La Palabra Entre Nosotros - Perú, Junio 21

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Todos somos discípulos y misioneros en salida

JUN IO - J U L IO 2 0 21



En este ejemplar: Junio - Julio 2021

Este es el día que hizo el Señor El Señor de nuestro tiempo 4 Recordemos nuestro pasado con los ojos de Dios No temas 10 Nuestro futuro le pertenece al Señor Un día de la gracia de Dios Vivir hoy para el Señor

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El amor de Cristo compartido El corazón de un discípulo misionero

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Mujeres en las carcerles A quien Dios ha perdonado. . . La visión del beato Jean-Joseph Lataste para mujeres encarceladas Por Ann Bottenhorn

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Enseñanos a escuchar tu voz

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Meditaciones diarias

Junio del 1 al 30 Julio del 1 al 31 Estados Unidos Tel (301) 874-1700 Fax (301) 874-2190 Internet: www.la-palabra.com Email: ayuda@la-palabra.com

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Jesús es el Señor del tiempo Queridos lectores: “¡Este es el día que hizo el Señor, alegrémonos y regocijémonos en él!” Esta exhortación, tomada del Salmo 118, 24, nos llega como una brisa de aire fresco, un manantial de agua pura, un rayo de luz que ilumina las espesas tinieblas que siguen cubriendo al mundo, especialmente el mundo que no conoce a Cristo o que rechaza la verdad de Dios. Los cristianos estamos llamados a ser “luz del mundo”, portadores de esperanza y de perdón a una humanidad atribulada, enferma y decepcionada. Pero no podremos serlo a menos que día tras día renovemos nosotros mismos nuestra comunión con el Señor, nuestra vida de fe y oración, porque él es el único que nos puede levantar por encima de las circunstancias y darnos una vislumbre de la gloria celestial que espera a los que le son fieles, los que creen en su amor y su perdón. Y la mejor manera de renovar la comunión con el Señor es ejerciendo nuestra fe en él, estudiando y meditando en la Palabra de Dios, recibiendo los sacramentos que él instituyó, y sirviendo a los necesitados en la medida en que podamos hacerlo. Las noticias que vemos por todos lados son casi exclusivamente 2 | La Palabra Entre Nosotros

negativas, pero nosotros, el Pueblo de Dios, tiene en sus manos la buena noticia de Jesucristo, que nos salva, nos sana, nos transforma y nos ofrece la esperanza cierta de una vida nueva, esplendorosa que jamás podríamos lograr por nuestros propios medios. Pero, ¿cómo podemos hacerlo? La respuesta la encontraremos en los artículos principales de esta edición. Otros escritos. Hablando de perdón y vida nueva, nos ha parecido bien incluir una reseña biográfica del Beato Padre Jean-Joseph Lataste, sacerdote francés que, en el siglo XIX, se dedicó a evangelizar y atender a las mujeres encarceladas en las frías e inhóspitas mazmorras de Cadillac, pueblo del sudoeste de Francia, que sufrían no solo por la estigmatización de la gente, sino condiciones inhumanas de abuso, abandono y enfermedad. Su apostolado, que tuvo gran oposición al principio, se mantiene hoy en Francia, los Países Bajos y los Estados Unidos, entre otros países.

Probablemente todos recordamos las palabras del Señor antes de ascender al cielo: “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones,


y háganlas mis discípulos” (Mateo 28, 19). Esa es la misión de la Iglesia: evangelizar para que todo ser humano llegue al conocimiento de la verdad, vale decir, de Jesucristo, nuestro Señor. Pero esta no es misión exclusiva del clero y los religiosos: todo cristiano tiene la tarea de ser portador de la buena nueva a cada familiar,

amigo, vecino o compañero de trabajo. Si lo hacemos, siguiendo la guía segura que nos provee la Iglesia, el Señor nos recompensará con abundancia de dones y gracias. En la pág. 22 encontrarás "El amor de Cristo compartido". Luis E. Quezada Director Editorial editor@la-palabra.com

La Palabra Entre Nosotros • The Word Among Us

Director: Joseph Difato, Ph.D. Director Editorial: Luis E. Quezada Editora Asociada: Susan Heuver Equipo de Redacción: Ann Bottenhorn, Jill Boughton, Mary Cassell, Kathryn Elliott, Bob French, Theresa Keller, Christine Laton, Joel Laton, Laurie Magill, Lynne May, Fr. Joseph A. Mindling, O.F.M., Cap., Hallie Riedel, Lisa Sharafinski, Patty Whelpley, Fr. Joseph F. Wimmer, O.S.A., Leo Zanchettin Suscripciones y Circulación: En USA La Palabra Entre Nosotros es publicada diez veces al año por The Word Among Us, 7115 Guilford Dr., STE 100, Frederick, Maryland 21704. Teléfono 1 (800) 638-8539. Fax 301-8742190. Si necesita hablar con alguien en español, por favor llame de lunes a viernes entre 9am y 5pm (hora del Este). Copyright: © 2017 The Word Among Us. Todos los derechos reservados. Los artículos y meditaciones de esta revista pueden ser reproducidos previa aprobación del Director, para usarlos en estudios bíblicos, grupos de discusión, clases de religión, etc. ISSN 0896-1727 Las citas de la Sagrada Escritura están tomadas del Leccionario Mexicano, copyright © 2011, Conferencia Episcopal Mexicana, publicado por Obra Nacional de la Buena Prensa, México, D.F. o de la Biblia Dios Habla Hoy con Deuterocanómicos, Sociedades Bíblicas Unidas © 1996 Todos los derechos reservados. Usado con permiso.

Presidente: Jeff Smith Director de Manejo: Jack Difato Director Financiero: Patrick Sullivan Gerente General: John Roeder Gerente de Producción: Nancy Clemens Gerente del Servicio al cliente: Shannan Rivers Dirección de Diseño: David Crosson, Suzanne Earl Procesamiento de Textos: Maria Vargas

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Señor DE NUESTRO

tiempo U

n sábado, Jesús y sus discípulos caminaban a través de un campo de trigo. Los discípulos tenían hambre, así que se pusieron a arrancar espigas para comer. ¡Algunos fariseos los vieron y se molestaron mucho! ¿Acaso no sabía Jesús que sus seguidores estaban quebrantando el mandamiento de Dios de guardar el sábado que era sagrado? Pero Jesús no cedió, sino que hizo esta maravillosa declaración: “Por esto, el Hijo del hombre 4 | La Palabra Entre Nosotros

tiene autoridad también sobre el sábado” (Marcos 2, 28). Dios mismo había establecido el Shabat, y solo él podía juzgar sobre la forma de respetarlo. Al nombrarse Hijo del hombre, Jesús estaba revelando que es uno con el Padre e igual a él, incluso en su Encarnación. Jesús también estaba revelando algo de sí mismo: Él es el soberano del tiempo. Como Hijo eterno de Dios, Jesús es el Señor, no solo del sábado sino de todo el tiempo. Así


Recordemos nuestro pasado con los ojos de Dios

como el Padre crea y permite cada momento que sucede, así Jesús tiene autoridad sobre cada minuto, cada hora y cada día. Eso significa que Jesús también es el Señor de nuestro tiempo. Es el Señor de nuestro pasado; él ha caminado a nuestro lado cada día de nuestra vida, aun cuando no sabíamos que él estaba ahí. También es el Señor de nuestra vida hoy; él nos sostiene, y todo lo que es valioso para nosotros está seguro en sus manos. Y

es el Señor de nuestro futuro, así que no tenemos nada que temer. Toda nuestra vida, desde el principio hasta el final, es un don de Dios. Pero a menudo no tenemos la perspectiva que Dios desea que tengamos respecto del pasado, presente y futuro. Esto puede parecer difícil; después de todo, los caminos que recorremos son complicados y a menudo confusos. Pero con la gracia de Dios, podemos comenzar a ver la totalidad de nuestra vida de Junio/Julio 2021 | 5


la forma en que él la ve. Comencemos con el pasado. Recordemos el pasado. ¿Te gusta ver fotos antiguas? Quizá encuentras recuerdos de cuando eras un joven padre o una joven madre, con niños a tu lado que ahora han crecido y tienen ellos sus propios hijos. Tal vez encuentras a tu padre, a tu madre o a tu esposo o esposa que ya ha fallecido y sientes una punzada de tristeza. Podría resultarte gracioso ver la moda que usabas en aquella época. Ver fotos y videos antiguos ciertamente evoca un sinnúmero de emociones. Lo mismo sucede cuando repasamos nuestra vida. Podemos sentirnos agradecidos por los buenos tiempos, tristes por las pérdidas o arrepentidos por nuestros errores. Tal vez nos gustaría regresar en el tiempo para revivir una parte de nuestra vida. O podemos sentirnos nostálgicos y desear que las cosas fueran como eran antes. Pero, a pesar de lo que sintamos, el pasado es el pasado. No podemos vivir de nuevo, o deshacer, lo que ya sucedió. A veces, sin embargo, el pasado nos trae recuerdos dolorosos, y dejamos que esos eventos nos atormenten y nublen la forma en que pensamos respecto al presente y al futuro. Podríamos enfocarnos en pecados cometidos hace mucho tiempo, tal vez antes de que nos entregáramos 6 | La Palabra Entre Nosotros

al Señor. Quizá todavía nos sentimos culpables o avergonzados por esos pecados, aun cuando ya los hemos confesado. O tal vez vivimos con arrepentimiento, preguntándonos ¿qué hubiera pasado si yo hubiera dedicado más tiempo a estar en casa cuando mis hijos estaban pequeños? ¿Y si le hubiera dado más atención a mi cónyuge? Tal vez nos preguntamos por qué Dios permitió que nosotros o nuestros seres queridos sufriéramos, incluso dudamos de si el Señor estaba a nuestro lado en esos momentos. Dios quiere derramar su luz sobre el pasado que hemos vivido, para que podamos reconocer su presencia con nosotros en los tiempos buenos y en los malos. Dios puede hablarnos de nuestro pasado. ¿Cómo quiere Dios que entendamos el pasado? Si le presentamos nuestras alegrías y tristezas, los éxitos y los fracasos, él nos ayudará a ver el pasado a través de sus ojos. Imaginemos lo que nos diría: “Yo he estado contigo en cada momento de tu existencia. He caminado contigo aun cuando tú no podías ver que yo estaba ahí.” Desde que estabas en el vientre de tu madre, Dios te ha protegido. A través del cuidado que recibiste cuando eras niño, él te estaba amando. Cuando tus padres no eran capaces de amarte como debían, Dios te


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ios quiere derramar su luz sobre el pasado que hemos vivido, para que podamos reconocer su presencia con nosotros en los tiempos buenos y en los malos.

protegía y derramaba su gracia sobre ti. Él estaba presente en cada circunstancia, buena o mala, y estaba actuando constantemente. Dios te estaba acercando a su lado cuando fuiste bautizado, en la sencillez de la vida familiar y por medio de maestros o familiares llenos de fe. El Señor siempre estaba presente, regocijándose en tus momentos de bendición y llorando contigo cuando sufrías. Puede ser difícil reconciliar esta verdad con la realidad completa de nuestra vida. La razón por la cual tú o un ser querido tuvieron que soportar

una situación dolorosa podría seguir siendo un misterio. Pero la Escritura nos dice: “Si tienes que pasar por el agua, yo estaré contigo, … si tienes que pasar por el fuego, no te quemarás” (Isaías 43, 2). Dios te tenía cerca de su corazón, aun cuando tú sentías que estabas caminando a través del fuego. Y él estaba actuando, de alguna manera, para bendecirte por medio de esta situación, aun cuando tú no lo pudieras ver así. “Yo soy misericordioso. Yo envié a mi Hijo Jesús para mostrarte mi misericordia. Te he perdonado y olvidado tus pecados y errores del pasado.” Medita en la forma en que Jesús trató a personas como la samaritana (Juan 4, 4-42), a Mateo el cobrador de impuestos (Mateo 9, 9-13) y a Junio/Julio 2021 | 7


la mujer con el frasco de alabastro (Lucas 7, 36-50). Jesús sabía que ellos eran pecadores; sin embargo, se rehusó a aceptar que su pasado se convirtiera en un obstáculo entre ellos y él. El Señor los perdonó y con alegría los recibió para que lo siguieran. Recuerda las palabras que dirigió a los fariseos: “Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Marcos 2, 17). ¡Eso te incluye a ti! Por lo tanto, si tienes pecados del pasado que nunca has confesado, no dudes en correr hacia tu Señor, él está deseoso de perdonarte. Al igual que el padre de la parábola del hijo pródigo (Lucas 15, 11-32), Cristo anhela recibirte de nuevo en sus brazos a través de este hermoso sacramento. Dios quiere limpiar tu corazón de manera que veas tu pasado, no como para sentirte fracasado, sino como testimonio de su misericordia. Dios no solo perdona tus faltas, también se olvida de ellas: “No me acordaré más de tus pecados” (Isaías 43, 25). Si Dios no recuerda tus pecados, entonces tú tampoco deberías recordarlos. Jesús murió en la cruz para que tú no tengas que llevar la carga de la vergüenza por las maldades cometidas, que su Padre ni siquiera recuerda. Así que pídele la gracia de entregar todo pecado en sus amorosas manos. La gracia de Dios incluso se extiende a tus errores, aquellos que no son pecados, pero de los cuales te 8 | La Palabra Entre Nosotros

arrepientes. A veces es difícil aceptar esto porque tú eres un ser humano y, como todos los demás, cometes errores, algunos que ahora solo ves en retrospectiva. Probablemente en ese momento tú hiciste lo que pudiste. Recuerda que Dios redime tus errores y tus malas decisiones. Por su gracia, él incluso puede usarlos para tu bien. De alguna manera, “Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman” (Romanos 8, 28). “En tu pasado, te mostré mi bondad, fidelidad y poder. Recuerda estos tiempos y acuérdate de mis bendiciones para que te llenes de confianza y esperanza.” Puede resultar muy fácil enfocarse en los eventos negativos de nuestro pasado, y olvidarnos de las muchas bendiciones que Dios nos ha dado. Pero la Escritura nos pide, incluso nos ordena: “Recuerden sus obras grandes y maravillosas” (Salmo 105 (104), 5). Esto nos ayudará a ver cómo Dios ha actuado en nuestra vida, tanto en las tormentas como en los tiempos de bonanza. También nos ayudará a ser más agradecidos por todo lo que él ha hecho por nosotros. Si te resulta difícil recordar la bondad y la fidelidad de Dios, intenta hacer lo siguiente: escribe diez cosas que sucedieron en tu vida en las que viste las bendiciones de Dios o cuando tuviste la seguridad de que


s

i tienes pecados del pasado que nunca has confesado, no dudes en correr hacia tu Señor, él está deseoso de perdonarte. él estaba contigo. Sigue añadiendo a la lista otras situaciones que te vengan a la mente. Un ejercicio como este te ayudará a ver tu pasado a través de los ojos de Dios y aumentar tus expectativas de que continuarás viendo su obra en tu vida. Cara a cara con el Señor. Piensa que un día te encuentras cara a cara con Dios en el cielo. En un instante, él te muestra toda tu vida. Solamente que no se ve de la forma como tú la recordabas. En lugar de centrarse en tus pecados, Dios resalta todos los

momentos en que te sacrificaste por alguien, o acudiste a él en oración o arrepentimiento. El Señor ve que perdonaste un daño que te hicieron o consolaste a un amigo. Y él te dice: “Muy bien, eres un empleado bueno y fiel” (Mateo 25, 23). Tú no tienes que esperar hasta que llegues al cielo para ver tu pasado tal como Dios lo ve. Pídele al Señor que te conceda su gracia hoy. Pídele que te libre de cualquier culpa o arrepentimiento que todavía cargues de tu pasado. Pídele hoy que te dé un sentimiento de profunda gratitud por todas las ocasiones en que te ha cuidado y ha actuado a lo largo de tu vida. Y permite que su modo de ver imparta una nueva forma a tu presente y tu futuro. ¢ Junio/Julio 2021 | 9


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temas

l futuro parecía prometedor para los discípulos de Jesús. Pedro acababa de proclamar que Jesús era el Hijo de Dios y había recibido las llaves de su Reino. ¡Jesús acababa de prometer que incluso las puertas del infierno no podrían vencerlos (Mateo 16, 13-20)! Todo auguraba un porvenir muy atractivo. Sin embargo, inmediatamente después, Jesús comenzó a hablar sobre su próxima pasión y muerte. Ciertamente ese no era el futuro que ellos esperaban. 10 | La Palabra Entre Nosotros

¿Te imaginas cómo se sintieron los discípulos cuando Jesús les anunció el destino que le aguardaba? Probablemente, confundidos, impactados y muy enojados. ¿Cómo era posible que el Mesías fuera rechazado y crucificado? La sola idea horrorizó a Pedro. “¡Dios no lo quiera, Señor!”, dijo. “¡Esto no te puede pasar!” Pero Jesús lo reprendió diciendo: “Tú no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres” (Mateo 16, 22. 23).


Nuestro futuro le per tenece al Señor

Jesús sabía muy bien qué era lo que le esperaba. También sabía que para cumplir con la misión que le encomendó su Padre, tendría que sufrir, como lo habían escrito los profetas, y morir en la cruz. Pero al mismo tiempo confiaba en que su Padre lo resucitaría de entre los muertos. Jesús les estaba mostrando a sus discípulos algo de su futuro, algo que probablemente los dejó desconcertados y apesadumbrados. Así que los discípulos tuvieron que dejar de lado las ideas de

cómo debían ser la vida y el ministerio de Jesús y qué les depararía el futuro junto a él. Creían que el éxito aguardaba al Mesías y a ellos mismos como sus primeros seguidores; pero ahora tenían que tratar de aceptar el plan de Dios y confiar en Jesús mientras ese plan se llevaba a cabo. A veces el futuro también nos pesa a nosotros, pues no sabemos lo que nos espera; lo único de lo que tenemos certeza es de que algún día moriremos, pero no sabemos cómo ni cuándo. Deseamos que el futuro Junio/Julio 2021 | 11


nos traiga éxito a nosotros y a nuestra familia, pero ¿quién sabe cómo resultará todo? ¡Qué fácil es a veces sentirse inseguro al pensar en el futuro! Nos preocupamos por la salud o las finanzas y por nuestros seres queridos, especialmente nuestros hijos y nietos. A veces vivimos cada día a la espera de malas noticias, especialmente si estamos pasando por una situación difícil. Incluso podríamos temer por el futuro de la sociedad o de la Iglesia. Toda esta preocupación puede llevarnos a un constante estado de temor; a reaccionar en forma precipitada o a tomar decisiones importantes sin considerar primero cuál sería la voluntad de Dios en cada caso. ¡Dios no quiere que vivamos llenos de temor! Al principio de su ministerio, Jesús mismo nos dijo: “No se preocupen por el día de mañana, porque mañana habrá tiempo para preocuparse” (Mateo 6, 34). Entonces, ¿cómo podemos poner nuestro futuro en manos del Padre, tal como lo hizo Jesús? Abraham confiaba en Dios. Veamos el ejemplo de Abraham, nuestro padre en la fe, para que nos sirva de guía. Cuando Dios lo llamó, él vivía en su tierra ancestral de Ur, lo que hoy en día es Irak. Dios le dijo: “Deja tu tierra. . . para ir a la tierra que yo te voy a mostrar” (Génesis 12, 1). Era 12 | La Palabra Entre Nosotros

una orden importante, pero seguidamente Dios hizo una promesa aún más grande: “Por medio de ti bendeciré a todas las familias del mundo” (12, 3). Así que Abraham dejó su hogar y su familia. Él no conocía el futuro, ¡ni siquiera sabía a dónde iba! Sin embargo, confió en las promesas de Dios y permitió que Dios llevara adelante sus planes día tras día, en todo el camino hasta la tierra de Canaán. Más adelante, Dios prometió darle a Abraham tantos descendientes como las estrellas del cielo (Génesis 15, 5). Esta promesa debe haberle parecido imposible a Abraham y a su esposa Sara. Los dos ya eran muy mayores y nunca habían podido concebir un hijo. Pero la Escritura dice que “Abram creyó al Señor, y por eso el Señor lo aceptó como justo” (15, 6). Esa era otra promesa que les hacía a Abraham y Sara, para que confiaran en el Señor para su futuro. De hecho, pasaron muchos años antes de que Sara quedara embarazada de su hijo Isaac. En todo el tiempo que transcurrió antes, ellos tuvieron que poner su fe en las promesas de Dios con todas sus fuerzas. Aferrarse a las promesas de Dios. Cuando el futuro nos causa temor, es porque seguramente hemos dejado de confiar en las promesas de Dios. Desde luego, él no nos promete una vida libre de problemas; tampoco promete darnos todo lo que le pidamos.


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a sea que las sorpresas que nos llevamos sean agradables o dolorosas, la respuesta de Dios sigue siendo la misma: “Mi amor es todo lo que necesitas.”

Pero el Señor ha hecho algunas promesas que nos hacen ver lo profundo que fluye su amor por nosotros, y podemos aferrarnos a esas promesas. Dios promete estar siempre con nosotros. El mismo Dios que caminó junto a nosotros en el pasado promete seguir haciéndolo “todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 20). Incluso cuando el futuro se vislumbra temible o incierto, sabemos que Dios estará con nosotros porque él nos ha dado su Espíritu Santo para que sea nuestro consolador y guía (Juan 14, 19). El Señor nos promete: “Nunca te dejaré ni te abandonaré” (Hebreos 13, 5).

Dios nos promete la gracia que necesitamos para enfrentar cada situación. A veces el futuro se ve distinto a lo que esperábamos. Podríamos haber estado planeando una apacible vida de jubilación, y en su lugar estamos enfrentando una grave enfermedad. Justo cuando pensábamos que nuestra familia estaba completa, viene otro niño en camino. Podríamos ser sorprendidos por un traslado laboral a una ciudad nueva. Ya sea que las sorpresas que nos llevamos sean agradables o dolorosas, la respuesta de Dios sigue siendo la misma: “Mi amor es todo lo que necesitas” (2 Corintios 12, 9). Podemos contar con que Dios nos concederá la ayuda que necesitamos para enfrentar cada nuevo día, sin importar lo que venga. Junio/Julio 2021 | 13


Dios nos promete la vida eterna en el cielo. Las promesas que Dios nos ha hecho no son solamente para esta vida, porque nuestro futuro no se limita al tiempo que pasemos en la tierra. Dios nos ama tanto que desea que estemos con él para siempre. El Señor promete que todos los que crean en Jesús pueden tener vida eterna (Juan 3, 16). Nuestro Salvador nos está preparando un lugar en el cielo (Juan 14, 2). La vida eterna junto al Señor y los ángeles y los santos es nuestro futuro final; es la meta de nuestra vida. Hacer planes junto con Dios. Sabemos que los planes de Dios son “para su bienestar y no para su mal” (Jeremías 29, 11). Pero cuando se trata del futuro, a veces seguimos adelante sin tratar primero de entender cuáles son sus planes para nosotros. Eso fue lo que Sara y Abraham hicieron. Conforme los años pasaron y ellos no podían tener un hijo, deben haberse preguntado por qué Dios no les estaba dando los descendientes que les había prometido. Al igual que sucede con muchos de nosotros, deben haberse preocupado por el futuro de su familia. Así que decidieron hacerse cargo del asunto por sí mismos. En vez de esperar a que el Señor cumpliera su promesa, Sara le dio a Abraham su esclava Agar para que él pudiera tener un hijo con ella. 14 | La Palabra Entre Nosotros

¿Cuál fue el resultado de no confiarle su familia al Señor? Rivalidad y discordia. Después de que Agar quedó embarazada comenzó a mirar a Sara con desprecio, y a su vez, Sara la maltrató hasta el punto en que Agar huyó (Génesis 16). Pasaron muchos años para que Dios desatara los nudos que la duda y la desconfianza fueron atando. Imagina lo pacífica que habría sido su vida si ellos se hubieran mantenido firmes en las promesas de Dios. La carta de Santiago habla directamente sobre nuestra tendencia a hacer planes sin buscar primero la guía de Dios. En vista de que realmente no tenemos idea de lo que nos deparará el futuro, deberíamos estar dispuestos a dejar de pensar en que nuestra manera es la única válida y decir: “Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello” (4, 15). Y cuando es difícil discernir la voluntad de Dios, deberíamos tomar las mejores decisiones que podamos y confiar nuestros planes al Señor. Con seguridad él nos bendecirá. No tengan miedo a la muerte. Además de confiar en que Dios tiene nuestro futuro terrenal en sus manos, también podemos confiarle nuestro futuro celestial. Pensar en la muerte puede hacernos sentir incómodos o temerosos.


