Por José Prats Sariol
¿Cómo leía MARÍA ZAMBRANO a Cuba? Nos leía suelta, sacudiéndose prejuicios, desde la intuición poética –a la vez reflexiva– de los axiomas fenomenológicos. Nos leía mejor que «casi» todos sus coetáneos. Entre los «casi», tuvo la sensatez de hacerse amiga de José Lezama Lima y del grupo Orígenes, del que nunca excluyó a Virgilio Piñera y a José Rodríguez Feo. Ni siquiera después de que José Lezama Lima y José Rodríguez Feo rompieran relaciones en Orígenes, como muestra, por ejemplo, su sentido texto a la muerte de José Ortega y Gasset en el primer número de la «hereje» revista Ciclón. Y, en otro número de la misma revista, una reseña de Julio Rodríguez Luis sobre El hombre y lo divino. Esta reflexión intenta argumentar las noticias anteriores, en la inteligencia de que la crónica y la crítica literaria forman parte de un mismo haz, según se aprende –y cada día más– de los ensayistas de la Escuela de Ginebra, de su perspectiva tan influida por Edmund Husserl y, a la vez, por la crítica que nunca ha excluido al autor y su época. A esta perspectiva le parecen disparatadas premisas como la «muerte del autor» o las fantasiosas deconstrucciones, propiciadoras con su relativismo de la mediocridad, que María Zambrano resolvía con un caritativo silencio. El ensayo-reseña «La Cuba secreta» argumenta sin equívocos su modo de leer, entendida tal artesanía como definitoria de la inteligencia, deslinde clave para saber dónde debe ir cada intelectual. Así lo supo caracterizar Virginia Woolf –tan admirada por la filósofa malagueña– en sus ensayos recogidos en The Common Reader. Porque si un texto identifica parte de la influencia de María Zambrano en la cultura en Cuba es precisamente este fajo de escasas cuartillas. ReCUADERNOS HISPANOAMERICANOS
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