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Raíces

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Para ti

Para ti

JOSÉ ALBERTO PÉREZ SÁNCHEZ

Mis padres llegaron a la Ciudad de México en la década de los 80s, sin enormes maletas de ropa, ni mochilas, ni grandes mudas de muebles, es más, casi sin zapatos, llegaron solo con un par de sandalias, una bolsa de mandado con un cambio de ropa y nada más. Sin embargo, su carga más grande se encontraba al interior de cada uno.

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Ambos provenientes del mismo pueblo llamado “Arroyo Arena”, el cual pertenece al municipio de San Juan Lalana, y que a su vez compone uno de los 17 municipios de la región Chinanteca; este pueblo se ubica en la zona del sureste bajo del estado de Oaxaca colindando con el estado de Veracruz.

Además de esto, los Chinantecos tienen su propia lengua, el chinanteco, la cual pertenece a la familia lingüística del OtoMangue, familia lingüística más grande y diversificada del país. A su vez, la lengua chinanteca tiene 11 variantes, todas de acuerdo con la zona en la que se ubican sus hablantes. Por lo que, en el pueblo de mis padres, una variante de la lengua chinanteca era la que se hablaba.

El pueblo de Arroyo Arena es un pueblo localizado en el corazón de las montañas, un lugar semi tropical, que apenas transita entre un enorme bosquejo montañoso de la Sierra Madre Oriental y la selva húmeda que se alimenta y nace de la unión de los ríos Valle Nacional y río Papaloapan, el cual recorre los estados de Puebla, Oaxaca y Veracruz, desembocando finalmente en el Golfo de México.

Con todo esto por detrás, y con apenas 21 años, mi padre salió de su casa en busca de un lugar llamado “México”, un lugar lejano que probablemente se encontraba a dos o tres días a pie, forma en que se medía la distancia en Arroyo Arena. Mi padre me contó que a él un señor le había dicho acerca de un

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pueblo muy lejano llamado “México”, un pueblo en donde había mucho en qué trabajar, pero que se encontraba más lejano aún que el pueblo de Playa Vicente, el pueblo más grande conocido hasta entonces por los habitantes de Arroyo Arena y casi todos los habitantes del municipio de San Juan Lalana.

Mi padre se imaginaba a “México” como una gran calle o carretera, en donde había muchas casas como la de él, de madera y con tejado de palmera, en donde uno podía llegar y pedir trabajo. En Arroyo Arena uno simplemente llegaba y entraba a cualquier casa y las personas que ahí vivían te ofrecían un vaso con agua y hasta comida, aunque no las conocieras y fueras de un poblado lejano que se encontrará a varios días a pie. Por ello, mi papá se imaginó que llegar a la Ciudad de México y conseguir trabajo y un lugar donde dormir no iba a ser una tarea difícil.

Aquel señor que mi papá había conocido acababa de llegar de “México”, por lo que mi papá le pidió llevarlo consigo para trabajar, ya que mi papá no sabía cómo llegar. Aquel señor accedió, pero le dijo que necesitaría 50 pesos la cual por su puesto él no tenía, por lo que le pidió a su mamá, mi abuelita, quien tomó lo que tenía guardado y se lo dio. En aquel entonces mi abuelo, su padre, no se encontraba en el pueblo, había ido a otro pueblo que se encontraba a varios días a pie, por lo que no pudo pedirle permiso ni comentarle su intención de venir a la Ciudad de México, por lo que mi abuela fue la responsable de tomar esa difícil decisión.

Un par de días después, y posterior a confirmarle a aquel señor su disposición de venir a la Ciudad de México mi padre, junto con aquel hombre, salió de Arroyo Arena para trabajar y poder mandarle dinero a su familia.

Mi papá cuenta que aquel señor le dio asilo unas semanas, en las cuales se encontró con otro joven de su pueblo que ya llevaba tiempo en la Ciudad de México trabajando como costurero en el giro de las cortinas. Mi papá le preguntó si no podía conseguirle trabajo y el otro joven le dijo que sí, un par de días después aquel joven regresó para llevarlo con la dueña

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del taller de costura, el cual se encontraba en la zona de Coapa, por el estadio Azteca quien lo puso a prueba unas semanas junto con otro chavo que, al igual que mi padre, había llegado desde su pueblo para trabajar. En esas semanas de prueba mi papá se quedó a vivir junto con el joven que lo había llevado al taller de costura.

Unas semanas después mi papá fue elegido como “chalán” para quedarse a trabajar haciendo trabajos de ayudante general en el taller, sin embargo, mi padre poco a poco empezó a aprender el oficio de costurero y lentamente se convirtió en también en costurero, pudo entonces enviar dinero a mis abuelos y juntó de a poco algo de dinero que ganaba. Cuando se estabilizó en el trabajo y aprendió mejor el ofició le pidió ayuda a la dueña del taller para poder comprarse su propia máquina de coser y poder así poner su propio taller, para entonces mi papá rentaba, junto con otro par de jóvenes con los que trabajaba y que venían del pueblo de Arroyo Arena, uno de los cuartos que la dueña del taller tenía cerca de su casa, la cual se ubicaba en Avenida La Turba, en el poblado de San Lorenzo Tezonco de la delegación Iztapalapa. Para entonces, aquella señora y su marido les habían tomado cariño y confianza a varios jóvenes del taller, convirtiéndose en algo así como unos padrinos para ellos.