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a vida eterna junto al Señor y los ángeles y los santos es nuestro futuro final; es la meta de nuestra vida. “Yo no estoy preparado para encontrarme con el Señor”, podríamos pensar. Pero, realmente, ninguno de nosotros lo está. Entonces, ¿cuál es la perspectiva que deberíamos tener sobre la muerte? Gracias a Jesús, podemos tener confianza en lugar de temor. Recuerda la promesa de Jesús a sus discípulos: “No se angustien ustedes… En la casa de mi Padre hay muchos lugares donde vivir; si no fuera así, yo no les hubiera dicho que voy a prepararles un lugar” (Juan 14, 1-2). Si

estamos haciendo nuestro mejor esfuerzo por vivir para el Señor, y creemos en lo que Jesús mismo hizo por nosotros en el Calvario, estaremos preparados para encontrarnos con él cuando llegue el momento. Al meditar en el futuro en este mundo y en el próximo, podemos estar seguros de que Dios está cuidando de nosotros todo el tiempo. Como dice el salmista: “Yo, Señor, confío en ti… Mi vida está en tus manos” (31 (30), 15-16). Dios es nuestro Padre fiel, y siempre lo es. Así que ve y entrégale tu propia persona y tu futuro en sus manos amorosas y dignas de confianza. ¢ Junio/Julio 2021 | 15


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día la gracia Dios DE

DE

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ecuerdas la parábola que narró Jesús sobre el rico necio? Su tierra produjo una cosecha abundante, así que comenzó a hacer planes para almacenar más y más grano: Derribaría sus viejos graneros y construiría 16 | La Palabra Entre Nosotros

unos más grandes. Se imaginó una vida cómoda y relajada. Pero para ese hombre, el mañana nunca llegó; murió esa misma noche (Lucas 12, 16-21). Jesús contó esta parábola para advertir en contra de la avaricia. Pero


Vivir hoy para el Señor

también nos muestra lo que sucede cuando vivimos solo pensando en el mañana y no en el presente. Nos perdemos las oportunidades de amar y atender a otros y de profundizar nuestra relación con el Señor. Esto no quiere decir que no debamos

planear y ahorrar para el futuro, sino que enfocarnos demasiado en eso puede provocar que nos perdamos lo mucho que Dios quiere darnos hoy. El hombre de la parábola creía que una vez que su grano estuviera almacenado de forma segura, él podría Junio/Julio 2021 | 17


“descansar, comer, beber y gozar de la vida” (Lucas 12, 19). La ironía es que ese hombre estaba proyectando un futuro lleno de felicidad y alegría cuando, de hecho, Dios quería que él, al igual que nosotros, viviera el presente con alegría y paz. ¿Por qué? En primer lugar, simplemente porque Dios nos ama, y se deleita en nosotros; somos la niña de sus ojos (Salmo 17 (16), 8). El Señor está cerca de nosotros, incluso cuando no somos conscientes de ello. Siempre estamos en su corazón: “Pero, ¿acaso una madre olvida o deja de amar a su propio hijo? Pues aunque ella lo olvide, yo no te olvidaré” (Isaías 49, 15-16). Al igual que un buen padre, Dios quiere que conozcamos su amor y vivamos para él cada día que nos concede. Recordar su amor y su cercanía puede darnos alegría y paz hoy, sin importar lo que estemos enfrentando. Dios actúa en el presente. Existe otra razón para vivir cada día alegremente. Dios nos ha concedido el presente como un regalo. Solamente en el momento presente tenemos la oportunidad de experimentar su misericordia y su gracia, y compartirlas con los demás. Podemos mirar al pasado y ver lo fiel que Dios ha sido con nosotros. También podemos confiar en que él estará a nuestro lado en el futuro. Pero es solamente ahora, en este preciso momento, que podemos 18 | La Palabra Entre Nosotros

recibir su gracia. Al igual que el maná en el desierto, no podemos almacenarla. La gracia del presente está disponible para nosotros ahora, y solamente ahora. La vida diaria puede parecernos una rutina muy predecible; pero en medio de nuestras obligaciones y responsabilidades, podemos estar conscientes de la presencia de Dios. En el siglo XVIII, el sacerdote jesuita francés, Jean-Pierre de Caussade escribió un libro que se titula El abandono en la Divina Providencia, que se ha convertido en un clásico espiritual. Allí dice lo siguiente respecto del presente: “No hay momento alguno en que Dios no se presente bajo la apariencia de alguna pena, obligación o deber. Todo lo que sucede en nosotros, alrededor de nosotros o a través de nosotros, envuelve y encubre su acción divina invisible.” Por lo tanto, ¡procuremos no perdernos un solo momento de la gracia y la presencia de Dios! Si escuchas hoy su voz. Además de estar a nuestro lado en cada momento del día, Dios también quiere hablarnos y continuar formándonos a su imagen y semejanza. Esa es la razón por la cual la oración diaria es tan importante. No queremos perdernos lo que Dios desea decirnos hoy. El Señor podría querer recordarnos su misericordia y su perdón, enseñarnos a entender un problema que


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s solamente ahora, en este preciso momento, que podemos recibir su gracia. La gracia del presente está disponible para nosotros ahora, y solamente ahora. estamos enfrentando o inspirarnos para ayudar a algún amigo o familiar. Dios podría querer prepararnos en secreto para algo inesperado que solamente él sabe que sucederá más tarde en el día. Dios nos habla no solamente en nuestro tiempo diario de oración, sino también durante los eventos que suceden en el día. En cada momento, podemos estar atentos a su voz. El Señor puede querer guiarnos o inspirarnos a rezar por alguien, ofrecer una palabra de ánimo o cambiar nuestros planes. Recuerda: ¡El Espíritu Santo habita en nuestro corazón! Si estamos más en sintonía

con su voz, viviremos cada día según la voluntad de Dios y haremos aquello que él nos pida en ese momento. El presente también nos da la oportunidad de librarnos de nuestros pecados. El Espíritu Santo puede mostrarnos las faltas cometidas para que nos volvamos al Señor y seamos perdonados. Como escribió San Pablo a los corintios: “En el momento oportuno te escuché; en el día de la salvación te ayudé” (2 Corintios 6, 2). Así que no queremos que el día termine sin hacernos un examen de conciencia y sin pedirle al Señor su perdón por cualquier pecado grande o pequeño. Cada día él nos da otra oportunidad para recibir su misericordia y su gracia. Junio/Julio 2021 | 19


Edifiquemos hoy el Reino de Dios. Hoy tú tienes la oportunidad de ayudar a construir el Reino de Dios en la tierra. No puedes vivir el mañana en este momento, y el pasado ya no existe, pero el presente está lleno de promesas y esperanza. A menudo es en las decisiones pequeñas, que parecen insignificantes y que tomamos diariamente, que determinamos lo que sucederá. Pero incluso en las acciones más pequeñas podemos generar un efecto dominó de gracia que llega a muchas personas. Por ejemplo, hoy podrías pedirle a Dios la gracia de resistir la tentación de contar un chisme o sentir envidia. Podrías buscar oportunidades para compartir tu fe, tal vez preguntándole a un amigo si está dispuesto a que reces por él, o incluso con él por un momento. Dios quiere que aprovechemos “al máximo cada momento oportuno” (Colosenses 4, 5). Dios desea que seamos instrumentos de su amor y misericordia hoy en día. ¡Es posible que mañana no se presenten las mismas oportunidades! El presente también es el momento que Dios te ha dado para servir a su pueblo. De nuevo, no tienes que hacer algo grandioso. Cuando vas al supermercado o cocinas la cena, cuando ayudas a tus hijos a hacer las tareas de la escuela, cuando te ofreces a ayudar a un compañero de trabajo o a un vecino, estás sirviendo y ayudando a edificar el Reino de Dios. Es 20 | La Palabra Entre Nosotros

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ada mañana cuando abrimos los ojos, podemos decir que sí a Dios. “Este es el día en que el Señor ha actuado: ¡estemos hoy contentos y felices!” interesante que en la última noche en que Jesús vivió en la Tierra, lavó los pies de sus discípulos (Juan 13, 1-4). ¡Qué bendecidos seríamos si nos dedicáramos a servir a nuestros hermanos cada día que Dios nos concede! Finalmente, todos los días se nos presenta un sinnúmero de oportunidades para realizar simples actos de bondad que también edifican el Reino de Dios. Tal vez el cajero atribulado necesita una sonrisa o una palabra de afirmación. Quizá puedes dejar que un carro que va por la carretera te adelante o hacer esa donación


que has estado retrasando. O podrías escuchar con atención, en lugar de ignorarlo, cuando alguien te cuenta sobre cómo ha estado su vida. “No se olviden ustedes de hacer el bien y de compartir con otros lo que tienen,” nos dice la Escritura. ¿Por qué? Porque “estos son los sacrificios que agradan a Dios” (Hebreos 13, 16). El don del presente. Cada día que Dios nos da para vivir en esta tierra es un regalo sin importar tu edad o estado de salud. Cada día, incluso hoy mismo, nos invita a decidir: “¿Permanecerás cerca de mí hoy? ¿Me servirás a mí y a mi pueblo? ¿Aprovecharás cada oportunidad que voy a concederte hoy?”

Cada mañana cuando abrimos los ojos, podemos decir que sí a Dios. “Este es el día en que el Señor ha actuado: ¡estemos hoy contentos y felices!” (Salmo 118 (117), 24). Nunca sabemos cómo será el día, pero cuando llegue la noche, podemos darle gracias a Dios por el día que tuvimos. Algunos de tus días estarán llenos de alegría; otros tendrán dificultades. La mayoría tendrá ambas cosas. Pero en cada uno de los días, Dios quiere darnos todo lo que necesitamos para amarlo y servirlo. Así que incluso en esos días difíciles, confía en él. Confía en que él tiene la gracia que necesitas en el momento preciso, porque él está a tu lado, justo allí, justo ahora; hoy. ¢ Junio/Julio 2021 | 21


om C pa ri rt sto id o

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or am l E 22 | La Palabra Entre Nosotros


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El corazón de un discípulo misionero

vangelización. Esta sola palabra puede hacernos sentir incómodos y aprensivos. Los cristianos sabemos que debemos compartir las buenas noticias de Cristo con los demás; pero a veces pensamos que ese es un deber de otras personas: misioneros, religiosos, ministros laicos. Después de todo, ellos saben más que nosotros acerca de la fe y tienen una formación adecuada. ¡Yo no sabría ni por dónde empezar! Pero no es tan difícil como se cree. En esta edición, Juan y Teresa Boucher, autores del libro Sharing the Faith that You Love (Comparte la fe que amas, publicado por The Word Among Us Press, 2014), describen cuatro pasos sencillos que cualquier creyente puede seguir para compartir su fe: orar, interesarse por otros, compartir la fe en las conversaciones y atreverse a invitar a otros a participar en una dinámica comunidad de fe. Estos autores y maestros han participado en apostolados de evangelización durante muchos años. Esperamos que su sabiduría, demostrada en el tiempo y aquí adaptada de su libro, les ayude a ustedes, queridos lectores, a tener un mayor deseo de compartir su fe y una mayor confianza en su capacidad de hacerlo. La invitación que Dios les hace a compartir su fe puede manifestarse, para algunos, en una creciente preocupación por sus hijos o sobrinos adultos que no van a Misa. Tal vez Junio/Julio 2021 | 23


Dios les está hablando al ver la escasa participación de fieles que hay en las liturgias dominicales en su parroquia o al escuchar la noticia de que más parroquias están cerrando sus puertas. O tal vez les han impresionado las encuestas que indican que el número de católicos que practican activamente su fe sigue disminuyendo. Tus propias experiencias y observaciones, así como las estadísticas, son unas pocas maneras en que Dios te puede estar llamando a buscar un medio nuevo para compartir la fe que tú amas. Pero ¿cómo puedes empezar a hacerlo cuando es algo que te parece extraño o abrumador? ¿Cómo se puede emprender lo que la Iglesia llama “la Nueva Evangelización” y llegar a ser lo que el Papa Francisco llama “discípulos misioneros”? Aquí hay una definición que puede ser útil: “Evangelización no significa solamente enseñar una doctrina sino anunciar a Jesucristo con palabras y acciones, o sea, hacerse instrumento de su presencia y actuación en el mundo.” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal sobre algunos aspectos de la evangelización). Así que vamos a explorar lo que significa ser “instrumentos de la presencia de Cristo” para que logremos aprender cómo compartir mejor nuestra fe. Una llamada bautismal. Por medio del Bautismo, tú has sido llamado a 24 | La Palabra Entre Nosotros

reconocer y aceptar a Jesús como el camino, la verdad y la vida. Y por medio del Espíritu Santo, a quien recibiste en el Bautismo, has sido fortalecido para vivir en la práctica este llamamiento de una manera sencilla pero dinámica. ¡El agua viva de la pila bautismal no está ahí para estancarse, no! El Bautismo es una realidad continua que te infunde fuerzas para reconocer y confesar a Cristo en el mundo cotidiano donde tú actúas, especialmente de una manera que pueda atraer a otras personas hacia él. Tal vez te preguntes: “¿Cómo puedo yo llevar a alguien a Dios o a la Iglesia? ¡No soy un evangelizador experto!” Pero no es necesario serlo; solo se necesita haber experimentado el amor de Jesús. El Papa Francisco, en su exhortación apostólica La alegría del Evangelio, escribió: “En todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar” (119). El hecho es que probablemente tú ya estés dando testimonio de tu fe por la forma en que cuidas a quienes tienes a tu cargo en la vida cotidiana. Situaciones como estas pueden convertirse en oportunidades perfectas para ayudar a otros a experimentar a Jesús de nuevas maneras. En palabras del Papa Francisco, “Hoy la Iglesia quiere vivir una profunda renovación misionera, una forma de predicación que nos compete a


Tras ser bautizado, el Espíritu Santo lo llevó a compartir la buena nueva del amor de Dios con todos. todos como tarea cotidiana. Se trata Hijo amado, a quien he elegido. de llevar el Evangelio a las personas (Lucas 3, 21-22) que cada uno trata, tanto a los más cercanos como a los desconocidos” Luego, el Espíritu Santo lo llevó a (La alegría del Evangelio, 127). compartir la buena nueva del amor de Dios con todos. ¿Se imaginan la Movido por el Espíritu. Cuando Jesús sorpresa de la gente cuando oyeron lo fue bautizado en el río Jordán, se que Jesús dijo en la sinagoga de Nazasumergió no solo en el agua, sino ret, donde había crecido? Su fe y celo en las profundidades del amor de su apostólico eran evidentes cuando les Padre. Así experimentó el poder del dijo que la profecía de Isaías se estaba Espíritu Santo, que inundó su alma cumpliendo allí mismo en su Persona y lo condujo a todo el mundo: delante de ellos. San Lucas comenta: “Todos hablaban bien de Jesús y estaSucedió que cuando Juan los ban admirados de las cosas tan bellas estaba bautizando a todos, que decía” (Lucas 4, 22). Por medio de los sacramentos de también Jesús fue bautizado; y mientras oraba, el cielo se iniciación —Bautismo, Confirmaabrió y el Espíritu Santo bajó ción y Eucaristía— nosotros también sobre él en forma visible, como hemos sido dotados de la fuerza del una paloma, y se oyó una voz Espíritu Santo y enviados a continuar del cielo, que decía: Tú eres mi la misión evangelizadora de Cristo. Se Junio/Julio 2021 | 25


nos invita a llevar las buenas noticias se ha vivido, habiéndolo experimende Jesús a nuestras familias, hogares, tado como bueno, positivo y bello” vecindarios, comunidades, parroquias (Lineamenta, 12). y lugares de trabajo. Así como Jesús prometió a los apóstoles que habría un nuevo PenEl Papa San Pablo VI, en su histó- tecostés (Hechos 1, 8), también te rica exhortación apostólica Evangelii promete a ti una nueva efusión de Nuntiandi (Sobre la evangelización su Espíritu Santo, que es la fuente en el mundo moderno) de 1975, nos de fervor, compasión y de todos los animó como personas y como parro- dones que necesitas para evangelizar. quias a decidirnos conscientemente Al igual que los discípulos y apóspor la evangelización: “Evangelizar toles de la Iglesia primitiva, Dios te constituye, en efecto, la dicha y voca- concederá tantos “pentecosteses” o ción propia de la Iglesia, su identidad efusiones del Espíritu como necesimás profunda. Ella existe para evan- tes para compartir las buenas noticias gelizar” (14). de Jesús en tu vida diaria. El don del fervor apostólico o Dotados por el Espíritu. Dios quiere ardor espiritual es apenas uno de los llenarte de un fuego interior y de una muchos dones y carismas diferentes nueva audacia para evangelizar; pero que crecen en ti conforme te vayas esto se hace realidad solo en el con- entregando más completamente al texto de la alegría de encontrarse con Espíritu Santo y pidas la gracia del él y conocer el magnífico amor de su discipulado misionero. Considerando Espíritu. Como escribió el Papa Fran- que el Espíritu Santo es el principal cisco: “Todo cristiano es misionero agente de la evangelización, el desafío en la medida en que se ha encon- que tienes ahora es recibirlo como una trado con el amor de Dios en Cristo Persona divina que te ama y quiere Jesús” (La alegría del Evangelio, 120). ser tu maestro. O, como lo expresó el documento En este sentido, pídele al Espíde preparación para el Sínodo de los ritu Santo que te llene de amor y de Obispos de 2012 sobre la Nueva Evan- fortaleza para cumplir la misión de gelización: “No se puede transmitir Cristo. Pídele que te conceda todos el Evangelio sin saber lo que significa los dones espirituales que necesitas ‘estar’ con Jesús, vivir en el Espíritu de para compartir con otros la buena Jesús la experiencia del Padre; así tam- nueva. Como señaló San Juan Pablo bién, paralelamente, la experiencia de II, a todos nos “hace falta reavivar en ‘estar’ con Jesús impulsa al anuncio, a nosotros el impulso de los orígenes, la proclamación, al compartir lo que dejándonos impregnar por el ardor 26 | La Palabra Entre Nosotros


Lo último que escuchamos al final de la Misa dominical es: “Vayan y anuncien el Evangelio del Señor.” de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: ‘¡ay de mí si no predicara el Evangelio!’” (Novo Millenio Ineunte, 40). Con el celo del Espíritu. Jesús fue enviado al mundo por Dios Padre con el poder del Espíritu Santo. El Evangelio según San Juan relata que Jesús “se hizo carne y vivió entre nosotros” (Juan 1, 14). Cristo vino como misionero (termino en latín que significa “el enviado”) y lo hizo saltando a través del tiempo, el espacio, los idiomas y los grupos de diversas edades y culturas para revelar el amor incondicional de Dios por nosotros. Su misión dio a luz a la Iglesia. Y así también nos envía a nosotros, sus discípulos, con un llamamiento no menor que el de un misionero que deja a su familia y viaja por todo

el mundo por el bien del Evangelio. Aunque solo salgas de la puerta de tu casa, cuando lo hagas estarás siendo enviado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es por esta razón que lo último que escuchamos al final de la Misa dominical es: “Vayan y anuncien el Evangelio del Señor”. Entonces, desde aquí ¿a dónde vamos? En los próximos artículos, expondremos más específicamente cuatro maneras sencillas de llevar las buenas noticias de Jesús a las personas con quienes nos encontramos día tras día. Orando por ellos, haciéndoles ver que nos preocupamos por ellos, compartiendo nuestra fe en las conversaciones e invitándolos a nuestras comunidades de fe, podemos ser parte de la Nueva Evangelización que nuestro mundo necesita con tanta urgencia. ¢ Junio/Julio 2021 | 27


Chateau de Cadillac (Cadillac Castle) in Cadillac, France, K.D. Leperi / Alamy Stock Photo

Mujeres en las carceles

A quien Dios ha perdonado . . .

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La visión del beato Jean-Joseph Lataste para mujeres encarceladas

Por Ann Bottenhorn

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oco después de cumplir treinta y dos años, el sacerdote dominico Jean-Joseph Lataste tuvo la oportunidad de compartir el mensaje de la misericordia de Dios con un grupo de mujeres encarceladas. Su breve retiro fue el inicio de un dinámico ministerio para mujeres que sufrían grandes lesiones emocionales. El Padre Lataste murió menos de cinco años después, a la edad de treinta y seis años, pero el origen de la historia de las dominicas de Betania ofrece al mundo un signo conmovedor de las profundidades de la misericordia de Dios y de su poder para sanar plenamente a sus hijos. Mujeres sin esperanza. Jean-Joseph Lataste nació con el nombre de Acide-Vital Lataste el 5 de septiembre de 1832, en Cadillac, Francia. A unos cuarenta kilómetros del río Garonne, al otro lado del puerto de Burdeos, unas cuatrocientas mujeres cumplían sentencias en la prisión de Cadillac. El penal se encontraba en un castillo que se veía formidable por fuera y que alguna vez fue opulento, pero que para ese momento era lúgubre, húmedo y casi desprovisto de muebles, apenas los necesarios para subsistir. La vida de las prisioneras de Cadillac era miserable debido al frío, la desnutrición y la falta de higiene. La disciplina era severa; el temor y la desesperación despedían un hedor Junio/Julio 2021 | 29


persistente. Pasaban largas horas haciendo trabajos forzados en completo silencio y solamente recibían dos escasas comidas al día. La sociedad francesa consideraba que estas mujeres —condenadas por infanticidio, prostitución y robo— eran un virus contagioso, y el encarcelamiento era la forma de contener la infección. En prisión, ya fuera por diez, veinte años o de por vida, se les recordaba continuamente la maldad que habían cometido. Muchas se desesperaban y cometían suicidio.

—en lugar de ser condenatorias o de reproche— les recordaron a las reclusas que ellas eran bienvenidas, incluso deseadas, en la familia de Dios. “Mis queridas hermanas,” comenzó diciendo, dirigiéndose a mujeres que estaban acostumbradas al regaño y el desprecio, “he venido a ustedes… Y extendiendo mis manos, les digo: mis buenas, mis desafortunadas hermanas, mis queridas hermanas.” Estas sencillas pero amables palabras “tuvieron el efecto de la explosión de una bomba”, según un biógrafo. Un número grande de El apóstol de las prisioneras. En sep- mujeres, profundamente conmovitiembre de 1864, el Padre Lataste fue das, comenzó a formar fila para la enviado a la prisión a dirigir un retiro Confesión. de cuatro días. Habían dado permiso para que hubiera adoración perpe- “¡Nunca pierdan la esperanza!” tua del Santísimo Sacramento en la Durante años, Dios le había estado capilla de la prisión, y él iba a pre- dando al Padre Lataste una visión parar a las mujeres encarceladas con profunda de la redención que era tal fin. Como la mayoría de los habi- posible para los pecadores. Poco tantes del lugar, el presbítero había después de entrar en el noviciado escuchado los relatos espeluznan- dominico, se había lesionado en un tes que se contaban de las mujeres, dedo. Complicaciones inesperadas que eran casi todas víctimas de los lo habían confinado a largos tiem“prejuicios de la gente” y de un “ins- pos en la enfermería. Durante uno tintivo desprecio”, como lo describió de estos periodos, el sacerdote tuvo él, por parte de la población. Fue el privilegio de besar una reliquia “con una punzada de dolor y el pen- de Santa María Magdalena, presersamiento de que probablemente era vada y difundida como recuerdo de inútil,” como él dijo, que el Reve- la misericordia infinita de Dios. [La rendo Lataste llegó a la puerta de la piedad popular a menudo cometía el cárcel para dirigir el retiro. error de confundir como la misma Sin embargo, las palabras ini- persona a María Magdalena con la ciales que pronunció el sacerdote “mujer de mala vida” del capítulo 30 | La Palabra Entre Nosotros


La transformación interior, que nadie creía que fuera posible para estas “incorregibles” mujeres, estaba llevándose a cabo ante los ojos de todos. 7 del Evangelio de San Lucas, que ungió los pies de Jesús.] El gesto resultó en una experiencia espiritual para el sacerdote: Al besarla [la reliquia]… pensé: …los grandes pecadores, hombres y mujeres, llevan en sus adentros los inicios de grandes santos; ¿quién sabe si algún día en eso es en lo que se convertirán? Luego de esa experiencia, el Padre Lataste comenzó a sentirse fuertemente atraído por las “almas perdidas” que él consideraba que eran “almas hermosas y nobles” que aún no habían reconocido la voz de Dios que las llamaba. En los años

siguientes, rezó y estudió sobre la misericordia. Comenzó predicando que todas nuestras ofensas, “aunque sean graves, ¡nunca alcanzarán la proporción del amor y la misericordia infinita de Dios!” “Nunca pierdas la esperanza en [esa] misericordia”, decía. El Espíritu Santo lo había preparado bien, así que, durante ese retiro en el otoño de 1864, el Reverendo Lataste compartió lo que Dios le había mostrado sobre el pecado y el arrepentimiento, la misericordia y el perdón. Mientras pronunciaba su mensaje, las mujeres sollozaban, lloraban y se arrepentían en silencio. En un confesionario improvisado, narraron Junio/Julio 2021 | 31


sus historias de engaño y traición, abuso, maltrato y abandono. El perdón de corazón hacia sus abusadores comenzó a salir de los labios de ellas que hasta ese momento solamente habían proferido odio y maldiciones. La transformación interior, que nadie creía que fuera posible para estas “incorregibles” mujeres, estaba llevándose a cabo ante los ojos de todos. “Ustedes están en el camino correcto”, les decía a las mujeres, “continúen en él. Cualquiera que haya sido su pasado, no se vean más como prisioneras, sino como almas dedicadas a Dios.” Un proyecto escandaloso. Si el sacerdote había llegado al retiro con bajas expectativas, terminó tan cambiado como muchas de las prisioneras. Arrodillado junto con ellas delante del Santísimo Sacramento, le preocupaba quién las ayudaría a mantenerse cerca de Dios después de que fueran liberadas. Fue en ese momento que nació una nueva idea. Se decidió a formar un nuevo tipo de comunidad de mujeres, que estuviera abierta tanto para las exprisioneras como para cualquier otra mujer que deseara unirse. Aquella era una idea impensable y escandalosa. Estigmatizadas por el pueblo de Francia, las mujeres seguían siendo vistas como degeneradas de por vida al momento de su liberación. Sin embargo, el padre 32 | La Palabra Entre Nosotros

Lastaste entendió, de repente, que Dios miraba a estas mujeres arrepentidas como almas hermosas. “¡Eran culpables, sí, es cierto!” decía, “pero Dios no nos pregunta qué éramos; él se conmueve solamente por aquello en lo que nos hemos convertido.” Prisioneras que habían sido perdonadas en el Sacramento de la Reconciliación, que ahora podían recibir la Comunión, ¿cómo era posible que se les prohibiera participar del nuevo proyecto? “He visto maravillas.” En 1865, el sacerdote dio un segundo retiro en la prisión. Normalmente, las prisioneras asistían de dos en dos para intercambiar lugares durante la Adoración perpetua del Santísimo. Sin embargo, en la última noche, el Padre Lataste quedó impresionado al verlas venir por cientos. Haciéndose eco del clamor de Santa Catalina de Siena cuando esta tuvo una visión del cielo, el presbítero escribió: “Necesito gritar junto con [Catalina], ‘¡he visto maravillas!’ … vi esta prisión, objeto de pesar y temor… ¡transformada esta noche en un lugar de delicias, en un lugar de gloria y felicidad!” Las conversiones que ocurrieron en 1864 no fueron temporales. El Reverendo Lataste pensó que había visto el paraíso. Reunir a mujeres que nunca habían puesto un pie en la prisión junto con exprisioneras arrepentidas en “una sola familia”


