en la preparatoria donde cualquier adolescente pasa que es buscar su lugar en algún grupo, círculo de amigos para poder creer que está con las personas que a uno lo entienden y puede compartir y aprender, aunque no todo sea tan factible como lo pensaba. Mis ropas cambiaron, mi forma de vestir se oscureció, mis gustos se centraron de forma ridícula e incomprendida por mi demás familia, me juzgaron y, sobre todo, siempre me dijeron que solo sería una etapa y que algún día me reiría de mí mismo por aquellas excentricidades, y vaya que tenían razón, pero también admito que fue divertida mi etapa “oscura”.

Pero ¿qué pensabas tú?, a pesar de haberte formado en otras circunstancias, jamás me juzgaste, recuerdo que cuando te mostré una foto con mi nuevo look, esperando cualquier cosa de tu parte entendiendo que tu viviste tu adolescencia en tiempos muy diferentes a los míos, solo me dijiste: “te ves bien, hijo”.

Eso me hizo entender aún más el por qué eras tan querida, tu nunca le guardaste malas palabras a nadie, incluso siempre tratabas de comprender tu entorno, a las personas y por ello te ganabas su cariño y respeto. Pero tú siempre me veías como al pequeño niño por el cual preocuparte, cuidar y guiar.

Algo que me da vergüenza recordar, fue el cómo me dejé llevar por malos consejos y dejé mis responsabilidades escolares de lado, pensando que mis diecisiete años me abrirían las puertas y que las oportunidades eran fáciles, pero vaya que equivocado estaba. Mi familia al ver que descuidé tanto mis estudios de preparatoria y llegando al borde de perder la oportunidad de continuar estudiando de forma habitual y teniendo que darme de baja en la escuela, perdió la confianza hacia mí, pero mi necedad de adolescente no me dejaba ver que debía sortear aquel obstáculo que yo mismo me impuse, ¿pero tu cambiaste hacia mí?, para nada, tu siempre me diste palabras de aliento, sin presiones, siempre creyendo que encontraría de nuevo el camino e incluso a pesar de mis fallas, siempre hablabas bien de mí, y no pude decirte cuánto agradezco ese gesto de tu parte.

Después de tantos errores, me volví una persona distante, me volví huraño, la familia pasó a un plano en el cual solo me daba pereza y creía que solo servían para avergonzarte, y aunque jamás te vi a ti de esa forma, el distanciamiento fue casi total. Ya casi no te visitaba, y ahora con la suficiente edad para cuidarme solo, salir a muchos lugares y tener las riendas de mis decisiones, me hice una persona aislada, que prefería estar en casa que salir al mundo, y vaya cuánto me arrepiento de no haber aprovechado tantas oportunidades de visitarte de sorpresa y ver tu cara de alegría y sin importar lo que estuvieses haciendo, nunca faltaba aquel plato de frijoles con queso y crema si no tenías algo más preparado, y casi olvido esa agua de limón preparada al momento que jamás volví a probar una como la que tu hacías, todo tan natural, como tú.

El tiempo pasó, y comenzaste a sentirte mal, te tuvieron que hospitalizar, cuando nos dieron la noticia, todos nos preocupamos como nunca; era tu corazón. Tu cuerpo ya no era tan fuerte, y todos los años de haber trabajado tanto por tus hijos, tus hermanos y tus nietos lo resentían. Ahora tenías todas las atenciones, lamentablemente, nos dimos cuenta de que para toda la familia que apoyaste, ese acto no fue retribuido del todo, pero no importaba, me tenías a mí, a mi madre y a demás familia realmente cercana. Ahora que recuerdo, jamás dejaste que te viéramos mal, no importaba que tan mal estuvieses y con tu nuevo marcapasos resultado de la operación por la cual tuviste que pasar para salvar tu vida, siempre parecía menos dado a que solo sabías sonreír y dar amor a tus seres queridos.

En el tiempo que yo me encontraba andando en la vida sin rumbo y sin aspiraciones por el simple hecho de tomar en serio mis malas decisiones, tu ya pudiste regresar a tu casa, pero ya no podías moverte como antes, pero creo que el verte mal, me llegó a afectar de tal manera que me alejé un poco, tenía una imagen de ti como una persona fuerte y con mucha energía, pero desde ese día, todo comenzó a cambiar.

Por mi parte, me encontraba sin encontrar mi camino, la posibilidad de concluir todos mis planes cada vez se veía más relegados a empleos pasajeros, todo el tiempo pasaba a mi alrededor y me volvía más necio, y por dicha situación, no lograba comprender que así pasaba el tiempo, fueron alrededor de tres años donde no valoraba lo bueno que tenía, a mi familia, a mis amigos; a ti.

Un día nuevamente enfermaste, todos pensamos que era un malestar habitual por la operación que tuvo lugar a la colocación del marcapasos en tu pecho, y yo, siempre pensando en la fortaleza de tu persona y espíritu, te pondrías bien y podría seguir viéndote en cada reunión familiar, cumpleaños, celebración, vaya, tu siempre estabas disponible para quien te necesitara, pero esa ocasión fue diferente.

Yo con mis problemas escolares donde no lograba la forma de concluir la preparatoria, tu enfermabas cada vez más y más. Tuviste que ser hospitalizada, pasaron los días, y jamás pudiste salir de ahí. De emergencia tuve que acudir al hospital a hacer guardia y pasar la noche. Mientras trataba de dormir, me llamaron las enfermeras y se me permitió verte… ahora te veías tan frágil, tan delicada, no eras tú.

Los días eran cada vez más difíciles para ti, y nosotros como tu familia sufríamos constantemente al saber tu estado. La última vez que pude verte, te dije que aquella noche que estuve contigo, te dije muchas cosas al oído, y tú, sin poder hablar y con un débil gesto de tu mano me diste a entender que lo escuchaste todo, después, todo se complicó, te vi sufrir, no sabía que hacer, los doctores ya habían agotado sus recursos y nos dijeron que perdiéramos las esperanzas.

Lo último que pude darte en vida, fue un beso en la frente, te sostuve la mano mientras tosías fuertemente, te dije que eras la mejor persona que pude conocer y que no era la última vez que te vería y que, de ahora en adelante, te haría sentir orgullosa. Y así, el seis de diciembre del año 2007, tú, Santa García Rivera, partiste de este mundo, demostrando la bondad que puede existir una mujer fuerte, pero humilde, amorosa, amada y respetada por todos.

Por eso y por muchas cosas más, jamás te olvidaré.

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