Por Marisa Sotelo Vázquez
Emilia Pardo Bazán y la NOVELA ESPAÑOLA de los siglos xix y xx Si para estudiar la evolución de la novela española del siglo xix es imprescindible leer atentamente a Galdós, maestro indiscutible en todas sus facetas –novela histórica, de tesis, realista, naturalista, espiritualista, dialogada–, y, por supuesto, también al autor de La Regenta, no es menos cierto que ese recorrido debe forzosamente acompañarse de las novelas de Emilia Pardo Bazán, cuya producción abarca desde 1879, con Pascual López, autobiografía de un estudiante de medicina, pasando por Un viaje de novios, La Tribuna, El cisne de Vilamorta, Los pazos de Ulloa, La madre naturaleza, Insolación, Morriña, Memorias de un solterón, La Quimera, La sirena negra o Dulce dueño, ya de 1911, por citar los títulos más representativos de su fecundo quehacer narrativo. Además, Emilia Pardo Bazán, al igual que sus colegas masculinos, no solo escribió novelas sino que reflexionó abundantemente sobre su poética narrativa en prólogos y en múltiples artículos de crítica literaria analizando los personajes, el punto de vista, la composición, el lenguaje, los modelos y, en definitiva, la naturaleza y la evolución del género. Su crítica literaria es inseparable y complementaria de la tarea narrativa, y hay que considerarla deudora de la filosofía de la historia de Taine. Dos son los componentes esenciales de su labor crítica: el historicismo y el comparatismo. Y, sin renunciar a la mejor tradición hispánica, encarnada en Cervantes, aspira al sincretismo cultural aprovechando la influencia decisiva de los novelistas europeos, singularmente franceses –Balzac, Flaubert, los hermanos Goncourt y Zola– y, a partir de 1886, incorpora también a los rusos –Turgueniev, Dostoievski y Tolstói–, a los que dedicó sus conferencias en el Ateneo de Madrid en la primavera de 1886, recogidas en un libro CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
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