El Padre Lataste vivió ayudando a que las mujeres vulnerables vivieran aquello que él recibió del corazón de Dios: Que el que es perdonado por Dios es completamente perdonado.

sería un signo para el mundo del Pero el Padre Lataste permaneció perdón total y la restauración que paciente, declarando: “Esta es la obra Dios concede a través de la comu- de Dios… él es quien la está llevando nión con la divinidad. a cabo.” Mientras esperaba, publicó un boletín dirigido a la obtención del Un sueño imposible. Siguieron meses apoyo público para el proyecto, el y años de predicación. La idea fue cual llamó “Casa Betania”, un lugar apreciada, pero ni la orden de los donde Jesús iría a descansar. dominicos ni el arzobispo local estaLa reacción a la propuesta fue ban dispuestos o preparados para pronta pero hostil. Los habitantes autorizar el trabajo ni recaudar fon- locales argumentaban que las expridos para ello. El mismo sacerdote sioneras mancillarían la “atmósfera albergaba algo de preocupación de meditación” de la iglesia. Los de que pocas reclusas realmente padres temían que sus hijos asisquisieran unirse a la obra que él tieran a escuelas donde hubiera maestras que fueran mujeres de visualizaba. Junio/Julio 2021 | 33


Betania. Un sacerdote dominico sugirió que la mala reputación de las penitentes podría obstaculizar la santidad de otras mujeres, y decía que la Casa Betania era el “sueño imposible del Padre Jean-Joseph.” Pero este permaneció firmemente convencido de que el proyecto estaba en manos de Dios. Lentamente, Casa Betania comenzó a recibir los permisos necesarios para seguir adelante. Para su estatuto, el padre fundador decidió imitar el estilo de vida de la Tercera Orden de los dominicos de claustro. Además, las mujeres de Betania serían una orden religiosa de hermanas contemplativas a quienes se les permitiría servir como maestras, voluntarias de la prisión y trabajadoras en otros apostolados. “El Señor se hará cargo de todo.” El 22 de julio de 1868, las primeras dos “hermanitas” del Padre Lataste recibieron el hábito dominico. Aproximadamente al mismo tiempo, él comenzó a sufrir de una enfermedad que acabaría con su vida. Cuando se le preguntó qué sucedería con su trabajo, respondió: “Es la obra de Dios; el Señor se hará cargo de todo.” El Padre Jean-Joseph Lataste murió el 10 de marzo de 1869. En sus últimas palabras a sus hermanas, les aseguró que él le pediría a Dios que enviara a su Espíritu Santo para que Betania continuara creciendo. 34 | La Palabra Entre Nosotros

En este lado del cielo, el Padre Raymundo Boulanger, otro dominico que apoyaba la obra, terminó de escribir el estatuto de las Hermanas Dominicas de Betania. Ciento cincuenta años más tarde, Betania continúa siendo un pequeño movimiento ubicado en Francia y los Países Bajos. En los Estados Unidos, hay dos comunidades inspiradas por la obra del Padre Lataste que se han formado en Massachusetts y Maine. El proceso de la beatificación del padre Jean-Joseph Lataste comenzó en 1937, y el 27 de junio de 2011, el Papa Benedicto XVI lo aprobó, permitiendo que se le contara entre los reconocidos como beatos. Verdaderamente libre. El Reverendo Lataste no era un gran teólogo ni orador; pero vivió ayudando a que las mujeres vulnerables y victimadas vivieran aquello que él recibió del corazón de Dios: Que el que es perdonado por Dios es completamente perdonado. El que es liberado por el Hijo es verdaderamente libre (ver Juan 8, 36). Libre para crecer y desarrollar una relación con Dios; libre para crecer en santidad, incluso en los sombríos confines de un lugar como la prisión de Cadillac. Libre para ser miembro pleno y amado sin reservas de la familia de Dios. ¢

Ann Bottenhorn vive en Florida y es colaboradora frecuente de la revista.


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de junio, martes San Justino, mártir Marcos 12, 13-17 En su libro clásico Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, el escritor Dale Carnegie ofrece el siguiente consejo para construir relaciones: “Interésate genuinamente en los demás.” Pareciera que los fariseos y los partidarios de Herodes habían tomado muy en serio este consejo. Le hablaron a Jesús con mucho respeto, y parecían muy interesados en su opinión sobre el pago de impuestos. Pero su adulación no era honesta. Jesús sabía que estaban tratando de tenderle una trampa, deseosos de que él cayera en ella. Podrían haber parecido amistosos, pero era solo una actuación. ¡No cometas el mismo error! Dios te pide que seas sincero, honesto y abierto en tus relaciones, especialmente con las personas que se te hacen más difíciles. Muéstrales toda la caridad y el respeto que puedas, pero nunca seas falso. Si necesitas hablar sobre un problema con alguien, procura hacerlo con humildad y amor. Descubrirás que tus esfuerzos te darán libertad para amar todavía más, y también le ayudará al otro a respetarte aún más. De cualquier modo, siempre habrá algunas personas que te llevarán al límite. Ese es el punto donde la oración

realmente hace la diferencia. En lugar de quejarte y chismear, como lo habrían hecho los opositores de Jesús, preséntale tu frustración al Señor. Recuerda cómo él amaba a todos, incluso a sus enemigos. Recuerda que él alimentó a miles de personas —amigos y enemigos por igual— con solo unos pocos panes y un par de peces. Recuerda, especialmente, que él perdonó a quienes lo crucificaron. ¡Con seguridad él puede ayudarte en tus relaciones difíciles! ¿Alguien te genera mucha tensión? Intenta interceder por esa persona todos los días durante una semana, y mira qué sucede. Pídele a Jesús que te ayude a ver a esa persona a través de sus ojos de amor y misericordia. Puedes descubrir que tu corazón se ablanda y encontrar las palabras justas para decir la próxima vez que se encuentren. O puedes encontrar la sabiduría y el autocontrol para refrenar tu lengua. Independientemente de lo que experimentes, pídele a Dios que bendiga a esta persona y que llene tu corazón con su paz. “Amado Jesús, enséñame a ser paciente y misericordioso, así como tú lo eres.” ³³

Tobías 2, 9-14 Salmo 112 (111), 1-2. 7-8. 9

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de junio, miércoles Santos Marcelino y Pedro, mártires Tobías 3, 1-11. 16-17 El Dios de la gloria escuchó las súplicas de Sara y de Tobit. (Tobías 3, 16) Algunas circunstancias pueden llevarnos al límite. Todo está saliendo muy bien hasta que de repente nos afecta una enfermedad grave o sufrimos un accidente, y entonces la vida se vuelve una carga. Podemos empezar a cuestionarnos si Dios realmente se preocupa por nosotros, o incluso podemos preguntarnos qué hemos hecho para provocar que él nos castigue. En estas situaciones, incluso el mejor de nosotros puede perder la perspectiva, y podemos enojarnos con Dios y clamar: “¿Qué estás tratando de hacerme?” Tobit y su nuera Sara ciertamente eran excelentes personas. Ambos amaban al Señor con todo su corazón, y sin embargo ambos sufrieron terriblemente. Tobit se quedó ciego durante cuatro años, y Sara perdió siete esposos, uno tras otro, debido a un ataque demoníaco. No solo eso, los dos fueron incomprendidos y ridiculizados por miembros de sus propios hogares. ¡Tenían suficientes y buenas razones para autocompadecerse si querían! Sin embargo, ni Tobit ni Sara culparon a Dios de sus problemas. Los dos comenzaron sus plegarias alabándolo

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y bendiciéndolo, dándole gracias por su justicia. Su corazón no tenía amargura, y buscaron ser liberados de este mundo solamente porque deseaban fuertemente estar con el Señor. Estaban más interesados en hacer la voluntad de Dios que en su propia curación, sin embargo, ¡fueron sanados de cualquier manera! El relato de Tobit y Sara puede ayudarnos cuando nos enfrentamos a nuestras propias desdichas. Cuando los problemas y las dificultades surgen en nuestro camino, nuestra respuesta es la que hace la diferencia. Al igual que estos dos héroes del Antiguo Testamento, debemos volvernos a Dios para pedir su ayuda y su gracia. Al igual que ellos, nuestro primer paso debería ser alabar al Señor, simplemente dándole gracias por ser quien es y por lo que ya ha hecho en nuestra vida. Luego podemos pedirle humildemente su ayuda, sabiendo que sea lo que sea que él nos dé nos acerca cada vez más a su lado. Cada día, podemos entregarle nuestras preocupaciones al Señor, confiados en que él cuidará de nosotros (1 Pedro 5, 7). “Padre, te entrego mis cargas, sabiendo que tú tienes un plan perfecto para mi vida.” ³³

Salmo 25 (24), 2-9 Marcos 12, 18-27


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de junio, jueves Santos Carlos Lwanga y compañeros, mártires Marcos 12, 28-34 Escucha Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. (Marcos 12, 29-30) Cada mañana, la primera cosa que un judío hacía en el antiguo Israel era recitar esta oración llamada el Shemá. Esta es la misma oración que estaba escrita en un pequeño pergamino y que se colocaba en los marcos de las puertas para tocarlos cada vez que pasaban a través de ellas (Deuteronomio 6, 9). Así que no sorprende a nadie que Jesús utilizara esta plegaria para responder a la pregunta del escriba sobre el mandamiento más importante. Esta hermosa plegaria proclamaba que Israel solamente tenía un Dios, y que él era Dios sobre toda la creación. No era simplemente otro dios como los ídolos de las naciones vecinas; él era y es omnipotente, amoroso, poderoso y fiel. Este es el Dios que creó el universo y todo lo que hay en él. Este es el mismo Dios que hizo una alianza con el pueblo de Israel por amor a ellos. La historia ha demostrado que el Señor siempre ha sido fiel, incluso cuando Israel no lo fue. Por todas estas razones, Dios era digno de su obediencia y amor.

Quizá no estemos tan familiarizados con el Shemá como lo estaba el escriba, pero Jesús dejó claro que esta oración es igual de importante para nosotros hoy en día, pues ella nos recuerda cuál es el centro de nuestra fe: Quién es Dios —el Señor de todo— y cómo debemos relacionarnos con él, y por lo tanto, lo correcto es que procuremos amarlo con todo nuestro ser. En este día, querido hermano, intenta hacer algo diferente. Antes de iniciar tus tareas diarias en la mañana, y de nuevo en la noche, antes de acostarte, reza el Shemá. Al hacer esta oración, recuerda que tú solamente tienes un Dios. Piensa en su grandeza y en la misericordia que él te ha mostrado, y reconócelo como el Señor. Luego, en tus propias palabras, dile que tú quieres amarlo y servirlo con todo tu corazón, alma, mente y fuerzas. Haz lo mismo al comenzar tu día mañana, y el día siguiente y el que sigue. Permite que esta consagración se convierta en un hábito diario. Con el tiempo, empezarás a sentirte más cerca del Señor durante el día. “Señor, tú eres mi único Dios; quiero amarte y servirte con todo mi ser.” ³³

Tobías 6, 10-11; 7, 1. 9-17; 8, 4-9 Salmo 128 (127), 1-2. 3. 4-5

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de junio, viernes Marcos 12, 35-37 Si el mismo David lo llama ‘Señor’, ¿cómo puede ser hijo suyo? (Marcos 12, 37) ¿Te gustan las pruebas de ingenio y los acertijos? Ya sabes, como ese que dice así: Si la única hermana del único hermano de tu madre tiene un hijo, ¿cuál es la relación de ese hijo contigo? (Respuesta: Ese hijo eres tú). La idea de estas adivinanzas es hacerte pensar con originalidad, al igual que la pregunta que hizo Jesús en el Evangelio de hoy: ¿Cómo puede ser él el hijo de David si David mismo lo llama Señor? Si fueras uno de los escribas, podrías responder parte del acertijo. Los escribas enseñaban que el Mesías sería verdaderamente el hijo de David, es decir “descendiente” de David. Pero eso no explica cómo Jesús también podía ser el Señor de David. A menos que tú te atrevieras a pensar distinto y entendieras que Jesús es más que un hombre, él es Dios encarnado. Al hacer esta pregunta, Jesús estaba tratando de que la multitud y los escribas vieran que el Mesías era más de lo que ellos esperaban; no era un rey terrenal. El Señor no vino a liberar a Israel de la opresión romana. Vino a liberar a todos de la esclavitud del pecado. Jesús era el cumplimiento de todas las Escrituras, no solo de aquellas 38 | La Palabra Entre Nosotros

que hablaban de la futura libertad y prosperidad de Israel. ¿Cuáles son tus expectativas sobre Jesús? ¿De qué manera tratas de limitarlo? Tal vez piensas que es un Dios misericordioso pero que lleva un registro cuidadoso de todos tus pecados. Quizá quieres tener una relación más cercana con él, pero no puedes evitar verlo como alguien distante o inaccesible. O crees que Jesús puede sanar a las personas, pero no crees que alguna vez te sanaría a ti o a alguno de tus seres queridos. A Dios no se le puede guardar en una caja, ¡y esas son buenas noticias! En este día, dedica un tiempo a pedirle que te muestre de qué forma le estás poniendo límites. El Señor quiere que lo conozcas en una forma que va más allá de tus nociones preconcebidas sobre él. ¡Solamente cuando logres dejar de lado tus propias ideas sobre el Señor es que él podrá mostrarte lo grande, amoroso, misericordioso y maravilloso que realmente es! “Señor Jesús, quiero conocerte más profundamente, te ruego que me reveles más de tu amor.” ³³

Tobías 11, 5-17 Salmo 146 (145), 2abc. 7. 8-9a. 9bc-10


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de junio, sábado San Bonifacio, obispo y mártir Marcos 12, 38-44 Esta, en su pobreza ha echado todo lo que tenía. (Marcos 12, 44) Parece insensato que esta anciana echara sus últimas monedas en las alcancías del templo. Siendo una viuda, probablemente no tenía una fuente de ingresos; posiblemente necesitaría este dinero para comprar su cena. No sabemos con exactitud qué la motivó a hacer esto, pero una cosa sí sabemos: Ella confiaba en Dios, y en que aun cuando diera tanto, Dios proveería para ella. De muchas maneras, la confianza es la base de la generosidad. Cuando damos algo a alguien, tenemos que confiar en que Dios proveerá para nuestra necesidad. Si hacemos una donación a nuestra parroquia, tenemos que confiar en que todavía tenemos suficiente para pagar nuestras cuentas y ahorrar para el futuro. Si nos quedamos hasta tarde hablando con un amigo que está sufriendo, tenemos que confiar en que Dios nos ayudará durante el día siguiente aunque hayamos dormido menos. Si nos ofrecemos como voluntarios para trabajar los sábados en el refugio para los indigentes, tenemos que confiar en que sí tendremos tiempo para realizar todos nuestros mandados y quehaceres antes de que volvamos al trabajo el lunes.

La verdad es que, entre más practicamos la generosidad, más crece nuestra confianza en Dios. A menudo debemos dar un salto de fe para creer que realmente tendremos suficiente dinero, tiempo o energía para darlos a otras personas. Pero cuando tomamos la decisión de ser generosos, estamos confiando en Dios. Le estamos dando a él la oportunidad de mostrarnos cuánto cuida de nosotros. Ya sea que él supla nuestra necesidad o nos dé la gracia para vivir sin eso que nos falta. En cualquier caso, seremos bendecidos. Jesús elogió a esta pobre viuda, y nos elogia a nosotros cuando estiramos nuestra mano para ayudar y apoyar a la gente que tiene una necesidad. El Señor sabe que eso nos ayudará a parecernos más a él aun cuando eso beneficia a las personas a las que estamos sirviendo. Así que la próxima vez que tengas la oportunidad de dar generosamente, piensa en ello como un acto de confianza en Dios. Luego busca las formas en las que Dios cuida de ti. Recuerda, ¡tú no puedes superar a Dios en generosidad! “Señor Jesús, te ruego que me ayudes a ser cada vez más generoso, así como tú lo eres conmigo.” ³³

Tobías 12, 1. 5-15. 20 (Salmo) Tobías 13, 2. 6-8

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MEDITACIONES JUNIO 6-12

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de junio, domingo El Cuerpo y la Sangre de Cristo (Corpus Christi) Marcos 14, 12-16. 22-26 Esto es mi cuerpo. (Marcos 14, 22) Un conocido refrán dice: Somos lo que comemos. Pero, ¿qué sucede cuando tomamos este dicho y lo aplicamos a nuestra vida espiritual así como a nuestra vida física? Algo maravilloso: Cuando comemos el Cuerpo de Cristo, nos convertimos en el cuerpo de Cristo. Nos unimos con él y con los demás. A continuación se describen algunos efectos de esta maravillosa verdad: El Cuerpo de Cristo nos da paz. En la Última Cena, Jesús hizo esta promesa: “Les dejo la paz. Les doy mi paz” y, “No se angustien ni tengan miedo” (Juan 14, 27). Poco tiempo después, Jesús personificó esa paz al ser arrestado, juzgado, torturado y crucificado. Por lo tanto, su Cuerpo y su Sangre pueden llenarnos de paz sin importar lo que estemos enfrentando. La Eucaristía profundiza nuestra relación con Jesús. En la Última Cena, Jesús dijo: “Los llamo mis amigos” y

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“el amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos” (Juan 15, 15. 13). En la Eucaristía, Jesús nos recuerda que él entregó su vida por nosotros porque nos ama. La Eucaristía nos ayuda a verlo más claramente. ¿No es eso lo que sucedió cuando Jesús partió el pan con los dos discípulos en el camino a Emaús (Lucas 24, 30)? ¿O cuando multiplicó los panes para la multitud (Juan 6, 14)? Cada vez que recibimos la Eucaristía, nos acercamos un poco más al Señor. La Eucaristía no solo abre nuestros ojos a Jesús, también abre nuestros ojos hacia las demás personas. Jesús nos dijo que cuando le damos al que pasa hambre, al sediento, al que no tiene un techo y a cualquier otra persona que tiene una necesidad, lo estamos haciendo con él mismo (Mateo 25, 35-40). Lo estamos encontrando a él en el pobre, así como nos encontramos con él en la Eucaristía. Hoy, que celebramos la fiesta de Corpus Christi, toma un momento para reflexionar en todas las bendiciones que Jesús te da cada vez que comes su cuerpo y bebes su sangre. “Amado Jesús, todo lo que puedo decir es: ¡Gracias!” ³³

Éxodo 24, 3-8 Salmo 116 (115), 12-13. 15-18 Hebreos 9, 11-15


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de junio, lunes 2 Corintios 1, 1-7 Bendito sea Dios, Padre de… misericordia y… que siempre consuela. (2 Corintios 1, 3) ¿Has observado el sufrimiento de un niño pequeño que se cae y se raspa la rodilla? Las lágrimas brotan casi inmediatamente, junto con los lamentos de temor y dolor. A veces el niño se queda encorvado sobre la herida, inmóvil, hasta que su mamá o su papá se lo llevan. Sin embargo, cuando el niño siente ese abrazo consolador, las lágrimas generalmente desaparecen. A pesar de que la rodilla raspada todavía duele y sangra, saber que es amado y abrazado hace que el dolor sea más fácil de tolerar. El día de hoy, concentrémonos en el momento precioso entre el dolor de la rodilla raspada y el descanso en los brazos consoladores. Un estudio realizado en Gran Bretaña concluyó que los ciudadanos generalmente sufren más de nueve mil seiscientas dolencias en el curso de setenta y ocho años de vida. Y eso no incluye el sufrimiento emocional o espiritual. Ahora, no existe una indicación de que los británicos sean más propensos a las enfermedades que cualquier otro grupo de personas. Así que es seguro deducir que la enfermedad y el dolor son una parte natural de la

vida humana. La pregunta que surge es, entonces, ¿cómo enfrentamos el sufrimiento cuando aparece en nuestra vida? Desde luego, nuestro sufrimiento a menudo es mucho peor que una rodilla raspada. A veces nos doblega, nos deja sin aliento y suplicando por liberación. Es en esos momentos en que necesitamos refugiarnos en los brazos de nuestro Padre y permitirle que nos consuele. Esto no siempre es sencillo. Por alguna razón, las dificultades tienden a provocar que nos centremos en nosotros mismos en lugar de buscar ayuda. Pero es fundamental que seamos lo suficientemente humildes para permitir que nuestro Padre celestial nos ayude a levantarnos y nos acerque a su caluroso abrazo. La respuesta al salmo de hoy nos ofrece una lección similar: “Gustad y ved qué bueno es el Señor” (Salmo 34 (33), 6). ¿Gustad? ¡Qué difícil es gozarse en medio de la angustia! Pero este es nuestro desafío: ¡Mira al Señor! Permite que él te cargue y te consuele. Si lo haces, realmente encontrarás alegría en saber que sus brazos te levantan y consuelan tu alma. “Padre, ¡gracias por prometer que tú me consolarás y que estarás siempre conmigo!” ³³

Salmo 34 (33), 2-9 Mateo 5, 1-12

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de junio, martes Mateo 5, 13-16 Ustedes son la sal de la tierra. (Mateo 5, 13) Todos sabemos que la sal nos produce sed. Así que cuando Jesús dijo que sus discípulos eran la sal de la tierra, entendemos que los estaba llamando a provocar sed en otras personas. Pero, ¿sabías que te está diciendo a ti lo mismo? Jesús desea que todos tengan sed de él y de la promesa de su Reino, y eso incluye a aquellos que te rodean. El Señor quiere que compartas la buena noticia de su amor de una forma que los atraiga y les provoque sed de su presencia. Muchas personas no tienen sed de Dios porque piensan en la fe como eventos más históricos del pasado. Pero si alguien necesitara agua, tú no lo enviarías al lecho de un río seco. ¡Más bien lo enviarías a un arroyo caudoloso y lleno de vida! De manera que cuando tu vida es un testimonio de que Jesús no vino a establecer un montón de reglas sino a cambiar el corazón y a fortalecernos para tener una nueva vida, las personas empiezan a sentir sed por lo que tú tienes. Por ejemplo, una forma de hacerlo es hablar sobre la capacidad de Jesús para sanar o su gracia para perdonar, y además compartir relatos de tu vida a modo de ilustración. A veces, el solo hecho de recordarle a un amigo

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que Dios está actuando en su vida en ese justo momento es ser sal para él. Animarlo a que le pida dirección a Jesús también es ser sal de la tierra. Al igual que lo es prometerle que vas a rezar por sus necesidades y recordar hacerlo todos los días. En otras palabras, ¡tú no tienes que ser un santo para lograr que alguien tenga sed de Dios! Recuerda siempre, tú no eres la fuente de agua viva para los demás; tú solamente debes mostrarles dónde encontrarla. Piensa por un momento en la gente que está a tu alrededor. ¿Conoces a alguien que tenga sed del Señor pero que aún no sea consciente de ello? Seguramente que sí. Piensa también, ¿hay alguien que podría responder positivamente a una invitación a beber del agua viva que Cristo nos ofrece? Reza por esa persona, pero, sobre todo, asegúrate de pedirle al Espíritu Santo que te ayude a convertirte en la sal que producirá sed y lo guiará al manantial de vida: Jesús. “Señor, te ruego que me concedas la gracia de ser sal y así provocar la sed por ti en aquellos que me rodean.” ³³

2 Corintios 1, 18-22 Salmo 119 (118), 129. 130. 131. 132. 133. 135


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de junio, miércoles San Efrén, diácono y doctor de la Iglesia Mateo 5, 17-19 No he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. (Mateo 5, 17) A veces pensamos que Jesús vino a la tierra con un gran borrador, y que luego cuando nos redimió, simplemente borró todos los mandamientos del Antiguo Testamento. Pero solo porque le habló con dureza a los fariseos, no debemos pensar que tuvo esa misma actitud hacia la ley que ellos defendían tan rígidamente. De hecho, Jesús nos dice que él no solo vino para defender la ley sino que, ¡la mínima trasgresión puede convertirnos en los “últimos” de su reino! Es importante recordar que Jesús no dijo estas palabras para condenarnos sino para salvarnos. Después de todo, él vino a traernos vida abundante, pero sabe que para que experimentemos esa vida plenamente, debemos cumplir sus mandamientos. Al igual que un padre que está tratando de mantenernos alejados de los problemas, él nos advierte que estemos vigilantes del pecado, porque sabe que caer en la tentación nos hará cualquier cosa menos felices. El Señor sabe que persistir en el pecado realmente no nos hace libres de la ley.; por el contrario, ¡solamente nos esclaviza a la oscuridad!

