Cuadernos Hispanoamericanos. Número 851. (Mayo 2021)

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Por Adolfo Sotelo Vázquez

Emilia Pardo Bazán y PARÍS (1889) de Auguste Vitu

Al norte del Padre Lachaise se escalonan las colinas de Ménilmontant y de Belleville, desde donde se domina París por mil puntos de vista. Auguste Vitu / Emilia Pardo Bazán, 1890 Poner nombre a las calles tiene su voluptuosidad. Walter Benjamin, 1927 Moi j’vous emmène à Ménilmontant. Isabelle Geffroy, 2015

I

Azorín, quien a menudo trató en su obra, desde finales del siglo xix, a Emilia Pardo Bazán, dedica en el libro rememorativo de sus trabajos y sus días, Madrid (Biblioteca Nueva, 1941), un capítulo, «La inactual», a la escritora coruñesa. «Estando en París me he acordado mucho de la Pardo Bazán. La evocaba principalmente cuando me encontraba en una salita silenciosa, con un balcón a una calle sin tránsito, salita con cuadros y vitrinas henchidas de preciosas baratijas. Hablo del Museo Carnavalet –uno de los más curiosos de París– y de la salita que hoy se consagra a Jorge Sand» (s. f., p. 1033). Aunque la evocación es de carácter azoriniano, lo que a continuación tejen sus recuerdos es preciso, riguroso: «La Pardo Bazán tenía una excelencia sin la cual no se puede ser artista: la curiosidad [...]. Y ha llegado en sus curiosidades –el plural aquí es significativo– adonde no han llegado los otros maestros [se refiere a Valera y Pérez Galdós]. Curiosidad 49

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