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Un diamante en el cielo
THANIA ANGÉLICA CRUZALEY RÍOS
Cuando mis ojos lo miraron por primera vez se percataron de que él era un hombre lleno de paz, alegría y mucho amor. Aquel hombre se vio envuelto en una vida complicada presente de carencias, hermano de siete varones y cinco mujeres, tuvo sus primeras experiencias de trabajo a sus cortos ocho años, comenzó a involucrarse en labores desde bolear zapatos, atender una peletería, hasta girar el carrusel de la feria, todo aquello en lo que fuera apto y se le permitiera realizar.
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A pesar de la difícil situación en que vivía día a día, me contaba que su infancia era bonita, llena de juegos, de amigos y unión en su familia. En sus experiencias infantiles mencionaba lo emocionante que era asistir a las posadas de la colonia, romper piñatas, comer golosinas y fruta, ver todas esas luces tan brillantes que adornaban las entradas de las casas, era fascinante y extraordinario para un niño como él. Yo insistía como en la mayoría de las noches, en que continuarán esas pláticas tan interesantes, y una vez me expresó que un veinticuatro de Diciembre no tenían dinero suficiente para comprar la típica cena, de pronto él salió a comprar un pollo rostizado para llevarlo y compartirlo en la mesa de su hogar y fue así como impidió que su familia se quedara sin tener una rica cena navideña, situación que me pareció totalmente conmovedora, así ese chico brincando piedras en su camino, no se detuvo jamás.
Después de unos años, claro, se convirtió en un joven al que le interesaba la música y salir a fiestas, algo que le encantaba era bailar, lo hacía con tal gusto que parecía fácil imitar sus pasos, la noche era para él, ya se hacía notar con sus zapatos de color blanco y negro, siempre muy elegante, sólo brillaba aquel
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muchacho alto, moreno, de cabello café y rizado, con un bigote que le hacía lucir su sonrisa aún más. En aquellos tiempos conoció a una mujer que le llevaba unos años, con quien compartía el gusto por la fiesta y la bebida, con ella formó una familia, tuvieron tres hijas, sin embargo, su relación se destruyó pronto a causa de la falta de respeto que ella le tuvo, al involucrarse con otro hombre.
De ahí que continuó su vida sumergido en el alcohol, cabe destacar que el cariño que les tenía a sus hijas no cambió y continuaba viendo por el bienestar de cada una de ellas. Su preferencia por la bebida fue aumentando, al grado de quedarse en varias ocasiones dormido a mitad de la calle y descuidando su persona, sus hermanos y hermanas trataban de hacerlo entrar en razón pues estaban realmente preocupados. Él tenía un carácter muy tranquilo que le hizo reflexionar un poco acerca de los problemas que ocurrían consigo mismo, y esto le ayudaba a veces, pues lejos del alcohol se convertía en un buen hombre, pero llegaba a recaer y no estaba en una condición estable.
Así vivió una parte considerable de su existencia, hasta que un gran día, por muy de telenovela que suene, nuevamente el amor tocó a su corazón, mientras iba en el transporte público miró a una joven sentada a su lado, la cual le pareció muy atractiva en el instante, y decidió sacar sus dotes de caballerosidad y cubrir el gasto de su pasaje, ella se lo agradeció y siguieron con su camino manteniendo una amena charla, él tenía en ese entonces veintisiete años y ella tan solo diecisiete, pero no fue obstáculo para continuar con el cortejo, a ella le había interesado también. Desde ese entonces permanecieron juntos y tuvieron una bebé, a pesar de todo el cambio que envolvió a su vida, el alcohol seguía siendo más fuerte que él, y muchas veces seguía sufriendo por la bebida tirado en las calles, su mujer lo buscaba por todas partes y un día llegó a verlo desvanecido en la calle ahogado en el alcohol, ella se inundó de tristeza y enojo, de cualquier modo, el amor que le tenía era inmenso y no dejó que el mal momento persistiera y enseguida llamó en ayuda a un centro de rehabilitación, conocido
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comúnmente como Alcohólicos Anónimos cuentan que en esos lugares no piden cuotas, tan solo ciertos objetos que lleguen a utilizar las personas ingresadas para su higiene personal, la comida no es de lo mejor, y el trato en ocasiones tampoco es tan bueno, no sé del todo sobre el tema, porque nunca me atreví a indagar más allá.
La mujer de aquel hombre en ese tiempo ya tenía a su segundo hijo que sólo llevaba meses de nacido, nunca tiró la toalla y con el apoyo de la familia de aquel hombre pudo mantenerse firme, hasta logró conseguir el mismo trabajo que tenía su esposo para poder llevar el sustento a su casa, mientras él se rehabilitaba, ella no le fallaba en las visitas, estaba al pie del cañón junto a la persona con quien había decidido compartir la vida.
Finalmente llegó la hora de salir de ese lugar, la familia se alegró de verlo nuevamente, y se enorgullecieron de la mujer que le había sido de mucho apoyo, siempre le expresaban mucho cariño y agradecimiento.
El mundo parecía ser otro, ese hombre por fin logró vencer al alcohol, y siempre estuvo agradecido por esa nueva oportunidad, persistió al lado de su mujer respetándola y admirándola, con el pasar de los años tuvieron a su tercera hija, él daba todo por sus hijos y se ocupaba porque nada les faltara. La mayoría de las personas que le rodeaban lo querían mucho y le tenían respeto y admiración, pues era muy buen humano y ayudaba a quien lo necesitara, la palabra egoísta jamás se adecuó a él.
Pasaron veinte largos años, y las cosas empezaron a descontrolarse, su salud se veía cada vez deteriorada por lo que acudió a consultar médicos, quienes le daban diagnósticos distintos, hasta que finalmente fue diagnosticado con cirrosis hepática, pero se lo dijeron de una manera tan antiética que su mundo se desmoronó en cuestión de segundos pues el padecimiento ya era muy grave y su familia menos lo dejó sólo, buscaron otras opciones médicas y conocieron a un buen doctor, quien le dio tratamiento para tener una buena calidad de vida, pasaron unos meses, y la medicina cada vez era menos
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efectiva, todo se fue desvaneciendo, su mente se perturbaba con lagunas mentales, su cuerpo se debilitaba, su cabello se encanecía su mirada se perdía, su piel morena se tornaba amarillenta, él ya no era el mismo y lo único que mantenía era esa bella sonrisa bajo su bigote.
La familia llegó a temer por su ausencia, sin embargo, era más el dolor, el cansancio y la impresión de verlo totalmente distinto al hombre alegre que era, que no tuvieron opción más que despedirlo como se merecía.
La última vez que nuestras miradas se cruzaron fue un 4 de abril del año 2008, su nombre era Jaime Cruzaley, mejor conocido como el diamante entre su círculo social, el mejor padre del mundo.
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