¡Qué afortunados somos de que Jesús no haya hecho estas advertencias! El Señor está con nosotros todos los días, deseoso de ayudarnos a rechazar el pecado cada vez que surge. Jesús está con nosotros para alentar a nuestra conciencia de manera que el pecado no encuentre dónde alojarse; él siempre está ahí todas las tardes para mostrarnos cómo pudimos desviarnos de su verdad y cómo podemos vivir mejor mañana. Y cuando ponemos nuestros errores a la luz en el Sacramento de la Reconciliación, él está ahí para levantarnos, limpiarnos y derramar su gracia transformadora. No, Jesús no vino a abolir la ley, no vino a decirnos que hiciéramos lo que creamos que es correcto. Los Diez Mandamientos todavía siguen vigentes para nosotros. Lo mismo que el mandamiento de amar a Dios y al prójimo con todo nuestro corazón. Lo que ahora es diferente es que tenemos a Jesús, Aquel que le ha dado plenitud a la ley, a nuestro lado y en nuestro corazón. Que nunca olvidemos el tesoro que él es, ¡y el poder que nos ofrece! “Señor Jesús, ¡gracias por dar plenitud a la ley! Gracias, también, por llenarme de tu gracia y tu poder. Señor, ¡quiero ser como tú!” ³³

2 Corintios 3, 4-11 Salmo 99 (98), 5-9

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de junio, jueves Mateo 5, 20-26 Si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos… (Mateo 5, 20) Infomerciales, sitios web de autoayuda, libros y consignas de psicología popular: Parece que por todo lado eres motivado a no pensar muy profundamente sobre la vida y sus dificultades. Simplemente encuentra una respuesta rápida, y estarás feliz. Pero la visión fácil de la vida no parece funcionar cuando se trata de vivir nuestro llamado al discipulado, ¿no es cierto? Aunque lo intentemos, no podemos simplemente reducir el plan eterno de salvación de Dios a tres simples pasos. Si fuera tan sencillo, entonces la justicia de los escribas y los fariseos habría sido más que suficiente. Después de todo, ellos eran muy rigurosos. Entonces, por un lado, tenemos el llamado a una vida de virtud, pero por el otro, necesitamos ser cuidadosos de no pensar en ella en términos de la cantidad de cosas que hacemos, como si fuera dar cinco pasos en lugar de tres. Es mejor pensar en ella en términos de la clase de cosas que hacemos. Por ejemplo, inmediatamente después de decirnos que nuestra justicia debe ser mayor que la de los escribas y fariseos, Jesús nos dice que no nos enojemos unos con otros. El Señor quiere que

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seamos rápidos para perdonar y gentiles al hablar. Así que parece que la justicia de la que Jesús está hablando no es un asunto de hacer más; se trata de amar más. Implica dar generosamente, perdonar rápidamente y hablar compasivamente. Sin embargo este es un mensaje desafiante. Jesús nos está pidiendo no hacer menos que ponernos por encima de nuestros defectos y debilidades humanas y amar a otras personas de la misma forma en que él nos ama a nosotros. Por supuesto, él nos ofrece su gracia, pero sigue dependiendo de nosotros elegir este camino de justicia. ¿Has tratado de perdonar a alguien y no has podido? ¿O estás albergando enojo y resentimiento contra una persona? Pídele a Jesús que te ayude a acercarte más a su nivel de santidad. Pídele que te muestre su amor para que puedas amar a tus hermanos en Cristo, e incluso a tus enemigos, cada vez más. No sucederá de la noche a la mañana, pero sucederá si sigues pidiéndoselo. Jesús se encargará de ello. “Amado Jesús, quiero ser misericordioso, así como tú eres misericordioso.” ³³

2 Corintios 3, 15—4, 1. 3-6 Salmo 85 (84), 9ab. 10. 11-12. 13-14


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de junio, viernes Sagrado Corazón de Jesús Oseas 11, 1. 3-4. 8-9 “¿Para dónde te diriges ahora? Probablemente a alguna iglesia, donde contemplarás las imágenes y te considerarás muy piadoso. Y realmente lo que siempre se ha esperado de ti es una casa decente para todas estas pobres criaturas.” Cuando el padre Juan Eudes escuchó estas palabras, se sintió herido en lo más profundo de su corazón. Por años, él había estado promoviendo la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Había dedicado todo su sacerdocio a ayudar a las personas de la Francia del siglo XVII a comprender la forma tan tierna en que Dios los amaba. Y sin embargo ahí se encontraba ese amigo llamándolo hipócrita. En realidad, el padre Juan ya estaba trabajando para remediar la situación. Las “pobres criaturas” de las que hablaba su amigo eran las mujeres que él y sus colaboradores habían rescatado de la prostitución. Sin una fuente de ingresos o alguien que las ayudara, estas pobres mujeres vendían su cuerpo para poder alimentar a sus hijos. El padre Juan había conseguido un hogar temporal para ellas de forma que pudieran estar a salvo de los hombres que las asediaban. Pero esto no era suficiente. Estas mujeres seguían siendo vulnerables.

Necesitaban un hogar permanente y la oportunidad de ganarse un salario decente, algo que el padre Juan claramente podía hacer que sucediera. Motivado por las palabras de su amigo, inmediatamente comenzó el proceso de fundar una orden religiosa de hermanas que cuidarían de estas mujeres. Pareciera que el amigo del padre Juan estaba siendo demasiado duro. ¿No había hecho suficiente? ¿No había nadie que pudiera continuar la obra donde él la había dejado? Quizá, pero el padre Juan Eudes sabía que “solo lo suficiente” nunca sería suficiente, no si él quería ser como Jesús. En eso consiste la fiesta que celebramos hoy. Jesús dio cada gota de su sangre para rescatarnos del pecado. Su sagrado corazón estaba, y todavía está, conmovido por el amor que nos tiene (Oseas 11, 8). El Señor haría lo que fuera por nosotros, y lo hizo. En este día, pregúntate a ti mismo: ¿Creo que Jesús me ama total, profunda y completamente? Luego medita en cómo puedes amar a alguien “lo suficiente” en los días que vienen. “Oh Sagrado Corazón de Jesús, fuente de toda bendición, te adoro, te amo y te doy mi vida.” ³³

(Salmo) Isaías 12, 2-3. 4. 5-6 Efesios 3, 8-12. 14-19 Juan 19, 31-37

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de junio, sábado Corazón Inmaculado de la Bienaventurada Virgen María Lucas 2, 41-51 Jesús se quedó… haciéndoles preguntas. (Lucas 2, 43. 46) ¿Sabías que Jesús hizo más de trescientas preguntas en los evangelios? En cambio, solo respondió directamente algunas cuantas. Eso es debido a que sus preguntas a menudo eran la respuesta. Guiaban a las personas a dar una respuesta libre al amor de Dios. En lugar de dar respuestas sencillas y directas, motivaba a la gente a buscar en su corazón, examinar sus actitudes y profundizar sus relación con Dios y los demás. Jesús incluso cuestionó a su madre, María, cuando ella y José lo encontraron en el templo después de tres días de búsqueda: “¿No sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?” (Lucas 2, 49). Superficialmente, podría parecer como si Jesús estuviera siendo en cierta medida irrespetuoso con ella y con José. ¿Cuántos de nosotros daríamos una reprimenda a nuestros hijos si nos trataran de esa forma? Pero María respondió distinto. Primero, al igual que los doctores en el templo, se quedó “admirada” por la pregunta de Jesús (Lucas 2, 47. 48). Pero fue más allá de su sorpresa inicial y asumió

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una actitud más de oración: ella “conservaba en su corazón todas aquellas cosas” (2, 50). Esta es probablemente una de las ilustraciones más claras del inmaculado corazón de María. Ella confiaba en que Jesús tuvo las mejores intenciones al quedarse en el templo. No guardó rencor contra él por haberlos hecho pasar a ella y a José por esa angustiante búsqueda. Tampoco actuó a la defensiva o asumió que Jesús le estaba faltando el respeto con su pregunta, ni sintió la necesidad de poner a Jesús en su lugar. María se limitó a presentar sus preocupaciones a Dios en oración y a pedirle que le ayudara a entender. Al igual que María, es posible que no entiendas todo lo que Dios parece decir o hacer en tu vida. Pero si meditas y rezas, el Espíritu Santo te ayudará. Es más, puedes pedirle a María que interceda por ti. Ella es el modelo perfecto de alguien que aceptó las palabras de Jesús con un corazón puro y confiado, y te puede ayudar a ti a hacer lo mismo. “Santa María, ruega por mí para que mi corazón sea tan puro como el tuyo.” ³³

2 Corintios 5, 14-21 Salmo 103 (102), 1-2. 3-4. 9-10. 11-12


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MEDITACIONES JUNIO 13-19

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de junio, XI Domingo del Tiempo Ordinario Marcos 4, 26-34 Y no les hablaba sino en parábolas. (Marcos 4, 34) ¿Sabías que tú eres una persona singular? El hecho de que dediques tu tiempo para leer estas palabras, y, posiblemente, para leer las lecturas de la Misa de hoy, te convierte en alguien, inusual. Después de todo, no muchas personas apartan tiempo para rezar. Pero tu excentricidad no termina ahí. ¿Asistes a Misa los domingos? ¡Qué extraño! Podrías quedarte durmiendo, como hacen muchas otras personas. O si haces el esfuerzo de levantarte temprano podría ser para ir a pescar, o hacer muchas otras cosas. Hay restaurantes que visitar y películas y series de televisión para ver. Pero no, tú vas y te reúnes con otras personas excéntricas, igual que tú, para entonar himnos a Dios y comer su Cuerpo y recibir su Sangre. Y todo esto solo se pone peor. ¿Perdonas a otros desde lo profundo de tu corazón, o al menos intentas hacerlo? ¿Procuras ver a Dios en las personas

que te rodean? ¿Qué tal entrar a una pequeña cabina y confesarle tus pecados a un hombre? ¿Quién hace estas cosas? Desde luego, realmente tú no eres extraño. Tú solo estás haciendo las cosas para las que Dios te creó: amarlo y amar a tu prójimo. Pero para muchas personas, eres un misterio. Y así es como Jesús quiere que sea. San Marcos nos dice que Jesús mismo hablaba en acertijos y parábolas a las personas que estaban a su alrededor, ¡incluso desconcertaba a sus propios discípulos! Esta era parte de su estrategia: provocar a sus oyentes a pensar más profundamente en Dios y en su propia vida. Quería despertar en ellos el hambre de Dios para que se acercaran a él y le pidieran más. Luego, cuando estuvieran preparados, él podría abrir su corazón al “secreto de su reino” (Marcos 4, 11). ¡Así que sigue siendo singular! Ama, perdona, reza y da. Luego, cuando alguien te pregunte por qué eres así, dile simplemente que estás tratando de ser como Jesús. ¿Quién sabe? Podrías ganar a esa persona para el Reino. “Señor Jesús, te ruego que me ayudes a reflejar tu amor todos los días.” ³³

Ezequiel 17, 22-24 Salmo 92 (91) 2-3. 13-16 2 Corintios 5, 6-10

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de junio, lunes Mateo 5, 38-42 No hagan resistencia al hombre malo. (Mateo 5, 39) ¿Está diciendo Jesús que no podemos defendernos de alguien que está tratando de hacernos daño? ¡No, por supuesto que no es eso lo que está diciendo! Jesús está hablando sobre la tentación a tomar represalias, a devolver mal por mal voluntariamente. Es una mentalidad que, lamentablemente, todavía vemos en acción hoy en día. Un familiar hace un comentario hiriente, y la parte ofendida toma represalias respondiendo con un mensaje de texto o un correo electrónico grosero. En mayor escala, un acto de violencia que una nación comete contra otra puede escalar rápidamente y convertirse en una guerra. Ciertamente buscar venganza resulta tentador, sin embargo Jesús nos llama a dejar ir ese deseo así como el enojo que generalmente lo provoca. ¿Por qué? Porque él sabe que el mal jamás puede conquistar al mal. También sabe que devolver golpe por golpe no va a sanar nuestras heridas. Jesús no solo nos dijo que no ofreciéramos resistencia al que es malo; sino que también nos lo demostró a lo largo de su vida. A pesar de que tenía todo el derecho de responder a las falsas acusaciones y condenación, no atacó 48 | La Palabra Entre Nosotros

a las personas que lo perseguían y trataban de matarlo. Sabemos que pagar con ojo por ojo es propio de la naturaleza humana. Esta es la razón por la cual necesitamos la ayuda de Jesús para resistir la tentación de tomar venganza. Solamente si caminamos cerca del Señor y recordamos su ejemplo seremos capaces de tomar el camino correcto: soportar, poner la otra mejilla y perdonar. La próxima vez que te sientas tentado a tomar represalias con un comentario brusco, pídele al Señor que te dé la fuerza para guardar silencio. Cuando un compañero de trabajo te hable con un tono grosero, procura perdonar y no guardar resentimientos. Si tienes un conflicto o herida en tu vida desde hace mucho tiempo, reza para discernir si esto es enojo o un deseo de venganza que se anidó en tu corazón. ¿Ya perdonaste a la persona que te hizo daño? Tomar el camino correcto no es sencillo, y generalmente no sucede automáticamente, pero con la ayuda del Señor Jesús, verdaderamente podemos conquistar el mal con el bien. “Amado Jesús, te pido que me ayudes a renunciar a cualquier deseo de venganza.” ³³

2 Corintios 6, 1-10 Salmo 98 (97), 1. 2-3ab. 3cd-4


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de junio, martes Mateo 5, 43-48 Sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto. (Mateo 5, 48) Ser perfecto significa no tener ningún defecto, cumplir los máximos estándares de excelencia y satisfacer todos los requisitos. A esto muchos de nosotros podríamos decir: ¿En serio, Señor? ¡Estoy luchando por mantener mi vida en orden! ¿Ahora tú quieres que sea perfecto? Eso es imposible. Pareciera que la perfección es tan difícil de alcanzar pues o somos perfectos o no lo somos. Pero como lo han señalado los estudiosos de la Biblia, la palabra griega que se traduce como “perfecto” en Mateo 5, 48 tiene un significado más dinámico. Se refiere a algo en lo que siempre estás creciendo, un proceso de convertirse en una persona completa y plena. Desde esta perspectiva, podemos imaginar a Jesús diciendo: “¡No te detengas! Sigue trabajando, y haciendo tu mejor esfuerzo, para convertirte en la persona que yo quiero que seas. ¡No te conformes con algo inferior a la santidad que proviene de la plenitud!” Puede parecer irónico, pero es verdad: entre más te conviertas en esa persona única que Dios quiere que seas, más te parecerás a Jesús, Aquel que es perfecto. Te preguntarás, ¿cómo puedes hacer para crecer en esta perfección? Los

programas de autoayuda no producen el cambio apropiado, tampoco lo producirá la acumulación de actos de autonegación y de ejercicios espirituales por sí solos. Más bien surge al trabajar utilizando tus talentos y dones de una forma que glorifique al Señor y ayude a la gente que te rodea. Viene cuando te concentras en uno o dos obstáculos en tu vida y le pides a Jesús la gracia para poder resolverlos: un resentimiento albergado por mucho tiempo, un hábito que no es sano o una manera distorsionada de pensar sobre la vida. Hoy, pregúntale a Jesús cómo quiere él que tú crezcas en la perfección que ha reservado para ti. Permite que la luz de su amor brille en tu corazón y que te muestre la persona que deberías ser y la que eres en este momento. Luego piensa en una o dos cosas que puedes hacer para cerrar la brecha entre estas dos visiones. San John Henry Newman una vez dijo: “Vivir es cambiar y, ser perfecto es cambiar a menudo.” ¡Que al procurar escuchar y seguir al Señor Jesús, puedas cambiar, día tras día! “Señor Jesús, aunque a veces parece increíble, ¡confío en que me estás guiando a la plenitud y la santidad!” ³³

2 Corintios 8, 1-9 Salmo 146 (145), 2. 5-7. 8-9a

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de junio, miércoles 2 Corintios 9, 6-11 Serán ustedes ricos en todo para ser generosos en todo. (2 Corintios 9, 11) ¿Alguna vez te han pedido que hagas una contribución a una buena causa en un momento en que estabas preocupado por pagar la próxima cuenta? Cuando San Pablo decidió hacer una colecta para la comunidad cristiana de Jerusalén, algunos de los creyentes en Corinto probablemente se encontraron en un dilema similar. Se deben haber preguntado por qué debían dar dinero a otras personas que se encontraban a kilómetros de distancia cuando no tenían suficiente para sí mismos. “Serán ustedes ricos en todo para ser generosos en todo”, les dijo Pablo (2 Corintios 9, 11). En otras palabras, Dios los ha bendecido a ustedes abundantemente para que así ustedes puedan bendecir a otras personas. Pablo no estaba hablando solamente de bendiciones materiales, también hablaba de las espirituales. Es parecido a lo que le dijo a la iglesia en Éfeso: “Dios nos ha bendecido en los cielos con toda clase de bendiciones espirituales” (Efesios 1, 3). Dios fue tan generoso que envió a su único Hijo para que se hiciera uno como nosotros y muriera por nosotros, para que así conociéramos su amor y misericordia. Es esta comprensión de nuestra “riqueza” en 50 | La Palabra Entre Nosotros

Cristo la que puede ayudarnos a ser generosos. Desde luego, Dios no nos está pidiendo que demos todo nuestro dinero o nuestro tiempo. Pero tampoco quiere que nos aferremos tanto a las cosas que no estemos dispuestos a dar nada. Tal vez él te ayudará a ver más claramente todas las formas en que ha provisto para ti, y eso te inspire a dar a los pobres algo de dinero que de otra forma gastarías en entretenimiento. Tal vez tus hijos ya crecieron, y ahora tienes más tiempo libre que puedes donar a tu parroquia. O quizá has sido bendecido con una rica vida de oración, y puedes sentir que Dios te está pidiendo que dediques algo de tu tiempo de oración a interceder por las necesidades de otras personas. Dios es un proveedor alegre. Con alegría nos dio a su Hijo y continúa perdonando nuestros pecados y derramando sobre nosotros su misericordia y su amor en nuestro corazón. ¡Pidámosle la gracia para dar con tanta alegría como él lo hace! “Padre celestial, gracias por todo lo que me has dado, te ruego que me muestres cómo compartirlo con otros.” ³³

Salmo 112 (111), 1-4. 9 Mateo 6, 1-6. 16-18


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de junio, jueves Mateo 6, 7-15 El Padre sabe lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. (Mateo 6, 8) Thomas Edison desarrolló un dispositivo que él llamó megáfono, esperando ayudar a las personas que no podían escuchar bien. Basándose en un instrumento primitivo conocido como “trompeta para hablar”, el invento de Edison amplificaba la voz humana normal para que pudiera ser escuchada a unos tres kilómetros. Antiguamente, los adoradores paganos usaban la repetición como un tipo de megáfono para comunicarse con sus dioses. Ellos repetían frases y nombres divinos una y otra vez, a un volumen cada vez más alto, con la esperanza de atraer su atención (1 Reyes 18, 26-29; Hechos 19, 34). Pero en el Evangelio de hoy, Jesús les dice a sus discípulos que no recen así. ¿Por qué? Porque “el Padre sabe lo que les hace falta, antes de que se lo pidan” (Mateo 6, 8). Nosotros no adoramos a un Dios que es sordo o indiferente a nuestro sufrimiento. No necesitamos ganarlo para que haga cosas buenas por nosotros. Nuestro Dios nos conoce perfectamente por dentro y por fuera, él es nuestro Padre, nos creó y nos ama. Así que cuando expresamos nuestras necesidades al Señor no es para darle nueva información o para cambiar su decisión.

El Señor ya sabe lo que necesitamos, él quiere bendecirnos y ya sabe cómo lo hará. Entonces, ¿por qué rezamos? ¿Por qué nos molestamos, si nada va a cambiar? Porque la oración nos cambia a nosotros al ponernos en contacto con Dios. Cuando volvemos nuestro corazón hacia él y le presentamos nuestras necesidades, reconocemos que él es Dios y nosotros no. Reconocemos que nosotros no podemos solucionarlo todo por nuestra propia cuenta, ni solucionar la vida de otras personas. Necesitamos el poder y la bondad de Dios para ayudarnos. Comprender esto nos permite abrirnos más a recibir su misericordia y gracia. Pero los efectos de nuestra oración no terminan con nosotros. ¡Pueden incluso cambiar el curso de la historia! A través de la intercesión, Jesús nos invita a cooperar con él en el cumplimiento de su voluntad en el mundo. Al interceder, estamos abriendo nuestro corazón y nuestras circunstancias a nuestro Padre amoroso y siendo dóciles a sus planes. Y para eso no se necesita un megáfono. “Padre, hoy te presento mis necesidades, confío en tu bondad.” ³³

2 Corintios 11, 1-11 Salmo 111 (110), 1-2. 3-4. 7-8

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de junio, viernes 2 Corintios 11, 18. 21-30 También yo puedo presumir. (Mateo 6, 8) ¿No te parece extraño que San Pablo reprendiera a aquellos que presumían, pero que luego él mismo dedicara mucho tiempo a presumir? Se esfuerza mucho en decirles a los corintios cuáles son sus credenciales como apóstol y todas las dificultades que ha tenido que soportar. ¡Es casi como si estuviera señalándose a sí mismo como si fuera alguna clase de superhéroe que ellos debían admirar! Más adelante, vuelve a decir que presumir no es “provechoso”, pero luego describe nuevamente sus extraordinarias experiencias espirituales (2 Corintios 12, 1-4). Tal vez entender el contexto de sus palabras puede resultar útil. Parece que otras personas, a quienes Pablo etiquetó como falsos apóstoles, habían llegado a Corinto predicando una forma de evangelio diferente a la que él y los otros apóstoles estaban predicando. Estos “súper apóstoles” estaban impresionando a los corintios con su llamativa predicación, su mensaje sencillo y sus credenciales impresionantes. Entonces Pablo, temiendo que las personas se dispersaran, salió en su propia defensa, y lo que es más importante, en defensa del mensaje que proclamaba. San Pablo siempre era un hombre apasionado, así que no nos debe 52 | La Palabra Entre Nosotros

sorprender que fuera tan insistente en su argumento. También era un hombre astuto: Esperaba que al hablar valiéndose de extremos, podría hacer que los corintios dejaran de lado el falso mensaje y volvieran a sus cabales. Recuerda, este es el mismo hombre que una vez escribió que él haría lo que fuera necesario para acercar a las personas a Jesús (1 Corintios 9, 22). Las palabras de Pablo, no solo en las lecturas de hoy sino en todos sus escritos, nos muestran que a veces tenemos que luchar por el bien del Evangelio. ¡Y a veces también necesitamos una buena sacudida! Desde luego, nuestro testimonio cristiano no siempre debería estar compuesto de argumentos y jactancia. A veces necesitamos ser amables y compasivos. En otros momentos debemos ser dóciles y quedarnos en silencio. Dios desea que seamos flexibles, ingeniosos y creativos cuando respondemos a cada situación con su sabiduría. Así es como, nosotros, al igual que Pablo, podemos hacer lo que sea necesario para llevar las buenas noticias a las personas que vemos todos los días. “Señor Jesús, quiero compartir tu buena noticia a quienes me rodean.” ³³

Salmo 34 (33), 2-7 Mateo 6, 19-23


ON N EE SS M M EE DD II TTAA CC II O

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de junio, sábado San Romualdo, abad Mateo 6, 24-34 Por eso les digo que no se preocupen por su vida. (Mateo 6, 25) Una niña de cuatro años abre la puerta del refrigerador para buscar una merienda. Pide un dulce, galletas o un helado. Pero entonces su mamá le presenta la realidad: “Si tienes hambre, cómete un emparedado, una porción de fruta o un yogurt.” Si ella tuviera que arreglárselas por sus propios medios durante un largo tiempo, sufriría de desnutrición. Solamente podrá desarrollarse apropiadamente a través de la guía de sus padres. La madre de esta niña tiene la responsabilidad de crear en su hija el hábito de acudir a ella primero, antes de poner su corazón en algo que puede ser dañino. La madre sabe que eventualmente su hija aprenderá sobre los peligros de comer demasiada comida chatarra y procurará comer meriendas más saludables. Pero por ahora, Mamá tiene que tomar todas las decisiones. ¿Podemos desarrollar el gusto por la buena comida que Dios tiene para ofrecernos? Jesús dice que lo mejor que podemos pedirle al Padre que nos dé es “el reino de los cielos y su justicia” (Mateo 6, 33). El Señor nos promete que si buscamos esto, entonces nuestro Padre celestial nos proveerá para todas nuestras necesidades, ¡incluso

para muchos de nuestros deseos! Estas palabras de Jesús suenan esperanzadoras, ¿no es cierto? Pero a veces nos resulta difícil actuar de acuerdo a ellas. Podemos encontrarlas consoladoras, pero cuando nos enfrentamos a la dificultad, siempre es posible que busquemos la “comida chatarra” del egoísmo y la autosuficiencia. Piensa en algún momento en que te adelantaste a Dios en lugar de esperar a recibir su sabiduría o confiar en su providencia. ¿Cómo te resultó? Generalmente estos caminos de la autosuficiencia nos alejan más del Señor y nos conducen a la angustia, ¿no es cierto? ¿Te sientes temeroso por tu vida en este momento? ¿Te sientes tentando a actuar sin pedir primero la guía del Señor? ¡No lo hagas! Jesús, tu Salvador, también es tu Proveedor. El Señor puede ser tu ayuda en cada situación si se lo permites. ¡No te conformes con algo menos que la bondad que él ha reservado para ti! “Señor Jesús, tú tienes tantos buenos dones que deseas concederme. Te ruego que me ayudes a esperar y a descansar en los tesoros que tienes para mí.” ³³

2 Corintios 12, 1-10 Salmo 34 (33), 8-13

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MEDITACIONES JUNIO 20-26

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de junio, XII Domingo del Tiempo Ordinario Marcos 4, 35-41 Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? (Marcos 4, 38) Tal vez no todos somos pescadores, pero definitivamente todos nos enfrentamos a las tormentas de la vida. La tormenta que se describe en el Evangelio de hoy no fue un evento pequeño. Sus vientos, lluvias y truenos hicieron que los discípulos temieran por su vida. ¡Que en medio de aquella violenta tormenta Jesús lograra dormir era simplemente sorprendente! Aterrorizados, los apóstoles despertaron a Jesús y le pidieron explicaciones: “¿No te importa que nos hundamos?” (Marcos 4, 38). Los apóstoles estaban sorprendidos y atónitos. “¿Quién es este a quien hasta el viento y el mar obedecen?”, se preguntaron (4, 41). Tan pronto como la tormenta se calmó, el temor de los apóstoles se transformó en temor del Señor. Deben haberse sentido alegres y aliviados porque fueron arrebatados de las garras de la muerte. Pero en su lugar, estaban simplemente asombrados. Cuando ayudamos a nuestros hijos a enfrentarse a una experiencia de temor 54 | La Palabra Entre Nosotros

como una pesadilla o algún compañero de la escuela que los intimida, generalmente les decimos: “Tranquilo, todo va a estar bien.” Pero eso no fue lo que Jesús dijo. Al contrario, reprendió a sus discípulos y cuestionó su fe. Estos hombres creían en Jesús, ellos sabían que él era alguien especial enviado por Dios. Pero no creían que fuera lo suficientemente poderoso como para enfrentarse a las indomables fuerzas de la naturaleza. ¿Cuál es la peor tormenta que has tenido que enfrentar? ¿Fue una experiencia cercana a la muerte? ¿Fue un accidente de automóvil, una enfermedad física o una muerte en la familia? ¿Cómo reaccionaste? ¿Permitiste que el temor te paralizara? ¿O le pediste al Señor que te ayudara a encontrar el camino en medio de la tormenta? Jesús quiere que cuando caminemos por sombras de muerte no temamos mal alguno (Salmo 23 (22), 4). A veces podemos sentir que Jesús está dormido, pero eso no es cierto. Solo pregúntale a los apóstoles; aprende de ellos y confía y cree. El Señor cuidará de ti. “Señor Jesús, te ruego que me ayudes a creer, no permitas que yo vuelva a tener miedo nunca más.” ³³

Job 38, 1. 8-11 Salmo 107 (106), 23-26. 28-31 2 Corintios 5, 14-17


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de junio, lunes San Luis Gonzaga, religioso Mateo 7, 1-5 ¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no te das cuenta de la viga que tienes en el tuyo? (Mateo 7, 3) Esta imagen parece un poco exagerada. Obviamente, no podemos imaginar cómo es caminar por ahí ni siquiera un solo segundo con una paja en un ojo, ¡ni qué decir de una viga! Pero Jesús a menudo usaba imágenes así de dramáticas para llamar la atención de sus oyentes. Entonces, ¿por qué hace un contraste tan marcado entre lo pequeño y lo grande aquí? Porque le importa profundamente la forma en que nos percibimos unos a otros. Cuando centramos nuestra atención en criticar a las personas que nos rodean, podemos cegarnos frente a nuestras propias faltas. Y está claro que Jesús considera esta clase de ceguera espiritual un problema muy grave. De hecho, dice que la razón por la cual vino a la tierra fue para “que los ciegos vean” (Juan 9, 39). Piensa en los fariseos a los que Jesús reprende en el Evangelio de San Mateo (23, 24). Los llama “guías ciegos” porque tratan de guiar el comportamiento de sus seguidores pero no parecen estarlos ayudando a amar a Dios y al prójimo.