La historia de mi madre

Mi mamá, al igual que mi padre, nació y creció en Arroyo Arena. Ambos fueron a la misma escuela, la única cercana en 3 poblados, enseñaba solo hasta la educación primaria. Mi madre tuvo que dejar la escuela cuando apenas cursaba el tercer grado pues su padre, mi abuelo, había muerto cuando mi madre era aún muy niña, por lo que desde muy pequeña tuvo que trabajar en el campo y sembradíos de caña para ayudarle a su mamá, mi abuela, quien tuvo hacerse cargo ella sola de sus cinco hijos pequeños, entre ellos mi madre.

Mi madre me contó que en su casa no había dinero y por lo tanto no había ropa, ni comida, ni zapatos, y por supuesto no había para útiles escolares. Ella contaba que usó la misma libreta

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durante sus tres años de primaria, libreta que, al término de cada ciclo escolar, le borraba todo lo que ahí había escrito para volver a utilizarla. A pesar de esos esfuerzos, y por obvias razones, estudiar no fue una posibilidad para mi madre, ya que tenía que trabajar y además, por su condición de mujer en aquel lugar, tuvo que dedicarse a cuidar de sus hermanos y hermanas más pequeñas.

Así creció mi madre hasta que a los 17 años, su hermano, el mayor de todos, llegó de la Ciudad de México para llevarla consigo y conseguirle trabajo como “muchacha” en alguna casa de nivel alto. Mi madre llegó a vivir a la casa de mi tío, quien rentaba un cuarto ubicado en Ciudad Nezahualcóyotl. Mi madre contaba que en aquel entonces “Neza” era una colonia pobre y sucia, las calles eran de tierra y cuando llovía todo se volvía lodo, no había casi luz y había que caminar mucho para tomar el camión que te llevará a la Ciudad de México.

Así, mi madre comenzó a trabajar en hogares, lavando trastes, ropa, yendo por mandados, obedeciendo órdenes en un idioma que no era el suyo. Trabajó de eso durante otros casi 15 años más. Recuerdo incluso acompañarla a casas, a veces me llevaba y me decía “siéntate aquí y no te muevas”, no recuerdo con exactitud qué tanto la obedecía, aunque sí recuerdo no haber sido un niño problemático. Recuerdo que de vez en vez regresaba a donde estaba y me decía “ya casi acabo, solo me falta hacer eso, en un ratito nos vamos”, recuerdo mucho una ocasión en que nos sentamos a la mesa de la casa de alguien más y comimos de unos cacahuates enchilados que estaban ahí servidos, la recuerdo haberme dicho que le gustaban mucho cómo sabían con limón, y recuerdo que a mí también me gustaron y que me dijo que no comiera muchos porque no eran nuestros. Hasta la fecha son mis cacahuates favoritos.

Conforme mi hermana mayor y yo fuimos creciendo, mi mamá dejó de trabajar en casas y, como mi papá seguía en el negocio de las cortinas y la costura, decidió entonces ir a vender pedazos de tela que sobraban y cortinas ya hechas, manteles pequeños y servilletas que ella misma hacía en las máquinas de coser que tenía mi papá. Nuevamente era yo el que la

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acompañaba. Recuerdo ir con ella al centro de la delegación Tláhuac, ella ponía su puesto detrás de la iglesia principal ahí sobre el suelo, mientras yo jugaba en las jardineras, no duró mucho en ese lugar ya que no tenía permiso para vender y a veces la quitaban. Con el tiempo pasó a poner su puesto de telas en el centro de Tulyehualco, un pueblo más cerca a nuestra casa que para entonces se ubicaba entre el pueblo de San Juan Ixtayopan y Tulyehualco. Recuerdo que mi mamá también me llevaba con ella a vender, mi hermana por su parte se quedaba con mi papá en la casa pues ahí tenía él su taller y podía cuidar de ella y llevarla a la escuela en las tardes.

Así, poco a poco mi mamá empezó a tender su puesto pequeño de telas en el centro de Tulyehualco en las mañanas, yo llevaba mis libretas para hacer mis tareas escolares en las bancas de las jardineras o ahí sentado junto a ella, ya como a las 12:30 h. recogíamos para regresarnos y alistarnos a mí y a mi hermana para ir a dejarnos a la primaria. Poco a poco fui creciendo y ella dejó de llevarme consigo, iba sola a vender por las mañanas mientras yo me iba junto con unos vecinos a la primaria ya que para entonces mi hermana ya había pasado a la secundaria en el turno matutino. Crecí y pasé a la secundaria y mi mamá siguió vendiendo en su pequeño puesto de telas.

Hasta hace un par de años mi mamá iba a vender, su puesto era ya más grande, a veces cuando aún regresaba temprano de la universidad pasaba con ella y le ayudaba a recoger su puesto, guardarlo y regresarnos a la casa. A mediados del 2018 enfermó gravemente por un tumor en la matriz, la operaron de emergencia en un hospital particular. Desde entonces se queda en casa a cuidar de mis sobrinas, las hijas de mi hermana, quienes asisten a la primaria y secundaria, es ella quien les da de desayunar, y las lleva y trae de sus escuelas, aunque a veces sigue yendo a vender su pequeño puesto de telas, pero ahora en el centro de San Juan Ixtayopan, asegura que estar en casa le desespera, yo creo que trabajar desde niña la condicionó a estar siempre haciendo algo.

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Permanecer

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