Jesús realmente quiere que nos enfoquemos en el corazón de la Ley; él desea que veamos su amor por nuestro prójimo. Y si esa “viga” de pecado se está atravesando en el camino, también debemos darnos cuenta de ello, y deshacernos de la viga. Jesús no está interesado en condenarnos por nuestro pecado o cargarnos con culpa. Solamente desea que estemos libres del pecado para que así podamos amarlo más plenamente y ver a nuestro prójimo de la misma forma en que él lo ve. Enfrentémoslo, el pecado oscurece nuestra vista, especialmente la forma en que vemos a otras personas. Puede hacernos sospechar de sus motivaciones, y puede provocar que coloquemos a las personas en categorías negativas. Así que hoy dedica algo de tiempo a pedirle al Espíritu Santo que te ayude a ver la “viga” en tu propio ojo, el pecado que nubla tu percepción de otras personas. Pídele al Señor que te perdone y luego permite que te ayude a ver a las personas con el mismo amor y la misma misericordia con que él las ve. “Señor, te suplico que me ayudes a ver a los demás con la misma misericordia que tú tienes por ellos.” ³³

Génesis 12, 1-9 Salmo 33 (32), 12-13. 18-19. 20. 22

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de junio, martes Santos Juan Fisher, obispo y Tomás Moro, mártires San Paulino de Nola, obispo Mateo 7, 6. 12-14 Entren por la puerta estrecha. (Mateo 7, 12) La mayoría de nosotros lo ha experimentado: Llegas de la casa luego de ir al supermercado, con los brazos cargados de bolsas de compras, y tienes que pasar por una entrada que es tan angosta que dos de las bolsas no pasan. Chocas, tiras y das vueltas hasta que tienes que poner cosas en el suelo para poder pasar. Tal vez eso se parece un poco a intentar pasar por la puerta angosta de la que Jesús habla en el Evangelio. Sí, realmente se refiere a eso: El camino a la vida es estrecho. Es tan angosto que tienes que soltar algunas bolsas pesadas e incómodas para poder pasar. No hay suficiente espacio para que pases con un equipaje lleno de pecado, complacencia y autojustificación. El camino a la vida eterna requiere tu atención y esfuerzo para deshacerte de todo eso. A pesar de que puede ser difícil soltar algunas cosas, no tienes que quedarte atrapado. Dios te ha dado un lugar para dejar ese equipaje: el Sacramento de la Reconciliación. Ahí puedes deshacerte de las cargas de toda una vida o de un solo momento difícil. 56 | La Palabra Entre Nosotros

Tampoco es un asunto de esforzarse por uno mismo. El Padre ha derramado su Espíritu para enseñarte todas las cosas (Juan 14, 26). Una de las formas en que hace esto es hablándole a tu conciencia. El Espíritu te ayudará a ver el pecado y cómo es un obstáculo para ti. También te guiará por el camino de la verdad. Escúchalo cuando susurra en tus pensamientos o cuando gentilmente impulsa tu alma. Espera esto, no solo en tus tiempos de oración o en momentos extraordinarios, sino todos los días, mientras te esfuerzas por pasar por la puerta angosta. Dios no solo señala la puerta angosta; él te guía hacia ella y luego a través de ella. Porque él es santo, él hizo la puerta angosta, para mantener por fuera aquello que te impide acercarte a él. Pero también ha provisto un camino seguro a través de esa puerta, el don del arrepentimiento. Dios te ama y desea que entres en su vida eterna. ¡Deja tus bolsas en la entrada! “Señor Jesús, me arrepiento de mis pecados. Guíame, te ruego, por la puerta que conduce a la vida eterna.” ³³

Génesis 13, 2. 5-18 Salmo 15 (14), 2-3ab. 3cd-4ab. 5


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de junio, miércoles Génesis 15, 1-12. 17-18 No temas, Abram. Yo soy tu protector, y tu recompensa será muy grande. (Génesis 15, 1) Cuando Abram tenía setenta y cinco años, Dios hizo una alianza con él y le prometió que él sería padre de muchas naciones (Génesis 12, 1-4). En la lectura de hoy, los años han pasado y Abram todavía está esperando que estas promesas se cumplan. Al orar y exponer sus preocupaciones respecto al atraso, Dios le asegura que sus promesas no cambian. ¡Tendría tantos descendientes que, como sucede con las estrellas del cielo, sería incapaz de contarlos (Génesis 15, 5)! Definitivamente, Abram tenía razones para dudar. Él ya estaba entrado en años cuando Dios lo llamó por primera vez, y ahora él y Sarai se estaban haciendo viejos. ¿Cómo podrían tener un hijo, y cómo podrían poseer una tierra que ya estaba ocupada? Y sin embargo, porque creyó que Dios guardaría su alianza, Abram fue perseverante en la esperanza. Es posible que a veces te sientas de la misma forma en que se sintió Abram. Tal vez estás esperando que un ser querido se sane, que una relación dañada se restaure o que un hijo rebelde se vuelva a Dios. Conforme el tiempo pasa y esperas las señales de que tus oraciones serán contestadas, puede ser difícil

mantener viva la esperanza. A veces puedes preguntarte si Dios se olvidó de ti o incluso puedes cuestionarte si es verdaderamente fiel a su palabra. Pero Dios ha hecho una alianza contigo, y tú puedes contar con él. Su fidelidad y la promesa que te ha hecho de darte una recompensa eterna son inquebrantables. Es posible que el Señor no actúe en el tiempo en que tú prefieres o exactamente de la forma en que tú esperas, pero no tengas dudas de que él te responderá. Recuerda que esperar en el Señor no significa ser pasivo. Se necesita una paciencia activa al recordar la fidelidad de Dios y decir una y otra vez: “Sí, yo confío en los planes que Dios tiene para mí”. Requiere contrarrestar el temor y la duda con fe y esperanza. También significa no intentar presionar a que las cosas sucedan a tu manera, en tu propio tiempo. Así que mientras estás esperando en el Señor, recuerda a Abram. Sigue su ejemplo y pon tu fe en el Dios que es fiel y mantiene sus promesas, siempre. “Padre celestial, ayúdame a perseverar en la fe y la esperanza de que tú me darás la recompensa que estás preparando para mí, te lo ruego.” ³³

Salmo 105 (104),1-4. 6-9 Mateo 7, 15-20

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de junio, jueves Natividad de San Juan Bautista Isaías 49, 1-6 El Señor me llamó desde el vientre de mi madre. (Isaías 49, 1) La Iglesia siempre ha considerado la primera lectura de hoy, uno de los cuatro “Cánticos del Siervo” del libro de Isaías, como una prefiguración de Jesús, el Siervo-Rey que vino a salvarnos del pecado y de la muerte. Entonces, ¿por qué se utiliza este pasaje para la fiesta que celebramos hoy del nacimiento de Juan el Bautista? Tal vez es porque Juan era otro siervo del Señor a través del cual Dios mostró su gloria (Isaías 49, 3). En el Evangelio de San Lucas es evidente que Dios llamó a Juan desde su nacimiento y le dio un nombre y una misión especiales (Lucas 1, 5-20. 57-66; Isaías 49, 1). Las fuertes palabras de Juan exhortando a las personas a arrepentirse deben haberse sentido como “una espada filosa” o una “flecha puntiaguda” para todos los que lo oían (49, 2). Él era el “siervo” que preparó el camino para que Israel se volviera a Dios y se convirtió en “luz de las naciones” (49, 5. 6). Pero estas palabras no son únicamente para Juan y Jesús; son para ti también. Dios te creó y te llamó desde tu nacimiento. El Señor te conoce por tu nombre, lo que significa que te 58 | La Palabra Entre Nosotros

conoce profundamente, y te ha dado una misión que solamente tú puedes cumplir: Ser un heraldo al igual que Juan, para anunciar la llegada de su Reino. Dios desea que lo ayudes a preparar a las personas para la venida del Salvador a su vida, y tú puedes hacer eso contándole a otros lo que él ha hecho por ti en Cristo. Las palabras que Juan pronunció fueron inspiradas por el Espíritu Santo. Igualmente el Espíritu puede inspirarte con palabras que pueden penetrar el corazón de tus familiares, amigos y compañeros de trabajo. A ese católico nominal que trabaja en tu oficina, tal vez puedes hablarle de lo mucho que Dios quiere consolarlo en la Misa. A tu hija atea, tal vez quieres hablarle de un momento particularmente difícil en tu vida cuando viste la gracia de Dios actuando en ti. Tú nunca sabes cómo serán recibidas tus palabras, pero Juan tampoco lo sabía. Él solo se dedicó a hacer lo que el Señor le pidió, ¡y Dios se encargó del resto! “San Juan Bautista, reza por mí para que yo también sea un heraldo y anuncie la venida de Jesús a quienes me rodean.” ³³

Salmo 139 (138). 1-3. 13-15 Hechos 13, 22-26 Lucas 1, 57-66. 80


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de junio, viernes Mateo 8, 1-4 Señor, si quieres, puedes curarme. (Mateo 8, 2) Este amigo estaba tan desesperado por curarse, que hizo algo completamente sorprendente. Desde el momento en que presentó los primeros síntomas de lepra, el hombre fue expulsado de su familia y forzado a vivir fuera de la ciudad con otros leprosos. Ellos tenían que tocar una campanita y gritar “¡impuro!” cada vez que se acercaban a personas sanas. En el tiempo de Jesús se pensaba que los leprosos habían cometido un pecado tan grave que merecían esta horrible enfermedad. Por eso las personas enfermas eran despreciadas y excluidas de la sociedad, y ellos se sentían indignos. Acercarse a Jesús en aquel día crucial requería de gran valentía. En vista de que Jesús era judío, entrar en contacto con un leproso no solo lo ponía en riesgo de contraer lepra, sino que también lo hacía ritualmente “impuro” según la ley de Moisés. Así que no hubiera sido sorpresa para nadie si Jesús hubiera ignorado a ese hombre sufriente. Pero el leproso estaba decidido a llamar a Jesús de cualquier manera. ¡Imagina la alegría que sintió este hombre al ser sanado físicamente y haber sido liberado de las restricciones sociales de la lepra! Después de

obtener la aprobación del sacerdote, el hombre curado podía regresar a su hogar, obtener un trabajo y vivir con su familia. Toda su vida había cambiado por haber tenido la valentía de pedirle ayuda a Jesús. Aunque nosotros no tenemos lepra, a veces nos sentimos indignos. Podemos sentirnos “impuros” o no merecedores de las pequeñas bendiciones, o ciertamente de los grandes milagros, que Dios quiere darnos. Podemos dudar en clamar a Jesús para pedir ayuda, pedir perdón o incluso tratar de profundizar más en nuestra fe y acercarnos más a Cristo. Podríamos estar evitando asistir a la Adoración Eucarística porque no creemos que Dios nos hable ahí. O quizá nos confesamos pero dudamos de que Dios realmente ha perdonado nuestros pecados. Así como el leproso valientemente clamó a Jesús y le pidió que lo sanara, tú también puedes hacer lo mismo. Acércate a Jesús, él desea que te acerques más para hablarte. Pídele que te sane. El Señor quiere poner sus manos sobre ti y darte la gracia y la sanidad de la cual eres verdaderamente digno. ¡Queda limpio! “Señor Jesús, ayúdame a creer que soy digno de tu amor te lo ruego.” ³³

Génesis 17, 1. 9-10. 15-22 Salmo 128 (127), 1-2. 3. 4-5

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de junio, sábado Mateo 8, 5-17 Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa; con que digas unas sola palabra, mi criado quedará sano. (Mateo 8, 8) Estas palabras nos resultan muy conocidas, no solo porque se encuentran en el Evangelio de hoy, sino porque cada semana, en Misa, pronunciamos unas muy parecidas en el Rito de la Comunión. Ellas nos invitan a recordar la fe del centurión romano y a recibir a Jesús con la misma fe expectante que él tenía, esa fe que dejó a Jesús “admirado” (Mateo 8, 10). Este hombre, que no era judío, creía que Jesús tenía el poder de curar y dar vida con una sola palabra, y por eso acudió a él para pedir que la salud de su criado fuera restaurada. Repasemos las palabras que dijo a Jesús y veamos cómo podemos convertirlas en nuestra propia oración. “Señor, no soy digno de que entres en mi casa. Sé que no siempre tengo el hogar perfecto para acogerte en mi corazón. A veces lucho por ser paciente y amable, ya sea con los niños o mis compañeros de trabajo. Puedo dejarme atrapar por la tensión y las tareas que se requieren de mí cada día y me olvido de ti. Pero estoy muy agradecido de que mis pecados y mis errores no te alejan de mí. Aunque soy imperfecto, tú siempre quieres acercarte a mí, en 60 | La Palabra Entre Nosotros

mi corazón y en mi alma. ¡Qué alivio es saber que te complaces en habitar en una casa desordenada como la mía! “Con que digas una sola palabra… Al igual que el centurión, creo que tu palabra produce vida. Tú eres el Verbo hecho carne, y creo que cuando te recibo en la Eucaristía, especialmente con una fe expectante, tú derramas tu gracia sobre mí. Yo la experimento cuando tengo la fe para soltar un resentimiento o cuando decido pasar unos minutos adicionales contigo en oración. ¡Gracias por todas las formas en que tú estás solucionando las múltiples cosas que suceden en mi vida, Señor! “… mi criado [alma] quedará sano. Amado Señor, yo creo que tú me puedes sanar de todas mis heridas y limpiar de mi pecado. Yo creo en tu misericordia y perdón. ¡Qué regalo más grande es saber que tú no solo deseas acercarte a mí, sino que vienes con tu misericordia y gracia sanadora! Ven a mi vida hoy, Señor, y cúrame de todo lo que me impide acogerte en mi corazón, te lo ruego.” “Señor Jesús, estoy tan agradecido de que siempre estás dispuesto a entrar en mi corazón; y con una sola palabra, sanarlo y darme una nueva esperanza. ¡Gracias!” ³³

Génesis 18, 1-15 (Salmo) Lucas 1, 46-50. 53-55


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MEDITACIONES JUNIO 27-30

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de junio, XIII Domingo del Tiempo Ordinario Marcos 5, 21-43 Si pudieras usar una sola palabra para describir el relato del Evangelio de hoy de la curación de la mujer con hemorragias, ¿cuál sería? ¿Fe? ¿Contacto? ¿Poder? Todas estas son buenas maneras de resumir lo que sucedió a esta mujer, pero veamos esta historia desde otro ángulo. Podríamos decir que la palabra que mejor la describe es “esfuerzo”. Esta mujer había tomado una decisión. Iba a abrirse camino entre la multitud porque creía que Jesús podía sanarla. Así que se esforzó por acercarse y, ¡fue sanada! Otras personas en las Escrituras actuaron igual que esta mujer. Una fue la mujer cananea que tuvo tres oportunidades para desistir. Pero siguió intentando, y su hija fue curada (Mateo 15, 21-28). También están el ciego Bartimeo, una mujer “pecadora” y diez hombres enfermos de lepra (Marcos 10, 46-52; Lucas 7, 36-50; 17, 12-29). Todos hicieron un esfuerzo

por vencer los obstáculos y fueron bendecidos por eso. Ahora veamos las respuestas de Jesús a estas personas. A la mujer cananea le dijo: “¡Mujer, qué grande es tu fe!” (Mateo 15, 28). A Bartimeo le dijo: “tu fe te ha sanado” (Marcos 10, 52). A la mujer pecadora le dijo: “Por tu fe has sido salvada; vete tranquila” (Lucas 7, 50). Y a la mujer del Evangelio de hoy, Jesús le dijo: “Hija, tu fe te ha curado” (Marcos 5, 34). En cada situación, Jesús les dijo a las personas que su confianza y su fe en él habían jugado un papel vital para recibir la sanidad que buscaban. El poder del Señor se manifestó debido a la forma en que las personas buscaron vencer los obstáculos. Si ellos no se hubieran continuado esforzando en la fe, ¡probablemente no se habrían sanado! Imitemos a estos héroes y heroínas de la fe. Pongamos toda nuestra confianza en el Señor. Perseveremos en la oración, tanto por nosotros mismos como por nuestros seres queridos. Acerquémonos con confianza y toquemos el manto de Jesús. “Señor, confiaré en ti sin importar las circunstancias.” ³³

Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24 Salmo 30 (29), 4-6. 11-13 2 Corintios 8, 7. 9. 13-15

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de junio, lunes San Ireneo, obispo y mártir Génesis 18, 16-33 ¿Será posible que tú destruyas al inocente junto con el culpable? (Génesis 18, 23) Lee el diario y seguro tendrás una idea de lo que puede haber estado pensando Abraham mientras caminaba hacia Sodoma. Al atravesar el campo, probablemente se encontró con otros caminantes o caravanas de camellos, que daban noticias del mal y la depravación que había en Sodoma y Gomorra. ¿Te preguntas a veces si Dios está cansado de todo lo que pasa en el mundo actualmente: la avaricia y la corrupción, las guerras sin fin, la matanza de bebés inocentes, el evidente menosprecio por las necesidades de los pobres? Pero a pesar de todo esto, Dios continúa ofreciendo su perdón, sanidad y justicia. “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia… No nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas; como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles.” (Salmo 103 (102), 8. 10-11). Estas palabras del salmo de hoy pueden ser nuestro consuelo cuando nos desanimamos con el pecado que encontramos en nuestro propio corazón y en el mundo que nos rodea. Sí, Dios es 62 | La Palabra Entre Nosotros

compasivo y misericordioso; él desea que todos se salven y retrasará el día del juicio para que todos tengan la oportunidad de arrepentirse y decidirse por la vida sobre la muerte. Abraham se sintió abrumado por la idea de que personas inocentes podrían morir cuando la mano de Dios cayera sobre aquellas ciudades. Y esa carga, junto con una fuerte convicción en la bondad y la justicia de Dios, es lo que motivó a Abraham a intervenir en su nombre. Observa también lo audaz que fue Abraham al interceder por las personas de Sodoma y Gomorra. Él no se rindió intentando hacer un trato con Dios hasta el último minuto. Precisamente, eso es la intercesión: Nunca darse por vencido en rezar por las personas que necesitan protección, liberación, curación o una intervención milagrosa. ¡Qué privilegio! Podemos participar con Dios en el derramamiento de su bendición y su gracia. A través de simples plegarias, estamos trabajando con el Padre para liberar un torrente de poder divino. Que todos podamos perseverar en la oración, ¡sabiendo que el resultado puede ser espectacular! “Padre, te suplico que me concedas el don de la intercesión.” ³³

Salmo 103 (102), 1-4. 8-11 Mateo 8, 18-22


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de junio, martes San Pedro y San Pablo, Apóstoles 2 Timoteo 4, 6-8. 17-18 … por mi medio, se proclamara claramente el mensaje… (2 Timoteo 4, 17) San Pedro y San Pablo se encontraron con Jesús de formas muy diferentes. Pedro estaba pescando, y Pablo perseguía cristianos. Pero ambos encuentros fueron tan poderosos que condujeron a estos dos hombres a entregar sus vidas a Jesús y seguirlo en un viaje para toda la vida. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos muestra sus viajes con todos sus altos y bajos. Pedro y Pablo predicaron valientemente a las multitudes, incluso cuando eso significó ser enviados a prisión. Realizaron milagros sorprendentes que llevaron a muchas personas a creer en Cristo. Ambos experimentaron el rechazo de su mensaje por parte de otros judíos. Y hubo un doloroso desacuerdo entre Pedro y Pablo sobre el rol de los gentiles dentro de la Iglesia. En todo esto, Pedro y Pablo entregaron continuamente su vida a Dios. Esto podría haber causado que tuvieran que luchar contra sus propios planes y deseos. Pueden haber tenido que combatir con la debilidad y el temor que surge de esa entrega. Pero así se abrió más su corazón al Espíritu Santo y a su guía. ¡Y cuánto fruto dieron!

Mientras seguimos entregando nuestra vida al Señor, nosotros también nos abrimos más al Espíritu. Y eso nos hará más fructíferos, al igual que sucedió con Pedro y Pablo. Como una inundación de primavera que fluye por los cauces de los ríos sin obstáculos o represas que la bloqueen, la gracia de Dios puede fluir a través de nosotros hacia las personas que nos rodean. Podemos llevar la buena noticia de Jesús y de la nueva vida que él ofrece a las personas que vemos diariamente. Independientemente de cuáles son ahora tus circunstancias, pide la gracia para hacer un acto de entrega al Señor. Puedes rezar así: “Señor Jesús, te entrego mi vida, mi preocupación, deseos y esperanza. Úsame de la forma en que tú desees para llevar vida a otras personas.” Quizá tengas que hacer esta oración día tras día, entregarse al Señor no siempre es sencillo. Pero al igual que San Pedro y San Pablo, puedes confiar en que al ofrecer tu vida a Dios, verás el fruto, tanto en tu vida como en la de quienes te rodean. “Señor Jesús, te pido que me des la gracia para imitar a San Pedro y San Pablo y entregarte mi vida.” ³³

Hechos 12, 1-11 Salmo 34 (33), 2-9 Mateo 16, 13-19

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de junio, miércoles Los Primeros Santos Mártires de la iglesia

romana Mateo 8, 28-34 ¿Has observado alguna vez lo fácil que es tomar tu visión del mundo e imponérsela a las Escrituras? Toma como ejemplo la lectura del Evangelio de hoy. No está muy de moda hablar sobre demonios. Muchas personas se sienten incómodas con conceptos tan “primitivos”, así que tratan de buscar otras formas de explicar este relato. Tal vez estas dos personas estaban perturbadas mentalmente, o tal vez sufrían de una forma severa de epilepsia, o los atormentaba cualquier otra cosa que pueda ser explicada y controlada, en términos científicos y humanos. Pero si descubrimos que nuestra visión de la realidad es diferente al enfoque bíblico, seguramente queramos comparar nuestra perspectiva con lo que leemos en los comentarios bíblicos o el Catecismo. Siempre deberíamos leer la palabra de Dios con una profunda actitud de respeto, confianza y disposición a ser instruidos por el Señor. También debemos estar dispuestos a examinar nuestros pensamientos y actitudes para ver si están conformes a la forma en que Dios quiere que pensemos y vivamos. La lectura del Evangelio de hoy es un caso de estudio. Hay mucho que 64 | La Palabra Entre Nosotros

podemos aprender si aceptamos el hecho de que realmente existe un reino demoníaco y que los demonios verdaderamente tienen la capacidad de influir en la vida de las personas. Eso no significa que tenemos que aceptar todas las representaciones de actividad demoníaca que se encuentran en los libros y las películas. Pero sí significa que el diablo puede haber tenido algo de influencia en algunas de las actitudes de nuestro corazón. Él siempre está procurando entrometerse en nuestra vida, incluso hasta el punto de introducir tentaciones que buscan alejarnos del Señor. Entonces, ¿cómo podemos discernir de dónde vienen nuestros pensamientos? Asegurándonos de que el Espíritu Santo está actuando en nuestra consciencia cuando rezamos y celebramos los sacramentos. Si estamos permitiendo que el Espíritu actúe en nuestra mente, entonces los pensamientos que tienen un origen maligno nos inquietarán y nos pondrán nerviosos. Por el contrario, los pensamientos que vienen del Espíritu nos llenarán con su paz y su seguridad. Dios quiere formarnos, él desea abrir nuestros ojos. Todo lo que él necesita es que cooperemos con él. “Ven, Espíritu Santo, y lléname con la mente de Cristo.” ³³

Génesis 21, 5. 8-20 Salmo 34 (33), 7-8. 10-13


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de julio, jueves San Junípero Serra, presbítero Génesis 22, 1-19 ¿Qué clase de Dios pide un sacrificio humano? La famosa “prueba de Abraham” es un relato perturbador, hasta que descubrimos que Dios nunca pretendió que él realmente sacrificara a Isaac. A lo largo del relato, Dios le estaba dando a Abraham oportunidades para aumentar su confianza y fe. Y Abraham pasó todas las pruebas. Desde el principio, Abraham se sometió a la dirección de Dios. No dudó en seguir el mandato de Dios aun cuando eso significara sacrificar a quien él más amaba. La siguiente prueba de su relación sucedió cuando Dios decidió no darle un mapa o decirle hacia dónde dirigirse. Todo lo que dijo fue, dirígete hacia Moria y yo te diré dónde detenerte. ¡Es la clase de ayuda de navegación que la mayoría de las personas temen! Sin embargo, Abraham la siguió y, después de tres días de deambular, Dios le mostró el lugar. Otra parte de la prueba de Dios fue psicológica. ¿Se mantendría Abraham firme, aun cuando se dirigiera a dar muerte a su hijo? Sí, sí se mantendría. Abraham le garantizó a Isaac la fidelidad de Dios, aun cuando este le hizo la desgarradora pregunta: “¿dónde está el cordero para el sacrificio?” (Génesis 22, 7).

En todos estos momentos podemos ver por qué Abraham es llamado el “padre de la fe”. Pero también sería apropiado llamarlo el padre con una gran fe. Él fue un ejemplo para Isaac, y es un ejemplo para todo aquel que procura seguir a Dios. Aunque no tan dramáticos como el relato de Abraham, algunos aspectos de nuestra devoción a Dios pueden parecer igual de absurdos para los observadores externos: Levantarse temprano un domingo para ir a Misa, por ejemplo. Seguir la enseñanza de la Iglesia sobre moralidad sexual, tratar de enseñar virtudes a nuestros hijos para ir en contra de las filosofías prevalecientes en el mundo, dedicar tiempo para cuidar de un padre enfermo, todas estas cosas sobresalen y exhiben nuestra fe en Dios. Si tú haces cualquiera de estas cosas, ten valor, tú también tienes una gran fe. Así como Dios vio bondadosamente la fe de Abraham durante un viaje difícil, él ve y elogia nuestros sacrificios. Y de la misma manera en que él guio a Abraham, te guiará a ti para que tengas una mayor confianza e intimidad con él. “Señor, ¡te ruego que aumentes mi fe!” ³³

Salmo 115 (114), 1-6. 8-9 Mateo 9, 1-8

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de julio, viernes Mateo 9, 9-13 Sígueme. (Mateo 9, 9) Ponte por un momento en los zapatos de Mateo. Tú has escuchado historias sobre este Jesús, un hacedor de milagros que la gente cree que es el Mesías. Que abre los ojos a los ciegos, habla sobre la misericordia de Dios y trata al pobre y marginado con bondad. Ahora se acerca a ti, y al principio parece que va a pasar de largo. Pero de repente se detiene, te mira directamente a los ojos y te dice: “Sígueme”. Te sorprende desprevenido. ¿Por qué él me diría esto a mí? Yo ni siquiera lo he conocido antes. Luego comienzas a hacerte otras preguntas: ¿Por qué yo? ¿Qué pasa con todos mis pecados y errores? Con seguridad Jesús debe saber quién soy y todo lo que he hecho. Si no es por otra cosa, debe conocer a quienes me rodean. Pero al mirarlo a sus ojos, empiezas a sentir paz. No estás completamente seguro de dónde viene esa paz, pero comprendes que no necesitas saber todas las respuestas antes de decir “sí” a Jesús. Este hombre tiene algo, tú simplemente confías en él. Y es curioso, porque tan pronto como comprendes que no necesitas saber todas las respuestas, estas empiezan a formarse en tu mente: Jesús me ha elegido porque me ama. Sí, el conoce todas las cosas que he hecho. Cómo

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me he preocupado más por mis propias necesidades por encima de las de otros. Cómo he herido a otras personas con mis palabras y acciones; y aun así me está diciendo que lo siga. Debe estarme invitando a seguirlo porque él sabe que yo puedo cambiar. Jesús dice que su Padre está lleno de misericordia, y que si yo me arrepiento y creo en su mensaje, realmente puedo ser parte del Reino de Dios. La primera vez que escuché eso, no le creí. ¿Cómo podría Dios perdonarme? Pero ahora sí le creo. Ahora sé que puedo llegar a ser como él: amoroso, bondadoso y generoso. Sé que puedo unirme a él en su misión de llegar a otras personas que son como yo. Sí, estoy listo para dejar atrás mi antigua vida. Quiero seguir a Jesús, deseo entregarle mi vida. El Señor está siempre llamándonos a todos a ser discípulos suyos, pero no todos respondemos de la mejor manera, en forma oportuna o más sinceramente. Pero hoy tenemos la oportunidad de hacerlo y el Señor te está esperando. ¡Entrégate a él hoy mismo! “Señor Jesús, de la misma forma en que invitaste a Mateo a seguirte, así me estás invitando a mí. Quiero renovar mi disposición a aceptar tu invitación.” ³³

Génesis 23, 1-4; 24, 1-8. 62-67 Salmo 106 (105), 1-5


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de julio, sábado Santo Tomás, Apóstol Juan 20, 24-29 Trae acá tu mano; métela en mi costado. (Juan 20, 27) ¡Sorprendente! Jesús ya se había aparecido a los otros apóstoles, a María Magdalena y a los dos discípulos que iban camino a Emaús. Había demostrado una y otra vez que estaba vivo, pero Tomás seguía sin poder creerlo. Y no creería a menos que viera a Jesús como los demás lo habían visto, ¡y además lo tocara! Y, ¿qué hizo Jesús? Cedió a las exigencias de Tomás y se apareció de nuevo. Y no solo eso, sino que estuvo dispuesto a que Tomás explorara y examinara su cuerpo para que finalmente pudiera creer. Generalmente, cuando pensamos en este relato, nos centramos en las dudas de Tomas o en su débil fe. Pero hoy, concentrémonos más bien en la respuesta de Jesús. De la misma forma en que lo hizo en la encarnación, o como lo hizo durante los años en que estuvo de “incógnito” como carpintero y cuando lavó los pies de los discípulos y permitió ser crucificado, aquí también Jesús se humilló y se entregó en manos de los hombres. Estaba más preocupado por satisfacer la necesidad de Tomás de lo que le preocupaba lo razonable o apropiada que era la exigencia de Tomás.

¿Y cuál fue el resultado de esta humildad? Tomás se conmovió tanto que hizo la proclamación más grande y personal que se haya hecho sobre Jesús en los Evangelios: “¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20, 28). Jesús siempre nos ayudará a conocerlo mejor. Probablemente él no se aparezca físicamente como lo hizo por Tomás, pero se “mostrará” de muchas otras maneras. En nuestra oración, por medio de su Palabra, en el amor de un amigo, en los susurros de nuestra consciencia; en estas y muchas otras formas, Jesús humildemente viene a nosotros. Y desde luego, la forma más humilde de todas es cuando descansa en nuestras manos en el don de la Eucaristía. Donde fuera que viajara como un apóstol, Tomás probablemente contó el relato de cómo Jesús le permitió tocarlo. Permítele que te diga lo mismo a ti hoy: “Jesús está delante de ti en este momento y te invita a estirar tu mano y tocarlo. Permite que te muestre que él verdaderamente es tu Señor y tu Dios.” “Gracias, Señor Jesús, por humillarte a ti mismo para salvarme.” ³³

Efesios 2, 19-22 Salmo 117 (116), 1-2

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MEDITACIONES JULIO 4-10

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de julio, XIV Domingo del Tiempo Ordinario 2 Corintios 12, 7-10 …una espina clavada en mi carne (2 Corintios 12, 7) Muchos teólogos han tratado de entender a qué se refería San Pablo. Algunos dicen que podría ser algo físico como un problema crónico en los ojos, migrañas o un impedimento del habla. O que se refería a las tentaciones del demonio. También dicen que se refería a los “falsos apóstoles” que hacían mucho daño (2 Corintios 11, 13; 2 Timoteo 4,14). Fuera lo que fuera, esta “espina” le provocaba un gran sufrimiento. Ahora, el Evangelio del domingo anterior nos enseñó que Jesús sanaba a quienes tenían fe en él. Pero esta lectura nos dice que aún quienes tienen mucha fe no siempre se curan. Pablo tenía mucha fe, y suplicaba al Señor que lo liberara, pero la espina seguía ahí. Meditemos en esto por un momento: Pablo, el hacedor de milagros, que curaba a las personas con solo que tocaran su ropa, no había sido sanado él mismo (Hechos 12, 19). Evidentemente, la 68 | La Palabra Entre Nosotros

sanidad es un misterio que no podemos comprender completamente. Pero esto es lo que sí podemos entender: Dios, nuestro Padre celestial, nos conoce íntimamente (Jeremías 1, 5). El Señor sabe por qué Pablo no fue curado de esta espina. También sabe por qué Francisco de Asís no se curó de su enfermedad de los ojos. Y sabe por qué nuestros seres queridos continúan sufriendo también. Dios conoce todas las espinas de nuestra vida —espirituales, emocionales y físicas— y sabe cuáles son los planes que tiene para nosotros. En muchos casos, no encontramos las respuestas a estos misterios hasta que nos unimos con el Señor en el cielo. Pero eso no quiere decir que debemos perder la fe. Más bien, ¡estos misterios deberían acrecentarla! A veces, la única respuesta que tenemos es pedir valor, resiliencia y perseverancia. En otras ocasiones, solo podemos confiar en Dios y tener fe en “la realidad de las cosas que no vemos” (Hebreos 11, 1). Esto fue exactamente lo que hizo San Pablo. Confió en que la gracia de Dios sería suficiente para él, y fue suficiente, así como lo puede ser para nosotros. “Señor, te suplico que me ayudes a soportar las espinas de mi vida.” ³³

Ezequiel 2, 2-5 Salmo 123 (122), 1-4 Marcos 6, 1-6


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de julio, lunes Santa Isabel de Portugal Génesis 28, 10-22 Es nada menos que… la puerta del cielo. (Génesis 28, 12) ¿Sabías que hay puertas del cielo por todo el mundo? Estos lugares son sagrados porque Dios está presente ahí de una forma única o porque algo especial sucedió en ellos. Piensa en la iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén, donde Jesús murió y resucitó. O en Fátima y Lourdes, donde la Virgen María se apareció, o Asís, donde vivió San Francisco. El poder divino presente en esos lugares es tan grande que el sitio mismo se convierte en tierra santa. Ahora, no todos los lugares sagrados son tan notables como Asís o Lourdes. La primera lectura de hoy nos narra la forma en que el encuentro de Jacob con Dios en el duro ambiente del desierto convirtió ese lugar en sagrado. Mientras Jacob recostó su cabeza en una roca, Dios vino a él en un sueño y prometió honrar la alianza que él había hecho con Abraham. Esta experiencia, junto con esta visión de la escalera que iba al cielo, condujo a Jacob a llamar al lugar “puerta del cielo” (Génesis 28,12). La experiencia de Jacob nos demuestra que cualquier lugar puede volverse sagrado, incluso tu casa. Al desarrollar el hábito de acudir a Jesús en oración y alabarlo en tu hogar, tú lo conviertes en tu propio espacio sagrado. Adquiere

un nuevo significado porque Jesús se hace presente delante de ti justo ahí, donde tú vives. Desde luego, tu hogar es un lugar de tanta familiaridad y distracción que a veces podría resultarte difícil sentir ahí la presencia de Dios. Esa es la razón por la cual es útil establecer un lugar especial solamente para él, aún si es simplemente una esquina silenciosa en cualquier parte. Ten cerca un ícono o crucifijo, junto con tu Biblia. Luego, cuando llegas cada día a tu esquina de oración, imagina que Jesús está ahí contigo. Al sentarte en tu silla, piensa que Jesús está mirándote con amor. ¿Cómo te sientes cuando él se inclina hacia ti para escucharte? ¿Qué te está diciendo? Tu casa, ya sea una gran mansión, un estrecho apartamento, una cálida cabaña o incluso una habitación del hospital o una celda en la prisión, puede volverse un lugar santo. Tú puedes encontrar tu propia puerta al cielo. Ahora, lo único que hace falta es que, cuando encuentres tu puerta del cielo, entres por ella; crúzala y así entrarás al nuevo ámbito de la vida en el espíritu. “Gracias, Señor, por aceptar mi invitación de venir a mi casa cada día.” ³³

Salmo 91 (90), 1-4. 14-15 Mateo 9, 18-26

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de julio, martes Santa María Goretti, virgen y mártir Mateo 9, 32-38 ¡Ten cuidado con lo que pides al rezar; podrías ser llamado a responder a tu propia petición! O como dice el versículo que está inmediatamente después del Evangelio de hoy si lo parafraseamos: “La petición no se había terminado de hacer cuando ya fue contestada. Jesús llamó a doce de sus seguidores y los envió a los campos que ya estaban listos” (Mateo 10, 1). La intercesión puede ser una forma muy importante de oración, pero debemos recordar que toda plegaria se origina en Jesús, no en nosotros. Cuando se nos presenta una necesidad, ya sea que podamos verla en el mundo, la Iglesia, nuestro prójimo o nuestra familia podemos tener la confianza de que esta necesidad está en el propio corazón de Jesús. El Señor es quien ha abierto nuestros ojos para verla y nos ha impulsado a rezar para que esta necesidad sea satisfecha. A menudo sabemos claramente por qué cosas debemos rezar: “Señor, sana esta enfermedad.” “Permite que este niño que pasa hambre reciba alimentos.” “Dame la fuerza para tomar la decisión adecuada.” Pero otras veces no sabemos cómo rezar; simplemente sentimos que algo está mal y necesitamos actuar. Lo mejor que podemos hacer en 70 | La Palabra Entre Nosotros

estas situaciones es poner aquello en las manos de Dios y pedirle que actúe de la manera en que él sabe que es la mejor. La oración de intercesión es una hermosa forma de trabajar con el dueño de la mies, pero no es la única. Al rezar por otras personas, también podemos preguntar: “Señor, ¿hay algo que quieres que haga por esta persona?” A Jesús le complace que le presentemos las necesidades de la gente. Esto demuestra que no estamos preocupados solo por nosotros mismos. También demuestra que nuestra visión se está ampliando al mundo que nos rodea y que nuestro corazón se está volviendo cada vez más como el suyo. Jesús se complace aún más cuando nos subimos las mangas e intentamos ayudar a las personas por las que estamos rezando, porque eso es exactamente lo que él hizo por nosotros. No siempre será fácil, puede costarnos algo de tiempo y energía. Pero al mismo tiempo, es una labor bien recompensada que realizamos al lado de Jesús, el dueño de la mies. “Señor Jesús, te ruego que me ayudes a actuar para atender las necesidades de otros.” ³³

Génesis 32, 22-32 Salmo 17 (16), 1b. 2-3. 6-7ab. 8b. 15


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de julio, miércoles Mateo 10, 1-7 No debería sorprendernos que Jesús le dijera a sus apóstoles que en su primer viaje de predicación fueran solo a “las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mateo 10, 5-6). Aunque Jesús vino a salvar a toda la humanidad, él guardaba un amor profundo por Israel, su propio pueblo, porque ellos eran el pueblo elegido de Dios. Él sabía que todo evento en la historia de Israel los había conducido a su venida, y quería cumplir todas las promesas que Dios les había hecho. Pero probablemente Jesús tenía otra razón para enviar a los apóstoles primero a su propio pueblo. ¿Qué mejor forma de aprender lo básico de la evangelización que iniciar con sus hermanos en la fe? Ellos habían crecido con las mismas tradiciones, así que sabían por dónde empezar. Posiblemente era bueno que no tuvieran que enfrentarse de una vez con las complejidades de las religiones y filosofías paganas. Ellos podían concentrarse en lo básico de proclamar el Evangelio. Los apóstoles tenían que comenzar por algún lado, igual que nosotros. Y el mejor lugar para comenzar es con nuestra familia y comunidad, con las personas que ya conocemos. Como nos lo recuerda San Pablo, Dios quiere que hagamos el bien a todos, “especialmente a nuestros hermanos en la fe”

(Gálatas 6, 10). La misión con aquellos que nos rodean es tan importante como el trabajo misionero que se realiza a miles de kilómetros de distancia. Y de cierta forma, es aún más importante. Si nosotros no proclamamos el Evangelio en nuestro hogar, ¿quién lo hará? Si nuestro prójimo no descubre a Cristo en nuestro corazón, ¿dónde más lo encontrará? De cierta forma es más fácil hablar sobre el Evangelio con extraños porque tu familia y amigos te conocen lo suficientemente bien como para ver tus propias limitaciones. Pero no permitas que eso te desanime. Tal vez no tengas las palabras más convincentes, o tampoco puedas dar el testimonio más elocuente. Pero tú no necesitas ser perfecto, solo tienes que mostrarte como un viajero que ha encontrado un camino mucho mejor que seguir. Y eso es algo que cualquier persona puede hacer. Así que busca las oportunidades que te presentará el Espíritu Santo y simplemente comparte lo que hay en tu corazón. “Señor, te pido que me ayudes a compartir tu amor con los que están más cerca de mí.” ³³

Génesis 41, 55-57; 42, 5-7. 17-24 Salmo 33 (32), 2-3. 10-11. 18-19

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de julio, jueves Génesis 44, 18-21. 23-29; 45, 1-5 No… se aflijan por haberme vendido. (Génesis 45, 5) Ahí lo tienes: Un acto de perdón que cambió el curso de la historia. Mientras José fue gobernador de Egipto, una hambruna se extendió y amenazó al Medio Oriente, incluyendo a su propia familia que se encontraba en Canaán. Por la sabiduría de José, los egipcios almacenaron alimentos durante los años de abundancia y así las personas pudieron soportar los años de escasez. Pero, ¿qué sucedió con Jacob y su familia? Ellos se arriesgaron a morir de hambre. Así que Jacob, sin saber que quien estaba a cargo era José, envió a sus hijos a Egipto para pedir ayuda. Imagina lo que habría sucedido si José se hubiera negado a darle alimento a sus hermanos. Ciertamente él tenía razones para hacerlo. Ellos lo habían vendido como esclavo cuando tenía diecisiete años, y había terminado pasando trece años en una prisión en Egipto antes de que su fortuna diera un giro. José podría haberse dedicado a pensar mucho en su injusta situación y en su venganza. Para el momento en que sus hermanos llegaron buscando alimentos, él era el segundo después del Faraón; podría haberlos arrestado en ese mismo instante.

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Pero en su lugar, José decidió ser misericordioso, y los resultados fueron sorprendentes. No solo salvó a sus hermanos de morir de hambre, sino que también abrió el camino para que Dios llevara paz y sanidad a una familia que estaba marcada por la rivalidad y la división. Debido a la misericordia de José, Jacob y sus descendientes pudieron responder al llamado de convertirse en el pueblo escogido y especial de Dios. Ellos se convirtieron en un signo de la gracia y el poder de Dios para los pueblos que los rodeaban. Fueron sus descendientes los que Dios salvó de la esclavitud a través de increíbles señales y prodigios. De ellos descendían reyes como David y Salomón, lo mismo que profetas tales como Isaías y Jeremías. Luego, siglos más tarde, Jesús, el Mesías y Salvador, nació en el seno de su familia. Todo esto porque José decidió perdonar. Si Dios realizó todo esto a través del perdón de José, imagina lo que puede hacer cuando decidimos perdonar: Sanar matrimonios y reunir familias; reconciliar a los enemigos y vencer el pecado. ¡Incluso puede llevar la paz entre vecinos y naciones! “Señor Jesús, ayúdame a perdonar.” ³³

Salmo 105 (104), 16-21 Mateo 10, 7-15


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de julio, viernes Santos Agustín Zhao Rong, presbítero, y compañeros, mártires Mateo 10, 16-23 Yo los envío… no se preocupen. (Mateo 10, 16. 19) Jesús es muy claro: Ser enviado en su nombre tiene consecuencias. El Señor les dijo a sus discípulos que serían entregados, perseguidos y rechazados. Pero luego dijo algo inesperado: “No se preocupen” (Mateo 10, 19). El Espíritu Santo estaría con ellos y les mostraría lo que debían decir o hacer. Difícilmente nosotros tendremos que enfrentarnos al encarcelamiento, los golpes o la ejecución por proclamar el Evangelio. Pero de cualquier forma, cada vez que abrimos la boca para hablar del Señor, siempre existe el riesgo de que alguien nos rechace o nos ridiculice. A eso Jesús dice: “no te preocupes”. ¿Por qué? ¡Porque tú sabes quién eres! Tú eres una nueva creación. En el Bautismo “naciste de nuevo” como hijo de Dios (Juan 3, 3). Como una nueva creación en Cristo, tienes el llamado a predicar la buena noticia. Tu identidad viene de quien Dios dice que eres, no de lo que otras personas pueden decir o pensar. Así que intenta no preocuparte por el rechazo. Dios siempre te acepta aun cuando nadie más lo haga.

Tú has sido justificado. “No hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús” (Romanos 8, 1). Tú no tienes que esperar a dominar cada pecado para dar testimonio de tu fe. El pecado, la debilidad y los errores del pasado no te descalifican para proclamar hoy la buena nueva. Al contrario, ¡pueden hacer que tus palabras sean más creíbles! Dios compensará cualquier insuficiencia que tengas. Tú eres pleno. Tú no estás solo. El Espíritu Santo está en ti y contigo para sostenerte, dirigir tus pensamientos y hablar a través de ti. No tienes que preocuparte en decir las palabras correctas. El Espíritu Santo puede mostrarte lo que debes decir, o simplemente tus palabras pueden tener un significado especial para alguien más. Incluso, el Espíritu te ayudará a reconocer el momento correcto en que no debes decir nada. Dios te ha capacitado para ser un portador de su amor en un mundo que está sufriendo. Así que, ¡no te preocupes! El Señor confía mucho en ti, su confianza está basada no solamente en tus propios dones y habilidades, sino también en quién eres en Jesucristo. “Padre, te suplico que me des el valor para proclamar la buena noticia.” ³³

Génesis 46, 1-7. 28-30 Salmo 37 (36), 3-4. 18-19. 27-28. 39-40 Junio/Julio 2021 | 73


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de julio, sábado Mateo 10, 24-33 Lo que les digo al oído, pregónenlo en las azoteas… ustedes valen mucho más que todos los pájaros del mundo. (Mateo 10, 27-31) ¿Sabías que tú realmente le agradas a Dios? Es fácil decir “Dios me ama”. Pero también le agradas. El Señor aprecia tu personalidad única, incluso las peculiaridades que ayudan a que seas quien eres. Entusiasmado por los dones y talentos que te ha dado, él diseñó un plan para tu vida, prestando la mayor atención a cada detalle. Tú no eres un error o una ocurrencia tardía. No, tú vales “más que todos los pájaros del mundo” (Mateo 10, 31). De hecho, Dios te ama tanto que él disfruta compartir sus secretos contigo. Al Señor le agrada hablar a lo más profundo de tu corazón, dándote palabras de sabiduría, visión y amor. Jesús está tan cerca tuyo, y tú eres tan precioso a sus ojos, que no puede evitar compartir contigo los tesoros del mensaje de su Evangelio. No puede evitar mostrarte nuevos aspectos de su amor, su plan perfecto y la vida que él quiere derramar sobre todo aquel que lo busque. Hoy, al rezar y meditar en la Escritura procura imaginar que Jesús se sienta a tu lado y te habla personalmente; y que abre su corazón contigo, como lo haría con un amigo de confianza. Permite que sus palabras penetren

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tu corazón. Acéptalas como un don, como el privilegio que él otorga solamente a aquellos que lo aman y creen en él. También acéptalas como la sabiduría que él desea que compartas con tus amigos, conocimientos que él quiere que tú pregones “desde las azoteas” (Mateo 10, 27). Esas palabras no están destinadas a ser guardadas celosamente sino a ser compartidas, expuestas generosamente conforme él te las da a ti. ¡Tú eres importante para el Señor! ¡Jesús te valora! Permite que su palabra penetre tu mente y te libere de la preocupación y la ansiedad. El Señor te atesora y está comprometido a darte todo lo que necesitas para vivir en este mundo; él tiene mucho que decirte. Así que escucha con atención, y luego ve y proclama la buena noticia a todos los que la escuchen. Tan eficaz es la Palabra de Dios que es, como dice la Constitución Dei Verbum, “fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual.” “Señor, no quiero perderme las palabras que tienes para mí. Tú eres mi fuerza, mi esperanza y mi amor. Deseo contarle a todos sobre el tesoro que he encontrado en ti.” ³³

Génesis 49, 29-31; 50, 15-26 Salmo 105 (104), 1-4. 6-7


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MEDITACIONES JULIO 11-17

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de julio, XV Domingo del Tiempo Ordinario Efesios 1, 3-14 Él nos eligió en Cristo, antes de crear el mundo. (Efesios 1, 4) Para el año 2020, la Organización de Naciones Unidas estimó que había siete mil seiscientos millones de habitantes en el planeta. En una estadística más impresionante aun, la Oficina de Referencia de Población estimó que más de ciento ocho mil millones de personas han habitado la Tierra desde sus inicios. ¿Puedes imaginar que antes de que Dios creara el mundo, en el medio de esos más de ciento ocho mil millones de personas que la habitarían, él ya te conocía perfectamente y te escogió para estar a su lado? Cuando escuchamos que Dios nos eligió antes de la creación del mundo, puede sonar demasiado teórico. Pensamos en “nosotros” como un grupo universal: El pueblo de Dios, todos los creyentes, incluso todas las personas en todo el mundo. Y aunque somos parte de este gran grupo, no somos simplemente miembros anónimos de entre la multitud. El amor de Dios por nosotros

no es generalizado, es personal y específico por cada uno de nosotros. El Señor te ama por ser quien eres. Por muy abrumador que esto pueda sonar, permite que esta verdad penetre hoy tu corazón. Aun si hubiera cien billones de personas, eso no importaría. Tú, con todas tus particularidades estabas en la mente y el corazón de Dios desde el principio. El Señor te creó con un propósito específico, ¡y anhela que estés con él por toda la eternidad! Esta es una forma de meditar en esta sorprendente verdad: Toma la segunda lectura de hoy y cada vez que veas la palabra “nosotros”, sustitúyela con tu nombre. Por ejemplo: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo que ha bendecido a [tu nombre] en él con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales. Él eligió a [tu nombre] en Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables a sus ojos…” Lee nuevamente todo el pasaje, despacio, un par de veces. Proclámalo en voz alta. Permite que Dios aumente tu conocimiento de cuánto él te ama. Luego permanece en ese amor. “Padre celestial, te ruego que me ayudes a confiar en tu amor hoy y todos los días.” ³³

Amós 7, 12-15 Salmo 85 (84), 9-14 Marcos 6, 7-13

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de julio, lunes Mateo 10, 34—11, 1 El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. (Mateo 10, 38) La mayoría de las grandes historias de amor involucran a un amante que hace grandes sacrificios por su amada —cruzar océanos, perder la propia reputación, abandonar sus riquezas e incluso arriesgarse a morir. Todos estos sacrificios son hechos alegre y valientemente, sin arrepentimientos— en beneficio de la persona amada. Pero la mayor historia de amor es la de un Dios que hizo el sacrificio más sorprendente que alguien pueda imaginar. Asumió nuestra humanidad, no como un héroe conquistador, sino como un pequeño bebé. Estuvo dispuesto a soportar la burla, ser escupido y finalmente crucificado, todo esto por amor a cada uno de nosotros. ¿Cómo podemos nosotros responder a un amor tan grande? ¿Podemos ser como nuestro Salvador, el Amante que felizmente se sacrificó por aquellos que él ama? ¿Podemos aceptar y cargar con nuestra cruz como lo hizo Jesús, por amor a Aquel que se sacrificó por nosotros? Todos tenemos cruces que cargar, es parte de vivir en un mundo perdido. Podríamos resignarnos de mala gana a ellas. O, por amor a Dios, podríamos aceptarlas con paz y confianza e

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intentar ser tan amorosos y misericordiosos con quienes se relacionan con nosotros como Jesús lo es con nosotros. Así que si estamos cuidando a un familiar con una enfermedad mental, podemos hacerlo con amor y en oración, confiando en el Señor. Si tenemos que relacionarnos con un jefe difícil cada día, podemos hacerlo con paciencia y bondad. Si estamos sirviendo en el ministerio para atender a los pobres o los indigentes, podemos servirlos en días en que de lo contrario estaríamos haciendo alguna otra cosa. El fallecido superior general de la orden de los jesuitas, el padre Pedro Arrupe, una vez escribió: “Aquello de lo que estás enamorado, lo que ocupa tu imaginación, afectará todo.” Estar enamorado de Dios decidirá todo en nuestra vida, incluyendo la forma en que cargamos y respondemos a nuestras cruces diariamente. La historia más grande de amor en el mundo también es la nuestra. Somos capaces de cargar nuestra cruz con el amor y la alegría de un amante, porque Dios nos amó primero, ¡y eso hace toda la diferencia! “Señor Jesús, ayúdame, te ruego, a cargar mi cruz y seguirte hoy con mi corazón lleno de amor.” ³³

Éxodo 1, 8-14. 22 Salmo 124 (123), 1b-3. 4-6. 7-8


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de julio, martes San Enrique Salmo 69 (68), 3. 14. 30-34 Es sencillo ver la conexión entre el salmo responsorial y la primera lectura de hoy. Puedes imaginar a la madre de Moisés clamando a Dios en palabras muy similares a las del salmo. Con seguridad debe haber sentido que ella y su pueblo estaban literal y figurativamente hundiéndose “en un cieno profundo y” no pudiendo “hacer pie” (Salmo 69, 3). Incapaz de esconder más a su bebé del designio asesino del faraón, colocó a Moisés en el río dentro de un canasto. Todo lo que ella podía hacer era rezar y depender de la misericordia de Dios. Desde luego, sabemos cómo se desarrolla la historia. Dios no abandonó a este bebé o a su madre. De hecho, la hermana del faraón le ordenó a ella que lo criara. La madre recibió de vuelta a su hijo, ¡como si el niño hubiera vuelto a la vida! Y eso no fue todo, Moisés recibió la educación que él necesitaría para cumplir el plan de Dios de salvar a su pueblo de la esclavitud. En algún momento, la mayoría de nosotros nos hemos sentido abrumados por las circunstancias que se escapan de nuestro control. Podríamos pensar que todo lo que podemos hacer es resistir y clamar por misericordia, como lo hicieron el salmista y la madre de Moisés. Sabemos que Dios nos ama, pero en un

momento así no podemos imaginar de qué forma él sacará algo bueno de las terribles circunstancias. Si así es como te sientes ahora, aguanta un poco. Se necesita de un acto deliberado de fe para confiar en la bondad de Dios, así como lo necesitó el salmista en el salmo de hoy. Todo lo que ves a tu alrededor podría enviarte el mensaje de que el Señor no está contigo, ¡pero no lo creas! No te rindas al dolor y la amargura; más bien, clama a Dios. Dile cuáles son tus dudas y preguntas. Alábalo por las formas en que ha sido fiel en el pasado. Recuérdate a ti mismo que “el Señor escucha a sus pobres” cuando ellos acuden a él (Salmo 69 (68), 34). Al perseverar en tu confianza en Dios, descubrirás algo que podría sorprenderte: Dios realmente te está sosteniendo en sus brazos. Puede ser que no comprendas todo lo que te está sucediendo, pero te convencerás de que él nunca te abandonará. Una muestra gráfica de esto es el cuadro de “las huellas”; cuando estás sufriendo y no te has dado cuenta de que el Señor te cuida y te lleva en brazos. “Señor Jesús, confío en ti.” ³³

Éxodo 2, 1-15 Mateo 11, 20-24

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de julio, miércoles Santa Kateri Tekakwitha, virgen Éxodo 3, 1-6. 9-12 Yo estaré contigo. (Éxodo 3, 12) Ponte por un momento en los zapatos de Moisés. Era un fugitivo de la justicia sentenciado a muerte por haber asesinado a un egipcio. Era hebreo, sin embargo estaba casado con una gentil que adoraba a otros dioses. Realmente, ¿alguien lo tomaría en serio? Probablemente esto era lo que Moisés estaba pensado cuando Dios le encargó que liberara a los israelitas de Egipto. ¿Quién, yo?, debe haberse preguntado. ¿Cómo voy a lograr hacer esto? Entonces, Dios pronunció solamente tres palabras para darle seguridad: “Yo estaré contigo” (Éxodo 3, 12). No le dio un plan para seguir paso a paso, ni le hizo una promesa de enviar refuerzos o ejércitos. Solo la promesa de su presencia constante. Pero resulta que todo lo que Moisés necesitaba era la presencia de Dios. El Señor envió las diez plagas, partió el Mar Rojo y guio a su pueblo a lugar seguro, sacó agua de la roca y envió maná del cielo. Todos estos signos se desarrollaron mientras Moisés daba un paso a la vez y confiaba en Dios. ¿Te has sentido como Moisés alguna vez? Todos hemos enfrentado situaciones en las que parece que Dios nos está pidiendo que hagamos algo para 78 | La Palabra Entre Nosotros

lo cual no nos sentimos capacitados de llevar a cabo. Así que protestamos diciendo: “Señor, se lo estás pidiendo a la persona equivocada. Yo no puedo hacer esto.” Y Dios nos dice las mismas tres palabras que le dijo a Moisés: “Yo estaré contigo.” Puede parecer demasiado simple o demasiado inadecuado. Pero recuerda, este Dios todopoderoso es quien te está haciendo una promesa. Aquel que derrotó a los ejércitos del faraón está contigo. Aquel que creó el universo está a tu lado. Aquel que te amó tanto que envió a su único Hijo está contigo, siempre. Por tanto, no te distraigas con los detalles, no te preocupes demasiado por el futuro. Más bien, proclama: “Señor, ¡confío en que me darás lo que yo necesite!” Ninguna situación es demasiado complicada o difícil para que su poder y su presencia no la puedan resolver. Tu Dios está contigo, él te guía paso a paso. El Señor te consolará cuando parezca que te has equivocado, te dará sabiduría, paciencia y la confianza que necesitas; de la misma forma en que lo hizo por Moisés. “¡Gracias Señor, por tu presencia constante!” ³³

Salmo 103 (102), 1-4. 6-7 Mateo 11, 25-27


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de julio, jueves San Buenaventura, obispo y doctor de la Iglesia Mateo 11, 28-30 Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados. (Mateo 11, 28) Reconocemos una invitación cuando llega a nuestro apartado postal por el papel elegante, letra refinada y lenguaje formal. Incluso si el evento al que hemos sido invitados se impone sobre una agitada agenda, de cualquier manera la colocamos encima de toda la pila de cartas o la pegamos en la puerta del refrigerador. Queremos mostrar respeto a la persona que nos está invitando, y queremos intentar hacer todo lo que podamos para aceptar la invitación y asistir. Hoy, Jesús te está haciendo una invitación: “Vengan a mí” (Mateo 11, 28). Solo que en esta ocasión no es una invitación a una boda o una fiesta sino a acercarse a una persona. No es una invitación a un evento especial que inicia y termina sino a tener una relación que nunca se acaba. Mejor aún, esta invitación no requiere que compres un traje nuevo. No, tú eres libre de presentarte frente a él exactamente como eres. Ni siquiera intentes esconder tus cargas y preocupaciones. ¡Tráelas contigo! El difícil ambiente de trabajo, el hijo rebelde, el padre enfermo o el pecado recurrente.

Trae todo eso contigo y permite que él te dé descanso y alivio. También recuerda que esta es una invitación, no una orden. Tú eres libre de aceptarla o declinarla. Eres libre de decir: “Ahora no, Señor, estoy muy ocupado”, o “tal vez la próxima semana cuando mi horario se libere un poco”. Jesús siempre respetará tus decisiones tomadas en completa libertad. Pero, ¿por qué considerarías siquiera enterrar esta invitación entre todo tu correo? Piensa en lo que podrías perderte si lo hicieras: La experiencia del amor de Jesús, que cubre multitud de pecados; la promesa de sanar todas tus viejas heridas, y el sentido de un propósito y un llamado que él te ha hecho. Y por sobre todo, esa mirada a la vida eterna que viene cada vez que te sientas a conversar con él. Jesús no quiere añadirte otra carga, él quiere aligerar las que ya tienes. El Señor está más interesado en darte descanso de lo que está en juzgar tu desempeño o repasar tus pecados pasados. Así que acércate hoy a Jesús, ahora mismo; él está esperando por ti. “Señor, acepto tu invitación a pasar tiempo contigo.” ³³

Éxodo 3, 13-20 Salmo 105 (104), 1. 5. 8-9. 24-25. 26-27

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de julio, viernes Bienaventurada Virgen María del Carmen Éxodo 11, 10—12, 14 Imagina lo importante que debe haber sido (y todavía lo es) la Pascua para el pueblo judío. Es tan importante que incluyeron este evento en su calendario, convirtiendo el aniversario de su liberación de Egipto en una de las principales celebraciones en el año. Dios había castigado a sus enemigos, los había liberado de su esclavitud y los condujo a través del Mar Rojo. Finalmente todo era diferente. Al ser liberados, ellos vieron a Dios, y a sí mismos, de una forma completamente distinta. En su celebración anual de la Pascua, el pueblo judío tiene cuidado de mantener actuales los eventos que rodearon su liberación. Ellos saben que Dios no actuó simplemente en el pasado. El Señor sigue actuando en medio de ellos, protegiéndolos y liberándolos. Muchos siglos después, cada judío narra de nuevo el relato como si él mismo hubiera estado presente en Egipto, en la orilla del mar y en el desierto. En lugar de ser un recuerdo lejano, la Pascua sigue siendo un evento continuo, lleno de gracia para todos los hijos de Abraham. Al darle a la Pascua un lugar tan prominente en su calendario, el pueblo también considera este evento como la 80 | La Palabra Entre Nosotros

señal de un nuevo comienzo. Cada año nuevo, Dios los llama a ir más allá en su futuro con él, un futuro que él ha diseñado para ellos. Por ejemplo, Jeremías una vez prometió: “Vienen días —afirma el Señor—, en que ya no se dirá: ‘Por la vida del Señor, que hizo salir a los israelitas de la tierra de Egipto’, sino: ‘Por la vida del Señor, que hizo salir a los descendientes de la familia de Israel, y los hizo llegar del país del norte’” (Jeremías 23, 7-8). La liberación del pueblo del exilio sería una nueva Pascua para ellos, otro comienzo, otro paso hacia adelante en la bondad y el amor de Dios. Así como el pueblo judío atesora sus tradiciones y su historia, también debemos hacerlo nosotros. Dios desea que recordemos y contemos de nuevo lo que él ha hecho por nosotros en el pasado, especialmente lo que hizo a través de su Hijo. El Señor sabe que mientras recordamos nuestra salvación, la experimentaremos más profundamente. Y esa experiencia nos fortalecerá conforme avanzamos hacia el futuro al cual él nos ha llamado. “Señor Jesús, gracias por darme la salvación.” ³³

Salmo 116 (115), 12-13. 15-18 Mateo 12, 1-8


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de julio, sábado Éxodo 12, 37-42 Esa noche veló el Señor. (Éxodo 12, 42) Conoces ese sentimiento: Vas tarde para una cita. Corres hacia la puerta preguntándote: “¿Cerré todo? ¿Apagué el horno? ¿Traigo todo lo que necesito? Si hay niños involucrados, esperas que todos estén presentes, vestidos y preferiblemente lleven zapatos. Esa es solo una pequeña probada del frenético sentimiento de tener que apurarse y presionar a toda costa que deben haber tenido los hebreos cuando huyeron de la esclavitud en Egipto. ¡Miles de personas y ganado escapando simultáneamente de unos captores impredecibles es la definición propia de caos! Pero, ¿qué dice la Escritura sobre ese momento? Que “esa noche veló el Señor, para sacarlos de Egipto” (Éxodo 12, 42). ¡Qué pensamiento más consolador! En medio de la confusión y el desorden, Dios vela sobre su pueblo. Aquel que había prometido liberarlos estaba cuidándolos incluso antes de que su liberación se hubiera llevado a cabo. Dios estaba alerta a sus necesidades y a los obstáculos que enfrentaron esa noche. El Señor estaba con ellos para ofrecerles paz, para calmar sus temores y para dirigir sus pasos. Dios veló incluso sobre los que dudaban de que

él fuera a cumplir su palabra. Desde que envió a Moisés a ellos hasta este preciso momento, Dios siempre se mantenía vigilante. Cuidadosamente les estaba preparando el camino y proveyéndoles protección. Y luego, en el momento justo, ¡Israel fue liberado! Dios también está velando sobre ti; él no se ha retrasado por el desorden o el caos en tu vida. El Señor sabe todo sobre ti, y está vigilando, listo para traer orden en medio del caos. Dios tiene cosas buenas planeadas para ti, aunque tal vez tú todavía no las ves. Él siempre está ahí, vigilando, esperando el momento apropiado. ¿Hay algo en tu vida que no se ha resuelto? ¡Recuerda a los israelitas! Ellos pasaron años y años de esclavitud mientras Dios se mantenía velando en una vigilia silenciosa sobre ellos. No fue hasta que llamó a Moisés que echó a andar su plan. E incluso entonces, esperó el momento oportuno. Al igual que los israelitas, tú podrías sentirte frustrado, desconcertado y temeroso mientras esperas que Dios actúe. Pero Dios no se siente así, ¡él sabe cuándo es el momento oportuno para ti! “Gracias, Padre, por cuidarme. Yo confío en que experimentaré tu gracia en el tiempo que tú has señalado.” ³³

Salmo 136 (135), 1. 10-15. 23-24 Mateo 12, 14-21

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MEDITACIONES JULIO 18-24

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de julio, XVI Domingo del Tiempo Ordinario Efesios 2, 13-18 En un lenguaje casi poético, San Pablo invitó a los efesios a maravillarse de la unidad que estaban experimentando. Muchos de ellos eran gentiles, personas que miraban a los judíos por encima del hombro tanto como los judíos a ellos. Sin embargo, ahí estaban alabando juntos a Jesús, con sus hermanos judíos. A través de Cristo, el muro que había dividido a estos dos pueblos por siglos había sido derribado, dejando solamente un lazo de amor. Pero esta no fue la única ocasión en que Jesús juntó a los judíos y a los gentiles. Ya había sucedido unos treinta años antes, en el primer Viernes Santo, cuando “Herodes y Poncio Pilato se juntaron aquí, en esta ciudad, con los extranjeros y los israelitas”, y pusieron de lado sus diferencias… para poder dar muerte a Jesús (Hechos 4, 27). Desde luego, no todos estaban confabulando, pero es claro que muchos se unieron en su odio a Jesús. ¿No es increíble cómo Jesús puede transformar algo horrible y convertirlo en una fuente de profunda bendición?

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El diablo había creado una unidad falsa y débil para poder eliminarlo, pero su plan fracasó espectacularmente. Esta falsa unidad trajo la verdadera que los efesios, y los cristianos en todo el mundo, estaban disfrutando. Donde antes había un gentil contra un judío, un esclavo frente a un libre, una mujer contra un hombre, ahora solamente había hermanos presenciando el poder del Espíritu para sanar las antiguas divisiones. Si Jesús puede superar siglos de división entre judíos y gentiles, con seguridad puede sanar las divisiones en nuestra vida. Posiblemente no suceda de la noche a la mañana, o de la manera en que tú esperas, pero sí puede pasar, especialmente si trabajamos para ello. Piensa en alguna relación que tengas, ya sea que debas ofrecer perdón, o pedirlo, y mira qué puedes hacer para derribar los muros. Eliminemos las divisiones que mantienen a las personas atrapadas en temor, rivalidad y prejuicio. Hagamos nuestro mejor esfuerzo para perdonar a aquellos que nos han ofendido y pidámosle al Espíritu que ablande cada corazón endurecido, el nuestro y el de los demás. “Ven, Señor, y sana toda división y relación dañada, te lo ruego.” ³³

Jeremías 23, 1-6 Salmo 23 (22), 1-6 Marcos 6, 30-34


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de julio, lunes Mateo 12, 38-42 Queremos verte hacer una señal prodigiosa. (Mateo 12, 38) Cuando estás involucrado en una relación romántica, habrá ciertas cosas que te harán recordar a tu amado si no lo tienes cerca. Puede ser una fotografía en tu cartera, pasar frente al restaurante donde fueron en su primera cita o tal vez recordar una película que vieron juntos. También podrías escuchar una canción favorita que les gusta a ambos que te pone la piel de gallina cada vez que la escuchas en la radio. Pero a la hora de la verdad, ¿qué prefieres tener? ¿Esos recordatorios o a la persona que amas a tu lado? Esa es la naturaleza del problema que Jesús le planteó a los escribas y los fariseos en esta lectura. Jesús podía ver que ellos amaban al Dios de la alianza, pero él los desafió a ir más allá. Ellos solo parecían estar interesados en las señales, o en los recordatorios de la presencia de Dios en la historia de Israel. También querían una prueba de que Dios estaba en él de la misma forma en que estaba presente en los días de Moisés o David. Pero, ¡el Hijo de Dios estaba justo delante de ellos! ¿Qué otro milagro querían para convencerse? ¿Qué hay de nosotros? Ciertamente hay momentos en los que Dios se acerca a nosotros de formas sorprendentes y milagrosas. Pero si esperamos un

milagro antes de creer en él, seríamos como un viajero que, habiendo visto una señal treinta kilómetros antes, decide detenerse en el camino y esperar a que aparezca otra señal antes de seguir. Jesús sabe que nuestro crecimiento llega mientras seguimos avanzando, confiando en las señales del pasado y encaminándonos en fe hacia nuestro destino. No necesitamos sentir la presencia de Dios en una forma espectacular todos los días. Simplemente tenemos que confiar en que Dios está con nosotros. En cierto sentido, el milagro más grande y que más necesitábamos ya ocurrió. Es la señal de la cruz, diciéndonos que Jesús ha derrotado a la muerte y al pecado y ha abierto las puertas del cielo para nosotros. Si seguimos adelante, permitiendo que el mensaje de su cruz nos guíe, descubriremos una relación con Dios que transforma nuestra vida, y nada podrá sacudirnos. Recuerda, hermano, que la cruz es la señal que nos apunta hacia Jesús, y su presencia viva está allí, delante de ti, en la Sagrada Eucaristía. “Señor, tu cruz me dio todo lo que necesitaba: Toda la compasión, la sanidad y la alegría. Con mis ojos fijos en ti, ¡puedo enfrentar cualquier situación!” ³³

Éxodo 14, 5-18 (Salmo) Éxodo 15,1-6 Junio/Julio 2021 | 83


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de julio, martes

San Apolinar, obispo y mártir Éxodo 14, 21—15, 1

Los israelitas creían haberlo visto todo: A Moisés convertir las aguas del Nilo en sangre, la plaga de las ranas, la de las llagas e incluso la de la muerte de todos los hijos primogénitos de Egipto. Dios realizó muchas maravillas y milagros para liberarlos de la esclavitud. Sin embargo, deben de haberse sorprendido cuando Dios abrió un camino para que ellos cruzaran el Mar Rojo en tierra seca. Imagina cómo pudieron haberse sentido cuando comprendieron que ya no eran más prisioneros de los egipcios. ¡Dios verdaderamente los había salvado! Estos milagros parecen ir más allá de cualquier cosa que podamos comprender. Sin embargo, San Juan Crisóstomo, un Padre de la Iglesia primitiva quien murió en el año 407 d.C., enseñó que, por muy maravilloso que fue, el éxodo de los israelitas era solamente una prefiguración de lo que Dios realizó a través del Bautismo. “Ustedes no vieron al faraón ahogarse junto con sus ejércitos”, le dijo a un grupo de creyentes recién bautizados, “pero sí han visto al diablo ser vencido, junto con sus armas, por las aguas del Bautismo. Los israelitas pasaron a través del mar; ustedes han pasado de la muerte a la vida. Ellos fueron liberados 84 | La Palabra Entre Nosotros

de los egipcios; ustedes han sido liberados de los poderes de la oscuridad. Los israelitas fueron liberados de la esclavitud a la que los sometió un pueblo pagano; ustedes han sido liberados de una esclavitud aun mayor que es la del pecado. “Anteayer ustedes eran cautivos, pero ahora son libres y ciudadanos de la Iglesia; anteriormente vivieron en la vergüenza de sus pecados, pero ahora viven en la libertad y la justicia. Ustedes no solo son libres, también son santos. No son solamente santos, también son justos. Ustedes no son solo justos, también son hijos. No son solamente hijos, también son herederos. No son solo herederos, también son hermanos de Cristo. No son solamente hermanos de Cristo, sino que también son coherederos. Ustedes no son solo coherederos, también son miembros. No son solo miembros, también son el templo. Y no son solamente el templo, sino que también son instrumentos del Espíritu Santo.” El don del Bautismo es rico y profundo. Dale gracias a Dios por este maravilloso regalo y pídele que te ayude a experimentar la gracia que te pertenece. “¡Gracias, Señor, por las milagrosas aguas del Bautismo!” ³³

(Salmo) Éxodo 15, 8-10. 12. 17 Mateo 12, 46-50


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de julio, miércoles San Lorenzo de Brindis, presbítero y doctor de la Iglesia Éxodo 16, 1-5. 9-15 ¿Qué es esto? (Éxodo 16, 15) A través de los cuarenta años que estuvieron los israelitas en el desierto, Dios les dio pan del cielo, sin fallar un solo día. Cada mañana, se levantaban y encontraban una fina capa de maná que cubría el suelo, solo lo suficiente para el día. Luego, solo por seguridad, Dios les daba una doble porción el día antes del sábado para que no tuvieran que trabajar en el día de descanso. Imagina qué conmovedor debe haber sido esto para los israelitas. ¡Podían confiar en que Dios cuidaba siempre de ellos, y que lo hacía de una manera tan dramática! Pero con el tiempo, los israelitas comenzaron a cansarse del maná (Números 11, 6). Era el mismo alimento, día tras día, y dejaron de ver lo maravilloso que era aquel regalo. También dejaron de ver cómo hubiera sido su vida si Dios no hubiera sido tan bondadoso con ellos. Para nosotros también puede ser fácil perder de vista el regalo que Jesús nos da en el Pan de Vida. Después de todo, creemos que en cada Misa, sin importar qué otra cosa suceda, el pan y el vino ordinarios se transforman en el santísimo Cuerpo y Sangre de

Jesús. Un día tras otro, año tras año, el mismo milagro sucede en un sinnúmero de altares alrededor del mundo. Por un lado, es comprensible que recibir la Eucaristía puede volverse una rutina para nosotros. Incluso podríamos olvidar lo especial que es. ¡No permitas que eso pase! ¡Nunca pierdas la fe en lo que Jesús puede hacer por ti a través de la Eucaristía! Antes de que Dios les enviara el maná, los israelitas enfrentaron la amenaza real de morir de hambre en el inhóspito desierto del Sinaí. De la misma manera, si no tenemos el Cuerpo y la Sangre de Jesús para nutrirnos y fortalecernos, nosotros también podemos perdernos en el desierto de este mundo. También tendríamos poca esperanza de llegar a la tierra prometida del cielo. Por lo tanto, atesora este don. En cada Misa, asegúrate de tener muy presente qué es lo que estás recibiendo. Permite que las verdades que encierra el Pan de Vida te lleven al altar con una nueva apertura al poder y la gracia de Dios. El Cuerpo y la Sangre de Cristo son la vida que todos necesitamos día tras día. ¡No te la pierdas! “¡Alabado seas, Señor, por concedernos el don de la vida divina!” ³³

Salmo 78 (77), 18-19. 23-28 Mateo 13, 1-9

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de julio, jueves Santa María Magdalena Juan 20, 1-2. 11-18 ¡María! (Juan 20, 16) Cuando Jesús liberó a María Magdalena de los siete demonios, hizo algo más que simplemente curarla (Lucas 8, 2); cambió por completo el rumbo de su vida. El Señor que la había hecho nueva ahora era el centro de su vida. Ella dejó el pueblo de Magdala, donde vivía, y se convirtió en una de las discípulas de Jesús. Ella decidió seguirlo a donde él fuera. Eventualmente eso la condujo a la cruz. Mientras que la mayoría de los discípulos huyó, temiendo ser arrestados, María decidió quedarse cerca de él, sin importar el costo. Ella observó cómo él entregaba su espíritu, cómo fue bajado de la cruz y cómo su cuerpo golpeado era rápidamente preparado para el entierro y colocado en el sepulcro. E incluso en ese momento, María no pudo separarse de él. A la mañana siguiente, se apresuró al sepulcro para ungir su cuerpo. Pero, ¿qué podría haber estado pensando María mientras caminaba hacia aquel lugar? El Señor que yo creí que iba a salvar a Israel, el que me salvó a mí, ha sido ejecutado. Yo aposté mi vida por él. ¿Qué se supone que haga ahora? En el instante en que Jesús pronunció su nombre, María supo que la muerte no había sido capaz de vencerlo. 86 | La Palabra Entre Nosotros

¡Jesús estaba vivo! Y vivas también estaban sus esperanzas y sueños. Ella no había vivido los últimos años en vano. Todo lo que ella había dejado para seguir al Señor había valido la pena. Su vida continuaría teniendo significado y propósito. Ella continuaría siendo discípula de Jesús, y ahora también proclamaría su resurrección. ¿Cuál es el significado y el propósito de tu vida? ¿Es amar y servir a Jesús? María Magdalena podría decirte que no hay nada más grande que puedas hacer. Te diría que seguirlo lo vale todo, tu tiempo, tus posesiones, tu energía e incluso algunos placeres de la vida. Porque él siempre te ama; porque él nunca te abandonará. Y porque sus planes siempre son más grandes que cualquier cosa que alguna vez puedas concebir o imaginar. Un día te encontrarás cara a cara con el Señor resucitado. Jesucristo te llamará por tu nombre y tú lo reconocerás, como lo hizo María, porque tú apostaste tu vida por él. Solamente preocúpate de estar atento, de poner oído a sus palabras. ¡El te llamará! “Señor, que tú siempre seas el centro de mi vida, te lo ruego.” ³³

Cantar de los cantares 3, 1-4 Salmo 63 (62), 2-6. 8-9


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de julio, viernes Santa Brígida, religiosa Mateo 13, 18-23 Las semillas son un logro destacable de la naturaleza. No solo contienen modelos en miniatura de la planta en que se van a convertir, sino que también tienen un revestimiento exterior que las protegen, junto a un área especial para almacenar los alimentos y nutrientes que necesitan para poder crecer. Sorprendentemente, los científicos no entienden completamente qué es lo que sucede exactamente dentro de una semilla cuando cobra vida. Es impresionante lo resilientes que resultan ser las semillas. La semilla más antigua que se ha convertido en una planta viable fue la de una flor del Ártico de treinta y dos mil años que fue encontrada enterrada y congelada en la tundra al noreste de Siberia. Entonces, ¡no es de extrañar que Jesús usara esta imagen de una semilla para describirnos! Nosotros también tenemos todo lo que necesitamos para crecer como hijos maduros de Dios. También somos muy resilientes, y al igual que una semilla, solo necesitamos ser plantados en el ambiente correcto para que el misterio del crecimiento espiritual inicie. Pero somos diferentes a las semillas de esta parábola pues tenemos la capacidad de saltar fuera de los espinos y la mala hierba, defendernos de las aves

y alejarnos de los caminos escabrosos que pueden hacernos tropezar. En otras palabras, nosotros tenemos la capacidad de buscar el ambiente espiritual apropiado y echar raíces ahí. ¿Cómo es tu ambiente? ¿Hay aspectos de ese ambiente que amenazan con ahogar tu fe o mantenerla de forma superficial y sin raíces profundas? Desde luego, no existe un ambiente perfecto, excepto en el cielo, y algunas cosas que nosotros no podemos simplemente cambiar. Sin embargo podemos tomar decisiones que mejoren el “campo” en el cual vivimos. A veces las cosas pequeñas pueden hacer una gran diferencia, como un poco de fertilizante mezclado en el suelo de un jardín. Tal vez todo lo que necesitas es despertarte diez minutos más temprano para que puedas dedicar un poco más de tiempo a la oración. Y tal vez tu esfuerzo por ser un poco más paciente en la casa puede crear un ambiente que ayudará a toda la familia a ser más paciente. Tú tienes en tu interior el potencial de ser santo. Todo lo que necesitas es el ambiente adecuado. “Amado Señor, te ruego que me ayudes a convertirme en la persona que tú sabes que puedo ser.” ³³

Éxodo 20, 1-17 Salmo 19 (18), 8. 9. 10. 11

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de julio, sábado San Chárbel Makhlüf, presbítero Éxodo 24, 3-8 Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con ustedes. (Éxodo 24, 8) ¡Tanta sangre! Esta escena puede parecernos algo desagradable. Pero la sangre ocupaba un lugar importante en la vida de los antiguos israelitas. Se decía que el motor de la vida de todos los seres vivientes estaba en su sangre, y el sacrificio de animales era una parte natural de su vida religiosa (Levítico 17, 14). Por lo tanto, cuando Moisés roció al pueblo con la sangre de los animales sacrificados en el altar, todos lo vieron como un gesto hermoso y conmovedor. Esa sangre, la sustancia que daba vida, selló su alianza con Dios porque los conectaba con el altar de su presencia. Conocemos el resto de la historia. Dios fue fiel a su parte de la alianza convirtiendo a los israelitas en su pueblo escogido y dándoles la ley. Pero el pueblo no siempre era fiel a su parte. Ellos prometieron obedecer los mandamientos de Dios, pero a menudo fallaban. ¿Qué hizo Dios frente a los errores del pueblo? Se mantuvo fiel a su promesa. ¡El Señor no podía renunciar a su pueblo amado! Con el tiempo, los preparó para una alianza nueva y mejor, una que sería sellada no con la 88 | La Palabra Entre Nosotros

sangre de los animales sino con la sangre de su propio Hijo Jesús. La sangre de Jesús, derramada en la cruz, tiene el poder no solo de limpiarnos de nuestros pecados sino de darnos la gracia de vivir en santidad. Su sangre, nos perdona, cura y protege. Jesús inauguró esta nueva alianza con la Última Cena, donde dijo: “Esta copa es la nueva alianza confirmada con mi sangre, la cual es derramada en favor de ustedes” (Lucas 22, 20). Esta escena la revivimos en todas las Misas. Cada vez que el sacerdote ofrece la Plegaria Eucarística, Dios está esencialmente recordándonos: “Yo he hecho una alianza eterna con ustedes. Yo me he entregado a ustedes, con todo mi ser, para que ustedes vivan junto a mí por toda la eternidad.” Este es nuestro Dios, un Dios que continúa buscando a su pueblo, aun cuando ellos estén extraviados. Este es nuestro Dios, que renueva su alianza con nosotros cada vez que recibimos el Cuerpo y la Sangre de su Hijo. ¡Qué Padre más misericordioso tenemos! Y qué mejor que podemos recibir la Sagrada Eucaristía todos los días o al menos una vez a la semana. “Padre, gracias por ser fiel a tu alianza.” ³³

Salmo 50 (49), 1b-2. 5-6. 14-15 Mateo 13, 24-30


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MEDITACIONES JULIO 25–31

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de julio, XVII Domingo del Tiempo Ordinario Juan 6, 1-15 Lo seguía mucha gente porque habían visto los signos que hacía. (Juan 6, 2) Si quieres una clave para entender el Evangelio según San Juan, probablemente lo mejor que puedes hacer es concentrarte en la palabra “signo”. En la primera mitad de este Evangelio (capítulos 1-11), Juan hace un recuento de siete signos, o milagros que Jesús realizó. En la segunda mitad (capítulos 12-21), dedica todo su tiempo al mayor milagro de todos: la cruz y la resurrección de Jesús. En el Evangelio de hoy, vemos a una gran multitud que sigue a Jesús porque están impresionados por estos signos. ¿Quién más podía convertir el agua en vino o resucitar a un niño muerto con una simple palabra? Ellos querían ver más, y Jesús no los decepcionó. Realizó otro milagro: ¡alimentó a más de cinco mil personas con solo cinco panes y dos pescados! En los siguientes domingos, escucharemos cómo Jesús explica este milagro y lo importante que es para

nosotros. El Señor nos dirá que los panes multiplicados son una prefiguración del verdadero Pan de Vida, su propia carne eucarística, que él entregará “por la vida del mundo” (Juan 6, 51). También nos explicará que este Pan de Vida es más grande aun que el maná que Moisés dio a los israelitas en el desierto (6, 32). Y lo mejor de todo, promete que todo aquel que coma de este pan con fe y confianza: “yo lo resucitaré en el día último” (6, 54). Estas son solo tres de las muchas promesas que Jesús nos hizo. El Señor nos promete que estará siempre a nuestro lado, que nos instruirá y consolará nuestro espíritu. También, que nos alimentará con su propia vida, y después de esta vida, promete que abrirá el cielo mismo para nosotros. ¡Así de bueno es Jesús! Hoy es un día perfecto para fijar tus ojos en Jesús, el Pan de Vida que se ofrece en la Misa y agradecerle por todo lo que él te ha prometido. También es un día perfecto para decidir mantenerte firme en seguirlo y recibir así todas las bendiciones qué tiene reservadas para ti. “¡Gracias, Señor Jesús, por darnos tu Pan de Vida!” ³³

2 Reyes 4, 42-44 Salmo 145 (144), 10-11. 15-18 Efesios 4, 1-6

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de julio, lunes Santos Joaquín y Ana, padres de la Bienaventurada Virgen María Mateo 13, 31-35 …los pájaros vienen y hacen su nido en las ramas. (Mateo 13, 32) Una bandada de aves, posadas todas juntas en un árbol, pueden hacer un escándalo tan tremendo que es posible perderse la magnificencia del árbol. Los graznidos, el revoloteo y el ruido de las hojas hacen que la altura, la anchura y la forma incluso del roble más grande se pierdan. Pero Jesús utilizó esta imagen para concentrar nuestra mirada en el sorprendente tamaño y alcance del Reino de Dios. El Reino de los cielos es el más grande de todos los reinos y se impone sobre cualquier otro gobierno, autoridad y poder. Posiblemente ahora no ves este reino celestial. Tal vez todo lo que te puedes imaginar es una congregación gloriosa de ángeles y santos. O tal vez todo lo que escuchas ahora es el cacareo y el graznido de innumerables cuervos y colibríes, águilas y petirrojos: Un reino lleno de pleitos escandalosos. Pero el Reino de los cielos es mucho más que eso. Creado y amado por Dios, este reino incluye a cada persona que alguna vez ha sido bautizada en el nombre de Jesús. Si fuiste bautizado, ¡tú también eres un ciudadano de este reino! Tú has recibido nueva vida

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y poder que pertenecen solamente a aquellos que viven en él. El poder para pedir el favor de Dios y recibirlo. El poder para reconciliarte, para perdonar, para curar y para soportar. Y no solo has recibido poder sino que también bendición: Bendiciones de “justicia, paz y alegría por medio del Espíritu Santo” (Romanos 14, 17). Estas bendiciones permanecerán para siempre, en la eternidad. Así que cuando el mundo parezca demasiado oscuro y poderoso, recuerda que Dios ya te ha liberado de las tinieblas y te ha llevado a su Reino celestial (Colosenses 1, 13). Agradece que habitas en un Reino que no puede ser sacudido o destruido, un reino que le confiere poder y bendición a sus ciudadanos. Aunque las aves a veces hagan un terrible escándalo, el Reino es ahora y siempre será un lugar donde puedes experimentar el poder, la presencia y el amor de Dios. Esto es así porque Cristo es nuestra paz y en él siempre encontrarás paz y bendición. “Padre celestial, te suplico que me ayudes a dejar de escuchar el clamor de las aves para poder ver la inmensidad de tu Reino y regocijarme en él.” ³³

Éxodo 32, 15-24. 30-34 Salmo 106 (105), 19-20. 21-22. 23


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de julio, martes Mateo 13, 36-43 …la buena semilla son los ciudadanos del Reino. (Mateo 13, 38) El Evangelio de hoy se basa en la gran enseñanza de Jesús sobre el Reino de los cielos. El Señor utiliza ejemplos de la experiencia cotidiana para iluminar los misterios divinos. En el pasaje de hoy, Jesús explica el significado de esta parábola sobre la buena semilla y la mala hierba que crece junto con ella. Por un lado, la semilla tiene un poder oculto y fructífero. Por otro, Jesús nos recuerda el peligro que representa el enemigo y el daño provocado por el pecado. Ambos principios están actuando en nuestra vida. Jesús dice que la buena semilla son los ciudadanos del Reino, ¡esos somos nosotros! La imagen de la buena semilla revela la fuente de nuestra productividad: Dios mismo. Esto significa que su buena semilla ya está viva en nosotros. Fue plantada en nuestro corazón a través del Bautismo y alimentada por los sacramentos y otros encuentros con la gracia de Dios. Diariamente, el Espíritu Santo actúa para hacer crecer la semilla y abrir nuestro corazón a su poder. Sin embargo, no podemos olvidar los esfuerzos del enemigo para plantar la cizaña en nosotros. Todos experimentamos tentaciones de pecados

habituales o vicios que dañan nuestras relaciones humanas. También podemos ser presa de mentiras sutiles que dañan nuestra relación con Dios. “En realidad Dios no me ama”, pensamos, “él ve mi pecado y me condena.” Lleva esta imagen de la semilla a tu oración personal. Dios ha sembrado muchas buenas semillas en tu vida. ¡Dale gracias por eso! Tal vez Dios ha plantado el perdón en tu corazón y te ha ayudado a reparar una relación. ¿Cómo puedes ayudar a esta semilla a crecer? Podrías comenzar rezando por esa persona y buscando pequeñas formas de soportar las cosas que hace que te molestan. Quizá podrías intentar resistir la tentación de juzgarla. Por sobre todo, puedes pedir la gracia, porque “Dios… es quien hace crecer lo sembrado” (1 Corintios 3, 7). Esta semilla buena contiene un inmenso poder, que es infinitamente más fuerte que el poder de la cizaña. Como recordó Juan a los primeros cristianos: “el que está en ustedes es más poderoso que el que está en el mundo” (1 Juan 4, 4). “Espíritu Santo, te ruego que me ayudes a regar las semillas que has plantado en mi corazón.” ³³

Éxodo 33, 7-11; 34, 5-9. 28 Salmo 103 (102), 6-7. 10-11. 12-13

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de julio, miércoles Éxodo 34, 29-35 ¿Realmente brilla el rostro de las mujeres embarazadas? Los médicos dicen que sí. La piel de una mujer embarazada puede ruborizarse porque su cuerpo está produciendo más sangre, y su rostro brilla a menudo porque las glándulas de la piel están especialmente activas. Ella puede estar consciente de que hay cambios sucediendo dentro suyo, pero a menudo se sorprende de saber que otras personas también pueden notar la diferencia. Moisés tampoco sabía que su rostro resplandecía. Después de hablar con Dios cara a cara en el monte, él probablemente sentía que era un hombre cambiado, pero nunca se imaginó que sería tan obvio para las demás personas. Y ese es el punto. A veces pasamos un tiempo difícil viendo lo que es claro para los demás: Hemos cambiado. Por la gracia de Dios, estamos madurando. La actividad del Espíritu dentro de nuestro corazón provoca signos visibles de ese cambio en la superficie. Esto te implica a ti. La gracia de Dios ha estado activa dentro de ti. El Señor ha estado ocupado rompiendo el terreno duro en tu corazón. Los viejos hábitos están menos arraigados. Sonríes más y tienes más cuidado con tus palabras. En este momento, el fruto del Espíritu está creciendo dentro de

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ti. Lenta, gradual y milagrosamente, estás siendo transformado desde adentro hacia afuera. ¡Toda esta actividad no puede quedarse oculta! Lo que es sorprendente es que la familia, los vecinos y tus compañeros de trabajo a menudo lo sienten antes que tú. Entonces, ¿por qué no tomar algo de tiempo para verte hoy en el espejo? Podrías sorprenderte con lo que veas. Al reflexionar en las formas en que has cambiado, no temas tampoco pensar de forma diferente. Por ejemplo, tal vez acabas de atravesar un cambio de vida importante. Ese es un signo de madurez. O tal vez has desarrollado recientemente una nueva habilidad, incluso si no es espiritualmente evidente. Eso es crecer. Este pequeño ejercicio puede inspirar que brote la gratitud en tu corazón. Incluso puede motivarte a seguir cooperando con la gracia de Dios, por lo que todavía verás más cambios. Dios nunca dejará de derramar su gracia sobre ti. Al igual que Moisés en la montaña, sigue forjando pequeñas “llamadas de video” con Dios en la oración. Recuerda: La luz de Cristo brilla en ti. “Señor, te alabo porque tú haces brillar tu luz a través de mí.” ³³

Salmo 99 (98), 5-7. 9 Mateo 13, 44-46


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de julio, jueves Santos Marta, María y Lázaro Juan 11, 19-27 A menudo pensamos en Santa Marta como un ejemplo de lo que no deberíamos hacer. Cuando invitó a cenar a Jesús en su casa, ella estaba sirviendo la mesa, “preocupada e inquieta por demasiadas cosas”. En cambio, su hermana María, se sentó a los pies de Jesús, porque ella había escogido “la mejor parte” (Lucas 10, 41-42). ¿Realmente significaba esto que Marta estaba en segundo plano? Bueno, podría decirse que sí. Pero en el Evangelio de hoy nos encontramos a una Marta más madura. Ya no estaba tan abrumada con las preocupaciones. Ella reconoció que Dios estaba actuando a través de Jesús, y creía que Dios le concedería cualquier cosa que él le pidiera (Juan 11, 22). Marta aun no comprendía que él podía resucitar a Lázaro de los muertos, pero creía que Jesús es el Mesías. Ella reconocía que él venía de Dios, y esto fortaleció su fe. En este relato, la fe de Marta comienza en la capacidad de confiar en Dios. Pareciera que confiar de esa forma es difícil, especialmente si, como Marta, acabas de experimentar una pérdida. Pero puedes aprender de ella, que encontró esperanza en la resurrección de su hermano. Ella vio

que sus miedos y preocupaciones no eran nada comparados con el poder de Jesús, así que decidió confiar en él. Tú puedes confiar así. Incluso si sigues sintiendo temor, puedes confiar en Jesús, que conquistó a la muerte y vive para siempre. Sin embargo, la fe es mucho más que confiar pasivamente en Dios. Es creer activamente que él puede hacer milagros. Marta puede ayudarte a comprender esta clase de fe. Ella llegó a creer que Jesús podía hacer cualquier cosa, y así se lo dijo a él . Tú también puedes creer así, pidiéndole a Dios que te ayude en una situación difícil. Pídele un milagro: La curación de un ser querido, la conversión de un amigo o un nuevo trabajo. Pide con confianza, pero también confía en que Jesús, en su sabiduría, responderá tu oración de la mejor forma posible. Ejercitar tu confianza y fe de esta manera te ayudará a acercarte más a Jesús. Luego tú puedes decir junto con Marta: “Señor, creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios” (Juan 11, 27) “Amado Jesús, ¡quiero tener una fe como la de Marta!” ³³

Éxodo 40, 16-21. 34-38 Salmo 84 (83), 3. 4. 5-6a. 8a. 11

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de julio, viernes San Pedro Crisólogo, obispo y doctor de la Iglesia Mateo 13, 54-58 Jesús acababa de regresar a su casa en Nazaret, donde mejor lo conocían. Pero su familiaridad con Jesús los predisponía; ellos solo veían que era el hijo del carpintero. Así que se perdieron de recibir la nueva vida que Jesús les ofrecía. Pero el Señor no permitió que la incredulidad que encontró en su pueblo le impidiera enseñar y realizar milagros en otros lugares; pues se mantuvo firme ya fuera que la gente creyera en él o no. Aun cuando sus amigos más cercanos lo rechazaron, Jesús permaneció obediente a la voluntad de su Padre, hasta su último suspiro. La perseverancia de Jesús es tan notable que podríamos encogernos de hombros y decir: “Eso es imposible.” Podríamos luchar con la decepción o el desánimo mientras procuramos seguir al Señor, u olvidar que lo necesitamos cuando las cosas están saliendo bien. En ambas situaciones, nos perdemos el poder y la paz que Jesús desea darnos. Pero, ¿cómo podemos aprovechar la fuente de la perseverancia de Jesús y seguir sus pasos? Una cosa es segura: Jesús no intentó hacer las cosas con sus propias fuerzas. Incluso él debió confiar en su Padre; él mismo lo dijo: “el Hijo de Dios no 94 | La Palabra Entre Nosotros

puede hacer nada por su propia cuenta; solamente hace lo que ve hacer al Padre” (Juan 5, 19). Por lo tanto, nuestro primer paso es aprender a confiar en la fuerza y la sabiduría que vienen de Dios. Esto significa volvernos a él diariamente en oración y durante todo el día. También, ser honestos con Dios y decirle que estamos siendo tentados o que no entendemos una situación particular de nuestra vida. Significa pedir ayuda y guía cuando la necesitamos, e incluso cuando pensamos que no la necesitamos. El segundo paso es procurar ser obedientes al Señor. Cuando nos decidimos por las preferencias y los deseos de Dios por encima de los nuestros, podemos abrirnos a recibir su gracia. Durante sus treinta y tres años, Jesús aprendió a tener la disposición que le permitía decirle a su Padre: “que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22, 42). En nuestra obediencia diaria, en las obligaciones ordinarias del trabajo o la familia, podemos crecer en fortaleza y disposición a decir lo mismo. “Señor Jesús, ayúdame, te ruego, a mantenerme firme.” ³³

Levítico 23, 1. 4-11. 15-16. 27. 34-37 Salmo 81 (80), 3-4. 5-6. 10-11ab


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de julio, sábado San Ignacio de Loyola, presbítero Mateo 14, 1-12 ¡Pobre Herodías! En la lectura de hoy, la vemos girar sobre una red de decepción alrededor de su esposo Herodes, su hija Salomé y su crítico declarado Juan el Bautista. Debes admitir que ella fue bastante inteligente. Debido a que Herodes se sintió acorralado, un hombre inocente fue ejecutado. Los invitados no estaban enterados de toda la situación así que ella no pareció la mala del cuento. Más bien, la sangre de Juan parecía estar en las manos de su hija. Al final, Herodías obtuvo lo que quería. Su red fue tejida astutamente, pero piensa en la devastación que provocó para todos los que quedaron atrapados en ella. Su familia se derrumbó y un hombre bueno fue asesinado. ¿Podía Herodes volver a confiar en ella? Con seguridad él sospechaba que Herodías tenía algo que ver en el asunto, aun cuando parecía ser idea de Salomé. ¿Se recuperó Salomé alguna vez de la culpa de lo que había hecho? Y, ¿matar a Juan realmente calmó la conciencia de Herodías? ¿Realmente se resolvió el problema? ¿Es siempre el costo del pecado más de lo que negociamos por él? En su misión de silenciar a Juan el Bautista, Herodías se alejó de su esposo y su hija

e hizo caer una oscura sombra sobre su propio corazón. Ella pudo haber obtenido lo que quería, pero, pagó un precio increíblemente alto por ello. ¿Recuerdas que tuvieras que pagar mucho por una mala decisión que tomaste? Tal vez tú o alguien cercano a ti todavía está pagando por eso de alguna forma. Tal vez este relato es una advertencia, que te dice que lo pienses dos veces antes de seguir tu propio plan. Cualquiera que sea la verdad, recuerda que no importa cuál sea el pecado, ya sea algo que tú has hecho o que estás pensando hacer, el poder de Jesús es muchísimo más grade. El Señor puede perdonar la peor de todas las transgresiones. Puede deshacer la red más compleja. Dios puede darnos la fuerza en contra de la mayor de las tentaciones. Si todavía estás sufriendo por la culpa de tu último pecado, preséntaselo al Señor. Si estás luchando con una tentación, preséntala a Jesús. ¡No pienses ni por un minuto que él no te ayudará! “Amado Padre, te pido un corazón puro, y fortaleza frente a la tentación.” ³³

Levítico 25, 1. 8-17 Salmo 67 (66), 2-3. 5. 7-8

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Enséñanos a escuchar tu voz, Señor

Cuando se trata de ayudarnos a tomar decisiones difíciles, Dios nos habla de diversas maneras:

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Puede ser cuando lees un pasaje determinado de la Sagrada Escritura o cuando las palabras de una homilía o un himno cantado en Misa te impresionan de una manera nueva.

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Puede ser cuando el Espíritu Santo te permite ver que hay un cierto hábito de pecado —algo como codicia, arrogancia, celos, resentimiento o algo parecido— te lleva a tomar decisiones menos convenientes. Él siempre quiere ayudarte a pedir perdón y seguir avanzando con fe.

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Una de las señales más evidentes de que Dios te está hablando es que percibes un profundo sentido de gozo, paz o esperanza al analizar las opciones que tienes. Es posible que las preocupaciones o ansiedades no desaparezcan de inmediato, pero sientes en el corazón que Dios te está guiando.

Puede ser cuando el Espíritu Santo te ayuda a comprender una situación desde una perspectiva más espiritual. Esta nueva perspectiva influye en tu razonamiento y te ayuda a tomar una mejor decisión.

Sea como sea que Dios te hable, él siempre quiere ayudarnos a tomar decisiones buenas y constructivas en todas las circunstancias. Cuanto más le pidamos que nos muestre su voluntad antes de tomar decisiones, mejores serán los resultados. s 96 | La Palabra Entre Nosotros


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